DOI: http://dx.doi.org/10.18273/revanu.v23n1-2018006
Artículos de Investigación
Científica
Discurso
oculto de la resistencia campesina en Cundinamarca (1920-1936)
Hidden
Discourse of Peasant Resistance in Cundinamarca (1920-1936)
O
discurso oculto da resistência camponesa em Cundinamarca (1920-1936)
Ana
María Joven Bonelo 1
Luz
Ángela Núñez Espinel 2
1 Magíster
en Sociología de la Universidad Nacional de Colombia, Colombia. Historiadora de
la Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia. Investigadora
independiente, miembro del grupo de investigación en Movimientos Sociales
avalado por el Cinep. Código ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8441-5139.
Correo electrónico: anabonelo@gmail.com .
2 Doctora
y magíster en Historia por la Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia.
Licenciada en Ciencias Sociales por la Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá,
Colombia. Profesora de Cátedra del Departamento de Historia de la Pontificia
Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia. Código ORCID: https://orcid.org/0000-0003-2189-7892
. Correo electrónico: luz.nunez@javeriana.edu.co
.
Resumen
El objetivo de este artículo es analizar el discurso
oculto de resistencia entre los campesinos de Viotá y del Sumapaz en
Cundinamarca (1920-1936), a la luz de la teoría sobre los discursos de la
resistencia desarrollados por James Scott. La metodología se basó en la
revisión de fuentes históricas (informes oficiales, prensa, testimonios y
literatura popular), que hicieran referencia de manera directa o indirecta a
los discursos y las prácticas de la resistencia. Como resultado, se evidenció
que durante el periodo de crisis de la hegemonía terrateniente, el binomio
discurso público/discurso oculto adquiere matices particulares. Se concluye que
la fortaleza del movimiento campesino en esta región hizo que algunas formas
propias del discurso oculto salieran a la luz o se reivindicaran abiertamente
como parte de la lucha política para obtener mejores condiciones laborales y/o
el reconocimiento de la condición de colonos.
Palabras clave:
Colombia, Cundinamarca, primera mitad del siglo XX, campesinos, movimiento social,
conflicto, reforma agraria.
Abstract
The
objective of this article is to analyze the hidden discourse of resistance
among the peasantry of Viotá and Sumapaz in Cundinamarca (1920-1936), through
the discourses of resistance theory developed by James Scott. The research was
based on the revision of historical sources (official reports, press,
testimonies and popular literature), which made direct or indirect reference to
the discourses and practices of the resistance. According to this revision, it
was evident that during the period of crisis of the landlord hegemony, the
binomial public discourse / hidden discourse acquires particular nuances.
Specifically, it can be concluded that the strength of the peasant movement in
this region allowed for some forms of hidden discourse to be openly vindicated
as part of the political struggle for better working conditions and the
recognition of colonists’ statu.
Keywords: Colombia, Cundinamarca, The First
Half of the 20 Century, Peasants, Social Movement, Conflict, Agrarian Reform.
Resumo
O
artigo tem como objetivo analisar o discurso oculto de resistência entre os
camponeses de Viotá e Sumapaz em Cundinamarca (1920-1936), a partir da teoria
sobre os discursos de resistência desenvolvidos por James Scott. A metodologia
se baseou na revisão de fontes históricas (informes oficiais, imprensa,
testemunhos e literatura popular) que faz parte das formas diretas ou indiretas
dos discursos e praticas de resistência. Como resultado se evidenciou que
durante o período de crise da hegemonia dos proprietários de terras, o binômio
entre discurso público/discurso oculto adquiriu matizes particulares.
Especificamente, se pode concluir que a fortaleza do movimento camponês nesta
região fez com que algumas formas próprias do discurso oculto saíssem à luz o
se reivindicassem abertamente como parte da luta política para obter melhores
condições laborais e/ou o reconhecimento da condição de colonos.
Palavras-chave: Colombia, Cundinamarca, primeira metade do
século XX, camponeses, movimento social, conflito, reforma agrária.
Fecha
de recepción: 19/07/2017
Fecha
de aceptación: 3/11/2017
Introducción
La historiografía del movimiento agrario en Colombia ha
identificado uno de los periodos de auge del conflicto por la tierra entre 1926
y 1936, en el que confluyen al menos tres procesos: por un lado, la necesidad
de modernizar la estructura agrícola para que se pusiera a tono con el modelo
de agricultura comercial promovido por las elites económicas; por otro lado, la
resistencia de los terratenientes más tradicionales a dicha modernización y a
revisar los tipos de relaciones sociales predominantes en las haciendas; y
finalmente, la iniciativa de colonos[1]
y campesinos que trataron de modificar sus condiciones de trabajo, e incluso,
ser reconocidos como propietarios de las tierras que cultivaban. De este
proceso, se ha indagado preferentemente, por las formas de organización de los
campesinos, sus relaciones con los partidos políticos, la respuesta del Estado
y los resultados del movimiento[2].
Llama la atención que los estudios se han centrado
principalmente en el ámbito de lo que James Scott denomina discurso público, que es propio de las elites políticas
y ofrece un terreno amplio para los conflictos políticos. Se caracteriza por
utilizar elementos que buscan dar un tinte inofensivo al discurso, como puede
ser el uso de eufemismos, que tienen la función de ocultar episodios
desagradables de la dominación. Los sectores subalternos aprovechan los rasgos
de ese discurso para exigir cosas esenciales para su subsistencia, como mejor
alimentación, vestido, acceso a la tierra, etc. En teoría, esta clase de
reclamos no hace parecer subversivos a los campesinos ya que están pidiendo
algo que el mismo discurso político público les ofrece en cuanto a la
satisfacción de ciertas necesidades, pero que en la realidad no son
materializadas[3].
Hasta el momento sabemos menos de lo que Scott denomina
discurso oculto, que expresa
abiertamente los sentimientos de cólera y deseos de venganza lejos de la mirada
del poder. Tampoco se han explorado a profundidad las formas de expresión que
están a medio camino entre el discurso público y el oculto, formas de
resistencia muy discreta que se identifican más claramente con “la política del
disfraz y del anonimato”. Un discurso es expresado públicamente, pero
impregnado de un doble significado, como los rumores, los chismes, los cuentos
populares, las canciones, etc., en general la cultura popular de los grupos
subordinados. También en las poesías y canciones populares se pueden encontrar
los rastros de una forma de resistencia que contiene un significado mimetizado
u oculto. Estas expresiones populares podrían ser analizadas desde la categoría
que Scott propone como la infrapolítica de
los desvalidos y que se basa
fundamentalmente en formas de insubordinación ideológica que expresan los
campesinos[4].
El objetivo de este artículo es analizar algunas
expresiones del discurso oculto, de “la política del disfraz y del anonimato”,
presentes entre colonos y campesinos de las regiones de Viotá[5] y del Sumapaz[6] (Cundinamarca), en el
periodo 1920-1936. Hemos abarcado este periodo ya que es a partir de los años
veinte donde los cambios políticos y económicos empezaron a tener influencia
entre los campesinos para reactivar su lucha contra el predominio de los
latifundios, en 1936 la promulgación de la Ley de tierras contribuyó –como se
verá más adelante– al apaciguamiento de estas manifestaciones. En estas
regiones el movimiento campesino alcanzó importantes niveles de organización y
movilización, actuando dentro del marco de discurso público. Lo que nos permite
correlacionar estos niveles de la acción política de los sectores subalternos y
proponer, a manera de hipótesis, que las reivindicaciones que los campesinos
hicieron en los albores del siglo XX no se hicieron únicamente mediante la
reclamación por la vía legal o por la ocupación de terrenos baldíos, sino que
la construcción del discurso oculto también fue un elemento importante que
ayudó a forjar el inconformismo de los campesinos. Es probable que fuera
precisamente la práctica consuetudinaria de ciertas variantes del discurso
oculto, la que alentó y fortaleció los procesos reivindicativos de los
campesinos en las décadas de 1920 y 1930.
Esta investigación se fundamenta en la revisión de
fuentes primarias, principalmente prensa de la época[7],
informes oficiales y testimonios. Se trata de un corpus disperso y
fragmentario, pero una lectura entre
líneas de esta documentación nos ha permitido identificar algunas formas
del discurso y de las prácticas de la resistencia, y así sumar elementos para
la comprensión de la dinámica de la vida campesina de esta región. El artículo
está estructurado en dos partes. En la primera, abordamos algunos elementos del
discurso público a través de las reclamaciones legales y las acciones que
implementaron para exigir sus derechos, evidenciando que el movimiento
campesino apeló al discurso político de la ciudadanía y la igualdad ante la
ley. Dadas las condiciones adversas para llevar a cabo esta lucha en el ámbito
local (dominado por el poder hacendatario), colonos y arrendatarios trataron de
interpelar directamente al ámbito nacional, esperanzados en que a ese nivel
encontrarían aliados para sus reivindicaciones. En la segunda parte, se
analizan diferentes formas del discurso oculto: la crítica mediante coplas, la
amenaza velada, el incumplimiento cotidiano y las redes de contrabando.
Crisis del régimen
de hacienda
A mediados de los años 10 del siglo XX aparecieron las
primeras organizaciones campesinas, que hacían reclamaciones sobre su situación
como trabajadores del campo. Los dos principales centros de agitación agraria
fueron las plantaciones bananeras de la United
Fruit Company cerca de Santa Marta, donde los trabajadores se habían
organizado en sindicatos de tendencia anarcosindicalista y las plantaciones de
café ubicadas en el valle bajo del río Bogotá[8].
