EL LECTOR PARA WOLFGANG ISER Y MAURICE BLANCHOT


Ingrid Solana Vásquez: méxicana. Profesional y magister en letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Docente en universidades mexicanas entre ellas la UNAM. En el ámbito académico se ha especializado en estética y teoría de la literatura sobre todo en el pensamiento teórico francés y español.
Correo electrónico: ilesolana@gmail.com


RESUMEN

el lector es participante (o activo) durante el proceso de lectura. Esto lo demuestran la teoría del efecto estético propuesta por Wolfgang Iser en su libro capital El acto de leer y Maurice Blanchot en El espacio literario quien destina numerosas reflexiones en torno al lector, aunque su postura pueda ser confundida con una suerte de esencialismo. Este artículo explora las íntimas relaciones entre los postulados de ambos pensadores, a pesar de que pertenecen a ámbitos distintos y sus teorías se inscriben en diferentes contextos. De ahí que se examinen diversos términos comunes a la luz de sus semejanzas: la figura del círculo a la hora de leer, retomada de Heidegger, “el punto de vista móvil” iseriano en relación con la “soledad esencial” de Blanchot, las imágenes y las representaciones y el concepto de negatividad. Todas estas correlaciones permiten atender las teorías de estos autores como postulados dinámicos de la reflexión en torno al complejo problema del lector en el ámbito tanto de los estudios literarios como filosóficos.

Palabras clave: lector, Blanchot, teoría del efecto estético, Heidegger, Husserl


THE READER FOR WOLFGANG ISER AND MAURICE BLANCHOT

ABSTRACT

The reader is an active participant in the reading process. This demonstrates the aesthetic effect theory proposed by Wolfgang Iser in his major book The Act of Reading. Maurice Blanchot also intended numerous reflections on the reader in The Space of Literature, but its position can be confused with a kind of essentialism. This article explores the intimate relationships between the postulates of both thinkers, although belong to different fields and their theories are enrolled in distinct contexts. Hence it is exploring various terms in common in the light of the similarities between: the figure of the circle when reading, taken from Heidegger, and Iser’s “mobile point of view” regarding the “essential solitude” of Blanchot, images and representations and the concept of negativity. All these correlations make us attend to the theories of these writers as dynamic postulates that do not close the reflection around the complex problem of the reader at both of the literary studies and philosophy.

Keywords: Reader, Blanchot, theory of aesthetic effect, Heidegger, Husserl



EL LECTOR PARA WOLFGANG ISER Y MAURICE BLANCHOT


INTRODUCCIÓN

La teoría de Wolfgang Iser en El acto de leer: teoría del efecto estético es una fenomenología de la lectura. En ella, el texto aparece como “correlato de la conciencia del lector” (Iser, 1987, p. 175). He ahí su importancia, en un universo de estudio ajeno, preestablecido, que se ofrece para su posterior disección (como en el estructuralismo). La fenomenología propuesta por Iser se postula a través del análisis de una actividad —la lectura—, que funciona paralelamente a procesos de conciencia generadores de ese esfuerzo cognoscitivo conocido como “comprensión”.

Las influencias de Iser parten principalmente de la fenomenología de Husserl y de la teoría de la recepción de Ingarden, pero también de: Gadamer, Heidegger y Ricoeur. Los estudios literarios se convierten entonces en un esfuerzo creativo de la recepción que se abre hacia el sentido del texto de ficción, como una totalidad. Una labor mutua entre autor y lector; entre lo dicho —lo marcado, lo señalado— y la interpretación. La teoría de Iser no sólo propone una fenomenología descriptiva que desglosa los elementos del texto como si se armara un rompecabezas; veladamente sugiere también la preocupación por lo otro a partir del sí-mismo como dice Paul Ricoeur.

Se revisarán los puntos medulares de la teoría iseriana de El Acto de leer para realizar un análisis comparativo con los trabajos críticos de Maurice Blanchot en El espacio literario. La comparación no surge de elementos comunes temporales que hayan compartido ambos pensadores; sino de una serie de correspondencias y distancias que ayudan a profundizar ambas teorías, semejantes en cuanto conciben al lector como participante en el proceso de lectura. La relación sobre el lector es esclarecedora en las dos reflexiones en lo que respecta a una sucesión de procesos y problemas de índole teórico que se vuelve apremiante dilucidar, debido a que el lector es el elemento fundamental en cualquier mensaje verbal con fines estéticos.

