DOI:
http://dx.doi.org/10.18273/revanu.v23n1-2018003
Artículos de Investigación
Científica
En
busca del confort cotidiano. El mobiliario doméstico en Córdoba (Argentina),
siglo XIX [1]
In
Search of Everyday Comfort. Domestic Furniture in Córdoba (Argentina), 19th
Century
Em
busca de conforto diário. Mobiliário doméstico em Córdoba (Argentina), século
XIX
Cecilia Moreyra 1
1 Doctora en Historia,
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, 2014. Licenciada en Historia,
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, 2009. Investigadora asistente,
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina.
Profesora en Historia, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, 2007. Código
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-4612-7851
.
Correo electrónico: ceciliamoreyra@conicet.gov.ar o ceci_moreyra@hotmail.com
.
Resumen
El objetivo de este artículo es
explorar la moderna experiencia corporal del confort, tomando como hilo
conductor el mobiliario de asiento y de guardado incorporado a la vida
doméstica de Córdoba (Argentina) durante el siglo XIX. La investigación se sitúa
dentro del campo de estudios de cultura material y se sustenta en fuentes
documentales: inventarios post mortem a partir de los cuales reconstruimos y
describimos el entorno material cotidiano en la ciudad de Córdoba. La detallada
lectura de estos documentos y la sistematización de los datos obtenidos en
bases de datos permitió describir los interiores domésticos, así como reconocer
y explicar sus transformaciones en el tiempo. En el análisis propuesto
identificamos una significativa multiplicación, diversificación y
especialización de los muebles de asiento y guardado. Entendemos que estos
cambios, aunque graduales, tendieron a la producción de experiencias corporales
más confortables.
Palabras
clave: Argentina, Historia cultural, vida cotidiana, mueble.
Abstract
The
objective of this article is to explore the modern corporal experience of
comfort, taking as a guideline the furniture of seat and storage built into the
domestic life of Cordoba (Argentina) during the nineteenth century. The
research is set within the field of studies of material culture and is based on
documentary sources: postmortem inventories from which we reconstruct and
describe the everyday material environment in the city of Cordoba. The detailed
reading of these documents and the systematization of the data obtained in
databases allowed us to describe domestic interiors as well as to recognize and
explain their transformations over time. As a result of the analysis we
identified a significant multiplication, diversification and specialization of
the seat and storage furniture. Although gradual, we understand that these
changes tended to produce more comfortable corporal experiences.
Keywords: Argentina, Cultural History, Everyday
life, Furniture.
Resumo
O
objetivo deste artigo é explorar a moderna experiência corporal do conforto,
tomando como fio condutor os móveis de assento e de guardado incorporados à
vida doméstica de Córdoba (Argentina) durante o século XIX. A pesquisa se situa
dentro do campo de estudos de cultura material e é baseada em fontes
documentais: inventários postmortem a partir dos quais reconstruimos e
descrevemos o entorno material cotidiano na cidade de Córdoba. A leitura
detalhada destes documentos e a sistematização de dados em bases de dados permitiram
descrever os interiores domésticos e reconhecer e explicar suas mudanças ao
longo do tempo. Na análise proposta identificamos uma significativa
multiplicação, diversificação e especialização de móveis de assento e de
guardado. Entendemos que essas mudanças, ainda que graduais, tendem a produzir
experiências corporais mais confortável.
Palavras-chave: Argentina,
História cultural, vida cotidiana, mobiliário.
Fecha
de recepción: 06/06/2017
Fecha
de aceptación: 11/10/2017
Lo
material, lo cotidiano y lo confortable
Exploramos en este trabajo la
experiencia corporal del confort, tomando como hilo conductor el mobiliario de
asiento y de guardado incorporado a la vida doméstica de Córdoba durante el
siglo XIX. Lejos de una descripción técnica y evolutiva de los muebles,
investigamos las interacciones entre sujetos y objetos que produjeron experiencias[2] más o menos complejas dentro
del universo multiforme que hemos de llamar “lo cotidiano”, infinita
acumulación de un día a otro donde se tejen y destejen hábitos y rutinas,
repetición que erosiona el sentimiento de espesor y singularidad de cosas[3] que llegan así a ser
concebidas como “espontáneas”[4], triviales e
intrascendentes. Es en ese devenir diario en el que se introducen nuevos
objetos que producen experiencias, sensaciones e ideas también nuevas. La
vivienda será el teatro de operaciones de esta historia y sus actores, los
cuerpos y objetos, todo ello analizado desde el multidisciplinario campo de
estudios de cultura material[5].
El término confortable, de raíz latina
confortare, refería inicialmente a la
capacidad de ser confortado o consolado: era una persona la que confortaba a
otra. Con el tiempo, su sentido se amplió a la idea de bienestar físico,
disfrute y comodidad experimentada por el cuerpo, siendo entonces los objetos y
espacios los que producían ese efecto[6].
Joan Dejean sitúa los orígenes del confort moderno en la corte francesa del
siglo XVII, donde Madame de
Montespan, amante de Luis XIV, consideró las ventajas de una vida más relajada
e informal a partir de la construcción y diseño del Château de Clagny,
edificio con cuartos más pequeños, sofás, asientos cómodos donde podían tener
lugar prácticas distendidas y alejadas del protocolo cortesano[7]. Witold Rybcznski también
reconoce ese tiempo y espacio como nodos del proceso de búsqueda y construcción
de interiores confortables, sin desestimar el impacto de las viviendas de la
burguesía urbana del siglo XIV[8]. La novedosa búsqueda de
comodidad se expresó así en la arquitectura como en el mobiliario. El término
mueble designaba inicialmente a bienes que podían trasladarse de un lugar a otro,
y tanto Dejean como Rybcznski reconocen ese carácter móvil a las piezas que
acompañaban a las familias nobles de la Edad Media que, a causa de guerras o
pestes, se mudaban de un lugar a otro, llevando cajas, baúles y arcones con
tapices, prendas de vestir, ropa de cama, vajilla, cuadros, imágenes
religiosas, etc. Cuando hacia el siglo XV la vida de la nobleza se volvía más
estable en términos espaciales, los muebles comenzaron a establecerse en un
mismo lugar por periodos cada vez más prolongados. La palabra mueble dejó así
de aludir a un objeto trasladable para remitir a un grupo de piezas hechas para
un cuarto en particular, indefectiblemente ligadas al espacio construido.
Tres perspectivas se identifican en la
historiografía sobre el mobiliario doméstico: por un lado, reconocemos los
trabajos que toman los muebles-testimonio que se conservan en las casas-museo o
museos y de allí desarrollan un estudio de técnicas, estilos, materiales y
decoraciones de un conjunto de muebles[9];
en segundo lugar, los textos producidos por especialistas en diseño enfocados
en estilos, tipologías, materiales y diseños de asientos y otras piezas del
mobiliario[10]; y finalmente,
investigaciones de historiadores que, en base a fuentes notariales, relatos de
viajeros y muebles-testimonio, describen interiores domésticos de familias de
elite, aludiendo a las influencias europeas en América y francesas en España,
evidenciando de este modo los múltiples procesos de circulación, adopción y
adaptación de objetos, ideas y estilos[11].
