Resumen
El conflicto armado en Colombia no solo es afrontado de forma pasiva por la población civil, pues existen múltiples estrategias de resistencia pacífica, algunas lideradas por la Iglesia Católica, infortunadamente poco historiadas. Uno de estos procesos ocurrió en la Diócesis de Barrancabermeja donde el clero y los obispos comprometidos con una pastoral social, heredera de la Teología de la Liberación, promovieron la resistencia pacífica y la no violencia. Una resistencia evidente en los testimonios analizados a la luz de la literatura sobre el conflicto colombiano y el hecho religioso. Sobresale que la resistencia civil liderada por la Iglesia surgió en un territorio de colonización reciente y de tradición rebelde, con una presencia histórica de las luchas sociales, protagonizadas por la USO y los movimientos, campesino, cívico y por la defensa de los derechos humanos, en un escenario donde las guerrillas y el paramilitarismo contrainsurgente se enfrentan desde 1980.
palabras claves: Colombia, conflicto armado, religión, resistencia, no violencia.
Referencia para citar este artículo: PLATA, William E. y FIGUEROA S., Helwar H. (2017). “Iglesia, resistencia pacífica y no violencia. La Diócesis de Barrancabermeja, Colombia (1988-2005)”. En Anuario de Historia Regional y de las Fronteras. 22 (1). 137-168.
Fecha de recepción: 1/07/2016 Fecha de aprobación: 31/07/2016
William E. plata: Doctor en Historia, Facultés Universitaires Notre Dame de la Paix. Director del grupo de investigación sobre el hecho religioso. “Sagrado & Profano”. Profesor asociado de Universidad Industrial de Santander, UIS. Correo electrónico: weplataq@uis.edu.co.
Helwar H. Figueroa Salamanca: Doctor en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Toulouse, Le-Mirail. Miembro del grupo de investigación sobre el hecho religioso: Sagrado & Profano. Profesor asociado de Universidad Industrial de Santander, UIS. Correo electrónico: helwarff@uis.edu.co.
* Artículo de revisión, desarrollado en el marco del proyecto Memoria de Resistencias desde la Fe. Santander y el Magdalena Medio, llevado a cabo por el grupo de investigación “Sagrado y Profano”, de la Universidad Industrial de Santander con el apoyo del Centro Nacional de Memoria Histórica.
Abstract
The armed conflict in Colombia is not only passively faced by the civilian population, as there are multiple strategies of peaceful resistance, some of them are led by the Catholic Church, unfortunately only a little are recounted. One of these processes occurred in the Barrancabermeja Diocese where the clergy and bishops committed to a social pastoral, heir to the Theology of Liberation, promoted peaceful resistance and nonviolence. An obvious strength in the testimonies analyzed in the light of the literature on the Colombian conflict and religious fact. Excels the fact that the civil resistance led by the Church emerged in a territory of recent colonization and rebellious tradition with a historical presence of social struggles, starring by the USO and movements; peasant, civic and defense of human rights, in a scenario where the guerrillas and paramilitary counterinsurgency fight each other since 1980.
Keywords: Colombia, Armed Conflict, Religion, Resistance, No Violence.
Resumo
O conflito armado na Colômbia não é confrontado somente de forma passiva pela população civil, pois existem múltiplas estratégias de resistência pacífica, algumas lideradas pela Igreja Católica, infelizmente pouco historiadas. Um destes processos aconteceu na Dioceses de Barrancabermeja, onde o clero e os bispos comprometidos com uma pastoral social, herdeira da Teologia da Libertação, promoveram a resistência pacifica e a não violência. Uma resistência evidente nos testemunhos analisados a luz da literatura sobre o conflito colombiano e o fato religioso. Sobressai-se que a resistência civil liderada pela Igreja surgiu em um território de colonização recente e de tradição rebelde, com presença histórica de lutas sociais protagonizadas pela USO (União Sindical Operaria) e os movimentos camponês, civil e pela defesa dos direitos humanos, em um cenário onde as guerrilhas e o paramilitarismo contrainsurgente se enfrentam desde 1980.
Palavras-chave: Colômbia, conflito armado, religião, resistência, não violência.
La resistencia pacífica por parte de una comunidad ante un hecho violento es un acto generador de un contrato de convivencia que transforma a la comunidad misma. El valor objetivo y simbólico de esos procesos de resistencia, permite que actores sociales marginados y excluidos de sus derechos políticos, sociales, económicos y culturales logren acceder a tales derechos mediante estrategias no-violentas y efectivas, convertidas a su vez en actos fundacionales1. Una resistencia que es facilitada porque existen vínculos identitarios referidos a la etnia, al género, a la religión o a los derivados de la segregación y exclusión social.
En el conflicto colombiano estas resistencias se han presentado sin que hayan sido visibilizadas por los medios de comunicación y poco estudiadas por los académicos, pero según Nelson Molina generan contratos de convivencia ante los violentos en defensa de la soberanía y la autonomía de ciertas comunidades, lo cual repercute en una actitud ética frente al poder que no es otra cosa que el poder mismo ejercido como respuesta a la dominación. “Resistir es trazar condiciones de relación que impiden la naturalización de vínculos dominantes, a partir de espacios de libertad […] En síntesis, la resistencia comunitaria es un ejercicio de poder, como cualquier otra relación que logra establecer los actores de un colectivo, que niega explícitamente la dominación y propende por la recreación permanente de la comunidad”2.
Un proceso de resistencia –y el que se analiza en la esta ocasión no es la excepción– suele tener las siguientes características: surge ante un proceso de dominación-destrucción; identifica un foco a resistir (el conflicto armado en este caso); establece redes de distinto tipo (comunitarias, políticas, eclesiales, etc.); y genera liderazgos colectivos no carismáticos3. Además, la resistencia tiene un fuerte fundamento participativo generador de identidades o de reforzamiento de las existentes. Por último, la resistencia tiene como culmen la reconciliación, en cuyo momento esta finaliza.
El conflicto armado4 padecido por Colombia desde mediados del siglo XX ocasiona
1 Molina Valencia, Nelson. “Resistencia comunitaria y transformación de conflictos. Un análisis desde el conflicto Político-Armado Colombiano”, en Athenea Digital, núm. 6. Barcelona, 2004, p. 4. 2 Ibíd, p. 4. 3 Ibíd, pp. 5-7. 4 La bibliografía que se ha producido sobre esta problemática ocupa decenas de estantes de las bibliotecas del país
y en las bases de datos y la web, los títulos o referencias sobre el conflicto colombiano sobrepasan el millar. Sin
embargo, para tener una visión general sobre el colombiano sobresalen las siguientes obras: Sánchez, Gonzalo y Peñaranda, Ricardo. Pasado y presente de la Violencia en Colombia (Medellín: La Carreta, 1986, 2009); Ortiz, Carlos Miguel. “Historiografía de la Violencia”, en Historia al final del milenio. Ensayos de historiografía colombiana y latinoamericana (Bogotá Universidad Nacional de Colombia,1994), pp. 371-424; González, Fernán; Bolívar, Ingrid; Vázquez, Teófilo. Violencia política en Colombia. De la nación fragmentada a la construcción del Estado (Bogotá: CINEP, 2003). Centro Nacional de Memoria Histórica. ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad. Informe general del grupo de memoria histórica (Bogotá: CNMH, 2013); Jaramillo Marín, Jefferson. Pasados y presentes de la violencia en Colombia. Estudio sobre las comisiones de investigación (1958-2011) (Bogotá: Universidad Javeriana, 2014); González, Fernán. Poder y violencia en Colombia (Bogotá: CINEP, 2014). En estas obras se concluye de manera sintética que la Violencia tiene múltiples causas, diferencias regionales (en el mundo rural y urbano), en la que se hace necesario evidenciar cuál ha sido el papel de un Estado en formación, para controlarla o generarla.
millones de víctimas y desplazados5, los cuales ante la magnitud del problema opacan las resistencias lideradas por algunas comunidades. Las más conocidas provienen de organizaciones político-sociales (grupos políticos, asociaciones comunitarias, sindicatos, movimientos estudiantiles, ONG, etc.) y de las comunidades étnicas6. No obstante, en Colombia existen pocas investigaciones preocupadas por identificar y explicar los numerosos casos de resistencia originados a partir de la fe o liderados por organizaciones religiosas de diferente índole7, una situación paradójica dado el arraigo que la religión –en sus diversas expresiones– posee en el país. Por el contrario, se resalta el rol que la religión o los actores religiosos –especialmente de la Iglesia Católica– jugaron en el origen, conformación y desarrollo de la violencia política8. Sin apartarnos de la validez de las observaciones realizadas y de las tesis planteadas en estas obras, consideramos que los sistemas religiosos no son monolíticos, dado que sus miembros pueden asumir distintas posiciones frente al conflicto9. Es decir, durante el siglo XX la Iglesia Católica paso de una instigación política de sectores intransigentes10 del clero a una institución comprometida con contribuir a la creación de escenarios de paz para la reconciliación11. Así queremos resaltar otros aspectos del papel que juega la religión12
5 Centro Nacional de Memoria Histórica. Una nación desplazada: Informe nacional del desplazamiento en Colombia. Informe del Centro Nacional de Memoria Histórica (Bogotá: CNMH, 2015).
6
Figueroa Salamanca, Helwar H. y Cepeda Van Houten, Álvaro (eds.). Memorias del desarraigo y la resistencia afro en Cali. Aportes interdisciplinares para el estudio del conflicto en Colombia (Cali: Editorial Bonaventuriana, 2016); Figueroa Salamanca, Helwar H. “Los abuelos de la memoria en Aguablanca (Cali, Colombia). Entre una ciudad agreste y un campo vuelto utopía”, en Revista Latinoamericana de Bioética, vol. XIV, núm. 1, Bogotá, Universidad Nueva Granada, 2014, pp. 62-81.
