¿Cómo se funda un
convento? Algunas consideraciones en torno al surgimiento de la vida monástica
femenina en Santa Fe de Bogotá (1578-1645)*
Resumen
La
Corona española, en ejercicio del Patronato, era consciente de su obligación de
sostener económicamente a la evangelización en las llamadas Indias
Occidentales; ello implicaba también la fundación de conventos de frailes. No
sucedía, sin embargo, lo mismo con los conventos de monjas, considerados más
bien como “obras pías” que debían ser promovidas por laicos o por iniciativa de
los obispos. En el presente artículo se analizará el proceso de apertura de
tres conventos femeninos en el Nuevo Reino de Granada: Santa Clara (Tunja),
Nuestra Señora de la Concepción y Santa Inés (Santa Fe), que surgieron
patrocinados por personajes poderosos para acoger a las hijas y huérfanas de
conquistadores y pobladores. Estas iniciativas permiten vislumbrar, entre otros
aspectos, la consolidación social de algunas familias a partir este tipo de
estrategias que vinculaban las adhesiones religiosas y la economía en la
primera mitad del siglo XVII. Desde el método histórico-crítico se analizarán
los documentos que revelan los diferentes procesos fundacionales presentes en
el Archivo General de Indias, Archivo General de la Nación (Colombia) y Archivo
de las Monjas Dominicas de Santa Inés de Bogotá.
Palabras
clave: monjas, conventos, órdenes religiosas femeninas, obras
pías, Patronato, Audiencia de Santa Fe.
Referencia
para citar este artículo: BRIZUELA MOLINA, Sofía Norma (2017).
“¿Cómo se funda un convento? Algunas consideraciones en torno al surgimiento de
la vida monástica femenina en Santa Fe de Bogotá (1578-1645)”. En Anuario de
Historia Regional y de las Fronteras. 22 (2). pp. 165-192.
Fecha
de recepción: 06/02/2016
Fecha
de aceptación: 27/03/2017
Sofía
Norma Brizuela Molina: Diplomada en Estudios Avanzados de Tercer
Ciclo en el área de Conocimiento de Historia de América de la Universidad Pablo
de Olavide, Sevilla, España. Licenciada
en Historia, título expedido por la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Nacional de Tucumán, Argentina. Miembro investigador del grupo de
estudios sobre Religión, Sociedad y Política: Sagrado y Profano de la
Universidad Industrial de Santander (UIS), Colombia. Correo electrónico: sobrizu@hotmail.com. Código ORCID: 0000-0002- 9126-695X.
How
is a Convent Found? Some Considerations Around the Arise of the Femenin
Monastic Life in Santa Fe de Bogotá (1578-1645)
Abstract
The spanish crown, with the control of the patronage, had the economical
obligation of maintaining the evangelization of the new world; That also
implied the establishment of abbeys. It wasn’t the same with the womens’
convents, considered ‘pious works’ which owe be promoted by the bishops and
laymen. In this essay we analyzed the opening process of three femenine
convents in the New kingdom of Granada: Santa Clara (Tunja), Nuestra Señora de
la Concepción and Santa Inés (santafé). From the analysis of documentary sources
we pretend to answer who were the founders, why did they decided to rise a
women’s convent, how much was the investment and how the opening was managed.
Thus we pursue to highlight social strategies that associate the religious
affiliations and the elites’ economy between the late 16th and first half of
the 17th century.
Keywords: Nuns, Convents, Femenine Religious Orders, Pious Works, Patronage,
Santafé’s Audience.
Como
se funda um convento? Algumas considerações em torno ao surgimento da vida
monástica feminina em Santa Fé de Bogotá (1578-1645)
Resumo
A Coroa espanhola, no exercício do patronato, tinha a obrigação de
sustentar economicamente a evangelização nas Índias; isso implicava também a
fundação de conventos de frades. Não acontecia o mesmo com os conventos de
freiras, considerados como “obras pias” que deveriam ser promovidas pela
iniciativa dos bispos ou laicos. Neste artigo se analisou o processo de
abertura de três conventos femininos no Novo Reino de Granada: Santa Clara
(Tunja), Nossa Senhora da Conceição e Santa Inês (Santa Fe). A partir da
análise de fontes documentais pretendemos responder quem eran os fundadores,
por que decidiram fundar um convento de freiras, quanto se deveria investir na
obra e como se gerenciava a abertura. Desta maneira procurou-se destacar
estratégias sociais que vinculavam as adesões religiosas e a economia de
membros da elite entre os finais do século XVI e a primeira metade do século
VXII.
Palabras-chave: freiras, conventos, ordens religiosas femininas,
obras pias, Patronato, Audiência de Santa Fe.
En
el ambiente religioso que se vivía a ambos lados del Atlántico a finales del
siglo XVI y primera mitad del XVII, pocas dudas existen sobre el gran interés
que despertaba como meta de todo creyente el alcanzar la salvación eterna.
Laicos o clérigos, todos parecían esforzarse por ganar el perdón de sus
pecados. Este objetivo –si bien siempre presente en el cristianismo– constituyó
un elemento motivador por el impulso que daba la “devotio moderna”(22)
(29) (31) movimiento espiritual que urgía a los creyentes a tener una
vida virtuosa, que animó el surgimiento de comunidades religiosas en Europa
especialmente en España y en los territorios americanos incorporados a la
Corona.
En efecto, el
Concilio de Trento, asumió estos principios e impulsó la práctica de las buenas
obras como camino privilegiado para alcanzar los beneficios eternos. Desde esta
perspectiva, se entiende el enorme interés de los fieles por materializar obras
pías como la asistencia a los pobres, el otorgar limosnas, erigir capellanías,
fundar cofradías, hospitales o monasterios de monjas en favor del aumento de la
piedad y la fe en la comunidad. El acopio de estas buenas obras ayudaría al
creyente, pues se aceptaba que éstas se computarían al final de su vida como
parte de los esfuerzos (incluyendo su capital económico) invertidos para la
obtención del favor divino: “[…] porque a los que obran bien hasta la muerte y
esperan en Dios, se les debe proponer la vida eterna […] ya como premio con que
se han de recompensar fielmente según la promesa de Dios, los méritos y las
buenas obras”(18). En
estrecha relación con esta concepción, la mencionada fundación de conventos
femeninos ocupaba un lugar especial dentro de las obras llamadas pías. Estas
iniciativas, como se verá, exigían grandes inversiones económicas a aquellos
vecinos pudientes y piadosos, quienes a cambio obtenían reconocimiento de su
condición de patronos. Consideramos que lo que motivaba a personajes encumbrados
de la sociedad colonial a impulsar estas instituciones, trascendía la adhesión
religiosa. Por un lado, el surgimiento de conventos para mujeres manifestaba la
consolidación de las nacientes ciudades americanas, pues las fortunas
particulares se invertían en beneficio de la propia clase o sociedad en estos
territorios. Por otro lado, dichos conventos se trasformaban en núcleos de
inversión de capital que buscaban asegurar la estabilidad económica de las
familias a cargo de las fundaciones. En este artículo analizaremos los orígenes
de tres conventos, el primero en Tunja en 1578 (Clarisas), que nos permite
fijar quizás un esquema para comprender los otros dos: la Concepción (1595) y
Santa Inés (1645). Nos interesa indagar las redes que se tejen tras estos
propósitos y los montos económicos que se destinan a los claustros. Otros
aspectos que nos ocuparán serán también las diferentes modalidades de
participación en el patronato, así como la opción a adscribir al convento a una
u otra Orden religiosa. Nos parece que una mirada de conjunto nos permitirá
articular y conocer mejor los intereses e inversiones de esta sociedad colonial.