Veamos cómo era la Córdoba del siglo
XIX donde se gestaron pequeños-grandes cambios en los interiores domésticos,
sus materialidades y sus prácticas; aparecieron nuevos muebles y se fue
gestando un incipiente confort que delineó la construcción de la privacidad
burguesa. Esta ciudad ocupó un lugar periférico pero estratégico durante la
Colonia, era el nudo de las vías comerciales que unían a Buenos Aires con el
Alto Perú y con Chile. Tras la revolución de 1810 Córdoba se constituyó en el
centro neurálgico del comercio interprovincial orientado hacia al Atlántico. Su
carácter de intermediaria comercial o lugar
de paso la convirtió en escenario del constante transitar de personas,
mercancías, escritos e ideas. En el siglo XIX conoció nuevas modas, consumos y
prácticas que se mixturaron con formas de ser y hacer tradicionales, dando
lugar al eclecticismo de lo colonial y lo moderno, lo nativo y lo foráneo. Fue
en la ciudad donde los cambios materiales se hicieron más visibles y será allí
donde dirigiremos una mirada de larga duración enmarcada entre fines de la
Colonia y 1870, momento en el que se asiste a un proceso de urbanización y
crecimiento poblacional que imprime cambios acelerados y reclama un análisis
específico que excede el presente trabajo.
Algunas huellas de los muebles usados
en el pasado se encuentran en los inventarios postmortem, listas de bienes muebles, inmuebles y semovientes que
daban cuenta del patrimonio de una persona fallecida con el objetivo de
repartirlo entre los herederos. Los tasadores ingresaban a la casa de quien
había muerto; allí, miraban, medían, pesaban y tomaban nota de materiales,
tamaños, colores, ornamentos y estado de conservación de los diferentes
objetos. Una lectura minuciosa de un conjunto de inventarios seleccionados en el
Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba, es el puntapié inicial para
reconstruir una imagen de los interiores domésticos. La informática aportó lo
suyo a la hora de sistematizar y cuantificar la información recolectada,
permitiendo determinar la frecuencia con que aparecían los objetos y reconocer
cambios y permanencias a lo largo del tiempo[12].
El cruce con información de otras fuentes notariales tales como testamentos,
dotes y cartas de capital y literatura de viaje, enriqueció el análisis. Los
inventarios, cabe aclarar, se llevaban a cabo cuando había algún bien para
heredar, lo que excluía a las personas cuya pobreza no ameritaba la facción de
un inventario. Entre aquellas cuyos bienes (muchos o pocos) fueron objeto de
inventario, estaban los sectores económicos, sociales y políticamente más
prósperos: españoles (peninsulares o americanos) que se desempeñaban como
grandes comerciantes y eran propietarios de tierras, animales, esclavos,
inmuebles, apellido y capital social; en este grupo privilegiado también se
contaban religiosos, profesionales y militares de alto rango. El grueso de la
documentación nos habla de estas personalidades pero no exclusivamente, también
están representados otros sectores de la sociedad como aquellas personas
calificadas como “pardas”[13], que trabajaban como
pequeños comerciantes, pulperos, artesanos, costureras, servicio doméstico y en
algunos documentos también constan los bienes de esclavos libertos.
Las viviendas de la elite y las
habitadas por familias medianamente acomodadas, estaban organizadas en torno a
tres patios: el principal, el secundario y el corral. El primero era el eje
estructurador de los espacios más importantes: sala de recibo, zaguán, alcobas,
comedor, tiendas y trastiendas que circundaban el patio y se comunicaban con
este y su galería a través de puertas y ventanas. El segundo nucleaba los
espacios de servicio, trabajo y vida de la servidumbre: cocina, despensa, horno
de pan, pozo de agua, cuartos y lugares comunes. Finalmente, en el sector
periférico, el fondo de la casa, estaba el traspatio con el corral para los
animales y la huerta. En las siguientes páginas visitaremos viviendas como la
que describimos, pero también nos asomaremos a “casitas” y “ranchos” cuya
disposición interior era más simple y multifuncional.
Asientos
La sala de recibo era un espacio de
sociabilidad, “la pieza principal de la casa” donde se recibían las visitas y
se trataban los negocios[14]. En las viviendas más
pequeñas, en cambio, las salas eran multifuncionales, allí se dormía, cocinaba,
comía y trabajaba. Asientos, mesas, baúles, armarios y escritorios ocupaban un
lugar en esta habitación. Los primeros eran los más comunes, en la mayoría de
las viviendas había al menos uno o dos muebles para sentarse, generalmente
sillas, cuyos armazones podían ser de caoba, nogal, sauce, jacarandá,
algarrobo, cedro, madera de beta, norteamericana, del Tucumán o “del país”,
haya o palo; asientos y espaldares eran de paja, esterilla, cuero, suela,
cerda, cojín forrado en tela, elástico, junco o junquillo. El tipo de material
incidía en el precio y distinción de los artefactos: de caoba eran las sillas
más costosas, más aun si estaban adornadas y bien conservadas; las de paja, por
su parte, eran “ordinarias”, baratas y se deterioraban con mayor rapidez.
Había sillas de diferentes tamaños,
calidades y estilos. En un mismo espacio podían convivir estéticas antiguas y
modernas, reconocibles en la forma de sus patas, respaldos, colores y
tapizados. El próspero comerciante Bernabé Las Heras tenía ocho sillas con
armazón de madera torneado y asiento de suela sujeto con tachuelas de hierro[15], formas próximas a la silla
barroca. Eran asientos austeros pero elegantes, de colores oscuros que
contrastaban con detalles dorados; patas y respaldos torneados o tallados y
cuero labrado o repujado (reminiscencias de la España islámica)[16]. Sus formas rectilíneas,
asiento y respaldar grande y rígido, obligaban a mantener una posición erguida:
más que diseñadas para adecuarse a la estructura corporal, su función era la de
conferir autoridad[17]. En la Córdoba de
principios del siglo XIX, estas sillas eran notablemente escasas, pudiendo
pensarse que estaban apartadas para el miembro más importante de la casa,
generalmente el padre/esposo/dueño. La silla como símbolo de poder y orden se
vislumbra al reparar en el asiento de los reyes, el trono, que no es otra cosa
que una silla de brazos grande e imponente, y como asiento del poder que era,
ni en el Versalles de Luis XIV ni en la vivienda de una familia común, debía de
haber muchas sillas de brazos porque estaban reservadas para la máxima
autoridad[18]. En el Río de la Plata la
autoridad simbólica de este mueble se expresa en la figura del denominado
“sillón de Rivadavia”. En 1826, en pleno proceso postrevolucionario, se sancionó
una Constitución de corte unitario que nombró a Bernardino Rivadavia como
primer presidente de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, cargo en el que
se mantuvo algo más de un año. Desde entonces creció y se difundió la
idea-concepto de este sillón como símbolo de la autoridad presidencial
argentina hasta el punto que en la actualidad el asiento que se ubica en el
despacho del presidente de la República es conocido como “el sillón de
Rivadavia”.
Sillas como las que tenía el
mencionado Bernabé las Heras cohabitaban con sillas “pata de cabra”, con curvas
y contracurvas inspiradas en motivos vegetales, características propias del
mobiliario francés e inglés[19]. El coronel Santiago
Allende tenía dieciocho sillas de este tipo: eran de madera, filetes dorados y
asiento amarillo de tela de damasco[20].
