PARA VOLVER A LEER
Invitación a “para volver a leer”
Según la tradición de la Revista Filosofía UIS nuestros lectores
podrán encontrar en esta sección un aparte de una de las obras más relevantes
para la reflexión sobre las condiciones sociales, económicas y políticas desde
el siglo XIX hasta nuestros días.
En esta oportunidad se
rescatan los alcances que ha tenido la recepción de El Capital en la historia del pensamiento filosófico, político y
económico al plantear elementos críticos acerca de las estructuras sociales y
las desigualdades originadas a partir de las brechas en la distribución de los
medios de producción en la que los seres humanos se pierden.
Bajo las condiciones de
agitación política en las que se observa la explotación del ala ultra
conservadora a la naciente clase trabajadora que parece perpetuar el legado de
la población esclavizada en razón a su raza y que al avanzar el siglo XIX y
entrar el Siglo XX será una de las piedras angulares para las revoluciones que
se gestarán como respuesta a la necesidad de reivindicación de aquella parte de
la población marginada.
En este contexto, Karl
Marx, nacido en Tréveris el 5 de mayo de 1818, desarrolla su pensamiento que
será publicado en 1867 con la aparición de El
Capital en la ciudad de Hamburgo, Alemania, y que en las páginas que se
presentan a continuación se invita a reconsiderar a la luz de la lectura del
capítulo XXI, bajo el nombre de “Reproducción simple” en la que son descritos
los elementos involucrados en los procesos de producción y reproducción, junto
a la crítica respecto a la vinculación y valoración del ser humano que pone sus
esfuerzos en dichos procesos, pero no es retribuido en forma equiparable, lo
cual acentuará las brechas en sus formas de vida.
Así, en el marco de la
conmemoración de los 150 años de la publicación de El Capital, esperamos contribuir a la relectura de esta obra, así
como al debate en torno a las condiciones actuales al emplear los elementos
críticos propuestos por la teoría marxista. Para tal fin, les invitamos una vez
más a “Volver a leer” la versión publicada en 1975 y editada por el Fondo de
Cultura Económica.
Natalia Mendoza
Asistente Editorial Revista Filosofía UIS
CAPÍTULO XXI. REPRODUCCIÓN SIMPLE
Por: Karl Marx
Cualquiera que sea la
forma social del proceso de producción, éste tiene que ser necesariamente un
proceso continuo o recorrer periódica y repetidamente las mismas fases. Ninguna
sociedad puede dejar de consumir, ni puede tampoco, por tanto, dejar de producir.
Por consiguiente, todo proceso social de producción considerado en sus
constantes vínculos y en el flujo ininterrumpido de su renovación es, al mismo
tiempo, un proceso de reproducción.
Las condiciones de la
producción son, a la par, las de la reproducción. Ninguna sociedad puede
producir constantemente, es decir, reproducir, sin volver a convertir
constantemente una parte de sus productos en medios de producción o elementos
de la nueva producción. Suponiendo que las demás circunstancias no varíen, las
sociedades sólo pueden reproducir o conservar su riqueza en la misma escala
reponiendo in natura los medios de
producción consumidos, por ejemplo, durante un año, o sean, los instrumentos de
trabajo, materias primas y materias auxiliares mediante una cantidad igual de
nuevos ejemplares, separados de la masa anual de productos e incorporados de
nuevo al proceso de producción. La producción reclama, pues, una determinada
cantidad del producto anual. Esta parte del producto, destinada ya de suyo al
consumo productivo, reviste en su mayoría formas naturales, que excluyen ya por
sí mismas la posibilidad del consumo individual.
Allí donde la producción
presenta forma capitalista, la presenta también la reproducción. En el régimen
capitalista de producción el proceso de trabajo no es más que un medio para el
proceso de valorización; del mismo modo, la reproducción es simplemente un
medio para reproducir como capital, es decir, como valor que se valoriza, el
valor desembolsado. Por eso la máscara económica que caracteriza al capitalista
sólo puede ostentarla de un modo fijo aquel cuyo dinero funciona constantemente
como capital. Si, por ejemplo, las
100 libras esterlinas desembolsadas en dinero se convierten este año en capital
y arrojan una plusvalía de 20 libras, ésta tiene que sufrir al año siguiente la
misma operación. Como incremento
periódico del valor-capital, es decir, como fruto periódico del capital en
acción, la plusvalía reviste la forma de renta
producida por capital.1
Cuando el capitalista sólo
se aprovecha de esta renta como fondo de consumo o se la gasta con la misma
periodicidad con que la obtiene, el proceso es, suponiendo que las demás
circunstancias permanezcan idénticas, un proceso de proceso de producción simple. Aunque esta no es más que la simple repetición del proceso de producción
en la misma escala, la mera repetición o continuidad imprime al proceso
ciertas características nuevas, o, mejor dicho, disuelve las características
aparentes que presenta el acto aislado.
