Editorial

Cuando se trata de pedirle cuentas a los victimarios de toda laya y ante la complejidad de los más variados y múltiples conflictos sociales de carácter violento y sus respectivas estrategias de resolución, apelar a la memoria con sus diferentes matices, usos o referentes teóricos se ha convertido en una de las herramientas políticas e intelectuales más recurrentes1; una estrategia puesta en funcionamiento por parte de los sectores subalternos y de los organismos defensores de los derechos humanos, con el ánimo de lograr conocer la verdad de los hechos, hacer justicia, resarcir a las víctimas y garantizar la no repetición. Por el contrario, desde la posición del victorioso o del poder -ejercido jerárquica y autoritariamente- se manipula convenientemente la memoria para favorecer en muchas ocasiones al victimario; de esta forma los gobiernos arbitrarios la monopolizan para ocultar el conflicto, matizar los hechos o encubrirlos.

Desde finales del siglo XIX, pensadores como Friedrich Nietzsche (1844-1900), Sigmund Freud (1856-1939), Maurice Halbwachs (1877-1945), Paul Ricoeur (1913-2005), Tzvetan Todorov (1939) y Pierre Nora (1931) han estudiado la función de la memoria en la constitución de la cultura y cómo ella determina las identidades (colectivas2 e individuales), las transforma, las niega o las diversifica en múltiples dimensiones. En efecto, la sociedad y sus miembros son memoria, son lo que han aprehendido por medio de sus historias personales, recreadas en un continuum de lo vivido. Desde esa perspectiva, la amnesia ocasiona una pérdida inevitable de la identidad, individual o colectiva3. Incluso, si a una sociedad o a un individuo se le impone una memoria4, se diluyen en el tiempo. Sin un pasado propio el ser se envilece y en su lugar surge una "nueva verdad" que ya no es la propia, lo cual genera un sentimiento de rechazo a sí mismo5.

Los individuos adquieren identidad y forma cuando rememoran las sensaciones, imágenes e ideas que los constituyen como tal. El yo vuelve a ser cuando retornan los recuerdos. Si se rompiera esa cadena el individuo dejaría de ser. Pero los recuerdos no llegan de forma masiva sino seleccionada, ya que la mayoría de ellos se confunden en los laberintos de la memoria. Aunque es por medio de esa selección que los individuos logran olvidar la crisis del día anterior, el miedo de la semana pasada, la frustración de un mes atrás o el dolor de hace un año. En ocasiones, los recuerdos surgen para dar sentido, salvar y alimentar el espíritu, son la esperanza del Ser. De esta forma surge la nostalgia y la remembranza, las cuales se pueden evocar por medio de "los ritos de la memoria".

Los ritos de la memoria invitan al duelo, a recordar sin la intensidad del dolor. Si los hombres no pudieran olvidar selectivamente, tal vez serían víctimas de una sobrecarga de información (de dolor o felicidad) que los paralizaría e incapacitaría para la acción. Aun así, el olvido total es la pérdida de la identidad. Gianni Vattimo propone que ante estos extremos la humanidad (sociedad e individuo) requiere saber olvidar o rememorar de forma creativa y sin sufrimiento6; traer a la memoria el dolor con nostalgia, en un duelo permanente que lo sacralice7. Aunque la sacralización inevitablemente solo puede ser elaborada por medio del acuerdo de todos los miembros de una comunidad que quiera olvidar un hecho traumático, donde ninguno de ellos debería ser obligado a olvidar sin la oportuna restitución de sus derechos y dignidades; o para el individuo superando la culpa, a sabiendas que ese dolor solo puede ser resarcido con el perdón y la justicia.

Etimológicamente, la memoria -mnemne, en griego- hace referencia a la permanencia de lo acontecido y puede ser relacionada a la expresión kaka (desgracia) o al recuerdo de los olvidos (anamnesis). En la Grecia antigua la memoria se identificaba con la ira que Ulises descargó contra los cortejantes de Penélope. Frente al sufrimiento de Ulises y a este agravio colectivo, los atenienses resolvieron olvidar, practicar la anamnesis: remembrar superando el dolor. Las leyes de los atenienses tenían por objeto superar el dolor, la ira y la venganza para volver a comenzar. De esta forma, según Loraux, en Grecia los ciudadanos al superar el dolor lograban fortalecer sus principios democráticos y alejar la venganza8.