La obra de Maurice Blanchot va contra un orden: el del logos imperante del discurso filosófico moderno capacitado para denunciarlo todo, incluyendo, su propio fracaso.

Cuesta Abad afirma que “la escritura de Blanchot no puede ni quiere aspirar a un método de lectura ni persigue la inteligibilidad de una teoría crítica, poco tiene que ver [también] con la deconstrucción de la escritura” (Levinas, 2000, pp. 66-67). ¿Qué es lo que Blanchot realiza en sus textos?, ¿Son ensayos literarios, interpretaciones sobre ciertos fenómenos literarios, crítica literaria, hermenéutica? Quizá todo ello. Sus escritos trascienden fronteras, hacen dialogar la filosofía y la literatura y encuentran puntos de comunión con ciertas escuelas. El pensamiento blanchotiano es lo suficientemente flexible, asistemático y crítico, para soportar las comparaciones más sorpresivas, tal es el caso de sus puntos de encuentro con la escuela de la recepción.

El pensamiento de Blanchot está muy cercano a la estética de Heidegger, sombra que pesa con notoriedad en su obra ya sea para negarla o para partir de ella. También encuentra resonancias en la obra de Iser porque Blanchot discute con el espacio del ser relacionado con la literatura e Iser retoma algunos aspectos de la terminología heideggeriana.


CÍRCULO

Para Heidegger el Dasein no es un sujeto que salga de sí para comprender el mundo, no es una simple presencia que observa, analiza y constituye lo que le rodea mediante esta relación autocreada. El Dasein “es ya siempre y constitutivamente relación con el mundo, antes de toda artificiosa distinción entre sujeto y objeto” (Vattimo, 1987, p. 35). De ahí que “la idea del conocimiento como articulación de una pre-comprensión originaria [sea] la doctrina de aquello que Heidegger llama (junto con la tradición de la teoría de la interpretación) el “círculo hermenéutico”. La comprensión y la interpretación serán, pues, dos grandes ‘existenciarios’ que formarán parte intrínseca del Dasein. Heidegger dice: “Lo importante es no salir fuera del círculo, sino permanecer en él de la manera justa” (Heidegger, 2008, p. 35).

El círculo está en “el acto de leer”, no a manera del método en el que se cumplen estructuras fijas (expectativas, figuras, consistencia, vacíos o negaciones), sino como el otro que se vuelve un “sí mismo”, un ser que está realizando múltiples posibilidades y se encuentra inserto en aquello que merece su atención: “la lectura [debe pensarse] como un proceso de un efecto cambiante, de carácter dinámico, entre texto y lector” (2008, p. 345.). El sentido mismo del proceso de lectura, funciona de forma circular en lo que Iser nombra como “negatividad” y constituye la infraestructura más acabada que se extrae del texto en la interpretación.

El proceso iniciado por el “punto de visión móvil”, “la consistencia”, la “creación de sentido y de significado”, “los espacios vacíos” y “las negaciones” forman un círculo perfecto, siempre reactualizable que tiene su correlato en la teoría de Blanchot, quien afirma:

Autor y lector se diluyen en la misma figura de “combate donde esas exigencias dicotómicas quedan abolidas y se vuelven “indistintas”. Heidegger habla de “lucha” entre mundo y tierra en “El origen de la obra de arte”; Blanchot recurre a los términos de violencia, combate y lucha para aludir al movimiento y al reposo de la obra de arte y a la consecuente “unidad de la obra de arte”. La temática en Heidegger y en Blanchot ocasiona el círculo: verdad, obra, tierra y desocultación. Por otra parte, la noción de Iser que da en la médula de este presupuesto es la de “lector implícito”:

Otra noción importante respecto a la circularidad en los procesos enunciados es el texto convertido en acontecimiento. Iser observa que en la constitución de figuras de sentido por parte del lector se genera una dialéctica entre la ilusión y su ruptura —cuando el lector, identificado con aquello que lee, comienza a vivir otra realidad que presupone independiente de la suya—. Este momento, único y fluyente en el proceso de lectura anuncia la compenetración del lector con lo leído. De igual manera, Paul Ricoeur había advertido la importancia del acontecimiento en la configuración del sentido, donde el discurso acontece incesante y da paso a un momento posterior instantáneo que sería el comprender en sí (Ricoeur, 2006, p. 24). Para Iser, el acontecimiento tiene que ver con un lector que está captando figuras acumulativas en un presente retencional y que hace —tal como Blanchot también afirma— el texto mientras lee:

