EL PROBLEMA DE LOS UNIVERSALES Y DE LO SINGULAR EN LACAN


Juan Fernando Pérez: colombiano. Psicoanalista. Realizó estudios de posgrado en las universidades de París VII y París VIII, y en la Escuela de Altos Estudios de París, en Clínica Psicoanalítica, Sociología del Conocimiento, Campo Freudiano e Historia de las Mentalidades. Profesor Titular de la Universidad de Antioquia.


RESUMEN

el presente texto tiene como propósito explorar algunos puntos importantes relativos a lo que se conoce como “la querella de los universales” y su relación con el psicoanálisis de orientación lacaniana. En particular allí es explorado el lugar que posee el ternario universal-particular-singular en filosofía, la ciencia y la técnica, y cómo este se ubica en la teoría y en la práctica analítica.

Palabras clave:lo universal, lo particular, lo singular, lo existente, filosofía, psicoanálisis.


LE PROBLÈME DES UNIVERSAUX ET DU SINGULIER CHEZ LACAN

RÉSUMÉ:

Le texte suivant a par but d’explorer quelques uns de points importants de ce que s´appelle dans l’histoire de la philosophie «la querelle des universaux» et son rapport avec la psychanalyse d’orientation lacanienne. En particulier y est considéré la place qui a le ternaire universelle-particulier-singulier dans philosophie, la science et la technique, et comment celle-ci prend une place dans la théorie et la pratique analytique.

Mots-clé:: L´universelle, le particulier, le sigulier, l’existant, philosophie, psychanalyse.



EL PROBLEMA DE LOS UNIVERSALES Y DE LO SINGULAR EN LACAN

El marco básico de lo que aquí se examina es el problema clásico de la filosofía conocido como “la querella de los universales”. Como bien se sabe, dicho problema ha sido objeto de múltiples enunciados, desarrollos y variantes, y ha tenido consecuencias profundas en la historia del pensamiento occidental. A riesgo de insistir en puntos conocidos, se indican a continuación algunas proposiciones mínimas relativas a ese marco; de esta manera es posible situar más adecuadamente la perspectiva de Lacan y del psicoanálisis al respecto, en donde se acentúa el concepto de lo singular, que es indisociable del de lo universal.


DE LA ENUNCIACIÓN DEL PROBLEMA DE LOS UNIVERSALES

Examinar el problema de los universales implica referirse a algunos asuntos básicos de tipo ontológico, al igual que a ciertos aspectos de lógica. Se trata, pues, de precisar cómo se establece, desde el punto de vista filosófico, aquello que se admite y se reconoce como existente, o si se quiere, cómo se establece “lo que hay” (para decirlo a la manera de Quine), o aun el problema del ser. Señalo en ese sentido (y sin entrar a discutir las posibles diferencias que haya entre lo existente, lo que hay y el ser) que allí interesa sobre todo el tema de lo existente más que el del ser. Es esta la problemática teórica en la cual se ubica la clave de estas consideraciones.

Al problema de los universales están indisolublemente asociados nombres principalísimos en la historia de la filosofía. Sócrates, Platón, Aristóteles, Porfirio, Boecio y Abelardo en especial, entre los antiguos y los medievales, además de no pocos modernos que van desde Berkeley y Kant hasta Quine y Kripke, para citar solo algunos de los más notables. Basta mencionar esos nombres para destacar así la significación y complejidad del problema. Aquí se trata solo de brindar una formulación genérica del mismo, para desde allí avanzar más precisamente sobre lo singular en el psicoanálisis.

Es conocido que es Porfirio, el romano de los siglos III y IV d.C., quien refiriéndose a las categorías de Aristóteles, entre ellas a las de especie y género, enuncia los elementos básicos del problema que, mucho más tarde, en la Edad Media desencadenarán el debate. Esto para señalar, en forma aparentemente sencilla, pedagógica si se quiere, la encrucijada que hay entre los llamados realismo platónico y nominalismo aristotélico, y procurar de ese modo los elementos que permiten introducir la pregunta acerca de si el género o la especie (dos de las categorías con las cuales se designan dos universales fundamentales) existen como tales o no. Ello, claro, más allá de los casos particulares que se puedan reconocer en un género o en una especie, de los cuales podamos admitir fácilmente la evidencia de su existencia.

