https://doi.org/10.18273/revfil.v23n2-2024011
Artículo de reflexión derivado de investigación
Manuel Cerezo Lesmes 1
Miguel Camilo Pineda Casas 2
1 Universidad de La Sabana manuel.cerezo@unisabana.edu.co
2 CECAPFI, Colombia pineda.casas14@gmail.com
Forma de citar: Cerezo Lesmes, M. y Pineda Casas, M. (2024). Entre la escritura y la praxis: interpretación y consultoria filosófica desde una perspectiva nietzscheana. Revista Filosofía UIS, 23(2), 117-138. https://doi.org/10.18273/revfil.v23n2-2024011
Revista Filosofía UIS Vol. 23 Núm. 2 (2024), pág. 117–138
Received: 2023/09/25 - Accepted: 2024/02/15
Resumen:
este artículo analiza el papel de la escritura en la consultoría filosófica desde una perspectiva nietzscheana, proponiendo que esta facilita la expresión y reconfiguración de las interpretaciones del consultante sobre su vida. Se parte de la premisa de la «voluntad de poder» como principio explicativo de la realidad, que impulsa a los individuos a buscar comprensión y transformación. Así, la actividad filosófica se concibe como una constante interpretación, donde la escritura emerge como herramienta crucial de manifestación de estas interpretaciones preexistentes, para luego ser reinterpretadas. Por su parte, la consultoría filosófica se constituye como un espacio propicio para este acto interpretativo, utilizando la escritura como medio. Este proceso permite a los consultantes examinar y reconfigurar sus percepciones e interpretaciones, conduciendo a nuevas comprensiones de sí mismos. En síntesis, el artículo argumenta que la escritura en la consultoría filosófica no solo es un medio de expresión, sino una actividad filosófica que permite el autoconocimiento a través de la reinterpretación constante de la propia vida.
Palabras clave: Nietzsche; voluntad de poder; interpretación; escritura; consultoría filosófica; práctica filosófica.
Abstract:
this article examines the role of writing in philosophical counseling from a Nietzschean perspective, suggesting that it facilitates the expression and reconfiguration of the consultant's interpretations of his or her life. It is based on the premise of the "will to power" as an explanatory principle of reality, which drives individuals to seek understanding and transformation. Thus, philosophical activity is conceived as a constant interpretation, where writing emerges as a crucial tool for the manifestation of these pre-existing interpretations, which are subsequently reinterpreted. Philosophical counseling, in turn, establishes itself as a conducive space for this interpretative act, using writing as a medium. This process allows consultants to examine and reconfigure their perceptions and interpretations, leading to new understandings of themselves. In summary, the article argues that writing in philosophical counseling is not only a means of expression but also a philosophical activity that enables self-awareness and self-knowledge through the constant reinterpretation of one's own life.
Keywords: Nietzsche; will power; interpretation; writing; philosophical counseling; philosophical practice.
La consultaría filosófica es una práctica relativamente reciente en el amplio campo de la filosofía. Una definición que engloba adecuadamente los fines y los aspectos generales de esta práctica se encuentra en la siguiente cita:
La consultoría filosofía puede concebirse como un proceso dialógico y reflexivo durante el cual una persona, guiada por otra llamada consultora, pone un paro en su vida personal, convivencial o laboral con miras a transformar y mejorar la concepción de las interrelaciones en la vida propia o de una institución. (Buatu, 2022, p. 187)
De acuerdo con esta postura, la consultoría filosófica lleva las prácticas de la filosofía al campo cotidiano de las personas de manera que ellas puedan manifestar, comprender y mejorar sus concepciones sobre su propia vida. Las formas y métodos particulares que se aplican en la consultoría filosófica, como bien explica Valencia (2019), pueden ser variados (p. 70); sin embargo, algunos rasgos comunes que pueden identificarse en todos ellos son el carácter crítico, dialógico y comprensivo de la consultoría filosófica. Como seres humanos, es natural sentirse agobiado o confundido ante la complejidad de las circunstancias, situaciones y relaciones que componen la vida cotidiana. En este orden de ideas, aquel que acude a una consultoría filosófica buscaría la ayuda y las herramientas que le permitan dar sentido a esa complejidad, de manera que pueda comprenderla y transformarla.
Ante esta situación, es posible plantearse la pregunta no sólo por cómo se da esa comprensión en un caso específico, sino por cómo la filosofía misma, en términos generales, permite alcanzar una comprensión adecuada de la propia vida. Muchos filósofos han planteado preguntas semejantes acerca de la relación entre la filosofía y la vida, pero Friedrich Nietzsche, de una manera muy particular, muestra la íntima relación que hay entre la filosofía y la vida. Para este filósofo, no sólo el contenido de su filosofía -lo que serían sus tesis y afirmaciones- sino que su escritura misma, sus métodos y su estilo dan muestra de esa relación. Por un lado, podemos afirmar que la famosa «tesis» de la voluntad de poder junto con una noción nietzscheana de interpretación abren las puertas a una visión del mundo muy afín a la tarea de la consultoría filosófica; por otro lado, estas nociones tienen también una dimensión performativa. Desde una perspectiva nietzscheana puede decirse que las experiencias y preconcepciones de un individuo - lo que se podría denominar «su mundo», el mundo que él habita- son producto de un proceso interpretativo en el que él participa, de manera que es posible para él reconfigurar esas experiencias. Esta reconfiguración, sin embargo, necesitaría de un ejercicio concreto en el que el individuo pueda realizarla y ejercerla. Guiándonos por lo que el mismo Nietzsche escribió, este ejercicio puede ser, precisamente, la escritura (EH, "Prólogo", I) 1 .
El objetivo de este texto es explorar, desde una perspectiva nietzscheana, el rol de la escritura en el ejercicio de la consultoría filosófica en lo que respecta a su búsqueda de comprensión y transformación de la propia vida por parte de los consultantes. Lo que se propone es que al aplicar ejercicios de escritura en la consultoría filosófica permite que los consultantes expresen y manifiesten sus interpretaciones preexistentes acerca de su propia vida para examinarlas y reconfigurarlas, de tal manera que alcancen nuevas comprensiones de sí mismos.
A continuación, las abreviaturas utilizadas en el desarrollo de la reflexión son:
Z Así habló Zaratustra
EH Ecce Homo
FP Fragmentos póstumos
MBM Más allá del bien y del mal
La voluntad de poder es un tema ampliamente investigado y comentado en la filosofía de Nietzsche. Se trata de una noción del periodo de madurez de la obra de Nietzsche, el cual conforma uno de los ejes principales de toda su filosofía junto con la idea del Superhombre y el pensamiento del eterno retorno. Sin embargo, la voluntad de poder tiene para los fines de este artículo una importancia particular porque permite vislumbrar una conexión importante entre el filosofar y la escritura.
