Miguel Ángel Gómez Mendoza
“¿Por qué?”, una pregunta con respuestas múltiples. Lucian Boia1
Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, vol. 26, núm. 1, 2021
Universidad Industrial de Santander
Miguel Ángel Gómez Mendoza * mgomez@upt.edu.co
Universidad Tecnológica de Pereira, Colombia
Sobre el autor y su obra
Lucian Boia (1944), historiador rumano, profesor titular en la Facultad de Historia de la Universidad de Bucarest-Rumania. Su obra es extensa y variada, comprende numerosos títulos editados en Rumania y Francia, así como traducciones en inglés, alemán, húngaro, italiano y español. Ha elaborado nuevas interpretaciones respecto a la historia de Occidente, de Francia y Alemania. Su destacada obra es un punto de referencia al momento de redefinir la historia de Rumania, de Europa y un conjunto de temas históricos como son: la mitología, el imaginario, el comunismo, la nación, el clima, la historia, Occidente y la democracia, entre otros. Entre sus obras traducidas al español tenemos: Entre el Ángel y la Bestia, Andrés Bello, Santiago de Chile. 1997. ¿El fin de Occidente? Hacia el mundo de mañana, Editorial Eneida, Madrid, 2015. Traducción del rumano de Joaquín Garrigós. La tragedia alemana, 1914-1945, Editorial Catarata, Madrid, 2018. Traducción del rumano de Joaquín Garrigós. El juego con el pasado. La historia entre verdad y ficción. Pereira: Editorial Universidad Tecnológica de Pereira-Colombia. 2019. Prólogo a la edición en español por Bernard Lavallé, Profesor Universidad de la Sorbona Nueva - París 3 – Francia. Traducción del rumano por Miguel Ángel Gómez Mendoza. Diálogos lapunkt entre Lucian Boia y Cristian Pătrăşconiu. El juego con el pasado: historia y verdad. Traducción del rumano al español, introducción y notas de Miguel Ángel Gómez Mendoza. Universidad Tecnológica de Pereira-Colombia. Prólogo Marco Antonio Jiménez García, Universidad Nacional Autónoma de México. UNAM. Pereira: Editorial Universidad Tecnológica de Pereira. 2019. ISBN: 978-958-722- 382-8. (n. del tr.).
Trascripción
Con los hechos, para bien o para mal, nos arreglamos. Cualquiera que sean las aproximaciones y las deformaciones, tenemos a la larga una perspectiva aceptable sobre el despliegue del pasado. Sabemos aproximadamente que sucedió. De una generación a otra, la información se enriquece, se diversifica y deviene más segura. Las cosas se complican, sin embargo, cuando entonces nos proponemos aclarar el proceso histórico, relacionando elementos dispares en una red de causas y efectos. Es el único asunto a la final verdaderamente interesante y con la apuesta innegable: ¿Por qué sucedió todo lo que sucedió y qué se podría esperar de ahora en adelante?
Los historiadores han sido siempre conscientes de la necesidad del “por qué”, pero muy poco o para nada perturbados por la dificultad real del problema. Los antiguos dieron el primer ejemplo: ni Tucídides ni Polibio se conforman con contar la historia, sino que proponen explicarla. La historiografía moderna amplió la dimensión explicativa: tenemos, para cada acontecimiento o evolución, explicaciones en abundancia, y con seguridad se agregarán también otras.
¿Pero cómo explica el historiador? ¿Cómo explicar? Pensando. Se piensa que así debe ser, así se relacionan las cosas de manera racional y lógica. ¿Quién nos puede contradecir? Eventualmente, otro historiador, quién vendrá con otra explicación. La verdad es que nos encontramos con un enfoque puramente “cerebral”, que tiene su valor en sí mismo, pero no por ello pocos límites por superar. El historiador puede afirmar mucho, pero no demostrar nada, cuando se discuten no tanto los hechos en sí mismo, como la lógica y la modalidad de sus relaciones. ¿No podemos estar seguros ni de las conclusiones que parecen evidentes? ¡así por hoy, pero será igual también mañana?