En 1919, explotó una huelga en las plantaciones de café
en el Tequendama, los campesinos de Viotá quemaron edificios públicos y se
negaron a trabajar sin un alza de salarios y una mejora en las condiciones
laborales. Esta huelga provocó gran alarma entre los propietarios, quienes
presionaron al gobierno para que hiciera presencia con la fuerza pública. A
pesar de todo, el gobierno concedió el derecho de huelga y un aumento de
salario a los trabajadores. En 1925 surgieron nuevamente conflictos en la
región cafetera de Cundinamarca, siendo especialmente intensos en las haciendas
del Sumapaz, donde los trabajadores reclamaban su derecho a sembrar café en sus
parcelas. Ya que como es sabido, los arrendatarios tenían prohibido cultivar
este producto que era exclusivo de los dueños de las haciendas “[…]quienes en
algunos casos argumentaban que el cultivo de éste únicamente debía estar
reservado a los grandes propietarios ya que eso garantizaría la calidad en este
importante producto de exportación”[9].
Tiempo después, en 1928, en esta región se fundó el Movimiento Agrario del
Sumapaz cuyos principales líderes serían Erasmo Valencia[10]
y Juan de la Cruz Varela[11].
En
este contexto el movimiento campesino pasó a la ofensiva con el objetivo de
alcanzar el reconocimiento de sus derechos como trabajadores agrícolas o
colonos. Los labriegos comenzaron a rebelarse contra las condiciones de
trabajo, continuaron sembrando matas de café en las zonas delimitadas por los
hacendados y se negaban a negociar las mejoras. Los colonos querían pasar de
ser contratistas a partida a ser
propietarios. Los arrendatarios se negaban a pagar obligaciones[12] a los terratenientes, ya
que en muchos casos el pedazo de tierra que ocupaban estaba localizado en
terrenos baldíos y había sido acaparado por el patrono. Dicha situación debía
convertirlos en propietarios de la tierra que ocupaban, para lo cual trataron
de utilizar a su favor la legislación existente[13].
El
movimiento campesino, como movimiento social, apeló a las vías de hecho, pero
en ningún momento reivindicó el desconocimiento de las leyes. Lo que buscaba
era crear situaciones de facto que pudieran tener efectos jurídicos positivos.
Igualmente, hizo un uso flexible de la ley y demostró cierto grado de
conocimiento de la misma, provocando actos de dilación cuando las providencias
le eran adversas. Esta situación se hizo especialmente patente a partir de
1928, tras la expedición del Decreto 1110, mediante el cual se alinderaban las
tierras baldías, de tal manera que pudieran establecerse colonias agrícolas. En
ese contexto, miles de colonos invadieron haciendas improductivas que, según
los labriegos, correspondían en realidad a baldíos de la nación, mientras que
otros tantos trabajadores repudiaron su condición de arrendatarios y se
reivindicaron como colonos bajo el mismo argumento.
Cuando empezaron a familiarizarse con la legislación,
los colonos solían negarse tanto a firmar tales contratos como a desocupar sus
parcelas. Al encontrar esa oposición, los propietarios recurrían a la fuerza
para desalojarlos y para no dejarlos trabajar:
No solo actuaba la fuerza
pública para impedir a toda costa que los campesinos llevaran a cabo una
explotación independiente de la tierra, los latifundistas tenían organizadas
cuadrillas de asalariados que asaltaban en los caminos a los campesinos que
llevaban a los centros de mercado el café que habían recolectado en sus
pequeños fundos, y les expropiaban los animales de carga […][14].
Aunque la violencia fue efectiva en muchos casos, los
colonos no se quedaron pasivos y empezaron a generar estrategias para resistir,
como esconderse para eludir la notificación oficial de desalojo. Además, cuando
los desahucios se realizaban efectivamente, los colonos a menudo desafiaban a
las autoridades locales al regresar subrepticiamente a trabajar sus tierras,
una vez que la policía se había retirado[15].
En este punto, es importante señalar que los campesinos
utilizaron el discurso público de la ciudadanía y de la igualdad ante la ley
para sustentar sus demandas, como lo enfatizaron en sus pleitos, documentos y
arengas: “[…] esperamos de vosotros: justicia para los campesinos, derechos
para los campesinos, respeto para los campesinos”[16].
Durante esos años, varias haciendas en Viotá, junto con decenas de otros en los
municipios circundantes en el Tequendama y Sumapaz, fueron escenario de huelgas,
peticiones y la intervención del gobierno en las negociaciones entre los dueños
de las plantaciones, sus peones y arrendatarios[17].
Los campesinos se organizaron para la acción social y política con el interés
de mejorar sus condiciones laborales y alcanzar la titulación de tierra
cultivable. Al organizarse para exigir tales derechos, se enfrentaron a
terratenientes, alcaldes y policías que buscaban anular sus protestas en nombre
de la ley y el orden social.
Básicamente, los campesinos reivindicaban que la
legislación sobre adjudicación de baldíos los beneficiara también a ellos, y no
solamente a los ricos terratenientes. Ello demostraba cierto nivel de confianza
en las leyes y Estado, pero también una lectura realista de las fisuras y
diversidad de intereses que se contraponían entre los niveles central y local
del Estado colombiano. Debido al conocimiento directo de las estrechas
relaciones entre las autoridades civiles, la policía y los terratenientes
locales, sabían que en caso de pleito o de movilización social, las autoridades
locales beneficiaban indefectiblemente a los grandes propietarios. Debido a
esto, intentaron llevar sus demandas directamente al ámbito nacional, donde
podrían lograr mayores réditos y buscaron alianzas con sindicatos y partidos de
izquierda.
La labor política que llevaron a cabo los dirigentes
socialistas fue fundamental en las acciones que emprendieron los campesinos en
Viotá:
[…] en los años del 26, 27
y 28, [los campesinos contaban que] los visitaba de paso la socialista María
Cano y había logrado hacer […] algunas reuniones y hasta una manifestación en
el pueblo tratando de canalizar esa rebeldía en los campesinos en las cuales se
les decía que era necesario levantarse contra esa humillante y esclavizante
explotación, no pagando “trabajo obligatorio”, exigiendo salario en dinero, la
distribución de la tierra de los latifundistas, la libertad del cultivo, mejor
alimentación para los jornaleros en las haciendas y otras reivindicaciones de
carácter inmediato[18].
Las frecuentes reuniones, clases de alfabetización,
conferencias y bazares de recaudación de fondos, estaban encaminadas a la
formación de la comunidad para crear conciencia acerca de la condición de los
inquilinos que en otras circunstancias podrían haber tratado de asegurar su
posición en las haciendas a través de la negociación individual con los
administradores y capataces[19].
El reformismo social de los gobiernos de Olaya Herrera
y López Pumarejo influyó en la unificación de la lucha y específicamente la
importancia que se le dio al cambio del régimen de propiedad de la tierra, la
parcelación de los latifundios y el reconocimiento legal de los derechos de
asociación de los trabajadores. Aún con todos estos factores a favor, fue
crucial la afiliación de los colonos a grupos de izquierda que les aportó
estructuras de respaldo externas, conocimientos jurídicos, estrategias y formas
de resistencia nuevas[20]. El establecimiento de
relaciones políticas con líderes y organizaciones de la izquierda, como el PSR,
el PCC o la UNIR, les permitió construir y expresar el discurso público en el
ámbito nacional y obtener un sólido apoyo legal y político a sus demandas. En
este caso, la presencia del líder agrarista Erasmo Valencia y el apoyo político
de Jorge Eliécer Gaitán en la región del Sumapaz propiciaron que este
movimiento alcanzara la adjudicación de baldíos, la parcelación de latifundios
y la modificación del viejo régimen laboral de las haciendas[21].
Como mecanismo de solución al problema agrario, el
Estado optó por comprar las tierras a algunos latifundistas que enfrentaban
dificultades con los arrendatarios para luego revendérselas a los campesinos.
Esta medida expropiaba sin indemnización los terrenos que los campesinos habían
explotado y habían hecho productivos, algo injusto ya que en muchos casos los
títulos de propiedad de los terratenientes eran fraudulentos. “[…] empresarios
territoriales lograron convertir en propiedades privadas varios millones de
hectáreas de baldíos más. La usurpación generalizada de baldíos contribuyó de manera
significativa a la consolidación de nuevos latifundios en regiones en vía de
desarrollo”[22].
La promulgación de la Ley 200 de 1936 buscaba la
pacificación de las protestas del sector agrario y de darle claridad al derecho
de propiedad y a la posesión de terrenos baldíos. En sí esta Ley no constituyó una reforma agraria en
el sentido de la distribución de la propiedad, ni cambió la estructura heredada
de la colonia y de la era republicana del siglo XIX. A partir de la lectura que
se ha hecho del problema agrario durante los años treinta, se evidencia que la
cuestión agraria se centraba en el problema de liquidar la hacienda para darle
vía a una agricultura capitalista. Sin embargo, la solución vino por el
rompimiento de las relaciones de trabajo, iniciado en los años veinte, y no por
la subdivisión de la propiedad o el abatimiento de la gran propiedad[23].
Cuando fue promulgada la Ley 200 de 1936, Claridad, un periódico vocero del
movimiento campesino, publicó una
transcripción bajo el título irónico de “Revolución agraria al revés”, lo que
muestra lo poco satisfactoria que fue la promulgación de la Ley para los
sectores campesinos y sus dirigentes[24].
Pese a esa supuesta buena voluntad del gobierno de otorgar tierra a los
colonos, el problema de las interpretaciones diversas sobre los problemas entre
colonos y terratenientes hacían difícil para las autoridades en Bogotá entender
las razones fundamentales de las disputas; también, comprender que los procesos
administrativos para que los colonos legalizaran su propiedad tenían un alto
costo, de tal manera, que no disponían de dinero para contratar los servicios
profesionales de tinterillos y agrimensores, aportar testigos idóneos o
concurrir a las diligencias judiciales. Otra desventaja del colono fue el
cambio permanente de las jurisdicciones y del sistema de administración de
bienes baldíos que pasaban de un ministerio a otro, circunstancia mejor
aprovechada por empresas latifundistas de colonización y sus abogados[25].