7 Cifuentes Traslaviña, María Teresa y Florián Navas, Alicia. “El Catolicismo Social: entre el Integralismo y la Teología de la Liberación”, en Ana María Bidegain (Dir). Historia del Catolicismo en Colombia: Corrientes y Diversidad (Bogotá: Taurus, 2004), pp. 366-372; Figueroa Salamanca, Helwar H. “El imperio espiritual español: lengua, raza y religión (1930-1942)”, en Anuario colombiano de Historia Social y de la Cultura, núm. 34, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, pp. 165-206; LaRosa, Michael. De la derecha a la izquierda: Historia de la Iglesia Católica Colombiana 1930-1980 (Bogotá, Planeta, 2000); Plata, William y Vega, Jhon Janer. “Religión, conflicto armado colombiano y resistencia: un análisis bibliográfico”, en Anuario de Historia Regional y las Fronteras, vol. XX, núm. 3, Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, 2015, pp. 125-156.
8 La mayor parte de los trabajos abordan las guerras civiles del siglo XIX y algunos, los años treinta
y cuarenta. Arboleda Mora, Carlos. Guerra y religión en Colombia (Medellín: Universidad Pontificia
Bolivariana, 2005); Ortiz, Luis Javier. Obispos, clérigos y fieles en pie de guerra. Antioquia, 1870-1880 (Medellín: Universidad Nacional de Colombia, 2010); Grupo de Investigación Religión, Cultura y Sociedad. Ganarse el cielo defendiendo la religión: Guerras civiles en Colombia (Medellín: Universidad Nacional de Colombia, 2005); Arias, Ricardo. El episcopado colombiano. Intransigencia y laicidad. 1850-2000 (Bogotá: Ediciones Uniandes-CESO, 2003); Cortés, José David. Curas y políticos. Mentalidad religiosa e intransigencia en la diócesis de Tunja (Bogotá: Ministerio de Cultura, 1998); Figueroa Salamanca, Helwar
H. Tradicionalismo, hispanismo y corporativismo. Una aproximación a las relaciones non sanctas entre
religión y política en Colombia. 1930-1952 (Bogotá: Universidad San Buenaventura, 2009). 9 Bidegain, Ana María, Op. Cit. (introducción).
10
Figueroa Salamanca, Helwar Hernando. “Monseñor Miguel Ángel Builes, un político intransigente y escatológico”, en Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, Vol. XXI, núm. 1, Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, pp. 237-259.
11 Figueroa Salamanca, Helwar H. y Cifuentes, María Teresa. “Corrientes del catolicismo frente a la guerra y la paz en el siglo XX”, en Ana María Bidegain (Dir). Historia del Catolicismo en Colombia: Corrientes y Diversidad (Bogotá: Taurus, 2004), pp. 373-421.
12 Figueroa Salamanca, Helwar H. “Historiografía sobre el protestantismo en Colombia. Un estado del arte, 1940-2009”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, vol. XXXVII, núm. 1, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, pp. 141-225.
frente al fenómeno de la violencia colombiana, facetas que están directamente ligadas a una ética de servicio y amor, predicado por la mayoría de los grupos religiosos. Y si, efectivamente, en otras épocas, actores eclesiásticos y causas religiosas contribuyeron al desencadenamiento del fenómeno13, en las últimas décadas se han evidenciado una serie de prácticas y actitudes de resistencia de origen religioso que merecen ser rescatadas por su valor pedagógico en la búsqueda de la paz, la reconciliación y la justicia social. Todo ello nos permite preguntarnos sobre los modelos de paz que se plantean desde la fe y cómo se han constituido en alternativas a la situación del conflicto armado colombiano14. Por ello, estudiar procesos de resistencia desde la fe, nos ayuda no solamente a reconstruir su memoria, en el marco de elaboración de una memoria histórica del conflicto armado colombiano, sino además, a mostrarlos como un ejemplo de lo que las iglesias y comunidades de fe pueden realizar y cómo en sus actos de resistencia generan una nueva ética que incide en la construcción de una sociedad democrática, autónoma, madura y que cree en sí misma; elementos sin los cuales, es muy difícil poder pasar la página de aproximadamente dos siglos de guerra.
En el presente artículo se expone la caracterización general de la resistencia generada a partir de la iniciativa del equipo de Pastoral Social y de algunas parroquias de las Diócesis de Barrancabermeja, región del Magdalena Medio, en el centro-norte del país, que cobija zonas de los departamentos de Santander, Bolívar y Antioquia. Una resistencia caracterizada por su naturaleza no violenta, e incluso de no violencia activa. Además, interesa analizar esta resistencia que enseña lo referido a la ética, a la esperanza, a la fortaleza, al perdón y a la paz, elementos claves para la reconstrucción de una sociedad pluralista, pacífica y pacifista. Finalmente, se busca contribuir en el desarrollo de una narrativa que dé cuenta de las razones que posibilitaron el surgimiento y evolución del conflicto armado colombiano15, objetivos que se enmarcan dentro del propósito y la visión del Centro Nacional de Memoria Histórica, CNMH.
La presencia de la Iglesia Católica en el Magdalena Medio santandereano (ver mapa) es reciente. Solo hasta comienzos del siglo XX se estableció allí de manera continua, a la par del proceso de colonización de la región, que hasta entonces, estaba poblada de bosques y de los últimos reductos de los indígenas yariguíes16. Durante siglos, los intentos por crear un acceso al río Magdalena desde las ciudades andinas santandereanas
13 Figueroa Salamanca, Helwar H. y Plata, William Elvis. “Acteurs religieux pendant l’époque de La Violencia en Colombie, 1945-1965”, en Sappia, Caroline, et al (eds.). Mission Et Engagement Politique Apres 1945. Afrique, Amérique Latine, Europe (París: Editions Karthala, 2010); Figueroa Salamanca, Helwar H. y Cifuentes, María Teresa, Op. Cit.
14 Molina Valencia, Nelson, Op. Cit., p. 4.
15 Riaño Alcalá, Pilar y Wills, María Emma (coord.). Recordar y narrar el conflicto. Herramientas para reconstruir memoria histórica (Bogotá: Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación-Centro de Memoria Histórica, 2009), p. 54.
16 Indígenas exterminados por las enfermedades y las cacerías crueles realizadas por colonizadores como el alemán Geo Von Lengerke y luego, por las compañías petroleras. Aprile, Jacques. Génesis de Barrancabermeja, cap. I (Barrancabermeja: Fundación Universitaria de la Paz, 1996).
no habían prosperado. Hasta que apareció el petróleo. El inicio de su explotación en 1916 por la Tropical Oil Company (conocida popularmente como La Troco), provocó la inmigración masiva de obreros y sus familias provenientes de distintas zonas del país, especialmente de Santander, Norte de Santander, Antioquia y la Costa Atlántica. El villorrio de Barrancabermeja, que en 1895 contaba con aproximadamente 400 almas, dependiente de San Vicente de Chucurí, pasó a convertirse en municipio en 1920, creciendo rápidamente gracias a las movilizaciones de la población que llegó por el río Magdalena y la que bajó de la montaña.
Imagen 1. Mapa de la diócesis de Barrancabermeja, atravesada de sur a norte por el río Magdalena,
Fuente: Diócesis de Barrancabermeja, http://www.diocbarranca.org.co (abril del 2016).
En 1908 los jesuitas, evangelizadores de la zona, fundaron la misión del Río, es así como para poder movilizarse por este construyeron un buque que a la vez sirvió como residencia misional17. Solo fue hasta 1923 cuando se inició la construcción del primer templo católico y cinco años más tarde, Barrancabermeja fue erigida en Prefectura Apostólica, encomendada a la Compañía de Jesús. En 1932 Barrancabermeja contaba con más de 35.000 habitantes y cuatro parroquias. Hacia 1952 se terminaba la construcción en ladrillo de una iglesia de grandes proporciones y buena arquitectura, que más adelante serviría de catedral de la futura diócesis, que finalmente se erigió en 1962, siendo su primero obispo el jesuita Bernardo Arango Henao18.
En un medio climático insalubre (temperaturas de más de 35°C, con un alto porcentaje de humedad) y en un relativo aislamiento geográfico, Barrancabermeja crecía ligada a la explotación petrolera, con una población compuesta por inmigrantes de distintas zonas del país, religiosamente mal instruida y afectada por el alcoholismo, los juegos de azar, la prostitución y la disfunción familiar; un escenario de frontera en el cual los jesuitas poco a poco fueron ganando reconocimiento19. Aún más, un estudio realizado por los jesuitas concluyó, desde la perspectiva pastoral, que “De la religión únicamente les llamaba la atención las procesiones, las fiestas en que hay trago, música y pólvora. El confesarse, comulgar, y oír misa los domingos son asuntos que generalmente no hacían parte de su ideal religioso”20. A los ojos de la clerecía, estos todavía no tenían un control social efectivo, como tal vez si lo lograban tener en otras zonas del país (principalmente andinas), y además debían competir con las organizaciones sociales y los sindicatos asentados precozmente en Barranca, la cual además tenía un fuerte arraigo de cultura radical. Este radicalismo se dio en un territorio de frontera (interna) donde las luchas sociales estuvieron lideradas por el sindicalismo petrolero, por campesinos sin tierra y por movimientos cívicos interesados en mejorar las condiciones de vida de los barranqueños pobres, quienes tras llegar en búsqueda de trabajo no lograban acceder a los pocos puestos de Ecopetrol; luchas sociales que fueron duramente reprimidas, lo que obligó a los movimientos sociales a protegerse por medio de la resistencia pacífica y de la defensa de los derechos humanos21. Por
17 Barba Rincón, Jaime. Barrancabermeja. La diócesis en memoria viva (Bogotá: Diócesis de
Barrancabermeja, 2012) p. 25. 18 La Diócesis de Barrancabermeja comprende parroquias de tres departamentos, así: Barrancabermeja, Puerto Wilches, Sabana de Torres, Betulia, San Vicente de Chucurí, Simacota, El Carmen de Chucurí, Puerto Parra, Cimitarra y Bolívar, en Santander; San Pablo, Cantagallo en Bolívar y Puerto Nare, Puerto Berrío y Yondó, en Antioquia.
19 Según los misioneros jesuitas “Todo el sector de los alrededores de la carrilera por donde transitaba el tren que llevaba los trabajadores al campo petrolero de El Centro (hoy avenida Ferrocarril) y las zonas del precario comercio, estaban llenas de bares y cantinas, atiborradas de trabajadores petroleros, que malgastaban su salario en esos sitios”. Barba Rincón, Jaime, Op. Cit., p. 33.