La memoria colectiva transmite la cultura, es el hilo conductor entre el pasado lejano y el presente, también puede ser vista como el vaso comunicante con un futuro incierto. En los conflictos sociales la memoria no es solo recuerdo sino una ira contenida, ¿cómo superarla? A propósito de las víctimas de los conflictos sociales es necesario preguntarse: ¿los estados pueden decretar que las sociedades olviden colectivamente? ¿Olvidar es traicionar la memoria de las víctimas o buscar la superación del dolor en un nuevo comienzo? ¿Es posible olvidar en medio de los conflictos no resueltos? ¿El dolor puede ser superado olvidando sus causas? ¿Al rememorar de forma razonada es posible dejar atrás la ira? ¿Puede haber una amnesia colectiva que permita un nuevo comienzo sin rencores, venganzas o injusticias?, ¿Cuándo es legítimo olvidar?

A manera de introducción al debate sobre los usos de la memoria, es necesario considerar que esta requiere ser adjetivada con múltiples calificativos que permitan comprenderla en todas sus dimensiones. Pierre Nora en "la memoria hecha migajas"9 destaca los siguientes tipos de memoria: la memoria como identidad, la memoria como colectivo, la memoria manipulada, la memoria selectiva y la memoria frente al conflicto.

Ante los múltiples usos, perspectivas y retos que genera la memoria, el historiador está obligado a comprender las diferentes memorias, los olvidos, los silencios y las formas de manipulación, para recordar y reconstruir coherentemente los hechos y dar voz a los que han sido acallados. En dicho proceso el historiador debe cuidarse de no caer en la trampa de la linealidad y del progreso excluyente y jerárquico. Si bien es el momento del historiador que con sus métodos describe, relata acontecimientos -en un principio desarticulados- y los ubica en una línea de tiempo multidimensional y en un espacio igualmente multiforme; también es el de un contador de historias que debe analizarlas discursiva e iconográficamente, en la búsqueda de la verisimilitud o interpretarlas de modo adecuado para encontrar sus causas y efectos. Una labor no exenta de falseamientos, dado que en ocasiones los historiadores privilegian ciertos hechos e individuos alejados de la realidad; en otras los ocultan, desconocen o miran anacrónicamente lo historiado; o interpretan la historia acomodaticiamente, disfrazando sus verdaderas intenciones y debilidades. En efecto, el reto del historiador consiste en tejer conscientemente las diferentes memorias en narraciones inclusivas, donde las individualidades de hombres y mujeres anónimos estén presentes y sean contadas críticamente y desde una posición historiográfica sin imposturas. De ahí la obligación de contar una historia a contrapelo, como lo entendía Walter Benjamín y parece anunciarlo póstumamente.

Los hechos existen a pesar de las arbitrariedades de los historiadores, que en ocasiones no logran de-construirlos para armarlos coherentemente. Un gran dilema para el historiador contemporáneo es saber cómo construir relatos incluyentes en un tiempo determinado y no caer en la ficción. ¡Eh ahí otra dificultad!, el tiempo. El tiempo histórico, no en el sentido cósmico y del alma -como dirían San Agustín, Husserl y Heideger-, sino el tiempo histórico del que habla Paul Ricoeur y que se materializa en los calendarios, un evento que podría ser comprendido como el encuentro entre el tiempo estelar y el psicológico o del alma. Un tiempo histórico que permita la trasmisión de la memoria colectiva en los cruces sincrónicos y diacrónicos de las diferentes tradiciones generacionales; referido a las huellas del pasado: la memoria de lo acontecido.

Por otro lado, el historiador también tiene la obligación de hacer recodar a las personas lo que otros desean que olviden, como lo expresaba Eric Hobsbawm en su Historia del Siglo XX: hoy en el mundo se niega la historia y se le obliga al hombre contemporáneo a vivir sin pasado, en un eterno presente y sin memoria. Así mismo, nos recuerda el historiador catalán, Josep Fontana, a propósito de la misión de los historiadores frente al poder y de cómo la humanidad debe ser consciente de que la Historia no se le puede dejar a los poderosos:

El uso público -de la historia- comienza evidentemente con la educación, de la que recibimos los contenidos de una historia codificada, fruto de una larga labor de colonización intelectual desde el poder, que es quien ha decidido cuál es nuestro pasado, porque necesita asegurarse con ello de que compartimos su definición de la identidad del grupo del que formamos parte, y que no tiene inconveniente en controlar y censurar los textos y los programas cuando les conviene. Porque la historia es demasiado importante como para dejarla sin vigilancia. Quien controla el pasado, controla el futuro y quien controla el presente, controla el pasado10.

