Traducción

Maquiavelo. Del 22 de junio de 1927. Carl Schmitt

Machiavelli. From June 22, 1927 Carl Schmitt

Revista Filosofía UIS

Universidad Industrial de Santander, Colombia

ISSN: 1692-2484

ISSN-e: 2145-8529

Periodicidad: Semestral

vol. 20, núm. 2, 2021

revistafilosofia@uis.edu.co

Recepción: 08 Marzo 2021

Aprobación: 18 Marzo 2021



DOI: https://doi.org/10.18273/revfil.v20n2-2021015

Autor de correspondencia: yuri.notturni@mail.udp.cl

Formad de citar (APA): Schmitt, C. (2021). Traducción. Maquiavelo. Del 22 de junio de 1927 (Y. Notturni, trad.). Revista Filosofía UIS, 20(2), https://doi.org/10.18273/revfil.v20n2-2021015

Resumen: Traducción del articulo de Carl Schmitt Macchiavelli. Zum 22 Juni 1927, publicado el 21 junio del año 1927 en el periódico Kölnische Volkszeitung y posteriormente en C. Schmitt, Staat, Großraum, Nomos. Arbeiten aus den Jahren 1916-1969, Duncker & Humblot, Berlin 1995, pp. 102-105.

Abstract: Translation of the Carl Schmitt's essay: Macchiavelli. Zum 22 Juni 1927 pubblished the 21st of June 1927 in Kölnische Volkszeitung and later in C. Schmitt, Staat, Großraum, Nomos. Arbeiten aus den Jahren 1916-1969, Duncker & Humblot, Berlin 1995, pp. 102-105.

1. Introducción a la traducción

En conmemoración de los cuatrocientos años de la muerte de Nicolás Maquiavelo, Carl Schmitt publicó un artículo en el periódico católico Kölnische Volkszeitung, titulado Machiavelli. Zum 21 Juni 1927. En este breve artículo —caracterizado por un estilo claro y sencillo, apto incluso para lectores no especializados— el jurista y filósofo renano intervino en el largo debate acerca de la recepción del pensamiento de Maquiavelo. Después de una concisa reconstrucción de las principales lecturas e interpretaciones que se originaron a lo largo de los últimos cuatro siglos, ofreció un análisis de las motivaciones que fundamentan la popularidad que —para bien o para mal— aún sigue suscitando su legado histórico y filosófico. Acerca de la obra de Maquiavelo, tal como Schmitt evidenciaba en el íncipit del ensayo, se ha producido una vasta literatura dividida entre admiradores y críticos. Dos frentes interpretativos constituidos tanto por quienes se entusiasman con solo escuchar su nombre como por aquellos que no dudan en considerarlo un “monstruo inmoral” debido a sus consejos y máximas políticas. Esta ambivalencia se reflejó en la fluctuante fortuna que tuvo su pensamiento a través de la época moderna y contemporánea, pasando por la valoración durante los siglos del absolutismo monárquico y el silencio y rechazo de la ilustración, hasta el uso sistemático durante el proceso de unificación nacional alemán e italiano. Estos altibajos, como Schmitt destacaba, demuestran fácilmente cómo el autor de El Príncipe pareciera poseer una “fuerza simbólica” difícilmente identificable en otros pensadores coevos y plenamente perceptible cuando se renuevan las discusiones sobre temas relevantes para el político, como la razón del estado y la ética pública, ámbitos donde la presunta inmoralidad de este intérprete de la modernidad se revela como lo que es realmente: una forma de realismo político que responde a las necesidades de una época nueva mediante una óptica orientada hacia el presente. Este es un enfoque concreto, sin moralismos o sentimentalismos, basado en la necesidad de elaborar nuevas técnicas para un mundo en profunda y veloz transformación. Es por esta razón que la fuente de la celebridad de Maquiavelo no procede tanto de los cargos que desempeñó en su ciudad natal, ni de sus obras póstumas —que en cuanto a profundidad o sistematicidad no pueden ser paragonadas a los clásicos del pasado—, sino desde su capacidad de tener una “mirada constantemente dirigida [hacia] la realidad”. Según Schmitt, esta disposición constituye la verdadera originalidad de este (des)afortunado pensador florentino, es decir: una forma pragmática de interpretar la realidad que intentó ofrecer, sin miedo ni hipocresía, soluciones posibles a los desafíos de un momento histórico de tumultos y tensiones, donde la “inquebrantable fuerza de lo político” reaparecía con toda su fuerza.

2. Maquiavelo. Del 22 de junio de 1927

¿Sobre qué se funda la fama de este nombre? De hecho, sería absurdo limitarse a considerarlo solamente famoso y negarle su verdadera gloria. Los cuatro siglos que han transcurrido desde la muerte de Maquiavelo están atravesados por acaloradas discusiones que se renuevan constantemente acerca del maquiavelismo. Cuando se habla de razón de estado, de ética pública o de la relación entre derecho y poder, se puede percibir su nombre. Bajo la voz “Anti-Maquiavelo”, una vasta literatura lo describe como un monstruo inmoral; una literatura igualmente vasta lo defiende y se entusiasma con él. Cada vez que una nueva idea política ha proporcionado nuevas energías a la vida estatal y que la inquebrantable fuerza de lo político ha regresado a mostrarse, reaparece también la imagen de este florentino.