De acuerdo con el planteamiento que venimos esbozando,
la lucha contra el régimen de hacienda implicaba tanto el problema del acceso a
la propiedad de la tierra, como el de las relaciones laborales. Pero no se
trataba solamente de introducir un cambio en la legislación o de hacer cumplir
las leyes vigentes, sino de transformar en lo cotidiano el sistema de
relaciones sociales que sostenía la hegemonía de un grupo social. La hacienda
era una unidad productiva, política y social. Esta unidad productiva era un
centro de poder que imponía reglamentaciones a la conducta y las relaciones
entre las personas que allí habitaban: “Hay lugares en donde el dueño de muchos
miles de fanegadas no puede gobernarlas sino por medio de organización en donde
el propietario asume funciones que sólo corresponden al Estado: el dueño se
convierte en policía, en juez, en legislador, para dominar una larga población
que vive y muere dentro de sus predios sin conocer la república democrática”[26].
Se ha señalado que la hacienda[27]
era un micro-Estado, en el que el latifundista era amo y señor[28]. Las grandes haciendas,
como El Chocho en el Sumapaz, tenían moneda propia, sistema de vigilancia para
controlar el comportamiento de arrendatarios y terrazgueros, cárcel o botalón y
hasta documento de identificación interno. Aunque es difícil generalizar, las
haciendas de Cundinamarca eran propiedades familiares o de compañías agrícolas,
pero no había diferencias fundamentales en el sistema de trabajo prevaleciente,
que combinaba hábilmente el arrendamiento precapitalista y el trabajo a jornal.
Los hacendados desarrollaban también actividades de comercio, y aún de
exportación, por lo que permanecían la mayor parte del tiempo en Bogotá,
delegando el manejo de las haciendas a administradores. Además de las
conveniencias económicas, la zozobra política durante las guerras civiles había
contribuido a consolidar la imagen del terrateniente ausentista, debilitando parcialmente los lazos personales que
sostenía la hegemonía del hacendado entre peones y arrendatarios[29].
Tradicionalmente, el poder del hacendado se sostenía
sobre un delicado equilibrio entre la dominación despótica y el paternalismo,
como lo expresaba muy bien Roberto Herrera Restrepo, propietario de una
hacienda en Cundinamarca, al instruir a su administrador: “[…] apriételes todo
lo que sea preciso pues hay perfecto derecho y justicia para ello, a fin de que
presten sus servicios como debe ser en la seguridad de que yo los sostengo, así
como en su idea de ayudarlos en lo que se pueda”[30].
Igualmente, importantes a los discursos y las acciones
que afirmaban la dominación y la hegemonía del hacendado, eran los elementos
del teatro del poder que confirmaban públicamente la sujeción y obediencia de
los trabajadores y arrendatarios. Por ejemplo, se esperaba que todos los
dependientes de una hacienda saludaran siempre con sumisión y respeto al patrón, independiente de si este
respondía o no el saludo. Esto ocurría porque “[…] las exigencias teatrales que
generalmente se imponen en las situaciones de dominación producen un discurso
público que corresponde mucho a la apariencia que el grupo dominante quiere
dar”[31].
No obstante, en las regiones de Viotá y del Sumapaz era
cada vez más frecuente que campesinos y colonos se apartaran del libreto que
como subordinados debían recitar, evidenciando abiertamente su inconformidad.
Por ejemplo, algunos arrendatarios de Viotá, cansados porque, “los propietarios
ni siquiera nos saludaban, considerándose de una raza diferente”, decidieron no
saludar a los hacendados, lo que provocó airados reclamos de los latifundistas.
Como respuesta, los arrendatarios argumentaron: “Mire, señor, ¿Por qué debemos
desperdiciar nuestro tiempo saludándolo a usted? ¡Mejor saludar a un árbol que
por lo menos devuelve el saludo!”[32]. Esta acción de los
campesinos desafiaba el orden social y provocó una reacción por parte del
dominador. Mostraban la rebeldía y las ganas de hacer público su inconformismo
frente a quien ejercía el poder.
¿Quiénes eran esos campesinos? ¿Por qué abandonaban su
papel en el teatro del poder? Poco sabemos de esos miles de seres anónimos,
provenientes ellos mismos o sus ancestros próximos de las regiones altas de
Cundinamarca y Boyacá, y aquejados de manera endémica por las fiebres y la
anemia. Algunos habían llegado recomendados por algún conocido del patrón para
que los tomara como arrendatarios y desde esa posición esperaban poder
prosperar, otros se habían establecido por cuenta propia como colonos y un
tercer grupo hacía parte de los trabajadores estacionarios que eran contratados
en época de cosecha. En su mayoría, habían salido del mundo de las haciendas y
el minifundio del altiplano y deseaban preservar su independencia[33].
Por su parte, las haciendas sufrían de falta de brazos, especialmente en época
de cosecha y debían hacer grandes esfuerzos para que no decayeran los cafetales
ni se perdiera el grano. Las condiciones de producción del café suave
colombiano exigían una inversión en mano de obra muy alta, pero necesaria para
poder competir en el mercado mundial. Las formas tradicionales de sujeción de
la mano de obra, cada vez eran más ineficaces en una región donde todavía había
baldíos, se encontraba cerca a ciudades que actuaban como foco de atracción de
población y, –ya entrado el siglo XX– había importantes frentes de obras
públicas que ofrecían jornales más altos[34].
En este contexto de crisis de la hacienda, formas típicas del discurso oculto
emergieron al ámbito de lo público para reforzar las demandas y la cohesión del
movimiento, como veremos en la segunda parte de este artículo.
Discurso oculto y resistencia
de los campesinos
La característica fundamental del discurso oculto no
está en su contenido, si tenemos en cuenta que “[…] está constituido por las
manifestaciones lingüísticas, gestuales y prácticas que confirman, contradicen
o tergiversan lo que aparece en el discurso público”[35].
Lo distintivo es que discurre fuera de la vista de los poderosos, está
destinado a un público particular y en condiciones de poder diferentes a las
del discurso público.
El proceso de organización política de los campesinos y
la confrontación abierta a los terratenientes y las autoridades hizo que
algunas formas propias del discurso oculto dejaran la tras escena y se
difundieran en medios impresos modernos. Desde nuestra perspectiva es apenas un
cambio parcial, pues aún en el formato del periódico se mantiene la idea del
anonimato o la autoría colectiva y –si bien están a la vista de los poderosos–
este discurso está destinado a los iguales, a los campesinos o sus
simpatizantes en el ámbito urbano. El acceso a las poesías y canciones
populares con las que contamos se limitan únicamente a lo que se publicó en Claridad, Unirismo, algunas cartas de
campesinos publicadas en la revista Acción
Liberal y cancioneros, que de una u otra forma nos muestran esa
formación ideológica de los campesinos con respecto a su situación de opresión.
El desafío a la autoridad no siempre es explícito, sino
que en muchos casos responde a códigos no escritos, de tipo consuetudinario,
que solamente tenían validez dentro de un contexto social o geográfico
determinado. Por ejemplo, una comisión de la Cámara de Representantes que
visitó la población de Viotá en 1932 narra la queja que un propietario
interpuso ante la alcaldía, con la solicitud de “que se averiguara el
responsable o responsables y se castigara de acuerdo con las leyes vigentes”.
En palabras de la misma comisión:
El 22 de abril de 1929
varios arrendatarios de la hacienda Buenavista se reunieron en un paraje llamado Bostón y decidieron dirigir a los propietarios de una hacienda una comunicación
reclamando el no cumplimiento de ciertas cláusulas del pacto que con ellos
había celebrado por escritura de 11 de julio de 1928. En dicha comunicación
redactada con sencillez y sin términos inconvenientes, manifestaban los
firmantes que buscarían abogado que les defendiera sus pretensiones, y pedían a
los patronos una contestación en el término de diez días. Esta última
circunstancia parece que irritó al propietario[36].
En este caso, el principal motivo de afrenta no estaba
tanto en el contenido (es notable que la comisión da fe que la comunicación
guarda las formas del discurso público), sino en una forma muy sutil de
subversión de las relaciones de poder, al ser los subordinados quienes ponen
plazo al patrón, cuando es éste quien
tradicionalmente tiene el control del tiempo.
La amenaza velada y
la crítica
Los colonos denunciaban la total indefensión frente al
poder del terrateniente y la injusticia que suponía pasar de víctimas a
acusados de ladrones, asesinos y falsificadores. El colono hacía su trabajo de
adecuar las tierras baldías para que fueran productivas y de esta forma poder
subsistir, hasta que los terratenientes aliados con los funcionarios locales
buscaban expropiarle su pedazo de tierra:
[…] un mal día un alguacil
se presenta a su choza para hacerlo comparecer ante el juez o alcalde sin
corazón para notificarle una demanda. El campesino se aterra, protesta, gime y
llora, pero a buenas o a malas es conducido como el cerdo al matadero, a donde
la autoridad lo llama (necesita). Allí se le encarcela, recurso supremo, se le
injuria soezmente (cuando no se le mata); vuelve nuevamente a protestar, gemir
y llorar, con lo cual consigue que se mofen de él[37].
Ante la ley y las autoridades, el colono no tenía la
forma ni las herramientas jurídicas para demostrar que el terreno que ocupaba
le pertenecía, así era condenado a la miseria porque no tenía ninguna
protección por parte del Estado.
