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¿Para qué sirven los metalenguajes? Sobre la interdisciplinariedad, la traducción literaria y el papel de las humanidades
What are Metalanguages for? On Interdisciplinarity, Literary Translation and the Role of the Humanities
Revista Filosofía UIS
Universidad Industrial de Santander, Colombia
ISSN: 1692-2484
ISSN-e: 2145-8529
Periodicidad: Semestral
vol. 20, núm. 2, 2021
Recepción: 03 Febrero 2021
Aprobación: 25 Marzo 2021
Autor de correspondencia: gbulalo@unisalle.edu.co
Forma de citar (APA):: Bula, G. y Verdugo, L. (2021). ¿Para qué sirven los metalenguajes? Sobre la interdisciplinariedad, la traducción literaria, y el papel de las humanidades. Revista Filosofía UIS, 20(2), https://doi.org/10.18273/revfil.v20n2-2021003
Resumen: Los metalenguajes —lenguajes que tratan de otros lenguajes— tienen algunas propiedades interesantes. En el esfuerzo de crear lenguajes de segundo orden —tales como lenguajes puente entre dos idiomas o dos disciplinas— se pone de relieve la manera particular que tiene un lenguaje de abordar el mundo, así como su materialidad e historicidad. Esta perspectiva facilita la comprensión de las dificultades que entrañan tanto la colaboración entre disciplinas científicas como la traducción literaria. Un aspecto importante del trabajo en humanidades es la creación de metalenguajes, en el contexto de lo que Heidegger llama el “desocultar”; esto es, el constituir el mundo según cierta ontología —al tener esta constitución un peso ético, o sea, que impacta profundamente la forma de vida de la comunidad que desoculta de esta o esta otra manera—. Si se comprende lo que hacen las humanidades respecto a los lenguajes humanos, se comprende mejor su papel y su importancia en la educación, la forma en que facilitan el diálogo entre disciplinas y entre visiones de mundo, la forma en que empoderan a los individuos y las sociedades para articular nuevas formas de desocultar nuevas respuestas a la antiquísima pregunta filosófica: “¿cómo se debe vivir?”.
Palabras clave: lenguaje, metalenguaje, traducción, interdisciplinariedad, educación, Borges, Heidegger, Wittgenstein.
Abstract: Metalanguages —that is, those that are about other languages— have some interesting properties: in the effort to create second-order languages —such as bridge languages between two mother tongues or between two disciplines— the way in which particular languages approach the world, and their particular materiality and historicity, is foregrounded. This point of view helps us understand the inherent difficulties in both interdisciplinary cooperation and literary translation. An important aspect of work in the humanities is the creation of metalanguages in the context of what Heidgger calls “disclosing”, that is, the constituting of the world according to a certain ontology —which carries a certain ethical weight, in that it profoundly impacts the way of life of a community that discloses in this or that manner—. If the role of the humanities towards human languages is understood, their role and educational importance becomes clear, the humanities facilitate dialogue between disciplines, and between worldviews, and they empower individuals and communities to articulate new ways of disclosing, new ways of answering the age-old philosophical question: how are we to live?
Keywords: language, metalanguage, translation, interdisciplinary work, education, Borges, Heidegger, Wittgenstein.
1. Metalenguaje
¿Qué es el metalenguaje? Es el uso del lenguaje en que hablamos de otro lenguaje —y este par de oraciones son un ejemplo—. Se caracteriza por cierta torpeza en la expresión, la posibilidad de generar paradojas y un carácter abisal, debido a que un metalenguaje puede ser objeto de otro, indefinidamente. Gracias a la función designativa del lenguaje, su capacidad de dar nombre a cualquier cosa —una palabra, una letra, un sentimiento, una manera de hablar— y hacerla objeto de predicación, el metalenguaje es una posibilidad inherente respecto a todo lenguaje. A esto lo llaman los lingüistas la “no-inefabilidad” del lenguaje (Loureda, 2009, p. 322).
Ahora bien, es solo por facilidad en la expresión que, al inicio de este texto, se ha hablado de “el metalenguaje” en singular. Los metalenguajes son múltiples; su multiplicidad está determinada por 1) el lenguaje o lenguajes de base que tratan como objeto —una cosa es una explicación del lenguaje de programación C++, otra una comparación de los dativos en alemán y latín—; 2) el aspecto del lenguaje de base que resalta —una cosa es decir “el lenguaje diplomático es preciso, no da lugar a errores en la expresión” y otra, como Voltaire (citado en Loureda, 2009) “cuando un diplomático dice un ‘sí’ quiere decir un ‘quizás’, cuando dice un ‘quizás’ quiere decir un ‘no’, y si dice un ‘no’, no es un diplomático” —; y 3) la manera en que se habla del lenguaje de base —compárese el ejemplo de Voltaire con decir “los diplomáticos hablan de una forma zalamera”—.
