La huelga del Colegio
del Rosario y la Reforma Universitaria en Colombia (1930)*
Resumen
En
este artículo se analiza la huelga de los estudiantes del Colegio Mayor de
Nuestra Señora del Rosario, ocurrida en 1930. La importancia del conflicto
radica en que propuso en el debate político la pertinencia de la reforma
universitaria, una demanda impulsada
infructuosamente por los estudiantes colombianos desde 1919. A partir de la reconstrucción de los
planteamientos de los actores involucrados y la descripción de las tensiones políticas
derivadas del conflicto, se resalta el valor simbólico que otorgaron los
universitarios de Bogotá a la participación en la elección de las autoridades
de las instituciones educativas, como ocurrió en el Colegio del Rosario en
1930. La interpretación de la huelga se realiza a partir de la lectura crítica
de fuentes diversas: publicaciones periódicas y documentos oficiales de la
época, y bibliografía secundaria sobre el Colegio del Rosario y la reforma
universitaria en Colombia.
Palabras claves: Bogotá,
Colegio del Rosario, huelga estudiantil, reforma universitaria.
Referencia
para citar este artículo: DÍAZ JARAMILLO, José Abelardo (2017).
“La huelga del Colegio del Rosario y la Reforma Universitaria en Colombia
(1930)”. En Anuario de Historia Regional y de las Fronteras. 22 (2). pp.
193-215.
Fecha
de recepción: 01/08/2016
¨
Fecha
de aceptación: 03/03/2017
José Abelardo Díaz Jaramillo: Estudiante
del Doctorado en Historia y magíster en Historia de la Universidad Nacional de
Colombia, Colombia. Profesor de dedicación exclusiva de la Corporación
Universitaria del Meta, Colombia, y está vinculado al Centro de Investigaciones
Socio Jurídicas Jorge Eliecer Gaitán de la referida institución. Correo electrónico: jodiz16@yahoo.com. Código ORCID: 00000002-8457-3951.
The
Rosary School Strike and University Reform in Colombia (1930)
Summary
In this article we analyze the students strike of the
College of Our Lady of the Rosary, which took place in 1930. The importance of
this conflict analysis is that brought to the political debate the relevance of
the university reform, a claim driven unsuccessfully by Colombian students
since 1919. From the reconstruction of the actors appeals and the description
of the resulting political tensions of the conflict, the symbolic value of
Bogotá’s university students is emphasized through their participation in the
officer’s elections of the high educational institutions, as in the Rosary
School in 1930. The interpretation of the strike is done from a critical
reading of different sources: periodical publications and official documents of
the time, and secondary literature of the Rosary School and university reform
in Colombia.
Keywords: Bogotá, Colegio del Rosario, Student Strike,
University Reform.
Agreve do Rosário a
Reforma Universitária na Colômbia (1930)
Resumo
Neste artigo se analisa a greve dos estudantes do Colégio Maior de Nossa
Senhora do Rosário, que ocorreu em 1930. A importância do conflito se radica na
adição, no debate político, da pertinência da reforma universitária, uma
demanda impulsionada em vão pelos estudantes colombianos desde 1919. A partir
da reconstrução dos enfoques das partes interessadas e da descrição das tensões
políticas resultantes do conflito, se ressalta o valor simbólico que outorgaram
os universitários de Bogotá à participação na eleição das autoridades das
instituições educativas, como ocorreu no Colégio do Rosário em 1930. A
interpretação da greve é realizada a partir da leitura crítica de diferentes
fontes: revistas e documentos oficiais da época, a literatura secundária no
Colégio do Rosário e a reforma universidade na Colômbia.
Palavras-chave: Bogotá, Colegio del Rosario, greve estudantil, reforma
universitária.
Los corredores penumbrosos del Colegio
del Rosario, por donde cruzaron un día los graves varones de la emancipación,
se llenan ahora con el grito de la muchachada rebelde. La huelga ha violentado
las puertas y ventanas, y entra despertando todos los ecos revolucionarios que
dormían en los rincones embrujados. […] El conflicto se agudiza hasta la
exasperación. Hay un sonoro desfile de muchachos entre banderas entusiastas. El
caserón se queda sólo y vacío. Sobre un portalón hidalgo un cartel flotante y
desenfadado como una pirueta: “Se arrienda”. Es la huelga que ha salido ahora a
la calle entre un coro de estudiantes rebeldes. Y los graves señores, los
profesores engomados, miran tras de las gafas pedagógicas, y no entienden lo
que está pasando. “La huelga en el Rosario”, Mundo al Día, 16 de junio de 1930, p. 7.
El
18 de marzo de 1930 falleció en Bogotá Monseñor Rafael María Carrasquilla,
quien oficiaba como rector del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario
desde 1890. Según estaba contemplado en las Constituciones que regían el
plantel desde los tiempos de la Colonia(1), que al ocurrir la muerte
del rector, el primer mandatario –primero el virrey y luego el presidente de la
nación– debía escoger su reemplazo de una terna elegida por la Consiliatura del
plantel. De modo que con la muerte del rector en ejercicio, las autoridades del
Colegio se vieron abocadas a iniciar el proceso de elección para definir su
reemplazo, un procedimiento interno que, como se verá, dio origen a la más
resonada protesta estudiantil que se recuerde en la historia del Colegio Mayor
de Nuestra Señora del Rosario(2).
Por
cierto, la huelga del Rosario fue el más importante conflicto estudiantil
registrado en 1930 en el país(3), justo en momentos en que expiraba
la republica conservadora y el liberalismo se aprestaba a asumir el control del
Estado. Varias razones permiten resaltar la importancia del conflicto: su
origen estuvo ligado al interés de los estudiantes por participar en la
elección de las autoridades internas del plantel, una demanda que se conectaba
con los reclamos que venían desde los tiempos de la Reforma de Córdoba (1918);
además, el conflicto mostró el protagonismo político del gremio estudiantil en
la capital, que se expresó a través de la acción coordinada y la solidaridad;
por último, la huelga obligó al Estado a intervenir, pese a las características
administrativas del plantel, lo cual abrió de nuevo el debate sobre la
pertinencia de una reforma universitaria en el país, con un papel protagónico
del Estado en su orientación.
Por
estas razones, en las líneas siguientes se analizará la huelga del Colegio del
Rosario a partir de la identificación de las causas inmediatas que motivaron la
reacción de los estudiantes del plantel, y el curso que tomaron los hechos;
asimismo, la exposición del papel de la agremiación estudiantil bogotana en la
huelga, para lo cual se sostendrá que éste estuvo determinado por el interés de
reivindicar la pertinencia de la reforma universitaria en Colombia; de igual
modo, la explicación de las tensiones surgidas al interior del gobierno
conservador, derivadas del rumbo que tomó el conflicto estudiantil. Al final se
establecerán, a modo de conclusiones, algunas líneas de interpretación del
acontecimiento estudiado.
Según disponían las
Constituciones del Colegio del Rosario, la elección del rector debía realizarse
a través de un proceso que comenzaba con la apertura formal por parte del
Presidente de la Republica, Patrono del Colegio, continuaba con la elección de
una terna de tres candidatos y finalizaba con la escogencia del rector de la
lista de los ternados por el primer mandatario de la nación. El sistema de
elección de la terna, que podía durar varios días, tenía un carácter
restrictivo: únicamente podían participar los diez colegiales(4), el rector encargado, el secretario y los
tres miembros de la Consiliatura. De tal modo que para la elección de 1930 solo
tomaría parte el rector encargado Jenaro Jiménez, el secretario Pedro Ramírez
Toro, los consiliarios José Antonio Montalvo, Emilio Ferrero y Francisco María
Rengifo y diez alumnos especiales, de una población conformada por cerca de
doscientos cincuenta estudiantes(5).
El proceso para elegir al rector tuvo un
carácter controversial desde el principio. La mayoría de los estudiantes
internos, sin derecho a participar
directamente en la elección, decidieron impulsar, junto a algunos colegiales, la candidatura del sacerdote
y secretario del arzobispado José Alejandro Bermúdez, a quien consideraban como
un abanderado de la reforma universitaria y de la modernización de las “añejas
tradiciones rosaristas”(6), motivo suficiente para considerarlo como
sucesor en la rectoría de monseñor Carrasquilla. Para impulsar el nombre de
Bermúdez, los estudiantes conformaron un comité integrado por representantes de
todos cursos del colegio, el cual realizó una activa campaña que le dio al
proceso de elección de rector un aire diferente entre la comunidad estudiantil.
Durante
los días 11, 12 y 13 de junio de 1930 los miembros del cuerpo elector se
reunieron para realizar las tres consultas previas para escoger la terna para
rector. De acuerdo a las actas de las sesiones electivas, el candidato José
Vicente Castro Silva tenía el
Figura
1. José
Alejandro Bermúdez dibujado por Rendón.
