Los espacios para la acción. Intersticios
y tramas en la construcción del relato en la Microhistoria y el Marxismo
Británico*
Resumen
Este artículo pretende contribuir a la discusión en torno
a la problemática sobre la construcción del relato en la historiografía. Al
retomar el debate sobre el equilibrio entre la narrativa y las pruebas
documentales se analiza un contexto de transformación disciplinar y las
implicaciones que en ello tuvo la discusión sobre la escritura de la historia
planteada por autores ampliamente reconocidos. Acercar la propuesta de dos
tradiciones académicas que han sido puntos de referencia en décadas recientes,
tanto por sus innovaciones metodológicas como por su estilo narrativo, se nos
muestra ya no como el análisis de experiencias aisladas sino como un intento de
respuesta a cuestiones disciplinares fundamentales en los estudios históricos.
Palabras clave:
Marxismo Británico, historiografía, relato, narrativa, microhistoria.
Referencia
para citar este artículo: LARGO VARGAS, Joan Manuel (2017). “Los
espacios para la acción. Intersticios y tramas en la construcción del relato en
la Microhistoria y el Marxismo Británico”. En Anuario de Historia Regional y de las Fronteras. 22 (2). pp.
143-163.
Fecha de recepción:
12/07/2016
Fecha de aceptación:
15/11/2016
Joan Manuel Largo
Vargas: Estudiante de Maestría en Historia, Universidad
Nacional de Colombia-sede Medellín. Historiador, Universidad del Valle,
Colombia. Historiador del Grupo de Apoyo de la Dirección Académica, Universidad
Nacional de Colombia-sede Medellín, Colombia. Docente de cátedra de la Facultad
de Comunicación Audiovisual del Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid
(2015-2016), Colombia. Docente de cátedra del Departamento de Organización y
Gerencia de la Universidad Eafit (2015-actual), Colombia. Correo electrónico:
jmlargov@unal.edu.co. Código ORCID: 0000-0001-5937-9586.
Spaces for Action.
Interstitices and Plot in the Construction of the Story in the Microhistory and
British Marxism
This article wants to contribute to the discussion
about the construction of story in the discipline of historiography. We check a
context of discipline transformation and return to debate of balance between
the narrative and the documental proofs, also think in the postulates of
recognized authors about the History writing. Finally, we think that the
nearness between two academic traditions that have become reference points in
recent years, thanks to their methodological innovations and narrative style,
gives a comprehension more generous of the same, not like isolated experiences,
but as transcendental answers to fundamental questions in contemporary historic
studies.
Keywords: British
Marxism, Historiography, Story, Narrative, Microhistory.
Espaços para ação. Interstícios e
tramas na construção do relato em Microhistória e Marxismo britânico
Este artigo pretende contribuir para a discussão sobre
a problemática da construção do relato na disciplina da historiografia. Ao
retomar o debate sobre o equilíbrio entre a narrativa e as provas documentais,
se analisa um contexto de transformação disciplinar e as implicações que a
discussão sobre a escritura da historia planteada por autores amplamente
reconhecidos teve neste contexto. Aproximar a proposta de duas tradições
acadêmicas que tem sido pontos de referencia em décadas recentes, tanto por
suas inovações metodológicas como por seu estilo narrativo, nos revela não a
análise de experiências isoladas senão uma tentativa de resposta a questões
disciplinares fundamentais nos estudos históricos.
Palavras-chave:
Marxismo británico, historiografia, história, narrativa, microhistória.
Introducción
Después de la Segunda Guerra Mundial, buena parte de los
paradigmas de la historiografía occidental se centraron en tres modelos
básicamente: el Marxismo, la Escuela de Annales y la Historia Económica. Hasta
la década de 1970 la disciplina histórica había alcanzado un alto nivel de
credibilidad, puesto que los trabajos entonces realizados lograron poner en
diálogo a los historiadores profesionales con las principales exigencias de los
postulados del estructuralismo(1). Este panorama se va a transformar
en las décadas de 1970 y 1980, período durante el cual, desde diferentes
contextos, los historiadores van a sentar una postura crítica frente a lo que
había sido el oficio hasta ese entonces.
Los cuestionamientos que hicieron parte de esta
renovación de la historiografía podrían clasificarse en dos grandes grupos. En
primer lugar, aquellos que hacían referencia a la transformación del estatuto
científico de la historiografía, esto es, la relación con el relativismo y las
propuestas de un denominado posmodernismo.
Aquí podemos ubicar la reivindicación de lo singular frente a las generalidades
(o la ruptura de los grandes meta-relatos) y el abandono de la búsqueda
objetiva de la verdad histórica o el
rechazo a las visiones totalizantes y absolutas sobre un determinado proceso
histórico. Estos cuestionamientos de orden teórico, en la medida en que
buscaban apartarse de la tradicional ciencia estructuralista de los años
cincuenta y sesenta, trajeron consigo una serie de cuestiones metodológicas,
tales como la vuelta al lenguaje entendido como factor determinante de
interpretación, la preferencia por lo particular y excepcional antes que por lo
regular y constante, y la narración como herramienta fundamental del
conocimiento histórico(2). En segundo lugar, los cuestionamientos
del orden de lo temático, donde aparecerían los diversos contenidos de aquellas
nuevas orientaciones e intereses que los historiadores introdujeron en su
trabajo. Por ejemplo, el estudio de sectores diferentes a las élites
tradicionales, tales como los grupos sub-alternos,
y que incluso empezaban a reconocerse con cierta capacidad de participación en
los procesos históricos. En el mismo sentido podría notarse un distanciamiento
de los temas socio-económicos, o una reestructuración del pensamiento de los
mismos, así como una reapropiación de los temas de tipo cultural. Esa
transformación de la visión del conocimiento
científico, antes mencionada, influyó en el desplazamiento que los
contenidos de la historiografía harían desde el estudio de las estructuras
sociales y los fenómenos seriales, hacia nuevos actores y hacia procesos de
índole menos económica o sociológica, tales como las mentalidades colectivas(3). Así mismo la vuelta del sujeto, cuyo planteamiento
tomaría fuerza desde la filosofía francesa posestructuralista, impulsaba la
elección de unas temáticas más acordes con lo cultural, cuyo tratamiento
implicaría cada vez menos el uso de las antiguas herramientas de las ciencias
sociales(4).
Finalmente, habría que recordar que estos cuestionamientos
sucedieron a la par que se producía un cambio de las relaciones
interdisciplinares de la Historia. Si bien antes de la década del 70 eran la
Economía y la Sociología las disciplinas que más dialogaban con la
historiografía(5), ahora eran la crítica literaria y la antropología
las que aportaban herramientas de análisis a los historiadores de las nuevas
generaciones. El contexto político tampoco es menos importante; por un lado la
radicalización de las izquierdas empezó a ceder con el desmoronamiento de la
URSS, por el otro, el cuestionamiento a las ideas del progreso y la modernidad,
antes casi incuestionables, cimentó nuevas posturas frente al quehacer del
historiador. Así las cosas, la disciplina histórica del último cuarto del siglo
XX no podía parecerse demasiado a la de sus predecesores. Dos casos
paradigmáticos de esa transición disciplinar que señalamos, aparecen
configurados en las dos escuelas o modelos historiográficos de la Microhistoria
italiana –en cabeza de autores como Carlo Ginzburg y Giovanni Levi– y el
Marxismo británico –cuyas figuras más representativas pueden observarse en Eric
Hobsbawm y Edward Thompson–. Nuestro acercamiento no constituye un análisis
exhaustivo sobre la interpretación histórica desde el punto de vista narrativo
o literario, sino que se limita a observar con mayor profundidad los
lineamientos de estas dos escuelas historiográficas, muy definidas, y la obra
de un grupo selecto de historiadores dentro de esos dos marcos. Los criterios
de tal selección no son, en absoluto, arbitrarios; corresponden al interés
marcado de los historiadores contemporáneos, en términos generales, y, de modo
particular, para el caso colombiano, la relevancia que estos enfoques han
representado la generación a su vez artículos y entrevistas de reciente factura(6).