20 Ibíd., p. 33.
21 Desde el punto de vista histórico es posible identificar en la segunda mitad del siglo XX varios períodos
que pueden dar cuenta de la violencia y la organización social de la región así: de 1950 a 1970, un periodo
en el cual la influencia liberal radical de la primera mitad del siglo XX, le dio paso a la organización sindical
y campesina, a la llegada de las guerrillas y de un sector de la iglesia comprometida con los pobres. De 1970 a 1980, se caracterizó por el clímax del sindicalismo y el crecimiento y expansión del movimiento campesino. De 1980 a 1998, por el decaimiento del movimiento sindical, expansión del movimiento cívico
ello, la pastoral realizada por la Iglesia Católica tuvo un acento distinto, lo que la obligó tempranamente a acercarse al mundo obrero con el objeto de hacer alianzas y a su vez, crear vínculos con las directivas de La Troco, compuesta por norteamericanos, generalmente de origen protestante. Es así como en los años cuarenta surgieron varios sindicatos de corte católico que buscaron competir con el sindicalismo socialista, al tiempo que se gestionaban recursos con la petrolera para la construcción de iglesias y casas curales. Con todo, la Iglesia Católica logró expandirse, lo que le permitió en los años setenta contar con once parroquias en la ciudad.
Ahora bien, las dinámicas que generó el Concilio Vaticano II (1962-1965) y la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Medellín (1968)22, también afectaron a la joven iglesia barranqueña; tanto por la situación social que allí se vivía como por la mentalidad pragmática del obispo Bernardo Arango, que, si bien, como la mayoría del clero colombiano, era conservador y tradicionalista en los campos teológico y pastoral, este sabía negociar o conciliar con el adversario sin ceder en sus principios. Así, permitió que sus sacerdotes optaran por líneas pastorales diversas y distintas a la suya, de manera que jóvenes clérigos reconocidos por sus posturas progresistas fueran designados en cargos importantes dentro de la diócesis. Además respaldó sus iniciativas personales de trabajo pastoral, que para la época resultaban novedosas. Ellos tuvieron, asimismo, el apoyo de varias comunidades religiosas presentes en la ciudad.
De esta época, los clérigos que más lograron incidir y que son recordados por los barranqueños, fueron Floresmiro López, Eduardo Díaz, Pedro Nel Beltrán (hoy obispo) y Gabriel Ojeda23. Ellos antes de llegar a Barranca habían estudiado fuera del país, lo cual les permitió empaparse de las nuevas corrientes teológicas y pastorales, de ahí que cuando llegaron a la diócesis implementaron programas inspirados en este aggiornamento. Así fue como en 1971 surgió el secretariado de Pastoral Social, que se configuró en su primera etapa bajo la dirección del padre Floresmiro López. El desarrollo de la Pastoral Social por esa época tuvo como constante “[…] la claridad […] de que la Pastoral Social se concretiza en las parroquias y en los espacios sociales, políticos y culturales amplios, que supera las fronteras institucionales de la Iglesia”24. Así la Pastoral Social fue entendida como una estructura de apoyo,
y de las organizaciones políticas de izquierda, a la par que las milicias del ELN, aumentaron su control en varios sectores de la ciudad (sur y nororiental). Además, en este mismo período como consecuencia de la represión a los movimientos sociales, surgen con fuerza las organizaciones defensoras de los derechos
humanos. De 1998 a 2005, posicionamiento de la influencia paramilitar y resistencia a los violentos.
Evidentemente, estos límites temporales que intentan destacar a los actores políticos predominantes no desestima que en cada uno de ellos haya presencia de otros actores y se presenten cruces entre los diferentes fenómenos sociales. Archila, Mauricio y Bolívar, Ingrid (editores). Conflictos, poderes e identidades en el Magdalena Medio, 1990-2001 (Bogotá: CINEP, 2006); Ramírez, Daniel. Barrancabermeja, una ciudad rebelde: la huelga de 1977 y la cultura obrera (tesis pregrado), Universidad Industrial de Santander, 2016.
22 Que declara oficialmente la opción preferencial de la Iglesia latinoamericana por los pobres. Calvo Isaza, Oscar Iván. Medellín (Rojo). 1968 (Medellín: Editorial Planeta, 2012); LaRosa, Michael, Op. Cit.
23 La mayoría de estos sacerdotes a finales de la década de 1970, fueron víctimas de la represión a los
movimientos sociales en el marco de la lucha contrainsurgente, como es denunciado por la organización Colombia: Nunca más. Memorias de crímenes de lesa humanidad (Movice). Capítulo Barrancabermeja, http://www.movimientodevictimas.org/~nuncamas/images/stories/zona5/Barrancabermeja.pdf.
24 Barba Rincón, Jaime, Op. Cit., p. 186.
animación y subsidio a la pastoral que se hacía en la parroquia, por lo que muchas acciones se emprendieron desde las parroquias mismas. La historia de la Pastoral Social de la diócesis tiene dos fases claramente marcadas: una primera (1971-1987, aproximadamente), ligada a la gestión y a la promoción del movimiento social en procura de cambios sociales, económicos y políticos; y una segunda (1987-2005), encaminada a generar y apoyar iniciativas de resistencia pacífica como respuesta a los grupos armados guerrilleros, quienes desde los años sesenta habían comenzado a llegar a la región, seguidos por la represión paramilitar, en coordinación aprobada con algunos sectores recalcitrantes de las fuerzas militares25.
Imagen 2. Aviso ubicado en la portada del edificio de Pastoral Social de la Diócesis de Barrancabermeja.
Fuente: foto de los autores (Archivo Sagrado & Profano)
A partir de lo anterior, es necesario aclarar que este escrito se centra en la segunda etapa, es decir, desde finales de1980 hasta la primera década del siglo XXI.
En 1961, en la región se abrió un nuevo ciclo de violencia con el nacimiento del Ejército de Liberación Nacional (ELN), movimiento político-militar inspirado en la Revolución cubana y en cuyas filas, murió el célebre cura guerrillero Camilo Torres Restrepo. Su muerte, en combates con el ejército colombiano ocurridos en el municipio de El Carmen de Chucurí, afianzó tanto la imagen de una región rebelde como de
25 Movice, Op. Cit.
su cultura política radical. Además, la llegada a la región de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) en los años setenta, al lado del creciente movimiento campesino hizo aún más compleja la incorporación de esta región al control institucional del Estado central, lo que fue caldo de cultivo para que a comienzos de la década de 1980 el Magdalena Medio se convirtiera en el escenario donde se inauguró la estrategia de lucha contrainsurgente, conocida como el paramilitarismo, la que, en términos generales, estaba cimentada en una alianza entre sectores de las fuerzas armadas, los terratenientes y ganaderos, y los comerciantes locales, que habían sido acosados mediante la extorsión y el secuestro por parte de las guerrillas; y en la que comenzaba a ponerse en práctica las estrategias más despiadadas para reprimir a los movimientos sociales, identificados como proclives a la subversión o colaboradores de la misma26.
Una característica de la violencia generada por los grupos armados en la región, ha sido el irrespeto de los derechos de la población civil (campesina y urbana). Las guerrillas, que se autoproclamaban como ejércitos del pueblo, desconocieron sus derechos y se ensañaron con este, tomándose a sangre y fuego varios municipios, asesinando a quienes no se encontraban de su parte, y desplazando a la población. Todo ello deslegitimó su proyecto político. Por su parte, el paramilitarismo implementó dos estrategias: arrasar los campos de la presencia guerrillera, desplazando o masacrando a la población civil, considerada por ellos como sospechosa; y tener una presencia permanente y pública en varios municipios de la región con el objeto de regular la vida cotidiana y transformar la estructura de la propiedad27. De manera que el paramilitarismo llegó inclusive a ser aceptado por no poca población de la región y del departamento de Santander, que poco a poco fue ganando adeptos desde comienzos de la década de 1980, con Puerto Boyacá como capital histórica del paramilitarismo, para convertirse en un mal endémico que tuvo su mayor expansión desde mediados de 1990.
Por sus características históricas de ciudad rebelde y radical, Barrancabermeja era una especie de trofeo mayor del paramilitarismo, de ahí que durante este período los paramilitares decidieran cercarla por el norte, desde el departamento de Bolívar, con el Bloque Central Bolívar; por el occidente, con el Bloque Ramón Isaza; por el Sur, con los bloques de Puerto Boyacá y del Carmen de Chucurí. Una estrategia de copamiento militar que se hizo con la complicidad de sectores de las fuerzas armadas, quienes cada vez que los paramilitares hacían un desplazamiento o una acción militar estas se retiraban para permitir su ingreso, además en muchas ocasiones fueron las encargadas de prestarles seguridad28. Un control facilitado, porque antiguos guerrilleros de
26 Medina, Carlos. Autodefensas, paramilitares y narcotráfico en Colombia. Orígenes, desarrollo y consolidación: el caso de Puerto Boyacá (Bogotá: Editorial Documentos Periodísticos, 1990); Romero, Mauricio. Paramilitares y autodefensas, 1982-2003 (Bogotá: IEPRI, 2005); y Romero, Mauricio. La economía de los paramilitares. Redes de corrupción, negocios y política (Bogotá: Debate, 2011).
27 Restrepo, Gloria Inés. “Dinámicas e interacciones en los procesos de resistencia civil”, en Revista
Colombiana de Sociología, núm. 27, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2006, pp. 175-176. 28 “Nos convertimos en una máquina de matar: Julián Bolívar”, en Verdad Abierta. Conflicto armado en Colombia. 29 de octubre de 2009, p. 5, www.verdadabierta.com (agosto de 2014).
la región se convirtieron en paramilitares, lo que les facilitó aún más su dominio territorial. Así lo describe Juan de Dios Castilla, líder de pastoral social de la diócesis, y quien con sus palabras ratifica el accionar paramilitar que a la postre incrementó ostensiblemente la violencia en la diócesis:
Cuando el campanero da la voltiarepa [se cambia de bando], cuando un poco de gente de la guerrilla se voltea, entonces los zanjaron, los antiguos jefes guerrilleros terminan siendo jefes de los paracos. Entonces lo que se da es un voltiarepa, ¿no?, y ellos, que conocían a todos los de la guerrilla de base, son los que se encargan de dar dedo o de ajusticiarlos, y empiezan las masacres; las hacen los mismos compañeros de ellos29.
