DOI: http://dx.doi.org/10.18273/revanu.v23n1-2018005
Artículos de Investigación
Científica
‘A toda máquina, señores’: facciones
políticas, clientelismo y estabilidad política en Risaralda (1965-1985)
‘At Full Speed, Sirs’: Clientelism and
Political Stability in Risaralda (1965-1985)
‘A toda maquina, senhores’:
clientelismo e estabilidade política em Risaralda (1965-1985)
Jhon
Jaime Correa Ramírez 1
Anderson
Paul Gil Pérez 2
Edwin
Mauricio López García 3
1 Doctor en Ciencias de la Educación
de Red de Universidades Estatales de (RUDE) de Colombia, Colombia. Magíster en
Ciencia Política de la Universidad de Antioquia, Colombia. Historiador de la
Universidad Nacional Sede Medellín, Colombia. Profesor Titular de la
Universidad Tecnológica de Pereira, Colombia. Director de la Maestría en
Historia, Universidad Tecnológica de Pereira, Colombia. Codirector del Grupo de
Investigación Políticas, Sociabilidades y Representaciones
Histórico-Educativas. Código ORCID: https://orcid.org/0000-0002-1741-6534
. Correo electrónico: jjcorrea@utp.edu.co
.
2 Estudiante Maestría en Historia de
la Universidad Autónoma de Sinaloa, México. Licenciado en Etnoeducación y
Desarrollo Comunitario de la Universidad Tecnológica de Pereira, Colombia.
Código ORCID: https://orcid.org/0000-0002-9741-4220
. Correo electrónico: pauljuncogp@gmail.com
.
3 Estudiante de Pregrado de la
Licenciatura Etnoeducación y Desarrollo Comunitario de la Universidad
Tecnológica de Pereira, Colombia. Estudiante Líder Semillero en Investigación
Formativa en Historia, Cultura Política y Educación. Código ORCID: https://orcid.org/0000-0002-1280-9072
. Correo electrónico: elopgar86@utp.edu.co
.
Resumen
El presente artículo tiene como objetivo demostrar el
dinamismo del sistema político risaraldense a partir de la identificación de
las tensiones administrativas y políticas ocurridas entre los diversos actores
institucionales, los partidos políticos y sus facciones en los primeros 20 años
de vida institucional del departamento. Basados en un método histórico crítico,
la revisión documental de archivos estatales regionales y locales, de la prensa
escrita, así como de la realización de entrevistas semiestructuradas con
actores políticos de dicha época, se observa la racionalización de las
dinámicas clientelistas y electorales durante el desarrollo del Frente
Nacional. Como conclusión se demuestra que, con el desmonte de dicho pacto
político, apareció una contienda política más racional y sistemática entre las
distintas facciones dominantes por medio de alianzas, conflictos, y/o tensiones
que generaron una estabilidad institucional caracterizada por el dominio
electoral bipartidista, excluyente de cualquier otra opción política en el
departamento.
Palabras clave:
Frente Nacional, faccionalismo, clientelismo, estabilidad política.
Abstract
The present article
aims to demonstrate the dynamism of the Risaralda political system from the
identification of administrative and political tensions among various institutional
actors, political parties and their factions in the first 20 years of
institutional life of the department. Based on a critical historical method,
the document review of regional and local state archives, from the written
press, as well as of semi-structured interviews with political actors of that
time, it is perceived the rationalization of the clientelist and electoral
dynamics during the development of the National Front. Thus, with the
dismantling of this political pact, a more rational and systematic political
conflict between the different dominant factions appeared through alliances,
conflicts, and / or tensions that generated a institutional stability
characterized by Bipartisan electoral mastery, excluding any other political
option in the department.
Keywords: Frente Nacional, Factionalism,
Clientelism, Political Stability.
Resumo
Este artigo tem
como objetivo demonstrar o dinamismo do sistema político de Risaralda a partir
da identificação das tensões administrativas e políticas que ocorreram entre os
diversos atores institucionais, partidos políticos e suas facções nos primeiros
20 anos de vida institucional do departamento. Com base em um
método histórico crítico, a análise de
documentos de arquivos estatais regionais e locais da imprensa escrita, bem
como entrevistas semiestruturadas com atores políticos da época, se observa a
racionalização das dinâmicas clientelistas e eleitorais durante o
desenvolvimento a Frente Nacional. Portanto, como conclusão, é demonstrado que,
com o desmonte do pacto político, surgiu uma contenda política mais racional e
sistemática entre as várias facções dominantes através de alianças, conflitos,
e /ou tensões que geraram uma estabilidade institucional caracterizada pelo
domínio eleitoral bipartidário, exclusivo de qualquer outra opção política no
departamento.
Palavras-chave: Frente Nacional, faccionalismo,
clientelismo, estabilidade política.
Fecha de recepción:
31/07/2017
Fecha de aceptación:
12/11/2017
El escenario político del departamento de Risaralda que
apareció a mediados de los años 60 como un nuevo campo de poder regional en la
escena de la vida nacional durante el desarrollo del Frente Nacional
(1958-1974) –con la promesa de convertirse en el departamento piloto de la
nación–, tuvo como telón de fondo la competencia entre las viejas y nuevas
facciones de los partidos liberal y conservador por el control político del
nuevo ente departamental. Más allá de la lectura crítica que suele hacerse
respecto a la creación del departamento de Risaralda como una batalla cívica de
los principales grupos dirigentes de Pereira contra el “asfixiante centralismo
de Manizales”[1], es evidente que la
contienda electoral por parte de las diferentes facciones liberales y
conservadoras se enfocó en el control de las ramas del poder público a través
de prácticas clientelistas que favorecían los intereses particulares de algunos
grupos políticos y sus redes clientelares. ¿Qué se repartían? Por un lado, en
las secciones ejecutivas la distribución de los puestos burocráticos: alcaldías
locales, secretarías de despachos departamentales y municipales, gerencias de
institutos descentralizados y demás cargos subalternos; en lo judicial, los
juzgados y las inspecciones de policía; y a nivel legislativo, la asignación de
recursos públicos mediante los auxilios parlamentarios y ordenanzales para las
juntas de acción comunal por parte de los congresistas y diputados del
departamento.
Los cargos y los recursos públicos se distribuyeron de
acuerdo con la paridad partidista que estuvo vigente durante el Frente
Nacional, bajo el mando de jefes políticos tradicionales como Camilo Mejía
Duque (liberalismo oficialista)[2] y Jaime Salazar Robledo
(conservatismo ospinista). Ya hacia mediados de los años 70’s se reconfiguró el
orden político a partir del ascenso al escenario político de nuevas figuras
protagónicas entre las cuales se destacan las de Óscar Vélez Marulanda
(liberal) y Emiliano Isaza Henao (conservador). Desde estos años también
empezaron a tener una importante figuración política a nivel local y nacional
personajes como Jorge Mario Eastman, César Gaviria Trujillo, María Isabel Mejía
Marulanda, Fabio Villegas, Rodrigo Rivera, Juan Guillermo Ángel y Luis Carlos
Villegas –denominados los blancos, quienes en su mayoría hicieron parte del
Bloque Cívico[3]–. A medida que se fraguaba
de forma dinámica este cambio de liderazgo político y una vez las elecciones se
fueron haciendo más competitivas con el desmonte gradual de la paridad política
del Frente Nacional a partir de 1974, surgieron estrategias electorales más
racionales y sistemáticas como la regionalización o zonificación, a lo cual se
sumó el enfrentamiento retórico entre las viejas y nuevas facciones políticas,
las cuales se descalificaban como tecnócratas y clientelistas; de esta forma,
los jefes de los directorios departamentales continuaron defendiendo –a toda máquina–, un amplio repertorio de
prácticas clientelistas en los medios de comunicación, con el propósito de
defender sus cuotas burocráticas.