El proceso de producción
comienza con la compra de la fuerza de trabajo por un determinado tiempo,
comienzo que se renueva constantemente, tan pronto como vence el plazo de venta
del trabajo, expirando con ello un determinado período de producción: Una
semana, un mes, etc. Pero al obrero sólo se le paga después de rendir su fuerza de trabajo y una vez realizados en
forma de mercancías, no sólo su valor, sino también la plusvalía. Por tanto, el
obrero produce, además de la plusvalía, en la que aquí sólo vemos, por el
momento, el fondo de consumo del capitalista, el fondo mismo del que se le
paga, o sea el capital variable,
antes de que vuelva a sus manos en forma de salario, y, solo se le da ocupación
en la medida en que lo reproduce constantemente. De aquí nace fórmula de los
economistas a que nos referíamos en el capítulo XVI, II en la que el salario se
presenta como parte del propio producto.2 Es una parte del producto
reproducido constantemente por el mismo obrero la que vuelve constantemente a
sus manos en forma de salario. Es cierto que e1 capitalista le paga el valor de
las mercancías en dinero. Pero este dinero no es más que la forma transfigurada
del producto del trabajo o, mejor dicho, de una parte de él. Mientras que el
obrero convierte una parte de los medios de producción en productos, una parte
de su producto anterior vuelve a convertirse en dinero. Su trabajo de hoy o del
medio año próximo se le paga con el trabajo de la semana anterior o del último
medio año. La ilusión que crea la forma dinero se esfuma inmediatamente, tan
pronto como en vez de fijarnos en un capitalista o en un obrero individual nos
fijamos en la clase capita1ista y en la clase obrera en conjunto. La clase
capitalista entrega constantemente, a la clase obrera en forma de dinero, la
asignación de una parte del producto creado por la segunda y apropiado por la
primera. El obrero devuelve estas asignaciones a la clase capitalista no menos constantemente, privándose
así incluso de la parte de su propio producto que a él le corresponde. La forma
de mercancía que presenta el producto y la forma de dinero que presenta la
mercancía disfrazan esta transacción.
El capital variable no es, pues, como vemos, más que una forma histórica de manifestarse el fondo
de medios de vida o el fondo de trabajo de que necesita el obrero para su sustento y
reproducción y que en todos los
sistemas de producción social tiene constantemente que producir y reproducir.
Si el fondo de trabajo afluye a él constantemente en forma de medios de pago de su trabajo es, sencillamente, porque
su propio produce se aleja de él en forma
de capital. Pero esta forma de
manifestarse el fondo de trabajo no altera para nada el hecho de que el
capitalista desembolsa, para pagar al
obrero, el propio trabajo materializado
de éste.3 Tomemos por ejemplo, un campesino sujeto al señor
feudal. Este campesino, con sus medios propios de producción trabaja la tierra
durante tres días a la semana, supongamos. Los tres días restantes los dedica a
trabajar como siervo en la finca de su señor. El campesino, siervo de la gleba,
reproduce constantemente su propio fondo de trabajo, sin que éste revista jamás
ante él la forma de medios de pago
desembolsados por un tercero a cambio
de su trabajo. En justa reciprocidad, su trabajo, que es trabajo no retribuido y arrancado por la fuerza, no presenta tampoco la forma de trabajo voluntario y pagado. Si,
un buen día, el señor le arrebata la tierra, el ganado de labor, la simiente,
en una palabra, los medios de producción del campesino, a éste no le quedará ya
más recurso, si quiere vivir que, vender su fuerza de trabajo al señor.
Suponiendo que las demás condiciones no varíen tendrá que seguir trabajando
seis días a la semana, tres para sí mismo y tres para el ex señor feudal,
convertido ahora en patrono. Seguirá utilizando los medios de producción igual
que antes, como medios de producción, y transfiriendo su valor al producto. Al igual que antes, una parte
determinada del producto seguirá siendo absorbida por la reproducción. Pero, al
adoptar lo que antes era trabajo del
ciervo la forma de trabajo del
jornalero, el fondo de trabajo
producido y reproducido por el campesino, ahora igual que antes reviste la forma de un capital desembolsado por el ex señor feudal. El
economista burgués cuyo cerebro limitado no sabe separar la forma de los
fenómenos y la realidad que esta forma envuelve, cierra los ojos ante el hecho
de que incluso hoy día son excepción los casos en que el fondo de trabajo
presenta en el mundo habitado la forma de
capital. 4
Claro está
que el capital variable sólo pierde
el carácter de un valor desembolsado de los propios
fondos del capitalista5 cuando enfocamos el proceso de
producción capitalista en el flujo constante de su renovación. Pero este proceso
tiene necesariamente que comenzar en algún sitio y en algún momento. Así, pues,
situándonos en el punto de vista que hemos adoptado hasta aquí, lo probable es que el capitalista haya
entrado en posesión del dinero en un determinado momento, por virtud de una
cierta acumulación originaria, independiente
de la apropiación de trabajo ajeno no retribuido, pudiendo, gracias a ello,
acudir al mercado como comprador de fuerza de trabajo. Sin embargo, la mera
comunidad del proceso capitalista de producción, o la reproducción simple,
determina además otros cambios singulares, que no afectan solamente al capital
variable, sino a todo el capital.