El llamado por algunos “segundo intento de toma”30 de Barrancabermeja por parte del paramilitarismo, se dio a partir de 1998 por medio de la Masacre del 16 de mayo de 1998 en las comunas 5 y 6, que sembraron terror y pavor entre la población de la ciudad, como consecuencia de siete asesinatos y la desaparición de 25 personas31. La reacción por parte de la sociedad civil y de las organizaciones sociales, fue realizar un paro que duró varios días, el cual tenía por objeto reclamarle a las autoridades locales y nacionales la aparición de las personas que habían sido subidas con violencia a los camiones que transportaban a los paramilitares. Frente a dicha situación, el gobierno nacional envío una comisión gubernamental para intentar acabar con la movilización social que impedía el funcionamiento de la refinería y el bombeo de petróleo32.
Muchos líderes sociales fueron asesinados. Otros debieron marcharse de la región y del país. Según algunos testigos, un símbolo de la victoria paramilitar, anunciada con antelación por algunos medios de comunicación locales, fue que Carlos Castaño, máximo jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia, se tomó públicamente un café en el Parque de las Iguanas, en pleno centro de Barrancabermeja33. El accionar paramilitar fue de tal intensidad que logró expulsar momentáneamente a la guerrilla
29 Entrevista a Juan de Dios Castilla, 7 de febrero de 2014, [audio digital] transcripción, p. 37.
30 Hubo un primero intento infructuoso de toma de Barrancabermeja por parte del paramilitarismo, a comienzos de los años noventa pero que no se concretó por la fortaleza que aún tenía el ELN en la ciudad. 31 “El 16 de mayo de 1998 hacia las 8:30 de la noche, varios vehículos llegaron a Barrancabermeja,
transportando entre 30 y 50 hombres que en su poder tenían metralletas, pistolas, machetes y cuchillos. Iniciaron en la Tora el recorrido de la ciudad, dedicándose a recoger a sus víctimas, no sin antes maltratarlas y agredirlas. Pararon en una cancha de futbol en donde se realizaba un bazar, allí habían más de cien personas que fueron cercadas por los paramilitares, luego fueron golpeadas, otras apuñaladas y pateadas, no bastándoles, escogieron algunas que fueron subidas a los camiones. Continuaron su ronda, pasando por bares, billares, calles de los barrios, dispararon contra aquellos que huían y trataban de salvaguardar su vida, asesinaron a varios frente a sus casas, delante de la gente que se encontraba en los lugares que visitaron. Toda Barranca se enteró, menos la fuerza pública del lugar que tenía sus bases militares, puestos de policía como sus retenes, colindando con cada lugar, viéndoles pasar, pero nunca hizo presencia”. Memoria y Dignidad. “Masacre del 16 de mayo de 1998, Barrancabermeja, Santander”, http://memoriaydignidad.org/memoriaydignidad/index.php/casos-emblematicos/141-masacres-1980-a2010/647-masacre-16-de-mayo.
32 Vanguardia Liberal, 23 de mayo de 1998. 33 Entrevista a Eduardo Ortegón, parte 2, 11 abril de 2014 [audio digital] transcripción, pp. 4 y 5.
de Barrancabermeja, de Puerto Wilches, de varios lugares del Sur de Bolívar y de la parte que limita con Antioquia. Tras la toma militar, se generó luego un proceso de sometimiento social, político y económico, encaminado a infiltrar o tomarse el poder local en todo el departamento de Santander. Una acción apoyada evidentemente por ganaderos, terratenientes, fuerzas armadas, grandes y medianos comerciantes y los empresarios. Según testigos conocedores de la situación, la incursión paramilitar logró además “debilitar el tejido social organizativo popular en Barrancabermeja” y permear ideológicamente a ciertos actores sociales34. Los campesinos de la región y de los sectores populares urbanos, fueron obligados en varias ocasiones a movilizarse contra los diálogos de paz del gobierno de Andrés Pastrana y además, obligados a votar por políticos designados por los paramilitares35.
Una vez tomada la ciudad, el paramilitarismo procuró estrategias de control social, que incluían establecer una red de vigilantes, horarios de toques de queda y normativas sociales, con severas sanciones para sus infractores. Para ello utilizaron redes de taxistas, vigilantes y las juntas de Acción Comunal, y asesinaban o desplazaban a los líderes sociales que se mostraran reacios a someterse. La población que veía estos actos, que veía los crímenes, se acostumbró a una estrategia que les permitía sobrevivir, y que una niña del barrio Primero de Mayo definió como “ver, oír, callar”36. La falta de presencia del Estado y de su institucionalidad llevó a que el actor armado se transformara en un ente de justicia, al cual acudían muchos para que le solucionara sus problemas cotidianos, inclusive de relaciones de pareja: “Pero la impresión era cuando, era el paraco o era el guerrillero el que llegaba a solucionarle el problema al marido con la esposa”37.
Muchas mujeres, que ya habían sido victimizadas por medio del desplazamiento de sus lugares de origen, y estaban recién llegadas en barrios paupérrimos de la ciudad, fueron revictimizadas de muchas maneras, como por ejemplo, tener que prestarles servicios personales a sus victimarios38.
Por otra parte, cuando Álvaro Uribe Vélez asumió la presidencia de la República en el año 2002 y declaró a las guerrillas como grupos terroristas a la par se inició una sistemática campaña de criminalización del movimiento social y de sus líderes, que fueron tachados de guerrilleros vestidos de civil, o cómplices de la deslegitimada y macartiza guerrilla, ya, por esos años, desgastada en su imagen social y en su accionar político. Aún más, palabras como comunismo, socialismo, equidad,
34 Ibíd., p. 11.
35 Cuando el paramilitarismo se desmovilizó oficialmente, en 2005, muchos de sus hombres en la región organizaron bandas criminales con fines extorsivos, de narcotráfico, robo de gasolina y
asesinato de líderes sociales y sindicales. Estas bandas siguen activas en 2016, fecha de la redacción de este artículo. 36 Entrevista a Rosa Elena Mahecha, parte 1, 8 de noviembre del 2013, [audio digital] transcripción, p. 3. 37 Entrevista a Rosa Elena, p. 4. 38 Ibíd., parte 1, p. 8.
igualdad y similares, fueron demonizadas e impregnadas de una fuerte carga negativa, imagen aceptada por muchos sectores de la sociedad identificados más con los planteamientos tradicionalistas o defensores a ultranza del statu quo, un discurso trasmitido conveniente y sistemáticamente por los medios de comunicación. De esta manera, el gobierno complementó, hasta cierto punto, la acción iniciada por los grupos paramilitares, al enviar a la cárcel, bajo el delito de terrorismo y rebelión, a muchos líderes sociales que no se dejaron cooptar por lo sectores de derecha, en muchas ocasiones afines a los grupos paramilitares.
Imagen 3. Línea del tiempo elaborada por las mujeres de Mujer, Paz, Pan y Vida, donde se señalan, en la parte superior, las prácticas de resistencia de la Pastoral Social, de la Diócesis de Barrancabermeja y en la parte inferior, los procesos de victimización experimentados por la población femenina tras el arribo del paramilitarismo.
La acción conjunta del paramilitarismo y de sectores de las fuerzas armadas contra la población civil y la organización social en particular, fue abrumadora y ciertamente contribuyó a disminuir sensiblemente la dinámica organizativa y crítica de la cultura política radical de la población de Barrancabermeja y su entorno. El padre Eduardo Díaz, líder durante muchos años de Pastoral Social, es muy claro en ese sentido: “Los miembros de los movimientos populares: unos se murieron, otros se fueron y otros se quedaron quietos. O sea, el movimiento popular se vino abajo completamente y todavía están tratando de levantarse”39. Sin embargo, la semilla sembrada durante tantos años va a motivar acciones de resistencia y solidaridad, en las cuales la Diócesis de Barrancabermeja jugó un rol de primera línea.
39 Entrevista a Eduardo Díaz, parte 1. Barrancabermeja, 24 de octubre de 2013 [audio digital], p. 5.
Imagen 4. Obispos Diócesis de Barrancabermeja.
Esta nueva situación reorientó el sentido de la Pastoral Social de la Diócesis de Barrancabermeja, que pasó a la defensa y protección de la población y de sus líderes sociales, como respuesta a las acciones de los paramilitares y sus aliados. Todo esto se dio especialmente durante la administración de los obispos Juan Francisco Sarasti (1984-1993) y Jaime Prieto Amaya (1993-2009)40. Este último confió la Pastoral Social a líderes laicos y clérigos muy bien formados, que realizaron una labor destacada en defensa de los derechos humanos. Entre ellos se encuentran Ubencel Duque, Juan de Dios Castilla, el padre Eliécer Soto Ardila, Eduardo Ortegón e Irene Villamizar. Asimismo, Pastoral Social trabajó de manera mancomunada con el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, PDPMM, entidad creada en 1995 por varias organizaciones sociales y la Iglesia, de estas organizaciones se destaca la Compañía de Jesús y la propia Pastoral Social diocesana, que se organizaron para luchar por la paz a través del desarrollo económico y social de la región. Un proceso organizativo, que como se ha dicho, venía consolidándose en la parte de la defensa de los derechos humanos desde mediados de la década de 1980, cuando el accionar paramilitar empezaba a cobrar la vida de los dirigentes sociales de izquierda.
40 Jaime Prieto Amaya nació en Bogotá en 1941. Fue ordenado sacerdote para la Diócesis de Facatativá en 1965. Estudió luego ciencias sociales en el Instituto Católico de París, donde se empapó de las nuevas corrientes teológicas y sociales. Al regresar, su trabajo estuvo inmerso de lleno en cuestiones sociales, siendo, además de cura párroco, director diocesano de Pastoral Social y vicario diocesano de pastoral y secretario del Departamento de Pastoral Social del CELAM. En 1993 fue consagrado Obispo y asignado a la Diócesis de Barrancabermeja. El lema de su escudo episcopal fue “Justicia y Paz”. Falleció en agosto del 2010, en Bogotá.