Por razones del Patronato(35), la Corona
española tenía obligaciones económicas para el sostenimiento de las órdenes y
todo lo que implicara el esfuerzo para la evangelización de los territorios
americanos. Los bienes materiales proporcionados por el rey con el objeto de
garantizar la efectiva conversión de los indígenas a la fe católica, se
traducían en ayudas para la construcción de conventos y misiones, además de
salarios para curas doctrineros y otras ayudas como la asignación de partidas
de vino, cera, aceite, entre otros destinos comunes(51). Desde este
punto de vista, la situación de los conventos de monjas era diferente a la de
los religiosos. Al estar las mujeres inhibidas de la función sacramental –y en
consecuencia inhabilitadas para la evangelización directa y la catequesis– la
función de un monasterio de mujeres se restringía a su resguardo y clausura
para una vida ofrecida a Dios en oración y observancia de los votos. Por esta
razón, dichas instituciones no gozaron del mismo auxilio económico de los
conventos masculinos. No obstante, algunos conventos de monjas fundados a lo
largo de la geografía americana percibieron ayudas económicas del rey, aunque
bajo consideraciones excepcionales y no siempre con regularidad.
En el caso de Santa Fe, se tiene noticia de una petición
para la fundación de un convento en una carta del Cabildo en febrero de 1577(6);
en la misma, entre otros temas, se trataba la herencia legada por el vecino
Cristóbal Rodríguez con esa finalidad. Para entonces, la ciudad de Santa Fe,
aunque fundada en 1538, fungía ya como sede de la Audiencia y cabeza de
obispado; consecuentemente, junto a las principales autoridades, ya se habían
establecido también los conventos de las órdenes mendicantes de dominicos y
franciscanos. La iniciativa del vecino, confirmaba el éxito relativo de los recientes
procesos de conquista, poblamiento y control de territorio. La erección de un
primer convento de monjas en Santa Fe, sin embargo, no se produjo sino hasta
1595 y se justificó aduciendo la necesidad de albergar a las viudas de
conquistadores y encomenderos, así como a otras mujeres solteras españolas o
criollas. En ese contexto, estas instituciones respondían a necesidades
sensibles de la temprana organización de las ciudades donde se habían
completado los procesos de conquista e iniciado la primera evangelización. Se
agregaba a ello la preocupación sincera de algunos por las mujeres que no
contaban con el resguardo social del matrimonio.
Al respecto resulta útil establecer un modelo de
fundación a partir del surgimiento del primer monasterio femenino en el Nuevo
Reino de Granada en 1578 en Tunja, por el capitán Francisco Salguero y su mujer
Juana Macías de Figueroa. De esta primera experiencia se destacan algunas
pautas que serán comunes en las siguientes fundaciones de conventos en el Nuevo
Reino. Así, en las primeras diligencias previas a la apertura, el mencionado
fundador justificaba ante el Consejo de Indias que un monasterio de monjas
resolvería la situación de pobreza en la que se inscribían varias mujeres de
familias notables para quienes, por no contar con recursos para una buena dote,
no podían acceder a un buen matrimonio. Se evidencia aquí, por un lado, el
carácter de estas alianzas matrimoniales, concebidas para que los contrayentes
sumaran beneficios económicos como tierras, encomiendas, minas, entre otros
bienes. Sin embargo, ello no siempre era posible: la disponibilidad de hombres
ricos no alcanzaba a cubrir el número de doncellas aptas para el matrimonio. Se
entiende, entonces, cómo las mujeres con mayor probabilidad de nupcialidad eran
aquellas que contaban con abultadas herencias. Dentro de estas se destacaban,
por cierto, las viudas que agregaban a su capital familiar lo legado por el
marido difunto; ello suponía una concentración económica considerable como
observó Germán Colmenares para la misma Tunja donde gran número de encomiendas
pasaron, gracias a las viudas de los conquistadores, a un segundo marido.
Por otro lado, se percibe detrás de estas estrategias
matrimoniales cierta obsesión por preservar la pureza y el honor de los linajes.
A los conquistadores y sus descendientes inmediatos parece preocuparles la
probabilidad del mestizaje en los enlaces de las mujeres de sus familias; en
últimas, incluso, preferían enaltecer “a algún inmigrante reciente o algún
aventurero afortunado” para concertar un matrimonio que, aunque no fuese del
todo provechoso, en su lógica resultara por lo menos honorable.
Resalta, igualmente, entre las motivaciones que llevaron
al capitán Salguero a fundar este monasterio, el hecho de no tener
descendencia. Su esposa, con permiso del obispo en el año 1573, decidió
enclaustrase y tomar el hábito de Santa Clara. Según encontramos en la obra de
Florez de Ocáriz, los frailes franciscanos estaban tras esta fundación,
instruyéndola en la espiritualidad y regla de su orden(15). Para
fundar el monasterio, el capitán Salguero dispuso de sus bienes, entregando su
propia casa y la encomienda del pueblo de Mongua: “[...] daba toda su hazienda e indios de encomienda que tiene en la
dicha ciudad de Tunja que será de 350 indios poco más o menos”. Asimismo, dada la relevancia de una
obra de este tipo y considerando que se trataba del primer monasterio en el
Nuevo Reino de Granada, se solicitó al rey que la encomienda fuese a
perpetuidad para beneficio del monasterio, así como 3.000 pesos “de buen oro de renta” por año, también a perpetuidad, en “indios vacos” o de los que pertenecían a la Caja real. En la petición se
aclaraba, además, que si en un caso no se pudiera disponer del dinero de los
indios del rey, que se le traspasen entonces los beneficios de una encomienda
del adelantado Jiménez de Quesada, que pertenecía también a la jurisdicción de
Tunja, una vez que concluyera el término por el que se había establecido su
usufructo.
Para el sustento de cosas
menudas del monasterio, se pidió además que los indios del mismo adelantado
le entregaran, de sus tierras y producción, unas 200 arrobas de sal, 100
arrobas de pescado y 100 múcuras de miel de media arroba cada una. Se incluía
en la petición, por último, tierras para trigo y ganado en la misma Tunja para
el abastecimiento de las monjas, así como que la corona subsidie el viaje de
cuatro o cinco monjas desde la península “[...] para que ordenen las cosas del
monasterio y hagan las demás cosas necesarias y convenientes para la buena
doctrina de las otras monjas”. Dado el carácter pionero de la institución en el
Nuevo Reino, se solicitó ayuda al rey para su fundación. Se preveía que el
monto dispuesto para su funcionamiento provendría fundamentalmente de las
encomiendas y recursos señalados. El nuevo convento fundamentaría su existencia
en el modelo económico que se implanta en la región con el proceso de
conquista, basado en la tenencia de indígenas y su explotación como mano de
obra. Lo único que se solicitó a la Corona fue el desembolso para el viaje de
cuatro o cinco monjas, merced que finalmente no se concedió.
Los monasterios fundados en el territorio del Nuevo Reino
de Granada hacia la primera mitad del siglo XVII (ver el Cuadro 1.), contaron
con la iniciativa “secularepiscopal”(28) pues, aunque en su mayoría
fueron fundados por laicos los respectivos obispos secundaron las propuestas.
Las Ordenanzas de Indias relativas a
las casas religiosas prescribían que los obispos dieran la primera licencia e
informaran al rey sobre la pertinencia de estas fundaciones(17).
Asimismo, señalaban que los prelados debían velar por todo aquello que
beneficiara a la fe, evangelización y necesidades de sus propias diócesis; para
ello, por lo general, debían disponer su patrimonio económico. Con ese
criterio, se entendía que ofrecer resguardo a determinadas mujeres, era atender
una necesidad social a la que la Iglesia debía vigilar. Asumir estas empresas,
implicaba una alta inversión de dinero y junto a las gestiones episcopales, no
faltaron las de laicos que destinaron sus capitales económicos, involucrando a
sus familias y descendencia en la tarea de proveer y custodiar un convento.
Cuadro 1. Fundación
de Conventos en la Audiencia de Santa Fe, 1578-1729.