Supongamos que la
plusvalía producida periódicamente, por ejemplo, anualmente, con un capital de
1000 libras esterlinas sea de 200 libras y que esta suma se gaste todos los
años; es evidente que a los cinco años de repetirse el mismo proceso la suma de
la plusvalía gastada será =5x200, o sea, igual al capital de 1000 libras
esterlinas primeramente desembolsado.
Si sólo se gastase una parte de la plusvalía anual, por ejemplo la
mitad, tendríamos el mismo resultado después de diez años de repetirse el mismo
proceso de producción, pues 10x100=1000. Dicho en términos generales: el capital desembolsado, dividido por la
plusvalía que se gasta anualmente, da el número de años, o la cifra de periodos de reproducción al cabo de
los cuales se gasta y por tanto desaparece, el capital
primitivamente desembolsado por el capitalista. El simple hecho de que el
capitalista crea que gasta el fruto del trabajo ajeno no retribuido, la
plusvalía, manteniendo intacto el capital desembolsado por él, no altera
absolutamente en nada la realidad de los hechos. Al cabo de cierto número de
años, el capital invertido por él es igual a la suma de la plusvalía que se ha
apropiado sin equivalente durante el mismo número de años, y la suma de valor
gastada por él igual al capital primitivo. Es cierto que sigue teniendo en sus
manos un capital que no ha aumentado ni disminuido y una parte del cual —los edificios,
las máquinas, etc.— existía ya cuando él puso en marcha su industria. Pero aquí
es el valor del capital lo que nos interesa, y no sus componente materiales. Si
una persona derrocha todo lo que posee contrayendo deudas que equivalen al
valor de su patrimonio, este patrimonio no representa, en realidad, más que el
total de sus deudas. Lo mismo ocurre si el capitalista se gasta el equivalente
del capital por él desembolsado: el valor de este capital solo representa el
total de la plusvalía que se ha apropiado gratuitamente. De su antiguo capital no queda ya ni un átomo de valor.
Por tanto, prescindiendo
en absoluto de todo lo que sea acumulación, la mera continuidad del proceso de
producción, o sea, la simple reproducción, transforma
necesariamente todo capital, más
tarde o más temprano, en capital
acumulado o en plusvalía
capitalizada. Aunque, al lanzarse al proceso de producción, fuese propiedad
personalmente adquirida por el trabajo de quien los explota, antes o después de
convierte forzosamente en valor apropiado
sin retribución, en materialización, sea
en forma de dinero o bajo otra forma cualquiera, de trabajo ajeno no retribuido.
Veíamos en el capítulo IV
que, para transformar el dinero en capital, no bastaba con la producción de
valores y la circulación de mercancías. Antes, tenían que enfrentarse de una
parte, el poseedor de valores o de dinero y, de otra, el poseedor de la
sustancia creadora de valor; de un lado, el poseedor de medios de producción y
de vida y de otro el hombre sin más patrimonio que su fuerza de trabajo,
tratando el uno con el otro como comprador y vendedor. El divorcio entre el producto del trabajo y el trabajo mismo, entre
las condiciones objetivas de trabajo y la fuerza subjetiva del trabajo, es,
pues, como sabemos, la premisa real dada, el punto de partida del proceso capitalista de producción.
Pero lo que al principio
no era más que punto de partida acaba produciéndose
y reproduciéndose innecesariamente, eternizándose
como resultado propio de la producción capitalista por medio de la mera
continuidad del proceso, por obra de la simple reproducción. De una parte, el
proceso de producción transforma constantemente la riqueza material en capital,
en medios de explotación de valores y en medios de disfrute por el capitalista.
De otra parte, el obrero sale constantemente de ese proceso igual que entró:
como fuente personal de riqueza, pero despojado personalmente de todos los
elementos necesarios para realizar esta riqueza en su provecho propio. Como
antes de entrar en el proceso de producción, el obrero es despojado de su propio
trabajo, que el capitalista se apropia en incorpora al capital, durante el
proceso este trabajo se materializa constantemente
en productos ajenos. Y como el
proceso de producción es, al mismo tiempo, proceso de consumo de la fuerza de
trabajo por el capitalista que la adquiere, el producto del obrero no solo se transforma constantemente en mercancía, sino también capital, en valor que absorbe y se asimila la fuerza
creadora de valor, en medios de vida capaces de comprar personas, en medios de
producción aptos para emplear a quien los produce.6 Es decir, que el
propio obrero produce constantemente la riqueza
objetiva como capital, como una potencia extraña a él, que le domina y le
explota, y el capitalista produce, no menos constantemente, la fuerza de trabajo como fuente subjetiva de
riqueza, separada de sus mismos
medios de realización y materialización, como fuente abstracta que radica en la
mera corporeidad del obrero, o, para decirlo brevemente, el obrero como obrero asalariado.7 Esta constante reproducción o
eternización del obrero es el sine
qua non de la producción
capitalista.