Algunos metalenguajes refieren a más de un lenguaje, sea porque los comparan o porque sirven de puente empobrecido[1] entre hablantes que dominan diferentes lenguas[2], como el “portuñol” o el seaspeak —el inglés simplificado para la comunicación entre barcos en altamar—.
Ahora bien, aun cuando un metalenguaje comparta los grafemas o fonemas del lenguaje que tiene por objeto —cosa que no es indispensable, v.gr., diagramas gramaticales de oraciones, alfabeto fonético, etc.—, se trata de un lenguaje diferente a este último. La lengua no conoce su propio sabor; de hacerlo, sería el único sabor que probaríamos[3]. “El gato está sobre la mesa”, “la palabra ‘gato’ es bisílabo”, y esta oración que cita las dos primeras, están dichas en lenguajes diferentes, con diferentes reglas de operación.
¿Y qué con esto? La primera impresión que da la discusión sobre el metalenguaje es que es una preocupación más bien pedante acerca de un uso inusual y marginal del lenguaje. Ahora bien, atendiendo a la definición de metalenguaje —cuando se habla de otro lenguaje—, vemos que este tiene un papel importante en el trabajo académico. Por una parte, 1) el trabajo en humanidades —en cuanto tiene el discurso por objeto de estudio— tiene como elemento importante la construcción de metalenguajes; por otra, 2) el trabajo interdisciplinar requiere de la construcción de lenguajes puente entre disciplinas. Por ello, vale la pena una reflexión en torno a la naturaleza del metalenguaje.
2. Lenguajes disciplinares y lenguajes-puente
Los miembros de una disciplina científica comparten una visión de mundo y de su propia disciplina, producto de procesos históricos, de debates en la comunidad y de entrenamiento y aculturación de sus miembros (Kuhn, 1996). De este modo, desarrollan un lenguaje particular con determinadas características relativas a ajustarse 1) a su objeto de estudio y 2) a la historicidad contingente de la disciplina. Un ejemplo de lo primero sería el sistema linneano de clasificación de las especies, cuya estructura jerárquica se ajusta mejor a la identificación taxonómica de un ejemplar que el uso de los nombres vulgares —en los que se habla, por ejemplo, del “oso” panda—. Un ejemplo de lo segundo sería la designación de “apatosaurio”, es decir, “lagarto engañoso”, llamado así porque hasta principios del siglo XX se habían confundido sus huesos con los del braquiosaurio.
¿En qué consiste el ajuste entre un lenguaje científico y su objeto? Un aspecto es el siguiente: el lenguaje científico debe ser capaz de hacer tantas distinciones como las que requiere el estudio del fenómeno[4]. Más allá de esto, la naturaleza formal de un lenguaje puede ajustarse mejor a la representación de un fenómeno que una alternativa[5]. En suma, es el objeto de estudio el que determina de qué manera debe realizarse ese ajuste[6]. La indicación metodológica de Aristóteles en Ética a Nicómaco (EN) puede leerse en este sentido:
Se haría una descripción suficiente, si se alcanzara claridad completa en lo que se refiere a la materia subyacente, pues no hay que buscar la precisión por igual en todas las disciplinas, como tampoco tiene que hacerse en los objetos de las artes manuales. Y lo bueno y lo justo, sobre lo que realiza la Política su indagación, presenta muchas diferencias e incertidumbres, de tal manera que parece existir solamente por convención y no por naturaleza. Incluso los bienes contienen una incertidumbre semejante por el hecho de que a muchos les sobrevienen daños como consecuencia de ellos: en efecto, algunos han perecido por culpa de la riqueza y otros de la valentía. Por consiguiente, nos contentaremos con explicar la verdad grosso modo y en bosquejo, ya que hablamos sobre cosas así y partiendo de cosas así; y ya que hablamos sobre cosas generales, y a partir de ellas, contentémonos con obtener deducciones de esta misma clase. Y, claro, es menester que se acepte de esta misma manera cada una de las afirmaciones que hacemos: es propio de un hombre instruido buscar la exactitud en cada género sólo hasta donde lo permite la naturaleza del objeto. Pues el aceptar que un matemático hable para convencer es como pedir demostraciones a un orador. (EN, 1094b)
Ahora bien, por cierto que sea que los fenómenos éticos y políticos no se abordan adecuadamente con el lenguaje matemático (ni viceversa), también lo es que la división del mundo en hechos matemáticos, hechos políticos, hechos biológicos, etc., es un ente de razón. No existen hechos brutos de un tipo u otro. El momento en que Kennedy recibió un balazo podría analizarse, también, y con igual derecho, desde el punto de vista de la medicina o desde la física que rige los proyectiles.