Fuente:
Florez de Ocáriz, Juan. Genealogías del
Nuevo Reino de Granada [Libro I]. Joseph Fernández de Buendía. Impresor de
la Real Capilla de su Magestad. Madrid. 1674. Libro I.
Fundar una institución religiosa, ya sea una iglesia o
convento, exigía estas cuatro condiciones: disponer de un solar para fundar la
iglesia o convento, construir el recinto, dotarlo para su funcionamiento y
garantizar económicamente la obra con bienes o rentas. En sentido estricto se
llamaba fundador al donante de la
propiedad. Leticia Sánchez Hernández trabaja este tema y dice que “[...] fundar
hace referencia tanto a la construcción de un edificio como a la constitución
de una institución de cualquier índole encaminada a cumplir unos objetivos
concretos”(42) (39). Si el fundador, además de donar el predio,
también construía y dotaba las instalaciones del convento, se hacía merecedor
del reconocimiento al derecho patronal(23)
(30) Nuevamente Sánchez Hernández explica que el término patronato “[...]
se refiere al derecho o poder que ejerce una persona −el
patrón o la patrona− sobre una corporación o
fundación generalmente de carácter pío con la obligación de cumplir
determinados deberes con ella”(42). Estas dos cuestiones pueden
coincidir en una sola entidad tal como sucedió en el Nuevo Reino de Granada al
momento de efectuarse la fundación de los conventos. En los tres monasterios
que analizamos en el presente trabajo, la entrega de los bienes les implicó a
los fundadores traspasar sus propiedades a las respectivas fundaciones. Los
principios que motivaron estas acciones respondían a la piedad, sin embargo,
estos gestos les devolvían a los donantes reconocimiento social, prestigio y
consolidación del status. Un ejemplo claro lo podemos encontrar Luis López
Ortíz, patrón-fundador del convento de la Concepción de Santa Fe, quien en 1594
dispuso de los principales asientos de la capilla del convento que iba a fundar
como privilegio de sus descendientes (en su mayoría mujeres):
[…] asi se an de sentar las
mujeres del linaje de López Ortíz que fueren a la mano derecha de la capilla
mayor a las partes de la epístola, porque el asiento de la mano del Evangelio a
de ser para el Sr arzobispo y presidente del rreino(13)
Efectivamente,
en los recintos religiosos levantados por donantes y fundadores, las
prerrogativas en la ocupación del espacio se regulaban de manera tal que
quedara establecida la diferencia entre las mujeres de la familia del fundador
o patrón y el resto de la comunidad. La ubicación cercana al altar en la
distribución de los asientos asimilaba al patrón con las principales
autoridades del gobierno civil y eclesiástico. Un privilegio al que se agregaba
también el de poder disponer del espacio de la capilla para él y sus
descendientes:
Y manda y es la voluntad de
Luis López Ortíz que en la vobeda de la dha capilla mayor se puedan enterrar a
todos sus deudos en consanguinidad y afinidad y ninguna otra persona ni se
pueda dar licencia para ello por ser patrón ni aya de ninguna otra persona
fuera de ellos(13).
La importancia de contar con la capilla del convento para
uso funerario de la familia de López Ortíz sería, además de un privilegio, uno
de los principales objetivos de la creación del convento. Con este tipo de
obras se buscaba, entre otras cosas, garantizar los beneficios espirituales
inherentes a las ventajas que otorgaba un sitio preferencial en el espacio
sagrado, en el que además se dispensarían misas y rezos por sus almas. Una
prerrogativa que aseguraba su salvación o, al menos, les ofrecía mayores
garantías para ese fin. Hasta hoy, si se visita la Iglesia de la Concepción en
Bogotá, puede leerse en la piedra de la entrada: “Aquí yace Luis López Ortíz, vecino de esta ciudad el menor hombre del
mundo y en pecados el mayor, esperando la misericordia de Dios”. Se
advierte en esta mentalidad y práctica piadosa, de un lado, el temor a perder
la salvación y, de otro, la búsqueda del reconocimiento a los esfuerzos para
ganarla. El acopio de méritos, en principio, tenía como finalidad flexibilizar
el designio divino. Se entendía, por ende, que el triunfo radicaba en una vida
virtuosa, asegurada además por las oraciones de sus descendientes a fin de
obtener la intercesión por los pecados. Desde esta perspectiva la misa, por
ejemplo, se revela como un acto fundamental para alcanzar la vida eterna,
entendiéndose que, a mayor número de celebraciones litúrgicas, mayores
sufragios se alcanzaban. Todo dinero destinado a los oficios en nombre del
difunto, resultaba entonces una buena inversión. Similares efectos se esperaban
de las obras pías.
El primer convento de mujeres de Santa Fe de Bogotá abrió
sus puertas en septiembre de 1595. Sin embargo, el interés vecinal por
construir un recinto que albergara a las “hijas huérfanas de conquistadores y
principales” –como se ha dicho– se había planteado ya en 1577 en una carta del
cabildo de la ciudad para destinar a este fin la herencia legada por el
comerciante Cristóbal Rodríguez.
Efectivamente, el cabildo elevó la petición, solicitando
además al rey solventar la obra con las medias anatas de las encomiendas,
haciendo constar que el mencionado vecino
[…] dexo mucha parte de su herencia para que
en esta ciudad se haga un monasterio de monjas…obra muy buena e muy necesaria
por aver en esta ciudad muchas doncellas hijas de conquistadores de ese rreino
muy pobres que entraran a servir a Dios(6).
Al respecto, el citado texto de Florez de Ocáriz(15)
reitera, en lo relativo a las fundaciones de conventos en el Nuevo Reino
Granada, que la herencia de Cristóbal Rodríguez constituyó el primer donativo
para esta fundación:
Cristóbal Rodríguez Cano,
vecino de la ciudad de Santafé, mandó en su testamento fundar en ella de su
hazienda un convento de monjas de Santa Clara, con advocación de Santa Ana de
Cano, nombrando por patrón a su sobrino Juan Rodríguez Cano y sus sucesores, si
residiesen en esta ciudad, y sí no a Luis López Ortiz(15).
Los fondos dispuestos en el testamento −un
total de “once mil pesos de oro de veinte quilates”− al
parecer no resultaron suficientes. Por esta razón, los mencionados Juan
Rodríguez y López Ortíz(15) se asociaron y aunaron un capital para
el patronato. El monasterio se fundaría en honor de Santa Clara, iniciándose su
obra en 1583. La muerte de Juan Rodríguez, sin embargo, decidió otro destino
para el convento. El dinero disponible se redujo a ocho mil pesos, suma
insuficiente para cubrir una obra de esas características. Pese a ello, Ortíz
continuó solo con el patronato, aunque ya no bajo la advocación de Santa Clara,
sino bajo “el título de la Concepción de Nuestra Señora”.(15)
Luis López de Ortíz, comerciante originario de Plasencia,
había llegado a Santa Fe en 1549 con 30 años de edad.(5) Descrito
por Florez de Ocáriz como “persona seglar de buena vida”, invirtió en numerosas
obras pías y finalmente destinó gran parte de su fortuna en la fundación de un
convento de monjas. En efecto, se trataba de un hombre devoto quien consideraba
tener una gran deuda con Dios, después de salvarse sin mayores consecuencias de
la embestida de un toro bravo cuando
estaba en su tienda −sita al lado de la catedral
y al frente de la plaza mayor donde se lidiaban los toros−.
Ello lo llevó a convertirse en benefactor de la iglesia de los agustinos,
donando una imagen de la Virgen de Altagracia que mandó traer de España(15).
Sin embargo, como se verá, su principal obra fue destinar parte significativa
de su patrimonio económico a la fundación del monasterio dedicado a la Virgen
de la Concepción.