Nos embrolla el exceso de acontecimientos, el enjambre de los hechos que introducen en la marcha de la historia una apreciable dosis de casualidad. ¿Qué sería si escapamos de ella? Una historia sin acontecimientos sería más fácil de dominar. Para ello debemos, sin embargo, decidir primero cuáles acontecimientos, sin importar cuán espectacular se presenten, no significa en el fondo gran cosa. Araña, como mucho, la superficie de la historia, pero no actúa en profundidad. Con o sin ellos, con unos en lugar de otros, nos encontramos casi donde nos hallamos. Eliminando o marginalizando los “acontecimientos” el historiador se puede concentrar sobre las estructuras masivas (económicas, sociales, demográficas, mentales…), con una evolución más lenta o menos “previsible”, como sea más obediente de las reglas. Esta manera de abordar habría de asegurar, hacia mediados del siglo pasado, el impacto de la “nueva historia” francesa, de la corriente historiográfica agrupada alrededor de la revista Annales. En su célebre trabajo El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (1949), Fernand Braudel disponía a la historia en tres niveles: la base, la estructuras cuasi inmovibles de las relaciones esenciales hombre-medio; el medio, las evoluciones relativamente lentas, socioeconómicas; y superior, “apartando un poco la mirada”, pero sin gran impacto, el enjambre de acontecimientos políticos y militares… Emmanuel Le Roy Ladurie, destacado integrante de la “nueva historia” habría de escribir un texto sobre la Historia inmóvil, título chocante bajo el cual sitúa la totalidad de la historia de Francia de 1400 a 1700, llena, con seguridad, de todo tipo de acontecimientos; pero en el fondo casi inmóvil, una vez que los indicadores económicos y demográficos se presentaban sin cambios al final del intervalo frente al momento inicial.
Fácil es observar que la depreciación de los acontecimientos pasa por la amputación abusiva del concepto de acontecimiento. No solo los hechos políticos y militares, no solo las “batallas”, puestas de manera exagerada en relieve por la historiografía del siglo XIX (esa histoire-bataillesdenunciada por la corriente de los Annales), son acontecimientos, y también lo es todo lo que se mueve en la historia, incluso las contribuciones esenciales de la marcha de las civilizaciones, como el invento de la imprenta, de la máquina de vapor o del bombillo eléctrico. La historia es un juego interminable de acontecimientos. Sus partículas elementales, individuos y grupos…, accionan e interaccionan de manera tal, en una multitud de redes, de conexiones y de combinaciones. Un proceso aleatorio, con muchos factores implicados y, en consecuencia, con resultados imposibles de anticipar. Con mayor razón cuando no es un simple movimiento mecánico, sino un movimiento impregnado de actitudes humanas, de representaciones, reacciones, decisiones extremadamente fluctuantes. Aparece aquí la diferencia más evidente entre “Historia” e “historia”. En la “historia” sucede exactamente lo que debe suceder, mientras que en la Historia verdadera no sabemos nunca lo que va a pasar, porque no debe necesariamente suceder una u otra.
La causalidad muy simplificada por los historiadores (inevitable, de otra manera, si deseamos una reconstrucción inteligible) deja la impresión que un determinado hecho o una determinada situación conduciría automáticamente a una determinada consecuencia. Evidente, al final las cosas suceden así, habida cuenta que la historia se juega una sola vez. Si se retomara la pieza, podría haber sorpresas: con los mismos factores en juego, despertarnos con otro desenlace.
Por otra parte, los historiadores se marginan de algunas conexiones, a las que consideran, con más o menos argumentos, verdaderamente esenciales para explicar un fenómeno. Pero en la historia real, la causalidad no es selectiva, sino que se extiende interminablemente. Cualquier cosa que suceda tiene a espaldas la totalidad de la historia anterior. La Segunda Guerra Mundial (para tomar un ejemplo al azar) fue determinada no solo por algunas causas inmediatas, lo más evidentes posibles, sino también por todo lo que tuvo lugar anteriormente en el mundo, todas las evoluciones sociales, tecnológicas, políticas, ideológicas, culturales y así sucesivamente. Si la historia hasta 1939 fuera diferente, distintos hubiesen sido los años posteriores.