Ante todo, hay que decir que la voluntad de poder es un tema complejo y sería, no sólo presuntuoso, sino contraproducente pretender alcanzar una visión exhaustiva de este tema en un texto corto como este. Sin embargo, a partir de algunos apartados de los escritos de Nietzsche 2 , y algunas lecturas relevantes como las de Heidegger (2000), Nehamas (2002) y Müller-Lauter (1999), es posible esbozar algunos rasgos fundamentales de este pensamiento y exponer algunas de sus implicaciones. La primera de estas lecturas resulta particularmente ilustrativa como punto de partida, aunque también es muy polémica entre los intérpretes de Nietzsche. Para Heidegger (2000), la voluntad de poder es la respuesta de Nietzsche a la pregunta «¿qué es lo ente?», la pregunta fundamental que orienta el devenir de la filosofía occidental (p. 21); la esencia misma de las cosas, de todo lo ente, sería voluntad de poder. Esta afirmación es, de por sí, muy llamativa. La voluntad ha sido entendida desde antiguo como una facultad espiritual, como la capacidad de un individuo de determinar el propio actuar, es un querer, una apetencia. La voluntad es un concepto clave en las reflexiones éticas y psicológicas, como ocurre en las famosas obras de Aristóteles y de Kant, pero no es común ver esta palabra utilizada en un ámbito epistemológico, ontológico o metafísico -con la evidente excepción de Schopenhauer. Lo cierto es que Heidegger suele enmarcar sus lecturas en el contexto de sus propias preocupaciones filosóficas, es natural que entienda la voluntad de poder desde la pregunta por lo ente y la pregunta por el sentido del ser, dándole así un enfoque desde la ontología (Jara, 1998, p. 51); sin embargo, la lectura de Heidegger da una clave muy esclarecedora sobre este complejo pensamiento nietzscheano.
La clave que presenta Heidegger radica precisamente en la esta disonancia que trae la palabra «voluntad»: según esta lectura, Nietzsche no trata esta palabra como una facultad de un sujeto o una mera apetencia, sino como un afecto. La diferencia entre estas dos concepciones puede ser sutil, pero es crucial. Heidegger (2000) lo explica de la siguiente manera:
Al subrayar repetidamente el carácter de orden de la voluntad, Nietzsche no se refiere a un precepto o una instrucción para ejecutar una acción; tampoco se refiere al acto volitivo en el sentido de una decisión, sino a la resolución, a aquello gracias a lo cual el querer toma las riendas sobre el que quiere y lo querido, y lo hace con una firmeza permanente y fundada. (p. 50)
Un acto volitivo, un querer determinado, pareciera ser algo absolutamente simple y concreto en el que un sujeto establece libremente un curso de acción o toma una decisión. Sin embargo, Heidegger lo entiende como una resolución que envuelve y determina simultáneamente el querer y lo querido. En otras palabras, la volición sería una especie de tendencia o determinación firme en la que no hay una distinción clara entre el sujeto que desea y la acción deseada, sino una especie de unidad que se impone en la orden y el mandato.
Esta interpretación resulta muy esclarecedora cuando se la examina en el contexto de algunos aforismos de la obra de Nietzsche, particularmente el aforismo §19 de Más allá del bien y del mal. En este aforismo, el filósofo realiza un análisis muy específico sobre el acto volitivo que permite captar mejor, en conjunto con la interpretación heideggeriana, esta particular forma de entender la voluntad. El aforismo identifica en el acto volitivo una muy compleja variedad de sentimientos, pensamientos y afectos:
En toda volición hay, en primer término, una pluralidad de sentimientos, a saber, el sentimiento del estado de que nos alejamos, el sentimiento del estado a que tendemos, el sentimiento de esos mismos «alejarse» y «tender», y, además, un sentimiento muscular concomitante que, por una especie de hábito, entra en juego tan pronto como «realizamos una volición», aunque no pongamos en movimiento «brazos y piernas» (...). [D]ebemos admitir también, en segundo término, el pensar: en todo acto de voluntad hay un pensamiento que manda (...). En tercer término, la voluntad no es sólo un complejo de sentir y pensar, sino sobre todo, además, un afecto: y, desde luego, el mencionado afecto del mando. (MBM, §19)
A partir de este análisis, podría decirse que la voluntad no es una mera determinación del actuar por parte de un sujeto, no es simplemente «un querer». Por el contrario, es un complejo entramado de fenómenos psicológicos y fisiológicos que se ordenan de acuerdo con una tendencia o resolución determinadas. Esta complejidad se unifica en un solo acto, o, utilizando las palabras de Nietzsche, se trata de "una pluralidad dotada de un único sentido" (Z, I, "De los despreciadores del cuerpo"). El punto focal de esta cuestión radicaría, entonces, en aquello que garantiza o mantiene esta unidad, a saber, el afecto de mando. Un afecto, entendido a la manera espinosista, es la afección de un cuerpo por la cual se ve aumentada o disminuida su capacidad de actuar (Spinoza, 1998, III, Def. 3). En este caso concreto, podemos entender el afecto de mando como la sensación de superioridad que percibe el que manda sobre el que tiene que obedecer, sería el aumento en la capacidad de actuar que se da en la relación que hay entre estos elementos psicológicos y fisiológicos, es el efecto del dominio de uno sobre otro (MBM, §19). La voluntad no es una realidad simple, sino el producto de una relación de dominio entre fuerzas a la manera de una orden o un mandato. Esto es diferente de una mera apetencia o deseo, el cual siempre está referido a un sujeto que desea y a un objeto deseado. La apetencia sería la facultad de un sujeto o individuo con la cual él dirige su actuar. En este sentido, la apetencia puede ser entendida desde el esquema clásico de sujeto y objeto y, como tal, puede ser reducida a la categoría de la sustancia. Lo que muestra el análisis de este aforismo, por el contrario, es que la voluntad no se puede reducir a una sustancia ni se puede hacer depender de una, porque no es en sí misma una cosa, ni es tampoco la facultad o acto de un sujeto, sino que es una pura relación, puro afecto.
Ver la voluntad como un afecto abre la puerta a dos pensamientos interesantes. En primer lugar, muestra que la voluntad no depende de un sujeto volente ni de un objeto deseado, sino que consiste específicamente en la relación de dominio, en la relación de fuerzas que hay entre diversos elementos. En este sentido, la voluntad de poder sería precisamente esta forma básica de relación. Como explica Heidegger (2000, p.51), la voluntad de poder no es una forma particular de la voluntad, sino su forma más esencial: la voluntad misma es poder, dominio, sometimiento de las fuerzas a una misma determinación. Nuestra vida anímica, así como todos nuestros actos, pensamientos y sentimientos, están inmersos en esta dinámica de dominio. De esta manera se puede entender a Nietzsche cuando dice en un fragmento póstumo que "la voluntad de poder es la forma primitiva del afecto, que todos los otros afectos no son sino configuraciones suyas" (FP, IV, 1888, 14 [121]).