En las páginas de Claridad
se exigía respeto para los campesinos, ya que, aunque los terratenientes
tuvieran estatus y poder frente a sus subordinados no dejaban de ser vistos por
estos últimos como unos delincuentes. Este lenguaje reflejaba lo que los
campesinos pensaban de los terratenientes y a través de una publicación como Claridad esos pensamientos se difundían
y reforzaban dentro del imaginario rural de comienzos del siglo XX[38]. En muchos textos se
expresa una inversión de la situación social vivida, donde a los señores se les
consideraba honorables y a los colonos y peones, delincuentes. Debemos tener presente que,
probablemente, los campesinos no expresaban de manera directa sus pensamientos
a los terratenientes, por miedo a sufrir represalias. Esa imagen del
terrateniente tirano y usurpador era muy fuerte y reiterativa:
En
los latifundistas no hay verdad, ni bondad, pero en cambio sí hay ambiciones,
perjudirios (sic) y mentiras, robos y adulterios.
En resumen, todos los terratenientes tienen en sus manos balanzas falsas para
estafar a los campesinos. Los
latifundistas cultivan, cosechan las injusticias y comen los frutos del
despojo, la mentira y el engaño. La distribución de las tierras acaparadas,
y la justicia social, constituyen el único sentido de la vida de los labriegos
de Colombia. El derecho y la justicia ha huido de Colombia, gracias a la
violencia feudal; los cultivadores desposeídos, las viudas y los huérfanos se
hallan oprimidos y explotados; se despoja a los labriegos de sus parcelas en
beneficio de los grandes terratenientes [...][39].
Aunque no tenemos claro conocimiento sobre las
discusiones que se llevaban a cabo entre los campesinos, este tipo de publicaciones
expresan la existencia de un sentimiento de injusticia presente en, por lo
menos, una parte del campesinado. Esas formas de sometimiento y humillación
propiciaban el surgimiento de discursos ocultos, que no se expresaban
directamente a los opresores, sino que circulaban a manera de rumor o como
acciones anónimas. En los dos casos, la imposibilidad de identificar al autor
permitía que los campesinos se protegieran de las represalias que los
terratenientes podían tomar.
En algunos versos que se publicaban, se encuentra,
además de la crítica, el deseo de venganza. En el siguiente fragmento se
aprecia un ejemplo, en el que el campesino pretende acabar con el yugo del
terrateniente, considerado como un abusador que robaba el trabajo del
campesino: “[…] Y si hoy el patrón con necio orgullo//quiere el trigo que es
tuyo// amparado en sus mañas de ladrón// muéstrale que también tú tienes
maña;//afila la guadaza [guadaña]// y siega la cabeza del patrón”[40].
Esto muestra esa naturaleza del discurso oculto que
buscaba reflejar esos sentimientos que se producían por la constante
humillación del latifundista. De alguna forma este tipo de publicaciones
utilizaban una especie de disfraz porque probablemente no llegaban a las manos
de las élites estancieras o por lo menos no tenemos evidencia empírica acerca
de si los hacendados leían o controlaban lo que aquí se transmitía a los
campesinos.
De acuerdo con las fuentes consultadas, la pretensión
de los patronos y administradores de regular los tiempos de trabajo, las pésimas
condiciones de alimentación y el acoso sexual a las esposas e hijas de los
campesinos, eran afrentas a la dignidad campesina sobre las cuales se
elaboraron críticas siguiendo las formas típicas de la literatura popular.
La jornada de trabajo en el campo empezaba desde
tempranas horas de la mañana, eran llamados a los quehaceres en las haciendas
por medio del cacho como en los barrios obreros se hacía por medio de las
sirenas de las fábricas[41]; cada pausa en la jornada
laboral estaba determinada por los tiempos para alimentarse. A diferencia de
los trabajadores urbanos, para los campesinos independientes o que empleaban
mano de obra familiar, la medida del tiempo estaba relacionada con las tareas
habituales de trabajo, de esta forma las tareas cotidianas como rozar, sembrar,
recolectar, ordeñar, etc., se desempeñaban ante la necesidad de realizar cada
una de las tareas, “La noción del tiempo que surge de estos contextos ha sido
descrita como «orientación del quehacer». Es quizá la orientación más efectiva de
las sociedades campesinas […]”[42]. Aunque cuando la mano de
obra en el campo es contratada, como ocurría parcialmente en las haciendas
cafeteras, se pasa de una orientación del quehacer al trabajo regulado medio de
las jornadas. Es decir, que se determinaba un número específico de jornadas
para realizar tareas concretas.
La calidad de los alimentos que recibían era muy mala,
según denunciaban los campesinos esto había producido enfermedades y muertes
entre los trabajadores, como lo ilustra el siguiente testimonio: “[…] la
alimentación es pésima las raciones de carne para la gente, es precisamente del
ganado que se muere en los potreros sin saberse de qué enfermedad han muerto
esas reses y esto ha producido enfermedades y aún casos de muerte por comer la
gente esas carnes enteramente dañadas”[43].
Con respecto a la pésima alimentación que recibían los
trabajadores en las haciendas encontramos varias referencias: “En la hacienda
Brasil le dan la alimentación a los peones como para cerdos: un sancocho de
plátano negro como tinta para escribir”[44].
Víctor J. Merchán ratifica lo afirmado anteriormente cuando dice que “Solamente
se le suministraba diariamente una alimentación muy mala consistente en un
sancocho de plátano verde que producía tinta al cocinarlo, algunas veces con
carne pero de las reses que estaban enfermas o encontraban muertas en los
potreros”[45].
La inconformidad con la regulación del tiempo de
trabajo y la alimentación era motivo de versos y coplas que se recitaban
durante las jornadas de trabajo o en los momentos en que jornaleros y
arrendatarios comían o departían con sus pares. Esta forma de discurso podría
interpretarse como una forma de desahogo de los subalternos, pero tenía también
un componente de provocación que era cuidadosamente calculado por los
improvisados cantores, cuando las coplas se recitaban para que las escucharan
los poderosos y sus representantes. En algunos casos una voz anónima entre los
matorrales o los cafetales podía ser la encargada de llevarle un mensaje al
administrador o al lambón de turno.
La máscara del anonimato también funciona para las
coplas que se reproducen en los periódicos campesinos, por ejemplo, mediante la
publicación sin firma o con seudónimo. El anonimato también resultaba ser un
arma eficaz en la producción de ese discurso oculto, que al ser publicado en la
prensa pasa a ser público, pero no se le podía endilgar específicamente a
nadie. Reproducimos parte de los versos firmados por el “Azadonero calentano”,
que recogen el inconformismo frente a los dos elementos que venimos mencionando
y expresan una amenaza velada a los aliados de los poderosos:
Hablemos del jornalero
Y del trabajo en las
haciendas
Que a las cuatro de la
mañana
Tocan el cacho a la gente
La que se forma en manada
[…]
Y a recibir su herramienta
Y a tomar el gran desayuno
Que son tres granos de
mute Contados uno por uno […]
Y si no mete carrera
Se queda viendo un
chispero, Porque apenas les alcanza
A los que llegan primero
[…]
O a trabajar en ayunas,
Mi viejo a trancarle tieso
Mientras llegan las diez
Que le toquen al almuerzo
[…]
[ … ]
Mi amo es bravo como
ninguno Y no tiene compasión,
Pues no nos paga jornal
ninguno
Y muchas veces ni la
ración […]
Y hay lambones de
asistentes
Que consiguen garantías
Hablando mal del jornalero
Que trabaja todo el día.
Aconsejo al asistente
Que no lamba al patrón
Porque el día menos
pensado
Le pega su pescozón […]
Y el señor administrador
Está cerca de un abismo
Y si no se mete carrera,
También le pasa lo mismo
[…][46]
Las relaciones de poder que se daban en las haciendas
entre administradores y campesinos también se ponen en evidencia en estos
discursos. Los administradores trataban mal a los trabajadores, ostentando un
poder que era apenas prestado. Es por eso que en la rima que citamos arriba se
hace alusión al administrador como un adulador que en cualquier momento podía
llegar a ser maltratado por el terrateniente, pues al fin y al cabo también era
un trabajador[47].
El acoso sexual a esposas e hijas de los campesinos por
parte de los detentadores de posiciones de poder en las haciendas era un fuerte
motivo de afrenta, puesto que lesionaba directamente el honor y la dignidad del
campesinado. Según Michael Jiménez, los campesinos varones aceptaron el modelo
patriarcal que les hacía pensar que las mujeres eran una posesión y en muchos
casos permitieron que sus mujeres fueran utilizadas por los amos con
intensiones sexuales. Como lo explica el autor, este tipo de situaciones no
solamente daban al campesino una posibilidad para ganar privilegios sino que
también le podía poner en una situación de poder transitorio frente al
hacendado[48].
En las fuentes consultadas no encontramos datos que
corroboren este tipo de negociaciones del honor, aunque algunas coplas
campesinas expresan resignación o impotencia frente a este tipo de situaciones.
Generalmente el tono indica que los campesinos no son ingenuos –como lo podría
pensar el patrón– y están al tanto de la situación:
[ …] el hijo de mi
mujer se parece tanto a mí,
como el aguacate al caimo,
como el plátano al ají.
Tiene los ojos azules como
los tiene el patrón; el pelo crespo y catire,
y la cara como un sol!
[...] Cuando al campo viene el amo me manda pa la
ciudá;
y el tiempo que él dura
aquí, me deja a mí por allá[49].
Si el conocimiento de la situación le da algún tipo de
poder al campesino o implica alguna amenaza velada para el amo o para la mujer,
solamente podría determinarse si se conociera el contexto concreto en que se
recitan los versos, información que no tenemos.