Se le ha denominado giro
narrativo a uno de los rasgos fundamentales que caracterizó la renovación
de la historiografía en la segunda mitad del siglo XX. Como giro narrativo se
ha designado la tendencia de los historiadores de las décadas de 1970 y 1980 a
privilegiar, en la expresión de los resultados de sus trabajos de
investigación, el uso de herramientas más sencillas o cercanas a la literatura,
soslayando, de alguna manera, las anteriores escrituras descriptivas y analíticas del estilo estructuralista(7).
Sin embargo hay que recordar que, desde la antigüedad, la
historia ha estado profundamente relacionada con la narración; por lo que su
lugar como relato y escritura no puede ser cuestionado(8). Eric
Hobsbawm, en su intercambio de opiniones con Lawrence Stone, proponía observar
la ampliación del campo historiográfico –las dificultades técnicas en la
presentación de un relato que pretendía analizar un amplísimo rango de
actividades y pensamientos humanos–, y sus consecuentes novedades, más como la
continuación de los esfuerzos de varios historiadores, que no como una ruptura
o un rechazo total hacia el pasado(9). Lo problemático del notable
giro o retorno hacia la narrativa es la perspectiva, criticada por Carlo
Ginzburg, que encabezaría Hayden White, y que postularía, siguiendo las
críticas del historiador italiano, una reducción de la tarea del historiador a
la elaboración de discursos o usos estéticos del lenguaje. Este problema
suscitó los síntomas de crisis que invadirían a la historiografía de los años
ochenta, viéndose esta reducida a la elaboración de meras ficciones. Serían
Ginzburg y Michel de Certeau quienes de manera más notable enfrentarían el
problema; el primero desde la elaboración de un reconocido trabajo histórico y
la propuesta de una novedosa metodología, y el segundo desde una reflexión
profunda sobre las dimensiones contextuales de la escritura de la historia(10).
Como ya se ha dicho, la evolución de la disciplina en las
décadas finales del siglo XX introdujo una postura distinta frente al papel de
la historiografía como ciencia, específicamente puede hablarse de la crítica a
la tradicional manera de exponer los resultados de la investigación. Pero no
fue solamente ese factor el que determinó el retorno a la narrativa; además se
buscaba una renovación metodológica, dado que la demanda de conocimiento del
pasado ponía de presente unas inquietudes distantes a las de períodos
anteriores. Si los temas estudiados se apartaban progresivamente de los
problemas estructuralistas, y ello a
su vez demandaba un uso diferenciado de fuentes documentales, las fórmulas
narrativas se erigían como poderosas herramientas metodológicas, que
vivificaban las explicaciones(11). Otro elemento importante para la
vuelta a la narrativa fue el papel de la memoria y sus relaciones con la
historia; según Chartier, el desarrollo que para finales del siglo XX tuvo la
discusión de autores como Maurice Halbawchs y Pierre Nora se dejó sentir dentro
de la evolución de algunos historiadores. La consciencia del papel que los
relatos, históricos o no, juegan dentro de la constitución de las memorias
colectivas, y el convencimiento de la diferencia entre historia y memoria,
llevó a reflexiones como la realizada por Michel de Certeau, en las que el
papel del contexto y las sociedades en las que se enmarcan los historiadores y
sus obras, y la creciente necesidad de tomar en cuenta los elementos que
determinan en parte la construcción de un trabajo historiográfico,
redireccionaron los intentos de renovar la disciplina histórica(12).
Una nueva trama para
la historia
Las anteriores anotaciones son un buen punto de partida
para analizar la relación que existe entre dos figuras fundamentales en los
estudios históricos contemporáneos; Hayden White y Carlo Ginzburg, quienes, no
obstante la peculiar discusión que parece existir entre ambos, van a coincidir,
a fin de cuentas, en un punto esencial. En los años ochenta el historiador
italiano va a plantearse el tema de la relación entre verdad y escritura
histórica, tomando como interlocutor ya no a Michel Foucault, sino al autor
norteamericano de Metahistory(13).
Ginzburg va a proponer que White escribe desde la peligrosa aventura
intelectual, que constituye el escepticismo
epistemológico en la historiografía; los vestigios del pasado, a la luz de
esa peligrosa aventura, no serían más que representaciones desde las cuales es
incognoscible el pasado(14). Esta discusión, particular en la medida
en que no se conocen respuestas directas de uno de los contendores, va a
revelar, en últimas, la cercanía de las dos posturas.
Hayden White ha propuesto, como uno de sus objetivos,
develar las relaciones existentes entre la producción literaria y la operación
historiográfica, por lo que parte del estatus de la narrativa histórica como
artefacto verbal ajeno a las formas de verificación y experimentación
tradicionales en las ciencias, lo que considera una carencia vital en las
reflexiones de la filosofía de la historia(15). White busca
establecer la relación entre conciencia mítica y conciencia histórica, para
esto se apoya en la postura de Northrop Frye, quien señalaba la distancia
singular existente entre lo histórico y lo mítico; así la escritura histórica
sería un escrito discursivo que al
asumir el elemento ficcional se convierte en un género bastardo, unión de
historia y poesía(16). Es a partir de esta reflexión, en torno a los
elementos ficcionales en el relato histórico, que el norteamericano introduce
la noción de tramado, que se refiere
a cómo se codifican los hechos en tipos específicos de estilo o estructuras de
trama. Según White las situaciones históricas no poseen significados
intrínsecos, y es por ello que el historiador puede plantearlas en unos estilos
o tramados cómicos, trágicos o irónicos; los mismos hacen parte de la herencia
cultural y permitirían comprender aquello que de entrada es extraño por hacer
parte del pasado. La labor del historiador va a ser, entonces, siguiendo los
planteamientos del autor norteamericano, análoga a una operación literaria, que a la vez figura como productora de ficción(17).
Para White una de las maneras de dar sentido a los
acontecimientos es codificarlos bajo formas de relato, definidas por las estructuras pre-genéricas de trama: esa
codificación nos familiariza con lo no familiar, pues el pasado siempre se
muestra con rasgos extraños o exóticos. Esas estructuras, tan impersonales como
las profundidades del conocimiento mítico, y con las cuales los historiadores
logran refamiliarizar el pasado, nos
llevarían a pensar en las narrativas históricas como enunciados metafóricos,
que en su aspecto mimético no pueden ser observadas como un modelo a escala que
se compara con un original, sino como un conjunto de imágenes. De éste último
punto, siguiendo la propuesta de White, es desde donde se entendería que el
conocimiento histórico avanza como la literatura: a partir de trabajos
clásicos, que en su posibilidad de mímesis resultan invalidables en términos propiamente científicos. Ajena a métodos
de verificación, como los de las ciencias naturales, la eficacia de labor del
historiador dependería así, exclusivamente, de su tacto para escoger y
desarrollar un tramado de hechos.