El debate recorre toda la Edad Media aun después de Abelardo. El ejemplo que este propondrá en el siglo XII para referirse a lo antes indicado, y que se consagrará en la historia de la filosofía, en la poesía y en la literatura, es legendario. Es el de la rosa, al preguntarse si es posible que la rosa solo exista como la cosa “rosa”, o si también existe lo que se nombra cuando se habla de todas las rosas imaginables bajo la palabra rosa; es decir (y para indicarlo en los términos de Abelardo), si esa idea es solo un nombre, el que no puede confundirse, filosóficamente hablando, con la cosa en sí. Se trata de la discusión acerca la existencia de la cosa “rosa” y del universal “rosa”. Es conocido que el ejemplo de Abelardo ha dado lugar a múltiples elaboraciones luego de su enunciación, para llegar hasta nuestro tiempo, con Borges, en varios de los más bellos y significativos poemas de la poesía del siglo XX y con Umberto Eco en El nombre de la rosa, entre los casos más notables. Cabe así invocar los primeros versos de “El Golem” de Borges, para señalar allí un elemento esclarecedor al respecto. Dice el poema:

Seguramente es posible afirmar que no hay enunciado más sucinto, completo y lúcido del asunto que este de Borges. Se trata, como se ve, de un reconocimiento pleno de la historia de la cuestión, de una construcción rigurosa con cada elemento de la misma, de una definición esclarecedora de la naturaleza de lo que allí está en juego y de una cierta toma de posición respecto a la pregunta fundamental. En ese sentido, se pueden reconocer en esos cuatro versos, referencias indudables a Platón y a Abelardo, a la pregunta por el problema del nombre y de la cosa en términos de existencia, y a la singularísima definición de su posición frente al asunto, con la invocación que hace del Nilo, e incluso con varios puntos más sobre el tema, como las referencias que hace a los conceptos de arquetipo y de letra, los que también se hallan en juego en las diversas discusiones relativas al problema de los universales. Cumple así Borges con lo que él mismo postula como los dos deberes que tendría todo verso: “Comunicar un hecho preciso y tocarnos físicamente, como la cercanía del mar” (Borges, 1982, p. 109).

Como lo saben quienes conocen la obra de Borges, esta no es de ninguna manera su única elaboración al respecto. Hay muchas otras en su obra, y ahondar en esos esclarecimientos y desarrollos podría ser en sí mismo un tema de investigación de gran interés para la filosofía. La rosa como representación de la cuestión, por ejemplo, aparece a menudo en sus cuentos y relatos, bien sea para referirlo a la rosa que Milton acercó a su cara, a la rosa blanca, bermeja, amarilla, o a la rosa profunda o invisible, siempre teniendo como punto de mira el asunto que trató Abelardo. Ello, para no hablar de los ruiseñores, sea el de Keats o el de Virgilio, con los cuales también Borges se adentra en el mismo problema.

Tras los versos de Borges, que introducen este artículo, conviene ahora analizar el concepto de lo singular en diferentes órdenes, antes de situarlo en Lacan y el psicoanálisis.


ALGUNAS PRECISIONES ACERCA DEL CONCEPTO DE LO SINGULAR

Para el psicoanálisis de orientación lacaniana, el concepto de lo singular posee un interés especial porque permite ordenar conceptualmente la naturaleza de la teoría y de la práctica analíticas. Pero más allá del psicoanálisis, el concepto, una vez esclarecido en su sentido más específico, encierra una significación especial en el sentido de reconocer diversos asuntos filosóficos de especial importancia en la época, pues a partir del mismo podrían producirse proposiciones de valor respecto a asuntos claves para la ciencia y la filosofía contemporáneas.

En ese orden de ideas, es posible indicar que el concepto de lo singular, además de situarse como un asunto central relativo a los universales, es un vocablo muy utilizado en la lengua corriente, por lo cual siempre exige aclaraciones diversas, ya que en no pocos contextos, con extremada frecuencia, se lo confunde con otros que en algún sentido le son próximos, pero que son en últimas sustancialmente diferentes. Se trata, sobre todo, de la confusión que se hace de lo singular respecto a los conceptos de lo individual y de lo particular; y esto con consecuencias bastante significativas. Es necesario entonces referirse a varios aspectos puntuales frente a lo que se entiende por lo singular.