En segundo lugar, muestra que esta dinámica de la voluntad tiene la cualidad particular de establecer un orden y una unidad a partir de una multiplicidad aparentemente caótica. La volición, como dice Nietzsche, es algo complejo, algo que sólo como palabra tienen unidad (MBM, §19); pero esa unidad en la palabra se debe al efecto de la voluntad misma, al afecto de mando. La pluralidad de sentimientos, pensamientos e impulsos de nuestra vida anímica se unifica en una misma acción, la cual será interpretada a posteriori como un acto ejercido por el individuo con una finalidad u objetivo determinados (Müller-Lauter, 1999, p. 16). Esta es la clave para entender este complejo concepto nietzscheano y sus más interesantes consecuencias. Lo que se interpreta como una realidad simple, como una «cosa» determinada, es el producto de un proceso. En este sentido, no habría realidades simples, no habría substancias, para usar el lenguaje de la filosofía moderna. Nietzsche afirma esto en un fragmento póstumo:
El surgimiento de las «cosas» es por completo obra de los que representan, piensan, quieren, inventan. El concepto mismo de «cosa», al igual que todas las propiedades. - Incluso «el sujeto» es una creación de este tipo, una «cosa» como todas las demás: una simplificación para designar como tal la fuerza que pone, inventa, piensa, a diferencia del poner, inventar, pensar mismo singular de cada caso. (FP, IV, 1886, 2 [152])
Vista de esta manera, la dinámica de la voluntad de poder estaría enmarcada en el contexto de la vida anímica, de manera que podría pensarse que estas consideraciones sólo se aplican a un contexto psicológico; sin embargo, la intención de Nietzsche parece ir más allá. Al hablar directamente de la voluntad de poder en el aforismo §36 de Más allá del bien y del mal, el filósofo comienza planteando la posibilidad de que esta vida anímica, que el conjunto de impulsos, sentimientos y pensamientos, sean, precisamente, lo único que está propiamente «dado». A partir de esta posibilidad, Nietzsche expone la necesidad de hacer el ensayo (den Versuch zu machen) de comprender a partir de esto «dado» también lo que sería el mundo externo, el mundo físico, material y mecánico, es decir, la totalidad de la realidad. Aunque es una postura algo radical, el ensayo que propone el filósofo no es del todo descabellado, sino que se basa en una particular congruencia y honradez teórica. Si se acepta la dinámica de la voluntad como la base de todos los procesos psicológicos, ello implica que toda experiencia del mundo está supeditada a esa misma dinámica y, en consecuencia, sería válido realizar la tentativa que nos propone Nietzsche:
[C]oncebir este mundo no como una ilusión, un «apariencia», una «representación» (...), sino como algo dotado de idéntico grado de realidad que el poseído por nuestros afectos, - como una forma más tosca del mundo de los afectos, en la cual está aún englobado en una poderosa unidad todo aquello que luego, en el proceso orgánico, se ramifica y se configura (...). El mundo visto desde dentro, el mundo definido y designado en su «carácter inteligible», - sería cabalmente «voluntad de poder» y nada más. (MBM, §36)
La consecuencia de esta tentativa, aunque radical en su intención, es sencilla en su formulación: toda la realidad, la realidad que es accesible y significativa para el ser humano, es el resultado de un proceso dinámico de relaciones de poder y de dominio. No habría una substancia o una esencia predeterminada que sustente el ser de las cosas, ni siquiera el del individuo cognoscente, sino un dinamismo que constantemente se configura y reconfigura. Esta sería una visión del mundo heracliteana, como lo muestra un fragmento póstumo de 1885: "¿Y sabéis qué es para mí «el mundo»? ¿Tengo que mostrároslo en mi espejo? Este mundo: una enormidad de fuerza, sin principio, sin fin, una grandiosidad sólida y férrea de fuerza, que no aumenta ni disminuye, que no se gasta, sino que sólo se transforma" (FP, III, 1885, 38 [12]).
La lectura heideggeriana someramente expuesta antes apunta directamente en esta dirección, la voluntad de poder puede entenderse como un principio explicativo de la realidad y, en la medida en que se aleja de una ontología sustancialista con categorías estrictas (Ávila, 1999, p. 192), se podría entender como una postura metafísica en cierto sentido. Autores como Safranski (2002) y Conill (2007) estarían, hasta cierto punto, de acuerdo con esta postura. Sin embargo, la forma como opera este principio explicativo es muy particular, tanto así que, a pesar de ser prácticamente omniabarcante, difícilmente se lo puede ver como un principio metafísico en sentido estricto.
En primer lugar, como explican Müller-Lauter (1999, p. 19) y Nehamas (2002, p. 105), no se trata de un fundamento estable, no se trata de algo simple, siempre igual a sí mismo; lejos de ello, se trata de una forma de relación recíproca donde cada «cosa» es determinada por su interrelación con otras en una dinámica de fuerzas. La voluntad de poder no es, propiamente, nada más que la indicación de que todo está en constante relación e interacción, de manera que ningún «ser» es más que la simplificación de un complejo proceso de configuración. En segundo lugar, y esta es la implicación más importante de este concepto nietzscheano, la voluntad de poder tiene una dimensión performativa y creativa que le es esencial. No sólo es una hipótesis o un ensayo explicativo de la realidad, sino que es también una exigencia práctica que impulsa a los lectores e intérpretes de la obra de Nietzsche a examinar estos procesos de configuración y participar activamente en ellos. Maurice Blanchot (1977) expresa esto muy bellamente al decir que la voluntad de poder "puede ser tanto un principio de la explicación de la ontología que explica la esencia, el fondo de las cosas, como también la exigencia de todo rebasamiento que se rebasa a sí misma como exigencia" (p. 264). Si la realidad es algo dinámico, es legítimo preguntar en qué medida y hasta qué punto el ser humano, como parte de esa misma dinámica, puede incidir en ella y crear configuraciones nuevas de su mundo y de su vida.
Por lo visto, la voluntad de poder es un concepto bastante peculiar. Sin embargo, hay un aspecto de este concepto que Nietzsche expresa de manera bastante explícita: "La voluntad de poder interpreta: en la formación de un órgano se trata de una interpretación; la voluntad de poder delimita, determina grados, diferencias de poder" (FP, IV, 1886, 2 [148]). El acto propio de la voluntad de poder, si se le puede llamar de esa manera, es la interpretación. Esto puede parecer extraño, pues la interpretación tiene un sentido muy asociado a la exégesis de textos, según la filología clásica, o a una forma de comprensión existencial y universal, siguiendo la hermenéutica heideggeriana y gadameriana. La interpretación es una práctica relacionada con el lenguaje y la comprensión; sin embargo, Nietzsche habla de ella como una especie de configuración que llega al extremo material y fisiológico de formar órganos. Ante este panorama, comprender lo que es interpretación para este filósofo pareciera una tarea enigmática y compleja. Sin embargo, atendiendo a lo expuesto sobre la voluntad de poder, la interpretación se revela como un proceso vital que guarda una profunda relación con la escritura.