Entonces, se tiene que 1) las disciplinas han desarrollado lenguajes especializados para ver el mundo desde la perspectiva que proporciona cierto saber; y 2) el mundo en sí —de haberlo— se presenta de forma, si se quiere, pre-disciplinar[7]. De aquí se sigue que la multidisciplinariedad —en sentido amplio, y aparte de las distinciones entre lo “trans”, “multi” e “inter”— es, al mismo tiempo, un artefacto de la historicidad de las diferentes disciplinas y una necesidad genuina para abordar problemas complejos, es decir, aquellos problemas cuyo planteamiento no indica claramente a qué rama del saber hay que acudir para resolverlos (por ejemplo “¿Qué fuente de energía debe usar la humanidad cuando se acabe el petróleo?”); aquellos problemas para cuya buena comprensión se requiere acudir a múltiples ramas del saber[8]. En adelante se usará “complejo” en este sentido específico. Encontrar el cuatrillonésimo dígito de pi es un problema difícil, pero no complejo.
Ahora bien, esta multidisciplinariedad implica poner en diálogo dos lenguajes necesariamente diferentes, que destacan diferentes aspectos de los fenómenos, que categorizan diferente y tienen diferentes grados de granularidad. Esto implica, a su vez, diversos riesgos al diálogo entre disciplinas, que incluyen: I) la total incomprensión, —por ejemplo, en tomos sobre el problema de la evolución, esta total incomprensión se manifiesta en el hecho de que los capítulos biológico y teológico, como un par de extraños en el metro, están lado a lado pero no se hablan—; II) la absorción de una disciplina por parte de otra —el saber psicológico, por ejemplo, queda pobremente expresado en un lenguaje completamente neurológico—; III) la confusión en que no se sabe a qué lenguaje pertenece un concepto —por ejemplo, si se habla de “cognición” en sentido psicológico o fenomenológico—; IV) el empobrecimiento, la simplificación del lenguaje a un “mínimo denominador común” en el que todas las disciplinas en diálogo se ven igualmente caricaturizadas. Estos fallos se pueden mezclar entre sí, como es común en los yerros —se puede ahumar el arroz y al mismo tiempo dejarlo crudo—.
Por lo tanto, el abordaje de problemas complejos exige la creación de lenguajes-puente que sean capaces de hacer inteligibles entre sí a varios lenguajes científicos en lo que hace al problema complejo que se está abordando[9], sin perder la granularidad y precisión que aporta cada disciplina, manteniendo la especificidad de los lenguajes disciplinares. Un ejemplo de estos lenguajes-puente ha sido, a menudo, la cibernética (Bowker, 1993, p. 115).
La tarea de crear lenguajes puente entre disciplinas no es un mero empatar convenciones (v.gr., “lo que en el lenguaje A se dice X, en el lenguaje B se dice Y”), pues los diferentes lenguajes especializados tienen estructuras diferentes, orientadas al estudio de diferentes fenómenos. Tienen, también, historicidades diversas. Esta tarea implica, más bien, 1) la búsqueda de invarianza sistémica entre los sistemas estudiados por las diversas disciplinas, para las cuales se quiere crear un lenguaje-puente. Dicho de otro modo, implica la búsqueda de similitudes en la operación de diferentes fenómenos que van más allá de la analogía y son susceptibles de una misma formalización a un cierto grado de abstracción[10]. Implica también 2) la creación de nuevos conceptos, que describan, dentro de una visión de mundo, los conceptos de otra visión de mundo —¿qué es, desde el punto de vista de la fenomenología, la pulsión de muerte freudiana, la idea platónica? ¿Puede entenderse estadísticamente la noción marxista de clase?—; y 3) la demarcación de límites entre los lenguajes, la identificación de conceptos que no son susceptibles de traducción y que deben tratarse, por lo tanto, como préstamos lingüísticos de una lengua a otra.
Una vez realizada esta tarea de creación de metalenguajes, el resultado no será un mero puente entre una disciplina y otra, sino que se habrán aportado contenidos nuevos. En efecto, y como ilustra el caso de la estereoscopía en la visión humana, de la comparación de dos fuentes de información A y B se obtiene un dato nuevo, C, relativo a la diferencia entre A y B[11].
3. La materialidad del lenguaje
La materialidad de un lenguaje o sistema de representación —por ejemplo, el hecho de que una gráfica cartesiana bidimensional sea más inteligible que una tridimensional—, los detalles particulares de su estructura formal —por ejemplo, el hecho de que el alemán ponga el verbo al final de la oración en muchos casos—, las decisiones arbitrarias que debe tomar todo lenguaje —que la luna sea femenina en español y masculina en alemán; que en español cierto tiempo verbal haya que construirlo con largos e incómodos "andos" y "endos" que sirven de ladrillos de construcción para rimas mediocres—; todo esto, en fin, cualifica la manera en que un lenguaje dice alguna cosa.