Durante el curso del siglo XVII, Maquiavelo acompañó la victoria de los soberanos absolutos. Cuando en el siglo XVIII, después de una ilustración moralizante y un libre pensamiento que había asumido comportamientos fuertemente anti-maquiavélicos, se manifestaron en Alemania el sentido político y la conciencia nacional, juntos por primera vez, Maquiavelo fue redescubierto por Hegel y Fichte. En la generación sucesiva donde el fin político era la unificación nacional de Alemania y de Italia, los históricos alemanes e italianos lo celebraron como el héroe de la unificación nacional y de una [particular] energía política y potencia del Estado. Aún hoy, este nombre posee una fuerza simbólica. La propaganda universal de la [primera] guerra mundial determinó una rebelión moral en contra del maquiavelismo de la política alemana. Mussolini, el más convencido enemigo del liberalismo disgregador del Estado, en 1924, durante su laurea en Bolonia, presentó una relación sobre Maquiavelo. Ahora, en 1927 en Alemania, Herman Hefele en una excelente introducción a una selección de escritos de Maquiavelo ha restablecido nuevamente los derechos civiles del político en contra de los económicos.

Ninguno de los numerosos escritores políticos y teóricos del Estado ha tenido un éxito comparable al de Maquiavelo. Sin embargo, no fue un gran estatista ni teórico. Su actividad política al servicio de Florencia no tuvo una eficacia particular. En los asuntos que desarrolló por su ciudad natal como secretario de la Cancillería del Estado, o como miembro de algunas representaciones diplomáticas en Francia y Alemania, no desempeñó nunca una posición influyente o determinante. Escribió sobre muchas relaciones interesantes, pero no ha podido incidir mínimamente sobre el hecho que en aquella época la política exterior de Florencia era precisamente débil y mezquina.

En política interna siempre asumió posiciones desafortunadas. En el 1513, cuando los sucumbieron democráticos, a los que él pertenecía, fue decidido también su destino personal. El partido victorioso de los Medici lo envió a prisión, lo torturó y, finalmente, lo liberó porque no era bastante importante desde el punto de vista político. Transcurrió así los últimos catorce años de su vida en el campo en una pequeña casa en la calle que une Florencia con Roma, dedicándose a las actividades de un terrateniente y portándose como un pobre diablo que inútilmente intentaba de recomenzar su carrera política. Esta es la condición en que nacieron los dos escritos políticos que lo hicieron célebre en todo el mundo: los Discursos sobre la primera década de Tito Livio y el libro sobre los principados, el Príncipe, ambos publicados después de su muerte. En su vida no hubo nada de brillante o, para expresarse de forma más grandilocuente, de heroico.

Sus obras históricas de técnica militar y de literatura son conocidas, aún hoy día, sobre todo gracias a la fama del autor de El Príncipe. Sin embargo, este pequeño escrito, que representa la verdadera razón de su celebridad, no impresiona particularmente. Posee muy poco de lo que hizo famosos a otros pensadores políticos: no tiene la profundidad y la nobleza de los diálogos platónicos, ni la doctrina sistemática de los libros de Aristóteles. No constituye tampoco un gran documento de conversión religiosa del pensamiento político, como la Civitas Dei de San Agustín. En él no se encuentra algo excepcional, clamoroso o genial y tampoco hay una recopilación erudita, como una nueva teoría del Estado o una nueva filosofía de la historia. Es considerado particularmente inmoral a causa de algunos pasajes sobre la necesidad política de violar los tratados y simular una actitud devota. Sin embargo, esta inmoralidad no es ostentada ni exhibe ninguna pretensión de intervención en el campo moral, sino permanece sobria y modesta y no tiene el carácter entusiástico o profético del inmoralismo de Nietzsche. El contenido de los dos tratados políticos, los Discursos y el Príncipe, consiste en consejos y recetas políticas que son obtenidas y explicadas por medio de ejemplos históricos. Según el método humanístico, la antigüedad desempeña un papel fundamental en que principalmente la historia romana proporciona los ejemplos; sin embargo, también se toma en consideración la historia italiana de los siglos XV y XVI. El interés es exclusivamente práctico-político y completamente dirigido hacia el presente. Hoy, esta manera de utilizar la historia se ha hecho desconocida; no obstante, sería quizás más instructivo reconsiderar profunda y completamente solo algunos casos ejemplares, más que acumular grandes cantidades de material histórico sobre el cual condensarán como nubes algunas generalizaciones de carácter sociológico.