El diseño curvo y sus cojines mullidos se acomodaban a las formas del cuerpo,
permitiendo posturas sedentes más relajadas que al usar la silla barroca. La
función del asiento dejaba de ser la atribución de poder y se comenzaba a tener
en cuenta la sensibilidad corporal, delineándose así el sentido del confort,
que se profundizó aún más con las sillas poltronas[21]
cuyos asientos eran amplios y sus laterales, que partían desde lo alto del
respaldo hacia adelante, dejaban recostar la cabeza hacia un costado[22]; la “poltronería”, definida
como “pereza, haraganería, flojedad o aversión al trabajo”, nace de la idea de
distención y relajamiento como actitudes corporales que este asiento hacía
posibles, diferente de la rigidez de las sillas de brazos barrocas. Esta
tendencia a la producción de interiores más cómodos fue reforzada por el
paulatino reemplazo de los taburetes –asientos bajos de madera y suela,
respaldo estrecho y sin brazos– que,
habituales en el siglo XVIII[23], cayeron en desuso a lo
largo del siglo XIX (presentes en el 42,31% de los inventarios de la década de
1810, aparecen en tan solo el 2,27% de la de 1860). En paralelo crecía la
adquisición y el uso de asientos más cómodos, acolchados y curvilíneos, como
las sillas tapizadas, los canapés y los sofás. Un mobiliario moderno que iba a
tono con la ascendente burguesía que se separaba de a poco de la suntuosa moda
aristocrática. Estas trasformaciones fueron graduales, en ningún caso hubo un
abrupto reemplazo de unos asientos por otros sino que prevalece la coexistencia
de formas y estilos: los asientos modernos convivieron con los de espaldares
altos y asientos rectos y con sillas sencillas y prácticas, como las inglesas o
norteamericanas hechas de madera, con asientos de tabla, palo, junquillo o
esterilla.
Los canapés, por su parte, eran
destacados muebles de la sala. Medían entre 1,5 y
2,5 metros de largo por unos 40
centímetros de alto y profundidad[24], sus asientos y respaldares
eran mullidos con cerda o cojín “para mayor comodidad”[25],
y sus almohadones solían estar forrados con finas telas de seda, como damasco o
zaraza. Nacidos en la Francia del siglo XVII, se expandieron por Europa y
América, identificándolos, según Patricia Lara-Betancourt, como la mayor
novedad de principios del XIX, ampliamente difundida entre la elite de Nueva
Granada[26]. Con apoyabrazos y
apoyaturas de cabeza mullidas, el canapé fue la materialización de ese
cortesano y francés deseo de confort, relajamiento e informalidad al que
aludimos. Pero no solo importaba el descanso del cuerpo, la estética se volvía
un valor destacado mediante el tapizado uniforme en cada una de sus partes. En
Córdoba encontramos canapés principalmente en las dos primeras décadas del
siglo XIX, en los siguientes decenios fueron reemplazados por otro asiento
cuyas formas se derivaban de él, el sofá; mientras descendía el número de los
primeros crecía paulatinamente la presencia de estos últimos[27]. Acolchados como los
canapés, los sofás eran más anchos y mullidos, por lo que el cuerpo podía
sentarse y recostarse a la vez. Estaban destinados a amoblar la sala de recibo,
tal como se especificó en el inventario de Manuela Irazoque donde se consignó
la presencia de “un sofá de sala”[28]. Del mismo modo, en el
inventario de la costurera Antonia Flores consta que el sofá y unas catorce
sillas conformaban el “amueblado de sala”28. Sillas y sofás podían
componer un juego de sala de materiales, tapizados, colores y estampados
comunes, como el del comerciante Bartolomé Carreras cuyo sofá con asiento de
esterilla era compañero de las
catorce sillas de madera color café[29].
Se invertía tiempo y dinero en el diseño de tapizados, respaldares y
apoyabrazos. El volumen de telas que la creciente industria textil inglesa
producía y comercializaba posibilitó el uso de múltiples géneros con diferentes
estampados y colores para el tapizado de los asientos; ya no solo se vestían
los cuerpos, también se ataviaban los muebles. Avanzado el siglo en algunas
salas cordobesas hacía su aparición el confidente. Un nombre más novedoso que
el mueble en sí, ya que se trataba de un canapé con dos compartimentos en sus
extremos que lo convertían en una especie de sofá con poltronas[30]. En definitiva, la
multiplicación de asientos cómodos participa de la conformación de espacios de
privacidad en los que las personas podían moverse más relajada e informalmente.
Si en las primeras décadas del siglo
XIX solo las familias de elevado status tenían en sus casas algún canapé o
sofá, con el correr del tiempo creció la cantidad de viviendas que contaban con
ellos, encontrándolos también en las casas de algunos pequeños comerciantes,
artesanos, costureras y empleadas del servicio doméstico[31].
Una democratización que tuvo sus límites: las familias acomodadas no solo
tenían mejores asientos sino también un elevado número que superaba con creces
al de los habitantes de la casa. Entre sillas, taburetes, canapés y sillas de
estrado, el próspero comerciante Antonio Benito Fragueiro tenía más de cien
asientos[32] y el comerciante Florencio
Antonio García otros setenta y cuatro[33].
Y ello pervivía con el paso del tiempo: avanzado el siglo XIX Julián Castaño,
comerciante y político, tenía ciento diecisiete de estos muebles[34]. Cantidades que son un
indicio de la activa vida social de la elite[35],
siendo bailes y tertulias sus acontecimientos destacados. El comerciante y
viajero inglés Samuel Haigh calificó las tertulias celebradas en la casa del
destacado político y militar Juan Bautista Bustos, como las “más placenteras” a
las que había asistido en Sud América[36].
Estas instancias de sociabilidad de la elite eran excelentes oportunidades para
exhibir atuendos, enterarse de las últimas tendencias en la moda difundidas con
gusto por los “petrimetres”[37], y permitía a los
anfitriones hacer gala del mobiliario y sus colecciones de pintura y objetos de
plata labrada.
En las salas cordobesas algunas
tarimas de madera colocadas sobre el piso conformaban un espacio más alto que
el resto de la habitación denominado estrado, viva expresión de la impronta de
la tradición española en América que
se extiende desde los primeros tiempos de la colonización por tres siglos[38]. El estrado era un lugar
femenino por excelencia en el que las mujeres de la casa cosían, bordaban,
recibían las “visitas de cumplimiento” y enseñaban labores y modales a niñas y
jóvenes[39], siguiendo el “ceremonial
del estrado” que establecía el comportamiento ideal que debían mantener[40]. Delimitado verticalmente
por tarimas de madera y horizontalmente por biombos, el estrado definía sitios
distintos para hombres y mujeres dentro de la sala. Sus tarimas tenían diversos
tamaños, las más grandes eran de seis varas, estaban construidas en cedro o
nogal e iban cubiertas por alfombras, chuces y jergones de variados diseños y
tamaños. Había muebles específicos “de estrado”: mesas o “mesitas”, sillas,
sillitas, taburetes y camoncillos, que eran unos asientos bajos, más amplios
que los taburetes, sin respaldo y ligeramente mullidos, definidos en el
diccionario como “taburetillos de estrado”[41].
Los tasadores empleaban los diminutivos “mesita” y “sillita” para referirse al
mobiliario de estrado, anunciándonos que eran de pequeñas dimensiones, o al
menos más bajos que el resto[42]. Además de sillas y
taburetes, las mujeres tomaban asiento directamente en la alfombra o sobre
cojines; usados asiduamente durante gran parte del sigo XVIII, los “cojines de
estrado” fueron gradualmente reemplazados por taburetes, camoncillos y sillas.