Aunque Jiménez ve las relaciones sexuales de las
campesinas con los hacendados, mayordomos y autoridades como una oportunidad de
estas para obtener ciertos beneficios, en las fuentes es evidente el malestar
de las comunidades rurales frente al acoso sexual que debían soportar las
mujeres. Tanto en Viotá como en Sumapaz, los campesinos utilizaron los medios
de que disponían para denunciar ultrajes de este tipo,
[…] en la casa del feudo
de «El Chocho», sitio de «Altamira», vienen
persiguiendo a las dignísimas señoras de los colonos a manera de toros o potros sementales! El caso de la señora doña
Elisa Bohórquez de Briceño en el sitio de Ríoseco es bastante alarmante; […] el
responsable o responsables deben ser sancionados ejemplarmente, ya que las matronas del campo merecen tanto
o mayor respeto que las matronas latifundistas de las ciudades, y por ello,
damos esta denuncia al señor Ministro de Gobierno, en guarda del respeto que
merecen las mujeres de nuestros colonos y el buen nombre de la institución a
que pertenecen los sátiros uniformados[50].
En la nota se muestra cómo las mujeres se sentían
acosadas por los policías y celadores que custodiaban la hacienda El Chocho, y
algunas habían sido víctimas de acceso carnal en varias ocasiones. Lo que
evidencia que para las mujeres esta situación no representaba una oportunidad
para obtener beneficios. Además, la frase “vienen persiguiendo a las dignísimas
señoras de los colonos”, evidencia la necesidad de los campesinos de afirmar
que las mujeres del campo no eran menos que las mujeres de las ciudades y las
esposas de los terratenientes, por lo que merecían ser tratadas con respeto.
Tal vez con los terratenientes podía ser una situación similar, aunque la
relación de poder, que era aún mayor, no les permitía a las campesinas expresar
sus inconformismos frente a esta práctica. Esta situación también afectaba la
dignidad de los campesinos hombres, que encontraban en estos hábitos una forma
de humillación sistemática.
Esas humillaciones van dejando huella en la dignidad personal
y es lo que impulsa a los dominados a ejercer resistencia. “La dignidad es un
atributo al mismo tiempo muy privado y muy público. Alguien puede sentir que
otro lo ha ultrajado aunque no haya habido testigos de ningún tipo. Por otro
lado, es bastante claro, que cuando se realiza en público el ultraje se agrava
enormemente”[51]. De esta forma se va dando
lugar a la resistencia, que surge tanto de la apropiación material como también
de la humillación personal constante que caracteriza la explotación.
Es así como en hacendado Jesús del Corral habló del
inconformismo de los campesinos: “[…] siempre están listos los peones y los
arrendatarios de las haciendas para formar en las filas revolucionarias, por
odio a los patrones olímpicos y a los Alcaldes, es decir a lo que está arriba,
a lo que no gasta misericordia ni justicia”.[52]
Como lo planteábamos anteriormente, la humillación y las diversas formas de
imponer autoridad por parte de los terratenientes propiciaba en los campesinos
la identificación con ideas de emancipación y al mismo tiempo se forjaba el
discurso oculto, que buscaba expresar la rabia de la represión sufrida.
Vale la pena cuestionar ¿Cuál era el propósito de los
campesinos al expresar estos discursos en contra de los terratenientes? Aunque
a simple vista no se observe una acción sistemática que se encaminara a lograr
algún beneficio concreto en cuanto al mejoramiento de sus condiciones de
trabajo, es muy probable que todos estos discursos que se construían a nivel de
la infrapolítica sirvieron de insumo
para las acciones que emprendieron como la ocupación de terrenos baldíos y las
acciones conjuntas que llevaron a cabo para conseguir el acceso a la tierra.
Rebeldía y desacato
a la autoridad
Como forma de demostración de poder, los terratenientes
imponen ciertos mecanismos de coerción que permiten legitimar su posición de
superioridad. Para esto establecen unos límites que los peones intentan
sobrepasar por el solo hecho de la prohibición,
como es la caza furtiva, el corte de árboles, el robo a pequeña escala, las
recolecciones clandestinas, etc. De esta forma, “El discurso oculto no es solo
refunfuños y quejas tras bambalinas: se realiza en un conjunto de estratagemas
tan concretas como discretas, cuyo fin es minimizar la apropiación”[53].
Algunos actos que podrían considerarse bajo el
apelativo genérico de “delitos sociales”, siguiendo a Hobsbawm y Rudé,
constituían una forma de desafío y rebeldía contra la autoridad aun cuando no
se presentara una conciencia política. Es probable que “[…] estos movimientos
comenzaron más frecuentemente con grupos informales y se propagaron gracias al
consentimiento tácito de los pobres, hasta que llegaron al punto de la
manifestación abierta frente a la casa […] [del] gran hacendado”[54]. Para el caso de la región
estudiada, podemos entender por delitos sociales una amplia gama de acciones
defensivas y ofensivas de los campesinos que cuestionaban los dos principios
básicos del dominio terrateniente: la propiedad y la obediencia a la autoridad.
Propietarios y terratenientes eran reiterativos en
denunciar que: “Las peonadas insurrectas talan el bosque, queman las siembras,
derrumban las casas, asolan las campiñas y levantan el hierro contra el patrón,
ebrias de vocablos que no comprenden”[55].
Estos actos dan cuenta de los mecanismos de expresión de la desobediencia y la
resistencia de los campesinos frente a sus adversarios, pero es muy difícil
encontrar la voz de sus protagonistas en las fuentes que perviven sobre el periodo.
En muchos casos colonos y arrendatarios fueron lanzados de sus parcelas o
encarcelados bajo acusaciones de este tipo, por lo que los campesinos actuaban
ocultos por las sombras de la noche, en terrenos poco vigilados por los
patrones o escondiendo su rostro entre la multitud.
En algunos casos, los deseos de venganza expresados en
coplas y canciones contra los poderosos, fueron llevados a la práctica. En
Viotá, a mediados de 1932, un grupo de campesinos atacaron a garrotazos a un
reciente administrador de la hacienda Buenavista. En este caso la multitud cobró venganza contra un personaje
posiblemente odiado por el cargo que ostentaba y porque, además, previamente se
había desempeñado como guarda de renta, otra función que generaba aversión
entre el pueblo, como veremos más adelante. Según la comisión que le tomó
declaración antes de su muerte, el herido atribuía el ataque a que “[…] en la
hacienda Buenavista hubo época en que
se trataba a los trabajadores inicuamente ‘a las patadas’”[56].
En esta región la acción de la multitud fue
significativa debido al nivel de penetración y organización que alcanzó el
movimiento campesino, por lo que en algunas haciendas se pasó de la acción
clandestina y solitaria a los episodios planificados y coordinados de resistencia.
Por ejemplo, para los campesinos en Viotá, ya entrados los años 30 del siglo
XX, era necesario combinar la lucha legal con la ilegal, insistir en los
pliegos de peticiones, “[…] pero a la vez el no pago de las obligaciones a la
hacienda, negarse a la recolección de las cosechas de café […] la siembra
clandestina de café, caña de azúcar y plátano en cada una de las parcelas que
fundara el campesino, construir sin el permiso de los patronos […] mejores
casas de habitación […]”.[57] Mediante estas prácticas los
campesinos buscaban retar los límites económicos que imponían los hacendados y
librarse de los lazos de sujeción personal que los ataba a los patrones.
En Viotá, Icononzo y Cunday, las autoridades se veían
en serios aprietos para castigar a los culpables porque, al hacer
averiguaciones, se decía que quienes arrancaban los pastos o las sementeras
eran de otros municipios y se desconocían sus nombres. Se informaba que:
Pican y destrozan las
cercas de alambre […] talan los bosques en los nacimientos de agua con
flagrante violación de la Ley 119 de 1919, o ejecutan otros actos igualmente
punibles, y cuando se trata de averiguar por el autor o autores de tales
atentados encuentra la autoridad desierta la montaña y mudos a quien logra
interrogar, después de no pocos esfuerzos para hallarlos, porque ante
funcionarios públicos el amigo no conoce a su amigo, ni colono alguno ha sido
testigo de nada[58].
En la anterior cita podemos ver cómo los campesinos
hacían sus propios pactos en los que no denunciaban ni comprometían el nombre
de ninguno de sus iguales ya que esto podía perjudicarlos. Aquí también vemos
que la solidaridad hacía parte de la vida en el campo ya que muchos campesinos
aunque conocieran a quienes apoyaban con su presencia los desalojos que se
hacían en las haciendas y cuando algún campesino que había estado en prisión
regresaba a su tierra “encontraba su trabajo descumbrado y sembrado […], pues
la solidaridad colectiva de los campesinos se encargaba de cuidarle y mejorarle
su parcela”[59].
En otros casos, como en la evasión del servicio militar
y la destilación clandestina de aguardiente, la intencionalidad política no es
tan evidente, o no logra el nivel de difusión y coordinación de las actividades
que describimos previamente. En estos casos se trató generalmente de acciones
individuales, que no respondían directamente a la lógica del movimiento
campesino de los años veinte y treinta, sino que se vinculaban a tradiciones de
resistencia consuetudinarias contra la leva, en el caso de la evasión del
servicio militar, y contra el monopolio y el pago de impuestos, en lo referente
a la destilación clandestina.
Si para un sector de la población la milicia fue una
forma de incorporación y ascenso social, en el mundo rural había opiniones
divididas. Para muchos campesinos, su vinculación forzada a los ejércitos en
tiempos de guerra o de paz era una condena a la muerte o a la miseria familiar,
en las visiones más extremas, y, cuando menos, una merma de brazos útiles en un
contexto de escasez crónica de mano de obra. Al respecto, una canción que
circuló en medio de la Guerra de los Mil Días titulada El Recluta, evidencia la percepción de los campesinos frente al
reclutamiento forzado, reproducimos algunas estrofas:
En mis montañas vivía
tranquilo bajo una choza de ancho palmar,
vestía a mi esposa, vestía
a mis hijos, con los producidos de un colmenar.
Araba el campo, sembraba
mieses cogía los frutos para comer,
todo era dicha para mi
albergue, todo contento, todo placer.