Fuente:
Revista Jurídica, Bogotá, 1927.
favoritismo desde la primera consulta,
al obtener 14 votos; mientras que José Alejandro Bermúdez ocupó el segundo
lugar, con 9 votos; seguido de José María González Valencia, con 5 votos(7).
En la tercera consulta los votos siguieron favoreciendo al candidato José
Vicente Castro, mientras que Bermúdez cayó al quinto lugar, sumando apenas seis
votos(8).
La elección definitiva se realizó el 14 de
junio en el Aula Máxima del Colegio. Antes de abrir la votación y después de
haber rezado el Ave María, el rector interino hizo lectura de algunos capítulos
del estatuto orgánico del colegio que se referían al acto que iba a celebrarse.
Intervino enseguida el consiliario Emilio Ferrero, quien pidió a los
estudiantes aceptar el fallo, aun si este no era del agrado de todos. En un
ambiente ya tenso, las declaraciones de Ferrero causaron un profundo malestar,
que vino a agudizarse cuando se dio a conocer el resultado final de la
votación: José Vicente Castro Silva obtenía 14 votos; Antonio Gómez Restrepo,
11 votos; José María González, 9 votos; José Alejandro Bermúdez, 4 votos;
Alberto Goenaga, 3 votos y Jenaro Jiménez, 3 votos. Así las cosas, la terna
oficial quedó conformada por José Vicente Castro Silva, Antonio Gómez Restrepo
y José María González Valencia, mientras que el candidato que era apoyado por
la mayoría de los estudiantes quedó excluido(9).
Una vez se conoció el
resultado, una protesta generalizada se apoderó del claustro. Los estudiantes,
molestos, consideraron que la no inclusión de José Alejandro Bermúdez en la
terna escogida, iba en contra del “deseo de la mayoría”(10), y
cuestionaron el sistema consignado en los cánones orgánicos del colegio, que
les prohibía tomar parte efectiva en la elección del rector de la institución.
Enseguida, desde el segundo piso del plantel, el profesor Carlos Lozano y
Lozano pronunció unas palabras pidiendo cordura a los estudiantes, pero también
censurando la actitud de la Consiliatura por los resultados de la elección.
Cuando concluía su intervención, el rector Jiménez, en un acto inaudito, se
abalanzó sobre los estudiantes para arrebatarles la bandera del plantel que minutos
antes estos habían sustraído de la sacristía de la capilla, lo que dio origen a
una trifulca. En cuestión de segundos, el rector logró hacerse a la bandera y
huir por los corredores del claustro, seguido por algunos colegiales y
consiliarios. Con enfado, los estudiantes salieron a la calle, acompañados por
colegas de otras facultades que habían sido convocados en actitud de apoyo.
Desde los balcones del Café Riviera, con encendidos discursos, algunos
estudiantes atacaron a José Antonio Montalvo, consiliario a quien
responsabilizaron de lo ocurrido. Posteriormente, se dirigieron por la carrera
séptima hacia la calle 11, a la casa de José Alejandro Bermúdez, ausente en ese
momento, circunstancia que los motivó a dirigirse a las facultades ubicadas en
el centro de la ciudad.
Frente a la Facultad de Ingeniería, el estudiante Juan B.
Barrios invitó a los manifestantes a no ceder en la campaña por la “reforma de
la constitución rosarista”(11). Luego, se movilizaron hacia la Casa
del Estudiante, en donde los rosaristas Héctor Martínez Guerra y Alejandro
Venegas, en discursos emotivos, pidieron a las directivas de la Federación
Nacional de Estudiantes (FEN) el apoyo “para llevar la reforma universitaria a
todas sus consecuencias y a todos los rincones”(12). El presidente
de la FEN, Diego Luis Córdoba, quien expresó la solidaridad absoluta de la
agremiación, indicó que con la actitud asumida por los alumnos rosaristas se
declaraba oficialmente la huelga estudiantil, la cual debía empezar de manera
simultánea en todos los planteles del país, y no cesaría hasta tanto no se
consiguiera la reforma en el Colegio del Rosario(13).
La inédita situación motivó a un grupo de profesores del
plantel –comisionados por los estudiantes–(14), entre quienes
sobresalía Carlos Lozano y Lozano y Eduardo Zuleta, a buscar una entrevista con
el Ministro de Educación, Eliseo Arango, para motivar su intervención en el
conflicto. Tal interés estaba orientado por una lectura acertada que hacían los
estudiantes y profesores del joven ministro, a quien veían como un partidario
de la reforma educativa en el país(15). En efecto, el ministro
Arango reconoció que si bien el Colegio del Rosario se regía de forma
independiente, no podía ver con indiferencia lo que allí estaba sucediendo, por
lo que anunció que intervendría para encontrar una solución pronta que
beneficiara a las dos partes. Si bien los profesores y el propio ministro eran
partidarios de la reforma en el Rosario, contemplaron como salida a la crisis
el cambio de la terna escogida, para poder incluir el candidato de los
estudiantes. Sin embargo, reconocieron que esa salida obligaba a cambiar la
normatividad del colegio, algo que no podría hacerse pronto.
Surgió entonces otra salida:
como ni José Castro Silva ni Antonio Gómez Restrepo, primero y segundo en la
terna elegida, se encontraban en el país, se pediría al Presidente Miguel
Abadía Méndez, Patrono del Colegio, que eligiera a José María González
Valencia, el tercero de la terna, quien enseguida presentaría la renuncia para
que el Presidente Abadía Méndez pudiese nombrar un rector interino, con
prescindencia de la Consiliatura, para cuyo cargo los estudiantes tenían como
candidato al profesor Esteban Jaramillo. Como rector interino, Jaramillo
quedaría con la facultad de nombrar los consiliarios, uno de los propósitos que
buscaban los estudiantes. En este momento, se supondría, renunciaría Jenaro
Jiménez y, con el nuevo estado de cosas creado, y admitiendo la rectoría
efectiva del primero de los candidatos que figuraba en la terna, sería posible
promover la reforma integral en los estatutos constitucionales y en los
reglamentos.
La farragosa formula fue
presentada por una comisión de profesores al Presidente Miguel Abadía Méndez,
quien la rechazó sin vacilación, aduciendo “[…] que no podía intervenir por las
mismas razones de la independencia con que se regían los asuntos del Rosario”(16).
Los profesores rápidamente intentaron persuadir al mandatario, reconociendo
como justas las demandas de los estudiantes y manifestando el temor de que la
crisis adquiriera mayor dimensión, y condujera al cierre del establecimiento.
No obstante, el primer mandatario insistió en que esa era su posición.
¿Cómo entender el comportamiento del primer
mandatario ante la crisis que se abría paso en la capital del país? Al
respecto, es evidente que en el Presidente Abadía Méndez pesaban hechos que es
necesario advertir. Por ejemplo, que algunos de los implicados en el conflicto
(por ejemplo, los consiliarios), habían sido ministros en gobiernos
conservadores anteriores e incluso del suyo(17). Otro hecho
importante es que el Presidente Abadía Méndez tenía presente en la memoria los
hechos de junio de 1929 en Bogotá, cuando un movimiento ciudadano provocó una
aguda crisis que afectó su gobierno, y que tuvo consecuencias decisivas para el
Partido Conservador. Varios de los protagonistas del conflicto estudiantil de
1930, habían tomado parte en las protestas de 1929, entre ellos, las
agremiaciones estudiantiles de la capital(18). De modo que, el
Presidente Abadía Méndez, pronto a entregar el poder al liberal Enrique Olaya
Herrera, poco interés tenía en satisfacer los deseos de sectores que meses
atrás habían desatado una movilización en la capital para denunciar a su
gobierno.
Una
vez se conoció la postura del Presidente Abadía y la decisión de la
Consiliatura de negarse a dialogar(18), la agitación se apoderó de
la Casa del Estudiante. El estudiante Héctor Martínez Guerra exhortó a sus
compañeros a decretar la huelga y a acudir al plantel para sacar de los
dormitorios los colchones y, con ellos a cuesta por las calles, demostrar “[…]
que […] no estaban en disposición de someterse incondicionalmente y a que se
les siguiera tratando en esa forma despectiva y humillante”(19). La
propuesta fue acogida de inmediato por todos los estudiantes, quienes, lanzando
¡vivas! al cuerpo de profesores y ¡abajos! a personajes de la política y del
gobierno, acudieron a los dormitorios del Colegio del Rosario, dejándolos
vacíos en cuestión de minutos. Luego, cuando ya ocupaban la calle, uno de
ellos, Juan de Dios Jaramillo, se subió a una pirámide formada por colchones, y
pronunció un encendido discurso en donde invocó firmeza para conseguir la
reforma de las “[…] arcaicas disposiciones del Colegio y a no dejarse vencer
por el capricho de los señores que integran la Junta de Consiliatura, y que son
los que han originado el conflicto”(20). De paso, elogió el orador
la solidaridad de los compañeros de otros establecimientos, e invitó a los
rosaristas a “[…] acogerse al alero protector y amplio de la casa del
estudiante (sic), donde no se les negaría el albergue y en donde sus ideas
renovadoras encontrarían firme apoyo”(21).