Conforme avanzaba el siglo XIX, se
redujo el número de muebles de estrado en la ciudad de Córdoba. Presentes en la
mitad de los inventarios de la década de 1810, solo uno de cada diez los
registra en la de 1850 y a partir de entonces desaparecen de los inventarios.
Esto es consecuencia del desuso de ese particular espacio femenino de la sala,
algo que venía ocurriendo en España y otras partes de Latinoamérica desde
finales del siglo XVIII[43] y en lo que jugaron un
papel destacado las ideas y modas ilustradas inglesas y francesas. El abandono
de un lugar que tradicionalmente delimitaba las actividades y cuerpos femeninos
y masculinos implicó cambios en el interior doméstico y nuevas prácticas de
sociabilidad que suprimían la separación espacial entre hombres y mujeres.
Durante el proceso independentista, en el que confluyeron múltiples ideas y
criterios ilustrados, las tertulias jugaron un rol decisivo en la configuración
de nuevas maneras de relacionarse, conversar y discutir. Tenían lugar en las
salas de recibo de la elite, en las que proliferaban muebles para sentarse,
propicios para el desarrollo de estas instancias de sociabilidad. Según Jorge
Myers, las tertulias eran el ámbito por excelencia de las mujeres, el único
espacio en el que podían participar abiertamente y de un modo que pareciera
acercarse a la “igualdad”[44].
Guardar,
ordenar, custodiar
Los múltiples objetos que había en las
casas no se ubicaban de forma azarosa. Según tamaño, material, uso y valor se
los resguardaba en diferentes muebles. La escritura de una vivienda era
celosamente guardada bajo llave en la gaveta del escritorio; la plata labrada
en estantes o repisas para ser observada y apreciada. Hacia fines del siglo
XVIII los principales muebles de guardado eran baúles con tapa combada, cajas y
cofres de diferentes tamaños[45] en los que se depositaban
objetos disímiles: ropa, libros, bultos religiosos, plata labrada. En una caja
del español Mathias de Idalgo se encontró
[…] una chupa de brocato de oro en
campo blanco usada, una imagen de los Dolores, un Señor de la agonía grande, un
San José con una efigie de la concepción, una plancha fina, un sacatrapos, un
estuche con dos navajas, otro estuche con una lanceta, algunas balas y piedras
de escopeta, un librito de la Novena de Dolores, otro librito de escribir
cuentas, veinte estampas, ocho sacos de maíz, dos peines de lienxo y otro de
bayeta[46].
Cajas y baúles eran móviles y
versátiles, preparados para ser llevados por diferentes habitaciones, casas y
sitios en caso de mudanza o viaje. Distinta será la situación de las cómodas o
los roperos que permanecerían fijos en un solo lugar.
Así en las casas de familias de elite
como en las de los sectores subalternos había cajas y baúles, aunque con
notables diferencias de cantidad y calidad: mientras el acaudalado Joseph
Allende contaba con siete cajas y un baúl[47],
otros no poseían más que un baúl viejo en el que guardaban la corta ropa de su
uso[48]. Característicos del
período colonial, estos objetos continuaron utilizándose a lo largo del siglo
XIX, encontrándolos en ocho de cada diez viviendas. Con el correr del tiempo se
les sumaron otros muebles de guardado: cómodas, roperos y armarios. Las cómodas
se destinaban al guardado de ropa[49], medían más de una vara de
alto por una o dos de ancho[50] y tenían de tres a seis
cajones con cerradura y llave; el uso de gavetas para guardar la ropa fue una
característica distintiva y novedosa. Las primeras cómodas comenzaron a usarse
a finales del siglo XVII en el palacio de Versalles[51].
Para esa época los asientos que permitían posturas más relajadas (canapés,
sofás) habían recibido el adjetivo de cómodos y fue así como se bautizó a la
pieza que revolucionaría la forma de guardar las prendas de vestir. En la
ciudad de Córdoba encontramos las primeras cómodas en las últimas décadas del
siglo XVIII y las vemos con mayor frecuencia a lo largo del XIX, periodo de
diversificación y especialización del mobiliario. En contraste con la
multifuncionalidad de cajas y baúles, las cómodas servían especialmente para
prendas de vestir y otros textiles. Sus gavetas hicieron posible una mejor
organización y conservación de la ropa y facilitaron su acceso: para sacar ropa
de un baúl había que inclinarse y hurgar[52]
mientras que se adoptaba una posición diferente al buscar algo dentro de una
cómoda o ropero. Así, la forma de guardar los objetos cambió en aras no solo de
una mayor comodidad corporal sino de una mejor conservación de los objetos
guardados, en lugar de estar mezclados y apilados unos sobre otros, las cosas
pasaron a ocupar espacios específicos en compartimentos separados entre sí.
Los armarios tenían anaqueles y
puertas, medían cerca de dos varas de alto[53]
y en ellos se guardaban objetos específicos, como la vajilla que la acaudalada
viuda Tránsito de la Torre tenía en su “armario para loza”[54].
Alacenas, aparadores, escaparates, repisas y vidrieras compartían las mismas
características que los armarios: tenían estantes, cajones y puertas. Servían
para guardar ropa, piezas de loza y libros, y permitían apreciarlos si tenían
puertas de vidrio. Los roperos, con sus estantes, cajones y puertas, eran
armarios para guardar prendas de vestir; el vocablo “ropero”, que durante años
remitió a la “persona que vende vestidos hechos”[55],
en 1852 fue incorporado al Diccionario de la Real Academia con su acepción de
“armario para guardar ropa”[56].
En cajones y gavetas de escritorios se
guardaban bajo llave objetos de valor, papeles o “escrituras”[57], de allí su nombre. Su tapa
o tabla desplegable servía de apoyo para escribir; accesorio que también tenían
las llamadas “cómodas-escribanías”[58].
El escritorio que tenía el pudiente matrimonio de Antonio Arredondo y Ventura
de la Corte era de “doce cajoncitos, tapa y llave corriente”[59]; el de Dámaso de la Torre
contaba con seis gavetas con tiradores de plata, tapa y cerradura con boca de
“llave de plata”60, y el de Manuel Malbrán era de dos cuerpos hechos
de caoba y mármol negro y “varios secretos privados”61, “[…]
pequeños compartimentos que se disimulaban tras los elementos arquitectónicos
del mueble y donde se custodiaba aquello de gran valor o que se deseaba que
permaneciera oculto”[60]. Estos escritorios con sus numerosos
cajones de diferentes tamaños, “secretos privados”, tapa abatible, cerradura y
llave, eran similares al llamado “bargueño”[61],
artefacto compuesto por un arcón cerrado con tapa, múltiples divisiones y
cajoncitos internos, situado sobre una mesa o bufete[62].
Lara-Betancourt señala que en los siglos XVIII y XIX se llamaba escritorio a lo
que hoy conocemos como bargueño y que aquél “no se utilizaba para escribir sino
para guardar objetos de valor”[63]. Según Inés Abril la tapa
abatible de los bargueños servía ocasionalmente para escribir, su principal
función era “evitar la apertura de las puertecillas y gavetas durante el
transporte del mismo”[64]. Los bargueños tenían asas
laterales que servían para transportarlo de un lugar a otro; aunque con el
tiempo estos artefactos perdieron su naturaleza móvil, las barras laterales
permanecieron[65].