Ha sido precisamente esta perspectiva la que ha generado
el malestar expresado por Carlo Ginzburg, quien a su vez desemboca en la
reafirmación de la proximidad existente entre el arte y la producción del
relato histórico, y que podría leerse como una toma de distancia frente al
esquema tradicional de la historiografía científica. En este punto, es
necesario recordar las ideas de Eric Hobsbawm alrededor del revival de la
narrativa: los esfuerzos renovadores en los trabajos históricos, antes que un
rechazo al pasado, constituyen la expresión de la dificultad de síntesis,
articulación y divulgación de una historiografía que en la segunda mitad del
siglo pasado ha complejizado su campo y ampliado sus expectativas(18).
Entonces, así como la metáfora no refleja una cosa en sí, sino que brinda
apenas la dirección hacia un conjunto de imágenes(19), los trabajos
de un historiador constituyen signos no unívocos ni exactos, que asemejan los
acontecimientos relatados a formas profundas de nuestra cultura literaria:
lejos de la precisión y la noción de verdad aparentemente incuestionable de las
ciencias naturales, el relato histórico aparecería más cercano a los ejercicios
de interpretación, y por eso mismo cercanos al arte(20).
La labor de quien escribe la Historia, para Hayden White,
no va a ser otra distinta a la de cargar los acontecimientos con “[…] la
significatividad simbólica de una estructura de trama comprensible”(21).
Ahora bien, el interlocutor italiano de White, aun cuando intenta establecer la
mayor distancia posible de lo sostenido por el norteamericano, termina por
coincidir en varios aspectos con su propuesta. Por ejemplo, cuando el autor
norteamericano retoma la idea de imaginación
constructiva de Collingwood, termina recogiendo la analogía entre
historiador y detective, que pone de manifiesto la capacidad del primero para
elaborar relatos plausibles mediante
cúmulos de hechos. Justo Serna y Anaclet Pons han mostrado que Ginzburg, al
tomar a Hayden White como interlocutor o contrincante, acudiría a los trabajos
de Arnaldo Momigliano, en los cuales es visible el uso de la analogía entre
médico e historiador para probar que las verdades de los historiadores, aunque
también requieren artificios de presentación y persuasión, constituyen datos
objetivos(22). Vale la pena entonces subrayar el hecho de que White,
al recoger estas analogías del oficio del historiador, antes que apuntar a un
escepticismo epistemológico, subraya la importancia de la imaginación en la
construcción de las narrativas históricas.
Pero en lo que definitivamente se encuentran las posturas
de White y Ginzburg es en la necesidad de actualizar la pregunta por la
escritura de la historia y su relación con la literatura o las estrategias
narrativas(23). Ginzburg, al optar por una perspectiva que
privilegia el análisis microscópico,
estaría tomando en cuenta la propuesta de un literato: Raymond Queneau, quien
con sus ejercicios de estilo llamaría la atención sobre los detalles menudos y
los personajes pequeños frente a los grandes y los poderosos(24). De
este modo, la perspectiva detallista adoptada por Ginzburg establecería un
diálogo con la literatura en su distanciamiento de los modelos macroscópicos y
cuantitativos(25). Por otra parte, la narrativa histórica, ante los
ojos de White, muestra un carácter errático (en el mejor sentido de la palabra)
o aproximativo, pues si se trata de una estructura metafórica que no refleja
propiamente las cosas que señala, sino que más bien nos indica un conjunto de
imágenes para entender lo que se indica, tenemos entonces un proceder
fragmentario, provisional, abierto a suposiciones, intuiciones e indicios. Y es
en este nivel que pueden señalarse ciertas coincidencias con Ginzburg, cuando
este último nos señala que la realidad es porosa y discontinua y por ello exige
un movimiento alternativo entre lo macro y lo micro, a la vez que implica un
acercamiento intuitivo e indiciario(26). El mismo Ginzburg ha
propuesto que en su trabajo de El Queso y
los gusanos se buscaba reconstruir el mundo intelectual y moral de
Menocchio, un molinero del siglo XVI, a través de la documentación de quienes
lo llevaron a la hoguera, esfuerzo que desembocaría en “[…] un relato que
transformase las lagunas de la documentación en una superficie lisa”(27);
lo que a su vez respondía al cuestionamiento de la figura del
“historiador-narrador omnisciente”(28). Si para White el texto
histórico alude a signos ambiguos, estructuras simbólicas o metáforas
extendidas, podemos leer en ese esfuerzo una alternativa para refrendar la
posibilidad de conocimiento en la historia, y ello se podría vincular
fácilmente a las estrategias narrativas empleadas por Ginzburg, en las que la búsqueda de la verdad –hipótesis, dudas
e incertidumbres– aparecían en el relato, convirtiendo los límites en un
elemento narrativo(29).
Ginzburg, sin embargo, ha tenido en cuenta más elementos
a la hora de enfrentar la problemática de la escritura histórica. Para ello,
por ejemplo, se ha acercado a la retórica aristotélica, señalando que esta
halla su sustento esencial en la prueba, y no se agota en los adornos del
discurso(30). El historiador entonces, si seguimos a Ginzburg, no
siempre trabaja con evidencias irrefutables, sino que la mayoría de las veces
lo hace con entimemas que crean un
efecto de verosimilitud(31). Lo que subyace bajo esta última argumentación,
es la tensión existente entre una Historia anticuaria y una Historia
testimonial; desde los antiguos griegos se nota una contraposición entre una
Historia que busca partir de evidencias físicas y, por otra parte, una Historia
fundada en la palabra a través de testimonios orales y documentales(32).
Ginzburg realiza paralelos analíticos entre la literatura y pintura realistas y
la escritura histórica; lo particular y sugestivo de este planteamiento es que
aún desde ese carácter verbal y ficcional, va a ser el manejo de la prueba el
nervio vital de la Historia(33). Así las cosas, las coincidencias
con una visión de la historia cercana al arte son matizadas y redimensionadas:
“Términos como ficción y posibilidades no deben llamar a engaño. La cuestión de
la prueba sigue estando, más que nunca, en el centro de la investigación
histórica; pero su estatuto es modificado de forma inevitable cuando se
afrontan temas diferentes a los de épocas pasadas, con la ayuda de una
documentación también diferente”(34). En esta propuesta, podríamos
afirmar, se avanza unos pasos más que en la de White, en la medida en que se
recupera la cuestión de las evidencias o las pruebas como la posibilidad de un
conocimiento efectivo del pasado, sin embargo hay que señalar que tampoco es
cierto que el autor de Metahistory
niegue del todo la realidad del conocimiento del pasado, como ciertas
interpretaciones lo plantean.
Al acercarse a la literatura contemporánea, Carlo
Ginzburg va a introducir la capacidad del historiador de acercarse a las
experiencias desde un análisis detallista o microscópico, pero no por ello nos
encontramos frente a una mera cuestión de estética(35). En la
renovada y artesanal escritura del relato histórico que se construyó desde la
microhistoria italiana es que reside, en buena parte, la posibilidad de
observar los lugares para la acción de los seres humanos, en cuanto las
acciones antes descuidadas por una visión demasiado amplia emergen frente a la
perspectiva del microanálisis, y en la medida en que el reconocimiento de las
lagunas en la documentación y las incertidumbres del autor, ponen de presente
la necesidad de articular las mismas en la presentación de los resultados de la
investigación. En El queso y los gusanos
podemos observar varios de los elementos que suscita el problema de la
escritura del relato histórico y la veracidad(36). En primer lugar,
el asunto del cambio de perspectiva, donde al igual que en la literatura
contemporánea se deja atrás a los grandes personajes y acontecimientos, para dar
paso a detalles aparentemente minúsculos. Centrar el trabajo de investigación
sobre las clases subalternas del pasado, en la figura de Domenico Scandella, es
para Ginzburg cumplir con una de sus propuestas: la de convertir en libro
aquello que desde la historia convencional no pudo haber sido más que un pie de
página(37). Este caso de un molinero italiano es rico en
descripciones, que recuerdan la descripción que Ginzburg ofrece del recurso de
la enargeia en la obra de Homero;
casi que podemos palpar el pueblo de Menocchio, así como su “bata, capa y gorro
de lana blanca”(38). Pero eso no es lo único, lo fragmentario y lo
provisional también emergen en el trabajo de Ginzburg, pues no se toma un solo
camino como si una hipótesis vigorosa tuviera que ser demostrada a ultranza,
sino que se recorren posibles respuestas, para llegar a esa que más se aproxima
sin descartar hallazgos paralelos; así como el juez o el médico recolectan
evidencias y síntomas, el historiador va buscando indicios para explicar su
problema(39).