En términos generales, la interpretación para Nietzsche parece referirse a la forma como los seres vivos se acercan y delimitan cierto objeto a partir de la manera específica como éstos se relacionan con él. Cada realidad, cada una de las experiencias y de las situaciones vividas, es el resultado de una configuración a partir de las diversas relaciones que se establecen con las demás cosas y situaciones. En palabras de Nehamas (2002) se diría que "el carácter y la naturaleza de cada situación son insoslayables del carácter y la naturaleza de cualquier otra situación con la que está asociada. Es una relación holística y hermenéutica" (p. 114). En este sentido, no podría decirse que haya «hechos» en tanto como situaciones o estados de cosas fijos y predeterminados, como lo expresa cierto polémico fragmento póstumo (FP, IV, 1886, 7 [60]). En el caso particular de los seres humanos, podemos decir que "un objeto viene dado por una hipótesis interpretativa que en el mejor de los casos nos permite, dados nuestros fines, necesidades y valores particulares, agrupar un cierto número de fenómenos" (Nehamas, 2002, p. 127). Así, la interpretación sería, efectivamente, el proceso a través del cual se establecen valores y caracteres determinados a todo aquello con lo que un ser vivo se relaciona, determinando así su realidad.
Sin embargo, no se podría limitar esta actividad interpretativa al campo de lo humano. Es la voluntad de poder la que interpreta, sería más adecuado decir que es la dinámica misma de la vida la que dirige y establece las diversas configuraciones. Gama (2004) da buenas luces sobre este proceso cuando explica que "interpretar significa, en su más profundo sentido, la actividad por la que todo ser orgánico constituye su realidad. No se trata pues de una actividad más de la que los seres vivos pudiesen prescindir, sino de la actividad constitutiva de la vida misma" (p. 16). De esta forma, la interpretación puede entenderse incluso como un acto puramente corporal: la interacción de nuestros ojos con la luz, de nuestra piel con las superficie de la tierra y de los demás seres o de nuestros oídos con las vibraciones del aire; pero también podemos entender algo más complejo, como las prácticas y las costumbres que surgen en la relación de seres gregarios o sociales, como la institución del castigo, por ejemplo (Rivero, 2004, p. 159)
Al ver la interpretación de esta manera, resulta evidente que no se trata de un ejercicio arbitrario, y que la liberalidad interpretativa en la que todo vale queda por fuera de toda discusión. El que interpreta una determinada situación, objeto o sentimiento no es un yo en sentido estricto. La dinámica de la voluntad de poder, la interpretación, es un devenir constante en el que las diversas configuraciones entran en relación y se transforman constantemente, creando nuevas configuraciones. "No se debe preguntar: «¿entonces quién interpreta?», sino que el interpretar mismo, en cuanto una forma de la voluntad de poder, tiene existencia (pero no como un «ser», sino como un proceso, un devenir) como un afecto" (FP, IV, 1886, 2 [151]). Sin embargo, tampoco hay que olvidar que aquel que interpreta es parte de ese proceso, pues en cada momento está en contacto con algún objeto, alguna situación o algún otro individuo, en cada instante sus fuerzas luchan y determinan diferencias y grados distintos con todo lo que lo rodea. Aquel que interpreta configura su mundo en un esfuerzo de otorgar, o incluso imponer, un cierto orden a la multiplicidad con la que se enfrenta cada día, todo esto desde sus capacidades y limitaciones corporales, su contexto y su historia. De esta forma, sería muy acertado decir que "son nuestras necesidades las que interpretan el mundo: nuestros impulsos y sus pros y sus contras. Cada impulso es una especie de ansia de dominio, cada uno tiene su perspectiva, que quisiera imponer como norma a todos los demás impulsos" (FP, IV, 1886, 7 [60]). El mundo de cada individuo se configura desde lo que él mismo es, desde lo que experimenta y conoce, pero nuevas circunstancias, nuevas fuerzas que participan de la dinámica interpretativa, implican necesariamente una nueva configuración. En este sentido, el sólo hecho de ser consciente del proceso interpretativo es una circunstancia que participa e influye en dicho proceso.
Cuando se habla de la interpretación desde la perspectiva de la voluntad de poder, de ninguna manera se habla de un mero proceso teórico o cognoscitivo. No se trata de una contemplación desinteresada o del develamiento de una verdad última. Incluso en el caso de un filósofo, amante de la sabiduría y buscador de la verdad, de lo que se trata es de un individuo en relación con un mundo, es decir, una configuración particular inmersa en un mar de configuraciones y de fuerzas que, entre todas, dan forma a una realidad. El ser humano, igual que todo lo vivo, interpreta; la tarea del filósofo, la actividad filosófica, es ante todo una tarea interpretativa.
Es posible encontrar diversas lecturas que vinculan este aspecto de la filosofía de Nietzsche con la tradición hermenéutica. Un ejemplo concreto es la lectura de Gama (2014). No obstante, la diferencia estaría en el alcance y el campo de aplicación de la noción nietzscheana de interpretación. Para este filósofo, la interpretación no se aplica sólo al lenguaje desde saberes previos, no es una hermenéutica trascendental ni una hermenéutica simbólica, sino una hermenéutica psicológica, fisiológica y pragmática que nos permite ahondar en el sentido de cuestiones tan sofisticadas y complejas como la idea de verdad y las instituciones sociales, así como cuestiones tan simples como las experiencias o sentimientos individuales (Conill, 2007). Una de las cuestiones más interesantes que se desprenden de esta lectura de la obra nietzscheana es la posibilidad de entender la propia vida como objeto de interpretación, incluso de configuración y creación.
Nietzsche forma parte de un grupo de pensadores que ha dado prioridad a una concepción de la filosofía que incorpora la vida del sujeto humano en la reflexión y se atreve a plantear «el enigma de la vida y del mundo»; una filosofía que ya no puede entenderse desde la ciencia, sino desde la vida. (Conill, 2007, p. 95)
La vida de cualquier ser humano, incluso la de un filósofo, juega un papel fundamental en su forma de entender el mundo. Una de las razones por las cuales la filosofía resulta tan importante y hermosa es precisamente porque hace posible el acercamiento a una misma realidad verla iluminada por diversas luces. Esta es una riqueza que surge de la dinámica misma de la vida. Las diferentes luchas y configuraciones que constituyen una vida, las múltiples circunstancias e impulsos que entran en juego cuando un ser vivo se enfrenta a su mundo, todo esto está presente en el filosofar. En definitiva, las indicaciones de Nietzsche, más que a una conclusión o a una tesis determinada, llevan a actuar y experimentar, a tantear y a ensayar diversos caminos de comprensión para asumir y para configurar un mundo.