Se aprecia en esta experiencia fundacional cómo de una
advocación se pasaba a otra. Más importante resulta el consecuente cambio de orden
religiosa y de regla que ello conlleva, aspecto que parece no haber preocupado
en mayor medida a los fundadores. En el caso de Luis López Ortíz, este cambio
bien podría deberse a las preferencias de su devoción privada(25);
sin embargo, detrás de este hecho se advierte la franca expansión que entonces
suscitaba el culto a la Virgen de la Inmaculada Concepción. A pesar de no
existir una declaración de la iglesia romana sobre este atributo de la Virgen,
existía ya una adhesión popular a la Concepción Inmaculada. Significativo
también que, entre finales del siglo XIV y principios del XV, en la misma Corte
de Castilla, haya surgido una orden religiosa femenina bajo este nombre de la
Pura Concepción de la Virgen que incluso sería la primera en fundarse en territorio
americano(37). Para este tiempo, la devoción a la Virgen María
Inmaculada nutría el clima religioso en la península, especialmente en Sevilla,
desde donde se promocionaba no sólo el culto sino también su iconografía. Al
respecto, como muestran Enriqueta Vila y Guillermo Lohmann, resulta ilustrativo
el caso de los hermanos Almonte, comerciantes de Sevilla; uno de ellos, prior
del Consulado de esa ciudad y fundador del Consulado de Lima, en reconocimiento
a su labor fue retratado “[...] a los pies de la Inmaculada, patrona del
Consulado con túnica blanca y manto azul.”(40) Puede intuirse que la
vinculación comercial de López de Ortíz con Sevilla, así como la consentida
difusión de esta expresión religiosa, promovió la consolidación de esta
devoción en la ciudad de Santa Fe; curiosamente, esta devoción tendría su
primer lugar de culto en una capilla fundada por un devoto mercader antes que
por el auspicio de la Orden franciscana, tradicionalmente su promotora
principal.
Para continuar con el proyecto, López Ortíz solicitó
ayuda al presidente de la Audiencia, Antonio González. Este dispuso de los
fondos que el rey había ordenado de las medias
anatas(21) (26) producidas por las nuevas encomiendas,
originalmente destinados a la construcción del hospital de San Pedro. Se contó
entonces con “once mil pesos que se pusieron en renta para el sustento de las
monjas”, así como con mil ducados aportados por el rey para la construcción de
los muros, más el capital de López Ortíz(15). Conforme a lo que
encontramos en su testamento, se entregaron para el sostenimiento del convento “propiedades, censos y oro”(13).
En lo que respecta a la inversión que llevó el edificio, se cita en el
testamento la referencia de los oficiales que tuvieron a cargo la construcción,
quienes declararon que la obra concentró más de “50.000 p. de oro corriente”(13). Así, finalmente, el
convento se inauguró el 29 de septiembre de 1595.
El primer claustro para mujeres de la ciudad contaba no
solo con el beneplácito de la Corona, sino también con su apoyo económico. Y
aunque éste parece no haber sido permanente, hay constancia de una petición a
la real ayuda ante algunos problemas surgidos en el edificio. Lo deducimos por
un informe de 1618, en el cual el presidente de la Audiencia expresaba el buen
destino del desembolso real: “Y la dha gracias y limosna, será obra digna de
las grandezas, liberalidad y piedad christiana de V m y muy bien empleadas en
dho convento”(7).
La ayuda real, al menos en
el momento de su fundación, y la herencia legada por su fundador, fallecido en
1597(7), consolidaron a esta institución religiosa al que ingresaron
tres mujeres españolas: Catalina de Céspedes, Úrsula de Villagómez e Isabel
Campuzano(43), hermanas del Fiscal de la Cancillería Real, Aller de
Villagómez. Este dato es de gran importancia porque al poco tiempo de morir
López de Ortíz, el monasterio comenzó a tener graves problemas con los patronos
sucesores. No conocemos efectivamente cuál ha sido el problema, pero se
menciona una agresión física a la abadesa Beatriz de la Concepción(25)
por parte de uno de los familiares. Estomotivó a que el fiscal Villagómez,
interpusiera un pleito para que se modificara la titularidad del convento y se
le reconociera al rey el título de patrón. La sentencia salió favorable al
fiscal por lo que el convento quedó bajo el patronato real y ya sólo como
fundadores, Ortíz y sus descendientes(15).
La titularidad real del patronato(25)(42),
además del reconocimiento de la dotación efectuada por la Corona, daba
relevancia a la buena voluntad del monarca para con sus súbditos y hacían
destinatario a la persona del rey de los beneficios espirituales que generaban
las obras pías. Sin embargo, cabe interrogarse aquí si la prerrogativa del
patronato real le resultó favorable al convento. En principio, debería haberle
garantizado mayor autonomía económica al no estar sujeto a una familia sino a
la Corona misma. Este aspecto podría explicar la prosperidad y las importantes
actividades financieras que este convento sostuvo a lo largo del siglo XVII(43)
(27).
Desde esta perspectiva, en
efecto, queremos mencionar la “funcionalidad económica” que tuvieron los
conventos femeninos durante el periodo colonial en las diferentes economías
regionales; particularmente porque una de sus principales funciones fue la de
otorgar créditos, práctica a la que también se dedicaban otras instituciones
eclesiásticas como las capellanías(47) (48) (49) (50). En este caso,
el monasterio de la Concepción parece haber contado con sumas considerables
procedentes de las dotes de las ingresantes. Si bien no podemos abordar aquí en
detalle aspectos de la organización económica del convento, sí resaltamos en
cambio que los presupuestos invertidos al momento de organizar las fundaciones
fueron determinantes para el porvenir de los conventos. Ello se evidencia
cuando se contrasta, por ejemplo, el convento de clarisas de Tunja −que
al momento de su fundación cimentaba su existencia en las rentas deducidas del
régimen de encomiendas− con el monasterio de la
Concepción de Santa Fe que para el siglo XVIII contaba con una privilegiada
situación económica basada en “el arriendo de casas y tiendas, capellanías,
venta de celdas y dotes de ingreso”(43).
En efecto, los monasterios femeninos, demandaban altos y
continuos ingresos para poder mantenerse. Gran parte de su capital procedía de
las dotes aportadas al momento de la profesión de las religiosas que se
efectuaba con dinero en metálico o se completaba con otro tipo de bienes como
propiedades urbanas, esclavos, fincas, entre otros. La extracción social de las
monjas se revela como un elemento clave para la subsistencia del Claustro(38).
Precisamente gracias a estos fondos, las religiosas podían administrar su
patrimonio invirtiendo en tierras, préstamos y censos(47)(48). Es
así que el convento cobraba los réditos conforme a lo convenido en contratos
individuales y muchos de los beneficios provenían del arrendamiento de
propiedades urbanas que se les entregaba a las monjas al momento de la
profesión de una novicia.
Los primeros intentos
fundacionales del convento de monjas dominicas parten de la iniciativa de tres
hombres notables de Santa Fe. Hernando de Caycedo, junto a sus primos Tomás
Velázquez y Alonso López Hidalgo de Mayorga(2). El primero de estos
dos últimos era escribano de cámara de Cancillería, hermano de Fray Gerónimo
Velázquez, dominico y Vicario de la provincia de San Antonino(19).
El segundo, Alonso López Hidalgo de Mayorga, era encomendero(8).
Como se verá, se trataba de vecinos
poderosos, con múltiples actividades de orden político,
militar y económico. Al capitán Hernando de Caycedo, por su parte se le
referencia como “persona de muy buenas prendas naturales y adquiridas,
acaudalado de nobleza y riquezas, y más de lo muy limosnero de su piadoso ánimo”(15);
era hijo del capitán Francisco Beltrán de Caycedo, conquistador y poblador de
las ciudades mineras de Vitoria, Los Remedios, Cáceres y Zaragoza(10),
cuyos hijos, Francisco Beltrán y Hernando, heredaron su fortuna concentrada en
minas, tierras, esclavos y casas en esas tierras de Antioquia.