Encontramos entonces una narrativa en la que las lagunas
documentales son sorteadas con intuiciones e imaginación, unos elementos
ficcionales agudos, pero elaborados desde una plausibilidad verificable. Un
presunto caso pequeño es puesto en escena con un realismo vivificante y
afortunado, pero no es solo en la riqueza estética donde descansa su
efectividad, sino también en un conjunto de pruebas. Los vacíos en la
evidencia, que son un abismo para los jueces, aparecen con un contenido bien
positivo dentro de la labor del historiador, como un campo fértil de acción:
las conjeturas no van a ser simples recursos estilísticos, ni meras algarabías
prosaicas, inconexas o arbitrarias; son, por el contrario, la posibilidad del
investigador de avanzar, aun provisionalmente, con sus preguntas(40).
Podríamos, a este respecto, recordar los aportes de Giovanni Levi, quien dirá
que el historiador debe escribir, exponiendo las costuras de su trabajo: “Al
exponer las costuras, los rumbos que pensamos tomar pero no tomamos o las
hipótesis que no desarrollamos y que en un momento pensamos serían la clave,
estaríamos contrarrestando la retórica autoritaria de la historia y
evidenciando las limitaciones y los potenciales de la construcción de
conocimiento histórico”(41). Junto a lo anterior, hay otros dos
elementos fundamentales que podemos señalar para vincular los avances del
principal autor de la microhistoria italiana con las trayectorias de su colega
Giovanni Levi y el historiador británico Edward Thompson, ambos, quepa la
aclaración, afines de diversas formas a los postulados marxistas no
convencionales, es decir, no adscritos a una militancia política sino cercanos
a unos planteamientos teóricos(42).
En primer lugar, debe observarse el asunto de las
permanencias, las características míticas o estructurales en los procesos
históricos. El molinero recuperado por Ginzburg expresaba en su discurso, que
amalgamaba lecturas y tradición oral, la idea del país de Cucaña o nuevo mundo, una suerte de paraíso
utópico que diversas culturas han proyectado a través de la historia de la
humanidad; en esta idea del país de Cucaña, al encontrar un aspecto aplicable a
varias comunidades o grupos sociales del pasado, puede hacerse una relación con
las propuestas estructuralistas de Claude Levi-Strauss con relación a los
mitos: la búsqueda incesante de estructuras atemporales. Sin embargo el
tratamiento de Ginzburg no busca establecer un arquetipo, y más bien acude a
esa idea como otro rasgo provisional de su explicación; no es solo la
constatación de que este rasgo repetitivo aparezca por cuestiones impersonales
en los pensamientos del molinero, sino más bien qué implicaciones y qué
relaciones pueden establecerse desde aquella intuición. En segundo lugar, hay
que señalar la organización del relato sobre la vida y las vicisitudes del
molinero, que no se desglosa mediante unidades temáticas, como se esperaría de
una explicación en función del análisis científico tradicional, que introduce unas
estructuras sincrónicas. Muy distante de ese tipo de exposición, Ginzburg asume
cierto orden cronológico lineal, con un inicio, un nudo y un desenlace más o
menos claros. Entonces, esa perspectiva no es una en la que se asuman los
procesos como terminados, de modo que puedan verse a cabalidad desde una
división temática, sino que se presentan los acontecimientos en un orden
progresivo, donde las expectativas de los actores aparecen con mucha fuerza(43).
Desde el primer entuerto de Menocchio, avanzamos por el fluir de su existencia
hasta encontrarlo casi al final de sus días, ya convertido en “[…] un viejo:
delgado, cabello blanco, barba gris tirando a blanca, vestido como siempre de
molinero, ropas y gorro color gris claro”(44). Y no es que se trate
del uso de una estructura de trama, como bien pudiera sostener Hayden White (un
ejercicio de familiarización que acude a cierto estilo narrativo –un profundo
sustrato cultural literario– para restituir la significación de un hecho del
pasado, y así ponerlo en coordenadas entendibles y asimilables al presente). Es
que en tal modelo de exposición, creemos, se hace posible subrayar el carácter
de actor histórico de los sujetos, capaces de entender y valorar su entorno, de
formular proyectos, y sobre todo, de transformar su realidad en una u otra
manera; se trata, en últimas, de una búsqueda de los espacios para la acción
humana.
Individuos o
multitud: Los espacios para la acción
Tanto los historiadores que siguieron la senda del
microanálisis, como los británicos que revitalizaron el interés por la cultura
popular, coinciden en su cercanía con el marxismo; cercanía, hay que insistir,
para dejar de lado aquello de la militancia o pertenencia estricta, que sin
duda alguna condujo a resultados distintos. Antes que adscripciones o
partidismos marxistas, con la carga
que tal noción tuvo hasta hace unos veinte años aproximadamente, lo que
encontramos en Giovanni Levi y E. P. Thompson son apropiaciones y acercamientos
a las preguntas y respuestas de Karl Marx. Y esta cercanía a los planteamientos
de Marx no se reduce a la fórmula esquemática de la lucha de clases, o al menos no en el sentido de un axioma teórico
incuestionable. Lo que va a ser visible de la obra de Marx en los trabajos de
Thompson y Levi va a ser el énfasis puesto en los conflictos y en la capacidad
de los sujetos para transformar su entorno, esto es, en la posibilidad de
agencia de los individuos frente a las estructuras de dominación(45).
En 1985, Levi escribió una reseña crítica del exitoso
libro de Robert Darnton, La gran matanza
de gatos(46). En esta reseña Levi sostenía que el trabajo de
Darnton se inscribía en el debate sobre la crisis de las ciencias sociales, y
que era en muchos aspectos “[…] la síntesis extrema de un cierto modo de
imaginar la antropología de Geertz”(47). Allí mismo, Levi lograba
caracterizar algunos de los rasgos elementales de la hermenéutica gadameriana
aplicada a la Historia, aquel debate centrado en la problemática de la
interpretación, y que en ciertas versiones llega a cuestionar la posibilidad de
acceder a los objetos del pasado(48). El movimiento de textualización de la cultura, que haría
Clifford Geertz al establecer un “autor generalizado” para los “textos”,
separados de su “ocasión discursiva”, devendría en un contexto de referencia
construido por el mismo investigador(49). Este contexto en Darnton
se va a tornar “rígido como un fondo inmóvil”(50). Estaríamos
entonces frente a un círculo vicioso, afirma Levi, “el texto” restituido por el
etnógrafo para su interpretación permite evidenciar prejuicios y descubrir el
mundo significativo de “el otro” en una lógica hermenéutica, pero su contexto
se da desde el principio y no cambia al final: “[…] la unicidad de un texto
puede tal vez proveer una mayor comprensibilidad del contexto pero no cambiar
sustancialmente sus elementos”(51). Esa circularidad nos lleva a
subrayar un elemento que para Levi resulta esencial: su entendimiento del
contexto y de los casos que allí aparecen como excepcionales. Es inevitable
pensar en el postulado de excepcionalnormal
construido por los autores de la microhistoria; aquel oxímoron que implica
reacomodar el contexto para que un caso aparentemente inextricable y oscuro se
pueda captar como normal(52).