Es importante señalar que aun cuando dichas prácticas
clientelistas suponen una relación asimétrica de poder entre patrón y cliente,
en la cual el cliente siempre se ve obligado a buscar un patrón reproduciendo
distintos rangos y jerarquías a lo largo de la red clientelista, estas mismas
prácticas le permitieron a las clientelas desarrollar estrategias más
desafiantes en defensa de sus intereses, lo que no las hacía totalmente
vulnerables; este tipo de situaciones generaba un sinnúmero de presiones que
llegaban hasta la amenaza de poder por cambiar
el apoyo a otro líder político en los diversos rangos del sistema
clientelista.
Para analizar dicho panorama político se revisan a
continuación en un nivel teórico las categorías de estabilidad política y
clientelismo político, con el fin de dar cuenta de la dinámica política a nivel
partidista e institucional en la que todos los actores de la red clientelar se
acomodaban de acuerdo a sus propios intereses, intercambiando diversos bienes
y/o servicios en el ámbito político, lo que incide de manera directa en la
estabilidad política del nuevo ente departamental, la cual se vio amenazada por
factores internos –faccionalismos, sectarismos– de la escena partidista. Ambas
categorías se entrelazan en un sistema de relaciones interpersonales, grupales
e institucionales, formales e informales, inmersas en las tensiones políticas
propias de la articulación entre contexto nacional, regional y local.
La estabilidad política da cuenta de situaciones que no son estáticas, y que por el
contrario, establecen un equilibrio dinámico que da cuenta de la capacidad del
sistema para resolver exitosamente los diversos conflictos que se presenten,
sin importar si son producidos por el sistema o el contexto sociopolítico[4]. Leonardo Morlino presenta
la estabilidad política como “[…] la previsible capacidad del sistema de durar
en el tiempo”[5], pero de igual modo advierte
que aun cuando un sistema político sea capaz de mantener el statu quo, y de esta forma ser
caracterizado como estable, debe privilegiarse su potencial con base en el
estudio de los factores de cambio. La estabilidad política de que nos habla Morlino, no es un equilibrio estático, sino un
equilibrio móvil, en donde el régimen político debe atender día tras día las
demandas de los demás actores de la esfera política sin permitirles generar los
cambios radicales que estos persiguen, y más bien, optar por buenas
negociaciones que favorezcan las transiciones políticas[6].
La búsqueda estratégica de este equilibrio móvil por
parte de los líderes políticos es, para Camou y Morlino, un factor clave en la
estabilidad política del sistema mismo. El primero de los autores hace un
tratamiento más general y limitado al señalar simplemente que el sistema, para
ser eficaz, debe alcanzar sus objetivos y asegurar la supervivencia o
permanencia de un partido político, de un gobernante en particular durante un
periodo de tiempo, de un modelo económico, etc., en el ejercicio del poder[7]. Por su parte, Morlino
describe de forma más detallada que la manera de poder determinar esta
dimensión de la eficacia se refiere a la propiedad del sistema de adoptar
medidas en respuesta a desafíos políticos teniendo como componentes empíricos
la regularidad y la frecuencia de rotación en los cargos públicos, la cantidad
de disenso existente dentro de la elite del poder y el funcionamiento normal de
procesos decisorios democráticos[8].
Cabe decir que en esta concepción dinámica de la
estabilidad política se ven involucrados el gobierno, la oposición, los
partidos y la prensa. Lo anterior permite tener en cuenta la lógica y las
motivaciones de las relaciones inter e intrapartidistas, con sus posibles
alianzas, acuerdos, luchas, tensiones y/o disidencias por la distribución de
cuotas burocráticas y de recursos públicos, en el contexto clientelista que
predominó los primeros veinte años de vida administrativa del departamento de
Risaralda.
Por otra parte, cuando se revisa la categoría del
clientelismo encontramos estudios en América Latina que nos permiten establecer
diálogos constructivos acerca de las metodologías para el estudio de las
clientelas. Con respecto a las elaboraciones teóricoconceptuales del
clientelismo, Romana Falcón sostiene que en su mayoría parten de la noción de
dominación patrimonial, de Max Weber, que ayuda a entender cómo en el
clientelismo se presentan relaciones desiguales basadas en “nexos de autoridad
como patrones, influyentes y clientes”; de ahí, que el clientelismo permita
indagar por las características de los fenómenos latinoamericanos en
perspectiva regional para comprender cómo se dan y cómo se legitiman los
intercambios informales de “bienes, servicios y lealtades”. En efecto, el
clientelismo se sostiene sobre relaciones desiguales más no inocentes, en donde
se da un “[…] complicado ajuste de balances de poder, cuyo meollo estriba en
que cada parte tiene algo real o simbólico que brindar al otro”[9].
Un aspecto relevante es la articulación entre familias,
redes políticas y sociabilidades. A partir del análisis de las interconexiones
entre familiares y líderes políticos, Luciano Nicola Dapelo, considera que se
pueden “[…] identificar lazos entre individuos, en pos de la consecución de
influencias y/o recursos (como información, relaciones y crédito), en contextos
inestables”[10].
En el contexto colombiano los estudios sobre
clientelismo llevan un largo trayecto renovando la mirada entre cliente y
clientela, así como las características del sistema político colombiano. La
categoría le ha permitido a varios estudiosos hacer una revisión desde el siglo XIX hasta el presente, para entender
las permanencias y los cambios en este modo de de relacionamiento político[11]. Pero en particular, nos
interesa revisar la categoría desde los desarrollos conceptuales y empíricos
que se han procurado en el siglo XX[12],
a partir de tres tipologías clientelistas: tradicional (patrón-cliente), moderna (políticos y funcionarios
públicos-clientes en espera de servicios y derechos) y de mercado (oferta y demanda, participación de
actores privados)[13]. De este modo se ha pasado
de ver el fenómeno clientelista como “[…] una relación siempre asimétrica, que
se apoya en la diferencia de poder entre las partes”, a una negociación entre
actores con intereses que está vinculada con otras prácticas políticas y
sociales del proceso de modernización política, con la formación de la cultura
política, con los cambios en la estructura demográfica debido a la migración
masiva de la población rural hacia las ciudades[14].
Gutiérrez Sanín[15]
advierte que se deben estudiar las características generales de dicho fenómeno;
para ello, dicho autor señala que el clientelismo requiere de tres condiciones
para configurarse. Primero, debe ser un sistema, no se trata de encuentros
ocasionales y aislados; segundo, debe generar lealtades entre los actores; y
tercero, los costos se perciben por ambas partes –clientes y agentes– como
menores en relación con los beneficios. Esta visión se complementa con la
interpretación propuesta por Andrés Dávila y Francisco Leal Buitrago[16], que establece unas
tipologías históricas clientelistas que van de las lealtades personales a un
mercado de oferta y demanda al mejor postor político. Esto autores establecen
que el clientelismo moderno se arraigó a nivel regional y nacional a partir del
Frente Nacional y hasta 1991. Leal Buitrago y Dávila destacan que “[…] los
agentes operan en tres niveles; el primero como relaciones entre personas, el
segundo como conexiones entre agregados de personas y patronos o burócratas, y
el tercero, como interfases que vinculan comunidades enteras a la sociedad”[17].
En dicho sentido, se suma lo aportado por Díaz Uribe en
su estudio del departamento de Sucre, donde también se reconocen tres estratos
de injerencia política: los movimientos políticos locales, las entidades
públicas (nacionales, departamentales y municipales), y la comunidad[18]; no sobra señalar, a su
vez, que en cada uno de estos niveles existen jerarquías que a pesar de estar
muy claramente demarcadas, también dan lugar a la existencia de filas indias, en cuyo andamiaje están
involucrados los dirigentes políticos, y las capas altas, medias y bajas de la
población civil. La vida política es omnipresente en este tipo de
microsociedades políticas y ha estado dirigida por las distintas facciones o
directorios departamentales de ambos partidos. Díaz Uribe muestra que el
clientelismo es una práctica cotidiana, que no se define solo en el día de las
elecciones con la compra de votos, sino que, por el contrario, es un fenómeno
construido a base de lealtades y conveniencias políticas, como también lo ha
señalado Ocampo en su estudio sobre el departamento de Córdoba, donde el Estado
se ha visto directamente intervenido por los linajes, clanes y afectos
familiares[19].