Hernando Caycedo se destacó como el
gran promotor del proyecto; inició las tramitaciones correspondientes para la
fundación de un convento, comunicando al gobernador Juan de Borja y al
arzobispo su intención para que elevaran su petición al rey reseñando las
garantías económicas que se ofrecían para la obra. Según Ocáriz, se recibió
cédula con fecha de 24 de diciembre de 1615 por la que la Corona solicitaba
mayor información para dar curso al proyecto y que el mismo gobernador
respondió confirmando su visto bueno. En efecto, encontramos reiteradamente a
los tres vecinos implicados en diferentes operaciones económicas y gestiones de
administración, lo que sugiere que la fundación del convento se inscribía en
una iniciativa más que iban a llevar a cabo conjuntamente(14). Las
referencias a la posesión de bienes (tierras, encomiendas, esclavos, etc.) que
concentraban, nos advierte que se trataba de personajes que además de asumir funciones
vinculadas a la vida militar, o burocracia, contaban con excedentes económicos
para hacer diversas inversiones.
Un
ejemplo de estas diligencias se expresaba en una carta de 1608, del tribunal de
cuentas de Santa Fe sobre un Juro(23)(24) que Caycedo pretendía
comprar para fundar cuatro capellanías en la catedral. Mediante esta acción, le
entregaría a la hacienda real, un capital por las cuatro capellanías y a cambio
el rey le permitiría cobrar un porcentaje por los oficios celebrados en las
distintas capillas: “Para dotar las dha capellanías pretende que V.m. se sirva
de mandarle vender mil y trezientos pesos de oro de doce quilates de juro y
Renta cada año alquilar a Razón de 18 U el millar”(11). Las capellanías(27) (36) (50)
eran instituciones con funciones esencialmente religiosas, creadas para
rescatar las almas de los difuntos del purgatorio, creencia difundida por la
Iglesia que entonces contaba con gran adhesión. Al respecto el mismo Concilio
de Trento confirmó: “[…] hay purgatorio; y que las almas detenidas en él reciben
alivio con los sufragios de los fieles y en especial con el aceptable
sacrificio de la misa”(18). La idea del purgatorio, como sitio intermedio
entre el cielo y el infierno al que llegaban las almas a purificarse, promovió
la necesidad de prever un tipo de “plan de salvación” en el cual se progresaba
de acuerdo a la cantidad de misas oficiadas por los allegados al difunto. Esta
actividad exigía la dedicación de clérigos quienes, a partir de este servicio,
podían detentar un ingreso fijo que cubriera sus gastos de manutención
prácticamente de por vida. Sin embargo, esta función espiritual se completaba
con la utilización económica que le daba la sociedad colonial. La compra de una
capellanía se hacía con un capital líquido(27) que
se debía mantener para garantizar la perpetuidad de la misma, razón por la
cual, ese capital debía ser invertido para obtener ganancia. Es así que las
capellanías se convertían en instituciones rentistas que otorgaban préstamos
cuyos beneficios se destinaban a cubrir, entre otras cosas, el o los salarios
del capellán. Se trataba de una institución articuladora de lo espiritual y de
lo temporal y que nos da una perspectiva importante para comprender las
diversas utilidades de las obras pías.
Así, desde estas mismas lógicas, debemos comprender el
plan del Capitán Caycedo, cuya familia cercana a la Orden dominicana, había
costeado con importantes subvenciones la construcción de la iglesia del
Rosario.(19) . Nada extraño que la proximidad a los frailes haya
animado las iniciativas por fundar el monasterio de dominicas. El proceso de
petición por parte de los patronos contó con informes favorables de las
autoridades de la audiencia, sin embargo, el proyecto de fundación no pudo
llevarse a cabo por la repentina muerte de Hernando de Caycedo en 1622, y por
la llegada del nuevo arzobispo a ocupar el obispado en sede vacante.
La llegada de Hernando Arias Ugarte –santafereño de
distinguidos orígenes, con una brillante carrera como funcionario real y como
arzobispo que ocuparía la silla de Santa Fe entre 1618 y 1625– representó sin
embargo un verdadero revés para la fundación del convento. El nuevo arzobispo,
hombre con importantes contactos en la Corte, llevaba entre sus objetivos
primordiales la fundación de un monasterio de clarisas para las mujeres de su
propio linaje(31). Se comprende la escasa simpatía que pudo inspirar
la propuesta dominica que rivalizaba con la del obispo Ugarte. Así, aunque la
solicitud del convento de las dominicas llevaba ya por delante las
tramitaciones exigidas, el arzobispo se inclinó por promover la licencia del
rey a favor de un monasterio de clarisas.
Para el convento de Santa Clara, según Constanza Toquica
en lo referente a las rentas disponibles para su fundación, el arzobispo
adquirió el solar y construyó el edificio “sitio suficiente y capaz” para el
monasterio. Asimismo, “el prelado donaría 40.000 patacones a la fundación y
dotación del convento” que se pondrían a renta; la institución contaría además
con el respaldo de los bienes y ganancias que en adelante fuera a adquirir el
hermano del arzobispo, Diego, quien quedó como patrón del convento(31).
Lo anterior revela las tensiones internas de la sociedad colonial. Las
relaciones con la Corte y los antecedentes del obispo Arias Ugarte jugaron un
papel decisivo para los permisos de apertura del convento, considerando que los
fondos donados, de hecho, eran más o menos similares a los ofrecidos por
Caycedo.
No menos importante para
entender el revés de la propuesta dominica resultó el inesperado fallecimiento
del Capitán Caycedo. Este obligó a organizar su legado en razón del nacimiento
de un hijo póstumo que descontaba el capital inicial previsto para el
monasterio. Sus albaceas, su hermano Francisco Beltrán Caycedo y su cuñado
Francisco de Berrío, también gobernador, dispusieron de la herencia para dos
capellanías de “1000 patacones de renta cada una añal” dejando de lado las
cuatro con las que tenía obligación de 400 y 200 p. a cada Patrón(2).
De la fortuna legada por
Hernando de Caycedo, su hermano y albacea
[…] intentó vender los bienes
que quedaban por fin […] minas, negros, tierras, herramientas y demás haciendas
que se remataron en la ciudad de los Remedios y Antiochia por el valor de
53.000 p. de oro de veinte quilates y remitió un legado de 10.000 ducados que
había hecho su hermano a Doña Gerónima Catalina Caycedo, su hija y las compró
el mismo por remate(10).
No obstante, los reveses señalados, sus primos López de
Mayorga y Velázquez insistieron en la solicitud de licencia del convento y
ofrecieron 7.000 patacones cada uno; esto animó a Francisco Beltrán Caycedo,
quien decidió aportar 10.000 pesos(46) de su fortuna y 19.000 pesos
de la fortuna de su hermano aún pendiente de ser distribuida. Junto a este
capital incluía además a los capellanes (con obligaciones de sufragio a favor
de Hernando), lo que sumaría un total de 45.000 pesos.
La nueva propuesta se elevó a la Audiencia el 30 de junio
de 1622, sin respuesta alguna por parte de la Corona; ésta, por el contrario,
conforme a lo que analizamos, aprobó la construcción del monasterio de las
clarisas del obispo Arias; este último se culminó en 1629(15).
Cuadro 2.
Donaciones para la Fundación del Convento de Dominicas.
El interés por la apertura de un convento de dominicas
iba más allá del anhelo de unos varones adinerados de la sociedad. Tras él se
perciben también otros intereses no tan visibles en las fuentes. En particular,
detrás de esta fundación, estaban los frailes dominicos. Esta orden mantenía
fuertes lazos con la sociedad laica y, como se verá con la fundación del
convento de Santa Inés, gozaba de una fuerte ascendencia en la élite local.