Una primera línea de acción por parte de la Iglesia fue convocar a las asociaciones sociales, para ofrecerles abiertamente su apoyo y de esta manera proporcionarles cierto blindaje, utilizando su nombre y poder simbólico para proteger a todos sus miembros. Es así como desde un comienzo el obispo Prieto Amaya participaba como asesor y conferencista en asambleas, reuniones, jornadas y foros sindicales de derechos humanos. También aprovechaba reuniones con las autoridades civiles a las cuales era invitado por su cargo, para hablar a favor de la población y denunciar las atrocidades cometidas por los paramilitares, la guerrilla y las fuerzas armadas. Asimismo, participaba –muchas veces a la cabeza– en marchas y movilizaciones a favor de la vida y los derechos humanos y hasta en movilizaciones propias de la clase obrera, como la fiesta del 1 de Mayo41.
Pero era necesario generar una unidad en todas las organizaciones sociales. Por ello, bajo el aliento y acompañamiento de Pastoral Social, los sectores sociales y políticos, constituyeron en 1987 la Corporación Regional para los Derechos Humanos (CREDHOS). En su fundación participaron Juan de Dios Castilla, quien entonces era el director de Pastoral Social, Irene Villamizar y Lilia Mantilla, los cuales formaban parte del equipo de promotores de la Pastoral Social; posteriormente ingresan Ubencel Duque y Eduardo Ortegón, en su condición de coordinadores de la comisión de Vida, Justicia y Paz. Todos trabajaron para que los derechos humanos dejaran de ser considerados como un asunto ideologizado, ligado a una corriente política, sino a “[…] un constitutivo esencial del ser humano y que por tanto es competencia de todo movimiento social y político y deber de los estados”42. Según Duque, el trabajo que realizó CREDHOS en lo referente a las denuncias sobre desplazamiento y a la protección de los derechos humanos fue notable, ya que la situación en Barrancabermeja y El Magdalena Medio era muy delicada, pues la escabrosa tasa de homicidios alcanzó a comienzos del año la cifra de 200 asesinatos por 100.000 habitantes, superando con creces el promedio nacional43, lo que ponía en evidencia la degradación, sevicia y sistematizada del accionar de las operaciones militares, principalmente de los paramilitares que estaban en ese momento a la ofensiva. Uno de los retos que CREDHOS debió afrontar fueron los éxodos campesinos que comenzaron a darse masivamente desde la segunda mitad de la década de 1990, como consecuencia de las masacres, asesinatos selectivos y violencia generalizada en contra de la población civil presentados en toda la región del Magdalena Medio44, lugar de irradiación de la diócesis. Al tiempo, esta organización venía trabajando en mejorar
41 Entrevista a Eduardo Ortegón, parte 2, pp. 8-9.
42 Barba Rincón, Jaime, Op. Cit., p. 202.
43 Barrancabermeja pasó de tener una tasa de 13,68 homicidios por cada 100.000 habitantes en 1997, a 216/100.000 en el año 2000. La vecina Yondó, tuvo una tasa de 312/100.000 habitantes ese último año. Fuente: Moreno Javier, y Peláez, Alejandro. Tasas de homicidios en Colombia. 1999-2013, http://finiterank. github.io/homicidios (junio de 2016). A partir de información del Departamento Nacional de Estadística-DANE y Policía Nacional de Colombia.
44 Entrevista a Ubencel Duque, 7 de noviembre de 2013, [audio digital] Transcripción, p. 7.
las condiciones de vida de las poblaciones más vulnerables para intentar evitar su reclutamiento por parte de los diferentes actores armados ilegales. Dice al respecto el padre Jorge Eliécer Soto:
O sea, sabíamos que nosotros no íbamos a hacer la justicia social ni la revolución social, pero sí que había que ayudarles a los pobres a mejorar sus condiciones de vida. Entonces había un programa urbano que tenía dos componentes: el componente de ayudar a mejorar las condiciones de vida de los hogares, un programa de mejoramiento y viviendas, pero también había un programa de conciencia de posicionamiento de la autonomía y del no vinculo a los actores armados del conflicto. Ya existía el reclutamiento de niños, el ELN reclutaba peladitos de 5º primaria, yo tuve en la parroquia de Cimitarra un peladito que salía de la escuela con un maletín que pesaba más que el pelado, porque era que allí llevaba el fusil desarmado y que al salir de la escuela iba a polígono […] Entonces, el reclutamiento de niños fue tremendo en esa época también. Entonces nosotros como iglesia, cuando notamos esa vaina y nos dimos cuenta, pues empezamos un trabajo de acompañamiento en las comunidades para defender la autonomía y el no reclutamiento de niños, el no reclutamiento de estudiantes de los colegios45.
Cuando se llevó a cabo la masacre de mayo de 1998, Pastoral Social reaccionó inmediatamente y en conjunto con las organizaciones sociales de la ciudad se convocó a un Paro Cívico y se movilizó a la población a través de marchas, donde se envió un claro mensaje de rechazo a las acciones que se realizaban por parte de los paramilitares. Se buscaba impedir que sucediera con Barrancabermeja y su entorno lo que ya había ocurrido en otras regiones, en las que después de una masacre, las comunidades se quedaban sin capacidad de respuesta y sucumbían al sometimiento de los actores armados ilegales sin resistencia alguna. La idea fue congregar a todos los sectores unidos en torno de una estrategia de resistencia civil con criterios ecuánimes de civilidad y autonomía ciudadanas, frente a los actores armados. Este paro cívico fue un “[…] un paro de rechazo, en el que la organización cívica reunía sectores de defensores de derechos humanos, a los sindicatos, a las agremiaciones del transporte público, a los centros educativos privados y sindicatos del magisterio y a la Pastoral Social, entre otros”46, que incluía el cierre de la planta de refinería de Ecopetrol y del transporte del petróleo. Se cerraron comercios, escuelas, universidades, y “[…] todos apoyaron el control de la disciplina social para evitar que los armados de cualquier bando aprovecharan el movimiento cívico para sabotear con acciones de terrorismo el reclamo justo y pacífico de la ciudadanía”47. Se vigiló que no se desataran acciones violentas y el Estado no tuvo excusas para desconocerlo o vincularlo al terrorismo.
El obispo de la diócesis, Jaime Prieto, “[…] asumió personalmente el acompañamiento con el apoyo del equipo de Pastoral Social; se comenzó el acompañamiento espiritual a las familias victimizadas, se articuló lo litúrgico con lo profético de modo que las
45 Entrevista al padre Jorge Eliécer Soto, parte 1, p. 10. 46 Barba Rincón, Jaime, Op. Cit., p. 206. 47 Ibid, p. 206.
exequias de las víctimas se constituyeran en actos de fe, que permitió a las familias de las víctimas y a la comunidad no perder el horizonte, no caer en la impotencia extrema que inmoviliza, ni en la histeria que lleva al caos”48. También participaron líderes de iglesias cristianas no católicas de espíritu ecuménico. La idea era mostrarle con vehemencia a los paramilitares, a las guerrillas y al propio ejército que “Barrancabermeja no iba a permitir más masacres y atropellos”49.
Este trabajo coordinado entre diferentes organizaciones sociales lideradas por la Iglesia Católica dio sus frutos. Por una parte, el Estado tuvo que implementar programas y medidas de atención a la población civil, que infortunadamente para Colombia, no se habían asumido en otros lugares del país en donde habían ocurrido masacres, desplazamientos y desapariciones, así se logró que en la región las autoridades comenzaran a buscar a los desaparecidos y a proteger a los líderes sociales; además, el Estado se comprometió a hacer una investigación interna a los miembros de la fuerza pública para establecer posibles connivencias y alianzas con los paramilitares. El mismo comandante de la V Brigada del Ejército llegó a ser sancionado por omisión y complicidad, al igual que otros militares de ese regimiento y de la Policía Nacional con sede en Barrancabermeja50.
Ciertamente las muertes no cesaron y nuevos asesinatos se dieron, “pero no en la proporción que esperaban los violentos”51. Así, según el padre Jaime Barba Rincón, “[…] muchas vidas se salvaron gracias a la demostración de unidad de la comunidad y de la resistencia auténticamente civilista y pacífica”52. Y si bien los paramilitares se tomaron la ciudad, debilitando el movimiento social estos no pudieron acabarlo, ni borrar la organización popular, ni a los sindicatos, “a pesar de haber logrado posicionar sus fichas en los gobiernos locales y penetrar varios organismos estatales”53.
Una acción más contundente por parte de Pastoral Social fue apoyar directamente a las organizaciones comunales amenazadas en su territorio, desafiando a las bandas paramilitares que permanentemente las acosaban. Esto era algo muy delicado y hasta temerario, pero se logró gracias a la fe de los religiosos y a la confianza por parte de las organizaciones sociales en el poder simbólico de la Iglesia. Así, cuando el paramilitarismo se tomó las Juntas de Acción Comunal de Barrancabermeja, la Pastoral Social decidió intervenir con el programa Comunas: territorio de no violencia, en
48 Ibid, p. 206. 49 Ibid, p. 206. 50 Prensa Colectivo. “Este sábado en la ciudad de Barrancabermeja, el Comandante de la Quinta
brigada del Ejército pedirá perdón por asesinato de una de las víctimas de la masacre del 28 de febrero de 1999”, Colectivo de abogados José Alvear Restrepo, Bogotá, 27 de mayo del 2013, http://www. colectivodeabogados.org/Comandante-de-la-Quinta-brigada (septiembre del 2014); “Capturados tres oficiales por masacre de 32 personas en Barrancabermeja en 1998”, El Colombiano, Medellín, 17 de enero del 2014, http://www.elcolombiano.com/historico/capturados_tres_oficiales_por_masacre_de_32_
personas_en_barrancabermeja_en_1998-KAEC_278211 (agosto de 2014). 51 Barba Rincón, Jaime, Op. Cit., p. 207. 52 Ibíd. 53 Ibíd.
conjunto con el Programa para el Desarrollo del Magdalena Medio (PDPMM). Juan de Dios Castilla, miembro de Pastoral Social en la época, da más detalles:
No nos metimos en las comunas calientes; escogimos una comuna intermedia que era el dormitorio de ellos [los paramilitares]. Ellos normalmente vivían en la comuna cuatro y todo el mundo en Barranca sabía que ellos […] Buenavista, El Cerro, Cincuentenario; allá dormían, allá vivían los paracos; las acciones las hacían en otra parte. Entonces dijimos: no nos metamos en terreno de guerra todavía, midamos fuerzas en donde las cosas no están tan calientes, en donde para ellos no es conveniente generar situaciones de atropello54.