Parece, o al menos así se comprende cuando se estudia El acto de leer, que la lectura es un proceso lineal cuya acumulación funge el papel mediador entre el tiempo y el espacio en el marco de la ficción. Leemos, mediante la acumulación de figuras, la creación de un sentido, y al dar significado a aquello que se afirma y se niega en el texto. Sin embargo, el movimiento es enteramente circular: las mismas nociones de protensión y retención retomadas de Husserl así lo constatan —La protensión y la retención son procesos cognitivos retomados de la fenomenología e implican una relación con el tiempo de lectura: al leer se retienen informaciones que producen en el lector una anticipación a aquello que ocurre en el texto. Esta dialéctica se mantendrá a lo largo del proceso de lectura hasta que todas las figuras queden constituidas—.

De acuerdo con lo anterior, es imposible captar el presente aislado y la frase extraída del conjunto discursivo (y menos aún, en una suerte de ejercicio de descomposición estructural), pues todos los eventos pasados leídos actualizan las representaciones inmediatas y convierten así la lectura en un flujo. La capacidad anticipatoria del lector implica recurrir a toda la información recibida mediante la lectura hacia el presente de la misma, de manera inconsciente. A partir de aquí, se puede preguntar entonces por el ser; ese ser que lee, que está siendo modificado en todos los instantes de ese proceso. Iser nunca habla de cierta existencialidad durante el proceso de la lectura; sin embargo, se intuye como parte del “efecto final” —que sería el efecto estético— porque interpretar es ya un movimiento de existencia e indica que lo leído ha modificado y transformado al ser que lee, no aislado ni separado, sino, justamente un ser-ahí: un Dasein que comienza a vivir “auténticamente” en la medida en que se pregunta por sí mismo; ya no sólo a la manera de “estar ante el mundo” sino en el mundo. Interpretar pues, adquiere una relevancia importante cuando más allá del yo empírico —“agente de la síntesis de la multiplicidad de las representaciones de intuiciones empíricas y consciencia psicológica de un yo” (Lapoujade, 1988, p. 128) —, el ser se sabe en lo otro y forma parte de lo otro.

Para Blanchot ese estar dentro se manifiesta en un “Sí puro que resplandece en lo inmediato” (Blanchot, 2000, p. 184) del proceso de leer:

En esta cita es posible advertir el sentido profundo que Blanchot atribuye al acto de leer: una zona extraña, ajena al mundo, pero que es todo mundo. Es, además, una zona de libertad: maravillosa, transparente, que nos sitúa ante el ahora; y de modo nietzscheano decimos sí en el universo de los textos. La lectura adquiere así visos ontológicos, pues no sólo es comprender sino ser, allí el lector se despoja de sí mismo y se convierte en lo que lee. La obra suspende el ruido para convertirse en cercanía, transita hacia el lector sin condiciones, le recuerda su espacio más íntimo: el de la muerte.

Blanchot alude a la circularidad en torno a uno de los grandes tópicos de toda su obra: “la obra misma es una experiencia de la muerte, […] hay que disponer previamente de esa experiencia para llegar a la obra, y por la obra, a la muerte” (2000, p. 85). Aludir al círculo en este sentido, es un movimiento que “toca algo original de donde parte, y que sólo se puede superar para volver a él”. Blanchot habla del círculo para referirse a la escritura: “hay que escribir para morir” y “morir para escribir”; en la tónica heideggeriana de un “círculo no vicioso”, Así Blanchot rodea el proceso de crear la obra tras una analítica existencialista (Cfr.,85).