En consecuencia, para el estudio del clientelismo nos
alejamos de visiones moralizantes que pretendan emitir juicios valorativos, que
en muchos casos denuncian estas prácticas como una desviación dentro de la
política o dentro de cierto ideal democrático. Nos enfocamos en el clientelismo
como una relación histórica y dinámica de mediación política, en donde sus
actores representan distintos intereses individuales y/o grupos sociales, cuyas
redes clientelares se han conformado en diferentes escalas y niveles de
accesibilidad –porque como dicen por ahí, “lo malo de las roscas es no estar en
ellas”–.
Si bien la clientela está en una posición de desventaja
frente al patrón en la red clientelar, es un hecho de que dichas clientelas
tratan de resolver sus problemas de supervivencia o acceso a bienes y
servicios, vinculándose a redes políticas, y a la vez estos clientes logran
adquirir una capacidad limitada pero significativa de decisión e influencia,
que les permite –en la medida de su cohesión interna y su nivel de organización
e intercomunicación– cumplir sus objetivos políticos y sociales, acceder a
recursos públicos en dinero o en obras, o participar de la distribución de los
derechos sociales como servicios públicos, educación y empleo[20]. Guerrero pone especial
énfasis en esta perspectiva porque favorece una aproximación comprensiva “donde
la dimensión de la cultura y el comportamiento político adquieren un papel
fundamental en los análisis”[21].
Por último, consideramos que este enfoque ha sido poco
evaluado en el desarrollo político de Risaralda, y menos aún, en relación con
el tipo de Estado –su institucionalidad, su forma de operar, su nivel de
autonomía, su condición de árbitro garante– en el ámbito regional.
A partir de estos marcos de referencias conceptuales
expuestos en el apartado anterior, nos proponemos examinar la relación que se
dio entre los diversos agentes vinculados al sistema político, las dependencias
gubernamentales y municipales, durante los primeros años de vida
político-administrativa del departamento de Risaralda. Como hipótesis a
demostrar se trataría de evidenciar una especie de legitimidad fragmentada, y
por tanto, una presencia estatal diferenciada, en la que solo recibieron
respuesta efectiva las demandas sociales de aquellos sectores integrados a la
maquinaria política clientelista de ambos partidos; y en esta misma medida, se
podría revisar la forma en que la acción del Estado estuvo mediada al reparto
burocrático y de recursos públicos entre los dos partidos dominantes,
reproduciendo un orden político dinámico en un escenario electoral marcado por
el abstencionismo electoral[22].
Durante sus primeros veinte años de vida, el
departamento de Risaralda debió hacer la transición del régimen político
bipartidista del Frente Nacional –un acuerdo político por lo alto[23], por medio del cual los
partidos liberal y conservador buscaron cesar con la violencia política de las
décadas anteriores– a un régimen de competencia electoral abierta. Por
supuesto, las tensiones entre un modelo y otro fueron constantes. Hartlyn
muestra que dicho pacto tuvo como resultado tres problemas: El inmovilismo del
poder legislativo, la falta de respuestas a las demandas populares y la
incoherencia de las políticas públicas; lo cual llevó a la declinación
constante del régimen ante las continuas presiones de los líderes políticos
regionales a través de redes clientelares[24],
además de las presiones y el descontento de sectores políticos alternos que
estaban por fuera del contubernio político o que reclamaban una mayor apertura
del régimen político. De esta manera se puede afirmar que el clientelismo fue
un elemento esencial en la preservación del poder del régimen tanto a nivel
nacional como regional y local, pero que no estuvo exento de la confrontación
de poderes y expresiones del conflicto social.
Todas las mediaciones clientelistas entre los distintos
actores en el escenario político departamental hacían de las prácticas
cotidianas –la pequeña política– el mecanismo que aceitaba la máquina
bipartidista en cada contienda electoral, cuyo trasfondo se centraba en la
gestión del poder en términos de la asignación de auxilios parlamentarios y
ordenanzales junto con la distribución de cargos públicos. De esta forma, el
resultado manifiesto a través de los comicios es el dominio excluyente de los
partidos liberal y conservador respecto de los demás movimientos políticos
departamentales, el cual recreaba en su interior un sistema inestable, debido a
las luchas faccionalistas que se hicieron mucho más intensas a nivel
interpartidista a medida que fue avanzando el Frente Nacional y con su
posterior desmonte.
De hecho, una vez creado el departamento en 1967, el
reparto de las ramas del poder público se realizó de forma paritaria entre
ambos partidos. Ejemplo de ello es la conformación de la primera asamblea
departamental del Risaralda en 1968, distribuida en 8 liberales oficialistas, 5
conservadores unionistas, 2 conservadores anapistas y 1 conservador laureanista[25]. Dichas elecciones tuvieron
como facciones principales al Liberalismo Oficialista liderado por Camilo Mejía
Duque que obtuvo 25.736 votos a nivel departamental, siendo mayoría en los
municipios de Pereira, Balboa, La Virginia, Marsella y Quinchía; y al
Conservatismo Ospino-pastranista liderado por Jaime Salazar Robledo y Castor
Jaramillo Arrubla, que lideró la votación conservadora departamental con 18.813
sufragios totales en las localidades de Apía, Belén de Umbría, Guática,
Mistrató, Pueblo Rico, Santa Rosa de Cabal y Santuario. Únicamente el municipio
de La Celia fue el lugar en donde la mayor votación no la lograron ni el
Liberalismo Oficial ni el Conservatismo Unionista, sino que allí triunfó el
Anapismo conservador con un total 566 votos[26].
Sin embargo, la tenaza camilista y salazarista pronto
se vio desafiada por nuevos faccionalismos que surgieron al interior del
oficialismo liberal y conservador. Es así como en 1974, por medio de la
disidencia de Guillermo Pardo Sanz, la facción Ospinopastranista se vio
superada a nivel departamental por Unificación Conservadora, facción alvarista
del partido conservador que era comandada por Emiliano Isaza Henao, que desde ese
momento empezó a consolidar las mayorías conservadoras en todos los municipios
ubicados al noroccidente del departamento. Sucesivas disidencias le disputaron
el liderazgo a Jaime Salazar Robledo. Para 1978 otra disidencia denominada M.18
en cabeza de César Eduardo Ayala le hizo frente al sector ospinista; luego, en
1980 se separó Guillermo Rivera Millán y en 1982 lo hicieron Ricardo Tribín
Acosta y Bernardo Gil[27].
De manera que, desde 1974 en adelante, el accionar político del Salazarismo se
vio confinado a Pereira y Dosquebradas, municipios en los cuales la votación
conservadora optó mayoritariamente por dicha facción.
De otro lado, en el partido liberal la jefatura
incontestable de Camilo Mejía Duque sufrió una pequeña disidencia en 1970, a
cargo de Integración Liberal, la cual no le restó mayor liderazgo partidista,
pero en 1976 se consumó la derrota del Camilismo con el afianzamiento de Unidad
Liberal en cabeza de Oscar Vélez Marulanda, antiguo camilista. Un año más
tarde, con la muerte de Camilo, dicha facción liberal oficialista declinó sin
poder recuperar el poder de antaño, teniendo tan solo un papel marginal a partir
de entonces en la escena departamental superado por los cuadros políticos de
Unidad Liberal, convertido en el nuevo sector mayoritario del partido liberal e
Integración Liberal en segundo renglón, liderado por Benjamín Montoya Trujillo
y Gilberto Castaño Robledo.
Estos cambios que demuestran la lucha faccionalista al
interior de un departamento durante el Frente Nacional, también estuvieron
acompañados de alianzas, principalmente interpartidistas tras el declive del
antiguo, tradicional y personalista liderazgo camilistasalazarista. Así, a
finales de los años ochenta funcionó por un corto periodo de tiempo una alianza
entre Vélez Marulanda e Isaza Henao, nuevos barones electorales de Risaralda.