Los escritorios estaban hechos de
jacarandá, caoba y mármol, con detalles en plata o concha. Preciados por sus
finos materiales y por aquello que en sus cajones se guarda bajo llave:
alhajas, plata sellada, documentos comerciales, escrituras. Tener un escritorio
significaba que se tenía algo valioso para guardar en él. La distinción de este
mueble también estribaba en su vínculo con la práctica de la escritura, aunque
que, como bien dijimos, no era su función principal. Siendo la instrucción
formal algo propio de los estamentos acaudalados, escribir y hacerlo
periódicamente era un certero signo de status social. Un cambio sintomático de
la creciente diversificación y especialización del mobiliario fue el desuso de
los escritorios bargueños: entre 1810 y 1839 los identificamos en el 54,55% de
los inventarios, entre 1840 y 1870 en solo el 20,39%; aquel artefacto portátil
fue reemplazado por muebles con cajones ideados para permanecer en un solo
sitio y el espacio para escribir dejó de ser una tabla desplegable para
convertirse un mueble destinado exclusivamente a esa práctica: los escritorios
tipo bufete.
Conclusiones
El arribo de nuevos diseños y
tipologías de mobiliario transformó la vida doméstica de la Córdoba del siglo
XIX. Los cambios no fueron ni abruptos ni uniformes y solo se perciben al
observar un espectro temporal amplio. Entre fines del XVIII y mediados del XIX
reconocimos cambios y permanencias en ese fragmento de la cultura material.
Nuevos muebles, como los asientos mullidos y tapizados o las cómodas, llegaban
desde el viejo continente a través del comercio de importación vía el puerto de
Buenos Aires, y con ellos nuevas ideas como el confort, un valor fundamental en
la construcción de los interiores privados burgueses. Innovaciones de objetos,
valores e ideas que viajaban por lugares donde eran adoptadas y adaptadas,
incorporadas y resignificadas.
Los muebles para sentarse ejemplifican
esa búsqueda de interiores confortables; mientras descendía el número de
taburetes –asientos bajos, duros y estrechos– en las casas, crecía la presencia
de canapés, primero; y sofás, después; asientos mullidos y tapizados que
producían experiencias corporales más cómodas. Entre los muebles de guardado
advertimos esta misma tendencia: baúles y cajas dieron paso a cómodas y roperos
cuyos cajones y estantes permitían acomodar, clasificar y ordenar aquello que
se guardaba dentro y facilitaban el acceso. La desaparición del estrado, espacio
femenino de tradición española, fue otra de las transformaciones,
materialización del intento de ruptura con ese pasado colonial; lejos de
desaparecer repentinamente, las mesitas y sillitas de estrado convivieron por
un tiempo con asientos modernos y cómodos como los sofás.
A lo largo de este trabajo observamos
cómo el mobiliario fue especializándose cada vez más, sus formas y
características generales se orientaban a funciones definidas; el ejemplo más
claro nos lo ofrece el mobiliario de guardado, aquellos baúles o cajas que
contenían disímiles tipos de objetos van cediendo su lugar a las cómodas y
roperos, muebles destinados al guardado de un tipo particular de objeto:
textiles. La creciente especialización iba de la mano de la multiplicación de objetos
provocada por la producción industrial: más cosas, más mercancías, más baratas,
accesibles a mayor cantidad de personas y cada vez más específicas. Estos
nuevos objetos produjeron prácticas, comportamientos y formas de hacer y estar
más interiores, cómodas, pasivas e individuales.
El confort es una experiencia corporal
asociada a una sensación de comodidad que, como vimos en estas páginas, se
trató de una experiencia que fue producto de un proceso. Las fuentes en estudio
no permiten conocer la sensación de los cuerpos al sentarse en un sofá mullido
o al guardar o buscar algo en una cómoda y carecemos de relatos de primera mano
de la Córdoba de entonces que den cuenta de esas experiencias. Pero tenemos
evidencia de objetos concretos que comenzaron a formar parte de la cotidianidad
familiar, artefactos que son piezas de un contexto económico, pero también
verdaderos actores: las cosas también producen o hacen cosas, un sofá hace que
el cuerpo se siente o recueste de una manera particular, y no se trata de un
mero tecnicismo o determinismo materialista sino de reconocer en el proceso
histórico actores no solo humanos sino también materiales. La búsqueda del
confort en Córdoba ejemplifica ese mundo de procesos múltiples interconectados
al que refería Eric Wolf[66]. No se trata de una réplica
micro de un proceso global sino de la circulación de actores humanos y no
humanos por diversos circuitos que no son necesariamente sincrónicos: a la
Córdoba del siglo XIX llegaron cómodas y sofás gestados en otro espacio y
tiempo que vivió la experiencia corporal del confort que estos muebles
producían.
Fuentes
Archivos
Archivo Histórico de la
Provincia de Córdoba: Serie Escribanías núms. 1, 2, 3, y 4; y Serie Protocolos
Notariales, Registro 1 y 2.
Diccionarios
Diccionario de la Academia Usual,
Madrid, Real Academia Española, 1780, 1803, 1852.
Diccionario de la Real Academia,
Madrid, Real Academia Española, ediciones entre 1737 y
1843.
Diccionario de las Autoridades,
Madrid, Real Academia Española, 1732 y 1739.
Otros
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Aires a Potosí y Arica en los años 1825 y 1826, Buenos Aires, 1920”, en
Segreti, Carlos, Córdoba. Ciudad y
provincia siglo XVI-XX. Según relatos de viajeros y otros testimonios.
Córdoba: Junta provincial de Historia de Córdoba, 1973.
High, Samuel. Bosquejos de Buenos Aires, Chile y Perú, Buenos Aires, 1918, en
Segreti, Carlos, Córdoba. Ciudad y
provincia siglo XVI-XX. Según relatos de viajeros y otros testimonios.
Córdoba: Junta provincial de Historia de Córdoba, 1973.
Libros
Bomchil, Sara y Carreño, Virginia. El mueble colonial de las Américas y su
circunstancia histórica. Buenos Aires: Sudamericana, 1987.
Bryson, Bill. En casa. Una breve historia de la vida privada. Barcelona: RBA Libros,
2001.
Dejean, Joan. The Age of comfort. When Paris Discovered Casual and the Modern Home
Began. Nueva York: Bloomsbury USA, 2010.
Dobres, Marcia-Anne y Hoffman,
Christopher. The social dynamics of
technology. Practice, politics and worldviews. Washington/London:
Smithsonian Institution Press, 1999.
Endrek, Emiliano. El mestizaje en Córdoba. Siglo XVIII y principios del XIX.
Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba, 1966.
Moreno, Carlos. La casa y sus cosas: españoles y criollos, largas historias de amores y
desamores. Buenos Aires: Icomos Comité Argentino, 1994.
Rybcznski, Witold. La casa. Historia de una idea. Buenos
Aires: Emecé, 1991.
Wolf, Eric. Europa y la gente sin historia. México: Fondo de Cultura Económica,
1982.
Capítulos de libro
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elite porteña, 1800-1860”, en Devoto, Fernando y Madero, Marta (Dir.), Historia de la vida privada en Argentina.
Tomo I. País antiguo. De la colonia a 1870. Buenos Aires: Taurus, 1999.
Pérez Mateo, Soledad. “Las
casas museo como salvaguarda del patrimonio inmaterial: el mobiliario como
exponente de una cultura ya desaparecida”, en El pensamiento museológico contemporáneo. II Seminario de Investigación
en Museología de los países en lengua portuguesa y española. Oporto:
Universidade do Porto, Faculdade de Letras, Departamento de Ciências e Técnicas
do Património, 2012.