Uno de los puntos centrales en la teoría iseriana es el concepto de “negatividad” que cifra el proceso de manera total. Iser no ejemplifica con suficiencia este concepto como lo hace cuando habla de “figuras” o “espacios vacíos” porque “la negatividad” resulta el todo de la obra. Blanchot también advierte la importancia de la negatividad pero el término le sirve para explicar el proceso creador y no el de la lectura. En la lectura hay una afirmación, mientras que la negatividad será una de las formas de enunciación propias del escritor. Aunque los fines son distintos, los autores llegan a conclusiones parecidas. Iser afirma:

Blanchot aborda el problema de la creación, a través de la meditación en la negatividad como “palabra errante” y momento inasible, aquello que otorga un sentido al espacio literario. La preocupación de Blanchot por “el espacio literario” no sólo es una exégesis de autores que le interesen. El espacio literario es todo aquello relacionado con la obra literaria; y todo lo que tiene que ver con ella es existencial. La primera afirmación repetida incansablemente en todo el texto es: “La obra es”. Es notorio que para Blanchot el momento creativo le ocupa de manera obsesiva; sin embargo, nunca es desprendido de los otros procesos que se encuentran unidos en una totalidad armoniosa: la composición del texto, el sentido simbólico, el origen ––la génesis–– de la obra, el lector, la comunicación, en suma el Sí y el No. En vez de hablar de “negatividad” Blanchot dice “palabra errante” (Blanchot, 2000, p. 45).

La propuesta de Iser no es ontológica en la misma medida que la de Blanchot lo es, así sea para alejarse de ella. Sin embargo, sí nos ofrece una teoría dinámica y fluida que empata con algunos presupuestos blanchotianos.


LOS PROCESOS COGNOSCITIVOS EN LA LECTURA Y EL ESPACIO DE LA OBRA. EL PUNTO DE VISIÓN MÓVIL Y LA SOLEDAD ESENCIAL

Uno de los primeros aspectos que se ponen sobre la mesa cuando Iser desglosa su fenomenología del acto de leer es la cuestión de cómo se representan textualmente los objetos empíricamente dados. La inquietud principal es que a diferencia de cómo percibimos los objetos del mundo, el texto se abre sólo al final del proceso de lectura. Acotaríamos igualmente, que la teoría de Iser tiene grandes influencias kantianas. Por un lado, se debe recordar que Kant inaugura una fenomenología de los procesos cognitivos ––universales y necesarios (a priori) –– humanos; es decir, una descripción minuciosa de todos los procesos que competen a la razón y una crítica de cómo han sido comprendidos, sobre todo, por la metafísica. De igual manera se toman de allí ciertas nociones como la de “síntesis” y la de “esquema”.

Es importante tomar en cuenta que para Kant, el proceso de síntesis es aquel que regula todas las actividades entre las diversas facultades para conocer. (Para leer más al respecto: María Noel Lapoujade. Filosofía de la imaginación. pp. 63-101). El papel de la referencia es fundamental cuando un texto de ficción describe, pues el lector debe constituir los objetos descritos que no son esos objetos habituales que se ven en el mundo ordinario. Uno de los principales actos que el lector realiza, intuitivamente, es la “síntesis” (un poco a la manera kantiana cuando la síntesis es el hilo que une los sentidos y el entendimiento) que recorre todos los instantes del punto de visión móvil:

El punto de visión móvil es tal porque se encuentra sujeto a las exigencias concretas de las frases en conjunto —que paralelas a las “protensiones” y “retenciones” hacen que el lector oscile de un sitio a otro en la constitución de sentido—; es el lector quien debe “activar el concierto de los correlatos preestructurados en la secuencia de la frase” (Iser, 1987, p. 180). Por lo anterior, la lectura se sitúa en un eje paradigmático, pues sólo al final el lector obtendrá un sentido completo. La comprensión de la frase, aunada a las otras, “esboza un determinado horizonte que a su vez, se transforma en una superficie de proyección”. A pesar de lo “concreto” de la frase se despiertan horizontes que contienen lo que Iser llama “representaciones vacías” y generan ciertas “expectativas” que pueden “saturarse” o anularse (1987, pp. 180-181).