Esta perspectiva, observada por Plata Quezada(28), nos ha guiado en
la comprensión del proceso fundacional, pues la lectura de los documentos,
permite reconocer en la trastienda la incidencia de los frailes en la decisión
de los feligreses que resultaron futuros fundadores.
Para el período, las órdenes religiosas de franciscanos,
dominicos, agustinos y jesuitas tenían ya una presencia consolidada en la
ciudad tanto en número de conventos como en frailes. Los regulares desempeñaban
un papel muy destacado no sólo con el ejercicio del ministerio, sino con su
actividad apostólica. Mediante la evangelización y predicación promovieron la
adhesión de los fieles, la cercanía a los conventos, la creación de cofradías,
la expansión de las devociones propias de cada institución y también el
sustento económico de las mismas. Estos aspectos expresaban el éxito
corporativo de la familia religiosa(41) y su valoración social.
Para los dominicos, como
para el resto de las congregaciones regulares, erigir todos los estamentos de
la comunidad religiosa les daba una fuerte conciencia de representación y,
aunque no era la única razón de auspicio de las fundaciones de conventos de
monjas, sí consideramos el interés de los frailes por el establecimiento de
conventos bajo advocaciones que remitían a sus respectivas familias religiosas.
Todas las referencias al
surgimiento del monasterio de Santa Inés(15) (2) (3) nos sitúan en
el convento de frailes dominicos donde, en un principio, fue a realizar sus
“ejercicios espirituales” Juan Clemente de Chávez, antes de asumir su nuevo
destino como gobernador de una provincia de Antioquia. El prior del convento le
proporcionó para su oración un libro de devociones dominicas(20)
donde reparó en la lectura de la vida de una monja dominica, Inés de Montepulciano:
[…] que le ocupó las potencias del alma para tenerla por abogada deseando
fundar convento de religiosas con su nombre(2).
Chávez, miembro de una
familia que se anotaba entre los conquistadores y primeros pobladores del
territorio de Santa Fe, podía considerarse un destacado miembro de la elite;
había sido alférez real y alcalde ordinario y le distinguía su cercanía al
convento de Santo Domingo(8). En efecto, el 29 de mayo de 1628
dispuso en su testamento –tras una confesión con Fray Antonio de León, prior
del convento del Rosario– el legado de sus propiedades para la fundación de un
convento dedicado a Santa Inés de Montepulciano. En el documento se estableció
que sus bienes se unirían a los de su hermana Antonia para concretar la
apertura de la nueva casa religiosa.
A los hermanos Chávez, la
vida religiosa femenina no les resultaba ajena. Dos de sus hermanas, Beatriz de
la Concepción (ya mencionada anteriormente) y Ana de San Jerónimo, estaban en
el convento de la Concepción, donde habían desempeñado diferentes oficios;
incluso Beatriz había sido abadesa de dicho monasterio. De manera que Juan
Clemente y Antonia estaban al tanto de lo que implicaba llevar adelante una
institución de esas características. Esto se constata en una carta de 1618, en
la que Juan Clemente servía de testigo a las monjas en la citada petición al
rey por la reasignación de las medias anatas(7). En su declaración
dejó asentado que conocía las necesidades del monasterio y las urgencias del
edificio. Allí mismo detallaba las mejoras a llevar a cabo en el recinto tales
como agrandar el coro, construir dormitorios o dotarlo de una enfermería.
Incluso se refirió a la situación económica del monasterio, al afirmar que la
renta de las dotes no alcanzaba a cubrir los gastos de manutención, vestimenta
y reparaciones básicas de dicha residencia: “[…] Y las dhas rentas que estaban
impuestas a catorce mil el millar se an ydo y ban redimiendo y con la nueva
ymposicion de a veinte mil el millar se aminorado mucha parte con que se
augmenta la dicha necesidad”(7).
Posiblemente su
familiaridad con el estilo de vida conventual alentó su decisión de fundar un
nuevo convento al que entrarían sus dos hermanas, monjas de la Concepción;
éstas dejarían su claustro inicial e ingresarían al de Santa Inés en carácter
de fundadoras junto a otras mujeres de la propia familia(2). Juan
Clemente, sin embargo, no pudo ver realizado su deseo. Al poco tiempo de
concretar el testamento y de asumir como gobernador de Zaragoza (Antioquia)
murió. Según dispuso, sus bienes se destinarían al futuro convento y su hermana
Antonia de Chávez, su heredera y albacea , debía llevar adelante la obra de
construcción del claustro del que ella misma sería la patrona-fundadora (4).
En efecto, la única heredera con capacidad de gestionar la herencia y los
bienes de la familia era Antonia, dado que sus dos hermanos varones habían
fallecido y sus otras dos hermanas, Beatriz y Ana, eran religiosas.(16)
Antonia −a su vez viuda de Lope de
Céspedes de quien heredó la encomienda de los indios de Ubaqué y Cáqueza(12)−
hizo la petición al Consejo, informando de acuerdo a los requisitos que exigía
el patronato, que contaban con todos los medios para llevar adelante la
fundación. Para construir el convento destinaba la casa familiar y anexaba una
propiedad colindante que le permutó a una prima por una casa “en la calle la
carrera”(12) para disponer de mayor perímetro. Así, como expresaba
en un documento del 14 de julio de 1630,
[…] pretendo fundar un
convento de monjas dela advocación de Sancta Ynes de Monte Policiano para lo
qual doy y dono todas mis haciendas y del dho mi hermano en oro, estancias y
ganados esclavos y otros bienes en mucha cantidad de pesos que son mas de
sesenta mil(1).
Al respecto ilustran y complementan otros documentos del
Archivo de Indias, elevados al Consejo por parte del provincial dominico fray
Tomás Vaca(9); los mismos señalan que para la fundación se dispuso
de dos grandes propiedades destinadas a la edificación del convento y la
iglesia, dos casas debajo de la plaza mayor, dieciocho mil pesos en dinero
efectivo, además de estancias de pan coger, cuarenta estancias con ganado mayor
y menor en la sabana de Bogotá y cinco haciendas de trapiche en Tocaima, en
“tierra caliente”, con 20 esclavos. También se aportaron mil pesos de beneficio
de la renta de las encomiendas que se destinarían para la fábrica del convento,
es decir para el sostenimiento del edificio, más los gastos que ocasionaban los
insumos del culto como velas, aceite y gastos de sacristía, entre otros.
Se evidencia en la información citada las dimensiones de
esta “empresa”. Solo para iniciar un proyecto de fundación se debía contar con
una base económica capaz de afrontar los gastos de construcción, más los de
aprovisionamiento del edificio conforme a su función. Las dependencias del
convento debían contar con tornos, locutorios, cocina, dormitorios, refectorio,
enfermería, oficinas, muros y cercas(2); la parte correspondiente a
la iglesia debía a su vez contar con altares, ornamentos, sacristía, rejas,
coros, campanas y otros elementos igualmente costosos(1); los
revestimientos de la capilla y los enseres de sacristía (como vasos de oro y
plata, sagrario, custodia, alhajas, imágenes, ropa de buenos géneros, mobiliario,
etc.) eran artículos prácticamente de lujo. Al respecto, señala la
documentación, que:
[…] tiene el dinero para dha fundación y no
para otra cosa dieciocho mil pesos a ocho reales depositado para este efecto en
el padre presentado Fray Cristoval Gallego, prior de este convento de Santa Fe
para fabrica, casa con clausura, Yglesia a satisfacción de vuestro gobernador y
arzobispo de este rreyno para numero de cinquenta monjas(9).