En efecto, los rosaristas se dirigieron de nuevo a la
Casa del Estudiante, donde fueron recibidos con algarabía por los estudiantes
federados, quienes pusieron a su disposición todos los servicios que allí se
ofrecían. En el patio principal de la edificación, los rosaristas formaron una
vez más una pirámide de colchones que sirvió de tribuna a un alumno de
Medicina, quien, en emotivas frases, pidió “[…] a todos los estudiantes de
Bogotá a mirar como propia la causa de los rosaristas y a prestar cada cual su
contingente en la medida de sus fuerzas para dar albergue íntegramente a todos”(22).
Sucedió enseguida un hecho de un notable efecto simbólico: jóvenes de otros
establecimientos educativos invitaron a dos, tres y hasta cuatro rosaristas, a
hospedarse en sus apartamentos y pensiones, mientras que la Universidad Libre
ofreció un salón para alojar a 30 o 40 rosaristas. A su vez, un directivo del
Centro Departamental de Estudiantes anunció que la Casa del Estudiante
ofrecería alimentación gratuita a todos los huelguistas. Como se puede ver, un
espontáneo espíritu de compañerismo y solidaridad germinó en los albores de la
protesta estudiantil, expresión que fue respondida con aplausos por los
rosaristas, quienes “así comprobaron como todo el gremio está con ellos en su
generosa campaña renovadora”(23).
La decisión de abandonar las
instalaciones del Colegio vino acompañada de la conformación de una guardia
estudiantil que tenía la misión de vigilar las puertas del colegio y evitar el
ingreso de estudiantes, con lo cual se pondría en riesgo la efectividad de la
huelga(24). Para reforzar el mensaje que pretendían enviar a las
autoridades del plantel, ubicaron a la entrada principal un gran letrero que
decía “Se arrienda”(25).
Imagen 1. Los
rosaristas abandonan el colegio con los colchones a las espaldas.
Fuente: Cromos, Bogotá, junio 21 de 1930, p. 19.
Sin duda, las decisiones adoptadas por los estudiantes
afectaron la legitimidad de la Consiliatura y del rector interino. A los ojos
del público, tanto los consiliarios como el rector Jiménez representaban la
autoridad de una institución educativa que carecía de estudiantes. Ante esos
hechos, uno de los consiliarios, Emilio Ferrero, afirmó que “[…] los
estudiantes descontentos, que […] quisieran abandonar el establecimiento,
naturalmente tenían toda la libertad para hacerlo, aun cuando tal determinación
sería muy sensible para la Consiliatura”(26). En un tono diferente,
el rector Jenaro Jiménez declaró: “[…] quienes no quieran volver, que no
vuelvan. Estoy seguro de que cuarenta estudiantes no se retirarán un solo día
del claustro”. La declaración no fue, por supuesto, la más indicada en un
momento crítico como el que se registraba en el Colegio del Rosario. Enseguida,
los estudiantes le respondieron con contundencia: “Ninguno de nosotros volverá
a pisar el plantel mientras no se haya solucionado el conflicto de manera
favorable a nuestros anhelos”(27).
Los cuestionamientos de los estudiantes se extendieron a
algunos directivos del Colegio. Por ejemplo, acusaron al consiliario José
Antonio Montalvo por “burlar la opinión de los rosaristas”(28), y le
pidieron la renuncia inmediata de los cargos de consiliario y profesor. Los
estudiantes en carta dirigida a Montalvo afirmaron:
Desde hace varios meses sus
alumnos de Derecho Penal estamos deseosísimos de obtener su renuncia de dicha
cátedra. No es esta una resolución tomada en tiempos de acaloramiento; para
probar a usted esto, estamos dispuestos a someter las conferencias que usted ha
venido dictando, a un tribunal de arbitramento, integrado por personas
escogidas por usted mismo entre las mejores capacidades en la materia. Es esta
la manera como quiere obrar una juventud noble y generosa, aun para con
quienes, quizá debido a su temperamento, han querido traicionarla(29).
En las posturas de los rosaristas era evidente una
seguridad en sus convicciones, lo que se explica, en parte, por el apoyo amplio
que recibieron de sectores políticos y académicos de la sociedad. Por ejemplo,
el rector de la Universidad Libre, Jorge Soto del Corral, en una nota dirigida
al comité de huelga rosarista, lamentó que la Consiliatura del Colegio hubiera
roto “[…] la armonía indispensable entre profesores y estudiantes, que no son
elementos divergentes sino partes componentes de un solo organismo que no deben
tener otra norma que la cooperación”(30). Además, en un acto provocador,
invitó a los miembros del comité de huelga a visitar la Universidad Libre,
donde serían “recibidos con la mayor amistad en todo momento en que lo crean
conveniente”(31). En la misma dirección, el consejo estudiantil de
la Facultad de Derecho de la Universidad Libre respaldó a los rosaristas, a
quienes se había tratado, según señalaba, como “[…] un accidente dentro del
claustro y no como una fuerza integrante de las disciplinas docentes”(32).
Por ese motivo, expresó su apoyo “[…] en la consecución de los fines que se
proponen alcanzar para que sus deseos no sean burlados y supeditados por el
antiquísimo principio de autoridad, que debe despojarse totalmente de los
centros educacionistas”(33).
El Centro Departamental de Estudiantes a su vez, emitió
una resolución en donde cuestionó el desconocimiento de los derechos de los
estudiantes hecha por la Consiliatura y la mayoría de los colegiales, a quienes
señaló de haber traicionado “la voluntad manifiesta de sus compañeros de aulas”(34).
Destacaba el gremio departamental que la exclusión del candidato José Alejandro
Bermúdez en la formación de la terna era “apenas un incidente”(35),
ya que lo realmente importante que buscaban los estudiantes era la reforma de
las “constituciones oligárquicas”(36) que regían el Colegio del
Rosario, plantel al que veían como un “herrete medieval”(37).
La prensa liberal de la capital también salió en defensa
de los rosaristas. El Tiempo afirmó
que la inconformidad estudiantil no era producto de la terna, compuesta de
“hombres respetables, probos y capaces”(38), sino de la forma como
se había conformado, con el propósito de detener los anhelos estudiantiles. El
diario se preguntaba:
¿Por qué esa resistencia
sistemática a los deseos de los estudiantes? ¿Por qué no reconocerles la razón,
cuando la tienen, y no admitir hechos como el de la popularidad de un
candidato, cuando ese candidato es plenamente digno del honor que se le quiere
otorgar? La teoría de que no se puede ceder a la presión, es una teoría que
debe tener sus límites y que como única norma de acción no se justifica máxime
cuando esa presión no tenía caracteres reprobables ningunos, y era solo una
manifestación de merecida simpatía(39).
En la misma dirección, Mundo al Día resaltó que la actitud de los estudiantes rosaristas
era “ampliamente razonable”(40), más allá de que no se hubiera
incluido el nombre del presbítero Bermúdez en la terna, por los anhelos
estudiantiles “por la reforma integral en la organización del Colegio del
Rosario”(41).
Estas expresiones de apoyo
de la prensa ponen de presente que los rosaristas gozaban de un evidente
respaldo externo, pero también demuestran el interés de sectores políticos,
particularmente ligados al liberalismo, por intervenir en el conflicto,
motivados por la concepción de que allí se libraba una batalla contra un modelo
de educación tradicional que impedía la modernización del país.
El curso que tomaron los hechos obligó al gobierno a
modificar la postura que adoptó al comienzo, probablemente para demostrar que
la hostilidad hacia los estudiantes en huelga no era cierta, como aseveraban
algunos periódicos. Es en esos términos que se comprende que el presidente
Abadía dio una mayor libertad al ministro Eliseo Arango, para encontrar una
solución a la crisis, e incluso, que lo hubiese autorizado para actuar con
firmeza ante las autoridades del Colegio del Rosario, dispuestas, como se mostró,
a no ceder ante los reclamos de los estudiantes.
En
una reunión convocada por el ministro Arango con los consiliarios y profesores,
a la cual también asistieron representantes de los estudiantes(42),
se divisaron dos posibles salidas por parte de los profesores y estudiantes:
que los consiliarios reconsideraran la elección de la terna, para incluir el
nombre de José Alejandro Bermúdez, o que renunciaran, para no complicar más
situación. Las dos posibilidades, como se deduce, pusieron en manos de los consiliarios
la solución a la crisis; sin embargo, en forma categórica, éstos expresaron que
de ningún modo contemplarían cualquiera de las dos salidas, y reiteraron la
decisión de esperar la llegada al país del nuevo rector.
