DESGRACIA O DE LOS RUMBOS QUE PUEDE TOMAR EL AMOR
Las quejas presentadas contra Lurie, experto en poesía romántica, por
los estudiantes de su clase fueron el detonante de la situación. Coetzee.
Desgracia es el título de una novela cuyo lector es incapaz de tornarse indiferente; su contenido conmovedor, tan humanamente desgarrador y la fuerza narrativa visible en los 24 capítulos que conforman el mencionado título, provocan la atención de quien se acerca a estas páginas, pero en particular la compasión por aquello que les sucede, a dos de sus personajes —David y Lucy—. Desde estos rasgos se aprecian los alcances filosóficos de la novela, ya el elemento de la “compasión” invoca a Aristóteles quien en Poética plantea que se siente compasión por el personaje, quien en sufrimiento se asemeja al espectador del hecho trágico representado. Para el caso de la novela se trataría del lector, quien alcanza a compadecerse de aquello que lee en el relato y de los dos personajes.
Con lo anterior podemos pensar que en Desgracia hay varias tragedias: la del amor imposible de consolidar, también la de un “deseo” con el que no se sabe qué hacer, pues la búsqueda incesante de satisfacción hace “estragos” en quien intenta satisfacerlo, en David Lurie, personaje singular tocado por la literatura, por Byron, por la música y en general por una visible sensibilidad artística, aunque incapaz de renunciar al placer pasajero, nómada, otorgado durante las curiosas jornadas vividas en horario establecido: los jueves en la tarde por el cuerpo de Soraya, una prostituta musulmana. Hora y media para el placer, para la mentira, para…
Conviene aclarar que al exponer la idea de la incapacidad de “renunciar al placer”, no se piensa en una vida de privación, en absoluto, se pretende sí, dar a conocer una pregunta implícita desde el comienzo del relato ¿Qué ocurre con el deseo insatisfecho de David en las vidas matrimoniales pasadas y en los encuentros fortuitos con variadas mujeres? Interrogante al que pueden agregarse dos más y que pueden operar para toda la trama de la novela: ¿Qué es el amor para David Lurie? y ¿A qué le apuesta el protagonista: a la conquista del amor o a la instantánea satisfacción de su deseo sexual? Desde luego otras inquietudes pueden sobrevenir de la lectura, pero la intención de este breve comentario-reseña de Desgracia es destacar que cerca, muy próxima a la existencia de un hombre y de una mujer se encuentra la ficción, la que merodea la desdicha cotidiana de quien se halla desamparado, la que concede sus ocasionales glorias a quien le apuesta al amor.
Sin lugar a duda, el extenso relato entregado por Coetzee convida, como ya se ha anunciado, a una reflexión a propósito del amor y a entender cómo se concibe éste en la novela; pues desde el comienzo de sus páginas se percibe la posición ambigua que el protagonista tiene de tal sentimiento. Así se leen algunas líneas que expresan lo que siente David con la primera de sus fugaces mujeres: “Como ella lo complace, como el placer que le da es inagotable, él ha terminado por tomarle afecto. Cree, que hasta cierto punto, ese afecto es recíproco. Puede que el afecto no sea amor, pero al menos es primo hermano de éste” (Coetzee, 2003:8).
Es difícil encontrar una clara noción del amor en el protagonista, por tanto, se hace igualmente difícil saber qué busca, qué espera de las mujeres y de sus encuentros a los que parece, es incapaz de renunciar.
Son incontables los rasgos y aspectos puntuales por explorar en la novela, sin embargo, entre ellos se destaca el relacionado con la forma como se construye el personaje-protagonista. David es un hombre de mediana edad —pese a que en todo momento se considera viejo un “vejestorio” —, profesor universitario, clase media sin visibles apuros económicos, ilustrado en materia literaria; versado y como ya se ha indicado, sensible a temas de poesía y música como bien lo deja ver el narrador desde su inicial alusión a Edipo Rey, cuando invoca unos versos que bien retratan su desesperada búsqueda por la felicidad. Para una mayor comprensión del por qué de la mencionada referencia al poeta trágico, se citan textualmente los versos de Edipo Rey a los que alude la novela en la página 9: “¡En qué cúmulo de terribles desgracias ha venido a parar! De modo que ningún mortal puede considerar a nadie feliz con la mira puesta en el último día, hasta que llegue al término de su vida sin haber sufrido nada doloroso” (Edipo Rey, vv 1525-1530). Es ésta una clara alusión al ya mencionado carácter trágico de la novela, hecho que concede razón al filósofo Nietzsche, quien en el prólogo a La gaya ciencia indica qué es lo que queda para el hombre de su tiempo: el destino trágico.
Este comentario quiere destacar dos de los momentos puntuales que ganan la atención de la obra, así como la posibilidad de ser explorados mediante la relación Filosofía-Literatura: el primero, marcado por el carácter de aventura “exitosa” vivida por David en materia de conquista “amorosa”; una vitrina de mujeres está a su disposición y él conserva un interés descubierto por una de sus amantes quien al preguntarle si tiene fotos de sus esposas obtiene esta respuesta del singular profesor: —“No colecciono fotos. No colecciono mujeres” (Coetzee, 2003:42). No obstante, su conducta muestra todo lo contrario, va por el mundo tras aquella que se presente a sus ojos, tras quien pueda incluir en su “catálogo”. Parece un triunfador en materia de conquista de mujeres y a quienes no consigue atrapar las supone suyas, las anhela….
Pero de otro lado está el hecho de cómo el hombre atraído por las dobles y hasta triples vidas, el estudioso de Byron, de Wordsworth, el apasionado por Mozart y Scarlatti, es el mismo que intenta huir a un rincón apartado del mundo, a Grahmstown, provincia del Cabo Oriental, lugar donde reside su hija. Luego del acto de acoso sexual cometido con una de sus estudiantes y del escándalo causado en el mundo académico de Ciudad de Cabo, Lurie tiene como única opción abandonarlo todo a causa de su “desgracia”. Ha provocado un gran escándalo, como él mismo lo expresa en una de las páginas de la novela: “El escándalo me seguirá a donde quiera que vaya, lo llevo pegado a la piel” (2003:113).
¡Y qué otra opción conceder a quien ha cometido un acto del que se considera culpable! “Me declaro culpable. Eso es cuanto estoy dispuesto a decir” (2003:73). No obstante, no está dispuesto a seguir más allá de este reconocimiento. Por tanto, su autocondena lo conduce a algo similar al fin que él mismo se procuró “(…) a concentrar toda su atención en el animal que van a matar, a darle lo que él ya no tiene dificultad alguna en llamar por su nombre propio: amor” (2003:270). Entrega a los perros el amor que fue incapaz de reservar para una mujer. Así es, así se presenta a lo largo de este palpitante relato “el hombre cuyo nombre son tinieblas”, el hombre obsesionado por las mujeres, pero que pese a ello fracasó como esposo y como padre de una mujerΦ