Asimismo, los conventos demandaban una serie de gastos
fijos que debían de ser atendidos en cuanto se fueran a habilitar y tuvieran
las monjas dentro. Por esta razón previamente debían justificarse los recursos
para obtener la licencia de apertura. En todas las casas religiosas se contaba
con el ingreso que aportaban las dotes de las monjas al momento de hacer la
profesión. En el caso del convento de Santa Inés, se estipuló una población de
50 monjas (luego se redujo a 33) de velo
negro o “de coro” categoría que se destinaba a las hijas legítimas, de familias
notables y prestantes, que debían pagar para ingresar algo más de 2.000 pesos
(se incluía también propinas y ajuar más 100 pesos para alimentos del año de
noviciado). La otra categoría de ingreso eran las monjas de velo blanco,
llamadas legas o de obediencia, pertenecientes a otra condición
económica y social. Su vida en el monasterio implicaba cumplir con trabajos y
servicios. Su dote se estableció en 400 pesos, ajuar de dos hábitos y ropa de
cama y contaban con un cupo para 12 monjas(1).
El patronato del convento de Santa Inés disponía de todas
las condiciones necesarias para fundar un convento, como era un solar apropiado
y el capital para la construcción y dotación material. Por otro lado, los
fondos económicos que sostendrían a la institución provendrían de las haciendas
aportadas por la familia Chávez. Como se ha dicho, se trataba de explotaciones
agrícolas y ganaderas diversas y además, se contaría con los ingresos aportados
por las rentas de las encomiendas. La base económica para la fundación y
sostenimiento del convento, a diferencia de los otros conventos de la ciudad,
derivarían fundamentalmente del campo. Así lo previno el mismo gobernador
Chávez en su testamento: “[…] y mediante que en las dichas tierras con el favor
de su divina Magestad pueden cogerse y criarse cantidad de todos los frutos y
ganados que acá hay y que con ellos se pueden sustentar muchas religiosas”(4). Tratándose de una cuantiosa fortuna,
cabe preguntarse los motivos que llevaron a los hermanos Chávez a darle ese fin
a la herencia familiar. Al respecto, los notables de la ciudad que presentaron
su testimonio a favor de la fundación destacaban la relevancia de la fundación
no solo por el valor social que representaba, sino por el aprecio con que
contaba esta destacada familia.(9) El monasterio, como se advertía
en otros casos, les aseguraba a los padres de familia un sitio adecuado para la
conservación del honor y la limpieza étnica. En la sociedad colonial se
prefería el encierro al mestizaje de las hijas de los principales. No obstante,
creemos que no sólo el sentido social fue lo que motivó semejante inversión; un
monasterio era una empresa que abarcaba muchos aspectos de la vida y el manejo
de estas instituciones implicaba un esfuerzo corporativo a cargo inmediato de
la fundadora, de su familia y de las propias monjas. Quizás tampoco fuera
arriesgado pensar lo que pasaba por la mente de los patronosfundadores, y
encontrarnos con razones que apunten a la creación de una entidad piadosa que
concentrara el patrimonio de los Chávez que no contaba con herederos directos.(44).
La dimensión espiritual y material una vez más tejieron un puente que permitía
a estos hermanos piadosos y pudientes alcanzar el favor de Dios, obtener
reputación social e invertir sus finanzas en una obra que continuamente
proporcionaría beneficios económicos y protección divina para los vivos y
difuntos de la familia.
[…] para que Dios sea servido
y alabado por ella y por las siervas suyas que en este convento vivieren y
nuestras almas hallen misericordia delante de su divina magestad, a cuyos pies
ponemos nuestras haciendas y con ellas nuestros corazones y almas”(4).
La cédula de aprobación llegó el 2 de noviembre de 1638 y
el monasterio abrió sus puertas el 19 de julio de 1645. En carácter de
fundadoras entraron Beatriz de la Concepción y su prima hermana, Francisca
Eufrasia de Cristo, ambas provenientes del convento de la Concepción, pues Ana
de San Gerónimo había fallecido para entonces. Ambas mujeres, con experiencia
en vida conventual, se sucedieron en el gobierno puesto que así lo indicaban
las constituciones para el caso de que las monjas sean de la familia Chávez.
Junto a las fundadoras ingresaron diez doncellas eximidas de pagar la dote
merced determinada por los patronos que se destinaba a las mujeres de la propia
familia. Esto implicaba que en principio dichas dotes no eran para
beneficencia, sino que −esta especie de beca en la actualidad− se
destinarían a las candidatas elegidas por los fundadores. El ingreso al
claustro sin obligación de dote era un privilegio que se reservaba a las
mujeres del linaje para que con ese capital invertido alcanzaran virtud y
santidad.
Durante la primera mitad del siglo XVII se realizaron las
fundaciones de la mayoría de los conventos de monjas de la ciudad de Santa Fe.
Esto obedecía a la necesidad de disponer de recintos custodiados para alojar a
las mujeres apartadas de la nupcialidad. La aparición de estas instituciones
revela las tensiones de la sociedad colonial; en particular, se aprecia un binomio
espiritual y material en el que confluían numerosos intereses que beneficiaban
a los propulsores de las obras. Los constituidos patronos, según la mentalidad
de entonces, no sólo acercaban su alma a Dios, sino que acrecentaban su
prestigio personal. Quizás, tan importante como lo anterior, resultaba la
fundación de una empresa con capacidad de préstamo y socorro financiero para
los que compartían su mismo status social.
Se percibe, asimismo, cómo el alcanzar la gracia divina y
la carrera por la salvación del alma motivaron gran parte de la actividad
económica en el periodo; para estos fines se destinaron cuantiosos recursos.
Fundar un convento, considerada una opción dentro de la categoría de las obras
pías, exigía una inversión económica de gran tamaño. Sin embargo, este tipo de
iniciativas advierten no sólo del interés religioso de la sociedad, sino
también la consolidación de Santa Fe como ciudad. En efecto, su élite parecía
complacida de superar las primeras instancias de asentamiento, demostrando que estaba
en condiciones de resolver el problema de las mujeres marginadas del
matrimonio, asegurando también su resguardo y educación; aspectos estos últimos
que los conventos atenderían.
Así, el primer convento femenino fundado en Nueva
Granada, el de las Clarisas de Tunja, revela un esquema por el que pasarán las
siguientes fundaciones: el interés de un vecino devoto, un solar determinado,
la disponibilidad económica, la justificación y tramitaciones respectivas antes
las autoridades locales (gobernador y obispo), y los informes que estos
enviarían a la Península para su aceptación o no. Sin embargo, estas
instituciones se diversificaron, no sólo por la orden religiosa a la que se
incorporaban –aunque este aspecto no fue tan determinante en los primeros años–,
sino por las condiciones económicas de cada convento. Los montos o bienes
legados por los respectivos fundadores o patronos formaban parte del capital
inicial de cada convento que debía de ser administrado por los designados como
sucesores, encargados de llevar a cabo las cargas económicas de la fundación.
En el caso del convento de la Concepción es evidente que contó con ciertos
privilegios de la Corona al quedar bajo su patronazgo; en este sentido, esta
fundación no quedó adscripta a una familia, lo que sin dudas le aportó márgenes
de libertad para efectuar transacciones más beneficiosas. Posiblemente este es
uno de los aspectos que explica el auge económico y prestigio social que
detentó la Concepción por casi todo el siglo XVII.
Se observa en esta investigación que los fondos
destinados a la fundación de un convento representaban generalmente los mismos
gastos, rondando los 50 mil pesos. Sin embargo, lo importante al momento de
iniciar la fundación era destacar cuáles serían los bienes capaces de solventar
dichas instituciones a futuro. El largo proceso de fundación del monasterio de
Santa Inés, con un primer intento muy avanzado en las tramitaciones y sin
embargo interrumpido, sugiere que estas instituciones para surgir, además de
los aportes económicos, eran dependientes de las instancias de poder como la
del obispo Arias de Ugarte. La tenacidad de algunos frailes predicadores y su
interés corporativo, sin embargo, promovieron el segundo y definitivo intento
de fundación que quedó en manos de una familia muy pudiente que destinó el
grueso de su fortuna para resguardar especialmente a las mujeres de su propio
linaje. La cuantiosa herencia dejada por Antonia de Chávez se basaba en la
posesión de encomiendas, de tierras, de ganado y de un trapiche que aseguraba
la subsistencia de unas cincuenta monjas conforme a lo establecido por sus
fundadores-patrones.