Un problema para Levi va a ser, entonces, la pérdida de
sentido de lo relevante. Los pequeños episodios –como los estudiados por
Darnton– pueden dar cuenta de actitudes culturales importantes, pero la
hermenéutica como fin en sí misma –postulada por Gadamer y utilizada por
Darnton– adolecería de una carencia de criterios generales de verdad y
relevancia. Según este autor, esto último es lo que hace que a veces se
reconozcan detalles o acontecimientos breves como supuestamente importantes,
pero por una vía distinta: solo hay que insertarlos y leerlos en un contexto
producido a priori, lo que se traduce en algo fatal: “[…] la investigación no
agrega nada a lo ya conocido, lo confirma débilmente y de manera superflua”(53).
Pero para entender mejor lo afirmado al respecto por Levi es necesario ir a su
trabajo más reconocido; allí el autor parte de una incomodidad frente a
aquellas opiniones que muestran a la sociedad del antiguo régimen como un mundo
estático, incapaz de iniciativas autónomas(54). De ahí su
afirmación: “Los modelos construidos por los historiadores y antropólogos se
han servido (lo que quizá sea inevitable) de definiciones que intentan aunar
los comportamientos bajo una única ley explicativa, a menudo oscilando entre
una caracterización rica y articulada, pero inmóvil, de la cultura de las
clases populares y un cuadro desarticulado, sin defensas por el atraso mismo de
los principios económicos y sociales”(55). En ese sentido Levi
propone estudiar una fase de un conflicto, en el que salen transformados tanto
el poder central como la sociedad local. Generalmente, siguiendo al autor, se
observa de lejos la sociedad para ver que los resultados finales a menudo
“exceden la posibilidad de control de las personas”(56), y por ello
las resistencias parecen insignificantes o históricamente irrelevantes; pero
realmente “[…] en los intersticios de los sistemas normativos estables o en
formación, grupos y personas juegan una estrategia propia y significativa,
capaz de marcar la realidad política con una huella duradera, no de impedir las
formas de dominación sino de condicionarlas y modificarlas”(57).
Levi cuestiona la mecanización
de las relaciones entre individuo y normas, entre decisión y acción, y propone
sus categorías interpretativas: la ambigüedad de las reglas; la necesidad de
tomar decisiones conscientemente en medio de la incertidumbre; la consciente
utilización de las incoherencias entre sistemas de reglas y sanciones. Estas
categorías no son obstáculos para considerar a una sociedad como activa, y al
sistema social como “[…] resultado de la interacción entre comportamientos y
decisiones tomadas en el marco de una racionalidad plena, pero limitada”(58).
Lo que Levi intenta leer en el caso de Giovan Battista Chiesa son las
motivaciones y las estrategias de la acción política: “[…] la legitimidad
política de un mediador local se funda, de esta manera, en un frágil equilibrio
de intereses irreconciliables, de perspectivas inciertas y de prestigio
personal”(59). Frente a los problemas que surgen en las
transformaciones históricas, las creencias y las ideologías, las relaciones de
dominio y de autoridad, el autor intenta describir “[…] la inestabilidad de las
preferencias individuales, los órdenes institucionales, las jerarquías y los
valores sociales: en suma, el proceso político, que genera el cambio, pero
también sus direcciones imprevisibles fruto del encuentro de protagonistas
activos”(60).
Cuando se habla de significación o simbolismo, partiendo
de una imagen circular en la que el contexto precede a los casos singulares y
los ordena, existiría el riesgo de dar una imagen paralizante de los hombres en
sociedad(61). Generalmente se intenta explicar la norma como si
produjera algo definido y singular, cuando –al contrario– los códigos
normativos generan un amplio abanico de posibilidades, esa pluralidad es la que
les va a interesar a Levi y a Thompson(62). Y no es que estos dos
autores desconozcan los límites de la libertad del hombre, que no vean las
imposiciones y las normas establecidas, sino que, al contrario, construyen una
imagen compleja y dinámica de las mismas; lo que se puede asimilar con lo
señalado por Ginzburg: “Como la lengua, la cultura ofrece al individuo un
horizonte de posibilidades latentes, una jaula flexible e invisible para
ejercer dentro de ella la propia libertad condicionada”(63).
Edward Palmer Thompson, por su parte, ha logrado romper a
su manera con el esquematismo que surge en ciertas obras dedicadas al estudio
de la cultura. Aunque comparte con Levi la cercanía por la propuesta de la
antropología simbólica, llama la atención sobre los desaciertos que pueden
emerger tras una aplicación demasiado burda de explicaciones estructurales y
esquemáticas(64). Así, por ejemplo, en su artículo sobre la economía
moral en el siglo XVIII, se enfrenta a una visión peyorativa de la historia de
las multitudes, visión quizás entendible por los cerrados espacios de reflexión
que aportan enfoques demasiado estructurales. El desprecio a la acción de la
multitud provendría de un reduccionismo que ignora “motivación, conducta y
función”, sería el resultado de aquellas perspectivas esquemáticas que frenan
la investigación en el punto exacto donde cobra interés(65). Es en
este sentido que, en el análisis de los motines en la Inglaterra del siglo
XVIII, el autor distingue “el ideal platónico de la ley” de “las embarazosas
realidades” del consumo y el comercio. Bajo el objetivo de ampliar las imágenes
de las acciones de la multitud, Thompson logra mostrar la capacidad de acción
de la multitud británica del siglo XVIII, definiéndose esta como un “modelo de
protesta social” derivado de un consenso(66).
Ese modelo de comportamiento, no obstante, es entendido
por el mismo Thompson como un apoyo provisional, pues entiende que categorías y
modelos derivados de un contexto deben ponerse a prueba y reajustarse en el
curso de la investigación histórica(67). El historiador británico
consigue llamar la atención sobre la provisionalidad de las herramientas con
las que trabaja el historiador, lo que para White eran recursos literarios y
para Ginzburg pruebas sólidas en el marco de la retórica aristotélica, para
Thompson van a aparecer como evidencias documentales –más cercano a Ginzburg
que a White, evidentemente– que se ponen en diálogo mediante los conocimientos
de un contexto, los cuales nunca son estáticos ni definitivos. Como ningún
modelo, ni ninguna estructura, ni ninguna trama deben preexistir
coercitivamente a la investigación del historiador, se abre una posibilidad
para dejar atrás el enfoque obsesivo y desmesurado por aparatos impersonales
(estructuras económicas, modelos de comportamiento, etc.) para dar paso a una
visión que privilegia la posibilidad de acción de los hombres, capaces de
transformar las estructuras de su entorno.
Esta última visión puede encontrarse en las obras de Levi
y Thompson, pero lo que marca la diferencia entre ambos, sin distanciarlos
radicalmente, es su aproximación temática; mientras que el italiano se ha
preocupado por historiar los intersticios en los que nacen las acciones de los
individuos, el británico ha optado por detenerse en aquellos procesos que
develan la capacidad de consenso y acción de la multitud(68). Ambos
autores han buscado llamar la atención sobre la complejidad de los procesos
históricos, tomando para su observación los conflictos sociales, pero
fundamentalmente desde la comprensión de las márgenes de libertad que poseen
las expresiones humanas, así como el potencial de transformación que subyace en
las decisiones y las prácticas de los hombres(69). Ya sea una
multitud cambiante, como los amotinados en la Inglaterra del siglo XVIII, o un
individuo particular, como el exorcista piamontés, el énfasis se pone en el
carácter accidentado y fragmentario de la realidad, en lo dudoso de las
fórmulas de poder que parecen muy lineales, en la ineficacia de las estructuras
o modelos de comportamiento que aparecen como demasiado estrechos y simplistas.