La práctica filosófica se constituye como una actividad interpretativa en la medida en que es una dinámica de la vida misma, del esfuerzo por unificar las diversas interacciones y relaciones que se tiene con el mundo. Se trata, entonces, de una interpretación de la propia vida, la forma en la que ésta se ha configurado a través de sus luchas y encuentros con el mundo. Esta práctica filosófica puede tomar múltiples formas, y una de ellas es la escritura. Es evidente que la escritura y la lectura son unos de los principales, si no los principales, medios del ejercicio filosófico; sin embargo, es posible plantearse la pregunta de hasta qué punto llega la relación entre el filósofo en tanto autor, su vida y los productos de su escritura. En principio, como afirma Meléndez (2001, p. 216), no es evidente que los escritos de un filósofo sean expresión directa de su vida o su persona, pero el caso de Nietzsche es muy especial en este aspecto. Para Nietzsche, sus escritos tienen una relación muy estrecha con su vida y sus experiencias, tal como se muestra en el prólogo del libro Ecce Homo. Un ejemplo claro de esta profunda relación entre la filosofía de Nietzsche y su actividad como escritor es la siguiente cita de un fragmento póstumo: "mis escritos hablan de mis propias vivencias -afortunadamente he vivido mucho -: estoy allí con cuerpo y alma - ¿para qué ocultarlo?" (FP, IV, 1886, 6 [4]) 3 .
En términos generales, la escritura y la vida misma no suceden como ámbitos separados, sino que la escritura es el camino por el cual las dinámicas y luchas encuentran un cuerpo y una manifestación. En este sentido, la escritura permite que aquellas interpretaciones sobre la vida encuentren forma por medio de las palabras y queden fijadas de alguna manera para poderlas interpretar cuantas veces haga falta. Entonces, la escritura permite objetivar aquellas interpretaciones que pueden ser confusas. Hadot (2006) retoma una noción foucaultiana de la escritura en la que se resalta el impacto de la escritura en el ejercicio filosófico al afirmar que "mediante la formulación por escrito de sus actos personales [el filósofo] está entrando en los engranajes de la razón, de la lógica, de la universalidad. De esta forma se objetiva lo que antes era confuso y subjetivo" (p. 271).
Hadot resalta también que el acto de escribir se constituye como un ejercicio espiritual que trasciende el mero ejercicio intelectual, pues la escritura no se limita a la definición, división, razonamiento o estudio. La escritura como ejercicio espiritual, como manifestación de la práctica filosófica de interpretación, consiste en ampliar la actividad filosófica de tal modo que no se sitúe sólo en el conocimiento, sino en la dimensión vital del individuo. Por lo tanto, para Hadot (2006) la escritura representa un proceso en el que el individuo se enfoca en sí mismo, en su conexión con los demás y en el entorno que lo rodea. Esto le permite interpretarse a sí mismo y transformarse. Así, la escritura "se trata de una conversión que afecta la totalidad de la existencia que modifica el ser de aquellos que la llevan a cabo" (p. 24).
En este sentido se podría decir que la escritura, como manifestación de la actividad filosófica de interpretación, no está buscando una respuesta final, sino una manera de ver y una disposición de fuerzas que, bajo ciertas razones y circunstancias específicas, proporciona una oportunidad para vivir y tomar acción. Una expresión muy adecuada para este pensamiento sería la siguiente: "la escritura filosófica reflexiona acerca de la propia existencia, afectando sobre esta" (Prada et al., 2019, p. 10). Entonces, la esencia de la escritura radica tanto en su contenido como en la relevancia para quien la desarrolla. En un marco de consultoría filosófica, en dónde el consultante se encuentra con sus propias interpretaciones por medio de las palabras que ha escrito, y abre la puerta al surgimiento de unas nuevas. Por ello, la escritura tendría una doble función: en un sentido, el acto de escribir da curso las fuerzas e impulsos propios del consultante y los hace manifestarse en un producto; en otro sentido, el producto de la escritura coloca al consultante ante sus propias interpretaciones y concepciones sobre el mundo, dándoles un valor significativo y transformador, propio de estas acciones filosóficas. Así, "la filosofía cuestiona las ideas que cada cual tiene, las que operan en su vida cotidiana, las que expresa o formula con más o menos precisión y justificación, las ideas con las que cada uno se compromete y compromete su existencia, con las que se relaciona con los demás, y el mundo circundante en general" (Prada et al., 2019, p. 35). La escritura no es, entonces, solamente un mensaje de ideas abstractas, sino un examen de las propias interpretaciones, de las ideas vivas en el individuo surgidas de sus propias fuerzas y experiencias.
Sobre este asunto, Zaratustra expone esta noción en uno de sus discursos más destacados. En esta ocasión, el eremita declara que "de todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con sangre: y te darás cuenta de que la sangre es espíritu" (Z, I, "Del leer y el escribir"). Esta imagen sobre la escritura con sangre lleva a pensar que el ejercicio de escritura se realiza desde la propia vida, pero no en un sentido meramente biográfico, sino en uno en el que queden expuestas las luchas y relaciones que se entabla con el mundo y las cosas. Ahora bien, Nietzsche describe el pensamiento como una interacción de impulsos entre sí (MBM, §36), un proceso en el cual se configuran interpretaciones. Por ende, al escribir y organizar ideas en un texto, estamos expresando esas mismas relaciones y configuraciones. La sangre se convierte en espíritu debido a que es a través de las batallas de la vida y el cuerpo que el espíritu toma forma exponiendo las luchas y relaciones que se han hecho con el mundo y las cosas.
Así pues, la escritura fija las interpretaciones, expone nuestras experiencias y su significado para la vida, como también exhibe nuestros anhelos, de manera que "la escritura nos muestra un mundo que, habitado primero por quien escribe, se nos presenta como una posibilidad de mundo" (Prada et al., 2019, p. 53). De esta manera, quién hace filosofía, en este caso un visitante de la consultoría filosófica, tiene su primer insumo en su propia vida, pues de allí surgen sus palabras, sus ideas y su comprensión del mundo, de la vida marcada por la experiencia de luchas y fuerzas contrapuestas, de decepciones, tristezas y alegrías, para interpretarlas y posibilitar la transformación de las mismas. En pocas palabras, el acto de escribir un texto encarna las ideas, los métodos y perspectivas de quién escribe.
Ahora bien, dado que en el proceso de escritura el individuo se toma a sí mismo como su primer recurso, se puede decir que escribe desde su propia sangre, es decir, desde sí mismo, y para sí mismo. Se podría decir que quién escribe plasma en palabras su propia vida y se coloca frente a sí mismo para reinterpretarse, en palabras de Prada (2019): "dado que no hay dos personas idénticas, los textos que se escriben para darle forma filosófica a la propia vida, para ponerse en cuestión, cargan con una porción de identidad de quién los escribe: son expresivos respecto a quien los escribió, o [... ] fijan el mundo del autor" (p. 60). De tal modo que la construcción e interpretación del texto producido es auténticamente propia.
