Pensando a Goethe
Resumen
¿Hay que seguir leyendo a Goethe? La germanística tradicional lo sigue
prescribiendo. Sin embargo, esa imposición produce antipatía. Eso unido a su
conservadurismo político, a su resistencia a las novedades estéticas y a su
visión disparatada de la ciencia crean una imagen muy negativa del escritor.
Sin embargo, esos motivos de animadversión deben ser matizados. Su
conservadurismo es explicable en claves biográficas (un hijo de la burguesía
entre nobles). Él no pretendía ser estéticamente innovador, pero muchas de sus
obras superaron los límites convencionales de los géneros literarios. Por otra
parte, su concepción de la ciencia puede ser entendida como una crítica
ecologista al paradigma dominante de su época.
Palabras clave
Goethe,
rechazo, política, innovación, ecología, acción.
Abstract
Should we keep reading Goethe? The traditional mainstream in German Studies prescribes it. Nevertheless, such imposition provokes antipathy. This, together with his political conservatism, his resistance to aesthetic novelties and his crazy vision of science, create a very negative image of the writer. But, these motives of animosity must be nuanced. Its conservatism is understandable in biographical keys (he was a son of the bourgeoisie among aristocrats). He did not pretend to be aesthetically innovative, but many of his works overcame the conventional limits of literary genres. Moreover, his conception of science can be understood as an ecological critic to the dominant paradigm of his time.
Keywords
Goethe, rejection, conservatism, aesthetical innovation, ecology, action.
Pensando a
Goethe
¿Por
qué seguir leyendo a Goethe? Para el germanista, al menos oficialmente, no hay
lugar a esa pregunta, pues se topa ante el autor en lengua alemana más
centralmente ubicado en aquello que Harold Bloom denominara El canon
occidental (Bloom, 1995, p. 216). Sin embargo, tampoco puede negarse
que esa condición de “indiscutible” a veces irrita, y que no son pocos los que
ven en Goethe un personaje olímpico, áulico, frío y displicente.
Nada de lo que es lo es radicalmente y con plenitud: es un ministro que
no es en serio un ministro; un régisseur que detesta el
teatro, que es propiamente un régisseur; un naturalista que no
acaba de serlo, y ya que irremediablemente, por especialísimo decreto divino,
es un poeta, obligará a reclutar soldados cabalgando un caballo oficial que se
llamaba “Poesía” (Ortega y Gasset, 1983, pp. 36-37).
Hay al menos cuatro focos que concentran esa antipatía. El primero, ya
aludido: el de la consideración del autor como una figura de consabida
importancia y cuyo estudio ha de ser forzoso. Tal
vez Novalis o Kleist o Heine sean prescindibles,
pero Goethe no, o eso es lo que indican los manuales de Historia de la
Literatura. En ellos, tanto en los ya añejos como en los recientes, para
describirlo se suceden los elogios: “mayor maestro de vida que Europa ha
conocido” (Martini, 1964, p. 226), clásico (Baumann, 1996, p. 101), “armonía
entre autor, forma y contenido” (Hernández y Maldonado, 2003, p. 96). Sobre
este aspecto de la necesidad de tener en cuenta a Goethe volveremos al final,
pues tiene que ver con la valía o no de su obra literaria. Los otros tres
núcleos de antipatía o animadversión son su conservadurismo político, su recelo
frente a las novedades estéticas y su enfoque disparatado de la ciencia.
Ya hemos señalado que el segundo motivo de antipatía tiene que ver con
la actitud políticamente acomodaticia, cuando no reaccionaria. Sus detractores
señalan que habiendo obtenido su licenciatura en Derecho y habiendo triunfado
literariamente con Werther, un hijo de la burguesía, no hizo asco
alguno a convertirse primero en Ministro luego en Jefe de Gabinete del
Archiduque de Sachsen-Weimar. O dicho de otro modo un hombre nacido para
ser libre, se convirtió en un lacayo. El juicio es duro, y no del todo muy
fundado. Si Goethe se hubiera quedado en Wetzlar o en Frankfurt
am Main, difícilmente habría llegado a ser quien fue. Sí, tal vez Goethe
podría haber sido un paladín del Tercer Estamento dedicándose a la abogacía, pero
marchar a la Corte de Carlos Augusto, le permitió dedicarse a la poesía, a la
ciencia y al pensamiento de un modo más holgado y menos agobiado que si hubiera
tenido la vida y el día a día de un jurista profesional. ¿A costa de la
coherencia y el compromiso con sus orígenes?, ¿claudicando para dejar de ser un
burgués y convertirse en un noble de nuevo cuño? ¿Para dejar de ser Johann
Wolfgang Goethe y pasar a ser Johann Wolfgang von Goethe? Tal vez pueda
reprochársele por eso, pero Goethe comprendió mejor que nadie que el tiempo de
la burguesía llegaría, pero que a la nobleza todavía le quedaba tiempo por
subsistir, y que, sin aceptar temporalmente esa servidumbre, no habría podido
comprender la realidad política de su época. Al hilo de ello, y, para comprender
la clarividencia que tuvo el poeta atendamos a la reflexión de Benjamin en su
artículo “Goethe”, para la Enciclopedia Soviética.
La burguesía alemana estaba lejos de ser lo suficientemente fuerte como
para sostener un quehacer literario extenso por sus propios medios. La
consecuencia de aquella situación fue que la literatura siguió dependiendo del
feudalismo aun cuando la simpatía del literato estuviera del lado de la
burguesía (Benjamin,1996, p. 43).