En
vista de que esa postura complicaba las cosas, al gobierno pareció no quedarle
otra salida que ordenar, por decreto, la conformación de una nueva
Consiliatura. La medida, por supuesto, fue rechazada por los consiliarios y por
el rector provisional, que en un gesto de solidaridad con aquellos, procedió a
cerrar el colegio hasta el regreso de José Castro Silva(43).
Enseguida, en editorial, El Tiempo
cuestionó el papel de los consiliarios y la decisión de cerrar el plantel:
Así,
con corazón ligero, los consiliarios del Rosario […] contra la voluntad unánime
del profesorado, contra el querer del gobierno y de la sociedad, cuatro
consiliarios asestan golpe de muerte al más ilustre de nuestros colegios,
causan grave daño a jóvenes que allí seguían sus estudios, pero ponen a salvo
su amor propio y tienen la satisfacción de proclamar que han hecho primar su
voluntad por sobre todas las conveniencias públicas. Así se ha consumado este
escándalo, sin precedentes quizá en nuestros anales educacionistas. […] Una
tonta obstinación de no acceder a los deseos de la opinión universitaria ha
precipitado a los consiliarios a una cadena de errores, que culmina en el más
inaudito de todos(44).
Por su parte, el ministro Eliseo Arango destacó en
entrevista a un periodista que la situación ponía al Gobierno en una posición
difícil por el aspecto legal, pero a la vez reconocía que el conflicto tenía un
carácter social que lo obligaba a intervenir. Desde luego, cuestionó la
decisión de cerrar el plantel, perjudicando a los estudiantes, y de que la
Consiliatura se apegara a las Constituciones que, a juicio del ministro Arango,
eran malinterpretadas, ya que en ellas se estipulaba su adaptación de acuerdo
al cambio de las circunstancias históricas(45).
La decisión del gobierno de aplicar el decreto que ordenó
la renovación de la Consiliatura, motivó a los consiliarios a expresar al
ministro Arango la disposición de revocar el cierre del plantel, siempre y
cuando los estudiantes hicieran una solicitud de reingreso, reconocieran las
faltas cometidas y pidieran excusas. Por si esto fuera poco, los consiliarios
se reservaban el derecho de aceptar o no las solicitudes de los estudiantes,
sancionando a los promotores del movimiento de protesta(46). Las
exigencias desde luego fueron rechazadas por los estudiantes, quienes afirmaron
que no se prestarían a un trato “ultrajante para su dignidad y su decoro”(47).
Los fortalecía el hecho de contar con el respaldo de la FNE y de los antiguos
colegiales de número del colegio, quienes dirigieron un memorial a los
consiliarios, solicitando la amnistía para los estudiantes.
Los profesores, de otro lado, adelantaron reuniones para
encontrar soluciones a la crisis. En ese ejercicio surgió la propuesta de pedir
a los estudiantes su regreso a los claustros y cumplir con el reglamento
interno, haciendo “prescindencia absoluta de la Consiliatura y del rector
interino”(48), mientras arribaba José Vicente Castro Silva, y se
constituía un nuevo cuerpo de consiliarios. Por su lado, el ministro Arango
intentó un acuerdo entre los consiliarios y los estudiantes, “sobre bases de
equidad y de justicia”(49), indicando que si se abría el camino de
la conciliación, él intervendría para que los estudiantes retornaran al Rosario
y concluyeran la huelga. Pero si los consiliarios y el rector Jenaro Jiménez no
se prestaban a “un acuerdo amigable”(50), procedería a resolver el
conflicto de manera “enérgica y definitiva”(51).
¿Podía el gobierno intervenir de manera vehemente en el
conflicto del Colegio del Rosario, siendo wste un plantel autónomo?(52)
Quienes defendían esa tesis, argüían que al gobierno no solo le asistía el
derecho sino la obligación de intervenir, ya que el Colegio del Rosario era una
entidad de servicio público, que, si bien se regía por reglamentos especiales
que le conferían autonomía, al dejar de prestar el servicio para cuyo efecto
había sido creado, obligaba al gobierno a intervenir para restablecerlo.
Además, de no hacerlo, el gobierno se exponía a que se hiciera una acusación
formal en el parlamento contra el ministro de educación.
El rector interino Jenaro Jiménez salió al paso a los
reclamos del ministro Arango, manifestando que ni él ni los consiliarios habían
desconocido el carácter de Patrono que las Constituciones le reconocían al
Presidente de la república, ni habían desoído sus prerrogativas, en particular,
sobre la elección de una nueva Consiliatura. No obstante, indicó que “[…] no
sería propio ni ajustado a los miramientos debidos al futuro rector del
colegio, anticiparse a formar la nueva consiliatura con prescindencia de su
opinión y de su voto, ni seria ello adecuado para fomentar la completa armonía
y unidad de miras entre el rector y los consiliarios”(53). Sin duda,
detrás de esta postura había una movida inteligente de Jiménez que se
perfeccionó con el argumento de que, atendiendo el pedido del Presidente Abadía
de realizar la elección de nuevos consiliarios, había enviado una comunicación
al rector en propiedad, solicitándole su opinión, para lo cual Jiménez pedía
“un poco de paciencia”(54), hasta tanto se conociera la postura del
rector titular, que, como se ha dicho, se encontraba fuera del país.
Jiménez también se refirió a
la clausura del colegio, afirmando que había dado la orden de reanudar las
labores, y que las puertas estarían abiertas a los rosaristas que quisieran
ingresar, siempre y cuando acataran los reglamentos, ya que no era “[…] posible
la vida en comunidad sin orden, sin disciplina y sin una completa armonía entre
gobernantes y gobernados”(55). Insistió en que los alumnos rebeldes –así los llamó– habían
cometido faltas gravísimas, e invocó el factor divino para justificar la
postura que había adoptado, ya que “[…] ni Dios mismo cuya misericordia es
infinita puede perdonar al pecador que no solo se niega a arrepentirse, sino
que persiste obstinadamente en rebelarse contra él”(56).
La postura del rector encargado, la
presión de la prensa y la continuación de la huelga estudiantil, debieron haber
incidido para que el gobierno tomara la decisión de pedir la renuncia de Jenaro
Jiménez y nombrar a un nuevo rector interino. La decisión se basó en el
razonamiento que hacia el ministro Arango: Jenaro Jiménez había sido nombrado
rector en interinidad mientras se elegía un nuevo rector, la cual cesó desde el
momento en que la Consiliatura hizo la elección de la terna y el presidente
escogió a José Castro Silva. De modo que a Jiménez lo reemplazó Antonio María
Barriga Villalba, egresado del plantel educativo en 1914, y quien gozaba de la
simpatía de los estudiantes.
Una vez posesionado, Barriga
Villalba se reunió con los miembros de la Consiliatura, a quienes les manifestó
la conveniencia de cumplir el decreto del gobierno que establecía el
nombramiento a la mayor brevedad de un nuevo cuerpo. Sin embargo, la solicitud
fue desatendida por los consiliarios, quienes reiteraron estar a la espera del
regreso del rector titular, al considerar que la elección debía “hacerse
teniendo en cuenta
la opinión y voluntad del
nuevo director del colegio”(57). Al fracasar en el propósito de
conseguir que se cumpliera el decreto del ejecutivo, Barriga Villalba renunció(58).
Debió pesar el argumento de que tenía poco sentido ser la máxima autoridad de
una institución donde su voz era desacatada.
La
decisión de los consiliarios y la renuncia de Barriga Villalba provocaron la
furia de los estudiantes. En la tarde del 6 de julio invadieron violentamente
el colegio y la casa rectoral, causaron daños y amenazaron a varios colegiales.
Enseguida, la Consiliatura reaccionó, expulsando a trece alumnos que habían
tomado parte en los actos violentos: Juan B. Barrios, Regulo María Niño,
Hernando Borrero Cuadros, Julio Tovar Quintana, Héctor Martínez, Joel Carrillo,
Jesús Gómez Mejía, Isaí Gómez, Lisimaco Cárdenas, Jesús Estrada Monsalve,
Alejandro Venegas, Rafael González Torres y Francisco A. Correa(59).
Imagen
2. Viñeta
que recrea el conflicto en el Colegio del Rosario.