Para Maquiavelo, la historia representa una mina de máximas políticas útiles. Únicamente se cuestiona la situación política concreta y la forma políticamente correcta de enfrentarla. Se explican así las numerosas inmoralidades, en particular, en el espíritu de los principados. Aquí, de hecho, Maquiavelo habla, sobre todo, del príncipe nuovo, es decir, de un soberano que no ha adquirido su poder a través de una sucesión hereditaria y pacífica, sino que se ha apoderado de ella solamente con sus fuerzas y, entonces, puede mantenerse en el poder a través de medidas diferentes y más violentas respecto a aquellas de una dinastía reconocida y consolidada en sus propias posesiones. Esto es evidente, así como es evidente que una dinastía que regresa al trono gracias a un proceso de restauración no puede confiar en las mismas medidas con que había gobernado en precedencia; para defender la nueva posición necesita una mayor habilidad, mayor capacidad de adaptación, mayor cautela y, probablemente, mayor brutalidad. Estas simples verdades políticas no tienen que indignar a ningún observador político. No se puede reprochar a nadie haber constatado que Napoleón fue obligado a gobernar a través de medidas diferentes respecto a las de los príncipes legítimos de su tiempo y no es útil, ni tiene sentido, exigir a Mussolini que asuma como proprio el modelo del príncipe regente Leopoldo[1].

No sé qué impresión tengan del Príncipe los japoneses y los sabios chinos. Los expertos en literatura india aseguran que, en cuanto a inmoralidad, algunos libros de política y arte del Estado superan por lejos a Maquiavelo, con el cual no tienen relación de dependencia. Un bolchevice ruso considerará probablemente dichos pasajes inmorales como una banalidad inofensiva y definirá la indignación moral como una hipocresía burguesa. Pero, en un hombre de la Europa occidental, este escrito ejerce un efecto preciso, sobre todo gracias a su naturaleza humana.

No solamente por el idioma, que es de una claridad y composición clásica, manifestando los signos distintivos de la formación humanística, sino también porque el estilo expresado forma parte de los secretos de su suceso. La naturaleza lingüística es solamente una expresión de la mirada constantemente dirigida a la realidad con la cual este hombre ve políticamente los asuntos políticos sin pathos moralista o inmoralista, sino con amor sincero por la Patria, con un placer manifiesto por la virtud, es decir, hacia la fuerza de los ciudadanos y la energía política sin expresar ninguna otra pasión más que el desprecio por la ineptidud y la política de las medidas a media. En él la humanidad todavía no se ha transformado en sentimentalista. Para él es evidente que quien se dedique al campo de la política tiene que saber qué hacer y tiene que poseer cualidades encomiables en la vida privada, como la bondad de ánimo y la fidelidad a los compromisos que, para un hombre político, pueden transformarse no solo en comportamientos ridículos, sino incluso en depreciables crímenes contra del Estado que, a su vez, tiene que asumir las consecuencias de dicha rectitud.

Cuando Maquiavelo señala que, empero, siempre es políticamente ventajoso parecer buenos y piadosos, evidentemente no dice nada falso. Hubiera sido solamente más astuto y maquiavélico guardar silencio al respecto, o mejor aún, sumarse al elogio universal de la sinceridad, pero la honestidad humana de Maquiavelo consiste en el hecho de que él no piensa en confundir las discusiones políticas con instancias ideales para obtener ventajas políticas desde su confusión. Hoy cualquiera sabe con qué simplicidad y seguridad un gran aparato “psicotécnico” es capaz de manipular las masas por medio de la propaganda, y cuán fácil es aprovechar un pathos moralista en beneficio de sus objetivos políticos. Todos recordamos la propaganda mundial en contra del maquiavelismo de los alemanes. Quien hoy día lee el Príncipe, después de haber tenido experiencias similares, tiene la impresión de escuchar a una persona tranquila y razonable y siente que el político, que en el fondo es un componente prescindible de la naturaleza humana, en Maquiavelo viene comprendido por cómo es y no se encuentra transformado en el servidor de fuerzas anónimas e invisibles. Y, a quien no esté interesado en aspectos propagandísticos inmediatos, le parecerá hasta directo y emocionante, absolutamente humano de forma desmitificada, como cuando este espantajo de la inmoralidad, este genio del mal, después de algunas frases sobre las crueles necesidades de la auto conservación política declara: mis ideas serían buenas si los hombres fueran buenos; pero los hombres no son buenos.

Notas

[1] [N. del T.] Aquí Schmitt se refiere a Luitpold Karl Joseph Wilhelm von Bayern (1821-1912), que desde el 1886 hasta el 1912 fue de facto príncipe regente de Baviera a causa de la enfermedad de los sobrinos Luis II y Otón I.

Notas de autor

Italiano. Magíster en Ciencias Filosóficas de la Università degli studi di Padova, Italia. Estudiante de doctorado, Universidad Diego Portales, Chile.

Información adicional

Formad de citar (APA): Schmitt, C. (2021). Traducción. Maquiavelo. Del 22 de junio de 1927 (Y. Notturni, trad.). Revista Filosofía UIS, 20(2), https://doi.org/10.18273/revfil.v20n2-2021015

Nota: Este texto es una traducción del escrito “Macchiavelli. Zum 22. Juni 1927” de Carl Schmitt, 1927. Traductor: Yuri Notturni. Revisado por: Andrés Botero Bernal.

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