Uno de los principales aspectos que Iser desarrolla sobre el punto de visión móvil es la noción de “hiato” —noción descartada por Ingarden por ‘entorpecer’ el proceso de lectura, pero que, como veremos, para Blanchot resulta igualmente fundamental—, desarrollada en los términos de “espacio vacío” y “gozne”, por medio de los cuales, se cifra la actividad vinculatoria del lector:

Lo que conseguiría el “hiato”, o más propiamente “el espacio vacío”, es la demarcación recíproca entre las perspectivas del texto. La cualidad positiva de esta “creatividad lectora” al construir aquello que une lo que no se presenta de forma explícita, constituye el eje dinámico del proceso enunciado por Iser y la parte novedosa también (sobre todo en lo tocante a la teoría de Ingarden). El “espacio vacío” no genera esa “ambigüedad interpretativa” posterior, sino que es paralelo a la “demarcación” propia del texto y a la vez a su propio dinamismo dialéctico con el lector.

Cuando Iser desglosa “los correlatos del punto de visión móvil” se observan tres momentos cruciales que ayudan a entender el ejercicio metodológico iseriano; éste trasciende los límites de esa pura fenomenología descriptiva: “la consistencia”, “el acontecimiento” y “el estar implicados”; en resumen una fenomenología con miras hacia la hermenéutica. La “consistencia” es lo que genera “interpretaciones” momentáneas de ciertas “figuras” a través de las cuales, el lector construye cuando está leyendo. Esas “figuras” no se encuentran aisladas unas de otras, sino forman agrupaciones más complejas que el lector debe desentrañar (como las que generan los signos agrupados cuando se habla de secuencias de frases en un discurso que ya no es la mera agrupación sintagmática de elementos sino la unión global de un sentido). Resulta interesante la constitución de estas figuras, pues no se relacionan con las “aptitudes individuales” del lector ni con sus contenidos de consciencia o sus condicionamientos sociales y contextuales; pues ellas están siempre en el texto desplegando un abanico de posibilidades de significado, cuestión que parece enteramente familiar a lo que Iser denomina “demarcación” o “marca textual”. De igual manera, es importante establecer la conexión con Blanchot cuando afirma que la obra irradia su significado aunque el lector permanezca alejado de ella.

La “consistencia” implica que mediante la capacidad agrupadora del lector se comprende; ésta destaca, a la vez, todos aquellos momentos que se sustraen a la integración de las figuras. La consistencia resulta conectada con el “acontecimiento”, cuando el lector se enfrenta a una realidad extraña pero tiene la impresión de haberla vivido. Se configura para Iser una “ilusión” en la cual “el estar asidos” y la consciente “perturbación” de estar ante una realidad ajena —la del texto—, constituye una dialéctica. Blanchot se refiere a la ilusión de forma semejante al concepto de la “soledad esencial”, uno de los términos más significativos del espacio literario:

Asimismo, la noción del “estar implícito” se refiere a esta dialéctica producida por el lector y alude a esa experiencia vertida en el texto que aquí compete —de ahí que el texto funcione como acontecimiento—, pues “[…] mediante la experiencia del texto sucede algo con nuestra experiencia” (213); a la vez esta noción es correlativa a la de “consistencia” y a la de “acontecimiento”; se recuerda que todo en El acto de leer corresponde a un dinamismo y los conceptos se encuentran imbricados. El término “ilusión” implica, como sucede cuando Blanchot alude a la participación libertaria del lector en el texto, que el lector está completamente involucrado con aquello que lee, ese “estar asido” a la lectura es producir, precisamente, el texto, un texto que es inexistente si nadie lo lee. Sin embargo, la implicación del lector con aquello que lee también produce un distanciamiento, es decir, un efecto de lejanía que lo confronta continuamente con la construcción y destrucción de las figuras mentales que recrea a la hora de leer. De ahí es posible esa dialéctica con la que se van destruyendo las diversas ilusiones proyectadas en lo escrito, que continuamente nos sitúan ante la aceptación o el rechazo de las diversas mociones que un texto sugiere.

Una vez revisados estos conceptos que dan inicio a la teoría del efecto estético se pueden observar las convergencias y proximidades con una posible hermenéutica blanchotiana. Cuando Blanchot habla del tiempo se refiere a éste como “ausencia” que representa para el autor, “la esencia de la soledad de la obra”. La nulificación del tiempo responde particularmente, al presupuesto de que la obra contiene ciertas “marcas” per se; y la ausencia es expresada de acuerdo con la terminología ontológica del pensador, relacionada también con el término de “consistencia” en tanto la obra es una suerte de realidad dada. El “Yo” se acerca a la obra, “se abisma en la neutralidad” y en un “él sin rostro” —Todos estos vocablos se encuentran en el apartado “La fascinación de la ausencia del tiempo”— (pp. 23- 24). Todo esto resulta familiar al contrastarlo con la noción de “lector implícito que da por sentado el acceso a un “acontecimiento” y se vive una experiencia aparentemente ajena pero propia: re-apropiada, en términos ricoeurianos.