Para evitar que la situación
se agravara, el Presidente Abadía emitió un decreto en el que ordenó la
admisión de los alumnos expulsados del Rosario, en la Facultad Nacional de
Derecho, y a los de Literatura, en la Escuela Nacional de Comercio. Indignados
por lo ocurrido, los estudiantes de literatura enviaron a los miembros de la
Consiliatura una comunicación en donde expresaban su solidaridad con los
alumnos expulsados. La reproducción en extenso del pronunciamiento, permite
evidenciar el férreo carácter de los estudiantes que apoyaban la huelga:
Leyendo su decreto en que
expulsan a unos de nuestros colegas, llegamos a la conclusión de que ustedes se
propusieron, con una incomprensión inaudita, cerrar prácticamente el Colegio
del Rosario; no somos incautos como ustedes malévolamente nos califican;
ustedes están convencidos hasta la evidencia de que todos tomamos parte en la huelga
y cualquiera actitud que se haya tomado y que muchos de nosotros hemos apoyado
directamente, está respaldada por nuestra persona y por nuestro carácter y en
este caso, de expulsión y cancelación de matrícula de sólo catorce de nuestros
compañeros, consideramos la expulsión y cancelación de matrícula como hechas a
cada uno de nosotros y si ustedes no tuvieron el valor moral suficiente para
cobijar con su inteligente decreto a todos los que verdaderamente hemos tomado
parte activa en todos los sucesos ocurridos y que lo motivaron, nosotros de una
manera consciente y sin sugestiones de ninguna clase, como ustedes tristemente
se lo han figurado de nuestra actitud en la huelga, y como jóvenes que tenemos
carácter y dignidad, protestamos ante ustedes y ante la sociedad, que
seguiremos a nuestros compañeros víctimas de la incomprensión de ustedes y que
rechazamos enérgicamente las tacitas promesas que ustedes nos han venido
haciendo de recibirnos de nuevo en el Colegio; ustedes han creído que en
nuestros corazones jóvenes e inexpertos no se alvergaban (sic) sentimientos de
generosidad, de nobleza y de sacrificio, y por ello han creído erróneamente que
nosotros faltáramos a la sinceridad y al deber para con nuestros compañeros,
pero no es así, y por eso rechazamos la “humillante y parcial indulgencia” que
ustedes quieren prodigarnos, porque no queremos hacernos cómplices ni de la
pretendida sanción que ustedes quieren imponer a unos pocos ni de la actitud
antipatriótica y sin razón que ustedes han asumido para con nosotros(60).
Así las cosas, los hechos
últimos condujeron la crisis a un punto de no retorno. El “orgullo momificado
de los señores consiliarios”, como El
Tiempo caracterizó el comportamiento de los miembros de la Consiliatura(61),
condujo a la efectiva clausura del colegio (aunque valga decir que en ese
momento muchos estudiantes de Literatura y Derecho habían continuado sus
estudios en la Universidad Libre y el Externado de Derecho, y en el Colegio
Universitario y el Colegio Ramírez). Fue así que la huelga estudiantil llegó a
su fin, como resultado del cierre del plantel educativo, que volvió a abrirse
en agosto, cuando se posesionó el rector oficial, José Vicente Castro(62),
y se constituyó una nueva Consiliatura, integrada por Tomas Rueda Vargas,
Marcelino Uribe Arango y Antonio Gómez Restrepo, quienes fueron elegidos el 19
de agosto de 1930.
La huelga de estudiantes del Colegio Mayor
del Rosario en 1930, tuvo una especial importancia, por razones que, a modo de
síntesis, merecen ser resaltadas.
La huelga estuvo motivada
por demandas que, desde tiempo atrás, venían planteando los estudiantes
colombianos, y las cuales estaban articuladas a lo que se conocía como la
“reforma universitaria”, derivada del movimiento reformista de Córdoba (1918).
De hecho, entre las demandas de los rosaristas, sobresalían cuestiones como la
democratización de los planteles o, como se proponía desde 1918, la aspiración
al cogobierno universitario. Al respecto, es de destacarse el influjo que tuvo
la corriente reformista de Córdoba en los círculos universitarios de Colombia,
lo cual se reflejó en los idearios que se agitaron en los tres congresos
estudiantiles realizados entre 1924 y 1928, y que ubicaron como prioridad la
reforma del sistema educativo. Esta reivindicación, como se sabe, fue
postergada por las administraciones conservadoras, y en 1930, de nuevo, se
convirtió en motivo de agitación en Bogotá.
En una columna periodística publicada por los días de la
huelga de los rosaristas, German Arciniegas, un abanderado de la reforma en
años anteriores, vio en ese conflicto una expresión del problema universitario que existía en Colombia, no resuelto, a su
juicio, por culpa de los gobiernos conservadores, lo que imposibilitó que el
país se adaptara a los requerimientos de la vida moderna. De ahí que insistiera
en la “urgente necesidad de una reforma en los altos estudios”. En el mismo
sentido, el estudiante Roberto Posada Zarate
expresó en una conferencia radial, también por aquellos días, que el momento de
Colombia exigía “un nuevo tipo de Universidad”, y que se debía despojar a la
universidad colombiana del sello medieval
que la caracterizaba en muchos aspectos.
Como se pudo mostrar, los estudiantes del
Rosario invocaron la intervención del Estado en la crisis de la institución
educativa, para lograr la modificación de las leyes que la regían, y que los
marginaba de la participación en la elección de las autoridades que la
dirigían. Se trataba, desde luego, de una demanda importante con la que
buscaban ser reconocidos como actores significativos en la vida del colegio,
como lo advertían al justificar su comportamiento rebelde en una comunicación
dirigida a Tomas Vargas Rueda:
Las reuniones de los
consiliarios tienen aspecto de kábalas (sic) o sesiones masónicas en las cuales
se rodeaban de una aureola de misterio las venerables figuras de los miembros
de la consiliatura. La distancia entre esos señores y nosotros era más grande
que la existente entre el doctor Abadía y las tribus goajiras (sic). La única
vez que la Consiliatura habló oficialmente fue para amenazar con expulsión a
quienes no se conformaron con la elección de terna para rector. Después de
declarada la huelga todos los medios de conciliación se agotaron: las gestiones
del señor ministro de educación, las de los profesores, las nuestras se
estrellaron contra la impermeabilidad incomprensible de nuestros sabios
consiliarios. Y para prueba allí está la primera carta al señor ministro,
dirigida por la Consiliatura en la cual cerraron las puertas a toda voz de
conciliación y avenimiento. Qué podíamos hacer ya? Resistir como lo hemos hecho
y estamos dispuestos a hacerlo porque estando la justicia de nuestra parte será
nuestra la victoria.
Opiniones de este tenor permiten identificar el debate
que se abrió paso, sobre la necesidad de emprender una reforma en el sistema
educativo universitario, demanda que, por cierto, explica el apoyo que
recibieron los rosaristas de la FNE y del Centro Departamental de Estudiantes,
gremios dirigidos por líderes estudiantiles que estaban plenamente imbuidos del
discurso reformista de 1918.
Como expresión de la acción colectiva, la huelga del
Rosario recreó formas de lucha empleadas por los estudiantes de la capital
desde la década anterior, y que se pusieron en práctica una vez se originó la
oportunidad política. Es de destacar que los estudiantes hubiesen tomado la
decisión de declarar una huelga en un establecimiento educativo como el Colegio
del Rosario, sobre todo, que hubiesen tenido la disposición de sostenerla, sin
temor a perder la calidad de matriculado, desafiando abiertamente a las
autoridades del plantel. Como se demostró en su momento, incidió en el
comportamiento de los estudiantes los apoyos diversos que recibieron,
destacándose el de la prensa liberal y de universitarios de otros planteles
educativos de la ciudad; además, desde una lectura que privilegia la estructura
de oportunidad, es evidente el hecho de que los estudiantes hayan tenido
presente el cambio de régimen político y advirtieran la posibilidad de obtener
una victoria a su favor, con el arribo a la presidencia del liberal Enrique
Olaya Herrera, quien se posesionaría en agosto de ese año.
Al revisar los repertorios de lucha que fueron empleados
por los estudiantes durante la huelga, sobresale la decisión que adoptaron de
abandonar el Colegio del Rosario como medida de presión, un recurso poco común
hasta ese momento en la historia de los conflictos estudiantiles en el país
(aunque se aplicó en otros contextos y en épocas diferentes). Como se advirtió,
la determinación de los estudiantes de abandonar el plantel tuvo un efecto
simbólico difícil de soslayar, al haber generado una especie de vacío de poder
que no pudo remediar ni la Consiliatura ni el rector interino.
De
otro lado, la huelga del Rosario de 1930 puso en evidencia el peso de la FNE en
Bogotá y el papel que continuaba desempeñando la Casa del Estudiante, como
espacio de sociabilidad política. Surgida en 1924, la edificación sirvió para
que los estudiantes federados de la capital tuvieran un espacio para la
distracción y solventaran algunas necesidades de tipo material; sin embargo,
también se convirtió en un lugar fundamental para sostener debates e incluso
conspirar en ciertas coyunturas, como ocurrió durante la huelga. Estas
particularidades fueron especialmente notorias en el conflicto estudiantil de
1930.