El consumo del obrero
presenta un doble carácter. En el proceso mismo de la producción consume mediante su trabajo medios de
producción, convirtiéndolos en producto de valor superior al del capital
desembolsado: tal es su consumo
productivo. Es, al mismo tiempo, el consumo
de su fuerza de trabajo por el
capitalista que la ha adquirido. Más, de otra parte, el obrero invierte el
dinero con que se le paga la fuerza de trabajo en medios de vida: éste es su consumo
individual. El consumo productivo del obrero y su consumo individual son,
como se ve, fenómenos totalmente distintos. En áquel el obrero actúa como
fuerza motriz del capital y pertenece al capitalista; en éste, se pertenece a
sí mismo y cumple funciones de vida al margen del proceso de producción. El
primero da por resultado la vida del capitalista; el segundo, la vida del
propio obrero.
Al estudiar la “jornada de
trabajo”, etc., observamos de pasada que el obrero se ve con frecuencia
obligado a reducir su consumo individual a un simple incidente del proceso de
producción. El obrero, en estos casos, ingiere medios de vida para mantener en
funciones su fuerza de trabajo, ni más ni menos que se hace con la máquina de
vapor cuando se la alimenta con carbón y agua, o con la rueda, cuando se la
engrasa. Aquí los medios de consumo del obrero son, simplemente, medios de
consumo de un medio de producción, y su consumo individual es ya, directamente,
consumo productivo. Sin embargo, esto constituye, un abuso no inherente al proceso capitalista de producción.8
El aspecto de la cosa
cambia, si en vez de fijarnos en un capitalista y en un obrero aislado
enfocamos la clase capitalista y la clase obrera en su totalidad; si, en vez de
examinar el proceso aislado de producción, en su flujo y en toda su extensión
social. Cuando el capitalista convierte en fuerza de trabajo una parte de su
capital, lo que hace es explotar su capital entero. Mata dos pájaros de un
tiro. No saca provecho solamente a lo que el obrero le entrega, sino también a
lo que él da al obrero. El capital de que se desprende a cambio de la fuerza de
trabajo se convierte en medios de vida, cuyo consumo sirve para reproducir los
músculos, los nervios, los huesos, el cerebro de los obreros actuales y para
procrear los venideros. Así, pues, dentro de los límites de lo absolutamente
necesario, el consumo individual de la clase obrera vuelve a convertir el
capital abonado a cambio de la fuerza de trabajo en nueva fuerza de trabajo
explotable por el capital. Es producción y reproducción del medio de producción
indispensable para el capitalista, del propio obrero. El consumo individual del obrero es, pues, un factor de la
producción y reproducción del capital, ya se efectúe dentro o fuera del taller,
de la fábrica, etc., dentro o fuera del proceso de trabajo, ni más ni menos que
la limpieza de las máquinas, lo mismo si se realiza en pleno proceso de trabajo
que si se organiza durante los descansos. No importa que el obrero efectúe su
consumo individual en su propio provecho y no en gracia al capitalista. El cebo
del ganado de labor no deja de ser un factor necesario del proceso de
producción porque el ganado disfrute lo que come. La conservación y
reproducción constantes de la clase obrera son condición permanente del proceso
de reproducción del capital. El capitalista puede dejar tranquilamente el
cumplimiento de esta condición al instinto de propia conservación y al instinto
de perpetuación de los obreros. De lo único que él se preocupa es de restringir
todo lo posible, hasta lo puramente necesario, su consumo individual,
hallándose a un mundo de distancia de aquella barbarie sudamericana que obligaba
a los obreros a nutrirse de alimentos más sustanciales, en vez de ingerir otros
menos alimenticios.9
Por eso al capitalista y
su ideólogo el economista solo consideran productiva
la parte del consumo individual del obrero
necesaria para perpetuar la clase obrera, es decir, aquella parte que el
obrero tiene forzosamente que consumir para que el capital devore la fuerza de
trabajo; todo lo demás que el obrero pueda consumir por gusto suyo es consumo improductivo.10 Si la
acumulación del capital produjese un aumento del salario y, por tanto, un
incremento de los medios de consumo del obrero, sin que aumentase el consumo de
la fuerza de trabajo por el capital, el capital adicionado se consumiría improductivamente.11 En efecto, el consumo individual del obrero es improductivo para él mismo, pues no hace
más que reproducir el individuo
necesario; solo es productivo para el
capitalista y para el estado, puesto que produce la fuerza productora de riqueza para otros.12
Por tanto, desde el punto
de vista social, la clase obrera, aun fuera del proceso directo de trabajo, es atributo del capital, ni más ni menos
que los instrumentos inanimados. Hasta su consumo individual es, dentro de
ciertos límites, un mero factor en el proceso de reproducción del capital. Pero
el propio proceso se cuida de evitar que estos instrumentos conscientes de
producción se revelen, desplazando constantemente lo que producen desde su polo
al polo contrario del capital. El consumo individual vela de una parte, por su
propia conservación y reproducción y de otra parte, por la destrucción de los
medios de vida, para obligarlos a que comparezcan nuevamente y de una manera
constante en el mercado de trabajo. El esclavo romano se hallaba sujeto por
cadenas a la voluntad de su señor; el obrero asalariado se halla sometido a la
férula de su propietario por medio de hilos invisibles. El cambio constante de
patrón y la fictio juris del contrato
de trabajo mantienen en pie la apariencia de su libre personalidad.