Sin embargo, cuatro años más tarde, en 1982, tomó forma una nueva coalición en
la asamblea departamental, esta vez entre las facciones liberales junto con el
Salazarismo, como respuesta al mandato consecutivo de 4 gobernadores de
Unificación Conservadora a cargo de la rama ejecutiva departamental. Esta
coalición tuvo entre sus propósitos hacerle contrapeso al poder de Unificación,
que controlaba los cargos ejecutivos a nivel departamental y municipal; por
ello, no es una sorpresa encontrar que esta alianza acordara la distribución de
cargos que le competía designar a la asamblea departamental. Así, se encuentra
la siguiente noticia en el periódico El
Diario, del 30 de septiembre de 1982, en el cual se publicaba el acuerdo
liberal-ospinista:
1. Nombramiento de un
contralor de filiación liberal, el cual será escogido por los nueve diputados
de la coalición. 2. Nombramiento de un subcontralor de filiación conservadora
ospino-pastranista. 3. Acuerdos con la contralora actual en el sentido de
reajustar las posiciones en la contraloría de acuerdo con la coalición. 4.
Nombramiento de mesa directiva así: presidencia para el partido conservador
Ospino-pastranista. Vicepresidencia para el partido liberal. Secretaria para el
partido conservador Ospino-pastranista. Subsecretaría para el partido liberal.
La presidencia y primera vicepresidencia de la asamblea serán rotativas entre
los dos partidos tradicionales comprometidos en esta coalición. 5. La
participación de los cargos de la contraloría será distribuido de la siguiente
manera: El 50% para el partido liberal y el 50% para el partido conservador y
en los diferentes niveles de acuerdo con
la coalición. 6. Esta coalición se ha pactado inicialmente por dos años,
periodo para el cual han sido elegidos los diputados que conforman esta
coalición. 7. Esta coalición se ha formado a nivel departamental y nivel
municipal de Pereira, donde la contraloría municipal será de filiación
conservadora Ospino-pastranista. Los otros cargos de elección del concejo serán
liberales. 8. Será conducta de esta coalición extenderla a todos los niveles en
los diferentes municipios del departamento de Risaralda. Esta coalición ha sido
formada con el fin de propiciar el desarrollo del departamento en todos los
niveles, para bienestar de la ciudadanía en general[28].
Por consiguiente, para comprender el cambio de
liderazgos y la lucha faccionalista al interior de ambos partidos en la
contienda electoral es necesario interrelacionar dos aspectos claves: el
primero tiene que ver con la pérdida de poder
de Mejía Duque y Salazar Robledo a partir de las aspiraciones de ciertos
actores políticos que desafiaron el poder personalista y tradicional de estos
líderes; a partir de esta situación se puede decir que se empieza a hacer
manifiesta la transición del clientelismo tradicional hacia el moderno; y el
segundo está relacionado con el establecimiento de acuerdos o pactos entre
distintos sectores partidistas articulando nuevas redes clientelista que, operando a toda máquina, le pudieran
hacer contrapeso a las redes oficialistas.
El análisis de la forma en que se articulaba una red
clientelista exige que se contrasten diversos tipos de fuentes, que van desde
los testimonios complementarios de patrones y clientes recolectados a través de
entrevistas, hasta un estudio de caso
sobre el municipio de Mistrató construido con diversas comunicaciones de su
archivo municipal, que ayudan a dimensionar el panorama de la cultura política
de aquella época, y ubican al clientelismo como un fenómeno totalmente
naturalizado dentro del ambiente político del Frente Nacional. Estos
testimonios y documentos escritos describen todos aquellos encuentros cara a
cara que en la vida cotidiana alimentaban la gestión de los intermediarios en
la esfera municipal y local. Relaciones clientelistas de tipo moderno, en el
cual las facciones partidistas se convirtieron en intermediarios entre la
población urbana y rural, y el Estado, evidenciando un cambio significativo
respecto de las viejas lealtades familiares, tradicionales y carismáticas
centradas en las gratificaciones emocionales partidistas que se empezaron a
trocar por la búsqueda de algún favor[29].
Para el caso risaraldense, a través de distintas
fuentes documentales es posible reconstruir el nuevo tipo de relación
clientelista, para cargos como maestros, bibliotecarios, celadores, conductores
de volquetas municipales, lo mismo que aquellas otras personas que recibieron
auxilios públicos para la provisión de servicios educativos y de salud, y otros
que fueron dirigidos en procesos de invasión urbana. Este contacto personal con
las bases de los partidos –elemento esencial en la articulación de la red
clientelista– es descrito con mucho mayor detalle por el ex gobernador del departamento
Carlos Arturo López, en ese entonces integrante de Unidad Liberal, quien de
forma pormenorizada –y quizás un poco sobredimensionada– relata la forma en que
se gestionaban y ejecutaban los recursos públicos en los municipios
risaraldenses:
En aquella época la
política se hacía con auxilios. Nosotros en Unidad Liberal manejábamos un
criterio de transparencia total en el manejo de esos recursos. Esa plata no era
para robársela. El doctor César Gaviria, Óscar Vélez y yo, nos íbamos de
campaña los fines de semana, llegábamos a una vereda de Quinchía que estaba sin
electrificación y los líderes de allá nos decían: ‘vea, falta esta línea de
electrificación de aquí hasta esa parte, son 500 familias’. Entonces nosotros
llegábamos y hacíamos una carta para el Comité de Cafeteros, por favor, de los
montos de Unidad Liberal, electrificar esta vereda. Entonces el Comité de
Cafeteros colocaba la mitad y nosotros colocábamos la otra mitad, con los
auxilios. En educación teníamos otra plata, dábamos dos tipos de becas, yo
personalmente daba becas de un fondo que yo tenía, que se llamaba “Carlos
Bolívar”. Dábamos becas a los niños de primaria, por todo el departamento
íbamos repartiendo hasta 5 becas cada año. Pero teníamos otro fondo muy
especial que era el fondo de becas para estudiantes Universitarios. Entonces
dábamos becas completas de derecho. También becábamos en la [Universidades]
Tecnológica de Pereira, en la Católica de Pereira, Libre y en universidades de
Bogotá. Los campesinos y los estudiantes terminaban ayudándonos en campañas,
porque estaban muy agradecidos por las becas. En esa forma se llevó desarrollo
al Departamento[30].
Esta pequeña política, cuidadosa y milimétricamente
sostenida con las relaciones personales cara a cara, era el lubricante que
ponía en movimiento los engranajes de la máquina clientelista, a través de un
intermediario a nivel local en comunicación constante con los actores políticos
diseminados a lo largo de la red clientelar se encargaba de velar por la
gestión y administración de los bienes y servicios públicos en favor de sus
respectivas clientelas. Prueba de ello son una cantidad diversa de
comunicaciones del municipio de Mistrató en 1967 y 1968, durante los dos
primeros años de vida administrativa del departamento, que ponen en evidencia
la forma en que se articulaban las prácticas clientelares bajo la distribución
de auxilios parlamentarios y de cargos públicos. Por ejemplo, el alcalde de
dicha localidad, Marco Gómez Estrada, le envió un telegrama fechado el 5 de
julio de 1967 al entonces Representante a la Cámara por el partido conservador,
Jaime Salazar Robledo, elegido en las elecciones legislativas de 1966 por el
departamento de Caldas, donde le comunica que agradece “[…] su mensaje
discriminatorio de auxilios: espero en forma acuciosa acostumbrada háganse
efectivos lo mismo que auxilios año pasado cordial saludo (sic)”[31]. Meses más tarde, con ocasión del nombramiento de la representante
Gabriela Zuleta Álvarez como vicepresidenta de la Cámara de Representantes en
el Congreso de la República, el alcalde Gómez Estrada, envió una misiva de
felicitación no sin antes mencionarle que en la localidad de Mistrató: “[…]
esperamos colaboración ofrecida redunde bien olvidado municipio, pueda persivir
(sic) auxilios sus obras mayor envergadura”[32].