A diferencia de Iser, Blanchot no percibe esa dialéctica del lector con el texto para apropiarse de la obra cuando habla con exclusividad del proceso de escritura, procedimiento que entiende como ajeno a la realidad productora de la lectura –porque cuando Blanchot habla del lector y de la comunicación está consciente de esa dialéctica– y los esfuerzos ontológicos sobre la escritura lo conducen a la ausencia, a la nada; al discurso ambiguo y paradójico. Sin embargo, hay alguien que está en la obra; una suerte de consciencia dormida que tiene el lector cuando se enfrenta a una realidad extraña pero a la vez vívida que le otorga el “punto de visión móvil”. Para Blanchot el lector es fundamental y no existe la obra si no se lee:

La muerte, momento culminante del espacio literario, ronda toda la obra del pensador francés para comunicarnos que las claves se encuentran en las fuerzas contrarias enunciadas a través del lenguaje y en la “negatividad”; es decir, en todo lo que no se dice en el texto pero que se encuentra implicado en él.


IMÁGENES Y REPRESENTACIONES

Cuando Iser habla de imágenes les atribuye lo tomado de Husserl: las “síntesis pasivas” para referirse a aquello que tiene lugar antes de las “síntesis predicativas” o de los “juicios”. La imagen es el modo central de las síntesis pasivas y pertenece a la facultad de imaginar. Las imágenes no son idénticas a la realidad dada del objeto empírico ni al significado de un objeto representado: “la pura experiencia del objeto es superada en la imagen” (Iser, 1978, p. 218).

En el capítulo concerniente a las “síntesis pasivas”, Iser habla de cómo se configuran esas representaciones que se tienen en el texto de ficción y es aquí justamente, donde introduce la noción de “esquema” que, al igual de la de “figuras”, cumple una función acumulativa. Así se va creando el sentido una vez que los esquemas fungen como entidades que generan “referencias vacías” y que contribuyen a crear el efecto “bola de nieve”, una especie de ola de sentido. Asimismo, cuando estos esquemas son configurados como representaciones de lo leído se forman tres procesos cruciales en el comprender: el tema, la significatividad y la interpretación. De esta manera, tales procedimientos se encuentran fundidos en la representación.

Para Blanchot la imagen produce una “fascinación” que nos aleja del sentido:

Así como Iser se refiere a ese “estar implicado”, Blanchot alude al doble movimiento de la imagen que acapara y distancia a la vez —en el mismo sentido del efecto de la representación, que imbrica “tema, significatividad e interpretación”.

Donde Iser dice: “la representación produce un objeto imaginario en el que se manifiesta lo que el texto calla” (Iser,1987, p. 236), Blanchot asegura que “la imagen sustrae el sentido del objeto y lo mantiene en la inmovilidad de una semejanza que no tiene a qué parecerse” (Blanchot, 2000, p. 26), y así: “los objetos imaginarios sólo obtienen su sentido si […] comienzan a abrirse hacia algo” (Iser, 1987, p. 237). Sin embargo, para Blanchot, la imagen obedece a un proceso de experiencia relacionado con el origen; la imagen es anterior a la percepción y es fruto de una trascendencia previa (Levinas, 2000, p. 22) ¿Pero acaso el propio Iser niega esta “capacidad primaria” de la imagen cuando observa que la sola representación de un objeto es una de las pequeñas cosas que hace girar el engranaje totalizador del texto de ficción, que genera, abre, bifurca y acumula, en suma, lo global del después?