La solidaridad estudiantil, tal y como se resaltó, fue un
factor importante que sirve para explicar en parte la persistencia de la
huelga, y expresa los grados de integración o de articulación que existía entre
los estudiantes en la capital del país. Para sostener la huelga, por ejemplo,
los rosaristas desplegaron junto a compañeros de otras instituciones
educativas, actividades que involucraron a las candidatas del reinado
estudiantil, y a artistas famosos de la época, que ofrecieron funciones
culturales a beneficio de los rosaristas.
Finalmente, el conflicto estudiantil permitió evidenciar
las tensiones que parecían existir al interior del conservatismo en el poder,
por la cuestión de la reforma educativa. En efecto, los hechos mostraron al
primer mandatario dubitativo para actuar, pero por otro lado, a un Ministro de
Educación, partidario de la reforma educativa y un aliado de los estudiantes en
sus demandas. Esto demostraría que, como lo indicó un estudio sobre la
educación de aquel momento, la reforma educativa “[…] involucró a grupos
intelectuales y a movimientos de ideas más amplios de los que se señalan
regularmente”. Es decir, que en el debate sobre la reforma del sistema
educativo en el país, no solo los liberales fueron los principales interesados,
como suele siempre destacarse, sino además sectores del conservatismo
interesados en la modernización social. Si bien era de afiliación conservadora,
el ministro Eliseo Arango se mostró partidario, como lo hacían políticos e
intelectuales liberales, de modernizar la educación pública, considerada por el
ministro como la “mayor podredumbre y pobreza” del país. En el informe que
presentó en el Congreso en julio de 1930, pronto a concluir el gobierno
conservador, el ministro Arango afirmó con dureza, refiriéndose a los retos que
tenía el Estado frente al tema de la educación:
Es necesario que el país no
se siga engañando con una oficina que lleva el nombre de Ministerio de
Educación Nacional. Lo que principalmente existe es un despacho encargado de
suministrar recursos para las leproserías, sanidad, beneficencia, y que tiene
modestos aportes para la enseñanza pública. Modestos en relación con la
magnitud de la obra.
Memoria
del Ministro de Educación Nacional al Congreso de 1929.
Bogotá: Imprenta Nacional, 1929.
Memoria del Ministro de Educación
Nacional al Congreso. Bogotá: Imprenta Nacional, 1932.
Cromos,
Bogotá, 1930.
El
Diario Nacional, Bogotá, 1930.
El
Tiempo, Bogotá, 1930.
Fantoches,
Bogotá, 1930.
Mundo
al Día, Bogotá, 1930.
Revista
del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario,
Bogotá, 1930.
Revista
Jurídica, Bogotá, 1927.
Álvarez Cobelas, José. Envenenados de cuerpo y alma. La oposición
universitaria al franquismo en Madrid (1939-1970). Madrid: Siglo XXI de
España, Madrid.
Arias, Ricardo. Los Leopardos. Una historia intelectual de los años 1920. Bogotá:
Uniandes-Ceso, 2007.
Gaitán Bohórquez, Julio. El Colegio del Rosario y el proyecto
decimonónico de universidad en Colombia: un intento de reconstrucción desde la
normatividad. Bogotá: Universidad del Rosario, 2002.
Gómez Martínez, Alberto y Martínez Simanca, Albio. Estudiantes y cambios generacionales en la
sociedad colombiana (1910-1934). Bogotá: Graficas Ducal, 2012.
Guillen de Iriarte, María Clara. Rectores y rectorías del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario
1653-2003. Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 2003.
Guillen de Iriarte, María Clara. Los estudiantes del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario
1826-1842. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2008.
Mayorga García, Fernando. El Estado y el Colegio del Rosario en el
siglo XIX: una historia de luces y sombras. Bogotá: Editorial Universidad
del Rosario, 2010.
Ortiz
Rodríguez, Álvaro Pablo. Historia de la
Facultad de Filosofía y Letras del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario
1930-1999. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2006.
Solari, Aldo E. Estudiantes y política en América Latina.
Caracas: Monte Ávila Editores, 1968.
Jaramillo Uribe, Jaime. “La educación durante los
gobiernos liberales. 1930-1946”, en Nueva
Historia de Colombia. Bogotá: Planeta, 1989.
Silva, Renán. “La educación en Colombia. 1880-1930”, en Nueva Historia de Colombia. Bogotá:
Planeta, 1989.
Soto
Arango, Diana. “El movimiento de estudiantes y catedráticos en Santa Fe de
Bogotá a fines del siglo XVIII”, en Marsiske, Renate (coord.), Movimientos estudiantiles en la historia de
América Latina, tomo I. México D.F.: Universidad Autónoma de México,
1999.
Notas
1 Fundado en 1653, el Colegio Mayor de Nuestra Señora del
Rosario se regía por un conjunto de normas denominadas Constituciones, las
cuales fueron aprobadas por la Corona en 1664 –y modificadas en distintos
momentos–, reproduciendo el modelo del Colegio Mayor del Arzobispo de
Salamanca. En las Constituciones quedó establecido que en las elecciones
internas –durante los siglos XVII, XVIII y XIX– debían participar el rector y
vicerrector, además de los 15 alumnos becados por la institución (aunque el número
después varió), denominados colegiales formales y los becados por personas
particulares denominados colegiales supernumerarios. El rector gobernaba
conjuntamente con los consiliarios y, por encima de ellos, estaba el patrono o
protector del Colegio, que durante el Virreinato de la Nueva Granada, era el
virrey, y luego, durante el periodo de la República, el presidente. Guillen de
Iriarte, María Clara. Rectores y rectorías del Colegio Mayor de Nuestra Señora
del Rosario 1653-2003 (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 2003).
2 Los conflictos estudiantiles no eran extraños en el
Colegio del Rosario. Para el siglo XVIII, Diana Soto Arango ha estudiado un
caso en “El movimiento de estudiantes y catedráticos en Santa Fe de Bogotá a fines
del siglo XVIII”, en Marsiske, Renate (coord.), Movimientos estudiantiles en la
historia de América Latina, Tomo I (México D.F.: Universidad Autónoma de
México, 1999). Para el siglo XIX se mencionan algunos conflictos estudiantiles
en: Iriarte de Guillen, María Clara. Los estudiantes del Colegio Mayor de
Nuestra Señora del Rosario 1826-1842 (Bogotá: Editorial
Universidad del Rosario, 2008); y Mayorga García, Fernando. El Estado y el
Colegio del Rosario en el siglo XIX: una historia de luces y sombras (Bogotá:
Editorial Universidad del Rosario, 2010).
3 La huelga de 1930 es mencionada por María Clara Guillen
de Iriarte y Álvaro Pablo Ortiz (quien se apoya en las descripciones de Guillen
de Iriarte) en investigaciones que reconstruyen la historia del plantel
educativo, aunque sin efectuar una interpretación del conflicto que vaya más
allá del asunto normativo del Colegio, y lo relacione, por ejemplo, con
factores ligados a las demandas estudiantiles por la democratización de los
planteles educativos del país. Guillen de Iriarte, María Clara. Op Cit., y
Ortiz Rodríguez, Álvaro Pablo. Historia de la Facultad de Filosofía y Letras
del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario 1930-1999 (Bogotá: Editorial
Universidad del Rosario, 2006).
4 En el Colegio del Rosario existían cuatro categorías de
alumnos: los colegiales, que gozaban de prerrogativas que no tenían los demás,
como ser electores de las autoridades del plantel y gozar de una beca gratuita;
los convictores, que pagaban su pensión alimenticia; los oficiales, que tenían
beca gratuita, a cambio de prestar algunos servicios en el colegio; por último,
los externos, que asistían a las clases y presentaba exámenes a fin de año.
Revista del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, Bogotá, pp. 319 y 320;
Guillen de Iriarte, María Clara, Op Cit., pp. 66 ss.
5 Los siguientes datos permiten apreciar,
cuantitativamente, el número de estudiantes matriculados en el colegio y la
diferencia entre los alumnos internos y los externos: en diciembre de 1929,
seis meses antes de la huelga, habían terminado el año escolar 234 alumnos (154
internos y 80 externos); en 1931 concluyeron el año escolar 180 alumnos (100
internos y 80 externos); y en 1932 se matricularon 297 estudiantes (190 internos
y 107 externos). Revista del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario,
Bogotá, p. 319, 320; Memoria del Ministro de Educación al Congreso (Bogotá:
s.e., 1932), pp. 77, 79 y 80. Si bien no se cuenta con datos de 1930, se puede
establecer, observando los datos de 1929 y 1931, que era mayor el número de estudiantes
internos.
6 “Los estudiantes del Rosario proyectan hacer la
huelga”, El Diario Nacional, Bogotá, 14 de junio de 1930, p. 1. ss; mientras
que los otro cuatro colegiales de número eran partidarios de la candidatura de
Bermúdez. “Hoy se elige nuevo rector del Rosario”, El Tiempo, Bogotá, junio 14
de 1930, p. 1.
