PODER Y SABER, MECANISMOS DE REPRODUCCIÓN DISCURSIVA Y FRAGMENTACIÓN SOCIAL *
Jorge Leonardo Ortiz Guzmán: colombiano. Licenciado en Español y Literatura de la Universidad Industrial de Santander (UIS). Integrante del grupo de investigación CUYNACO. Correo electrónico: leortiguz@gmail.com
Karime Vargas Cáceres: colombiana. Magíster en Semiótica de la Universidad Industrial de Santander (UIS). Docente cátedra vinculada a la Escuela de Idiomas de la UIS. Integrante del grupo de investigación CUYNACO.
RESUMEN
El tema del discurso ha sido objeto de estudio en los últimos años; se le puede considerar como una práctica social mediante la cual los seres humanos se articulan y se reúnen. Ahora bien, el presente artículo tiene por intención reflexionar sobre el concepto de discurso a la luz de los postulados de Michel Foucault y Basil Bernstein, principalmente. Para ello, se tendrán como bases algunas obras de considerable trascendencia de los autores mencionados. Bastará decir que con la lectura de estos documentos es posible construir una representación del tema, que posteriormente será sustentada mediante las ideas puntuales de los autores. En primera instancia, se aclara el concepto de discurso y luego se establecen las relaciones directas con el poder y el saber como responsables de las divisiones sociales a partir de la construcción de códigos que circulan de manera desigual.
Palabras clave:Poder, discurso, división social, código y saber.
TO POWER AND TO KNOW MECHANISM OF
DISCURSIVE REPRODUCTION AND SOCIAL BREAKUP
ABSTRACT
The topic of speech has been an object of study in recent years. It can be considered a social practice through which humans communicate and by which they bring themselves together. The present article serves as a reflection on the concept of speech itself, principally in the light of the theories proposed by Michel Foucault and Basil Bernstein, some of whose more important works will be referenced throughout, which provide a base for this work. It suffices to say that by reading this document one may arrive at a simple understanding of the theme, which will be supplemented by timely ideas from the aforementioned authors. First of all, the concept of speech is clarified and its direct relationship to power and knowledge is established; elements here responsible for social divisions, divisions based on the codes that circulate in an unequal manner among them.
Keywords:power, speech, social division, code and knowledge.
INTRODUCCIÓN
Un recorrido general por los postulados de Michel Foucault y Basil Bernstein, principalmente, permite dilucidar una aproximación a la noción de discurso. Sin embargo, el propósito central del presente texto consiste en reflexionar sobre el concepto de discurso e identificar de qué manera el poder y el saber se convierten en las características principales de toda producción discursiva que da lugar a una fragmentación social, a partir de la reproducción de discursos claramente diferenciados. Con el fin de apoyar la idea anterior, se consideran documentos de Michel Foucault, entre los cuales se encuentran: Defender la sociedad (2000), La arqueología del saber (2002a), Vigilar y castigar (2002b) y El orden del discurso (2005). Asimismo, se retoman dos obras de Basil Bernstein: Pedagogía, control simbólico e identidad (1996) y La estructura del discurso pedagógico (2001). Finalmente, se revisan algunos postulados del texto Las cosas del decir (1999) de Helena Calsamiglia y Amparo Tusón.
¿QUÉ SE ENTIENDE POR DISCURSO?
El discurso, según Foucault (2005), es entendido como una relación de enunciados verbales dentro de una sociedad, que se encuentran regulados y distribuidos mediante cierto número de procedimientos que permiten su circulación. Por lo tanto, es preciso tener en cuenta la relación de los discursos con el poder, siendo este último el responsable de promover una constante ritualización y división en dos grupos claramente delimitados, a partir de reglas concretas de utilización: el de las instituciones y el de las personas del común quienes asumen de manera irreflexiva las construcciones discursivas de dudosa procedencia.