Entonces, la escritura posibilita una especie de diálogo interno en el que está en juego más que la redacción de un texto. Son muchas las variables, las luchas, las circunstancias y los pensamientos que intervienen en el proceso de configuración que es la escritura. Por ello, el resultado de ese proceso no es fácilmente comunicable, no es fácil comprender sangre ajena (Z, I, "Del leer y el escribir"). Para ello, sería necesario que otra persona haya experimentado algo similar a quién escribe para que pueda entenderlo sincera y adecuadamente. La eficacia de la comunicación depende, en gran medida, de que varios individuos hayan vivido experiencias parecidas, que ambos cuerpos hayan enfrentado desafíos y conflictos similares, como lo manifiesta Nietzsche en el siguiente pasaje:
Las palabras son signos-sonidos de conceptos; pero los conceptos son signos-imágenes, más o menos determinados, de sensaciones que se repiten con frecuencia y aparecen juntas, de grupos de sensaciones. Para entenderse unos a otros no basta ya con emplear las mismas palabras: hay que emplear las mismas palabras también para referirse al mismo género de vivencias internas., hay que tener, en fin, una experiencia común con el otro. (MBM, §268)
En este sentido, de nuevo se resalta que el valor fundamental de la escritura no radica tanto en su contenido, sino en el sentido que tiene para el autor y su lector. Así pues, quién acude a la consultoría filosófica se convierte en autor y lector a la vez, pues en este ejercicio representa sus interpretaciones y las reinterpreta desde sus propias vivencias y luchas. La filosofía que permea el acto de escribir, más allá del contenido del escrito en sí, es lo que preserva el valor de transformación y significado propio de estas prácticas filosóficas. Se podría decir, entonces, que durante el proceso de escritura se presentan tres momentos fundamentales: la fijación de interpretaciones en palabras, la interpretación del escrito y la constante posibilidad de interpretar continuamente el escrito y las interpretaciones que se han hecho sobre él.
Aplicado a un contexto de la consultoría filosófica, mientras el consultante escribe, va fijando su vida, ideas y luchas por medio de sus palabras, dándole así forma y sentido a la relación consigo mismo y el mundo en el que se desenvuelve. Posteriormente, en el segundo momento, al leer lo que ha escrito, se coloca frente a un espejo para disponerse a interpretar las palabras que manifiestan esas relaciones y dinámicas que configuran su vida. El reflejo del consultante en sus palabras permite una constante interpretación de sí mismo, pues puede cuestionar tanto su construcción de escrito, como las interpretaciones que le ha dado; justo en este momento el consultante es una configuración de sí mismo y de sus letras, pues puede probar una u otra manera de manifestarse y de interpretarse. Así, el consultante no sólo termina escribiendo sobre el papel, sino sobre sí mismo, como lo expone Maximiliano Prada et al. (2019) al sostener que "la acción de escribir se da no sólo sobre el papel, sino muy especialmente sobre quien escribe y su mundo; por ello puede tener un carácter transformador, porque la escritura busca poner en cuestión a quién escribe" (p. 60.). De este proceso se puede concluir que el consultante es un escrito siempre inconcluso, un texto permanente que nunca termina de crearse e interpretarse.
Retomando lo que hemos discutido, la escritura no constituye simplemente una herramienta para la filosofía, ni mucho menos se reduce a un mero instrumento en el contexto de la consultoría filosófica. Es, en sí misma, un propósito que debe ser perseguido por su valor interpretativo de la vida, que puede ser muy enriquecedora aplicándola activamente en la consultoría filosófica.
Quizá lo primero que hay que aclarar es que quien acude a la consultoría filosófica generalmente lo hace con la intención de interpretarse a sí mismo, de ver desde diferentes perspectivas sus relaciones con el mundo que habita, con los demás, y consigo mismo. Para este propósito, el consultor filosófico emprende con su visitante un camino para acercarse a las interpretaciones que ya vienen con el consultante, y para acompañarlo en la configuración de nuevas interpretaciones. A lo largo de esta travesía, el consultante se enfrenta a sí mismo, mientras que el consultor lo guía de manera que no le quede otra opción que mirarse a sí mismo, analizarse, reflexionar y, finalmente, reinterpretarse. Así las cosas, "la consultoría filosófica no es en general un medio para que alguien pueda «ser escuchado» o para «ejercitar la razón», más bien suele ser una forma de verse a sí mismo" (Sumiacher, 2016, p. 32.). Con este fin, la escritura abre un universo de oportunidades.
La escritura, entonces, aparece como un esfuerzo por explorar e intentar nuevas interpretaciones. El texto escrito se construye según las distintas relaciones y configuraciones que surgen de la vida del escritor y de las fuerzas que la componen, apelando a la dimensión crítica que permea la consultoría filosófica. En este sentido, la primera presentación de la escritura se fundamenta en su carácter crítico, aquel por el que se fijan las ideas e interpretaciones en palabras, lo que le exige al consultante enfocarse en las palabras que abarcan sus interpretaciones, como se ha mencionado anteriormente. En la consultoría filosófica se enfatiza en la dimensión crítica en la medida en que está relacionada directamente con nuestra experiencia en el mundo, con aquello que se puede observar y sentir. Retomando las palabras de Ennis (1996) la dimensión crítica es aquella que permite relacionarse con las experiencias a través de la razón y la reflexión, para seleccionar aquellos aspectos de la experiencia que permitan realizar una interpretación rigurosa (p. 166). En un sentido nietzscheano, se podría decir que, la dimensión crítica le permite al individuo discernir entre las experiencias para identificar aquellas que le permiten realizar una mejor interpretación dependiendo de sus circunstancias efectivas. En un ejemplo práctico, se le puede pedir al consultante, después de escucharlo con atención, que tome las palabras más significativas para él, o las que más ha repetido, para construir una pregunta con ellas. Así, quedan fijadas y expuestas algunas de sus interpretaciones más relevantes, pero también se abre la puerta para cuestionarlas, analizarlas y reinterpretarlas.
Un ejemplo de esta dimensión crítica de la escritura sería el de una consultante acudió con la pregunta: ¿por qué siempre me rechazan en sus relaciones sociales?