Todo lenguaje tiene la capacidad de dar nombre a cualquier fenómeno, palabra, idea o cosa en el sentido más amplio del término —la ya mencionada no-inefabilidad—. Por ello, todo contenido está disponible a todo lenguaje. Sin embargo, los lenguajes están hechos de decisiones arbitrarias sobre su materialidad, su estructura formal, sus convenciones y maneras de dar cuenta del mundo —por ejemplo, en muchas lenguas el futuro está adelante, pero en la lengua Aymara está atrás, y el pasado adelante: después de todo, el futuro no lo vemos, y el pasado sí[12]—. Estas decisiones, así como la ya mencionada historicidad del lenguaje, cualifican la manera en que un lenguaje en particular habla de alguna cosa.
La edición francesa del famoso libro de Austin Cómo hacer cosas con palabras (How to do things with words) tiene por título: Quand dire ce faire (1991). Al respecto, tres reflexiones: I) hubo que variar la literalidad del título, necesariamente, porque decir "Comment faire des choses avec des mots" es excesivamente torpe; II) el nuevo título tiene una frescura y un aire de claridad intuitiva, cartesiana, que hace falta del todo en el título original —que no podría tenerlo "When saying is doing", pues suena trivial y soso—; y III) esta frescura hay que atribuirla, por lo menos en parte, al lenguaje en el que se dice, a su materialidad.
Entonces, el sentido que traen consigo las palabras en un lenguaje determinado tiene dos ingredientes: 1) el contenido mismo, aquello que se podría decir igualmente bien en español, francés o "mentalés"; y 2) un resto que es artefacto del lenguaje en particular en que se transmite este contenido, un aura, un color particular de lo dicho: "Ich liebe dich" es sincero, "je t'aime" es sensual, "I love you" es cursi. Este resto se debe a la materialidad propia de cada lenguaje.
Somos conscientes de la distorsión que el lenguaje produce sobre los contenidos, por lo que hay una tensión implícita en el hablar, entre lo que decimos y lo que querríamos decir; o mejor, entre cómo decimos y cómo querríamos decir. Nunca contamos un sueño como lo vivimos al soñarlo. Nunca estamos seguros de haber expresado adecuadamente un sentimiento complejo. Puede que una traducción sea más bella que el original, pero lo que nunca puede lograr un traductor es que su traducción cargue con todos los matices del original.
De todo esto hay dos conclusiones: 1) la naturaleza misma del lenguaje nos obliga a luchar contra la tensión entre lo que se quiere decir y lo que se dice. Hay que formular de varias maneras, hay que ensayar diversos lenguajes; la metáfora no es un decorado al habla, sino un componente esencial. 2) Esta tensión también es explotable. Del resto de sentido que producen accidentalmente los lenguajes se pueden sacar, explotar y utilizar nuevas dimensiones de sentido, que fertilicen el habla —la palabra "chicharrón" puede evocar las palabras “chicha” y “ron”, pero "pork rinds" no evoca ni lo uno ni lo otro—. De aquí se sigue que el hablar no es claramente distinguible del pensar.
4. Traducción literaria y metalenguaje
La traducción literaria puede ser vista como un caso específico de la materialidad del lenguaje y “lugar” donde emergen metalenguajes. El traductor se pregunta qué es lo que pretende el original y cómo lograrlo de un nuevo modo, pero no sin dificultades, pues, en general, toda traducción genera interrogantes y paradojas: ser literal o no ser literal, esa suele ser la cuestión.
En el quehacer de la traducción entran en tensión la fidelidad al espíritu del texto con el respeto a su literalidad, cosas que no son necesariamente lo mismo. Borges tiene varios ejemplos. Uno cercano al “día a día”: “en inglés decimos «Good Morning», y en español decimos «Buenos días» («Good days»). Si «Good Morning» se tradujera por «Buena mañana», nos parecería una traducción literal, pero difícilmente una traducción fiel” (Borges, 2001, p. 85).
Pero cierta “magia” del lenguaje, de la poesía, entendida como un metalenguaje —si se puede entender así, o al menos como una forma muy particular de crear belleza con el lenguaje—, e incluso cierta particularidad de la traducción poética es que el lenguaje es un juego que no agota el sentido, sino que lo forma y lo transforma. Pues si bien una traducción literal puede no ser fiel, ello no quiere decir que no pueda producir belleza. Sentiríamos algo muy extraño y feo si al acercarnos a una Biblia encontráramos que uno de los libros del antiguo testamento se llama algo así como “la mayor canción” o “el mejor cantar”. No, “Cantar de los cantares” o “Songs of songs” es la bella traducción literal del hebreo, idioma que no cuenta con superlativos (Borges, 2001, p. 86).
En el polo opuesto está la literalidad que causa sorpresa, al punto de hacernos sentir algo extraño y disonante.