Antes, el capital hacía
valer su derecho de propiedad sobre el
obrero libre, siempre que le convenía, por medio de la coacción legal. Así
por ejemplo, en Inglaterra, hasta 1815,
se hallaba prohibida y castigada con duras penas la emigración de los obreros maquinistas.
La reproducción de la
clase obrera incluye, además, la tradición y acumulación de destreza para el
trabajo de generación en generación.13 Tan pronto como una crisis le
amenaza con perderla se demuestra hasta qué punto el capitalista considera la
existencia de una clase obrera diestra como una
de las condiciones de producción de su permanencia, como la encarnación
real de su capital variable. Es sabido que a consecuencia de la guerra
norteamericana de Secesión y de la penuria de algodón que trajo consigo, fueron
lanzados al arroyo la mayoría de los obreros de las fábricas algodoneras de
Lancashire, etc. Del seno de la propia clase obrera y de otros sectores
sociales se levantaron gritos pidiendo la ayuda del estado o una suscripción
nacional voluntaria, para facilitar a los brazos “sobrantes” la emigración de
las colonias inglesas o a los Estados Unidos. Por aquel entonces, se publicó en
el Times (núm.d24 de marzo 1863) una carta de Edmundo Potter, antiguo
presidente de la Cámara de Comercio de Manchester, carta que en la Cámara de
los Comunes fue llamada con razón (el
manifiesto de los fabricantes).14
Reproduciremos aquí algunos de sus pasajes característicos, en los
que se proclama sin andarse con rodeos el derecho
de propiedad del capital sobre la fuerza de trabajo.
“A los obreros del algodón
se les podría decir que su oferta es excesiva…, que se debe reducir tal vez en
una tercera parte, con lo cual se produciría una demanda sana para los dos
tercios restantes… La opinión pública clama por la emigración… El patrón (es decir, el fabricante algodonero) no puede
ver con buenos ojos que se le aleje su
oferta de trabajo; pensará acaso que esto es tan equivocado como injusto…
Si la emigración se lleva a cabo con fondos públicos, los patrones tienen derecho
a ser oídos y tal vez a protestar.” Más
adelante, el mismo Potter explica lo útil que es la industria algodonera y cómo
“ha limpiado, indudablemente, la población de Irlanda y de los distritos
agrícolas ingleses” cuán enorme es su extensión, cómo en el año 1860
representó de todo el comercio inglés
de exportación, y cómo a la vuelta de pocos años volverá a extenderse mediante
la expansión del mercado, principalmente el de la India, y consiguiendo el
suficiente “suministro de algodón a 6 peniques la libra”. Y continúa: (El
tiempo—un año, dos o tal vez 3—se encargará de producir la cantidad necesaria…
Y siendo así, me atrevo a preguntar: ¿no es ésta industria digna de que se la
conserve? ¿No merece la pena mantener en orden la maquinaria [o sea, las máquinas
vivas de trabajo] y no es la mayor de las necedades pensar en
abandonarla? Yo lo creo así. Concedamos que los obreros no son propiedad
de nadie (“I allow that the workers are not a property”), que no son propiedad de Lancashire mide los
patronos; pero sí son la fuerza de ambos, son la fuerza espiritual y
disciplinada y posible de ser sustituida en una generación; en cambio, la otra
maquinaria con que trabajan (“The mere machinery which they work”) podría sustituirse y mejorarse, en gran parte con ventaja,
en plazos de doce meses.15 ¡Fomentad
o tolerad la emigración de la fuerza de
trabajo y veréis qué suerte corre el capitalista! (“encourage or allow the working power to emigrate, and what of the capitalist?”) [Este suspiro salido del corazón le recuerda a uno a Kalb, el
mariscal de Corte]… Retirad los cuadros obreros, y el capital fijo resultará
considerablemente depreciado y el capital circulante no se aventurará a luchar
con oferta reducida de una categoría ínfima de trabajo… Se nos dice que los propios obreros desean emigrar. Es muy
natural que sea así… Reducid, comprimid el negocio algodonero, retirándole su fuerza de trabajo (“by
taking away its working power”), disminuyendo lo invertido en salarios en o en 5 millones, supongamos, ¿Y qué será
entonces de la clase obrera que viene inmediatamente después de ellos, de los
pequeños tenderos? ¿Qué será de las rentas del suelo, de las rentas de los
cottages?... ¿Qué del pequeño colono, del casero mejor situado y del
terrateniente? Dígasenos ¿Habría ningún plan más suicida para todas las clases
del país que éste, consistente en debilitar la nación, exportando sus mejores obreros fabriles y depreciando una parte de
su capital productivo y de su riqueza?” “Yo aconsejo emitir un empréstito de 5
o 6 millones, repartido entre 2 o 3 años, administrado por comisarios
especiales y asignado a los fondos de beneficencia de los distritos
algodoneros, bajo la reglamentación de leyes especiales y con cierto deber de trabajar, para que se mantenga
alta la cotización moral de los socorridos con limosnas… ¿Puede haber nada peor
para los terratenientes o los patronos (“can anything be worse of landowners or
masters”) que renunciar a sus mejores obreros, desmoralizando y amargando a los restantes por una extensa
emigración despobladora y por el empobrecimiento de los valores y del capital
en toda una provincia?”.