Durante la sesión se exploraron ejemplos concretos en los que se daba ese rechazo y se descubrió que realmente no era siempre. Este primer matiz, a pesar de que no fue por medio de la escritura, permitió que la consultante reinterpretara su situación al pasar de siempre a algunas veces. Se complementó este avance con un ejercicio de escritura crítica en el que la consultante registrara por escrito las ocasiones en las que se sintiera rechazada, la sensación que le provocaba, y el contexto en el que se había dado ese aparente rechazo. Tras unos días, ella compartió los resultados de su ejercicio, asegurando que a lo largo del proceso de escritura se fue dando cuenta de que no se trataba de un rechazo como tal, sino de una sensación que tenía a partir de la interpretación que realizaba sobre los gestos de las personas.
De esta manera, se pasa de una afirmación como «soy rechazada» a «siento que me rechazan». Este pequeño matiz adicional se dio por medio del análisis de las situaciones por medio de la escritura, que le da orden y límites al pensamiento y orienta la interpretación hacia diferentes escenarios. Este ejercicio permitió comprender que la situación ya no venía del exterior, de un rechazo efectivo de los demás, sino de una sensación interior que surge como la interpretación de los gestos de los demás.
La escritura presenta una ventana de encuentro entre la dimensión crítica y creativa que permean la consultoría filosófica 4 . Ciertamente, aunque son polos opuestos, no son excluyentes. De hecho, "pretender tener lo crítico y lo creativo en forma aislada era como querer aplaudir con una sola mano" (Sumiacher, 2016, p. 6.). Si bien estas dimensiones no se pueden trabajar simultáneamente, la escritura permite hacer un puente entre ambas. Como en el ejemplo anterior, las interpretaciones del consultante quedan fijas en el escrito, pero después se abre la puerta a la dimensión creativa para reinterpretar aquello que se ha fijado.
La dimensión creativa está relacionada con la generación de ideas frescas, con lo innovador, con la capacidad de romper con lo establecido; es aquello que difiere de lo actual, y resulta muy valioso para abrir horizontes y nuevas maneras de interpretación. En este sentido, "lo nuevo nos refresca, la creación nos alimenta y enriquece enormemente" (Sumiacher, 2016, p. 32). Entonces, la influencia de la dimensión creativa revitaliza la práctica de la consultoría filosófica; es esencial evitar quedarse únicamente en la crítica, ya que puede volverse monótona y pesada. Por el contrario, cuando emerge la dimensión creativa, se infunde un nuevo espíritu que fomenta la sorpresa y el entusiasmo. Esta dimensión creativa posibilita la reconfiguración de lo lógico, que se ha analizado con meticulosidad, abriendo así nuevos senderos y posibles transformaciones.
El pensamiento tradicional permite refinar los modelos y comprobar su validez, pero para conseguir un uso óptimo de la nueva información hemos de crear nuevos modelos, escapando a la influencia monopolizadora de los ya existentes. La función del pensamiento lógico es el inicio y desarrollo de modelos de conceptos. La función del pensamiento lateral es la reestructuración (perspicacia) de esos modelos y la creación de otros nuevos (creatividad). El pensamiento lógico y el lateral son complementarios. (De Bono, 2000, p. 13)
Ahora bien, para fomentar la aparición de la creatividad y la reinterpretación podemos valernos de la escritura como una propuesta, como un ensayo en las que el consultante se explora e interpreta desde diferentes perspectivas. La escritura, entonces se convierte en un laboratorio, y las palabras escritas en un tubo de ensayo para crear o modificar las interpretaciones. Cuando el consultante acude a una sesión para interpretarse a sí mismo, también persigue un sentido que ha perdido y se dispone a examinarse con el propósito de encontrarlo o configurarlo desde la práctica filosófica a través de la escritura en cualquiera de sus formas.
Por su parte, la escritura creativa también toma como insumo la experiencia y sensibilidad del consultante, pues se sabe que es imposible crear algo de la nada; lo que se crea, se crea desde lo percibido, experimentado e interpretado. Entonces, se podría decir que la creatividad realmente no consiste en inventar algo desde cero, sino en reinterpretar lo que ya se ha vivido. En el laboratorio de escritura de Maximiliano Prada (2019), la proyección del mundo que se torna posible a través de la escritura surge exclusivamente de las vivencias personales de quien escribe (p. 60). Estas vivencias son el primer cimiento para la escritura, el autoexamen y el proyecto. Quien escribe, siendo consciente de que su fuente de inspiración radica en su propia vida y en sus interpretaciones, comprende que está emprendiendo un camino en el que puede ser transformado por lo que escribe, después de haberlo rememorado, reflexionado y conectado con otros conceptos, ideas o deseos. Así pues, al crear mundos potenciales por medio de sus escritos, también está proyectando las versiones de sí mismo que residen en esos mundos. De esta manera, a través de la escritura basada en sus vivencias personales, el consultante no sólo se convierte en el autor de sus propias palabras, sino que también, a través de ellas, se erige como el autor de su propia vida. Por lo tanto, el autor se convierte en su insumo y al mismo tiempo, en su producto.
Otro ejemplo de esta dinámica es el siguiente: un consultante acudió a las sesiones preguntando cómo vivir con el dolor que le había causado el abandono de su padre. Tras dialogar sobre el asunto y aclarar algunos conceptos y relaciones, se le solicitó que escribiera una narración en la que usaría una máquina del tiempo para ir a charlar con su versión del pasado que había vivido el abandono. Luego de unos días el consultante compartió un escrito en el que sobresalía la gratitud hacia su padre. El consultante afirmó que esa era la primera vez que se refería a su padre desde la gratitud y no desde el reproche, porque a lo largo de la narración fue reinterpretando el abandono y comprendió que realmente se trataba de una distancia que su padre había puesto entre ellos para protegerlo de algunas situaciones que estaban viviendo. En la construcción de su texto había reflexionado, desde el lugar de su papá, y había notado que tal vez esa distancia no constituía un abandono como tal, a pesar de que así lo hubiera interpretado por más de veinte años, sino que tal vez representaba un acto de amor y protección, que en ese momento no comprendía, pero que, tras realizar el escrito, había reinterpretado como un acto de amor.
En esta producción creativa, el consultante pudo reencontrarse con su versión del pasado, explicarle cómo se ven las cosas desde el futuro y tener otra perspectiva de la situación vivida con su papá. En efecto, ese encuentro nunca sucedió en la realidad, pero se tomó a sí mismo como insumo, tomó su dolor y la interpretación que le había dado tantos años y se enfrentó a sí mismo en este escenario hipotético, permitiéndose así reinterpretar el sentimiento y el contexto. No sólo eso, sino que también asumió esa experiencia como el proyecto de una vida con gratitud y sin rencor, de manera también el consultante también se presentó a sí mismo como intérprete, permitiéndose examinar aún más la situación por medio de sus palabras y de la lectura que hace de sí mismo a través de ellas.