Frente
a códigos y normas, expresiones de autoridad que en toda sociedad dan la
sensación de unidad y cohesión, Levi y Thompson plantean la pluralidad que
introducen los sujetos históricos: que son capaces de ubicarse comprensivamente
en su contexto y agenciar resistencias o consensos frente a las formas de
poder, siempre coactivas desde su potencialidad, pero muchas veces erráticas en
la práctica. Encontramos entonces, al igual que en Ginzburg, la conciencia de
la necesidad de alternar las grandes miradas macroscópicas con las
observaciones detallistas, un ir y venir entre el contexto histórico, las
estructuras, las acciones de los hombres y sus resultados(70). La
escritura de ambos autores es diferente, y allí quizás sus caminos se bifurcan
un poco: Levi está un poco más cercano a un ejercicio narrativo como el de Ginzburg,
mientras que Thompson posee un estilo más analítico; no obstante, si recordamos
su punto de partida –la posibilidad de transformación potencial en las
actividades humanas–, no es difícil aceptar que son más los puntos que los unen
que los que los separan.
Consideraciones finales
El estructuralismo, que se erigió desde mediados de siglo
XX como un requerimiento para que las ciencias sociales alcanzaran un estatuto
de validez como el de las ciencias naturales, exigía un detenimiento en el
tratamiento de las abstracciones impersonales, ese sería el precio exigido para
superar el legado y la mala fama que dejaría la historia tradicional del siglo
XIX(71). Desde mediados de siglo XX surgieron propuestas que se
apartaban del pesado requisito del estructuralismo más riguroso; no como una
negación de la existencia de estructuras sino como una humanización de las
mismas. Ya a finales del siglo pasado, acudiendo a los elementos narrativos y
lingüísticos, planteamientos como los de White y Ginzburg revitalizaron las
discusiones y orientaciones sobre la escritura histórica. Levi y Thompson, no
ajenos a este debate, introdujeron preguntas y respuestas sobre el margen de
libertad que habita en las prácticas humanas; sobre los intersticios en las
estructuras e instituciones de poder, y sobre la capacidad de impacto y
resistencia de los grupos sociales. Esos márgenes de acción que poseen
individuos y multitud son también limitados por las condiciones de existencia
del grupo social; pues no se trata de una negación radical del poder y la
autoridad. Hay también una coincidencia implícita y sumamente interesante: en
la obra de Thompson y Levi se asume que el margen de interpretación está dado
por el trabajo empírico con las fuentes documentales, y que más allá de ellas no
se puede sostener o discutir, siempre y cuando no sea con un reposado y
coherente ejercicio de imaginación histórica.
Proponemos que existe una
cercanía considerable entre las propuestas de los historiadores hasta acá
abordados, cuyos trabajos constituyen verdaderos ensayos de definición del
campo disciplinar de los estudios históricos. No hemos buscado un estudio
sistemático de estos autores, o un análisis especializado de sus respectivas
obras; ponemos sobre la mesa, más bien, una mirada inicial a algunos de sus
postulados, en relación a un contexto disciplinar relativamente cercano e
indiscutiblemente vigente. La cuestión de la capacidad de acción de la multitud
y los individuos en los intersticios de las estructuras, ha sido un lugar
visitado desde la academia anglosajona y los autores de la microhistoria italiana; con la elaboración singular que cada
historiador emprende de esta constante, se llega a una delimitación de los
objetivos de la Historia, que no constituye como tal una teoría esquemática y auto-contenida,
siendo esto precisamente lo que discuten y enfrentan; más bien, sus esfuerzos
apuntan al planteamiento de unos itinerarios plausibles para la construcción de
una disciplina histórica capaz de construir un conocimiento amplio, sólido y
reflexivo sobre el pasado de los hombres en sociedad, sin renunciar a su
cercanía con el arte y la literatura(72). Finalmente, creemos que
esos intersticios, que de una u otra manera han ocupado un lugar prominente en
la obra de historiadores contemporáneos, pueden ser entendidos como espacios para la acción; la consciencia
de la provisionalidad de los alcances de la historiografía permite que se pueda
encontrar un justo medio entre los placeres de la imaginación narrativa y el
rigor de las evidencias documentales.
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Notas
1 A través de la cuantificación, la construcción de
series, y el tratamiento estadístico, la disciplina que ascendía en los años
sesenta buscaba formular las relaciones estructurales, lo que Ginzburg
denominaría paradigma galileano: Chartier, Roger. “La historia, entre relato y
conocimiento”, en Historia y Espacio, núm. 17, 2001, pp. 185-206.
2
Aróstegui, Julio. “La renovación contemporánea de la historiografía”, en
Aróstegui, Julio, La Investigación
Histórica: Teoría y Método (Madrid: Crítica, 1995), pp.
96-148.
3 Aurell, Jaume. “La transición de los setentas: de las
economías a las mentalidades”, en Aurell, Jaume, La escritura de la memoria: de
los positivismos a los posmodernismos (Valencia: Universitat de Valencia, 2005),
pp. 87-112. Aróstegui, Julio, Op Cit
4 Como afirma Carlos Barros: “[…] el desinterés por la
historia económico-social tiene como telón de fondo la presión de una demanda
cultural y vital más individualista que reclama una historia más subjetiva”.
Barrios, Carlos. “La contribución de los Annales y la historia de las
mentalidades. 1969-1989”, en Iztapalapa, Revista de Ciencias Sociales y
Humanas, núm. 36, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 1995, pp. 73-102.
5 Febvre, Lucien. Combates por la historia (Barcelona:
Ariel, 1974); Braudel, Fernand. La historia y la ciencias sociales (Madrid:
Alianza Editorial, 1970).
6 A modo de ejemplos se presentan: la entrevista a
Giovanni Levi publicada en Historia Crítica; el reciente artículo de la
profesora María Eugenia Chaves: Chaves, María Eugenia. “La pregunta y el
indicio. A propósito del trabajo sobre fuentes judiciales y casos particulares
en la investigación histórica sobre los sectores subalternos”, en Almario Oscar
(ed.), Las fuentes en las reflexiones sobre el pasado: usos y contextos en la
investigación histórica en Colombia (Medellín: Universidad Nacional de
Colombia, 2014), pp. 143-158; así como el dossier coordinado por ella misma en
la revista Historia y Sociedad: Chaves, María Eugenia. “Presentación. Reflexiones
sobre la Microhistoria italiana: conceptos, método y estudio de casos”, en
Historia y Sociedad, núm. 30, Universidad Nacional de Colombia-sede Medellín,
2016, pp. 17-20.
7 Aurell, Jaume. “El giro narrativo”, en Aurell, Jaume,
La escritura de la memoria: de los positivismos a los posmodernismos (Valencia:
Universitat de Valencia, 2005), pp. 131-147.
8 Chartier, Roger. La historia o la lectura del tiempo
(Barcelona: Editorial Gedisa, 2007), p. 21.
9 Hobsbawm, Eric.
“The Revival of Narrative: Some Comments”, en Past & Present, núm. 86,
Oxford, 1980, pp. 3-8.