Potter, el órgano más
caracterizado de los fabricantes algodoneros distingue dos clases de “maquinaria”, propiedad ambas del
capitalista, una de las cuales se aloja en su fábrica, mientras que la otra
parte se alberga por las noches y durante los domingos fuera de la fábrica, en
los cottages. Una de estas
maquinarias es muerta, la otra viva. La maquinaria muerta no sólo empeora y se
deprecia con cada día que pasa, sino que una gran parte de su masa existente
envejece constantemente por obra del constante proceso técnico, a tal punto,
que, a los pocos meses, se la puede ya sustituir ventajosamente por otra nueva.
En cambio, la maquinaria viva gana de valor cuanto más dura, cuanto más se va
acumulando en ella la pericia de varias generaciones. El Times contestó al magnate fabril, entre otras cosas, lo siguiente:
Mr. E. Potter está tan
impresionado con la importancia de extraordinaria y absoluta de los patronos algodones que para salvar a
esta clase y eternizar su negocio, pretende encerrar a medio millón de obreros
contra su voluntad en un gran workhouse moral.
¿Merece esta industria que se la conserve?, pregunta Mr. Potter. Indudablemente,
por todos los medios honrados contestamos nosotros. ¿Merece la pena, vuelve a
preguntar Mr. Potter, mantener el orden la maquinaria? Al llegar aquí, quedamos
perplejos. Mr. Potter entiende por maquinaria
la maquinaria humana, pues
asegura que no pretende considerarla como
propiedad absoluta. Hemos de confesar que no creemos que ´valga la pena´ ni
consideramos que ello sea posible, mantener en orden la maquinaria humana, es
decir, encerrarla y engrasarla hasta que se la necesite. La maquinaria humana
tiene la propiedad de que, por mucho que se la engrase o ser la frote, se oxida
en inacción. Además, la maquinaria corre siempre, como una ojeada superficial
nos lo demuestra, peligro de soltar el vapor por propio impulso y explotar o
armar una danza loca en nuestras grandes ciudades. Puede que, como dice Mr.
Potter, se necesite mucho tiempo para
la reproducción, de los obreros, pero, con maquinistas y dinero en la mano,
siempre se encontrarán hombres emprendedores e industriales para fabricar de ellos más patronos fabriles de los que nunca necesitaremos… Mr. Potter
habla al buen tuntún de que la industria revivirá en uno, dos o tres años y nos
pide que no fomentemos o lo toleremos la
emigración de la fuerza de trabajo. Dice que es natural que los obreros
quieran emigrar, pero opina que la nación debe bloquear en los distritos
algodones, pese a sus deseos, a este
medio millón de obreros con las 700, 000 personas que viven de su trabajo,
sofocando –lo que es consecuencia lógica de lo primero- su descontento por la
fuerza y alimentándolos con limosna todo antes la posibilidad de que los
patrones algodoneros puedan volver a necesitarlos cualquier día… Ha llegado la
hora de que la gran opinión pública de
estas islas haga algo para salvar ´esta
fuerza de trabajo de aquellos que quieren tratarla como tratan al carbón,
al hierro y al algodón. (To save this ´working power´ from those who would deal with it as they
deal with iron, coal and cotton.”)16
El artículo del Times no era más que un joeu d’espirit. “La gran opinión
pública” era, en realidad, la opinión de Mr. Potter, según la cual los obreros
fabriles se contaban entre el patrimonio
mobiliario de las fábricas. Se les prohibió emigrar.17 se les
encerró en el “workhouse moral” de los distritos algodoneros y siguieron
formando, lo mismo que antes, “la fuerza (the strength) de los patronos
algodoneros de la Lancashire”.