En primera instancia, se reconoce que el discurso puede ser cualquier manifestación del lenguaje y no se reduce solamente a la producción lingüística. Por ejemplo, el cine, la danza, la música y el arte, entre otros, son considerados discursos pues están cargados de ideología y de significación. Sin embargo, según Foucault, esto se piensa únicamente como construcción verbal tanto oral como escrita, lo que se ve reflejado en El orden del discurso: “pensamiento revestido de signos y hecho visible por las palabras” (Foucault, 2005, p. 47), “fijación de las funciones para los sujetos que hablan”, “qué es la escritura sino un sistema similar de sumisión” (46). Las cursivas en las citas reiteran la idea de concebir el discurso como un producto lingüístico, y es de esta manera como será pensado en las siguientes páginas.
Por otra parte, si se piensa en el discurso como una manifestación lingüística dentro de todas las formas del lenguaje, y asimismo se piensa en el lenguaje como una construcción social, entonces el discurso tiene lugar en la sociedad y es portador de una ideología. Así, el carácter social de los discursos se reitera de forma continua en Foucault: “en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida […]” (14). “Lo cual quiere decir que estas relaciones (de poder) descienden hondamente en el espesor de la sociedad” (2002b, p. 20). “Puede sospecharse que hay regularmente en las sociedades una especie de nivelación entre discursos” (2005, p. 13). Es a partir de las interacciones que se construyen sistemas que permiten entablar procesos de entendimiento y comunicación. Por ello, se reafirma que el discurso solamente existe enmarcado dentro de un grupo de individuos, pues su condición comunicativa así lo amerita; de esta manera se demuestra que es una práctica social, una forma de acción entre las personas.
DISCURSO, PODER Y SABER
Michel Foucault permite hacer una construcción de la idea de discurso basada en las relaciones de poder y conocimiento. En la sociedad existen instituciones1 que gestan procedimientos de construcción, selección, organización y distribución de los enunciados, de tal modo que se marcan límites y, por lo tanto, se impide que todos tengan acceso a dichos discursos. En ese sentido, el poder y el saber están en manos de la institución, y quienes no hacen parte de ella están sometidos a los discursos que se producen sin tener la autorización de cuestionarlos o reformularlos. Según esto, la definición de discurso tiene como soporte las relaciones interpersonales que se generan en la sociedad tal y como se dijo en el apartado anterior.
La producción y la difusión de discursos se hallan en manos de procedimientos concretos que determinan las condiciones de utilización. Foucault en El orden del discurso los clasifica en dos. Por una parte, se trata de los procedimientos externos, que son impuestos de manera arbitraria por la institución, idea que gira en torno a lo prohibido: se establece que cualquiera no puede hablar de cualquier cosa, no se tiene derecho a decirlo todo, y no se puede hablar de todo en cualquier circunstancia (Foucault, 2005); por ejemplo, los temas de sexualidad o política no pueden ser tratados de manera abierta con cualquier público o situación. Por otra parte, los procedimientos internos: los discursos mismos ejercen su propio control mediados en el interior de las estructuras; por ejemplo, los discursos académicos plantean sus propias reglas de comprensión y de uso.
Otra muestra de jerarquización del discurso se encuentra en La arqueología del saber, donde también se le entiende como interrelación de enunciados que “pueden ser legítimamente descritos mediante el agrupamiento provisional y visible” (Foucault, 2002a, p. 50). Esto quiere decir que los discursos forman grupos sociales claramente delimitados en los que los códigos son marcadores de diferencias. Foucault sostiene que para analizar su configuración, es preciso tener en cuenta las unidades, no desde su configuración interna, sino preguntando qué unidades forman, “con qué derecho pueden reivindicar un dominio que las individualiza en el tiempo; con arreglo a qué leyes se formulan; cuáles son los acontecimientos discursivos sobre cuyo fondo se recortan” (42). Estas delimitaciones mencionadas son las que conllevan a las formaciones discursivas mediadas por reglas internas de funcionamiento. De esta manera se llega a consolidar lo que el filósofo conoce con el nombre de “sociedades de discurso”, cuya finalidad es conservar o producir los discursos para que circulen en un espacio cerrado, atendiendo a reglas estrictas de distribución (Foucault, 2005).