La idea era no chocar directamente con los paramilitares, pero sí quitarles posibles bases comunitarias a través de actividades concretas de desarrollo social. Cuando el proceso maduraba y se veía que la comunidad adquiría fortaleza, se procedía a realizar una acción simbólica, que consistía en movilizar a toda la comuna para declarar su territorio en un escenario comprometido con la no violencia. En ese momento la Comuna rompía con las FARC, el ELN o los paramilitares y se procedía a realizar acciones de denuncia de sus crímenes y atropellos, al tiempo que se festejaba la vida. Para ello se empleó el carnaval, dado el temperamento festivo y alegre de los barranqueños. Así, se realizaron varios carnavales de la no violencia en los que se congregaba a la población y se enviaban mensajes claros. El punto de maduración fue tal, que cuando se preparaba el cuarto carnaval, en el barrio Primero de Mayo –perteneciente a la Comuna 5, antiguo fortín del ELN y muy golpeada por el paramilitarismo– los paramilitares intentaron evitar su celebración, ante lo cual la comunidad optó por desafiar esa orden:
Dos días antes mataron dos cabecillas de los paracos y la paracamenta citó a los dirigentes de Acción Comunal y les dijeron: “¡ustedes desmonten esa vaina porque no saben lo que va a pasar!”. Y la gente tomó la decisión: ¡no!; ¡no eran nuestros!; el luto es de ustedes! Así les dijo un dirigente de (l) [barrio] La Esperanza, José55; muy bueno. “El luto es de ustedes; nosotros no vamos a hacer fiesta con orquesta ni nada, simplemente las representaciones culturales, pero nosotros no vamos a desmontar eso; ¿pa’qué? ¿Pa’que después digan que nosotros somos como ustedes? […] Que entonces asumiéramos las consecuencias de lo que íbamos a hacer. Nosotros nos fuimos a marchar y los que sabíamos qué había pasado íbamos tensionados y nosotros que pasábamos, y las motos [de los paramilitares] que nos espantaban... Pero llegamos allá y afortunadamente no hubo nada. Yo me hice al lado de José porque yo dije: “no: ¡Ah! este es el hombre que defendió el Carnaval no lo puedo dejar solo!56.
Por otro lado, existieron varios subproyectos con los que se recuperó los espacios comunitarios que habían sido tomados por los grupos armados, utilizando elementos culturales, artísticos y deportivos y a los cuales se buscaba atraer a los jóvenes,
54 Entrevista a Juan de Dios Castilla, parte 1, pp. 37-38. 55 Nombre cambiado por seguridad. 56 Entrevista a Juan de Dios, p. 33.
ocupando espacios públicos, como canchas y potreros, que eran utilizados como lugar para asesinar jóvenes, lugares que se habían convertido en sitios de miedo y muerte. Se promovió la realización de murales con claros mensajes en torno a la no violencia, “[…] de manera que muchos lugares donde se habían cometido masacres también fueron lugares de recuperación de memoria histórica, a través de los murales”57.
El programa Comunas, territorios de no Violencia, tenían además el fin de impulsar, desde las parroquias urbanas y rurales, un proyecto de participación para que las comunidades tomaran decisiones sobre las inversiones municipales. Era democracia participativa, pues buscaba convertir a la población en agente político activo, garante y vigilante de los gobernantes.
Otro programa paralelo de resistencia, fueron aquellos encaminados a promover acciones organizadas para reivindicar la no violencia. El más famoso, quizá es la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare (ATCC), fruto de un proceso de formación campesina llevada a cabo en la región sur de la Diócesis de Barrancabermeja en los años ochenta, con el acompañamiento del padre Luis Carlos Arbeláez, entonces párroco de Cimitarra58. Este acompañamiento inició en mayo de 1987, cuando varios miembros de la comunidad del corregimiento de la India, en Cimitarra, Santander, fueron acusados por el ejército de ser cómplices o integrantes de la guerrilla, y recibieron la orden de abandonar la región. La respuesta que la comunidad dio a este ultimátum se convirtió en el mito fundacional del proceso organizativo de la ATCC, que decidió quedarse en la zona sin unirse ni darle apoyo a ningún grupo armado (guerrilla, paramilitares y ejército). De manera que desde un inicio la ATCC se concibió como una Comunidad de Paz y realizó pactos con cada uno de estos grupos para que los campesinos no fueran incluidos en el conflicto. Todo este proceso se dio con el apoyo y el aliento de la Pastoral Social de la Diócesis de Barrancabermeja, que desde un comienzo dio orientaciones y formación a los campesinos, y apoyó integralmente la propuesta:
Se les apoyó en la definición de su estructura organizacional y conformación, para que como ATCC, pudieran tener claros los mecanismos para afrontar los efectos de las agresiones a las que eran sometidos tanto por grupos armados de izquierda, como por el llamado Movimiento Muerte a Secuestradores (MAS) y por organismos del estado, así como los modos y procedimientos para implementar procesos de desarrollo en sus comunidades y gestionar los mecanismos de protección a sus miembros59.
57 Entrevista a Juan de Dios, pp. 33 y 34.
58 Un completo informe sobre esta organización se encuentra en: Grupo de Memoria Histórica. El Orden Desarmado. La resistencia de la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare (ATCC) (Bogotá: Centro Nacional de Memoria Histórica, PNUD, 2011).
59 Barba Rincón, Jaime, Op. Cit. pp. 199 y 200.
Según los testimonios, la fe y la espiritualidad fue clave para apostar por una estrategia de diálogo y no violencia, a pesar de las acciones de exterminio que se emprendían en contra de los líderes campesinos60. La estrategia creada por la ATCC para exigir a los actores armados no violentar la población se denominó La Trocha Ciudadana. El padre Eliécer Soto, exdirector de Pastoral Social, la explica:
Es parecido a la constituyente, pero era como comités cívicos que citaban a una especie como de mesas de trabajo a las autoridades locales y departamentales para analizar un problema. Entonces la ATCC empleaba algo muy parecido, que después se le llamó Trocha Ciudadana; la intervención de la ATCC era exigirle al gobernador: “¡hombre!, ¡mándenos a su secretario de gobierno! Vamos a sentarnos con el general y el coronel, vamos a hablarle al coronel y a exigirle que nos respete y vamos a hacer compromisos”. Entonces se hacía un pacto con el ejército de no agresión; pero que la iglesia y la comunidad se compromete a no hacerles juego a la guerrilla. Pero eso mismo hicieron ellos con la guerrilla: la ATCC citó a los comandantes de las FARC y les dijeron: “hermanos, ¡nosotros no queremos que nos jodan la vida!, ¡queremos que nos dejen en paz!, y vamos a firmar un acuerdo”, o sea, lo que hicieron ellos allá fue firmar, establecer relaciones, diálogos de paz61.
Los pactos establecidos en el Carare, sin embargo, no fueron estables, pues estuvieron sometidos a las dinámicas y demandas estratégicas de la guerra. Esto llevó a nuevas acciones en contra los líderes y base de la ATCC. Ante el incumplimiento de los pactos la Asociación incorporó nuevos mecanismos de confrontación como el debate público y la denuncia. Estas acciones llevaron al asesinato de los líderes a comienzos de 1990 y a la radicalización del conflicto.
60 Hernández Delgado, Esperanza. Intervenir antes de que anochezca. Mediaciones, intermediaciones y diplomacias no violentas de base social en el conflicto armado colombiano (Bucaramanga: Universidad Autónoma de Bucaramanga, Instituto de estudios políticos, 2012) pp. 211 y 232.
61 Entrevista al Eliécer Soto, parte 1, pp. 8 y 9.
Pese a todo, la labor de esta organización pronto traspasó fronteras y recibió en 1990 el Premio Nobel Alternativo de la Paz dado por la organización sueca The Rights Livelihood Award, al tiempo que recibía la apatía de la mayoría de la población colombiana, que confinada en las ciudades observaba el conflicto armado colombiano por televisión, como si se desarrollara en otro país. No obstante, a partir de 1991 la ATCC logró posicionarse como asociación promotora de paz, lo que ayudó a que finalmente se detuvieran los asesinatos. La mediación se afinó y se estructuró mejor. En el período 2002-2010 la mediación para los representantes de la ATCC resultó ser más compleja, sobre todo por los vínculos de los actores armados con el narcotráfico. Se registró la desmovilización de las AUC y la correspondiente aparición de las Águilas Negras o Bacrim, lo que a la postre ocasionó que algunas instituciones del Estado fueran permeadas una vez más por estos actores reencauchados; además, la muerte del comandante guerrillero de la zona también dificultó la posibilidad de continuar con estos acuerdos. Así el conflicto tomó una orientación claramente económica y la acción de los actores armados cambió de estrategia, haciéndose más difusa, lo que ha dificultado la mediación y exige una mayor formación y capacitación de los mediadores62.
Otra comunidad campesina acompañada por la Pastoral Social fue la ubicada en el Valle del Río Cimitarra, iniciativa impulsada por el obispo Juan Francisco Sarasti a fines de los años ochenta y que brindó su acompañamiento en la defensa de los derechos humanos, en la educación a los campesinos y en la formación en el ejercicio de la no violencia activa. Esto, a raíz de un bombardeo realizado por el ejército colombiano a los corregimientos de la Concha y el Bagre, del municipio de Yondó (Antioquia) por la supuesta presencia en estos lugares de guerrilleros. Este accionar violento provocó aproximadamente 300 desplazados campesinos:
Monseñor Sarasti hace una visita y luego da la directriz; bueno, la pastoral social entra y hace el acompañamiento […] se crean estructuras de organización campesina con la gente, de resistencia no solamente a las acciones de violación de derechos humanos que venía haciendo las fuerzas armadas, sino también a las acciones de violación de derechos humanos que venía haciendo la guerrilla allá en la zona. Y empezamos a manejar un concepto de no violencia […] de no violencia activa63.