Sarti, Rafaela. “Las condiciones
materiales de la vida familiar”, en Kertzer, David y Barbagli, Mario (comps.),
en Historia de la familia europea,
vol. III. Barcelona: Paidós, Orígenes, 2003.
Segalen, Martine. “Las condiciones
materiales de la vida familiar”, en Kertzer, David y Barbagli, Marzio (comps.),
en Historia de la familia europea, vol.
II. La vida familiar desde la Revolución Francesa hasta la Primera Guerra
Mundial (17891913). Barcelona: Paidós, 2003.
Revistas
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Crítica, núms. 38 y 39, 2009 y 2010.
Journal
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publications.
Material
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Chicago, The University of Chicago Press Journals y Winterthur Museum.
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Artículos de revista
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una casona virreinal: patrones de consumo en la casa Ramírez de
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Germaná Roquéz, Gabriela.
“El mueble en el Perú del siglo XVIII: estilos, gustos y costumbres de la elite
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Lara-Betancourt, Patricia.
“La sala doméstica en Santa Fe de Bogotá. Siglo XIX. El decorado: la sala
barroca”, en Historia Crítica, núm.
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Lara-Betancourt, Patricia.
“La sala doméstica en Santa Fe de Bogotá. Siglo XIX. El decorado de la sala
romántica: gusto europeo y esnobismo”, en Anuario
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López Pérez, María del Pilar. “El objeto de uso en las
salas de las casas de habitación de españoles y criollos en Santafé de Bogotá”,
en Anales del Instituto de
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Pilar. “Las salas y su dotación en Santa Fe de Bogotá”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, núm. 24,
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Malmanger, Nelly. “El bargueño. Mueble
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lo público. La vestimenta en la ciudad de Córdoba, Argentina hacia fines del
siglo XVIII”, en Fronteras de la Historia, vol. 15, núm. 2, 2010.
Moreyra, Cecilia. “Vida cotidiana y
entorno material El mobiliario doméstico en la ciudad de Córdoba a fines del
siglo XVIII”, en Historia Crítica,
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doméstico en la Murcia de principios del siglo XVIII (1700-1725)”, en Imafronte, núm. 18, 2006.
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de la historia del mueble. La evolución técnica, base de la formal”, en ArsLonga, núm. 17, 2008.
Entrevistas
Glaisse, Henry. Material Culture. Bloomington/Indianapolis: Indiana University
press, 1999.
Gonzalbo Aizpuru, Pilar.
Entrevista basada en la serie Historia de la vida cotidiana en México, FCE,
2005, Radio 2010, Instituto Mexicano de la Radio.
Tesis
Moreyra, Cecilia. Cultura material en la ciudad de Córdoba, 1810-1870. Una lectura
sociocultural de los objetos cotidianos, (tesis doctoral), Córdoba,
Universidad Nacional de Córdoba, 2014.
Zorino, Brenda. Sillas.
Estilos y diversidad, (trabajo final de grado), Diseño de Interiores,
Universidad de Palermo, Buenos Aires, 2010.
Otros
Abril, Inés. “El bargueño del salón de
la casa Sorolla”, en Pieza del mes,
marzo de 2011 , Museo Sorolla, Madrid.
Anderson,
Ibar. “Historia de las sillas, asientos, banquetas, taburetes y otros muebles
para sentarse”, en Actas de Encuentro
Latinoamericano de Diseño, Facultad de Diseño y Comunicación, Universidad
de Palermo.
Granados Nieto, José Antonio. “El mobiliario de
asiento. Tres ejemplos para la reconstrucción histórica”, en Exposición del Museo Cerralbo, Madrid,
septiembre de 2007.
Referencia
para citar este artículo: MOREYRA, Cecilia (2018). “En busca
del confort cotidiano. El mobiliario doméstico en Córdoba (Argentina), siglo
XIX”. En Anuario de Historia Regional y
de las Fronteras. 23 (1). pp. 73-91.
[1]
Este artículo está basado en un capítulo de la tesis doctoral Cultura material en la ciudad de Córdoba,
1810-1870. Una lectura sociocultural de los objetos cotidianos, Universidad
Nacional de Córdoba, Argentina, 2014. Esta investigación fue financiada por el
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina.
[2]
Dobers y Hoffman proponen borrar las fronteras artificiales entre hombre y
objetos, enfocándose en la mutua relación de unos y otros. Dobres, Marcia-Anne
y Hoffman, Christopher. The social
dynamics of technology. Practice, politics and worldviews
(Washington/London: Smithsonian Institution Press, 1999), p. 4. A este
postulado se suma Glaisse, para quien las cosas no pueden divorciarse de las
relaciones sociales, los conocimientos, las habilidades y los contextos de
aprendizaje, ni de la construcción, interpretación y contestación de los
símbolos de poder. Glaisse, Henry. Material
Culture (Bloomington/Indianapolis: Indiana University press, 1999), p. 211.
[3] Le Breton, David. Antropología del cuerpo y modernidad
(Buenos Aires: Nueva visión, 2010), p. 93.
[4]
Según Gonzalbo Aizpuru las acciones rutinarias realizadas sin necesidad de
reflexión previa se desarrollan de manera mecánica pero no por ello de forma
espontánea. Entrevista a Pilar Gonzalbo Aizpuru basada en la serie Historia de la vida cotidiana en México,
FCE, 2005, Radio 2010, Instituto Mexicano de la Radio.
[5]
Conocido como Material Culture Studies, este campo cuenta con revistas
especializadas como la Journal of
Material Culture de Londres, enfocada al análisis de los vínculos entre
artefactos y relaciones sociales, construcción social e identidades, y las
producciones y los usos culturales en sociedades occidentales y no
occidentales. A ella se suman otras publicaciones que dan cuenta de la
envergadura del campo: la canadiense Material
Culture Review; la Winterthur
portfolio: A Journal of American Material Culture de la Universidad de
Chicago y uno de los números de la Annual
Review of Antrophology que reunió artículos sobre las transiciones de la
cultura material a lo largo de la historia (vol. XLI, 2012). Destacamos
también, el interés por la historia de los objetos en Latinoamérica manifestado
por la revista colombiana Historia
Crítica en sus números 38 y 39 de 2009.
[6]
Según Bill Bryson la primera persona que utilizó la palabra en su sentido
moderno fue el escritor Horace Walpole en una carta de 1770, en la cual
comentaba que una señora le atendía muy bien y le hacía sentirse lo más confortable posible. Bryson,
Bill. En casa. Una breve historia de la
vida privada (Barcelona: RBA Libros, 2001), p. 116.
[7]
Dejean, Joan. The Age of comfort. When
Paris Discovered Casual and the Modern Home Began (Nueva York: Bloomsbury
USA, 2010).
[8] Rybcznski, Witold.
La casa. Historia de una idea (Buenos
Aires: Emecé, 1991), pp. 34 y ss.
[9]
Rodríguez Bernis, Sofía. “Otra visión de la Historia del mueble. La evolución
técnica, base de la formal”, en ArsLonga,
núm. 17, 2008, pp. 181-193; Granados Nieto, José Antonio. El mobiliario de asiento: tres ejemplos para la reconstrucción, Pieza
del mes, Museo Cerralbo. Madrid, septiembre de 2007; Pérez Mateo, Soledad.