De acuerdo con lo anterior, son claras las distinciones sociales basadas en un elemento imprescindible: el poder, pero, ¿a qué clase de poder se refiere Foucault?, es precisamente aquel dado por la palabra a la persona que la domine. Es un efecto del discurso de manera que es el mismo sujeto el que reproduce las relaciones de poder dadas por la palabra. Esto lleva a pensar que con el poder no solo se manifiesta o se encubre el deseo, sino que es en sí objeto de deseo, aquello de lo cual cualquiera quiere adueñarse. Al respecto, Foucault incita a cuestionar el hecho de que con el discurso se le otorguen poderes a personas específicas; tal es el caso de predecir el porvenir, autenticar una partida y consagrar el cuerpo de Cristo en pan y vino (Foucault, 2005). Por tanto, el poder divide los discursos en una comunidad, permite determinar quiénes tienen derecho a acceder a ellos: con ese objeto de deseo se adquiere una distinción social, un estatus y un prestigio; por citar algunos ejemplos, se encuentran las diferencias entre médicos-pacientes, abogados-clientes, profesores-alumnos.
En el libro Vigilar y castigar se afirma que ese poder se ejerce, es decir, se piensa en una relación directa con la práctica, con realizar una acción, con hacer uso de; por lo tanto, el poder implica la ejecución de un acto concreto de un grupo sobre otro diferente: los dominados. Al respecto, Foucault afirma:
Innegable es el hecho de que si hay poder es precisamente porque existe un grupo sobre el cual se puede operar; Foucault lo expresa de modo claro: “un poder que se ejerce sobre aquellos a quienes se castiga, de una manera más general sobre aquellos a quienes se vigila, se educa y corrige, sobre los locos, los niños, los colegiales, los colonizados, sobre aquellos a quienes se sujeta a un aparato de producción y se controla a lo largo de toda su existencia” (34). Cualquier actividad humana que implique la presencia de más de una persona supone la preponderancia de una y la asequibilidad de manera directa o indirecta de la otra, puesta de manifiesto por la capacidad de lenguaje que se posee y, más precisamente, gracias al discurso en todas sus modalidades.
Pero ese dominio de unos sobre otros desencadena, también, distinciones en cuanto a los conocimientos y el nivel de acceso que se tenga a ellos. Aunque Foucault sostiene que “no puede existir un saber sino allí donde se hallan suspendidas las relaciones de poder, y que el saber no puede desarrollarse sino al margen de sus conminaciones, de sus exigencias y de sus intereses” (Foucault,2005, p. 21), más adelante desvirtúa esta idea: se piensa que saber y poder están relacionados, no existe el uno sin el otro. El poder selecciona el saber; quien tenga el poder tiene todas las condiciones para saber, nada lo imposibilita, ni media entre su relación.
Ahora, la relación establecida entre el poder y el saber se concreta aún más en la ausencia o el impedimento de una genealogía del saber; esto es, una interrelación de conocimientos eruditos, conceptuales y científicos con el conocimiento ingenuo, local y mágico. Según Foucault, no debe existir un único discurso teórico. Sin embargo, hay quienes niegan la posibilidad de un único discurso científico que valide los saberes. Es aquí donde aparece el concepto de la teoría jurídica clásica del poder,2 aplicada al saber: representación y legitimación del conocimiento científico, a partir de los criterios del sujeto “conocedor” (Foucault, 2000).