Este tipo de mediaciones en las cuales los actores
políticos locales ponían de manifiesto la expectativa de recibir ayudas en
términos de auxilios a cambio del apoyo político; para ilustrar mejor esta
situación se presenta a continuación un documento del 1 de octubre de 1967,
firmado por el alcalde Gómez Estrada y el presidente del concejo municipal,
Arcadio Zuluaga, en el cual le transmitían al Representante a la Cámara,
Gustavo Orozco Londoño, lo siguiente: “[…] Denunciamosle (sic) apremiantes necesidades
éste municipio, esperando partidas equitativas sin olvidar cobro mismas”[33]. La respuesta del congresista no se hizo esperar mucho, como se
puede constatar en un telegrama enviado el 2 de noviembre del mismo año, en el
que se denota la forma en que este se pone al servicio de cliente provincial:
HONROME COMUNICARLES INCLUI
SIGUIENTES AUXILIOS ESE MUNICIPIO SIGUIENDO DESEOS UDS PUNTO HOSPITAL
INTERNADOS INDIGENAS PUREMBARA Y SAN JOSE PARTIDAS ACCIONES COMUNALES DE PUERTO
DE ORO Y JUNTA CENTRAL ESE MUNICIPIO FIN COLABORAR OBRAS UDS RELACIONAN PUNTO
ADEMAS AUMENTE PARTIDA ESCUELA PARROQUIAL FIN PUEDA PARROCO ADELANTAR OBRAS
SOLICITAME PUNTO POR SU DIGNO CONDUCTO RUEGOLES INFORMAR ENTIDADES BENEFICIADAS
PUNTO ESPERO ORDENES CORDIAL SALUDO[34].
No es fácil establecer el entramado de presiones
políticas del momento, pero la alternancia y la paridad política implicaba que
había que pedir favores en los dos partidos políticos. Del mismo modo, esta
intermediación del burgomaestre mistratense abarcaba un radio de acción que no
solo contactaba a los congresistas para la gestión de auxilios parlamentarios;
las comunicaciones iban y venían también con la gobernación, con los
directorios departamentales y con líderes de la comunidad, negociando otros
tipos de recursos públicos. Por ejemplo, es así como el 4 de julio de 1967, el
mismo alcalde Gómez Estrada informa al gobernador del departamento de la
posesión en un municipio netamente conservador como Mistrató, del joven liberal
Uriel Granada, en calidad de secretario de su despacho, dando cumplimiento a
los acuerdos hechos por los directorios departamentales[35].
Al ahondar en las relaciones con los directorios
políticos, se pueden mostrar, a manera de ejemplo, dos comunicados más de
Mistrató: uno enviado por la alcaldía, y otro por un directorio que demuestran
el tipo de negociaciones llevadas a cabo dentro de la red clientelar. En
comunicación dirigida desde la alcaldía de Mistrató al Directorio Liberal
Oficialista Municipal, esta vez oficiando como alcalde el Sr. Luis María Arce,
informa que una vez enterado por medio de oficio # 037 del 23 de noviembre de
1968 del Concejo Municipal de la negativa del Sr. Miguel Ángel Álzate para
posesionarse como conductor de vehículo oficial, sobre la necesidad de que los
líderes del liberalismo local postularan “[…] a otro elemento desde luego Liberal y
suficientemente capacitado para el desempeño de dichas labores”[36], tras lo cual señala que si
este directorio no encontraba alguien capacitado para tal cargo se comunicarían
con el Directorio Liberal Oficialista de la ciudad de Pereira para solicitar el
nombre de un ciudadano desde luego “apto y liberal”[37]
para la ocupación de dicho cargo público en el mismo documento. La
contraparte de esta relación clientelar se encuentra en algunas cartas de
recomendación enviadas por los directorios políticos; en el mismo archivo
histórico de Mistrató reposa un documento del 17 de julio de 1967 firmado por
Hernando Vélez Marulanda, del Directorio Liberal Oficialista de Pereira, en
donde le recomienda al alcalde de Mistrató al maestro de obras Domingo Gómez
para obtener un contrato o administración en la obra del palacio municipal
proyectado a construirse para esa época[38].
Por último, de estas diversas comunicaciones se deben
tener en cuenta los oficios a personas claves a nivel municipal para la gestión
y administración de los auxilios gestionados para obras municipales. Era tal el
nivel de detalle en el conocimiento de la realización de las obras públicas,
que alcaldes como el de este municipio en respuesta a un oficio de un
copartidario conservador unionista sobre el triunfo del Ospinismo en Risaralda
en las elecciones legislativas de 1968 realizadas en marzo de ese año, en el
que dicha facción política obtuvo 5 de las 8 curules de la Asamblea, aprovechó
la ocasión para pedirle que estuviera al tanto de la apertura de un camino con
el objetivo de que la Junta de Desarrollo Comunal obtuviese una buena imagen
ante el gobierno departamental. Dicho oficio, con número 068 del 21 de abril de
1968 es muy significativo en este aspecto, pues el alcalde Gómez Estrada le
escribe a Don Alfonso Muñoz, en el corregimiento de Puerto de Oro lo siguiente:
Paso a decirte sobre el
auxilio de $ 7.500.00 que el Gobierno destinó para la apertura del camino, que
partiendo de ese Corregimiento, termina en Mampay. Ese dinero es con esa
destinación y no se le puede dar inversión distinta. Ya les seguirán dando
auxilios tanto para la Escuela como para el Puesto de Policía y Corregiduría.
El Gobierno enviará muy pronto el ingeniero visitador de caminos y carreteras,
el que entrará asesorado del Personero, no sólo para ver la inversión, sino
para presupuestar el valor de la reparación hasta su culminación. Así es mi
querido amigo, que debe inteligenciarse (sic) con el Corregidor, a fin de que
supervigile los trabajadores y se hagan las planillas sin ninguna alteración y
así obligamos al Gobierno a depositar toda su confianza no solo en la
administración sino en la Junta de Desarrollo Comunal[39].
Así, abierto el nuevo campo de poder político en el
departamento, el mantenimiento de la maquinaria política de cada uno de los
partidos en sus fortines a nivel regional requería de un proceso dinámico entre
los actores de la red clientelista, teniendo como base una comunicación
constante. No sobra relacionar este oficio detallado anteriormente, con un
telegrama enviado por el mismo alcalde al Ministro de Gobierno, Misael Pastrana
Borrero casi un año antes, el 5 de julio de 1967, donde le comunica que ya le
entregó el mensaje enviado por el ministro en persona a los presidentes de las
juntas de acción comunal de Mistrató para que gestionen las partidas asignadas,
y le pide no olvidar un auxilio especial que la Junta central comunal necesita
para la terminación del muro de defensa del río Risaralda[40].
Toda esta gestión del poder político por parte de la facción ospinista en el
municipio de Mistrató tendría como resultados electorales en las elecciones
legislativas de marzo de 1968, convertirse en la fuerza política que registró
la más alta votación en dicho municipio; de 1.404 votos escrutados, 780
sufragios fueron para la lista ospino-pastranista, cifra mucho mayor que las
307 papeletas anapistas, los 79 votos laureanistas y los 193 votos obtenidos
por el liberalismo oficial[41].
De esta forma, caído el reparto paritario y la
alternancia frente nacionalista, fueron apareciendo diversos cambios en la
política risaraldense, los cuales comenzaron a darle una apariencia nueva y
moderna al quehacer político, aunque en su interior el sistema político
conservó la intermediación clientelista como mecanismo ineludible en la marcha
del Estado. Tres elementos son visibles en esta etapa de desmonte; en primer
lugar, una lucha retórica entre políticos tecnócratas y políticos clientelistas
que fue generándose en el departamento. En segunda instancia, las campañas
electorales tomaron orientaciones antes desconocidas en la región, con la
puesta en marcha de una estrategia sistemática y racionalizada dentro de dicha
contienda, denominada regionalización o zonificación de votos; y por último,
ante estas nuevas formas de confrontación partidista, los actores políticos de
menor rango comenzaron a erosionar las antiguas lealtades con los líderes de
las distintas facciones a nivel departamental, añadiendo la sustitución de un
patrón por otro ante incumplimientos en los intercambios clientelistas.