7 Ibíd.
8 Ibíd.
9 Las actas de las elecciones fueron publicadas en la
Revista del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, Bogotá, agosto de
1930.
10 Finalmente, fue escogido por el presidente Abadía
Méndez, a través del decreto 987 del 21 de junio de 1930, el nombre de José
Vicente Castro Silva, como rector del Colegio del Rosario. Guillen de Iriarte, María
Clara, Op Cit.; p. 552.
11 Guillen de Iriarte, María Clara. Op Cit., p. 551.
12 “Los rosaristas quieren que se elija una nueva terna
para rector”, El Tiempo, Bogotá, 15 de junio de 1930, p. 1.
13 Ibíd.
14 Entre las decisiones adoptadas por los estudiantes del
Rosario, se registra la realización de una junta general de donde debía salir
una comisión para dirigir el movimiento, integrada por Juan B. Barrios, Jesús Estrada
Monsalve, Héctor Martínez, Alejandro Vanegas y Julio Ortiz Márquez. “Los
rosaristas quieren que se elija una nueva terna para rector”, El Tiempo,
Bogotá, 15 de junio de 1930, pp. 1 y 13; “La huelga en el Colegio del Rosario”,
Mundo al Día, Bogotá, 16 de junio de 1930, p. 13.
15 Desde un comienzo los profesores jóvenes del colegio
se solidarizaron con los estudiantes, manifestando la disposición de
acompañarlos en el movimiento de protesta. Tal postura deja entrever posibles
tensiones al interior del cuerpo de profesores de la institución, por criterios
en torno al discurso modernizador de la educación que estaba presente en el
país desde hacía algún tiempo.
16 A Eliseo Arango se le recuerda por su vinculación al
grupo de jóvenes conservadores conocido como Los Leopardos, aunque es poco lo
que se conoce de su trayectoria política más allá de los años veinte. Sobre Eliseo
Arango y Los Leopardos: Arias, Ricardo. Los Leopardos. Una historia intelectual
de los años 1920 (Bogotá: Uniandes-Ceso, 2007).
17 “La huelga en el Colegio del Rosario”, Mundo al Día,
Bogotá, 16 de junio de 1930, p. 13; “Los rosaristas quieren que se elija una
nueva terna para rector”, El Tiempo, Bogotá, 15 de junio de 1930, pp. 1 y 13.
18 Por ejemplo: José Antonio Montalvo, egresado del
Colegio del Rosario, fue Ministro de Industrias (1927-1929) en el gobierno de
Miguel Abadía Méndez; y Emilio Ferrero fue Ministro de Instrucción Pública
entre 1914 y 1918, durante el gobierno del presidente José Vicente Concha.
19 La prensa liberal difundió la versión que en la
reunión en Palacio, el presidente Abadía se había mostrado disgustado con la
presencia de Carlos Lozano y Lozano, uno de los miembros de la comisión que visitó
al mandatario, a quien le manifestó su extrañeza de verlo, sabiendo el presidente
Abadía que, en las jornadas del 8 de junio de 1929, aquel había pedido su
cabeza. Esta versión, sin embargo, fue desmentida por el propio Abadía a través
de la misma prensa. “El Dr. Abadía y su intervención en el conflicto del
Rosario”, Mundo al Día, Bogotá, 17 de junio de 1930, p. 3.
20 “Hoy se elige nuevo rector del Rosario”, El Tiempo,
Bogotá, 14 de junio de 1930, p. 1.
21 “El gobierno abrió las matriculas para los
rosaristas”, El Tiempo, Bogotá, 31 de julio de 1930, p. 5.
22 “Los rosaristas quieren que se elija una nueva terna
para rector”, El Tiempo, Bogotá, 15 de junio de 1930, p. 1, 13 y última. Como
se indicó anteriormente, la mayoría de estudiantes del Colegio del Rosario era
internos, es decir, dormían en el plantel, al carecer de recursos económicos
suficientes para poder sostenerse fuera de sus instalaciones.
23 “El gobierno abrió las matriculas para los
rosaristas”, El Tiempo, Bogotá, 31 de julio de 1930, p. 5.
24 La actuación de la guardia estudiantil originó algunos
inconvenientes. Por ejemplo, en una ocasión un alumno de literatura y ofi cial
becado del colegio, amenazó revolver en mano a los universitarios que montaban
guardia, los cuales lo desarmaron y lo entregaron a la policía.
25 “La huelga en el Rosario”, Mundo al Día, Bogotá, 16 de
junio de 1930, p. 7.
26 “Los rosaristas quieren que se elija una nueva terna
para rector”, El Tiempo, Bogotá, 15 de junio de 1930, pp. 13 y última.
27 “Los rosaristas quieren que se elija una nueva terna
para rector”, El Tiempo, Bogotá, 15 de junio de 1930, pp. 1, 13 y última.
28 En declaraciones a la prensa, Montalvo indicó que la
decisión de no incluir el nombre de José Alejandro Bermúdez en la terna se
debió a “[...] la imposibilidad moral en que estaba el cuerpo de electores de
permitir que sobre su conciencia se hiciera una imposición extraña, por bueno e
ilustre que fuera el candidato que se quisiera imponer”. Y agregó: “Todos sus
miembros juraron proceder rectamente y elegir según Dios y su conciencia, sin
admitir imposiciones ni siquiera influencias extrañas, cosa que deben jurar
como en efecto juraron, los electores sobre los santos Evangelios, antes de
proceder a la elección”. “Los rosaristas quieren que se elija una nueva terna
para rector”, El Tiempo, Bogotá, 15 de junio de 1930, pp. 1 y 13. Si bien
Montalvo presentó su renuncia a la cátedra en el Colegio, no lo hizo de la
Consiliatura, porque “en él represento a la autoridad”, y no lo haría “mientras
no se haga la elección de los consiliarios como mandan nuestras
constituciones”. “Renuncia de un profesor”, en Revista del Colegio Mayor de
Nuestra Señora del Rosario, Bogotá, agosto de 1930, p. 509.
29 “Los rosaristas quieren que se elija una nueva terna para
rector”, El Tiempo, Bogotá, 15 de junio de 1930, pp. 1, 13 y última.
30 “Los rosaristas quieren que se elija una nueva terna
para rector”, El Tiempo, Bogotá, 15 de junio de 1930, pp. 1, 13 y última.
31 Ibíd. Habían otras demandas de los rosaristas: la
revisión del pensum de la Facultad de Derecho y de Literatura, la elección de
rector por los alumnos de la Facultad y por representantes de los alumnos de bachillerato,
la creación de la figura del profesor agregado y la creación de seminarios. La
resolución Elvira Campuzano Racines, Guillermo Sarmiento González, Enrique
López de la Pava, José Joaquín Rodríguez, Luis García, Mauricio Guerra.
32 “El conflicto del Rosario”, El Tiempo, Bogotá, 15 de
junio de 1930, p. 5.
33 “La Huelga”, Mundo al Día, Bogotá, 20 de junio de
1930, p. 7.
34 “El Dr. Abadía y su intervención en el conflicto del
Rosario”,M undo al Día, Bogotá, 17 de junio de 1930, p. 3.
35 “Los consiliarios del Rosario no aceptan el decreto
del doctor Abadía Méndez”, El Tiempo, Bogotá, 24 de junio de 1930, pp. 1 y
última.
36 “Hay que salvar el Colegio del Rosario”, El Tiempo,
Bogotá, junio 25 de 1930, p. 5.
37 “No puede condenarse a la holganza a una multitud de
muchachos”, Mundo al Día, Bogotá, 25 de junio de 1930, p. 4.
38 “Se agrava nuevamente el conflicto en el Rosario”, El
Tiempo, Bogotá, junio 29 de 1930, pp. 1 y 3.
39 La reacción de los estudiantes se alimentó, en parte,
de lo informado por los diarios liberales. Por ejemplo, El Nuevo Tiempo señaló
que los consiliarios habían puesto como condición para solucionar el conflicto,
la entrega de los nombres de los líderes de la protesta estudiantil, hecho que
fue negado por el consiliario Emilio Herrera en una comunicación dirigida al
director del periódico, en donde indicó lo siguiente: “Aun cuando es notorio
que las autoridades y reglamentos del colegio han sido objeto de un grave
desacato por parte de los alumnos que de su propia voluntad han abandonado el
plantel, ninguna exigencia de desagravio ha hecho sin embargo la Consiliatura,
ni yo hablé palabra en tal sentido al señor doctor Arango. Muchísimo menos le
ha ocurrido ni podrá ocurrirle a ese cuerpo directivo, formado como esta de
caballeros, pensar siquiera en el ruin expediente de la delación. Ha querido la
Consiliatura (sic), eso sí, y su derecho para exigirlo es innegable, que los
alumnos dispuestos a retornar al claustro lo manifiesten así al rector,
comprometiéndose a acatar debidamente las autoridades y reglamentos del
instituto. Menos no se puede pedir, y eso poco que se pide es algo que ningún
alumno podría razonablemente excusar, si es que de veras se busca el ordenado y
buen funcionamiento del colegio”. “La Consiliatura del Rosario no ha hecho
exigencias de desagravio”, El Tiempo, Bogotá, julio 1 de 1930, p. 4.