Vino la guerra con sus
horrores, y en noche oscura con un cordel fui maniatado por una turba, y
conducido para un cuartel.
Fui licenciado para
volverme a la cabaña que fabriqué;
tan solo escombros, ruina
y miseria hallé en el sitio que tanto amé.
Maldita guerra con sus
banderas,
con sus divisas de enemistad,
con sus fusiles y sus
cornetas, que sólo luto y lágrimas dan[60].
Los trabajadores rurales expresaban su oposición al
servicio militar por ser una medida que perjudicaba sus modos de subsistencia.
No solo debían abandonar a sus familias, sino que tenían el riesgo de perder lo
que habían logrado construir con el fruto de su trabajo. Los campesinos también
consideraban que el servicio militar debilitaba físicamente a las personas y
hacía que perdieran habilidades para el trabajo en el campo, ya que regresaban
“[…] a sus casas convertidos en seres perezosos e inútiles”[61].
Esto constituía en una desventaja para la economía familiar, ya que su fuerza
laboral disminuía.
El reclutamiento militar era visto como antidemocrático
porque afectaba a los más pobres que no tenían recursos económicos o padrinos
políticos para poder evadirlo, mientras que los ricos lo burlaban sin
consecuencia alguna[62]. El recurso extremo de los
pobres para evadir esta obligación era huir de sus lugares de residencia o de
trabajo, lo cual implicaba, de todas formas, la pérdida de la fuerza de trabajo
y la desintegración del grupo familiar. En Cundinamarca, los campesinos al
enterarse de la presencia de militares que buscaban reclutas, huyeron
abandonando sus lugares de trabajo. Esta situación acrecentaba el problema, ya
crónico de la escasez de fuerza de trabajo, y se tornaba alarmante en época de
cosecha. Durante las últimas guerras civiles del siglo XIX, algunos hacendados
optaron por comprar salvoconductos para sus trabajadores o ubicar postas que
alertaran ante la presencia de la leva para dar tiempo a los hombres de huir y
esconderse, tratando de esta manera de asegurar brazos durante el periodo
crítico de la recolección del grano[63].
Para el caso de Viotá, podemos encontrar que los campesinos
por medio de prácticas clandestinas como la destilación de aguardiente, la
fabricación y distribución de cigarrillos en la región, tejieron una red en el
mercado negro. La comercialización ilegal de estos productos contaba con una
gran demanda en los distritos cafeteros de Cundinamarca donde, según los datos
que proporciona Jiménez para el año de 1926, se reportó que los habitantes
consumían alrededor de cuatro litros diarios[64].
Estas acciones constituían una violación a las leyes
tributarias vigentes, frente a la cuales las autoridades eran particularmente
sensibles, dado que en Cundinamarca, como en casi todos los departamentos del
país, las rentas de licores constituían un ingreso importante para el fisco.
Sin embargo, dado el nivel de corrupción de las autoridades y lo arraigado de
la práctica de destilación artesanal, era muy difícil erradicar los alambiques
clandestinos.
En Viotá, las mujeres tuvieron el protagonismo en la
creación de esta economía de contrabando. Para 1919 el 40% de los arrestos por
fraudes tributarios lo representaban las mujeres y en la década de 1920 esta
tendencia se mantuvo, aunque las autoridades se negaban a creer que las mujeres
actuaran solas, por lo que consideraban que los hombres también eran
responsables de estos delitos[65]. Esta participación en el
mercado ilegal y la administración que llevaban de la unidad familiar les
permitió a las mujeres adquirir independencia económica, ya que ellas eran
proveedoras de alimentos, pequeñas comerciantes y artífices de la economía
subterránea. Esta oportunidad de ingresos les dio a las mujeres la posibilidad
de intervenir en las decisiones económicas de la familia, pero en algunos casos
generó tensiones en las relaciones familiares, puesto que el modelo de
dominación patriarcal se reproducía en las familias campesinas[66].
Las redes de comercio ilegal no solo eran un medio para
complementar los ingresos de las mujeres y las familias, sino que tenían
legitimidad popular al ser vistas como una forma de nivelación económica que
permitían tener acceso a bienes injustamente caros o gravados por las
autoridades. Si bien las causas de estos fenómenos podían ser distantes de la
comarca, para los campesinos era indudable que la culpa era de los
terratenientes y los comerciantes en connivencia con las autoridades locales,
como se repetía en las coplas y poesías populares[67].
Incluso los caminos mismos eran parte de la confrontación, existe información
de que en Pandi y San Bernardo los caminos construidos y trasegados por los
colonos por cerca de dos décadas fueron cerrados por orden de los hacendados,
mientras que los campesinos de Viotá se resentían por tener que pagar derechos
de tránsito en las haciendas que debían atravesar para llevar sus productos a
los mercados de Viotá y Cumacá[68].
No tenemos datos sobre la dimensión del fenómeno en el
Sumapaz, pero para el caso de Viotá el comercio negro de aguardiente llegó a
tener tal importancia, que tuvo repercusiones para el movimiento campesino.
Según explica Ignacio Torres Giraldo, frecuentemente había rondas de agentes
del Resguardo de Rentas de Cundinamarca en busca de contrabando, pero a ojos
del dirigente popular también buscaban provocar enfrentamientos con los
campesinos, “para atraer la reacción oficial contra las organizaciones”. En
este punto parecería que podría generarse una fisura entre la economía
clandestina y el movimiento campesino, pero, dadas las intrincadas redes de
parentesco, vecindad y solidaridad que los unía, no fue el caso. Por ejemplo,
los campesinos del latifundio de Bellavista organizaron un choque de masas, contra los agentes de las restas para
disuadirlos de realizar sus rondas en la región[69].
¿Qué significaban las prácticas clandestinas para los
campesinos? ¿Su intención era retar a los terratenientes o simplemente una necesidad
de complementar sus ingresos económicos o por simple diversión? Para los
campesinos esto podría tener un significado particular que podía diferir de las
concepciones tanto de los terratenientes y el Estado, esta práctica podía
representar la ilegalidad en cuanto a la evasión de impuestos, o desobedecer
las reglas impuestas en la hacienda pero también podría ser una forma de
subsistir económicamente. Cuando estas acciones dejan de ser aisladas y se
convierten en prácticas recurrentes evidencian una intención de rebeldía en
contra de los opresores que les permite a los campesinos transgredir los
límites impuestos por sus amos. La destilación clandestina de aguardiente, la
tala de bosques, la siembra de cultivos prohibidos, etc., son ejemplos claros
de cómo los campesinos intentaron ir más allá de los límites de la prohibición.
Conclusiones
En este análisis consideramos aspectos tanto del
discurso público como del discurso oculto, en un contexto histórico y
geográfico de crisis del régimen de hacienda. Encontramos que las expresiones
del discurso público proporcionaron a los campesinos herramientas para
reivindicar sus derechos como ciudadanos, pero que existían fuertes hilos de
continuidad entre las reivindicaciones políticas del movimiento campesino y las
formas consuetudinarias de resistencia al poder de la hacienda, propias del
mundo rural. Las características del discurso oculto nos permitieron
identificar elementos de una mentalidad campesina que desaprobaba las acciones
de los terratenientes y las autoridades locales, pero no se expresaba de manera
abierta para evitar represalias y castigos por parte de quienes detentaban el
poder. Sin embargo, en aquellos momentos en que el movimiento campesino logró
suficiente fuerza, los campesinos no dudaron en pasar a la desobediencia y la
rebeldía abiertas, amparándose en el poder de la multitud.
A pesar de lo limitado de las fuentes, podemos decir
que los campesinos de Viotá y Sumapaz construyeron un abanico amplio de
concepciones que imprimieron al movimiento unas características específicas en
cuanto a sus acciones de reivindicación de derechos. Esas ideas comprendían la
orientación política del movimiento, pero a la vez consiguieron configurar una
resistencia a partir de la expresión de los discursos ocultos que a menudo se
hacían a través de canciones y poesías. El análisis de estos elementos nos
permitió identificar lo que los campesinos pensaban de la vida laboral en las
haciendas, la alimentación, los tiempos de trabajo, de los terratenientes y administradores
y cómo veían al Estado colombiano.
Cuadro
1. la
Infrapolítica de los campesinos de Cundinamarca
Fuente: elaboración
propia.
El cuadro 1 muestra las formas más frecuentes bajo las
que se manifestaba el discurso oculto. Los pensamientos acerca de los
terratenientes son más comunes en las poesías y las canciones, e involucran
tanto una crítica a los poderosos como el deseo íntimo de invertir el orden
social y cobrar una especie de venganza. Para dar cuenta de las condiciones de
trabajo y la alimentación se usaban las canciones o rimas, aunque también se
hacían a través de testimonios como es el caso de las cartas publicadas en Acción Liberal ; en el caso del
derecho la divulgación de estos
problemas se hacía por medio de testimonios en la prensa agraria, informes
oficiales o las apreciaciones que hacían los terratenientes como Jesús del
Corral, en los que se denunciaba abiertamente los abusos de los terratenientes
con las esposas de los campesinos; por último en cuanto a las acciones ilegales
de quema de cultivos, tala de árboles, destilación clandestina de aguardiente,
comercialización de otros productos y la evasión del servicio militar, tenemos
conocimiento de estas acciones a través de los testimonios, especialmente de
Víctor J. Merchán, fuentes oficiales y algunos artículos publicados en la
prensa.
Es
indudable que la construcción de estas formas de pensar que se ubicaron en el
discurso oculto fueron tejiendo una red de inconformidad que los campesinos
expresaron con mayor fuerza en el discurso público. Esto para entender que el
discurso público en buena parte estaba construido y fundamentado en lo que los
campesinos ya venían forjando en medio de la situación de subordinación que
vivían, escenario que los obligó a exteriorizar esos sentimientos de injusticia
y que con el tiempo contribuyeron a que el discurso público estuviera
impregnado de la indignación que habían fraguado los trabajadores rurales a
través de las expresiones de inconformismo disfrazadas.