Matthew Arnold señaló que, cuando traducimos literalmente un texto, se crean falsos énfasis. No sé si tuvo en cuenta la traducción de Las mil y una noches del capitán Burton; quizá le llegó demasiado tarde. Burton traduce Quitab alif laila wa laila por Book of the Thousand Nights and a Night («Libro de las mil noches y una noche») en lugar de Book of the Thousand and One Nights. Esa traducción es literal. Es fiel al árabe palabra por palabra. Pero es inexacta en el sentido de que las palabras «libro de las mil noches y una noche» son una forma común en árabe, mientras que a nosotros nos provocan una ligera impresión de sorpresa. Y esto, evidentemente, no lo pretendía el original. (Borges, 2001, p. 85)
Una traducción puede llegar a ser más bella que el original, pero siempre estará en deuda con este. Respecto a La noche oscura del alma de San Juan de la Cruz, Borges piensa que el verso original en español “estando ya mi casa sosegada” es torpe y que, desde el punto de vista de la literatura, es mejor la traducción al inglés de Roy Campbell: “when all the house was hushed”, pues “all” genera una sensación de espacio y “hushed” parace ofrecernos “la verdadera música del silencio” (Borges, 2001, p. 79).
Sin embargo, lo que Borges dice inmediatamente es que, aunque una traducción no sea inferior al original, aunque incluso sea superior en ciertos aspectos, siempre percibiremos una diferencia a favor del original. En La noche oscura del alma estamos oyendo, dice Borges, como por casualidad, las palabras exactas de un hombre que ha alcanzado la experiencia más elevada de la que sea capaz el alma de un hombre: la unión mística con su dios. Y esta experiencia inefable “tenía que comunicarla de alguna manera por metáforas” (Borges, 2001, p. 83). Es como si Borges dijera que no había más palabras y que precisamente San Juan de la Cruz escogió las mejores. De hecho, es como si Borges dijera que es una alegría que nosotros podamos estar aquí escuchando dichas palabras “como por casualidad”. Aquí nos topamos con un elemento nuevo: el contexto en el que aparecen las palabras.
Dichas circunstancias son, obviamente, irrepetibles. ¿Significa que la tarea del traductor es vana? No. Walter Benjamin, traductor y teórico de la traducción, señala que una obra sobrevive en sus posibles traducciones y les otorga un criterio de traducibilidad. La traducción se sitúa en una tensión entre fidelidad y libertad. Ciertamente, el traductor tiene el deber de respetar el texto original y su estructura y de dejarse llevar por la fuerza del idioma extranjero, pero debe ir más allá de meramente transmitir un mensaje. La tarea del traductor se hace importante si se entiende que la traducción es una adaptación que, más allá de precisar fidelidad ante un original, más allá de descifrar y cifrar un mensaje, se toma la libertad de completar el original al ver en él los elementos de una especie de lenguaje puro que sitúa la experiencia casi indecible de lo humano[13]. Toda traducción es una adaptación que exige libertad:
la libertad se hace patente en el idioma propio, por amor del lenguaje puro. La misión del traductor es rescatar ese lenguaje puro confinado en el idioma extranjero, para el idioma propio, y liberar el lenguaje preso en la obra al nacer la adaptación. (Benjamin, 2001, p. 86)
Benjamin se está refiriendo aquí a un lenguaje superior, a un lenguaje puro al que harían referencia y del que harían parte, como completándose, el idioma extranjero (el del texto original) y el idioma propio (el del traductor). Un supuesto aquí es que incluso la “obra original” no es tal. El idioma extranjero guarda en sí mismo un lenguaje por liberar.
¿En qué consiste este lenguaje que se debe liberar? Una traducción literal puede fracasar si se muestra más comprometida con una correspondencia uno a uno, con el idioma del original, que con reconstruir la experiencia vital que este original produce. Es este afecto, esta experiencia vital —inefable, expresable únicamente en traducción— la que consigue transmitir una buena traducción. Deleuze (2004) explica que, bajo la perspectiva de los afectos, un caballo de tiro puede ser más similar a un buey que a un caballo de carreras (p. 151). En este mismo sentido, la enormemente exitosa traducción de los Rubaiyat que hizo Edward Fitzgerald (2016) en 1859 —y que aún se edita— modifica enormemente la literalidad del texto de Khayyam, al punto de incluir alusiones cristianas, insospechables para el autor persa. Esta traducción puede llegar a ser, en términos de su capacidad de producir afectos, más similar que alguna traducción filológicamente correcta y con treinta páginas de notas del traductor: better a live sparrow than a dead eagle, mejor un pichón vivo que un águila muerta, como diría el mismo Fitzgerald (Mashhady, 2012).
Con este excurso sobre la traducción literaria se tiene un primer acercamiento al problema del metalenguaje en relación con las humanidades. El trabajo del metalenguaje no es necesariamente un asunto mecánico y gramatical, sino que puede ser creativo en un sentido específico. Argumentaremos que la traducción puede ser una instancia del desocultar, de abrir nuevos mundos, entendiendo estos términos heideggerianos como una actividad que, si bien no es cotidiana, sí está disponible a quien, mediante la poesía o la acción en el mundo, cambia la manera en que el mundo le es dado a una comunidad[14]. Los metalenguajes, la creación de lenguajes puente y el trabajo interdisciplinar no son secas tablas de correspondencias uno a uno.