Los diccionarios de la lengua (por ejemplo el Diccionario de la Real Academia Española en su edición 21a) destacan en general una idea central cuando definen lo singular: precisan que es aquello que se dice de lo que está “solo; sin otro de su misma especie” (RAE, p. 1885). Por ejemplo, se dice de un hombre que tiene el pelo verde. Es claro que esta idea es básica en el uso habitual del término, y que incluso se halla presente en los empleos más especializados que se le den. En la lengua corriente no es extraño, por tanto, que se diga que lo singular es aquello que no pertenece, aquello que se aparta de un conjunto. Reténgase esta idea para considerar ahora otros aspectos relativos al vocablo.

Los diccionarios ponen de relieve la oposición que existe entre lo singular y lo plural, hecho que se establece claramente mediante el uso de verbos y pronombres, con lo cual se sitúa, junto a otros elementos, la idea ya señalada por el Diccionario de la Real Academia Española. Y bajo esa perspectiva, se indican como sinónimos de lo singular los siguientes vocablos: “solo”, “individual”, además de “extraordinario” y “raro”, entre otros, desde donde se llega a identificar a menudo lo singular con lo individual y con lo particular.

Queda así trazado un marco de referencia para examinar el concepto en una perspectiva más especializada, desde la que sea posible precisar cómo este se separa parcialmente del uso corriente, uso, no obstante, legítimo.

Lo singular es, pues, también una categoría lógica y ontológica. En el primer sentido se le emplea para hablar de proposiciones que, por la cantidad de elementos que se señalan en ellas, solo se refieren “a un solo objeto”, a diferencia de aquellas que se llaman particulares las que se refieren a “algunos objetos”, y de las proposiciones universales que se refieren a “todos los objetos de una misma especie o conjunto”. Así, entonces, cuando se dice “perro” para indicar la especie de tales animales, se habla de un universal, en la medida en que ello comprende todos los perros imaginables; cuando se dice “ciertos perros”, se habla de lo particular; y cuando se dice “Caracola, mi perra”, se habla de lo singular. Se delimita un ternario decisivo: el de lo universal, lo particular y lo singular. Es necesario agregar que dicho ternario, en su sentido ontológico, constituye uno de los problemas en torno al cual se juegan hoy asuntos cruciales tanto para la ciencia como para la filosofía. Un ejemplo de esto es lo que se pueda definir como lo propiamente humano desde la perspectiva de las llamadas neurociencias. Sin entrar a su examen en este contexto, a través de este punto, se puede notar la significación y actualidad que tiene el problema en cuestión.

Un aspecto de lo anterior que tiene especial interés, es que si bien la diferencia entre lo singular y lo particular se halla bien definida en términos lógicos, no obstante, aun en medios filosóficos, al igual que en las ciencias, humanas o naturales, existe la misma tendencia presente en la lengua corriente, es decir, a identificar lo singular con lo particular. Es una identificación que de ninguna manera es casual. Muestra una tendencia pertinaz de producir un borramiento, la supresión de lo singular como tal, privilegiando por el contrario el “todos” y el “algunos” de lo universal y de lo particular. Es decir, que ese ternario queda a menudo reducido a un binario, donde desaparece lo propiamente singular.

Pero, ¿Por qué existe una tendencia tal, que tantas veces pasa desapercibida y de la que, se puede demostrar, conlleva a no pocas consecuencias? Al respecto es posible afirmar que allí se observa una dificultad estructural, agudizada en la época actual. En la época que Heidegger ha llamado la época de la técnica científica, se puede reconocer un rasgo que le es propio en tanto es constituyente del pensar de la ciencia y de la técnica: que la formación de la serie, la contabilidad de las cosas, incluida allí la contabilidad de lo humano, constituye un imperativo, un principio de los razonamientos, en la medida en que la técnica científica solo opera desde y con la serie. Es lo que algunos autores llaman la tiranía de la cifra, la cual exige que todos lo elementos de cada conjunto, o si se quiere, relativos a un universal, puedan y deban ser contabilizados; por tanto, tratados como individuos, es decir como casos particulares, y donde lo singular como tal queda eliminado en su especificidad, pues si este adquiere el estatuto pleno que lo define, toda posibilidad de hacerlo cifra queda impedida. Destaco de esta manera lo propio del individuo: además de ser lo que es indiviso, es algo que puede ser tratado a través de la cifra, como lo uno de la serie, y de hecho, entonces, homogenizado, situado en un conjunto a través de un universal.