Infortunadamente, en el mundo contemporáneo, cuando el poder no puede manipular la historia recurre a negarla, omitirla de los manuales de historia, recluirla en las academias o diluirla en el vértigo del ahora y del consumo desaforado.

En el siglo XX, los usos de la memoria cobran mayor sentido en las diferentes expresiones de violencia, que han sido constantes en la historia de la humanidad. Actualmente, en América Latina y otras regiones del mundo, los conflictos obedecen a confrontaciones políticas, étnicas, religiosas, territoriales o derivan de la inequidad social. Estas guerras internas o internacionales generan millones de víctimas y desplazados que deambulan de un sitio a otro, sin derecho a un territorio, una comunidad, una vivienda digna, un pedazo de tierra o una memoria colectiva. La violencia generalizada desborda la capacidad y legitimidad de los estados nacionales y de los organismos internacionales encargados de garantizar y proteger los Derechos Humanos. Peor aún, el Estado y las instituciones humanitarias suelen ser permeadas por actores políticos que ejercen violencia simbólica desde arriba, lo que pone en entredicho su misma legitimidad. En este escenario, la memoria histórica de las víctimas y los victimarios es manipulada por el narrador desde una posición de poder lo que dificulta la creación de escenarios de justicia, verdad, reconciliación y perdón. Al mismo tiempo, el respeto por el otro, sin importar el bando al que pertenezca, requiere verdaderos escenarios de paz, para que víctimas y victimarios no vuelvan a caer en las redes de la violencia.

Las anteriores discusiones y preocupaciones motivaron el presente número del Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, esta vez dedicado a trabajos históricos que desde diferentes perspectivas historiográficas y lugares de América Latina piensan la relación "Historia, memorias y conflictos". De ahí que de los diez artículos publicados, seis están directamente relacionados con esta triada o con el vínculo entre la memoria y la historia; además en la sección de reseñas, varias de estas tienen que ver con el papel de los historiadores frente a los actuales usos de la memoria.


1 JULIÁ, Santos, Elogio de historia en tiempo de memoria, Marcial Pons, Madrid, 2011.

2 HALBWACHS, Maurice, Los marcos sociales de la memoria, Anthropos, Barcelona, 2004.

3 TODOROV, Tzvetan, Los dilemas de la memoria, Varias ediciones.

4 LE GOFF, Jaques, El orden de la memoria. El tiempo como imaginario, Paidós, Barcelona, 1991.

5 Dicho de otro modo, la imposición de unos recuerdos narrados nos deja sin memoria. Como propone Ricoeur: "[…] los abusos de memoria se hacen abusos de olvido. En efecto, antes del abuso hay uso, necesidad de una dimensión selectiva. Las estrategias del olvido se injertan directamente en ese trabajo de configuración: siempre se puede narrar de otro modo, suprimiendo, desplazando los momentos de énfasis, refigurando de modo diferente a los protagonistas. Se utiliza aquí una forma ladina de olvido, que proviene de desposeer a los actores sociales de su poder originario de narrarse a sí mismos". RICOEUR, Paul, La memoria, la historia, el olvido, Trotta, Madrid, 2004.

6 VATTIMO, Gianni, "El olvido imposible", en Los usos del olvido, Nueva Visión, Buenos Aires, 1989, pp. 79-90.

7 HERVIEU-LEGER, Daniéle, La religión, hilo de la memoria, Herder, Barcelona, 2005.

8 LORAUX, Nicole, "De la amnistía y su contrario", en Los usos del olvido, Nueva Visión, Buenos Aires, 1989, pp. 27-51.

9 NORA, Pierre, Les lieux de mémoire, Gallimard, París, 1992.

10 FONTANA, Josep, Para qué sirve un historiador en un tiempo de crisis, Ediciones Pensamiento crítico, Bogotá, 2006, p. 45.


Helwar Hernando Figueroa Salamanca, Prof.
Universidad Industrial de Santander, UIS