5. El trabajo en humanidades como creación de metalenguajes
Decir que el asunto de las humanidades es lo humano es decir bien poco, pues la administración de empresas, las estadísticas de población y la econometría también tratan exclusivamente de lo humano. Quizás se puede enmendar esta perogrullada diciendo que las humanidades tratan de lo esencialmente humano. En su Carta sobre el humanismo, Martin Heidegger (2013) dice que lo esencial al hombre es su capacidad de desocultar el ser, esto es, su capacidad de abrir nuevos mundos[15], de constituir y dar sentido al mundo de diversas maneras. Un buen ejemplo es la manera específicamente moderna de ver el mundo. Para nosotros —y no para un europeo medieval, un griego antiguo o un azteca— el mundo se aparece como dispuesto a ser gnoseológica y técnicamente controlado; lo primero, a través de modelos matemáticos que abstraen y anticipan el comportamiento de las cosas; lo segundo, a través de una mirada en la que cada cosa aparece como disponible para ser emplazada, puesta a trabajar, hecha parte de una cadena de producción (Heidegger, 2007). Esta manera de desocultar el mundo es un producto histórico en el que participaron personas como Francis Bacon, René Descartes y Henry Ford. Este desocultar no es un mero “saber más del mundo”, pues todo desocultar implica un ocultar. El amanecer de la ciencia y la técnica modernas coincide con el ocaso del mundo medieval, regido con criterio moral y escatológico por un Dios providente.
Otras especialidades —las ingenierías, la física, la química— se ocupan de los objetos de la ciencia y técnica moderna, pero las humanidades son competentes para ocuparse de la manera de desocultar el mundo que subyace a esta ciencia y técnica moderna. Más en general, diríamos que el asunto de las humanidades es el desocultar —lo que Heidegger llama lo poético—, más que una región particular de lo desocultado.
El lenguaje, dice Heidegger (2013), es la casa del ser; es decir que los mundos que abren los hombres se abren en y por el lenguaje[16]. Si esto es cierto, el trabajo de las humanidades, el estudio del desocultar en sí, es de suyo un trabajo metalingüístico. La crítica literaria, por ejemplo, sería el estudio de cómo una obra literaria abre mundos a través del lenguaje. Y la crítica misma, en esta labor, también está tomando parte en la articulación y creación de mundos. La labor de las humanidades no sería lidiar con esta u otra región del ser, de acuerdo a una manera determinada de desocultar el mundo, sino la exploración de nuevas maneras de desocultar.
Dicho de otro modo, las humanidades no tendrían por trabajo, en esencia, proporcionar medios para nuestros fines, sino cuestionar, articular y reformular nuestros fines; pensar la antiquísima pregunta ¿cómo se debe vivir?[17]. Las humanidades no tendrían por trabajo estudiar el mundo tal como se nos presenta, a nuestra manera de desocultar, sino pensar cómo podría desocultarse. De aquí la posición ambigua que tienen las humanidades en nuestra cultura, en la que se consideran a la vez inútiles e importantes.
Ahora bien, a menudo se piensa que existe o que debería existir un antagonismo entre las humanidades y ciertas ciencias que se tienen por útiles y serias, como la economía. Esta es una falsa dicotomía. En Sobre Ética y economía, por ejemplo, Amartya Sen (2001) recuerda que la Economía surge históricamente como una rama de la ética y que, para llevarse a cabo con seriedad, debe volver a estas raíces. En Sen, vemos en acción el trabajo de construcción de lenguajes puente. La pregunta “¿cómo se debe vivir?” es una pregunta con una cara administrativa que requiere de elementos técnicos, pero, sobre todo, es una pregunta que tiene una cara ética y política rectora: cómo se debe vivir si queremos vivir bien y qué entendemos por vivir bien.
De la comprensión de que las humanidades se preguntan por los fines y horizontes últimos, se tiene también una explicación más radical del por qué las consideraciones éticas y políticas no aspiran a la exactitud de las matemáticas, como indica Aristóteles. La exactitud es propia de una manera particular de desocultar y no del discurso que se ubica entre, sobre o detrás de estas maneras de desocultar. De aquí, por último, se añade una claridad respecto al papel de las humanidades en la academia, como constructoras de visiones de mundo: no es accidental que en tiempos de crisis científica y cambios de paradigma el discurso científico se torne filosófico[18].
¿Qué hay de nuestro propio tiempo de crisis? ¿Nos hace falta el cultivo de la creación de metalenguajes, de habilidades de desocultación?[19]. En las dos secciones siguientes se discutirá la educación en humanidades desde el punto de vista de la importancia de la creación de metalenguajes.