10 Chartier, Roger,
Op Cit., pp. 23 y 27; Chartier, Roger. “La historia, entre relato y
conocimiento”, en Historia y Espacio, núm. 17, Cali, Universidad del Valle,
2001, pp. 185-206, y De Certeau, Michel. La escritura de la historia (México:
Universidad Iberoamericana, 1999).
11 Habría un desplazamiento desde las estructuras y los
mecanismos hacia las racionalidades y las estrategias: Chartier, Roger. “La
historia, entre relato y conocimiento”…, p. 188.
12 Chartier, Roger. “La historia, entre relato y
conocimiento”…, pp. 38 y ss.
13 Serna, Justo y Pons, Anaclet. “Anti White”, en Serna,
Justo y Pons, Anaclet. Cómo se escribe la microhistoria. Ensayo sobre Carlo
Ginzburg (Madrid: Cátedra-Universitat de València-Frónesis, 2000),
http://www.uv.es/jserna/AntiWhite.htm (10 de agosto del 2014).
14 Ibíd.
15 White, Hayden. “El texto histórico como artefacto
literario”, en White, Hayden. El texto histórico como artefacto literario
(Barcelona: Paidós, 2003), pp. 107-139; White, Hayden. “La poética de la
historia”, en White, Hayden, Metahistoria: La imaginación histórica en la
Europa del siglo XIX (México: Fondo de Cultura Económica, 2000), pp. 9-50.
16 Ibíd., pp. 110 y 111.
17 Ibíd., p. 115. Vale la pena aclarar que el sentido de
ficción de White no es peyorativo; se puede afirmar, como ha apuntado Verónica
Tozzi, que el hilo conductor de la obra del norteamericano es “[…] su
preocupación por recordarnos que nuestra vinculación con el pasado es, y no
debe dejar de ser, emotiva”: Tozzi, Verónica. “Introducción”, en White, Hayden,
El texto histórico como artefacto literario (Barcelona: Paidós, 2003), p. 10.
18 Hobsbawm, Eric, Op Cit.
19 Para White las narrativas históricas no serán
solamente modelos, “[…] sino también enunciados metafóricos que sugieren una
relación de similitud entre dichos acontecimientos y procesos y los tipos de
relato que convencionalmente usamos […]”. White, Hayden, Op Cit., p. 120.
20 Tempranamente Marc Bloch daría cuenta de esa certeza
del carácter incompleto de la interpretación del historiador; haciendo el
rescate de Coulanges y Michelet dice que tales autores eran lo suficientemente
grandes para no creer que la sociedad fuera un rompecabezas mecánicamente
ajustado y afirma: “[…] el conocimiento de los fragmentos estudiados
sucesivamente, cada uno de por sí, no dará jamás el del conjunto; no dará
siquiera el de los fragmentos mismos”: Bloch, Marc. Introducción a la Historia
(México: Fondo de Cultura Económica, 1979), p. 120.
21 White, Hayden, Op
Cit., p. 126.
22 Serna, Justo y Pons, Anaclet, Op Cit.
23 Para Chartier uno de los elementos característicos de
la ruptura de las certezas de la disciplina a finales de la década de 1980, va a ser “[…] la toma
de conciencia por parte de los historiadores de que su discurso, cualesquiera
que sea su forma es siempre un relato”. Chartier, Roger, Op Cit., p. 190.
24 Ginzburg, Carlo. “Microhistoria dos o tres cosas que
sé de ella”, en Ginzburg, Carlo. El Hilo y las Huellas: Lo verdadero, lo falso,
lo ficticio (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2010), pp. 351-394.
25 En el llamado de atención de Hobsbawm sobre la
reconsideración de un supuesto revival de lo narrativo, es interesante recordar
que Marc Bloch también advirtió este problema al reconocer que debido a la
delicadeza que exigía la traducción de los hechos humanos, para su puesta en
práctica “[…] se necesita una gran finura del lenguaje, un color adecuado en el
tono verbal”: Bloch, Marc, Op Cit., p. 25.
26 Ginzburg, Carlo. “Huellas. Raíces de un paradigma
indiciario”, en Ginzburg, Carlo, Tentativas (Morelia: Universidad Michoacana de
San Nicolás de Hidalgo, 2003), pp. 93-155.
27 Ginzburg, Carlo. “Microhistoria dos o tres cosas que
sé de ella”, Op Cit., pp. 373 y 374.
28 Ibíd.
29 Ibíd., p. 382.
30 Ginzburg, Carlo. “Historia, retórica, prueba. Sobre
Aristóteles y la historia hoy”, en Entrepasados, núm. 27, Buenos Aires,
Universidad de Buenos Aires, 2005, pp. 153-166.
31 Quintiliano, Cicerón y otro autor anónimo, casi
coinciden en la cuestión de poner los hechos ante los ojos, es a eso a lo que
aludía la demonstratio, palabra que en las lenguas europeas modernas ha perdido
su carga retórica, pues esta “[…] hacía referencia al gesto del orador que
señalaba un objeto invisible, volviéndolo casi palpable –enargés– para quien lo
oía, gracias al poder casi mágico de sus propias palabras”. Ginzburg establece
diferencias entre enargeia, a través de la descripción, y la autoridad de la
cita, que se aparta, en cierta medida, de la fuerza creadora del lenguaje:
Ginzburg, Carlo. “Descripción y Cita”, en Ginzburg, Carlo, El Hilo y las
Huellas: Lo verdadero, lo falso, lo ficticio (Buenos Aires: Fondo de Cultura
Económica,2010), p. 25.
32 Ibíd., pp. 19-54.
33 Ginzburg, Carlo. “Apéndice. Pruebas y posibilidades”,
en Ginzburg, Carlo, El Hilo y las Huellas: Lo verdadero, lo falso, lo ficticio
(Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2010), pp. 433-465.
34 Ibíd., p. 463.
35 El acercamiento a la literatura que hace Ginzburg, y
sus apuntes sobre la porosidad de la realidad hacen pensar en las advertencias
de Bourdieu sobre la ilusión biográfica: las transformaciones en la novela
moderna, especialmente en Proust, dan cuenta de lo fragmentario de la identidad
personal, de la discontinuidad de lo real: Bourdieu, Pierre. “La ilusión
biográfica”, en Acta Sociológica, núm. 56, México, UNAM, 2011, pp. 121-128.
36
Ginzburg, Carlo. El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo
XVI (Barcelona: Muchnik Editores, 1981).
37 Ginzburg, Carlo. “Microhistoria dos o tres cosas que
sé de ella”, p. 372.
38 Ginzburg, Carlo. El queso…, p. 33.
39 Ginzburg, Carlo. “Huellas. Raíces de un paradigma
indiciario” y Chaves, María Eugenia. “La pregunta y el indicio. A propósito del
trabajo sobre fuentes judiciales y casos particulares en la investigación
histórica sobre los sectores subalternos”, en Almario, Oscar (ed.) Las fuentes
en las reflexiones sobre el pasado: usos y contextos en la investigación
histórica en Colombia (Medellín: Universidad Nacional de Colombia 2014), pp.
143-158.
40 Muñoz, Santiago y Pérez, María Cristina. “Perspectivas
historiográficas: entrevista con el profesor Giovanni Levi”, en Historia
Crítica, núm. 40, Bogotá, Universidad de los Andes, 2010, pp. 197-204.
41 Ibíd., p. 202. Otra de las expresiones de esa fragmentariedad,
para Jacques LeGoff, tiene que ver con el ejercicio de las periodizaciones.
LeGoff, Jacques. ¿Realmente es necesario cortar la historia en rebanadas?