El primer aspecto a señalar, concerniente al cambio
dentro de la política departamental durante el desmonte del Frente Nacional,
fue “[…] la nueva división entre políticos técnicos, modernizantes y próvidos
para lo público versus políticos
clientelistas, atávicos y con tintes de corruptos”[42]. Para matizar este debate debe
señalarse que este elemento fue más retórico que formal, pues quienes defendían
dicho discurso tecnócrata incurrían también en prácticas clientelistas; así, el
cambio más visible fue la puesta en marcha de engranajes discursivos que
soportaban relaciones clientelistas modernas, superando una concepción
tradicional basada en un intercambio de capitales sociales y políticos que
tenían como base la lealtad, el padrinazgo y el carisma de los grandes líderes,
pasando a la gestión y la ejecución técnica y racional de los auxilios
estatales y de la distribución de los cargos públicos. En este contexto, se
hacía un llamado desde la prensa por parte de ciertos políticos y periodistas
por superar una política tradicionalista y personalista que renovara las viejas
formas clientelistas en Risaralda, que en sus primeros 10 años de vida
administrativa había deformado el sueño del departamento piloto; para ilustrar
esta situación primero se presenta la opinión del médico Jorge Iturbide,
disidente de la facción salazarista a comienzos de los años 80’s, quien señala
los nuevos rumbos que debe tomar el conservatismo en la región de la siguiente
forma:
Ha llegado la hora de
oxigenar al partido político tradicional conservador del Risaralda. ¿Y cómo se
le da oxígeno a un partido que va a marchas forzadas hacia la momificación?:
nada más ni nada menos que encomendando esta actividad a gentes jóvenes, de
sangre ardiente y de mente clara, que no hayan aprendido a exigir de rodillas,
a solicitar mendigando, ni a pedir con mano temblorosa […] porque las
generaciones que se levantan han olvidado o no han conocido el credo político
conservador, han perdido la fe en sus jefes naturales y están siendo
programadas para una disciplina de perros, engendro diabólico de las jefaturas
únicas y vitalicias[43].
En la orilla liberal, estas manifestaciones también
tuvieron lugar, ya que el abogado
Hernando Ramírez Guevara –representante a la cámara en
1978-1982 por Integración Liberal– en sus publicaciones en el periódico El Diario, constantemente atacaba la
política tradicionalista de los reemplazantes de la tenaza
camilista-salazarista. El 2 de octubre
de 1980, Ramírez Guevara arremetió contra Vélez Marulanda –Unidad Liberal– por
su pacto en la Asamblea Departamental con Isaza Henao –Unificación
Conservadora– denunciando la entrega del liberalismo que hacía el primero de
ellos a favor de la consolidación del conservatismo, aclarando que “[…] con la
compra de votos, con el clientelismo y con la entrega del partido no se
consolida el poder antes se desvanece”[44].
Junto a ellos, periodistas como Orlando Cataño Céspedes
hicieron pública su inconformidad por el rumbo del nuevo departamento. La
crítica de Cataño Céspedes tenía un tono desafiante con la clase política, pues
según su modo de ver el prometido departamento piloto no era más que una
entidad politiquera mediocre luego de una década de creación, que no se veía
cuestionada por el conformismo de los medios de comunicación. En los siguientes
términos describía el estado de Risaralda:
El conformismo hizo
escuela en Pereira y Risaralda y por eso estamos como estamos. Aquí y que pena
tener que decirlo, todo se acepta, empezando por los malos gobiernos donde lo
importante es la partija económica y cierta mediocridad apenas sostenida por
amañados comentarios e informaciones de prensa, algunas muy interesadas y hasta
cómplicemente pagadas [...] 13 años de vida político administrativa
“independiente” y el panorama sigue siendo confuso al extremo de ostentar un
verdadero cúmulo de problemas sin visos próximos de solución y el triste título
de la ciudad y departamento más político del país y hasta del universo mundo
[…] Y algunos aguantan el garrote, pero se hacen los locos, todo por sostener
algunos cargos y a ciertos burócratas que, inclusive a la hora de nona no le
sirven ni a su mismo grupo o partido político[45].
En segunda instancia, este llamado a la racionalización
de las prácticas políticas en el ámbito regional supuso la adaptación de las
facciones partidistas a nivel electoral del desarrollo de una estrategia
sistemática y racional, tal como la zonificación de listas para el
sostenimiento del modus operandi
clientelista, en medio de un contexto político que se encontraba en una fase de
desmonte frente nacionalista y los arrojaba a una lucha competitiva por el
caudal electoral. La zonificación o regionalización fue una estrategia
electoral utilizada inicialmente en 1980, por Unificación Conservadora –después
adoptada por el resto de facciones políticas– quien al tener mayorías
electorales en 7 de los 14 municipios del departamento tenía ventaja respecto
de las demás facciones para darle un uso sistemático a sus votos con el
objetivo de obtener una mayor representación política en el departamento. En ella
se proyectaba el agrupamiento de la votación de ciertos municipios en favor de
un solo candidato de las listas electorales; de esta forma el potencial
electoral se dividía en diversas zonas y cada zona tenía como objetivo obtener
los votos suficientes para conseguir una curul. En palabras de Alberto Zuluaga
Trujillo y Jaime Escobar Vallejo, líderes de la facción alvarista:
La zonificación no es más
que una racionalización de los votos para buscar una mejor proyección del
movimiento traducido en mayor número de curules […] Luego viene el proceso de
selección de los municipios y las regiones con principalías y suplentes dentro
del sistema explicado por el representante Zuluaga, donde se decreta un receso
[en la convención] en las distintas zonas conformadas por varios municipios y
escogen entre ellas los principales y suplentes para que luego sean presentados
y por zonas decididos por la convención en pleno. Es decir, la convención
ratifica los acuerdos libremente, a que libremente lleguen las provincias, los
municipios y sus representantes en la convención[46].
Sin embargo, la ejecución de la zonificación demandaba
un alto de grado de disciplina de los líderes municipales y de los votantes de
cada facción para tener éxito. De hecho, están registrados casos en los que la
zonificación de las listas falló en su objetivo principal, con lo cual se
perdían varias curules en la asamblea. Ese fue el caso de Unificación
Conservadora en 1984 donde los municipios de Dosquebradas y Pueblo Rico no
votaron de la forma acordada en la convención. Así lo explican Zuluaga y
Escobar:
[En Dosquebradas] El
sector político derrotado en la convención no votó por el candidato escogido en
la asamblea. Lo mismo o algo similar, no en el mismo caso ocurrió en Pueblo
Rico donde el aspirante que tenía que votar por las listas de Belén de Umbría
puso unos votos por la lista de Santa Rosa en la cual su dirigente ocupaba la
suplencia de la asamblea, nos hizo perder, sacó 120 votos o 180 votos por la
lista de Santa Rosa y nos hizo perder por 20 o 22 votos el diputado de Belén de
Umbría[47].
Esta indisciplina de algunos actores de Unificación
Conservadora en la zonificación de los votos nos introduce en la evaluación del
tercer elemento racional a destacar del sistema clientelista moderno, que se
configura en el cambio visible del comportamiento de las clientelas. Este
aspecto resulta significativo al comprender las relaciones clientelares, toda
vez que los estudios del clientelismo no se han enfocado en el cambio del
comportamiento de las clientelas, para discernir en qué forma particular
agenciaban sus intereses, con lo cual se pone en entredicho la visión maniquea
dominante sobre las clientelas. Se retoma así, una idea respecto del análisis
del acto de dar –presente en toda relación clientelista– donde se señala que,
una descripción ofrecida desde abajo
puede revelar rasgos muy diferentes y más calculados debido a que el grado de
subordinación –en este caso de los clientes respecto del patrón– puede depender
de un cálculo de ventajas realizado también por quienes ocupan una posición
subordinada en la relación clientelar[48].