6. El carácter educativo y político del metalenguaje
Ahora bien, si el trabajo en humanidades se presenta como creación de metalenguajes, es válido referirnos al papel que las humanidades deberían tener en la escuela. Teóricos que creen en la capacidad transformadora de la escuela como Henry Giroux (1986), insisten en que una práctica de resistencia activa ha de poder vincular una perspectiva de aula con un punto de vista amplio, que dé sentido ético, político y social a la acción educativa cotidiana. Esta perspectiva amplia puede considerarse precisamente como un metalenguaje y apunta a la pregunta ética y política que toda sociedad debe hacerse: ¿cómo se debe vivir?
Pero ¿qué sería propiamente la resistencia activa? Sería aquella práctica que 1) revela el denominado “currículum oculto”[20] de la escuela, es decir, la manera como la educación reproduce las lógicas del poder hegemónico en detrimento de la diferencia —otras formas de pensar, de ser y de sentir—; y que 2) insiste en el agenciamiento. El agenciamiento es entendido aquí como la acción humana activa, espontánea y creadora de sentido. Insistir en el agenciamiento es fundamental si se quiere transformar la sociedad en la que se vive y no simplemente si se desea encajar en ella o únicamente criticarla. Es aquí donde aparece con fuerza la noción de resistencia, relacionada con la sensibilidad humana y su capacidad para imaginar, construirse subjetivamente y producir cultura. De esta manera, el desocultar, que es propio de los metalenguajes, adquiere un carácter político. Junto a la búsqueda de contradicciones en el funcionamiento de las instituciones escolares, son la capacidad de dar valor a la actividad de los individuos y los colectivos y la capacidad de producir sentido y cultura las que permiten analizar el poder como resistencia activa y no solo como dominación, pues “el concepto de resistencia debe tener una función reveladora que contenga una crítica de la dominación y provea oportunidades teóricas para la auto-reflexión (self-reflection) y lucha en el interés de la emancipación propia y social” (Giroux, 1986, p. 34).
Para esto, la escuela debe diferenciar entre medios y fines, y qué tipos de saberes se preguntan por lo primero o por lo segundo. La distinción que Giroux realiza entre microobjetivos y macroobjetivos, conocimiento productivo y conocimiento directivo, junto a la imperiosa necesidad de vincularlos, ayuda a la comprensión y es análoga a la diferencia entre un lenguaje y un metalenguaje, entre ocuparse de una región del ser de acuerdo a una manera determinada de desocultar el mundo, y ocuparse de la exploración de nuevas maneras de desocultar.
Los microobjetivos se refieren a las metas necesarias para adquirir determinado conocimiento disciplinar o procedimental. En suma, en la escuela pueden entenderse como los objetivos de una asignatura. Por su parte, los macroobjetivos buscan “diferenciar entre conocimiento directivo y conocimiento productivo, hacer explícito el currículum oculto y ayudar a los estudiantes a desarrollar una conciencia crítica y política” (Giroux, 1990, p. 6). Esto ha de ser un trabajo interdisciplinar, pues así como se decía antes que la división del mundo en hechos matemáticos, hechos políticos, etc., es un ente de razón, la división de los saberes en educación es arbitraria y en muchos casos reduccionista.
El conocimiento productivo es procedimental y, de cierta manera, puede decirse que está relacionado con los microobjetivos, pues atiende más a la pregunta por el qué y el cómo de la actividad. Sin duda, el conocimiento productivo es un conocimiento útil, en tanto que ayuda al avance de la ciencia y la tecnología. Se encarga de utilizar los medios necesarios que contribuirán en la producción de bienes materiales y servicios (Giroux, 1990). No obstante, este tipo de conocimiento debe ser limitado y requiere, para su sana aplicación, la guía del conocimiento directivo. Este último, dice Giroux, se encarga de pensar la relación entre fines y medios y es
una modalidad filosófica de investigación en la cual los estudiantes se preguntan por la finalidad de lo que están aprendiendo. Es un conocimiento que cuestiona el conocimiento productivo que en este momento está a punto de ser utilizado. El conocimiento directivo formula las más importantes cuestiones al tratar de mejorar la calidad de vida; en efecto, su pregunta fundamental es: ¿con qué finalidad? (Giroux, 1990, p. 7)
Lo anterior es fundamental para que el estudiante y el profesor comprendan el papel social y político de la educación. Las experiencias sociales que le son propias, su visión de mundo y la evaluación que realiza a lo que aprende en la escuela, son determinantes para que estudiantes y profesores reconozcan el lugar o marco de referencia en el que se sitúan.