Además, la idea de la genealogía del saber derrumba una jerarquización social a partir del grado de conocimientos. Sin embargo, es posible que un grupo de personas quieran mantener dichas brechas conceptuales para mantener las fragmentaciones sociales. Según Foucault (2000), la pretensión del grado científico de un concepto frente a otros se presenta como una condición esencial del saber; además, permite evidenciar una ambición de poder. Esta pretensión es portadora de estrategias de dominación y mecanismos para asegurar que el discurso no esté al alcance de todos. Se descalifica todo discurso enunciado a través de un marco conceptual práctico, sin rigurosidad científica y simple, así como el sujeto que lo propaga.
En La arqueología del saber, Foucault se refiere a las formaciones de las disciplinas que reproducen un discurso discontinuo y que determinan qué producciones deben circular en la sociedad. Por tanto, los grupos dominantes o las instituciones eligen qué se debe saber y cuánto. El autor cuestiona que se debe caracterizar e individualizar la coexistencia de “esos enunciados dispersos y heterogéneos; el sistema que rige su repartición, el apoyo de unos sobre otros, la manera en que se implican o se excluyen, la transformación que sufren, el juego de su relevo, de su disposición y de su remplazo” (Foucault, 2002a, p. 56). Igualmente, la voluntad de verdad es uno de los sistemas de exclusión que se apoya en una base institucional, está acompañada por prácticas como la pedagogía, los libros, las ediciones, las bibliotecas, los laboratorios, y tiene que ver con la forma como el saber se pone en práctica en la sociedad en que es valorado, distribuido, repartido y atribuido (Foucault, 2005). Esa voluntad de verdad tiende a ejercer sobre otros discursos una presión y un poder de coacción que divide el discurso verdadero y el falso; así, este último es visto como el discurso que no tiene valor.
Otra clara fragmentación de la sociedad como consecuencia del uso del poder en el saber, se expresa en Vigilar y castigar. Allí se menciona la relación irrompible entre estos dos conceptos; al respecto, Foucault afirma: “poder y saber se implican directamente el uno al otro; que no existe relación de poder sin constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y no constituya al mismo tiempo unas relaciones de poder” (Foucault, 2002b, p. 35), estas relaciones son una de las tantas implicaciones fundamentales del poder en la sociedad que se han reproducido a lo largo de la historia y que se encuentran en continua lucha entre las instituciones y los dominados.
Cada una de las subdivisiones discursivas es mediada por el intercambio durante la comunicación. Además, estas juegan un papel en las estructuras de los sistemas complejos de restricción. Foucault sostiene que la forma más superficial y visible de dichos sistemas la constituye lo que se puede llamar ritual (Foucault, 2005). Aquí es donde se puede evidenciar otra de las características del discurso: como acto ritualizado. Según la sociedad de discurso a la cual se haga referencia, los individuos que hablan producen discursos que están apoyados por gestos, posiciones, silencios, fórmulas de interrogación, comportamientos en general que determinan la estratificación y diferenciación entre ellos. Esto contribuye, también, a aumentar la brecha entre los dos tipos de grupos sociales: las instituciones y la población del común; los primeros, encargados de “producir” lo que debe circular, y los segundos, de asumirlo. Una de las formas que facilita la distribución de las diferencias sociales a partir del discurso es la institución educativa, pues en ella se enseñan los roles sociales que deben asumir los individuos y las reglas de interacción. Lo anterior se reitera en El orden del discurso, al criticar el sistema de enseñanza como el encargado de reproducir y ritualizar el habla: “¿Qué es, después de todo, un sistema de enseñanza, sino una ritualización del habla; sino una cualificación y una fijación de las funciones para los sujetos que hablan; sino la constitución de un grupo doctrinal cuando menos difuso; sino una distribución y una adecuación del discurso con sus poderes y saberes?” (Foucault 2005, pp. 45-46).