La labor mediadora de estas organizaciones fue apoyada y complementada con una estrategia denominada Diálogos pastorales de paz, y llevada a cabo mancomunadamente por los obispos de la las diócesis de Barrancabermeja, Juan Francisco Sarasti (19841993) y Jaime Prieto Amaya (1993-2009) y del Socorro y San Gil, Leonardo Gómez Serna (1986-2001). A través de estos diálogos los obispos intercedían frente a los actores armados para defender los derechos de los pobladores y mediar ante ellos para que no involucrasen a la población civil en el conflicto armado. Por ello, estos obispos fueron acusados por parte de la Fiscalía General de la Nación y de los altos mandos del ejército de ser estafetas, aliados de la guerrilla o guerrilleros de sotana. Así, lo recuerda el padre Eliécer Soto:
62 Hernández Delgado, Op. Cit., pp. 232 y 237. 63 Entrevista a Eduardo Ortegón, parte 1, pp. 6 y 7.
Cuando el Estado prohibía los diálogos, el acercamiento, la iglesia entendía que no podía dejar solos a los campesinos. Entonces cuando la Iglesia dialoga con la guerrilla no era para hacerle el juego a la guerrilla; era precisamente para fortalecer la posición de civilidad de los campesinos […] A monseñor Leonardo Gómez Serna, a monseñor Jaime Prieto Amaya, a otros obispos que promovieron esos diálogos pastorales se les miraba como curas guerrilleros, como obispos rojos64.
Tras esta y otras experiencias, especialmente luego de la arremetida paramilitar sobre Barrancabermeja, a fines de los años noventa, Pastoral Social de la Diócesis de Barrancabermeja decidió dar un paso más e incursionar de nuevo en procesos políticos. Las protestas de 1998 a 2001 habían cumplido con su propósito de generar un rechazo a los grupos armados. Ante este comienzo de resistencia era necesario proponer nuevas acciones. Por eso nace el programa Barrancabermeja, ciudad región de paz –BCRP– con el apoyo de la Unión Europea y Cáritas, un programa que apuntaba a “[…] promover el acercamiento de todos los sectores sociales, atomizados y polarizados en torno al conflicto y sus actores armados, una apuesta por la recuperación de la autonomía civilista de los pobladores por la recuperación de la institucionalidad […]”65.
Se creó además la Comisión Cívica de Convivencia Ciudadana, que buscó convencer a los gobiernos municipales que ejercieron funciones de 2003 a 2010 para tomar en serio la búsqueda de la paz, teniendo los lineamientos emanados de Pastoral Social. Además, el programa BCRP procuró promover la democracia participativa en espacios como mesas de trabajo y de concertación entre ciudadanos y gobiernos locales. Estas mesas no se dieron solo en Barranca, ya que también lograron irradiar su trabajo en nueve municipios del Magdalena Medio (entre 2003 y 2005). Luego se emprendieron nuevos programas para apoyar la reivindicación de los derechos de quienes vivían de alguna forma de marginación (económica, social y cultural), con el apoyo de agencias católicas internacionales, como la Agencia de Cooperación internacional de la Iglesia Católica de Escocia.
También se procuró la formación de líderes con conciencia política que se deslindaran de la polarización política a que estuvo sometida la diócesis y el país en general desde el año 2000 en adelante, una acción más que buscaba enfrentarse a una cooptación masiva de la población por parte de los paramilitares, que parcialmente lograban incidir en el mundo político, local, regional y nacional66.
Otra línea de acción en este proceso de conformación de organizaciones de resistencia no violenta activa se dio en el ámbito femenino por medio de la entidad Mujer, Paz, Pan y Vida, creada por la Pastoral Social de la diócesis, que tenía como propósito orientar acciones en torno a la defensa de los derechos de las mujeres y a la unidad familiar, que eran las personas e instituciones sociales más golpeadas por la violencia. Entre las
64 Entrevista a Eliécer Soto, pp. 8 y 9. 65 Barba Rincón, Op. Cit., p. 208. 66 Entrevista a Juan de Dios Castilla, parte 1, pp. 12-14.
muchas actividades realizadas se encuentra la creación de un Comité Educador, que buscaba promocionar y educar a las mujeres, muchas de ellas aún analfabetas y sujetos de todo tipo de abusos. Dicho comité se multiplicó rápidamente en varias de las comunas del sector nororiental de Barrancabermeja, por medio de la realización de talleres y conferencias en donde se promocionaban los derechos de la mujer, la educación sexual, el fortalecimiento de la autoestima y el fomento de proyectos productivos. Por todo ello en varias ocasiones se entró en conflicto con los esposos, e inclusive con miembros de otras iglesias cristianas, que veían dichas acciones como perversas y destructivas del orden social. Rosa Elena Mahecha al respecto comenta que:
Estos programas buscaban visibilizar el papel de la mujer en la Iglesia y en la sociedad, y en parte nosotros lo empezamos qué es el poder, sí, qué es el poder, por medio de esas necesidades, tengo problema de hambre, tengo problema de salud, tengo problema de vivienda, ¿será que yo tengo el poder para darle solución a eso o me toca esperar? Entonces ahí qué dice la gente: yo tengo el poder para solucionar, ¿y cómo demuestro yo el poder? Con mi creatividad, con mi trabajo, y yo soy la que decido cómo hacerlo […] además de otros temas como los valores, la autoestima, vienen los esposos a decir: “¡la están echando a perder!”. Hubo varios, yo tengo historias, pues, hasta iban pastores evangélicos a la casa a decir: “¡usted está pervirtiendo a las mujeres!”, con biblia en mano. Y con biblia en mano yo también les contestaba. Y decían, por ejemplo, frases como: “reunión de mujeres, perdición de hombres” […] Asimismo hubo muchachas, familias, que fueron golpeadas por llegar a decirle al esposo […] entonces hablamos de salud sexual y reproductiva, los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, la historia de los derechos de las mujeres en Colombia67.
Gracias al trabajo desarrollado por esos comités, muchas mujeres pudieron alfabetizarse y formarse en sus derechos.
El conflicto armado avivó el interés de trabajar por el desarrollo social de las comunidades. Así, Pastoral Social se convirtió en uno de los socios fundadores del Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio –PDPMM–, que ha sido ampliamente estudiado en otras investigaciones68. No podemos, sin embargo, dejar de dedicar algunas líneas sobre la importancia de este Programa en la resistencia y el afrontamiento de la violencia y sus consecuencias en la región; máxime si venimos estudiando cómo la Iglesia Católica ha contribuido en esta región a crear escenarios de resistencia pacífica ante los violentos por medio del apoyo a las comunidades más débiles o del liderazgo social.
El PDPMM es un programa que enfrenta la exclusión comunitaria mediante la construcción de lo público y la defensa de los Derechos Humanos. “Los objetivos de los procesos se centran en combatir las relaciones comunitarias que faciliten el
67 Entrevista a Rosa Helena Mahecha Cárdenas, sesión 1, 8 de noviembre de 2013, [audio digital] transcripción, p. 8.
68 Molano, Alfredo. En medio del Magdalena Medio (Bogotá: CINEP, 2009).
mantenimiento de la guerra, la violencia y la continuidad de las comunidades de guerra. Se trata de un proceso alimentado por los proyectos de 29 municipios y asociaciones ciudadanas de la región”. EL PDPMM cuenta con una estrategia de comunicaciones soportada en la Diócesis de Barrancabermeja, “[…] que articula la relación de los participantes, a la vez que sirve como canal de difusión para denunciar situaciones críticas del conflicto armado”69.
En 1992, la USO y las directivas de Ecopetrol coincidieron en aportar al desarrollo del Magdalena Medio por medio de proyectos productivos y de la búsqueda de la paz, dado que esta región a pesar de la riqueza que generaba, poseía cerca de un 80% de sus habitantes en condiciones de pobreza, con unas condiciones de violencia extremas. Es así como en 1994 esas organizaciones contactan al Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP) de los Jesuitas y a la Sociedad Económica de Amigos del País (SEAP) para que les ayudaran en este proyecto. El resultado fue el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio PDPMM, que inició labores con un diagnóstico de la región en 1995. Un programa, inicialmente pensado por una organización empresarial y sindical y que fuera asumido por la Iglesia Católica, indica la estrecha comunicación que existía entre los tres entes y la confianza que se tenía en la Iglesia como promotora de desarrollo y defensa de los derechos humanos.
En efecto, Ecopetrol, la USO, el CINEP y la SEAP le pidieron a la Diócesis de Barrancabermeja que respaldara el programa “[…] pues se consideraba que con su apoyo los actores armados se abstendrían de obstaculizar el desarrollo de la propuesta: Monseñor Jaime Prieto delegó gran parte del equipo de Pastoral Social para elaborar este diagnóstico”70. Durante los años 1995 a 1997 el equipo de Pastoral Social recorrió treinta municipios del Magdalena Medio con el objeto de hacer el diagnóstico requerido. Y tras el éxito del diagnóstico, el equipo creador del PDPMM pidió al obispo Prieto Amaya que los apoyara con el personal que se necesitaba. En 1998 la alianza SEAP-CINEP se terminó por diferencias de enfoques y se invitó a la Diócesis de Barrancabermeja a ocupar el lugar del SEAP. En respuesta la diócesis creó la Corporación Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, cuya labor ha sido vital para la defensa de los derechos humanos de la población y el impulso de programas de desarrollo, efectivos y concretos, con el respaldo de muchas entidades nacionales e internacionales que ayudan a financiar el programa.
Como se ha visto en la región del Magdalena Medio, la resistencia a la guerra, a los violentos y a sus consecuencias sociales y de un dramatismo exacerbado (sociales, políticas y económicas), también fue liderado por la Diócesis de Barrancabermeja; un proceso largo, complejo y con múltiples acciones fundamentadas en la fe, en la
69 Molina Valencia, Nelson. Resistencia comunitaria y transformación de conflictos. Un análisis desde el conflicto político-armado de Colombia, (tesis doctoral), Barcelona, Universidad Autónoma de Barcelona, Biblioteca virtual TDR, 2004, pp. 272-273, http://www.tdx.cat/bitstream/handle/10803/5438/nmv1de1.pd f;jsessionid=761310E6B1DB018C94F030F965567701.tdx2?sequence=1(febrero de 2014).