La importancia de que los estudiantes se hagan conscientes de su propio marco de referencia se acrecienta cuando este último está informado por un modo de razonar que ayuda a los estudiantes en cuestión a relacionar lo personal con lo social; en otras palabras, cuando el marco de referencia está informado por una epistemología que contribuye a que los estudiantes reconozcan la naturaleza social, y en este sentido política, del pensamiento y de la acción. El supuesto subyacente a esta posición es que el conocimiento es un fenómeno político social que se estudia mejor examinando la red de conexiones en que aparece inmerso. Esta posición exige la utilización de una metodología que ponga de relieve la conexión entre valores y hechos, y, por otra parte, que se perciba el conocimiento tratando de establecer sus nexos causales, es decir, la red o relaciones que lo hacen significativo. (Giroux, 1990, p. 9)
Las artes y las humanidades pueden contribuir a la construcción de ese marco de referencia, a la comprensión de los nexos causales que, como fuerzas, rodean y determinan al individuo y a las sociedades[21]. Es en ese sentido que las artes y las humanidades crean metalenguajes. Dicha comprensión puede hacer de ellos, individuos y colectivos, sistemas dinámicos y saludables. En suma, se trata de que las artes y las humanidades ayuden a empoderar a los miembros de una sociedad a imaginar y articular la clase de vida que quieren llevar. El carácter político de la resistencia activa no tiene un signo ideológico particular; se trata de la búsqueda de nuevas formas de significar el mundo, de ser y de estar en él individual y colectivamente.
7. Humanidades como cultivo de metalenguajes
La “crisis silenciosa” de la que habla Martha Nussbaum en Sin fines de lucro (2010) es la de una sociedad que ha descuidado la educación en artes y humanidades a favor de la rentabilidad a corto plazo. Es una crisis en la creación de metalenguajes que conectan personas, culturas y comunidades científicas. En suma, hay una pérdida de diversidad y diálogo de la diversidad.
Dice Nussbaum (2010) que los especialistas en educación para el crecimiento económico tienen miedo de las disciplinas artísticas y humanísticas (p. 42). Y es que el metalenguaje, al crear un mundo, revela una verdad que puede ser incómoda, un “darse cuenta de”. Las artes nos brindan muchos ejemplos. Shakespeare plantea en Hamlet algo así como un metalenguaje, una obra dentro de la obra. En esta representación dentro de otra representación se nos cuenta y se le cuenta a Claudio una verdad: ¡ya sé que has conspirado para asesinar al Rey, a mi padre! Es conocida la manera en que las habilidades artísticas permiten a las personas manifestarse frente a la realidad y recrearla, así como experimentar, imaginar, comprender las circunstancias de otras personas, épocas y pueblos.
Con las artes y las humanidades se cultiva la habilidad de crear metalenguajes. Sí, contribuyen a la construcción de una ciudadanía democrática (Nussbaum, 2010), pero su utilidad es más amplia. Más allá de que las artes y las humanidades puedan ayudar a formar los ciudadanos de un Estado, se trata de que esos ciudadanos puedan interpelar discursos e inventar maneras de desocultar el ser en un mundo en el que vivimos con otros. La sociedad, como cualquier sistema adaptativo, no solo debe cuidar de su aquí-y-ahora, de sus microobjetivos y saberes productivos. En un entorno cambiante, es necesario saber inventarse nuevas maneras de vivir[22].
La democracia, bien entendida, tendría que trascender la decisión sobre cuestiones operativas y abordar el tema de la creación de modos de vida. Si el ejercicio democrático no aborda seria y radicalmente la pregunta por cómo se debe vivir (que, tomada radicalmente, incluye la manera en que se ha de desocultar el mundo), sino que está circunscrito a cierta manera predeterminada de vivir y de desocultar, quizás sería mejor dejar el proceso de selección de directivos a algún procedimiento tecnocrático, que seleccione de forma más eficiente y acertada a gerentes competentes que maximicen los ingresos y reduzcan los costos.
8. Conclusiones
Si se entiende por “el lenguaje” una cosa estática y definida por sus reglas formales de operación, entonces el metalenguaje —el discurso sobre el lenguaje— es algo tan estático y aburrido como la explicitación de las leyes gramaticales. Si, por el contrario, se entiende que el lenguaje es algo vivo y esencial, que en el lenguaje se hace manifiesta la capacidad poética del hombre y su poder ontológico de abrir nuevos mundos, entonces se ve claramente cómo el trabajo del metalenguaje participa de esta misma capacidad poética. Se ve, por ejemplo, que la traducción no es un asunto mecánico. De este modo se esclarece el particular aporte de las humanidades y la particular habilidad que tienen los humanistas para el trabajo interdisciplinar. Además, se ve claro el papel político que juegan las humanidades en la educación, como empoderadoras, pues dan herramientas a los ciudadanos y futuros ciudadanos para que articulen y agencien sus propias maneras de desocultar el mundo, sus propias respuestas a la pregunta ¿cómo se debe vivir?
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Notas
Notas de autor
Colombiano. Magíster en Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana. Doctor en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional, y profesor asociado de la Universidad de la Salle, Colombia.
Información adicional
Forma
de citar (APA):: Bula, G. y Verdugo, L. (2021). ¿Para qué sirven los metalenguajes? Sobre
la interdisciplinariedad, la traducción literaria, y el papel de las
humanidades. Revista Filosofía UIS, 20(2),
https://doi.org/10.18273/revfil.v20n2-2021003