A partir de lo anterior y de acuerdo con Francisco Cajiao (1994), la escuela nace en un mundo especialmente unificado alrededor de tres convicciones fuertes capaces de sustentar la organización social: el origen divino de la autoridad, el valor regulador de la religión sobre el comportamiento individual y social, y el poder indiscutible de las clases gubernamentales en un periodo de imposición colonial y expansión cultural. Además, a las funciones sociales de formación ciudadana y desarrollo del conocimiento se le sumó desde el siglo XVII una función central de control social de la infancia y la juventud mediante el establecimiento de un régimen disciplinario. Dado esto, la escuela se presenta como el lugar donde es ejercido el poder de unos sobre otros, y existen formas de consolidarlo desde las normas establecidas a partir del contrato que se instaura entre las partes: la institución y los educandos.
FÁBRICAS DE DISCURSOS A TRAVÉS DEL TIEMPO
En La arqueología del saber, Foucault afirma que los discursos que se asumen en la sociedad son de dudosa procedencia, es decir, no se sabe quién es el enunciador de tales discursos y cuál su intención, pero a lo largo del tiempo se van legitimando como verdades absolutas. Por tanto, hace una exhortación para cuestionar aquellas “fábricas de síntesis” que imponen discursos que son admitidos de manera pasiva sin mayor reflexión ni análisis, y que no son más que datos dispersos que no tienen método. Además, si se indaga por su origen, se encontrarán lagunas conceptuales sin sustento alguno: “Hay que inquietarse también ante esos cortes o agrupamientos a los cuales nos hemos acostumbrado” (Foucault, 2002a, p. 35). Al respecto, afirma que hay disciplinas “tan inciertas en cuanto a sus fronteras, tan indecisas en su contenido, que se llaman historia de las ideas, o del pensamiento, o de las ciencias, o de los conocimientos” (33). Según esto, los fundamentos teóricos que conforman un enunciado que hace parte de una ciencia, deben ser cuestionados continuamente para aceptarlos como válidos en una sociedad. Al llegar a este punto, es pertinente citar la crítica que se hace al carácter incierto de los discursos:
Es indudable la crítica explícita que se muestra en el fragmento anterior a la inconsistencia en los argumentos que circulan en la sociedad. La población actual se encuentra destinada a asumirlos, dejando de lado la profundidad del saber, pues no se cuestiona el origen y el devenir histórico de dichos discursos. Esto redunda en ideas dispersas reproducidas socialmente que permite marcar diferencias y establecer un poder a un grupo determinado.
Otra de las características de los discursos es que son producciones cambiantes a lo largo del tiempo. Las reglas de juego para su asociación son determinadas por un periodo que marca las pautas para la aparición y la diferenciación en las prácticas cotidianas (Foucault 2002a). De igual manera, Foucault expresa:
Con esto Foucault conlleva a pensar en la continua variación y modificación de los discursos a través de la historia; en ese sentido, da relevancia a su carácter diacrónico y por tanto, siempre cambiante. Los discursos están condenados a desaparecer, a modificarse, a reestructurarse y esto es debido a las actualizaciones hechas por los sujetos que hacen uso de él, y que no son más que las reglas de juego que priman en una sociedad en general.
En concreto, para Michel Foucault la idea de discurso está basada en las relaciones de poder y conocimiento, entendida como el conjunto de enunciados correlacionados que circulan dentro de la sociedad gracias a las diferencias establecidas entre los individuos de una cultura. Es en esta última donde la institución gesta procedimientos de construcción, selección, organización y distribución de los enunciados de tal manera que se marcan límites y por lo tanto, no todos tienen acceso a los mismos. También es evidente el carácter ritual de los discursos que se determina a partir de reglas concretas de utilización; sin embargo, ellas están enmarcadas en un periodo determinado que establece su continua transformación a lo largo del tiempo.