Un convento constituía un esfuerzo económico que
implicaba grandes capitales y por tanto se destinaba a personajes de las elites
con posibilidad de inversión, que constituían la síntesis económica y
espiritual que se aludía arriba. Las similitudes observadas en los procesos
fundacionales no impiden apreciar a su vez las diferencias que existen en cada
una de los claustros estudiados. La vida en clausura y el monacato femenino en
general exigen nuevas miradas que permitan revelar la complejidad de su
surgimiento en un contexto como el de las ciudades americanas del siglo XVII.
1 Archivo de Monjas Dominicas de Santa Inés (Bogotá),
Libro de la fundación de Monasterio (1645).
2 Archivo de Monjas Dominicas de Santa Inés (Bogotá),
Libro de las constituciones. Historia de los primeros años del convento (1689).
3 Archivo de Monjas Dominicas de Santa Inés (Bogotá),
Libro de profesiones de las monjas de Santo Monasterio de Señora Santa Inés.
4 Archivo de Monjas Dominicas de Santa Inés (Bogotá),
Transcripción del testamento de Dn Juan Clemente de Chávez del 29 de mayo de
1628 realizada en 1769 debido a un pleito de pertenencia de un pantano en el
Valle de Boxacá.
5 Archivo General de Indias, CONTRATACION 5217 A, núm. 5.
6 Archivo General de Indias, SANTA_FE, 60, núm. 26.
7 Archivo General de Indias, SANTA_FE, 131, núm. 5.
8 Archivo General de Indias, SANTA_FE, 133, núm. 11.
9 Archivo General de Indias, SANTA_FE, 134, núm. 23.
10 Archivo General de Indias, SANTA_FE, 24, R.5, núm. 35.
11 Archivo General de Indias, SANTA_FE 52, núm. 14.
12 Archivo General de Indias, SANTA_FE, 164, núm. 14.
13 Archivo General de la Nación (Colombia),
Capellanías-Cundinamarca: CAPELL-C/ MARCA:SC.9,1, D.24. 729 r
14 Archivo General de la Nación (Colombia), Miscelánea:
SC 39,67, D.114
15 Flórez de Ocáriz, Juan. Genealogías del Nuevo Reino de Granada. Libro I. Joseph Fernández
de Buendía. Madrid: Impresor de la Real Capilla de su Magestad, 1674.
16 Flórez de Ocáriz, Juan. Genealogías del Nuevo Reino de Granada. Libro II. Joseph Fernández
de Buendía. Madrid: Impresor de la Real Capilla de su Magestad, 1676.
17 Recopilación de
leyes de los Reynos de las Indias. Libro I, Título III. De los Monasterios
de Religiosos y Religiosas hospicios y recogimientos de huérfanas, Julián de
Paredes. Madrid, 1681.
18 Sacrosanto y
Ecuménico Concilio de Trento. Sesión VI. Capítulo XVI. Barcelona: Imprenta
de Benito Espona, 1845.
19 Zamora, Fr. Alonso de OP. Historia de la provincia de San Antonino del Nuevo Reino de Granada.
Bogotá: Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1945. Tomos I, II, III
20 Acosta Luna, Olga Isabel
y Vargas Murcia, Laura Liliana. Curadoras. Una
vida para contemplar. Serie Inédita: vida de Santa Inés de Montepulciano OP.
Museo Colonial. Bogotá. 2011.
21 Aldea Vaquero, Quintín; Marín Martínez, Tomás y Vives
Gatell, José. Diccionario de Historia
eclesiástica de España. Madrid: Instituto Enrique Flórez, CSIC, 1973.
22 Álvarez
Gómez, Jesús. Historia de la Vida
religiosa T. III. Desde la Devotio Moderna al Concilio Vaticano II. Madrid:
Ediciones Paulina, 2da edición, 2002.
23 Escriche, Joaquín. Diccionario
razonado de legislación y jurisprudencia. París: Librería de Rosa, Bouret y
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24 Jáuregui, Luis. La Real Hacienda en Nueva España. Su administración en la época de los
Intendentes. 1786-1821. México: Facultad de Economía, UNAM, 1999.
25 Matilla, Luis Carlos. Las concepcionistas en Colombia (1588-1990). Bogotá: Editorial
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26 Mayoralgo y Lodo, José Miguel. Historia del régimen jurídico de los títulos
nobiliarios. Manual de Nobiliaria I. Madrid: Ediciones Hidalguía, 2007.
27 Ortiz Molina, Amanda. Antecedentes del crédito en Colombia: los censos en la ciudad de Santa
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Documentos CEDE, Edición electrónica, núm. 22, Universidad de los Andes,
Facultad de Economía, Bogotá, junio 2016.
28 Plata Quezada, William E. Vida y muerte de un convento. Dominicos y
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29 Sánchez Lora, José L. Mujeres,
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30 Teruel Gregorio de Tejada, Manuel. Vocabulario básico de la historia de la
Iglesia. Barcelona: Crítica, 1993.
31 Toquica, Constanza. A falta de oro: linaje, crédito y salvación.
Una historia del Real convento de Santa Clara de Santa Fe de Bogotá siglos XVII
y XVIII. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Minst. de Cultura. Inst.
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32 Vila Enriqueta, Lourdes Kuethe. Boletín de la Real academia Sevillana de Buenas Letras, Minervae
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33 Von Wobeser, Gisela y Vila Vilar, Enriqueta. Muerte y vida en el más allá. España y
América. Siglos XVI-XVIII. México: UNAM, 2009.
34 Coelho Nascimento, María Filomena. “Casadas con Dios,
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en España y América Latina, vol I. Madrid: cátedra. 2005.
35 Elliott, J. H. “España y América en los siglos XVI y
XVII”, en Bethell Leslie (ed.), Historia
de América Latina. 2. América Colonial: Europa y América en los siglos XVI,
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36 García Hernández, Rocío M. “Las capellanías de Misas
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83. México: Serie Historia
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37 Huerta Ourcel, Magdalena y Sarabia Viejo, María
Justina. “Establecimiento y expansión de la Orden Concepcionista en México;
siglo XVI”, en La orden concepcionista.
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38 Lavrin, Asunción: “Los conventos de monjas en la Nueva
España”, en Bauer A.J. La Iglesia en la
economía de América latina. Siglos XVI al XIX. México: Colección Biblioteca del INAH, 1986.
39 Levaggi,
Abelardo. “Papel de los patronos en las capellanías. Cuestiones suscitadas a su
respecto en el río de la Plata”, en Martínez López-Cano, Pilar, La Iglesia en Nueva España. Problemas y
perspectivas de investigación, núm. 83. México: Serie Historia Novohispana,
2010.
40 Lohmann Villena, Guillermo y Vila Vilar, Enriqueta.
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(coord.), Familias Iberoamericanas,
Historia Identidad y Conflictos. México: Colegio de México, 2001.
41 Rubial García, Antonio. “Los conventos mendicantes”,
en Gonzalbo Aizpuru, Pilar, Historia de
la Vida cotidiana en México, tomo II. México: La ciudad Barroca, Colmex,
FCE. 2005.
42 Sánchez
Hernández, Ma. Leticia. “Servidoras de Dios leales al Papa. Las monjas de los
monasterios reales”, en librosdelacorte.es,
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43 Castro Vargas, Hernando. “Jerarquías sociales y
relaciones políticas, el convento de la Concepción de Bogotá y la ejecución de
censos (1739-1810)”, en Revista Republicana, núm. 8, enero-junio
2010, Centro de Investigaciones de la Corporación Universitaria Republicana.
44 Coelho Nascimento, María Filomena. “Casadas con Dios,
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