70 Barba Rincón, Jaime, Op. Cit., p. 204.
resiliencia de las víctimas y en la solidaridad de múltiples actores. Lo que se presenta en esta ocasión es una síntesis analítica de este proceso con el ánimo de continuar profundizando y dando a conocer estas valiosas experiencias de resistencia pacífica para guardar la memoria de un trabajo hecho mancomunadamente por obispos, sacerdotes, mujeres, hombres y niños, que han buscado en su fe, en la Iglesia Católica y en organizaciones sociales el apoyo necesario para no dejarse abrumar ni destruir por la avalancha de dolor y de sangre presente en la cotidianidad de la gente del Magdalena Medio.
Este proceso de resistencia fue posible gracias a la particularidad de la diócesis y de la región. En los años sesenta se trataba de una iglesia nueva, surgida en una región convulsionada y agitada, que no admitía una institución eclesiástica acomodada al poder y a los privilegios; es decir, la gente tampoco estaba muy dispuesta a identificarse con una iglesia pasiva, máxime cuando vivía en una región de frontera y proclive a la organización social y a la resistencia, lo que en últimas permitió que hasta la actualidad llegue el eco de una iglesia comprometida con los pobres. Además, se trataba de una iglesia diocesana que surgió en una época de cambios pastorales dentro del catolicismo, como consecuencia del Concilio Vaticano II y la II Conferencia del CELAM en Medellín 1968. Una diócesis liderada por un núcleo sacerdotes jóvenes, formados en universidades cosmopolitas y no en los seminarios –esto es muy importante– de sus colegas colombianos, además educados en las líneas teológicas y pastorales de vanguardia, un tanto distintas a la de la mayoría de sus hermanos del país que se educaban bajo la férula de las corrientes más tradicionalistas de la clerecía. La visión y compromiso social de estos religiosos regulares y seculares favoreció que se mostraran compactos ante la adversidad de la guerra. Su influencia fue tal, que incluso los obispos de la línea tradicionalista como Monseñor Bernardo Arango, los dejaron actuar por su dinamismo y compromiso pastoral que se traducía en buenos resultados clericales para la iglesia. Otros, como Monseñor Sarasti o Prieto Amaya, fueron motivados a asumir posiciones claras de compromiso para acompañarlos con sus liderazgos y legitimidad frente a la población y a los procesos desarrollados por este clero virtuoso y dado al servicio de los más necesitados.
En efecto, el rol jugado por los obispos también fue clave dado que sin su apoyo seguramente las acciones generadas desde la base clerical se hubiesen truncado y generado rupturas como, por ejemplo, lo sucedido en la vecina Arquidiócesis de Bucaramanga, por la misma época del aggiornamento clerical barranqueño71.
Entre los obispos de la diócesis todos los testigos barranqueños resaltan la memoria de Monseñor Jaime Prieto Amaya, a quien no dudan en calificar como un profeta, por sus numerosas denuncias de los atropellos a campesinos, líderes sociales y organizaciones civiles de la diócesis, por su disposición a interceder en favor del pueblo ante el gobierno y los poderosos de la región, y por su apoyo a los procesos de resistencia y desarrollo comunitario a nivel rural y urbano.
71 Entrevista a Juan de Dios, p. 40.
La llamada Teología de la liberación, que motivó muchos de los procesos llevados a cabo en la diócesis, y que en su momento fue vilipendiada por sectores tradicionalistas de la Iglesia, en las décadas de los años ochenta y noventa y aún en épocas más recientes, finalmente logró incidir en las bases laicales y clericales; sobresalen la autonomía y la participación del laicado, la idea del pecado social y otros elementos que eran considerados por los sectores más conservadores de la Iglesia como contrarios a las doctrinas de la iglesia y que actualmente en la misma iglesia colombiana se consideran normales y de sentido común. La rudeza y crueldad del conflicto armado colombiano también ha contribuido a un cambio en la perspectiva teológica de los obispos, quienes vieron que luchar por los derechos humanos, la defensa de la vida, la protección del débil y de los desamparados y aún la interpelación y diálogo con los agresores, era algo urgente, necesario y justo en la misión pastoral diocesana.
Ahora, la actitud resuelta de muchos sacerdotes, laicos y obispos en torno a la agresión de los grupos armados fue posible gracias al poder simbólico que la Iglesia Católica como institución posee en todos los actores del conflicto: en agresores y agredidos, en víctimas y en victimarios. Así, los diálogos pastorales fueron posibles porque, tanto guerrilleros, como paramilitares y militares asumían una posición de cierto respeto por la Iglesia, considerada por unos y otros como una institución sagrada. Ciertamente, cinco siglos de presencia cuasi hegemónica del catolicismo en Colombia han dejado una huella significativa y los procesos de secularización vistos en otros contextos no se han registrado de la misma manera en Colombia. Así, la Iglesia Católica, como institución se convirtió en centro de protección de los perseguidos y amenazados. Al respecto el padre Eduardo Díaz afirma:
Cuando viene el periodo después del 87, que llegan los paras, la Iglesia se convierte como en un sitio de protección, porque los paras no golpearon a la Iglesia; es decir aquí, los paras me sacaron a mí, yo tuve que salirme por los paras y mataron a un sacerdote [Bernardo Arroyabe] pero, ¿que los paras se enfrentaran directamente con la Iglesia como se enfrentaron con los sindicatos?, ¡no! Entonces se logró que ese movimiento popular que se ha ido consolidando sea capaz de mantener digamos espacios de resistencia pacífica y espacios de sobrevivencia72.
Con ello la Iglesia se inscribe además en una antigua tradición que se remota a la Edad Media, a los tiempos del asilo eclesiástico, cuando aquellos que se sentían perseguidos injustamente por la justicia y las leyes civiles se refugiaban en los templos, pidiendo quedarse allí. En tiempos contemporáneos, este asilo se interpreta como protección y ayuda a todos aquellos que se sientan desorientados y aun perseguidos en contextos difíciles y violentos.
Pero la fe misma también jugó un rol clave de animación de los procesos, varios de ellos, peligrosos e inclusive, temerarios. Sin ella difícilmente se habrían asumido. Juan de Dios Castilla, que ayudó a liderar la confrontación simbólica con los paramilitares en
72 Entrevista a Eduardo Díaz, parte 2, 20 de noviembre de 2013, [audio digital] Transcripción, p. 8.
las comunas nororientales de la ciudad de Barrancabermeja nos cuenta su experiencia personal en ese sentido:
En los momentos en que te decía que había momentos en que pudimos con el miedo […] yo soy un hombre de mucha oración. He venido incluso madrugando y todas las mañanas yo hago mi reflexión bíblica personal. Y no soy un lameladrillo. Pero si siento que Jesucristo está y no solamente está conmigo sino que está en el proceso histórico que se está viendo; sientoque muchas de las cosas que nosotros hicimos, en muchas de las cosas Él estuvo presente […] siento que en la lucha con los paracos, incluso […] un periodista me mamó gallo, me grabó, en uno de los carnavales que teníamos en el barrio el Porvenir; yo me emocioné tanto de ver tanta gente festiva, alegre, perdiéndole el miedo [a los paramilitares] que nos rodeaban y nos daba vueltas… andaban en motos haciéndonos ruido y toda esa vaina y como provocándonos ¿verdad?. Pero la gente pa’lante y emocionado cogí el micrófono y les dije: “¡siento que Cristo estaba aquí andando con nosotros!”, “¡siento que estaba bailando!, ¡siento que Cristo estaba aquí tomando con nosotros agua!” y cosas así […] Yo lo sentí, yo sentí en ese momento esa fuerza”73.
Ante estas manifestaciones religiosas el padre Eduardo Díaz las interpreta de la siguiente manera: “Realmente un elemento que jugó –posiblemente no era el único pero uno sí muy importante– es el elemento de la fe porque cuando se ancla bien no es tan maleable, no es tan variable, entonces eso permite que la constancia sea más fuerte para la profundidad de la motivación, porque lógicamente las motivaciones religiosas son muy profundas”74.
De esta manera, cuando cundió el terror se buscó en la fe la motivación y en la Iglesia la protección para evitar el aniquilamiento y poder generar estrategias de resistencia. Afortunadamente para muchas víctimas, esta iglesia diocesana, dada su particular historia, supo responder a las circunstancias. Los nuevos acontecimientos dirán si continuará en esa senda.
Finalmente, hay que decir que el caso de la Pastoral Social de la Diócesis de Barrancabermeja confirma una idea ya expuesta por varios estudiosos de las dinámicas socio-eclesiales: el cristianismo solo desarrolla su potencial liberador cuando se enfrenta a contextos límite, especialmente cuando se amenaza la propia supervivencia de los creyentes. Y es ahí cuando la ética con referencia religiosa puede constituirse en la base para la construcción de una nueva sociedad, de un nuevo país, de un nuevo proyecto político y de sociedad democrática. Y es que las comunidades de fe tienen la particularidad de poder aglutinarse alrededor de un proyecto en común, de poder reconstruir inclusive sobre las cenizas y por medio de la resistencia pacífica oponerse a los violentos, a pesar de la represión y sevicia de que pueden ser capaces.
73 Entrevista a Juan de Dios, parte 1, pp. 39-40. 74 Entrevista al Eduardo Díaz, parte 2, p. 8.
Entrevistas
Entrevista a al padre Eduardo Díaz, parte 1, 24 de octubre del 2013 [audio digital]. Entrevista a Eduardo Ortegón, parte 2, 11 de abril del 2014 [audio digital]. Entrevista a Juan de Dios Castilla, 7 de febrero del 2014 [audio digital]. Entrevista a María Cordero [nombre cambiado por seguridad], 12 de noviembre del
2013 [audio digital]. Entrevista a Rosa Elena Mahecha, parte 1. 8 de noviembre del 2013 [audio digital]. Entrevista a Ubencel Duque, 7 de noviembre del 2013 [audio digital]. Entrevista al padre Eduardo Díaz, parte 2, 20 de noviembre 20 del 2013 [audio digital]. Entrevista al padre Jorge Eliécer Soto, parte 1, 4 de abril del 2014 [audio digital].
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