OTRAS MANIFESTACIONES DEL PODER A PARTIR DE LA PRODUCCIÓN DISCURSIVA
Las ideas que se han expuesto hasta el momento sobre discurso desde la perspectiva de Foucault coinciden con otras formas de concebir el poder en el discurso. Calsamiglia y Tusón (1999) sostienen que el acceso a diferentes y variadas situaciones de comunicación está en íntima relación con las estructuras de poder y con las relaciones de dominación, y puede propiciar la ampliación y el desarrollo de la competencia comunicativa. En efecto, los grupos marginados de la sociedad tienen menos capital verbal y si lo tienen no es tan relevante en el mercado de los valores comunicativos. Por consiguiente, la discriminación que sufren los grupos se construye a partir de los usos discursivos dominantes.
Además, según las autoras citadas, otra manera de reproducir las diferencias sociales son las divergencias en el uso de la oralidad y la escritura. Se afirma en Las cosas del decir que en las culturas orales, las formas de vida, la conservación de los valores, la transmisión de conocimiento, se llevan a cabo de forma muy distinta a como se hace en las culturas que combinan oralidad y escritura: “Las distintas maneras de cultivar la memoria cultural conllevan una organización social muy diferente. Por eso el encuentro entre culturas orales y escritas suele ser traumático para los grupos humanos y se relaciona con la imposición de estructuras económicas y de dominación” (Calsamiglia y Tusón, 1999, p. 30). De manera que el acceso a la escritura organizada se consolida como otra manifestación de poder que genera diferentes niveles dentro de las comunidades.
Todas las personas, como miembros de grupos socioculturales, forman parte de la compleja red de relaciones de poder y de solidaridad, de dominación y de resistencia que configuran las estructuras sociales siempre en tensión entre la igualdad y la desigualdad, la identidad y la diferencia (Calsamiglia y Tusón,1999). En ese sentido, los discursos y su fragmentación se hallan mediados por operaciones y objetivos específicos: sus usos tienen una ideología o una visión de mundo, así como unas intenciones, metas o finalidades concretas en cada situación de comunicación, es decir, las personas emplean estrategias encaminadas a la consecución de estos fines.
Lo anterior se apoya con los estudios hechos por Bernstein (1964, 1971), mencionado en Las cosas del decir, quien ha establecido las diferencias entre los códigos según la división social de clase, agrupándolos en código restringido y código elaborado. El primero es más dependiente de la situación de enunciación por tratarse de un nivel más simple, más autónomo y según el contexto; mientras que el segundo posee una sintaxis más compleja y es utilizado por clases altas(Calsamiglia y Tusón, 1999).
Si se analizan de manera más detallada las ideas de Bernstein (2001), se hallan también la distribución de poder y los principios de control en las formas diferenciales y organizadoras concretas de la sociedad con el fin de posicionarse dentro de ella. Aquí, Bernstein es categórico en sostener que las relaciones generales distribuyen, reproducen y legitiman formas características de comunicación. Los sujetos emiten códigos dominantes y códigos dominados que los posicionan de manera diferenciada en el proceso de adquisición del sistema lingüístico. Se entiende el concepto de “posicionamiento” como el establecimiento de una relación específica con otros sujetos y los lugares que ocupan cada uno de ellos. Los códigos son dispositivos de posicionamiento culturalmente determinados; de modo más específico, son regulados por la clase y posicionan a los sujetos con respecto a las formas de comunicación dominantes y dominadas.
De igual manera, Bernstein ofrece una diferencia entre las nociones de control y poder. Por un lado, el poder opera siempre sobre las relaciones entre las clases sociales o categorías y establece relaciones legítimas de orden. El control, por su parte, establece las formas legítimas de comunicación adecuadas a las diferentes categorías. Este último transmite las relaciones de poder dentro de los límites de cada categoría y socializa a los individuos en estas relaciones. En pocas palabras: “el control establece las formas de comunicación legítimas y el poder las relaciones legítimas entre categorías. Por lo tanto, el poder instaura las relaciones entre determinadas formas de interacción y el control, las relaciones dentro de esas formas de interacción” (Bernstein, 1996, p. 37).