En ese sentido conviene notar que el individuo puede hacer subconjuntos y tener la apariencia de singularidad, pero nótese que, en estricto sentido, se trata es de lo particular. Esta característica de lo individual no solo tiene importancia para diferenciarlo de lo singular, sino para reconocer con ello, con mayor precisión, asuntos diversos, tales como el del valor que tiene en la época el individuo; u otros.

Así, cabe hacer un contrapunto con lo dicho respecto al individuo y a la serie, al señalar uno de los temas más sugerentes, si bien arduo, relativo a la singularidad. El del nombre propio, un asunto que tiene desarrollos significativos desde el punto de vista lógico, ontológico, lingüístico o psicoanalítico. Frente a ello, es necesario indicar que ningún trabajo contemporáneo sobre el tema podría evitar hoy referirse a las tesis del filósofo norteamericano Saul Kripke. Su original solución a un antiguo debate en torno al referente del nombre propio (clave con relación a varios problemas ontológicos, lingüísticos y otros), al introducir y elaborar el concepto de designador rígido, permite establecer qué condiciones exige la singularidad para ser aprehendida por el lenguaje —no obstante, en sentido estricto, lo singular es finamente innombrable, como lo sostiene, por ejemplo, un personaje de Borges; esto salvo lo que verdaderamente designa el nombre propio, lo cual pone de presente la naturaleza y significación de este punto—, con lo que se abre un camino para establecer que lo singular admite ser tratado en su especificidad por saberes como la lógica, y que no simplemente requeriría ser absorbido bajo los conceptos de lo particular o de lo individual. Y aun cuando esto es elocuente para una disciplina como el psicoanálisis, que existan definiciones de este orden, que esclarecen esta posibilidad desde otros ángulos, es de un gran valor ya que le da nuevos fundamentos a la elaboración del problema y permite señalar que este carácter de lo existente aparece como posible de ser examinado en otros saberes relativos a lo humano, sin reducirlo a las categorías usuales bajo las cuales queda desconocido.

Cabe agregar al respecto que Lévi-Strauss, por ejemplo, hace algunas observaciones de gran interés acerca del nombre propio, las que, no obstante, se hallan definidas en la perspectiva en la que lo singular está subsumido en lo universal o lo particular (Lévi-Strauss, 1972). Por su parte, sea del caso indicarlo ya, los trabajos de Lacan acerca del tema, en especial aquellos desarrollados en torno al caso de James Joyce (Seminario 23, El sinthome), abren avenidas nuevas para comprender mejor la función del nombre propio en el sujeto.


LAS CIENCIAS ANTE LO UNIVERSAL, LO PARTICULAR Y LO SINGULAR

Existe un amplio acuerdo acerca de la tesis según la cual la ciencia tiene como razón de ser la producción de universales.

En efecto, la investigación científica puede definirse como el proceso de construcción de universales que designan y permiten explicar lo que se reconoce como existente, y los que, cuando se sustentan como ciertamente tales, hacen parte, al igual que sus conceptos, de una teoría científica. Así, cuando emerge un caso que se aparta de los universales conocidos; es decir, cuando surge algo que es propiamente singular, la ciencia se inquieta e interroga por el hecho, y tratará, a través de la investigación y del desarrollo teórico concomitante, o bien de incluirlo dentro de uno de los universales conocidos, o de construir uno nuevo, a partir del singular en cuestión, para engrosar de esta manera su corpus teórico, es decir el corpus de universales definidos. Un ejemplo para ilustrar lo señalado es el siguiente.

La aparición de una forma de gripa desconocida hace pocos años hizo que no solo surgiera una gran alarma colectiva, sino que movilizó a la comunidad científica para proponer hipótesis e investigaciones acerca de su naturaleza. Una vez se demostró que se trataba de un caso de un virus singular, esto es, de un virus que se apartaba de los conjuntos conocidos, en cuanto a su estructura molecular, y que se reconocieron varios casos de igual tipo, se pasó de lo singular a lo universal, al definir una nueva forma de virus. Se le pudo nombrar ahora con más propiedad (asunto este del nombrar, como ya se ha indicado, crucial y de consecuencias múltiples) y la comunidad científica, y la sociedad en su conjunto, pudieron hablar en forma más propia de ello. Es lo que se llama un hallazgo científico, o aun un descubrimiento, es decir, la inscripción de un hecho singular en un conjunto, en un universal, ahora descrito y nombrado en términos teóricamente admitidos, y por tanto, considerado ya como conocido, con lo que, la singularidad (del virus en este caso) queda subsumida en el universal.