El proceso capitalista de
producción reproduce, por tanto, en virtud de su propio desarrollo, el divorcio entre la fuerza de trabajo y
las condiciones de trabajo. Reproduce y eterniza, con ellos, las condiciones de
explotación del obrero. Le obliga constantemente a vender su fuerza de trabajo
para poder vivir y permite constantemente al capitalista comprársela para
enriquecerse.18 Ya no es la casualidad la que pone frente a frente,
en el mercado de mercancías, como comprador y vendedor, al capitalista y al
obrero. Es el molino triturador del mismo proceso capitalista de producción,
que lanza constantemente a los unos al mercado de mercancías como vendedores de
su fuerza de trabajo, convirtiendo constantemente su propio producto en medios
de compra para los otros. En realidad, el obrero pertenece al capital antes de
venderse al capitalista. Su vasallaje económico19 se realiza al
mismo tiempo que se disfraza mediante la renovación periódica de su venta,
gracias al cambio de sus patrones individuales y a las oscilaciones del precio
de trabajo en el mercado.20
Por tanto,
el proceso capitalista de producción, enfocado en conjunto o como proceso de
reproducción, no produce solamente mercancías, no produce solamente plusvalía,
sino que produce y reproduce el mismo régimen
del capital: de una parte al
capitalista y de otra al obrero
asalariado. 21
Fuente: Marx, C. (1975). “Capítulo XXI Reproducción simple. El Capital. Ciudad de México: Fondo de
Cultura Económica.
1 “Los ricos, que se alimentan con los
productos del trabajo de otros, solo los obtienen mediante actos de cambio
(compras de mercancías)...A primera vista, parece, pues, que su fondo de
reserva debía agotarse pronto... Pero no, bajo este orden social la riqueza
tiene la virtud de reproducirse gracias al trabajo ajeno.. La riqueza, al igual
que el trabajo y por medio del trabajo, arroja un fruto anual que puede
destruirse cada año, sin que con ello el rico se empobrezca. Este fruto es la renta que brota del capital.”
(Sismondi, Nouveaux Principes, etc., I, pp. 81 y 82.)
2 “Tanto los salarios como las ganancias deben considerarse
como una parte del producto acabado.” (Ramsay, An Essay on the Distribution of
WeaIth, p. 142.) “La parte
del producto que el obrero recibe bajo la
forma de salario.” (J. S. MiIl, Elements of
PoliticaI Economy. trad. de Parissot, París, 1823, p. 34.)
3 “Cuando se emplea capital para desembolsar los salarios de
los obreros, éste no añade nada al fondo destinado a la conservación del
trabajo.” (Cazenove, en nota a su edición de Malthus, Definitions in Political Economy, Londres, p.22.)
4 “Los capitalistas no desembolsan a los obreros los medios de
vida ni siquiera en la cuarta parte de la tierra.” (Richard
Jones, Textbook of Lectures of the Political Economy of Nations, Hertford, 1852, p. 36.)
5 “Aunque en las manufacturas desembolse el dinero para pagar a los obreros,
esto no supone para él, en realidad, ningún gasto, ya que el valor de estos
salarios se restaura casi siempre, unido a una ganancia, en el mayor valor del
objeto al que se aplica el trabajo de aquéllos.” (A.Smith,
Wealth of Nations, libro I, cap. III, t.II, p.355.)
6 “Es esta una propiedad notabilísima del consumo productivo,
lo que se consume, productivamente es capital y se convierte en capital por el
consumo.” (James Mill, Elements of Political Economy, p.242.) Sin embargo, J.
Mill no se preocupa de seguir las huellas de esta “notabilísima propiedad”.
7 “Es verdad, indudablemente, que la instalación de una
manufactura da trabajo a muchos pobres, pero estos lo siguen siendo, y la
persistencia de la manufactura crea, además, muchos otros.” (Reasons for a
limited Exportation of Wool, Londres, 1677, p.19.) “El arrendatario (farmer)
asegura neciamente que mantiene a los pobres. Lo que hace, en realidad, es
mantenerlos en la pobreza.” (Reasons for the late Increase of the
Poor Rates: or a comparative view of the prices of labour and provisions,
Londres, 1777, p. 31.)
8 Rossi no declamaría tan enfáticamente este punto si hubiese
penetrado realmente en el secreto de la productive consumption.
9 “Los obreros de la minas de Sudamérica, cuya faena diaria
(tal vez la más dura del mundo) consiste en sacar a la superficie, a hombros,
desde 450 pies bajo tierra, una carga de cobre de 180 a 200 libras de peso,
solo se alimentan de pan y fríjoles; ellos preferían no comer más que pan, pero
sus amos, habiendo descubierto que con pan no rendirían tanto trabajo, los
tratan como a caballos y les obligan a comer fríjoles; estos son bastante más
ricos en sustancias óseas que el pan.” (Leibig, Die Chemie in inhrer Anwendug auf Agrikultur und Physiologie, 1° parte, p. 194, nota.)
10 James Mill, Elements of
Political Economy, pp. 238 ss.
11 “Si el precio del trabajo subiese
tanto que, a pesar del incremento del capital, no pudiese emplearse más
trabajo, diríamos que ese incremento del capital, no pudiese emplearse más
trabajo, diríamos que ese incremento de capital se consumía improductivamente.”
(Ricardo, Principies of
Political Economy, p. 163.)
12 “El único consumo productivo, en el
verdadero sentido de la palabra, es el consumo o destrucción de riqueza [el
autor se refiere al consumo de los medios de producción] por el capitalista con
vistas a la reproducción… el obrero… es un consumidor productivo para la persona
que lo emplea y para el estado, pero no lo es, en rigor, para sí mismo.”