Para ejemplificar esta situación, se ponen de presente
varios casos en los que se evidencia la pugna retórica de tecnócratas y
clientelistas, que se daba a la par de la zonificación de las listas
electorales; un primer ejemplo, tuvo lugar en el municipio de La Celia, en
abril del 1980 con el cambio de facción política por parte de los concejales
liberales Gabriel Zapata Marín y Luis Evelio Osorio Moncada con el retiro del
apoyo a Integración Liberal en favor del Directorio Oficialista Liberal del
Risaralda. Estos ediles dejaron constancia escrita del carácter irrevocable de
su decisión al oficialismo liberal, pues “[…] como es bien sabido […] el pueblo
en estos momentos solo busca a quienes le han ayudado y le ayudan y eso es lo
que ustedes han cumplido con sus electores”[49].
De la misma forma, presentamos el cambio realizado a través de un comunicado
publicado en prensa, por el líder liberal Bernardo López Pérez de Dosquebradas
el 7 de julio de 1980 –impulsor de la creación de dicho municipio en 1972 y
concejal del mismo en repetidas ocasiones– en el cual cambió de patrón político
al dejar el Directorio de Integración Liberal y se incorporó a Unidad Liberal,
aduciendo entre varias razones, una que requiere especial atención en el
análisis del sistema clientelista moderno y que brinda la oportunidad de
ahondar en la evaluación del deterioro de las antiguas lealtades partidistas:
López Pérez sustenta su viraje político debido a que “[…] la falta casi total
de relaciones departamentales y nacionales, hace concebir un trabajo individual
que conlleva el no poder participar como grupo en las soluciones generales del
sistema para la comunidad”[50].
Por su parte, los rangos más bajos de la red clientelar
–de las cuales no escapaban incluso organizaciones de la izquierda– también
hicieron manifiesta su inconformidad ante el incumplimiento por parte de los
agentes intermedios. Tal es el caso de la Central Nacional Provivienda de
Risaralda, que elevó una queja pública ante el diputado Manuel Antonio
Castillo:
[…] quien ha sido llevado
dos veces a la corporación mencionada, señalándolo como violador de los
principios de la organización y no haber señalado auxilios ordenanzales para
los barrios Leningrado, Cuba, José Martí, y Las Mercedes, en cuantía de un
millón de pesos como se había comprometido y en consecuencia burlando los
derechos legítimos de importantes sectores populares[51].
Situación similar vivió la facción de Integración
Liberal, pues sus cuadros partidistas de los barrios El Plumón, Matecaña,
Frailes, Japón, San Nicolás, Chicó y Jardín 1ª. Etapa, le reclamaron a su
dirigente máximo Benjamín Montoya Trujillo, por el “garrafal error” de nombrar
a Silfa María Blanco Giraldo como coordinadora en reemplazo de Gilberto Peláez
Ángel[52]. Situación que llegó
incluso, a la exigencia de que el descuento de nómina de los servidores
públicos de Integración liberal en la gobernación de Risaralda y la alcaldía de
Pereira, a favor de dicho directorio liberal fuesen consignados a favor de
Peláez Ángel[53].
Este artículo es un ejercicio de aproximación a la
identificación de las redes clientelistas y su funcionamiento entre clientes y
patrones en los primeros años de vida institucional del Departamento de
Risaralda. De igual modo se mostraron sus diversos mecanismos y engranajes al
sistema político, tanto durante los años finales del Frente Nacional como en
los años posteriores (1974-1985). Este tipo de relacionamientos políticos da
cuenta de una presencia estatal diferenciada, ya que podían poner en marcha o
inmovilizar el funcionamiento de las instituciones estatales a nivel
departamental; ello llevó a que la lucha por el acceso a los cargos públicos de
elección popular, en cada contienda electoral se convirtiera en el punto
neurálgico de la vida política en el departamento, pues los resultados de la
mismas le daban acceso a todas las clientelas a los cargos burocráticos y a los
auxilios parlamentarios y ordenanzales. Estas tramas del poder político
incidieron notablemente en la estabilidad política del departamento, pues
aunque a nivel formal los partidos liberal y conservador tuvieron un dominio
electoral excluyente de cualquier otra opción política, intestinamente el marco
de acción política que imperaba en Risaralda se vio sometido a luchas,
tensiones, acuerdos y alianzas entre las diferentes facciones partidistas, las
cuales incidieron de manera decisiva en el cambio constante del personal
político en aquellos cargos a los cuales se accedía, sin tener en cuenta las
votaciones como el del gobernador y los alcaldes municipales.
Esta forma operativa clientelista del sistema político
tuvo cambios en los primeros 20 años de vida administrativa departamental, en
donde un matiz más racionalizado, sistemático y moderno hizo su aparición a
nivel político, aunque no logró borrar por completo los sectarismos; de ella se
desprenden a nivel histórico en Risaralda tres características: primero, el
enfrentamiento entre políticos tradicionales y tecnócratas; segundo, la
regionalización o zonificación de zonas electorales para las votaciones, y
tercero, el aumento progresivo de las demandas de los clientes en las
relaciones clientelistas ante los incumplimientos por parte de quienes fungían
como patrones en dicha relación. Esa misma mecánica clientelista provocaba la
falta de atención a la totalidad de las demandas populares, de forma que
factores externos al sistema político aún quedan por evaluar en dicho escenario
político departamental –precisamente aquellos que no estuvieran canalizados por
la intermediación de los jefes de los partidos políticos– como fue el caso de
la protesta colectiva y la violencia política que hicieron presencia en Risaralda
confrontando al Estado.
Manuscritas
Resoluciones.
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Fondos: Correspondencia 1967 , 1968,
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Capítulos de libro
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Jaime. “Disputas por la centralización/descentralización administrativa en el
Viejo Caldas, 1905-1966: los casos de Manizales y Pereira”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de
la Cultura, vol. XXXIX, núm. 2, 2012, pp. 187-216.
Monsalvo, Edwin. “‘A la caza de votos’. Prácticas
electorales en la Provincia de Cartagena, 1821-1843”, en Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, vol. XI, núm. 1,
2006, pp. 91-114.
Nicola
Dapelo, Luciano. “Prácticas de
participación política desde la frontera sur cordobesa: redes, vínculos
y faccionalismo a partir de un estudio de caso (fines del siglo XIX)”, en Anuario de Historia Regional y de las
Fronteras, vol. XX, núm. 1, 2015 , pp.
161-191.
El presente artículo es
resultado parcial del proyecto Descentralización,
clientelismo y estabilidad política en Risaralda (1965-1985), financiado
por la Vicerrectoría de Investigación, Innovación y Extensión de la Universidad
Tecnológica de Pereira, Colombia, en la convocatoria del año 2015-2016.
Referencia
para citar este artículo: CORREA RAMÍREZ, Jhon Jaime; GIL
PÉREZ, Anderson Paul y LÓPEZ GARCÍA, Edwin Mauricio (2018). “‘A toda máquina,
señores’: facciones políticas, clientelismo y estabilidad política en Risaralda
(1965-1985)”. En Anuario de Historia
Regional y de las Fronteras. 23 (1). pp. 121-142.
[1]
López Pacheco, Jairo Antonio y Correa Ramírez, Jhon Jaime. “Disputas por la
centralización/ descentralización administrativa en el Viejo Caldas, 1905-1966:
los casos de Manizales y Pereira”, en Anuario
Colombiano de Historia Social y de la Cultura, vol. XXXIX, núm. 2, Bogotá,
Universidad Nacional Colombia, 2012, pp. 187-216.