“Las casas museo como salvaguarda del patrimonio inmaterial: el mobiliario como
exponente de una cultura ya desaparecida”, en El pensamiento museológico contemporáneo. II Seminario de Investigación
en Museología de los países en lengua portuguesa y española. Oporto:
Universidade do Porto, 2012, pp. 509-525; Abril, Inés. El bargueño del salón de la Casa Sorolla. Pieza del Mes Museo Sorolla,
marzo 2011; Gálvez Peña, Carlos. “Los muebles de una casona virreinal: patrones
de consumo en la casa Ramírez de Arellano/Riva-Agüero, siglos XVIII al XX”, en Bira, núm. 34, 2007-2008, pp. 45-65.
[10]
Zorino, Brenda. Sillas. Estilos y diversidad, (tesis
pregrado), diseño de interiores. Universidad de Palermo, Buenos Aires, 2010;
Anderson, Ibar. “Historia de las sillas, asientos, banquetas, taburetes y otros
muebles para sentarse”, en Actas de
Encuentro Latinoamericano de Diseño núm. 10, Facultad de Diseño y
Comunicación, Universidad de Palermo, 2008.
[11]
Germaná Róquez, Gabriela. “El mueble en el Perú en el siglo XVIII: estilos,
gustos y costumbres de la elite colonial”, en Anales del Museo de América, núm. 16, 2008, pp. 189-296; López
Pérez, María del Pilar, “El objeto de uso en las salas de las casas de
habitación de españoles y criollos en Santafé de Bogotá”, en Anales del Instituto de Investigaciones
Estéticas, vol XXI, núm. 74-75, 1999, pp. 99-134; López Pérez,
María del Pilar. “Las salas y su dotación en Santa Fe
de Bogotá”, en Anuario Colombiano de
Historia Social y de la Cultura, núm. 24, 1997, pp. 5-45; Lara-Betancourt,
Patricia. “La sala doméstica en Santa Fe de Bogotá. Siglo XIX. El decorado: la
sala barroca”, en Historia Crítica,
núm. 20, 2000, pp. 93-106; y “La sala doméstica en Santa Fe de Bogotá. Siglo
XIX. El decorado de la sala romántica: gusto europeo y esnobismo”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de
la Cultura, núm. 25, 1998, pp. 109-134; Nada Iniesta, Javier, “El
mobiliario doméstico en la Murcia de principios del siglo XVIII (1700-1725)”,
en Imafronte, núm. 18, 2006, pp.
93-103.
[12]
Construimos una base de datos de Excel y Access donde consignamos cantidad,
materiales, estado, peso, medida y precio de cada objeto registrado en los
inventarios, y determinamos su frecuencia, identificando la cantidad de veces
que aparece mencionado y segmentándola por décadas.
[13]
La denominación “pardo” era ampliamente utilizada para referirse
indistintamente a mulatos y mestizos, grupo que tenía el denominador común del
tono bronceado de la piel y su dedicación, en la mayoría de los casos, a
oficios manuales o mecánicos: alarifes, orfebres, herreros, carpinteros, etc.
Endrek, Emiliano. El mestizaje en
Córdoba. Siglo XVIII y principios del XIX (Córdoba: Universidad Nacional de
Córdoba, 1966) , p. 22.
[14] Cfr. Diccionario
de las Autoridades, Madrid, Real Academia Española, 1739, p. 21.
[15]
Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba (AHPC), Escribanía (Esc.) 3,
Legajo (Leg.) 69, Expediente ( Exp.) 1, f. 78 v. (Córdoba, 1821).
[16] Granados
Nieto, José Antonio. “El mobiliario de asiento. Tres ejemplos para la
reconstrucción histórica”, en Exposición
del Museo Cerralbo, Madrid, septiembre de 2007.
[17]
Incluso en la actualidad el vocablo chair
(silla en inglés) se utiliza como verbo: una persona que dirige o chairs una reunión; el presidente de la
junta directiva de una empresa es el chairman
of the board. Bryson, Bill, Op Cit.,
p. 50.
[18] Dejean, Joan, Op. Cit., p. 161.
[19] Granados Nieto,
José Antonio, Op Cit.
[20] AHPC, Esc. 3, Leg.
69, Exp. 2, f. 8 (Córdoba, 1821).
[21]
Los pocos ejemplares que había en Córdoba son indicios de la creciente
tendencia al consumo de muebles confortables y se encontraban en las
residencias de la elite; AHPC, Esc. 3, Leg. 93, Exp. 4, f. 146v (Córdoba, 1836)
; Esc. 4, Leg. 73 Exp. 3, f. 5 (Córdoba, 1831); Leg. 98 Exp. 27. f. 4
(Córdoba, 1851).
[22] Dejean, Joan, Op Cit., pp. 162-166.
[23]
Moreyra, Cecilia. “Vida cotidiana y entorno material. El mobiliario doméstico
en la ciudad de Córdoba a fines del siglo XVIII”, en Historia Crítica, núm. 38, 2009, pp. 122-144.
[24] Según los
inventarios de Antonio Benito Fragueiro y José Gabriel Echenique, y las
testamentarias de
Isabel Gigena y Antonio Vicente Bedoya y Manuel de
Ocampo; AHPC, Esc. 1, Leg. 442, Exp.1, f. 17v (Córdoba, 1813), Esc. 2, Leg.
130, Exp. 34, f. 1 (Córdoba, 1836), Esc. 3, Leg. 90, Exp. 16, f. 26 (Córdoba,
1834) y Esc. 4, Leg. 73, Exp. 3, f. 5,
(Córdoba, 1831), respectivamente.
[25] Diccionario de la
Academia Usual, Madrid, Real Academia Española, 1803, p. 164, 1.
[26]
Lara-Betancourt, Patricia, “La sala doméstica en Santa Fe de Bogotá, siglo XIX.
El decorado: la sala barroca”, en Historia Crítica, núm. 20, 2000 , p. 103.
[27] De un 3,85% de
inventarios con sofás en la década de 1810 a un 20,45% en la de 1860.
[28] AHPC,
Esc. 2, Leg. 164, Exp. 16. f. 7v, (Córdoba, 1865) 28 AHPC, Esc. 4,
Leg. 112, T. 2, Exp. 26, f. 8 (Córdoba, 1861).
[29] AHPC, Esc. 3, Leg.
98, exp. 18, f. 2 (Córdoba, 1838).
[30] Dejean, Joan, Op. Cit. pp. 182-183.
[31]
El peninsular Luis Lafinur, cuyo capital no superaba los cien pesos, disponía
de cuatro canapés, aunque rotos; la viuda Manuela Irazoque trabajaba en
servicio doméstico y el artesano pardo libre Pedro Nolazco Pizarro, y tenían en
sus viviendas un sofá; AHPC, Esc. 1, Leg. 502, Exp. 29, f. 8, (Córdoba, 1859);
Esc. 2, Leg. 164, Exp. 16, f. 7v (Córdoba, 1865) y Esc. 4, Leg. 98, Exp. 5, f.
2v (Córdoba, 1851), respectivamente.
[32] AHPC, Esc. 1, Leg.
442, Exp.1, fs. 16v y 17 (Córdoba, 1813).
[33] AHPC, Esc. 1, Leg.
442, Exp. 16, fs.1v y 2 (Córdoba, 1813).
[34] AHPC, Esc. 3, Leg.
145, Exp. 12b, f. 2 (Córdoba, 1869).
[35]
Sarti, Rafaela. “Las condiciones materiales de la vida familiar”, en Kertzer,
David y Barbagli, Mario, Historia de la
familia europea, vol. III (Barcelona: Paidós, Orígenes, 2003), p. 52.