Lo anterior permite reconocer que la aspiración de la ciencia es la de la construcción de universales, la producción de un saber sobre un “todos”, y con ello consigue absorber, bajo este “todos”, lo singular que pueda reconocer. A lo propiamente singular, a lo que está por fuera de los universales, se le suma el valor de lo no conocido; e incluso de lo amenazante, en ciertos casos, hechos que exigirían una reflexión puntual, en tanto lo singular solo admite ser situado allí de tal manera.

El empeño en la conversión de lo singular en un universal es, pues, constituyente de la ciencia, lo que es cierto no solo en las ciencias naturales sino también en las llamadas ciencias humanas.

Pero ¿Qué consecuencias trae ello en lo relativo a la singularidad de los humanos, si es que acaso se acepta allí su existencia, sus características y su valor? Antes de intentar responder lo anterior, es posible indicar que el trabajo con lo particular, es decir con las expresiones específicas, concretas, de un universal bien definido, es, en cuanto hace a la ciencia y en sentido riguroso, el campo de su técnica, esto es el de la aplicación de conocimientos relativos a un universal, a situaciones y casos delimitados desde allí. En ese sentido los casos individuales son pensados en función del conocimiento que se tiene de un universal. Defino de esta manera la diferencia entre teoría y práctica científica, entre ciencia propiamente dicha y técnica.

Un ejemplo de lo anterior es el diagnóstico y los tratamientos médicos que estos en general conllevan. Un médico, cuando hace el diagnóstico de un enfermo, lo hace mediante la invocación de unos universales (las descripciones de las clasificaciones de las enfermedades, en toda la complejidad que ello implique), lo que lo orienta en su examen del caso, que reconoce solo como particular; como lo particular que tiene ante sí. Al inscribir ahora el caso concreto, aquel que se puede llamar entonces con propiedad un caso particular, en un universal (en un tipo de enfermedad conocida), es decir, al efectuar un diagnóstico, lo clasifica, lo que le permite desplegar la técnica que se halla a su disposición para tratar casos de ese tipo. Y ello es válido para todas las actividades que de una u otra manera se rigen o se inspiran en la ciencia y su técnica, pero seguramente también en otros órdenes humanos.

Queda entonces indicado cómo el ternario en referencia (universal, particular, singular) opera en el saber y en las prácticas científicas en general, así sea denegando lo singular. Por lo demás, es seguro que toda construcción racional de saber implica de alguna manera una organización del mundo en estos términos, como bien lo estableció Lévi-Strauss al destituir la noción de “pensamiento salvaje” vigente hasta el siglo XX en la cultura occidental, o como lo aclaran las ciencias del lenguaje.


EL PSICOANÁLISIS, LO SINGULAR Y LAS CIENCIAS

Se puede afirmar, tal como lo han señalado psicoanalistas contemporáneos como Jacques-Alain Miller y otros (quienes se apoyan para el efecto en Lacan), que el concepto de lo singular está presente (en general en forma implícita) en el psicoanálisis, desde Freud; que a través del mismo se ordenan múltiples asuntos teóricos y prácticos de importancia, y se hacen delimitaciones necesarias en cuanto hace a la naturaleza de la teoría y de la práctica analíticas. Dada esa significación del concepto, cabe ahora precisar con algún detalle su función en psicoanálisis.