[2]
Como lo demuestra el testimonio del expresidente Alfonso López Michelsen en el
prólogo de la obra de Stella Cano de Arenas referenciada en el artículo, los
jefes políticos nacionales conocían de las prácticas clientelistas: “Conocí muy
de cerca a Camilo Mejía Duque, “el negro”, como lo llamaban en Pereira [...]
Sí. Era padrino de medio Risaralda y trataba de retribuir con puestos los
servicios que le habían prestado sus seguidores en los distintos pueblos. ¿Qué
político en mayor o menor escala no ha tenido una trayectoria semejante?”. Cano
de Arenas, Algunas Facciones políticas en
Risaralda 1968-1984 (Pereira: Editorial Graficar, 1990), p.11.
[3]
Gutiérrez Sanín, Francisco. ¿Lo que el
viento se llevó? Los partidos políticos y la democracia en Colombia. 1958-2002 (
Bogotá: Editorial Norma, 2006), p. 268.
[4]
Camou, Antonio. Gobernabilidad y
democracia (México DF: Instituto Federal Electoral, 2001); González,
Facundo. “Estabilidad Política”, en Baca Olamendi, Laura et al. (comps.), Léxico de la política (México DF: Fondo
de Cultura Económica, 2000), pp. 214-221.
[5]
Morlino, Leonardo. “Estabilidad política”, en Bobbio, Norberto et al. (eds.), Diccionario de Política ( México DF: Siglo XXI Editores, 1991),
pp. 533-541.
[6] Ibíd.
[7] Camou, Antonio, Op Cit.
[8] Morlino, Leonardo,
Op Cit.
[9]
Falcón, Romana. El Jefe Político. Un
dominio negociado en el mundo rural del Estado de México, 18561911 (México
D.F: El Colegio de México/El Colegio de Michoacán/CIESAS, 2015), pp. 28-29.
[10]
Nicola Dapelo, Luciano. “Prácticas de
participación política desde la frontera sur cordobesa: redes, vínculos
y faccionalismo a partir de un estudio de caso (fines del siglo XIX)”, en Anuario de Historia Regional y de las
Fronteras, vol. XX, núm. I, febrero 2015, pp. 161-191.
[11]
Jaksic, Iván y Posada Carbó, Eduardo (eds.). Liberalismo y poder. Latinoamérica en el siglo XIX (Santiago de
Chile: Fondo de Cultura Económica, 2011); Monsalvo, Edwin. “‘A la caza de
votos’. Prácticas electorales en la Provincia de Cartagena, 1821-1843”, en Anuario de Historia Regional y de las
Fronteras, vol. XI, núm. 1, ago. 2006, pp. 91-114.
[12]
Dávila, Andrés y Leal, Francisco. Clientelismo:
el sistema político y su expresión regional (Bogotá: Tercer Mundo Editores,
1990).
[13]
Guerrero, Laura. Clientelismo político,
¿desviación de la política o forma de representación? Estado del arte sobre las
aproximaciones al clientelismo en Colombia. 1973-2011 (Bogotá: Universidad
del Rosario, 2014). Referenciamos el trabajo de Guerrero porque ofrece una
mirada panorámica acerca de los diversos estudios sobre el clientelismo en
Colombia. Su análisis logra agrupar enfoques y temáticas dentro de los estudios
clientelistas.
[14] Dávila, Andrés y
Leal, Francisco, Op Cit., p.40.
[15]
Gutiérrez Sanín, Francisco. La ciudad
representada: Política y conflicto en Bogotá (Bogotá: Tercer Mundo
Editores, 1998), pp. 57-58.
[16] Dávila, Andrés y
Leal, Francisco, Op Cit., p. 48.
[17] Ibíd., p. 40.
[18]
Díaz Uribe, Eduardo. El Clientelismo en
Colombia: un estudio exploratorio (Bogotá: Ancora Editores, 1986).
[19]
Ocampo, Gloria. Poderes regionales,
Clientelismo y Estado. Etnografías del poder y la política en Córdoba (
Bogotá: Universidad Javeriana, 2004).
[20]
Auyero, Javier. La política de los
pobres: las prácticas clientelistas del peronismo (Buenos Aires: Manantial,
2001).
[21] Guerrero, Laura, Op Cit., p. 93.
[22] Cano de Arenas. Algunas facciones políticas en Risaralda
1968-1984 ( Pereira: Editorial Graficar,
1990).
[23]
Pécaut, Daniel. Crónica de cuatro décadas
de política colombiana (Bogotá: Grupo Editorial Norma, 2006) , p. 41.
[24]
Hartlyn, Jonathan. La política del
régimen de coalición. La experiencia del Frente Nacional en Colombia (
Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1993).
[25] Cano de Arenas,
Stella, Op Cit., p. 145.
[26] Ibíd., p. 63 27
[27] Ibíd.
[28]
“Bloque de liberales y conservadores Ospino-pastranistas firman convenio para
la coalición en la asamblea departamental. Reparto de posiciones”, El Diario, Pereira, 30 de septiembre 30
de 1982, p. 5.
[29] Leal, Francisco. Estado y política en Colombia (Bogotá:
Siglo XXI Editores, 1989), p. 174.
[30] Entrevista a
Carlos Arturo López Ángel, Pereira, abril de 2016.
[31] Archivo Histórico
de Mistrató (AHM), Correspondencia 1967-1968, f. 183, (Mistrató, 1967).
[32] AHM,
Correspondencia 1967-1968, f. 203, (Mistrató, 1967).
[33] AHM,
Correspondencia 1967-1968, f. 213, (Mistrató, 1967).
[34] AHM,
Correspondencia 1967-1968, f. 242, (Mistrató, 1967).
[35] AHM,
Correspondencia 1967-1968, f. 180, (Mistrató, 1967).
[36] AHM,
Correspondencia 1967-1968, f. 545, (Mistrató, 1968).
[37] AHM,
Correspondencia 1967-1968, f. 545, (Mistrató, 1968).
[38] AHM,
Correspondencia 1967-1968, f. 175, (Mistrató, 1967).
[39] AHM,
Correspondencia 1967-1968, f. 436, (Mistrató, 1968).
[40] AHM,
Correspondencia 1967-1968, f. 186, (Mistrató, 1967).
[41] “Resultados
Electorales”, El Diario, Pereira, 27
de marzo de 1968, p. 4.
[42] Guerrero, Laura, Op Cit., p. 78.
[43]
“Palabras del médico Jorge Iturbide en la convención conservadora reunida hoy
en Pereira”, El Diario, Pereira, 4 de
noviembre de 1980, p. 5.
[44]
“Oscar Vélez Marulanda sigue entregando el liberalismo, Emiliano Isaza
consolida su alvarismo”, El Diario,
Pereira, 2 de octubre de 1980, p. 5.
[45] “Punto y coma”, El Diario, Pereira, 17 de septiembre de 1980, p. 4.
[46] Entrevista a Jaime
Escobar Vallejo y Alberto Zuluaga Trujillo con Stella Cano de Arenas, sin
fecha.
[47] Ibíd.
[48] Thompson, Edward. Agenda para una historia radical (
Barcelona: Crítica, 2000), pp. 31-32.
[49]
“Liberalismo de La Celia renunció a Integración Liberal. Entró al directorio
oficialista de Risaralda”, El Diario,
Pereira, 13 de julio de 1980, p. 4.
[50]
“Declaración a la opinión pública del directorio liberal de Dosquebradas”, El Diario, Pereira, 7 de julio de 1980,
p. 4.
[51]
“La Central Nacional Provivienda expulsó a su dirigente Manuel Castillo P.”, El Diario, Pereira, 13 de julio de 1982,
p. 4.
[52] “Se desintegra el
movimiento de Integración Liberal”, El
Diario, Pereira, 8 de mayo de 1982, p.5.
[53]
“Empleados afiliados a Integración Liberal forman tolda aparte”, El Diario, Pereira, 15 de mayo de 1982,
p. 5.