40 “Se hacen esfuerzos para dar solución a la huelga del
Rosario”, El Tiempo, Bogotá, 30 de junio de 1930,pp. 1 y 12.
41 Ibíd.
42 Las relaciones entre el Colegio del Rosario y el
Estado, particularmente en el siglo XIX, fueron conflictivas. Luego de la
independencia de España, el Patronato del colegio fue asumido por el Jefe de Estado,
que lo utilizó en varias ocasiones para centralizar su autoridad sobre el
plantel. Esto fue evidente en 1826, cuando Francisco de Paula Santander
promovió la Universidad Central en Bogotá. En 1860, el Intendente del Distrito
Nacional de Cundinamarca decretó la expropiación del Colegio y lo convirtió en
cárcel; al año siguiente, con la ley de desamortización de bienes de manos
muertas, el Colegio se vio afectado. Sin embargo, en 1892, en tiempos de la Regeneración,
el Estado le concedió una amplia autonomía al Colegio. Sobre este tema se puede
consultar a Gaitán Bohórquez, Julio. El Colegio del Rosario y el proyecto
decimonónico de universidad en Colombia: un intento de reconstrucción desde la
normatividad (Bogotá: Centro Editorial Rosarista, 2002); y a Mayorga García,
Fernando, Op Cit.
43 “El doctor Arango propuso ayer una fórmula para
arreglar el conflicto del Rosario”, El Tiempo, Bogotá, 1 de julio de 1930, p. 1
y 13.
44 Ibíd.
45 “Demora el arreglo para el conflicto del Rosario”, El
Tiempo, Bogotá, julio 3 de 1930, pp. 1 y 8.
46 “Parece definitiva la renuncia de Barriga Villalba”,
El Tiempo, Bogotá, julio 5 de 1930, pp. 1 y 8; “Está de nuevo sin rector el
colegio del Rosario”, El Tiempo, Bogotá, julio 5 de 1930, pp. 1 y 8.
47 “14 rosaristas han sido expulsados”, Mundo al Día,
Bogotá, 8 de julio de 1930, p. 2. La mayoría de los alumnos expulsados eran de
la Facultad de Derecho, y hacían parte del comité de Huelga. Dos de ellos, Alejandro
Venegas y Rafael González Torres, estaban entre los 21 estudiantes que el año
anterior (1929) obtuvieron las más altas calificaciones en conducta y en
rendimiento académico. Memoria del Ministro de Educación Nacional al Congreso
de 1929 (Bogotá: Imprenta Nacional, 1929), p. 169.
48 “14 rosaristas han sido expulsados”, Mundo al Día,
Bogotá, julio 8 de 1930, p. 2. Firman la carta Alfonso E. Guzmán, Luis C.
Olarte R., Carlos López Gómez, Gilberto Hoyos R., Carlos D. Afanador, M. Zúñiga
V., Rafael García Solano, Alberto Escobar Ballesteros, Juan M. Pardo, Mariano
Gutiérrez Romero Vanegas y Gustavo Suarez.
49 “La tragedia del Rosario”, El Tiempo, Bogotá, 10 de
julio de 1930, p. 5.
50 El nuevo rector levantó las sanciones a los alumnos
expulsados el 26 de agosto de 1930. Guillen de Iriarte, María Clara, Op Cit; p.
553.
51 Memoria del Ministro de Educación Nacional al Congreso
(Bogotá: s.e., 1930), p. 74.
52 En el Tercer Congreso Nacional de Estudiantes reunido
en Ibagué en 1928, se había discutido como demanda especial, la intervención de
los alumnos en el gobierno de los planteles como una expresión de la reforma
universitaria. Gómez Martínez, Alberto y Martínez Simanca, Albio. Estudiantes y
cambios generacionales en la sociedad colombiana (1910-1934) (Bogotá: Graficas
Ducal, 2012), p. 193.
53 “La universidad de los colombianos”, El Tiempo,
Bogotá, 8 de julio de 1930, p. 4. Ocho días después de la publicación,
Arciniegas leyó un discurso en la Universidad de Columbia (16 de julio), en
donde, refiriéndose al papel de los universitarios en la historia de Hispanoamérica,
destacó la importancia de la huelga estudiantil de 1930 en el Colegio del
Rosario. Recordaba que hacía poco tiempo “[...] en el colegio del Rosario
formularon los estudiantes bogotanos un programa de autonomía universitaria,
pero antes llamaron la atención de la ciudad abandonando el edificio y trasladando
los dormitorios a la Casa del Estudiante. A través de las calles principales se
les vio desfilar con los colchones al hombro, mientras en las puertas del
colegio se decían estas palabras: ‘Esta casa se alquila’”. “La vida
universitaria en Hispanoamérica”, El Tiempo, Bogotá, 30 de julio de 1930, p. 5.
54 “La generación de la reforma y la exclaustración de la
cultura”, El Tiempo, Bogotá, 16 de julio de 1930, p. 13. La conferencia del
universitario Roberto Posada Zarate fue leída en la emisora HJN de Bogotá, el 1
de julio de 1930. El Colegio del Rosario era, en tal sentido, expresión de ese
signo medieval, como lo creían ver sus críticos internos y externos: por
ejemplo, los colegiales el día de su recepción como tales, debían jurar a Dios
profesar la fe católica, acatar la constitución y leyes de la república,
defender las Constituciones del Rosario y enseñar, llegado el caso, la
filosofía según la mente del angélico doctor Santo Tomas de Aquino”. Revista
del Colegio del Rosario, Bogotá, p. 319.
55 “Los rosaristas contestan a don Tomas Rueda Vargas”,
El Tiempo, Bogotá, 28 de junio de 1930, p. 16. Firman el texto Héctor Martínez
Guerra y Regulo María Niño.
56 El caso de Diego Luis Córdoba así lo corrobora. De
origen chocoano, Córdoba participó en el tercer congreso estudiantil reunido en
Ibagué en 1928, de donde fue escogido como directivo del comité ejecutivo nacional
de la agremiación, y posteriormente fue su presidente.
57 Contrario de lo podría pensarse, fuera de Bogotá no
hubo acciones destacadas de apoyo o solidaridad de estudiantes hacia el
movimiento bogotano, aunque la huelga como acontecimiento fue informada por la
prensa de otras ciudades del país. Que haya ocurrido así puede explicarse por
la evidente debilidad que distinguía al gremio estudiantil a nivel nacional,
algo por lo demás entendible si se tiene presente que, desde finales de los
años treinta, dicho gremio registraba un proceso lento de debilitamiento como
producto de las tensiones partidistas entre sus miembros.
58 “Los rosaristas quieren que se elija una nueva terna
para rector”, El Tiempo, Bogotá, 15 de junio de 1930, pp. 1, 13 y última.
Muchos estudiantes, incluyendo a los del Colegio del Rosario, tuvieron la
lectura de que con la llegada a la presidencia del liberal Enrique Olaya
Herrera, la reforma universitaria sería una realidad. Se trató, sin embargo, de
una lectura equivocada, “[…] porque los logros fueron tímidos y limitadas las realizaciones”.
Jaramillo Uribe, Jaime “La educación durante los gobiernos liberales.
1930-1946”. Nueva Historia de Colombia (Bogotá: Planeta, 1989), p. 90.
59 Para el caso español: Álvarez Cobelas, José.
Envenenados de cuerpo y alma. La oposición universitaria al franquismo en
Madrid (1939-1970) (Madrid: Siglo XXI de España, 2004), p. 294. Para el caso de
América Latina, Solari, Aldo E. Estudiantes y política en América Latina
(Caracas: Monte Ávila Editores, 1968), p. 58
60 Las apreciaciones del ministro Arango sobre la educación,
pueden verse en reportajes y columnas periodísticas. “La educación pública
constituye hoy nuestra mayor podredumbre, Eliseo Arango”, El Tiempo, Bogotá, 1
de agosto de 1930, pp. 1 y 9; “Eliseo Arango y la educación pública”, El
Tiempo, Bogotá, 1 de agosto de 1930, p. 5.
61 Silva, Renán. “La educación en Colombia. 1880-1930”.
Nueva Historia de Colombia (Bogotá: Planeta, 1989), p. 86.
62 “El problema fundamental de Colombia radica en la
reforma educacionista”, El Tiempo, Bogotá, 11 de julio de 1930, p. 4.