La verdad es que, en este tejido cargado de causas, no sabemos nunca qué es más o menos importante. Podría ser que, en algunos momentos, un simple accidente tenga un papel más significativo del que podríamos imaginar. ¿Qué hacemos con Hitler? ¿La historia sería la misma, también sin él? Difícil de creer. Puedo imaginarme la Segunda Guerra Mundial (con algunas modificaciones de rigor) sin Roosevelt, sin Churchill e incluso sin Stalin. No logro, sin embargo, imaginármela con ausencia de Hitler. Me es imposible ver, sin el nazismo llegando al poder en Alemania y luego todos los pasos que condujeron al gran conflicto. Aquí tenemos un problema en la interpretación de la historia. ¿Hacer depender su marcha en tal medida de la aparición en el mundo de un individuo (acontecimiento menor y fortuito, que podría perfectamente no haber ocurrido) y de las frustraciones que acumuló a lo largo de su existencia? Por supuesto, como ya he dicho, la Segunda Guerra Mundial se explica por una multitud de causas, para ponerla en movimiento fue necesario una determinada historia anterior, de un determinado mundo, de una determinada Alemania...; pero, una vez más, ¿le tendríamos sin Hitler? ¿Alguien puede dar la respuesta?
Recientemente, el debate alrededor de la causalidad y la relación entre los hechos históricos se enriqueció con un nuevo concepto. Es el cisne negro, invocado por Nassim Nicholas Taleb en un libro de resonancia.2 Al igual que con el cisne negro, la aparición insólita en una especie conocida por su blanco inmaculado, tienen lugar también en la vida social acontecimientos inesperados, que rompen, a veces de manera dramática, la marcha acostumbrada de las cosas. De ahí, la imprevisibilidad de las futuras evoluciones. La observación es correcta, pero deber complementada con la constatación de que tampoco los “cisnes blancos” no actúan de manera tan predecible. Cualquier hecho, por banal que sea, puede tener muchas consecuencias, a veces contradictorias, y con mayor razón la multitud de hechos que, en la historia, interactúan de diferentes formas. Somos derrotados por una ilusión óptica. Porque las cosas se suceden de una forma tal –y, evidente, no habría cómo desarrollarse de manera concomitante de muchos otros modos–, llegamos a imaginarnos, sin fundamento, que no existe para cada ocasión sino una sola solución, un único desenlace posible.
Y es suficiente mirar alrededor nuestro, para observar “en directo”, cómo se fabrica la historia, momento tras momento. Cada vez, tenemos al frente muchas maneras, que parten todas del mismo punto, y todas, en principio igual de “practicables”. A menudo, una diferencia mínima, para nada “obligatoria”, crea las diferencias entre la historia real y otra historia, posible, pero que no ha tenido ocasión de materializarse. Hitler llegó al límite del poder en Alemania; podría no haber llegado – y entonces cómo se mostraría hoy el mundo, sin haber pasado por el nazismo, por la Segunda Guerra Mundial, por la expansión del comunismo, consecuencia de esta guerra, y así sucesivamente. El reciente referéndum que decidió la salida de la Gran Bretaña de la Unión Europea podía, igual de bien, no hacerse o cerrarse con la victoria de los partidarios de Europa. ¿Y entonces?
Tocamos aquí la delicada cuestión de la “historia contra factual” ¿Qué hubiera sido si? A los historiadores, en general, no agrada este tipo de especulaciones. ¿Cómo y por qué investigar y comentar aquello que no sucedió? ¿Acaso no es la historia real suficientemente complicada, para agobiarla con escenarios ficticios? No obstante, en realidad, cuantas veces se proponga explicar indiferente que cuestión, el historiador apela, incluso sin darse cuenta, a una argumentación contra factual. Cuando decimos, por ejemplo, que Alemania nazi es la principal responsable del desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial, afirmamos implícito que, en ausencia del nazismo, no se habría llegado, probablemente, a semejante conflagración. Cualquier interpretación implica la presencia discreta, “en filigrana”, de una potencial historia diferente.