En ese sentido es posible sostener la tesis siguiente: el psicoanálisis, como teoría y como práctica, es una disciplina de lo singular. Lo que sigue intenta demostrarlo. Quizás es el único saber constituido y la única práctica inspirada en la ciencia, cuyo objetivo explícito es el establecimiento de lo singular (del sujeto), y en tanto tal parece ser el último bastión en Occidente, salvo la literatura y el arte, en el que se privilegia lo singular, aun más que lo universal y lo particular, así los mismos tengan un lugar en su campo —en sentido estricto esto es relativo, ya que las ciencias de lo humano son, en términos rigurosos, solo disciplinas de lo singular, en tanto lo propiamente humano es, por su naturaleza, irrepetible—.Tanto en el plano epistemológico como en el plano del funcionamiento social, en cualquiera de sus dimensiones, la aspiración contemporánea al “todos”, bajo sus diferentes formas (por ejemplo, bajo la forma del “para todos” de los ideales modernos) es primario, y que con ello se estrechan hoy los márgenes para el discurrir de lo singular. Cabe, no obstante, notar que este es, en última instancia, irreductible. O incluso, que a este podría definírsele como lo verdaderamente real, y por tanto como imposible de ser eliminado, en última instancia, que sí subsumido teóricamente, o excluido, o segregado, o denegado; es decir, hecho inconsciente. De tal manera se sitúa el campo específico del psicoanálisis.

En efecto, si bien el psicoanálisis no desconoce ni el valor teórico ni la importancia práctica de los universales y de lo particular, en especial de aquellos que fundan su teoría y su práctica, su propósito (hecho destacado en especial en la orientación lacaniana) es esencialmente el poder establecer aquello singular que define a cada sujeto, uno por uno, ya que es eso lo que lo define como tal. Desde esa perspectiva, le asigna a lo universal, no el valor de ser su propósito, sino el de ser un medio para acceder a lo singular. Así, por ejemplo, en psicoanálisis clasificar a un sujeto en una categoría clínica y tratarlo desde allí (por ejemplo, como histérico, u otro, tal como se hace en medicina) no constituye sino un momento circunstancial para acceder a su singularidad, para lo cual podrá tener un interés u otro el diagnóstico, sin que ello determine ni el objetivo de su intervención, ni muchas de las formas de la misma. Es por tal razón que el psicoanálisis es una práctica sin estándares (a lo cual es necesario añadir que no es sin principios).

En ese sentido, el psicoanálisis carece del estatuto de ciencia, y no podría aspirar a serlo según lo señalado, a pesar de que en su trabajo se oriente por diversos principios de la ciencia. Es por ello que sus métodos de investigación son ajenos a cualquier forma de borramiento de la singularidad, como lo son, por ejemplo, los procedimientos estadísticos, o por qué el psicoanálisis llama la atención, en la medida de sus medios, de los riesgos que tienen para la humanidad los empeños actuales de homogenización, de “globalización”, esto es, en última instancia, de desconocimiento de espacios definidos para lo singular. Y si lo singular es rebelde a desaparecer en el plano de los individuos, ello es válido igualmente para las empresas colectivas de homogenización; y mientras más esfuerzos se hagan por conseguirla, más vivacidad se le dará para reaparecer, de una u otra forma, así sea por la fuerza. Es esta la razón de fondo para la radicalización, por ejemplo, de los racismos y de otras maneras de luchar contra la homogenización, bajo formas inaceptables sin duda, pero con las que se reclama también un lugar para la diferencia, y exaltar así alguna primacía de las singularidades.

Esto último permite, por lo demás, notar al menos dos hechos relevantes, los que no deberían ser pasados por alto: ni la singularidad es sinónimo del bien o de lo positivo, ni la defensa de la singularidad quiere decir promoción del individualismo.

Siguiendo la lógica de lo precisado, en psicoanálisis lo singular es, cabe insistir en ello, aquello que define lo más propio y característico de cada sujeto. En ese mismo sentido se presenta el concepto en Heidegger, quien le concibe como “lo único”, para el caso, de cada ser humano. O con Lacan, quien lo piensa como “la diferencia absoluta” que cada sujeto tiene con relación a los demás, y ser por consiguiente aquello que es posible esperar de una experiencia psicoanalítica para aquel que se someta a la misma.

O a partir de la extraordinaria construcción que al respecto hace Borges en su ”Funes el memorioso” (Borges, 1989), cuyo personaje se puede indicar como la referencia más esclarecedora de una relación radical con lo singular, si bien excluyente de los universales. Funes, tal como lo define Borges, es ese “lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso”, conformado para él, solo por lo singular. No puede entonces sorprender por qué al personaje “le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)” (Borges, 1989, p. 490). En efecto, la singularidad era la aspiración suprema de Funes.