Es quizás, en lo que respecta a los “espacios vacíos” como elementos importantes en la actividad constitutiva entre el texto y el lector, donde todo lo representado se despliega con fuerza. Aquí el “gozne” adquiere relevancia, pues esa facultad permite ensamblar lo que subyace en el interior del texto: los correlatos o “la apropiación” ricoeuriana y “el afuera” en Blanchot. Contrariamente a lo atribuido por Ingarden acerca de los “espacios de indeterminación” como lo no-dicho, lo que había que llenar y por consiguiente, funcionaba como una suerte de defecto en la narración, para Iser se convierte esencialmente, en aquello que hace ‘funcionar’ al texto de ficción. Los vínculos con la imaginación son fundamentales —esto además, lleva nuevamente a puntualizar el carácter cognitivo de la imaginación—, en esa irrupción del espacio vacío que genera el desenvolvimiento de la capacidad imaginativa del lector.

A diferencia de cómo percibimos el mundo en lo cotidiano, el “espacio vacío” implica una transgresión de las representaciones vertidas en la ficción; y el lector se obliga a combinar todos los esquemas “contrafácticos” y opuestos negados a cada instante en los textos contemporáneos. Es interesante que en el proceso de lectura, el saber obtenido mediante ciertas representaciones es anulado por el siguiente pasaje, pero es justamente el gozne que logran los lectores, lo que provoca el dinamismo del texto; gozne que conduce a esa “tierra móvil, horrible, exquisita” (Blanchot, 2000, p. 212), que perturba cada instante; nos afirma y niega. Gracias a los espacios vacíos se puede entender la noción de “campo”: “el campo es la mínima unidad organizada de todos los procesos de comprensión” (Iser, 1987, p. 300). Aquí, pues, el propio Iser bordea ya el sendero de la interpretación; el lector se faculta para crear un campo mediante los goznes construidos y las proyecciones que el texto le ha lanzado durante su tarea lectora implicativa. El siguiente fragmento sintetiza y esclarece estos aspectos:

No se puede obviar tampoco, la distinción que Iser realiza entre sentido y significado (resultante de la facultad de gozne y del imaginar; proximidad real con el texto de ficción; ejercicio acabado y culminación del “estar implícitos” en un acontecimiento como la obra literaria). Éste es un aporte importante que dice mucho del ejercicio interpretativo posterior; donde se tiene un sentido interpretado del que no es posible extraer un significado seguro, “pues el significado del sentido sólo se abre mediante la relación del sentido con una referencia determinada […]” (Levinas, 2000, p. 240). Así, el significado es el resultado global que el lector asume como parte de su existencia; allí el yo se constituye a partir de esa experiencia extraña; es donde el análisis iseriano trasciende las meras referencias a ciencias cognoscitivas y el “sujeto lector” es la figura central del fenómeno literario. Para Blanchot, el lector es el engarce de su concepción esencialista cuando afirma que la literatura es y el vínculo entre ésta y el contexto donde se inscribe.


NEGATIVIDAD

Cuando Foucault habla del “pensamiento del afuera” alude a “lo neutro” en Blanchot como ese “nuevo espacio que caracteriza la ficción occidental” (Foucault, 2004, p. 13). Levinas, a su vez, dice: “Lo neutro, o ese Tercio Excluso, no es ni afirmación ni pura negación del ser. Pues afirmación y negación pertenecen al Orden, forman parte de él. Y aún así, la insistencia en eso Neutro comporta un no sé qué de negativo. No se lo frecuenta; ello es <<lo infrecuente>> y extraordinario por excelencia” (Levinas, 2000, p. 68).

Ya no hay un yo como tal en la obra pues el sujeto desplazado como entidad psicológica o histórica en el texto se fusiona con su enunciación. La desaparición del sujeto tiene que ver con la “muerte del autor” proclamada por Roland Barthes en 1968. La experiencia más radical, en ese sentido, del “espacio literario” es la anulación y negación, tanto en la forma de enunciar como en las profundidades simbólicas del propio texto. El ‘sujeto’ así, en las teorías de Blanchot, se encuentra en la obra literaria a manera de un ser borrado al que ya no le pertenece lo escrito.