Fuentes
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Sección República, Fondo Ministerio de Gobierno. Sección primera, Informe de la Comisión que investigó los
sucesos sangrientos de Paquiló, municipio de Pandi y San Bernardo, y estudio el
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“Informe que presenta al señor gobernador de
departamento del Tolima la comisión investigadora de los hechos ocurrido entre
propietarios y colonos en las regiones de Icononzo y Cunday”. AGN, Sección República,
Fondo Ministerio de Gobierno, Sección primera, tomo 1064, fols. 118-120.
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Díaz Jaramillo, José Abelardo. “Contra el deber
sagrado: Evasión al servicio militar obligatorio en Cundinamarca (1902-1932)”,
en Anuario de Historia Regional y de las
Fronteras, vol. XXI, núm. 1, 2016.
Dueñas, Guiomar. “Algunas hipótesis para el estudio de
la resistencia campesina en la región central del Colombia, siglo XIX”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de
la Cultura, núm. 20, Universidad Nacional de Colombia, 1992.
Jiménez, Michael Francis. “Mujeres incautas y sus hijos
bastardos clase género y resistencia campesina en la región cafetera de
Cundinamarca 1900-1930”, en Historia
Crítica, núms. 3 y 4, 1990.
Jiménez, Rogelio. “Campesinos contra campesinos:
conflictos agrarios y lucha por la tierra en Comoapan Veracruz (1925-1942)”, en
Anuario de Historia Regional y de las
Fronteras, vol. XVIII, núm. 2, agosto de 2017.
Vega, Renán. “Las luchas agrarias en Colombia en la década
de 1920”, en Cuadernos de Desarrollo
rural, vol. I, núm. 52, 2004.
Tesis
Ibáñez,
Saúl. Actores, tipos y formas de
manifestación de la acción social: el caso de la región del Sumapaz (1928-1937),
(tesis), Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Departamento de Sociología,
1996. Sin publicar.
Jiménez,
Michael Francis. The limits of export
capitalism economic structure, class, and politics in a Colombian coffee
municipality, 1900-1930, (tesis doctoral), Cambridge: Harvard University,
1986.
Este
artículo presenta resultados parciales de un proyecto de investigación conjunto
sobre la cultura política de los sectores subalternos en Colombia (1909-1946).
Un antecedente directo de esta investigación es la tesis de maestría El movimiento campesino en Cundinamarca. Una
mirada desde la ideología y la cultura 1930-1946, de Ana María Joven Bonelo
(Universidad Nacional, Bogotá, Colombia, 2016).
Referencia
para citar este artículo: JOVEN BONELO, Ana María y NÚÑEZ
ESPINEL, Luz Ángela (2018). “Discurso oculto de la resistencia campesina en
Cundinamarca (1920-1936)”. En Anuario de
Historia Regional y de las Fronteras. 23 (1). pp. 143-171.
[1]
Para los legisladores, “colonos” eran
aquellos individuos que cultivaban la tierra o criaban ganado en tierras
baldías sin disponer de un título legal. Sin embargo, como Catherine Le Grand
lo ha demostrado, este término se utilizaba en el país para denominar a
diversos tipos de campesinos: los
arrendatarios de las haciendas que tenían contratos que les exigía limpiar y
abrir nuevas tierras, los trabajadores de los cultivos de caña de azúcar,
mineros de algunas partes del país y colonizadores de baldíos. Esta definición es la que adoptaremos
en este artículo, ya que incluye tanto a los arrendatarios como a los
colonizadores de baldíos, siendo ambos trabajadores rurales. Le Grand, Catherine. Colonización y protesta campesina en Colombia 1850-1950 (Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia, 1988), p. 43.
[2] Para un
acercamiento a los estudios del movimiento agrario en Colombia: Le Grand, Catherine, Op Cit.;
Palacios, Marco. ¿De quién es la tierra? Propiedad,
politización y protesta campesina en la década de 1930 (Bogotá: Fondo de
Cultura Económica-Universidad de los Andes, 2011); Marulanda, Elsy. Colonización y conflicto. Las lecciones del
Sumapaz (Bogotá: Tercer Mundo, 1991); Varela, Laura y Duque, Deyanira. Juan de la Cruz Varela entre la historia y
la memoria (Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, 2010); Sánchez, Gonzalo. Las Ligas Campesinas en Colombia
(Bogotá: Ediciones Tiempo Presente, 1977); Gaitán, Gloria. La lucha por la tierra en la década del 30. Génesis de la organización
sindical campesina (Bogotá: Áncora Editores, 1984); Machado, Absalón. Políticas agrarias en Colombia 1900-1960
(Bogotá: Universidad Nacional de Colombia 1986); Machado, Absalón. Ensayos para la historia de la política de
tierras en Colombia. De la Colonia a la creación del Frente Nacional
(Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009). Para el caso mexicano: Jiménez, Rogelio. “Campesinos contra
campesinos: conflictos agrarios y lucha por la tierra en Comoapan Veracruz
(1925-1942)”, en Anuario de Historia
Regional y de las Fronteras, vol. XVIII, núm. 2, Bucaramanga, Universidad
Industrial de Santander, agosto de 2017.
[3] Scott, James. Los dominados y el arte de la resistencia (
México: Ediciones Era, 2007), p. 79.
[4] Ibíd., pp. 41-43. Destacan algunos trabajos
pioneros sobre la resistencia campesina, como los de Michael Jiménez citados en
este texto y el artículo de Dueñas, Guiomar. “Algunas hipótesis para el estudio
de la resistencia campesina en la región central del Colombia, siglo XIX”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de
la Cultura, núm. 20, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1992, pp.
90-106.
[5]
Viotá está ubicado al sur occidente del departamento de Cundinamarca, en el pie
de monte de la Cordillera Oriental y hace parte de la Región del Tequendama.
Representó un foco importante de acción campesina influenciada principalmente
por el PCC (Partido Comunista Colombiano).
[6]
La región del Sumapaz durante la República Liberal contaba con diez municipios:
Pasca, Tibacuy, Fusagasugá, Usme y Alto Sumapaz, Pandi, Cunday, Arbeláez,
Icononzo y San Bernardo. Icononzo y Cunday pertenecían al departamento del
Tolima, los restantes a Cundinamarca.
[7]
Fundamentalmente revisamos prensa de izquierda y que se identificaba con el ala
radical del partido liberal, ya que desde estos frentes políticos se contribuyó
de manera significativa a la consolidación ideológica de los reclamos de los
campesinos. Debemos aclarar que, debido a la ausencia de testimonios directos,
debimos hacer una lectura cuidadosa de las fuentes aquí utilizadas para
dilucidar algunas de las características de esas formas de resistencia. Solo
usamos como testimonios directos algunas cartas de campesinos que fueron
publicadas en la revista Acción Liberal.
[8] Gilhodés, Pierre. Las luchas agrarias en Colombia (
Bogotá: ECOE, 1988), pp. 22 y 23.
[9] Palacios, Marcos, Op Cit., p, 174.
[10] Erasmo Valencia era un abogado y periodista caldense. Nació en Santa Rosa de Cabal, hijo de Juan Cancino y Hercilia Arango, murió en 1949 aproximadamente a la edad de 56 años. Antes de acercarse a la región del Sumapaz, este líder político había ejercido su activismo en Bogotá, en donde se dedicó principalmente a organizar sindicatos, movimientos obreros, estudiantiles y artesanales que estaban inspirados en los ideales socialistas. Como dirigente político se destacó al dirigir La Casa del Pueblo 19211922, la Junta Socialista de Organización y Propaganda y la Casa Comunista (1928); también participó en la organización de la Federación Sindical y el Directorio de Cundinamarca. A este último estaba vinculada la Sociedad Agrícola de Sumapaz. A través del periódico Claridad supo catalizar las denuncias sobre los atropellos hechos a los labriegos. Allí también expuso su ideología, sus percepciones acerca de la realidad y los motivos que impulsaban su acción política y social. Londoño, Rocío. “Los nuevos hacendados de las provincia del Sumapaz (1890-1930)”, Op Cit., pp, 187- 197 e Ibáñez, Saúl. Actores, tipos y formas de manifestación de la acción social: el caso de la región del Sumapaz (1928-1937) (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1996), pp. 120-128.
[11]
Vega, Renán. “Las luchas agrarias en Colombia en la década de 1920”, en Cuadernos de Desarrollo rural, vol. I,
núm. 52, 2004, pp. 31-42. y Gilhodés, Pierre, Op Cit., pp. 23 y 24. Juan de la Cruz Varela nació el 21 de
noviembre de 1902 en Ráquira, Boyacá y en 1906 emigró junto con su familia a
Sumapaz. En 1928 Juan de la Cruz se trasladó a la hacienda Doa en donde gracias
a sus habilidades con la escritura empezó a colaborar con los campesinos como
secretario del comité agrario. En noviembre de 1928 Juan de la Cruz fue elegido
secretario provisional de la organización de colonos de la hacienda Doa y en
1929 Erasmo Valencia lo confirmó en ese cargo y allí permaneció por cinco años
hasta que en 1934 fue elegido presidente de la organización del oriente del
Tolima. En 1935 fue elegido concejal junto con otros agrarios en Icononzo,
Pandi y Cunday. En la década de 1940
hizo parte de la Asamblea del Tolima en dos oportunidades, desde allí luchó por
obras sociales para Icononzo y otros lugares del Tolima. En este mismo periodo
hizo parte del movimiento gaitanista y tras la muerte del líder se convirtió en
referencia de la resistencia y el movimiento agrario de Sumapaz, En los últimos
años su salud estaba bastante deteriorada, aunque siguió siendo concejal en los
municipios de Cabrera, Pasca e Icononzo y hasta su muerte, noviembre 14 de 1984
fue miembro del Comité Central del Partido Comunista y del Comité Regional de
Sumapaz y oriente del Tolima. Varela Laura y Duque, Deyanira, Op Cit., pp. 57, pp. 99-110 y 129.