(Malthus, Definitions etc., p. 30.)
13 “La única cosa de la que puede
decirse que se acumula y prepara de antemano es
la pericia del obrero… La acumulación
y el almacenamiento de trabajo diestro, esta
importantísima operación, se realiza
por lo que a la gran masa de obreros se refiere, sin ninguna clase de capital.”
(Hodgskin, Labour Defended against the claims of
Capital, pp. 12 y 13.)
14 “Esta carta puede ser considerada como el manifiesto de los fabricantes.”
(Ferrand, Moción sobre la cotton famine, sesión de la H. o. C. [Cámara de los
Comunes] de 27 de abril de 1863.)
15 Se recordará que, en circunstancias
normales, cuando se trata de reducir los salarios, el propio capital se expresa
en términos distintos. En estos casos, “los patrones” declaran como un solo
hombre (véase sección cuarta,
p. 350, nota
101): “Los obreros de las fábricas debieran, pues sería saludable para ellos,
tener presente que su trabajo es, en realidad, una categoría muy baja de
trabajo calificado; que no hay ni ninguno más fácilmente asimilable ni mejor
retribuido en relación con su calidad, que ningún otro se puede asimilar en tan
poco tiempo, instruyendo rápidamente a los menos capaces, ni adherirse con
tanta abundancia. La máquina del
patrón [que ahora se
nos dice que puede sustituirse y mejorarse, con ventaja, en plazo de doce
meses], desempeña, en realidad, una importancia mucho mayor en materia de producción que el trabajo y la peripecia del obrero [que ahora resulta no se puede suplir
ni en treinta años], los cuales pueden adquirirse en seis meses de enseñanza y cualquier gañán puede aprender.”
16 Times, 24 de marzo de 1863
17 El parlamento no consignó ni un farthing para la emigración; se limitó a votar
unas cuantas leyes que permitían a los municipios mantener a los obreros entre
la vida y la muerte o explotarlos, sin abonarles los salarios normales. En
cambio, cuanto tres años después estalló una peste entre el ganado vacuno, el
parlamento, rompiendo incluso violentamente con la etiqueta parlamentaria votó
en un abrir y cerrar de ojos varios millones de indemnización para los
terratenientes y millonarios cuyos colonos procuraron indemnizarse ellos mismo sin
necesidad de subvenciones, subiendo los precios de la carne. Los mugidos
bestiales de los terratenientes al abrirse la legislatura de 1866 demostraban
que no hace falta ser indio para adorar a la vaca Sabala, ni Júpiter para
convertirse en un buey.
18 “El obrero necesita medios de
subsistencia para vivir, el jefe necesita trabajo para ganar (Pour gagner).”
(Sismondi, Nouveaux Principes d’economie Politique, p. 91.)
19 Una forma campesina tosca de etse
vasallaje subsiste todavía en el condado de Durham. Se trata de uno de los
pocos condados en que las condiciones sociales no garantizan al colono el
derecho indiscutido de propiedad sobre los jornaleros agrícolas. La industria
minera permite a estos una opción. Por eso el colono, faltando a la regla, solo
toma aquí en arriendo aquellos terrenos en los que se levantan cottages para los obreros. La renta pagada por
el cottage forma parte del salario. Estos cottages se denominan “hind’s houses”. Son
arrendadas a los braceros bajo ciertas condiciones feudales, mediante un contrato
llamado “bondage” (Vasallaje) y obliga al bracero, por ejemplo, a hacer que
trabaje sus hija, etc. durante el tiempo que él esté ocupado en otra parte. El
obrero recibe el nombre de “bondsman”, vasallo. En esta relación se nos revela
también el consumo individual del obrero como consumo para el capital o consumo productivo, en un aspecto totalmente nuevo e
insospechado: “es curioso observar cómo hasta las deyecciones de este “bondsman”
se cuentan entre las expórtulas pagadas por él a su especulador propietario… El
colono no tolera en toda la vecindad más retrete que el suyo, ni permite que se
le reste ni un ápice de sus derechos de soberanía, en este respecto.” (Public
Health XII, rep. 1864, 188.)
20 Recuérdese que en el trabajo de los
niños etc., desaparecen hasta la formalidad de la venta del obrero hecha por el
mismo.
21 “El capital presupone el trabajo
asalariado y éste el capital. Ambos se condicionan recíprocamente y se crean el
uno al otro. ¿El obrero de una fábrica de algodón, produce solamente tejidos de
algodón? No, produce capital. Produce valores que sirven de nuevo
para mandar sobre su trabajo y crear mediante él otros nuevos.” (Carlos Marx, “Lohn
arbeit und Kapital“ en Neue
Rheinische Zeitung, n. 266, 7 de abril
de 1849.) El artículo publicado con este artículo en la Neue Rheinische Zeitung contiene fragmentos de las
conferencias explicadas por mí sobre aquel tema en 1847, en la Asociaciones
obrera alemana de Bruselas, cuya impresión vino a interrumpir la revolución de
febrero.