Dicho esto, no es menos verdadero que los historiadores “contra factuales” se toman muy en serio su trabajo. No se conforman con afirmar, en abstracto, que, por la eliminación o modificación de un hecho, la historia posterior no sería plenamente la misma, sino que se proponen de la manera más juiciosa posible, reconstituir punto por punto la historia paralela imaginada. Llegan a proceder de manera igual de rígida como los especialistas de la historia real, poniendo, como estos, la relación de los hechos bajo el signo de la necesidad. ¿Pero si bien la historia real no es tan segura (una vez que ella permite variantes contra factuales), por qué sería más seguro uno u otro escenario de la historia contra factual?
¿Qué hubiera pasado si Waterloo, en el fatídico día del 18 de junio de 1815, Napoleón, en lugar de ser derrotado, hubiera ganado la batalla? Es uno de los problemas clásicos de la historia contra factual. Las respuestas son múltiples, conducen a numerosas historias “posibles”. Podemos, en verdad, imaginar cualquier cosa: ya sea la derrota del emperador en una batalla posterior, de esta manera un resultado similar; ya sea la terminación con una paz como compromiso, ya sea con la reanudación del expansionismo napoleónico, ya sea…! qué sé yo! Razonable sería, en este tipo de hipótesis, no aventurarnos muy lejos. Seguro es apenas que, si hubiera ganado en Waterloo, simple y llanamente, en el momento, el emperador no hubiera perdido el trono y no hubiera sido obligado a entregarse a los ingleses. Qué hubiera pasado empezando por los días posteriores, nadie tiene de dónde saberlo. La historia contra factual, cuando ambiciona construir escenarios complejos, no es mucho más que un juego. Es no obstante un juego basado sobre una verdad: aquella que la historia no ha escrito antes, pero sus caminos potenciales son múltiples.
Sería fascinante poder dar marcha atrás al tiempo y retomar la historia en un momento cualquiera. Sin cambiar nada de los datos existentes. No es nada seguro que la consecuencia sería igual a la que conocemos. Se podría muy bien que exactamente de los mismos elementos resulte otra historia. Lo que demostraría –en un experimento lamentablemente imposible– que no existe un recorrido obligatorio, sino apenas un inagotable juego de posibilidades.
Los individuos hacen la historia, pero no son capaces de dominarla. La Historia, su obra, los domina a ellos.
Notas
1
Original: Lucian Boia, ¿“De ce?”, o Întrebare cu răspunsuri multiple. Un joc fără reguli: despre imprevizibilitatea istorie, Bucureşti. Editura Humanitas, 2016. 31-40. Traducción del rumano de Miguel Ángel Gómez Mendoza, profesor Universidad Tecnológica de Pereira-Colombia. Traducción autorizada por el autor.
2
Nassim Nicholas Taleb, The Black Swan. The impact of the Highly Improbable, Penguim, London, 2007; versión rumana: Lebăda neagră. Impactul foarte puțin probabilului, traducción de Vioel Zaicu, curtea Veche, București, 2010, versión española: El cisne negro. El impacto de lo altamente improbable, traducción de Roc Filella. Paidós, Barcelona, 2008.
Notas de autor
* Doctor en Historia por la Universidad de la Soborna Nueva, Paris III, Francia. Magíster en Investigación Social de la Universidad Michel de Motaigne, Burdeos III, Francia. Profesor de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Tecnológica de Pereira. Sus áreas de desempeño son: historia de la educación, historia de la infancia y metodología de la historia. Código ORCID: 0000-0002-6152-3759. Correo electrónico: mgomez@upt.edu.co.