[12]
“[…] la obligación consistía en que el campesino, por el derecho a vivir en
algún pedazo de tierra de la hacienda, debía pagar a la misma desde 6 hasta 18
semanas de trabajo gratuito anualmente”. Merchán, Víctor J. “Datos para la
historia social, económica y del movimiento agrario de Viotá y del Tequendama”,
en Estudios Marxistas, núm. 9,
Bogotá, 1975, p. 108.
[13] Gaitán, Gloria, Op Cit., p. 15.
[14] Gaitán, Gloria, Op Cit., p. 42.
[15] Le Grand,
Catherine, Op Cit., pp. 98 y 127, y
Gaitán, Gloria, Op Cit., pp. 39, 40 y
45.
[16] “Delincuencia
feudal”, Claridad, Bogotá, 21 de
julio de 1933, p. 1.
[17]
Jiménez, Michael Francis. The limits of
export capitalism economic structure, class, and politics in a colombian coffee
municipality, 1900-1930 ( Cambridge: Harvard University, 1986), pp. 507
y 508.
[18] Merchán, Víctor, Op Cit., p. 106.
[19] Jiménez, Rogelio, Op
Cit., p. 506.
[20] Le Grand,
Catherine, Op Cit., pp. 175-176.
[21] Londoño, Rocío, Op Cit., p. 205.
[22] Le Grand,
Catherine, Op Cit., p. 80.
[23] Machado, Absalón, Op Cit., p. 168.
[24] Claridad, Bogotá, 11 de febrero de 1937,
pp. 1 y 2.
[25] Palacios, Marco, Op Cit., p. 87 y Le Grand, Catherine, Op Cit., pp. 100 a 122.
[26] Acción Liberal, números 5, 6 y 7,
octubre y noviembre, Bogotá, 1932, p. 228.
[27]
Para profundizar sobre las características del sistema, revisar los textos ya
citados de: Jiménez, Michael (1986) , Le Grand, Catherine (1986) y Gaitán,
Gloria (1984).
[28] Sánchez, Gonzalo, Op Cit., p. 57.
[29]
Palacios, Marco. El café en Colombia
1850-1970 (Bogotá: El Ancora Editores, 1983), p. 190; Deas, Malcom. “Una
hacienda cafetera de Cundinamarca: Santa Bárbara, 1870-1912”, en Anuario Colombiano de historia social y de
la cultura, núm. 8, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1976;
Londoño, Rocío. “Los nuevos hacendados de las provincia del Sumapaz
(1890-1930)”, en Silva, Renán (ed.), Territorios,
regiones y sociedades (Bogotá: CEREC-Universidad del Valle, 1994), pp.
34-61.
[30] Citado por Deas,
Malcom, Op Cit., p. 83.
[31] Scott, James, Los
dominados..., p. 26.
[32]
Jiménez, Michael Francis. “Mujeres incautas y sus hijos bastardos clase género
y resistencia campesina en la región cafetera de Cundinamarca 1900-1930”, en Historia Crítica, núm. 3, Bogotá,
Universidad de los Andes, 1990, pp. 78-80.
[33] Deas, Malcom, Op Cit., y Palacios, Marco, El café en Colombia…
[34]
Fajardo, Darío. Haciendas, campesinos y
política agraria en Colombia (Bogotá: Editorial Oveja Negra, s.f.); Deas, Malcom, Op Cit., y Palacios, Marco, El
café en Colombia…
[35] Scott, James, Los dominados…p. 27.
[36]
“Informe que rinde a la honorable Cámara la comisión encargada de estudiar los
sucesos ocurridos en Viotá el día 31 de julio de 1932”, en Anales de la Cámara de Representantes, 19 de septiembre, Bogotá,
1932 , pp. 433-438.
[37] “El colono”, Claridad, Bogotá, 14 de enero de 1935,
p. 3.
[38] “Delincuencia
feudal”, Claridad, Bogotá, 21 de
julio de 1933, p. 1.
[39] “Pensamientos
campesinos”, Claridad, Bogotá, 10 de
mayo de 1935, p. 4. El énfasis es nuestro.
[40] List Arzubide,
German, “Afila la guadaña”, Claridad, Bogotá,
15 de mayo de 1934, p. 3.
[41]
Sobre el uso del tiempo de los obreros colombianos de comienzos del siglo XX:
Archila, Mauricio. Cultura e identidad
obrera (Bogotá: Cinep, 1991), pp. 165-208.
[42]
Thompson, Edward P. “Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial”,
en Tradición, revuelta y conciencia de
clase ( Barcelona: Editorial Crítica, 1984), p. 245.
[43]
Izquierdo, Amador. “Como se organiza la explotación del trabajo en Quipile”, en
Acción Liberal, núm. 23 , Bogotá,
febrero de 1935, p. 1033.
[44] Tierra, Bogotá, 27 de julio de 1935, p.
2.
[45] Merchán, Víctor
J., Op Cit., p. 108.
[46] Azadonero
Calentano, “Colí negro”, Claridad, Bogotá,
11 de julio de 1933, p. 2.
[47]
Sobre la relación entre administradores y jornaleros: Acción Liberal, núm. 23, Bogotá,
febrero de 1935, p. 1033.
[48]
Jiménez, Michael Francis. “Mujeres incautas y sus hijos bastardos clase género
y resistencia campesina en la región cafetera de Cundinamarca 1900-1930”, en Historia Crítica, núm. 4, Bogotá,
Universidad de los Andes, 1990, pp. 71 y 72.
[49]
Quiñones Pardo, Octavio. Cantares de
Boyacá. Libro de crónicas (Bogotá: Tipografía Colón, 1937), pp. 129 y 130.
[50]
El Comité de Rioseco, Claridad,
Bogotá, 30 de octubre de 1935, p. 3. El énfasis es nuestro. También “Informe
que rinde a la honorable Cámara la comisión encargada de estudiar los sucesos
ocurridos en Viotá el día 31 de julio de 1932”…, pp. 433-438.
[51] Scott, James, Los dominados…, p. 143.
[52]
Corral, Jesús del. “Por los siervos de la gleba”, en Revista Nacional de Agricultura, Bogotá, junio de 1914 , p. 9.
[53] Scott, James, Los dominados…, p, 222.
[54]
Hobsbawm, Eric y Rudé, George. Revolución
Industrial y revuelta agraria. El capitán Swing (España: Siglo XXI
Editores, 2009), p. 75.
[55] “Los propietarios
muestran los dientes”, El Bolchevique, 6
de octubre de 1934, p. 1.
[56]
“Informe que rinde a la honorable Cámara la comisión encargada de estudiar los
sucesos ocurridos en Viotá el día 31 de julio de 1932”…, pp. 433-438.
[57] Merchán, Víctor, Op Cit., pp. 109 y 110.
[58]
“Informe que presenta al señor gobernador de departamento del Tolima la
comisión investigadora de los hechos ocurrido entre propietarios y colonos en
las regiones de Icononzo y Cunday”. AGN, Sección República, Fondo Ministerio de
Gobierno, Sección primera, tomo 1064, fol. 119.
[59] Merchán, Víctor, Op Cit., p. 111.
[60] Perico García,
Jenaro. El maestro Luis A. Calvo (Bucaramanga:
Editorial Salesiana, 1975), pp. 19 y 20.
[61]
Citado por Díaz Jaramillo, José Abelardo. “Contra el deber sagrado: Evasión al
servicio militar obligatorio en Cundinamarca (1902-1932)”, en Anuario de Historia Regional y de las
Fronteras, vol. XXI, núm. 1, Bucaramanga, Universidad Industrial de
Santander, 2016, p. 275.
[62] Díaz Jaramillo,
José Abelardo, Op Cit., p. 276.
[63] Deas, Malcom, Op Cit., pp. 91-92.
[64]
Jiménez, Michael Francis. “Mujeres incautas y sus hijos bastardos clase género
y resistencia campesina en la región cafetera de Cundinamarca 1900-1930”,Op Cit., p. 78. Aunque esta cifra parece un poco exagerada, otras fuentes
indican un alto consumo de bebidas fermentadas, situando un promedio de doce
botellas diarias por persona, aunque sin indicar en ninguno de los casos cómo
se ha calculado el promedio. “Informe que rinde a la honorable Cámara la
comisión encargada de estudiar los sucesos ocurridos en Viotá el día 31 de
julio de 1932”…, pp. 433-438.
[65] Ibíd., p. 78.
[66] Ibíd., pp. 79 y 80.
[67]
Ortega, Rafael. “Esclavos”, en Unirismo, Bogotá,
2 de agosto de 1934, p. 13. Una reflexión sobre las nociones de nivelación y la
economía moral presente en las redes de comercio ilegal: Jiménez, Michael. “La
vida rural cotidiana en la república”, en Castro, Beatriz (ed.), Historia de la vida cotidiana en Colombia
( Bogotá: Norma, 1996), pp. 187 a 189.
[68]
Archivo General de la Nación (AGN), Sección República, Fondo Ministerio de
Gobierno, sección primera, tomo 1022, Fols. 69 a 71. “Informe que rinde a la
honorable Cámara la comisión encargada de estudiar los sucesos ocurridos en
Viotá el día 31 de julio de 1932”…, pp. 433-438.
[69] Torres Giraldo,
Ignacio. Recuerdos de infancia y
anecdotario ( Cali: Universidad del Valle, 2016), p. 261.