[36] High,
Samuel. “Bosquejos de Buenos Aires, Chile y Perú, Buenos Aires, 1918”,
en Segreti, Carlos, Córdoba. Ciudad y
provincia siglo XVI-XX. Según relatos de viajeros y otros testimonios
(Córdoba: Junta provincial de Historia de Córdoba, 1973), p. 299.
[37]
Joseph Andrews menciona a “un par de petrimetres porteños” que aprovechaban
bailes y tertulias para “distribuir sus favores con liberalidad que asombró a
los cordobeses”. Andrews, Joseph. “Viaje de Buenos Aires a Potosí y Arica en
los años 1825 y 1826, Buenos Aires, 1920”, en Segreti, Carlos, Op Cit. p. 322.
[38] Lara-Betancourt,
Patricia, Op Cit, pp. 93-111.
[39]
López Pérez, María del Pilar. “Las salas y su dotación en Santa Fe de Bogotá”,
en Anuario Colombiano de Historia Social
y de la Cultura, núm. 24, 1997, pp. 5-45.
[40]
Testimonio de ello es el libro El
ceremonial de estrado y crítica de visitas, de Don Antonio Espinoza (
Madrid, 1789).
[41] Diccionario de la
Academia Usual, Madrid, Real Academia Española, 1780, p. 181, 2.
[42] Las
mesas de estrado de los comerciantes Tiburcio Valeriano Húmeres, Antonio Benito
Fragueiro y Dámaso José Gómez, y del artesano Mauricio Barboza, medían en
promedio 40 centímetros de alto, 70 de largo y unos 40 o 50 de ancho; AHPC,
Esc. 1, Leg. 440, Exp. 1, f. 4v (Córdoba, 1811); Leg. 442, Exp. 1, f. 16v
(Córdoba, 1813); Leg. 442, Exp. 1, f. 16v (Córdoba, 1813); Esc. 3, Leg. 65,
Exp. 13, f. 6, (Córdoba, 1817) ; Esc. 2, Leg. 131 T. 1, Exp. 17, f. s/d,
(Córdoba, 1837).
[43]
López Pérez, María del Pilar, Op Cit.;
Lara-Betancourt, Patricia, Op Cit.;
Bomchil, Sara y Carreño, Virginia. El
mueble colonial de las Américas y su circunstancia histórica (Buenos Aires:
Sudamericana, 1987), pp. 58-65; Moreno, Carlos. La casa y sus cosas: Españoles y criollos, largas historias de amores y
desamores (Buenos Aires: Icomos Comité Argentino, 1994), pp. 149-162.
[44]
Myers, Jorge. “Una revolución en las costumbres: las nuevas formas de
sociabilidad de elite porteña, 1800-1860”, en Devoto, Fernando y Madero, Marta
(Dir.), Historia de la vida privada en
Argentina. Tomo I. País antiguo. De la colonia a 1870 (Buenos Aires:
Taurus, 1999) p. 120.
[45]
Moreyra, Cecilia. “Entre lo íntimo y lo público. La vestimenta en la ciudad de
Córdoba, Argentina hacia fines del siglo XVIII”, en Fronteras de la Historia, vol. XV, núm. 2, 2010, pp. 388-413.
[46] AHPC, Registro1,
Inv. 166 (Córdoba, 1783).
[47] AHPC, Esc. 1, Leg.
411, Exp. 6 (Córdoba, 1790).
[48]
Dolores Lencina aportó al matrimonio un baúl con la corta ropa de su uso; AHPC,
Registro 1, Inv. 177, f. 35v (Córdoba, 1795).
[49]
El diccionario de la Real Academia y el inventario de Francisco Malbrán y Muñoz
especifican que las cómodas eran para “guardar ropa”; Diccionario de la
Academia Usual, Op Cit., p. 247,1 y
AHPC, Esc. 4, Leg. 67, T.1, Exp. 6, f. s/d. (Córdoba, 1830).
[50]
AHPC, Esc. 1, Leg. 442, Exp.1, f. 16v (Córdoba, 1813); Esc. 2, Leg. 115, Exp.9,
f. 2v (Córdoba, 1821); Esc. 4, Leg. 40, Exp. 17, f. 58 (Córdoba, 1810); Leg.
64, Exp. 4, f. 2v (Córdoba, 1824); Leg. 67, T. 1, Exp. 6, f. s/d, (Córdoba,
1830); Leg. 98, Exp. 27, f. s/d, (Córdoba, 1851).
[51] Dejean, Joan, Op Cit. pp. 193-194.
[52]
Segalen, Martine. “Las condiciones materiales de la vida familiar”, en Kertzer,
David y Barbagli, Marzio (comp.) Historia
de la familia europea, vol II. La vida familiar desde la Revolución Francesa
hasta la Primera Guerra Mundial (1789-1913) (Barcelona: Paidós, 2003), p.
66.
[53] AHPC, Esc. 1, Leg.
493, Exp.3, f. 13 (Córdoba, 1855).
[54] AHPC, Esc. 3, Leg.
126, Exp.30, f. 3 (Córdoba, 1861).
[55] Diccionario de la
Real Academia, Madrid, ediciones entre 1737 y 1843.
[56] Diccionario de la
Academia Usual, Madrid, Real Academia Española, 1852, p. 617,3.
[57] Diccionario de las
Autoridades, Madrid, Real Academia Española, 1732, p. 574,1.
[58] AHPC, Esc. 1, Leg.
472, Exp.2, f. 1v (Córdoba, 1843).
[59]
AHPC, Esc. 4, Leg. 64, Exp 4, f. 3 (Córdoba, 1825). 60 AHPC, Esc. 4,
Leg. 81, Exp. 17, f. 3v, (Córdoba, 1837) 61 AHPC, Esc. 3, Leg. 126,
Exp. 8, f. 4 (Córdoba, 1860).
[60] Abril, Inés, Op Cit., p. 7.
[61]
El término “bargueño” se acuñó con posterioridad al periodo en estudio, no
registrándose en la documentación revisada. En el Catálogo de Objetos
Artísticos Españoles del Museo Victoria y Albert de Londres, de 1872, Juan
Facundo Riaño lo empleó por primera vez para referir a escritorios o papeleras,
remitiendo a la tradición oral según la cual era en el pueblo toledano de
Bargas donde se fabricaban, pudiendo heredarse su nombre del apellido del
carpintero toledano que los hacía. Ibíd.,
p. 8.
[62]
Monreal y Tejada, Luis y Haggar, R. G., Diccionario
de términos de arte (Barcelona: Ed. Juventud, 1992), citado por Malmanger,
Nelly. “El bargueño. Mueble español por excelencia”, en Boletín de Información Técnica, núm. 228, 2004, p. 44. Cfr. Germaná
Roquéz, Gabriela, Op Cit. p., 197.
[63] Lara-Betancourt,
Patricia, Op Cit. p., 104.
[64] Abril, Inés, Op Cit., p. 8.
[65]
Juan Antonio López Crespo tenía un escritorio “con su baranda, y su frente con
ocho cajoncitos, dos puertas al frente donde escribe y en la otra espalda cuatro
puertitas con sus divisiones”; AHPC, Esc. 3, Leg. 93 , Exp. 4, f. 147
(Córdoba, 1836).
[66] Wolf, Eric. Europa y la gente sin historia (México:
Fondo de Cultura Económica, 1982), p. 15.