El discurso de Blanchot discute contra un modo específico de filosofar, trata de acercarse a la experiencia íntima de la literatura y se constituye en una forma paradójica de decir. Ese discurso, dice Foucault, “se niega a sí mismo”, se despoja de su propio poder al enunciarse. La negación está, justamente, en ese primer nivel del discurso, donde hay múltiples paradojas y contradicciones, precisamente porque, para resaltar las características propias del discurso literario, Blanchot tiene que usar esas mismas herramientas en los textos y por ello su discurso es ambiguo. Iser, por su parte, habla del concepto de “negatividad” que es lo contenido en el fondo de los textos y establece el vínculo entre la “negatividad” y el “símbolo”, para expresar la falta de realización concreta; la “nada” que subyace al interior de la realidad textual a manera de un “ocultamiento” — vínculo, en nuestra opinión errado, pues parece desvalorizar el símbolo al aludir a su superfluo convencionalismo y al otorgarle un mero valor representativo, con ello, se le despoja de su carácter dinámico y transhistórico en el sentido de que el símbolo no permanece estático (y tomando en cuenta que un símbolo no es representable solamente de manera icónica, sino que hay símbolos conceptualizados como el mal, por ejemplo, al cual se le van adhiriendo significaciones históricas e interpretativas), creemos que el símbolo es más que un valor de representación, pero no entraremos en esa discusión aquí —. A diferencia de las negaciones como tales —primarias y secundarias—, la negatividad en Iser es la infraestructura del texto de ficción. Es lo que hace funcionar la lógica de la pregunta y la respuesta entre el texto y el lector. Es aquello, en suma, que hace funcionar la comunicación.

La relevancia de lo anterior parece incalculable en la teoría iseriana. Por un lado, es sintomático que Iser no haya definido la negatividad concretamente. Esto confirma que la noción dota a la literatura justamente de la “extrañeza” que otros autores han observado en el texto de ficción, desde Mallarmé quien llama a la palabra literaria: “palabra esencial”. De otra parte, es justamente en lo extraordinario del texto de ficción donde cobra valor la capacidad interpretativa de un lector que abre la obra y a la vez la cierra, es gracias a éste como, según Blanchot, se activa el sentido.

La terminología empleada por Blanchot con respecto a la “la negatividad” es relevante cuando dice:

La suposición de que en la negatividad hay una especie de plano doble nos hace intuir el dinamismo de la obra literaria, pues donde existe un también hay un no; y en el descubrimiento de esta polaridad se genera la dialéctica de la pregunta y la respuesta no sólo durante la lectura sino en el después de la misma:

Se puede concluir, que eso que Iser identificó como lo manifiesto a través de la negatividad; como fuente de comunicación y como aquello que no está expresado a partir de lo dado en el mundo, se relaciona con “el afuera”; con ese “discurso que vuelve el pensamiento hacia el afuera, [que] es, además, de una sola pieza: meticuloso, relato de experiencias, de encuentros, de gestos improbables” (Foucault, 2004, p. 30). ¿Es que acaso el lector implícito en la obra no está también negado en su propia afirmación?, ¿Se puede pensar entonces en el movimiento de rechazo de la obra hacia el propio lector (y no sólo hacia un autor borrado y exiliado de su propia creación)? Si como afirma Blanchot es imposible seguir las huellas de una persona a título psicológico y sociológico en el texto, tampoco un lector debe buscarse de esa forma como la biografía pesaba por encima de la artificiosidad del texto, a la manera de la crítica biográfica literaria del siglo XIX realizada por Sainte-Beuve. La revisión contextual de una obra implica quizá, la revisión de cómo se lee en un marco histórico específico, sin caer en observaciones simplistas sobre las “intenciones” de los autores o de los propios lectores.

El discurso del siglo XX hace del lector la figura más importante de los estudios literarios, pero como una función textual. Es evidente que las teorías de Iser y Blanchot son distintas y se dan en marcos conceptuales e históricos divergentes; sin embargo, es posible encontrar puntos en común. No hay que olvidar que Blanchot concentró su obra en el problema de la escritura literaria, mientras que Iser aborda los procesos de lectura; y que para el siglo XX, no obstante, el lector es el constructor principal del texto literarioΦ


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Blanchot, M. (2000). El espacio literario. Barcelona: Paidós.

Foucault, M. (2004). El pensamiento del afuera. Valencia: Pre-textos.

Heidegger, M. (2008) Caminos de bosque. Madrid: Alianza.

Iser, W. (1987). El acto de leer. Madrid: Taurus.

Lapoujade, M. (1988). Filosofía de la imaginación. México: Siglo XXI.

Levinas, E. (2000). Sobre Maurice Blanchot. Madrid: Mínima Trotta.

Vattimo, G. (1987). Introducción a Heidegger. México: Gedisa.