(México: Fondo de Cultura Económica, 2016), p. 25.
42 Thompson distinguiría “[…] nítidamente entre el
marxismo como sistema cerrado y una tradición proveniente de Marx de
investigación y críticas abiertas”: Sagliati, María Cristina. “Los debates de
la historia en la posmodernidad”, en Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y
Americana, núm. 24, Mendoza,
Universidad Nacional del Cuyo, 2007, p. 143; Illades,
Carlos. Breve introducción al pensamiento de E. P. Thompson (México:
Universidad Autónoma Metropolitana, 2008).
43 No es difícil vincular esta perspectiva con las notas
de Paul Ricoeur sobre la interpretación: “Lo que tiene que ser entendido no es
la situación inicial del discurso, sino lo que apunta a un mundo posible”,
Ricoeur, Paul. Teoría de la interpretación. Discurso y excedente de sentido
(México: Siglo Veintiuno Editores, 2006), p. 100.
44 Ginzburg, Carlo. El queso…, p. 157.
45 “Los hombres hacen su propia historia, pero no la
hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino
bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y
les han sido legadas por el pasado”: Marx, Karl. El 18 brumario de Luis
Bonaparte (Madrid: Fundación Federico Engels, 2003), p. 13.
46 Darnton, Robert. La gran matanza de gatos y otros
episodios en la historia de la cultura francesa (México: Fondo de Cultura
Económica, 1987).
47 Levi, Giovanni. “Los peligros del geertzismo”, en
Hourcade, Eduardo; Godoy, Cristina y Botalla, Horacio. Luz y Contraluz de una
Historia Antropológica (Buenos Aires: Biblos, 1995), p. 73.
48 Una nueva explicación del mismo autor sobre las lecturas
incorrectas de Geertz en: Muñoz, Santiago y Pérez, María Cristina, Op Cit., p.
201.
49 Para un análisis de los postulados de esta visión de
la cultura: Geertz, Clifford. “Descripción densa: hacia una teoría
interpretativa de la cultura”, en Geertz, Clifford, La interpretación de las
culturas (Barcelona:
Editorial Gedisa, 2003), pp. 19-40.
50 Levi, Giovanni, Op Cit., p. 77.
51 Ibíd.
52 Levi, Giovanni. “Sobre microhistoria”, en Burke, Peter
(ed.), Formas de hacer Historia (Madrid: Alianza Editorial, 1999), pp. 119-143;
Levi, Giovanni. “Un problema de escala”, en Relaciones. Estudios de historia y
sociedad, vol. XXIV, núm. 95, 2003, pp. 279-288.
53 Vale recordar, en este punto, el llamado de atención
de Carlo Ginzburg en su propuesta de la circularidad para explicar la relación
entre élites y subalternos. Este recomienda la lectura de fuentes diversas para
evitar los dados cargados; acceder con los documentos tradicionales llevaría a
exagerar el peso de la cultura dominante, lo que bien puede equivaler a trabajar
con un contexto inmóvil y jerárquico donde los flujos van de arriba hacia abajo
como si fuera un molde en el cual hacer casar las experiencias singulares.
Ginzburg, Carlo. El queso…, p. 232.
54 Levi, Giovanni. La herencia inmaterial. La historia de
un exorcista piamontés del siglo XVII (Madrid:
Nerea, 1985).
55 Ibíd., p. 10.
56 Ibíd., p. 11.
57 Ibíd.
58 Ibíd., p. 12.
59 Ibíd., p. 14.
60 Ibíd., p. 15.
61 “Quedarse en la norma es lo mismo que quedarse en el
símbolo; los historiadores debemos ir más allá y estudiar su relación con los
comportamientos y las prácticas sociales”: Muñoz, Santiago y Pérez, María
Cristina, Op Cit., p. 201.
62 Para un análisis de la obra más reconocida de
Thompson: Kaye, Harvey. “E.P. Thompson: La formación de la clase trabajadora
inglesa”, en Kaye, Harvey, Los historiadores marxistas británicos. Un análisis
introductorio (Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 1989), pp. 153-198.
63 Ginzburg, Carlo. El queso…, p. 22.
64 Thompson, Edward. “Agenda para una historia radical”,
en Agenda para una historia radical (Barcelona: Crítica, 2000), pp. 8-43.
65 Thompson, Edward. “La economía ‘moral’ de la
multitud”, en Thompson, Edward, Costumbres En Común (Barcelona: Crítica, 1995),
pp. 213-293.
66 Ibíd., p. 279.
67 Thompson, Edward. “Agenda para una historia
radical”... Op Cit., p. 16.
68 León, Paulo. “El discurso intelectual de E.P.
Thompson”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, núm. 33,
Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2006, pp. 337-364.
69 Puede establecerse un vínculo entre estos autores y
Pierre Vilar; este último recuerda que pensar históricamente exige una
ponderación de innovaciones y herencias: Vilar, Pierre. “Pensar
históricamente”, en Vilar, Pierre, Memoria, Historia e historiadores (Granada:
Universidad de Granada-Universidad de Valencia, 2004), pp. 67-122.
70 Fernand Braudel ya habría recalcado la importancia de
usar las nociones de estructura, modelo y regularidad sociales, acudiendo a la
sociología; Hobsbawm, por su parte, habría afirmado que la historia de la
sociedad es una colaboración entre modelos generales, estructura, cambio, y un
conjunto de fenómenos específicos que ocurrieron. Lo anterior es recordado por
Renán Silva, quien sugiere ampliar estas ideas y dice que para acudir a los
modelos, estos deben combinarse con el uso de escalas micro y de análisis
concentrados, así como con “[…] el examen de los casos límite, de los bordes y
de los reversos sociales”, y con el “[…] uso de la biografía como forma de
análisis de la sociedad y de las formas históricas de la individualidad”:
Silva, Renán. “Sobre sociología e historia”, en Silva, Renán, A la sombra de Clío: diez ensayos sobre
historia e historiografía (Medellín: La Carreta Editores, 2007), pp. 17-42.
Esta no es la idea exacta de contexto en la microhistoria, pero propone una
integración interesante de posturas que pueden ser ponderadas para un
acercamiento a la obra de los autores analizados en este artículo.
71 Mala fama que es una invención, pues la crítica
histórica decimonónica ha aportado elementos que incluso hoy se mantienen
vigentes; Leopold Von Ranke, y otros autores, fueron caricaturizados
injustamente durante la creación de un nuevo canon historiográfico en el
segundo cuarto del siglo XX.
72 No se trata, entonces, de una postura meramente
empírica o anti-teórica. Al respecto es interesante retomar una afirmación
reciente y extremadamente aguda: “El historiador requiere de teorías para
descubrir las experiencias del pasado. No obstante, la narración implica un
acto de recuerdo, lo que conlleva a una reproducción o un relato del relato
bajo las premisas de quien interpreta, por ello en su labor narrativa se
reflejan o confluyen sus propias experiencias. El historiador puede salirse del
campo meramente lingüístico que las fuentes le ofrecen, pues los conceptos
aducen la representación de una unidad de acción que orienta los factores y los
límites de los conceptos como tal. En su interpretación tematiza y recrea un
estado de cosas desde la indicación testimonial de los textos y las cuestiones
o preguntas realizadas a estos”. Uribe, Marcela. “Tiempo histórico y
representación en la Histórica de Reinhart Koselleck”, en Anuario Colombiano de
Historia Social y de la Cultura, vol. XLIII, núm. 1, Bogotá, Universidad
Nacional de Colombia, 2016, pp. 358 y 359.