Si bien para crear es necesario valerse de la sensibilidad y de las propias interpretaciones, es necesario cultivar esta sensibilidad. En las cartas de Rilke a un joven poeta, le recomienda que en primera instancia se vea a sí mismo, escriba lo que ama, sus deseos y luchas; pero que no sólo los contemple, sino que se refiera a ellos con la más profunda honestidad (Rilke, 1996, pp. 8-9). No sólo se plasmarán en palabras, sino que las interpretaciones se amplifican y cobran mayor fuerza cada vez que son llevadas a la conciencia, pero también quedan dispuestas a una reinterpretación por medio de la escritura.
Durante el ejercicio de escritura se podría decir que se borra la línea entre quién escribe y lo escrito. En otras palabras, el consultante, al escribir, es obra y autor simultáneamente. Esto se presenta no sólo por lo que ha plasmado al escribir, sino por lo que ha podido interpretar de aquello que ha escrito y leído de sí mismo. En conclusión, lo que se juega en una consultoría son las interpretaciones del consultante, y las reinterpretaciones que pueden lograr a lo largo del proceso. Para este fin, la escritura ofrece innumerables oportunidades que le permiten al consultante verse a sí mismo y permitirse cuestionar e interpretar por medio de sus palabras.
Además de la importancia crítica de la escritura, es crucial resaltar su relevancia creativa, ya que brinda la oportunidad de concebir nuevos mundos e interpretaciones del consultante. Cuando se emplea la escritura en el contexto de la consultoría filosófica, no sólo permite al individuo autoexaminarse y observarse, sino también interpretarse y aspirar a ser quien desea ser. En consecuencia, la escritura en la consultoría filosófica se convierte en un puente que conecta el desarrollo de la faceta crítica y creativa.
En resumen, la escritura no se reduce a la mera comunicación con los demás, sino sirve de territorio en el que se puede explorar y crear diversas maneras de interpretación de sí mismo y del mundo en el que se desarrolla, tomándose a sí mismo como materia prima, escribiendo desde su propia vivencia y sangre. Se podría decir, entonces, que a través de la escritura el individuo acoge el consejo de Rilke (1996): "entrar en usted mismo y examinar las profundidades de las que brota su vida" (pp. 8-9.).
Desde esta reflexión, se podría concluir que el filosofar, entendido en un sentido amplio, consiste en aquel ejercicio que surge de las dinámicas propias de la vida en la medida en que ésta se configura en interpretaciones, ideas, conceptos y visiones de mundo. Es decir, filosofar es atreverse a plantear y replantear la vida y el mundo desde la vida misma. En ese orden de ideas, el filosofar es el núcleo de la consultoría filosófica, pues el consultante se acerca a tal espacio para reflexionar sobre su vida y reinterpretarse por medio de esa reflexión. La perspectiva nietzscheana, especialmente desde las nociones de voluntad de poder e interpretación, sirven de una base privilegiada para comprender las dinámicas de la actividad filosófica en estrecha relación con las dinámicas de la vida.
En este sentido, quién se arroja a esta práctica se convierte en el insumo y en el producto de su propia actividad por medio de la escritura. Al escribir, el individuo ensaya e intenta relacionarse consigo mismo, con el mundo en el que habita y con los otros desde diferentes perspectivas, para así, reinterpretarse. La escritura presenta un territorio ideal para sembrar y cultivar las reflexiones del filosofar también en forma de un texto, pero no como un producto académico, sino más bien, como una forma de crear (o encontrar) diferentes formas de interpretación por medio de las palabras.
Así las cosas, también se concluye que el ejercicio de escritura no es sólo una posibilidad académica, sino que abarca la dimensión personal del sujeto que la practica. Por consiguiente, la escritura no se restringe al conocimiento ni a un simple juego de la fantasía, sino que abre la posibilidad de filosofar al englobar la particularidad del individuo, sus fuerzas, luchas e interpretaciones. Es así como la escritura se convierte en una actividad filosófica, que no persigue el contenido, sino el ejercicio mismo de escribir que implica volver la mirada hacia sí mismo y cuestionarse, para abrir la puerta a nuevas interpretaciones a partir de la vida misma.
Por su parte, la escritura en el contexto de la consultoría filosófica permite un puente entre la dimensión crítica y creativa que permean esta práctica, pues la escritura permite fijar y organizar el pensamiento al seleccionar las palabras y el orden en el que serán expuestas, ejercitando la dimensión crítica. Sin embargo, por medio de la escritura también se puede llevar al consultante a abrir la puerta a la dimensión creativa, impulsando al consultante a imaginar nuevas formas de interpretación y relación con el mundo y con los demás. Entonces, la escritura en el marco de la consultoría filosófica permite la interpretación y reinterpretación del consultante. Así, la consultoría filosófica y la escritura se posicionan como un laboratorio para que el consultante se permita ser ensayo de sí mismo, explorando y proponiendo nuevas formas de interpretación partiendo de su vida misma, y de sus propias palabras.
Finalmente, se podría decir que la vida se crea constantemente y, así mismo, las interpretaciones que se realizan sobre ella. En este sentido, el ensayo constituye la encarnación viva de la filosofía y el pensamiento, tanto en su expresión escrita como en su proceso de exploración y experimentación; es aventurarse en la búsqueda de una nueva posibilidad a través de la interpretación por medio de la experiencia del individuo mismo y sus palabras. En última instancia, cuando el individuo se dedica a filosofar y escribir, es la vida manifestándose a través de él.
[1] La relación entre la filosofía de Nietzsche, su vida y su praxis como escritor es fundamental para comprender su propuesta. Un examen muy lúcido sobre este tema es presentado por Meléndez (2001, p. 218).
[2] Para este trabajo se hizo un énfasis en la obra MBM por ser esta la obra publicada por Nietzsche que más explícitamente examina los temas de la voluntad de poder y de la interpretación. Sin embargo, se tomaron como apoyo los fragmentos póstumos en la edición de Diego Sánchez Meca, especialmente los fragmentos de 1886, año de publicación de MBM.
[3] La conexión entre filosofía, escritura y vida es una toma fundamental para el pensamiento nietzscheano. Una de las reflexiones más dicientes sobre esta compleja relación la encontramos en Meléndez (2001), cuando afirma que "Nietzsche tiene, pues, sus razones para el rechazo de la separación entre espíritu y cuerpo y, por ende, entre autor y hombre. Sea cuales sean estas razones, lo cierto es que, desde el primero hasta el último, cada uno de los escritos de Nietzsche porta un inconfundible e indeleble «sello personal»" (p. 218).
[4] Es menester recalcar que estas dimensiones no se limitan únicamente al ámbito del pensamiento, sino que abarcan también las acciones y la expresión verbal, y la forma escrita, por supuesto. En palabras de Sumiacher (2016): "esto se debe a que el término pensamiento nos restringe a una sola área del ser humano, su pensar, mientras que el término dimensión permite considerar las propiedades de estas tendencias en todos los ámbitos del vivir, incluyendo los pensamientos, el discurso y las acciones: de este modo operamos en un marco más abarcativo" (p. 4.).