Es en función de tal concepción que el psicoanálisis piensa el campo de la subjetividad humana, asunto que a su vez lo distancia de la ciencia, en la medida que, como queda dicho, a través de los universales no solo se absorben las singularidades sino que al mismo tiempo se borra el campo de la subjetividad, el campo de la singularidad, campo inaceptable para aquella racionalidad que solo reconoce como válido la objetividad.

Poner de relieve lo anterior tiene importancia para las ciencias humanas y para la reflexión de múltiples hechos, como, por ejemplo, para reconocer el curso de una época.


CIENCIAS SOCIALES O HUMANAS Y PSICOANÁLISIS

Se puede afirmar que, por ejemplo, las llamadas ciencias sociales o humanas, en su aspiración de ser ciencias, o incluso en el suponer que lo son, tienden a desconocer o a subsumir, al igual que las ciencias naturales, lo singular en sus construcciones específicas, a través de la formulación de sus propios universales y de su consideración de lo particular, y con ello a impedir, en ocasiones, que problemáticas como la incidencia de las subjetividades en lo colectivo, cobren un lugar cierto en las explicaciones de lo colectivo. Y no se trata aquí de lo singular como lo propio del sujeto, sino de lo singular que es propio de lo colectivo.

Lo anterior, dado que es posible precisar que lo singular es constituyente no solo del sujeto sino también de lo colectivo de los humanos. En efecto, no hay un solo fenómeno social del orden humano que se repita por completo en un momento u otro de la vida colectiva, es decir, que no sea, en estricto sentido, único (Roma es única, singular), que no esté definido por su propia singularidad. Ello caracteriza lo esencial de lo humano, individual o colectivo, y ciertamente, en últimas, de lo existente.

Es la sutileza de lo singular la que hace que a menudo ello no resulte siempre evidente, a pesar de su omnipresencia. Los fenómenos sociales, sea por caso, poseen una innegable singularidad, la cual a menudo se volatiliza, se deniega dentro los universales que se construyen en la prisa de dar explicaciones. Es necesario entonces subrayarlo: no hay sociedad que se repita en ningún plano, a pesar de las influencias que tengan las unas sobre las otras; cada pueblo, cada momento histórico, cada manera de asimilar una influencia de otro pueblo o de otra época, nunca consigue deshacerse de lo singular que le es propio, o deja de engendrar su propia singularidad. Este parece ser también un hecho decisivo entonces de lo social humano, y cuya significación primordial convendría reconocerla siempre, asignarle su estatuto en lo social y, por tanto, definirle como aquello que participa de los objetos de estudio de esas disciplinas.

Pero cabe preguntarse: ¿Por qué, a pesar de que lo anterior se puede constatar, en forma quizás simple, ello no atrae en general la atención de los científicos que se ocupan de lo humano, en su especificidad más precisa, y, por el contrario, estos solo parecen querer, en últimas, hallar constantes, universales, cuando se disponen a la explicación? ¿O por qué cuando ello no sucede, se lo confunde con lo particular, como si solo fuese posible “mirar” lo singular a través de un universal? Dicho de otra manera ¿Qué hace que historiadores, antropólogos y también los filósofos busquen los universales y no lo singular como fundamento único de sus proposiciones? Sin embargo, quizás existan en las ciencias llamadas del hombre, como los hay en psicoanálisis, métodos, conceptos y objetos del saber definidos por lo singular. Podrá acaso sospecharse su existencia, pero ciertamente no resultan claramente visibles y cuando los hay, se diluyen en los llamados estudios cualitativos en los que se trabaja con relación a lo particular, que no a lo singular.

Ampliar las posibilidades en la perspectiva indicada, como ya lo propuso Lacan y luego de él Miller, quizás defina nuevas perspectivas para el saber sobre lo colectivo de lo humano. Pero hay una clara indiferencia, o mejor una sólida resistencia en general hacia lo singular, que inclusive se le desprecia al confundírsele con el individualismo en lo teórico, y tal vez sea por ello que desde allí se mira a menudo con desconfianza al psicoanálisis.

Si la singularidad implica que no hay soluciones totalmente predeterminadas, en ningún orden de lo existente, sino que es necesario idearlas o al menos complementarlas para cada situación, para cada hecho, ello, si bien multiplica el esfuerzo explicativo, también acerca a lo real, aproximación esta que se debería retener como algo nada desdeñable. Y en ese sentido, para concluir, la singularidad resulta ser condición, es por igual, siempre la posibilidad de una creación auténticaΦ


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