El poder consiste en mantener la separación entre los grupos sociales; si se rompe esta separación, la categoría corre el riesgo de perder la identidad. Asimismo, según el grado de aislamiento entre las categorías, ya sean de discurso, de género, etc., se puede distinguir entre clasificaciones fuertes y débiles. Por ejemplo, en la clasificación fuerte se tiene una marcada separación entre categorías, y en la clasificación débil, se tienen discursos, identidades y voces menos especializadas. Es por eso que cada categoría tiene su identidad, su voz, sus propias reglas de relación interna (Bernstein, 1996). Se tiene entonces que Bernstein ha estudiado las diferencias sociales que se establecen mediante las prácticas discursivas. Tales diferencias están marcadas por los permisos o licencias que se tengan para acceder al código lingüístico.
A MANERA DE CONCLUSIÓN
Queda claro entonces que los discursos, por la acción del poder que subyace en ellos, determinan las condiciones de su utilización, imponen a los individuos cierto número de cánones para que todo el mundo no tenga paso a ellos; en una palabra, los enrarecen para que no todos entren en el orden del discurso, si no satisfacen ciertas exigencias porque algunas de sus partes se encuentran protegidas (Foucault, 2005). Con esto se puede pensar que con el dominio de las reglas de un discurso se genera credibilidad que no es más que el mismo poder: poder para actuar sobre subordinados y que tiene que ver con el conocimiento que da estatus en la sociedad o la distinción según el grupo. No es un misterio que con el dominio del código lingüístico se tiene mayor acceso a posibilidades laborales y, obviamente, mayores ingresos económicos; por lo tanto, el discurso se liga a las condiciones de riqueza y pobreza que son como capas sociales en cualquier población. Entonces, se podría hablar de distinciones económicas que se regulan mediante los discursos.
En concreto, las referencias teóricas retomadas permiten hacer una construcción de la idea de discurso basada en las relaciones de poder y saber. Dicha idea es entendida como el conjunto de enunciados correlacionados que circulan dentro de la sociedad gracias a las diferencias establecidas entre los individuos de una cultura. En esta última la institución gesta procedimientos de construcción, selección, organización y distribución de los enunciados, marcando límites para que no todos tengan acceso a los mismos. Esto facilita la segmentación de las sociedades, la exclusión y la hegemonía de unos sobre otros gracias a la acción de los discursos: oposiciones entre conocer o no conocer, mandar y obedecer, postular una aparente verdad y creerla, ser rico o ser pobre. Por consiguiente, es difícil que se hable de homogeneidad discursiva o de igualdad, porque desde que exista el uso de la palabra se crean límites que conllevan a una fragmentación social fruto del uso del poder y del saber en el discursoΦ
*Documento de reflexión no derivado de investigación.
1 Entiéndase la palabra institución como grupos sociales que se encargan de legitimar discursos, en palabras de Foucault (2005) “sociedades de discurso”.
2 De acuerdo con Foucault, en la teoría jurídica clásica el poder es una manifestación de la relación contractual entre gobernantes y súbditos. El poder es entendido como un bien del cual todo ser humano es poseedor y, por lo tanto, puede cederse temporalmente a otro con el fin de garantizar la armonía social (Foucault, 2000, p. 26).
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Bernstein, B. (1996). Pedagogía, control simbólico e identidad. Madrid: Morata.
Bernstein, B. (2001). “Códigos, modalidades y el proceso de reproducción cultural: un modelo”. La estructura del discurso pedagógico. Madrid: Morata.
Cajiao, F. (1994). Poder y justicia en la escuela colombiana. Bogotá: Fundación FES.
Calsamiglia, B. y Tusón Valls, A. (1999). Las cosas del decir. Barcelona: Ariel.
Foucault, M. (2000). Defender la sociedad. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Foucault, M. (2002a). La arqueología del saber. Buenos Aires: Siglo XXI.
Foucault, M. (2002b). Vigilar y castigar. Buenos Aires: Siglo XXI.
Foucault, M. (2005). El orden del discurso. Buenos Aires: Tusquets.