Sin su
presencia en un microestado no podría haberse dedicado a las obras públicas, la
restauración artística, la escenografía y dirección teatral, la mineralogía e
ingeniería de minas, la botánica y la ingeniería de montes, la mineralogía y la
embriología, la óptica y la teoría de los colores. Y, por añadidura, no podría
haber ayudado a amigos como Meyer, o, sobre todo, como su querido y ponderado
Schiller. Es cierto que esa posición de burgués entre nobles tuvo
siempre que refrendarse mediante una especie de certificados de buena conducta,
y que su proceder en el Estado archiducal siempre fue mirado con lupa. Sin
duda, esa actitud nos parece mucho menos atractiva que la de un rebelde, pero
no fue entreguismo ni caída en lo acomodaticio. Su trayectoria en Weimar estuvo
guiada por un sentido de la realidad que le permitió realizarse no sólo como
intelectual y poeta, sino como ser humano completo. Además, y por añadidura, su
realización posibilitó que otros amigos suyos, también hijos de la burguesía,
pudieran llegar a ser lo que fueron.
Sin salir de lo
político, también se le reprocha a Goethe, su postura ante la Revolución
Francesa. De nuevo la dureza es extrema. La Revolución Francesa fue un
acontecimiento histórico que puso la soberanía nacional al pie de las
constituciones y los sistemas políticos, que hizo de los derechos del hombre
ciudadano fundamento de estos sistemas y que convirtió esta soberanía en
principio a salvaguardar. Ahora bien, que ese fuera el balance de la Revolución
Francesa no quiere decir que el camino que recorrió no fuera pedregoso y lleno
de violencia. Sin ir más lejos, Goethe fue testigo del momento de mayor
aspereza: el Terror, la guillotina y Robespierre. No es extraño pues que Goethe
(al igual que Schiller en sus Cartas para la educación estética del
hombre) desarrollara ese impulso tan propio de la “intelligentsia”
alemana, según el cual, no puede haber auténtica liberación hasta que el pueblo
esté formado para ella.
Los adversarios
de Goethe se aferran a su famosa frase “Prefiero la injusticia al
desorden”. Frase poco afortunada y que, como se sabe, Goethe empleó
cuando evitó que no se linchara a un francés incendiario que pretendía quemar
la Catedral de Mainz, dando a entender que, aunque fuera justo matarlo, era
preferible que se mantuviera la orden de que los revolucionarios franceses
derrotados pudieran retirarse pacíficamente. Mas, parafraseando a Sartre ¿es
posible evitar tener las manos sucias en política? Henry David Thoreau defendió
la desobediencia civil y se negó a pagar impuestos. Si bien el único castigo
que sufrió por ello fue pasar una noche en el calabozo, pues a la mañana
siguiente pagaron su fianza. Vladimir Illitch Ulianov, Lenin, piedra angular de la Revolución de 1917, llegó a la Estación
Finlandia de San Petersburgo después de haber sido protegido y sufragado por el
servicio secreto de la Alemania Guillermina que quería minar el poder de la
Rusia zarista. Mohandas Kachamdar, más conocido como Mahatma Gandhi promovió la teoría y la práctica de
la resistencia pasiva y la no violencia, pero la Independencia de la India, de
la que fue principal promotor, se saldó con millones de muertos en
enfrentamientos entre hindúes y musulmanes y en las Guerras
Indo-pakistaníes.
Y siguiendo con
lo político, ese certificado de buena conducta que Goethe estuvo obligado a obtener
le granjeó mucho dolor. Fundamentalmente el dolor de no poder amar a quien
quería y admiraba: a Charlotte von Stein.
El Archiducado de Weimar no estaba preparado para aceptar la relación
sentimental de una mujer de la nobleza, casada con el cuadrillero mayor de
Carlos Augusto, con un escritor, es cierto, sí, con un escritor de éxito, pero
plebeyo. Como señala Judith Butler, “lo privado es público”, y lo
privado no pudo hacerse público en el amor de Goethe y Lotte. Una de las lecturas más habituales de Las penas del joven
Werther afirma que Goethe “mató” a Werther para poder sobrevivir él,
que, con el suicidio de ese personaje malhadado, Goethe exorcizó de su corazón
su pasión de Wetzlar, Charlotte Buff.
Ella, como la Lotte de Werther, prefirió a un abogado con
firme vocación profesional por el derecho, que a un jurista incidental como
Goethe. Sin embargo, con el destino no se puede jugar por
mucho tiempo. Ya en Weimar, Goethe no pudo poner en marcha otra vez el recurso
de la ficción y pasar de enamorado real a enamorado literario. Ya no pudo
trocar persona por personaje. El amor por Charlotte von Stein y la imposibilidad de vivirlo lo llenaron de una pesadumbre que en
esta ocasión no fue salvable por el recurso a la fabulación. Por eso, es
injusta la acusación de que Goethe fuera un personaje olímpico, áulico, frío y
displicente. De que fuera alguien capaz de vivir en la indiferencia respecto al
calor humano. Goethe sufrió y mucho por intentar vivir en un mundo ajeno a
aquel en que nació, y su tragedia en este caso fue no poder amar a quien amó.
Para paliar la “herida Stein”, hubo de viajar a Italia, hubo de descubrir el
amor carnal y hubo de vivir esa sensualidad conquistada con Christiane Vulpius.
¿La herida quedó restañada? La acción, pues como tradujo Fausto a San Juan
“Am Anfang war die Tat” (“En el principio fue la acción” en lugar de “En el principio fue la
Palabra”), la fue cerrando.
Por otra parte, nuevas investigaciones sobre el autor revelan que su
valoración como alguien conservador y acomodaticio es matizable, si no
discutible. No fueron solo ventajas individuales las que lo llevaron a Weimar y
no fue un entorno confortante lo que lo retuvo allí. De hecho, la comodidad y
la conveniencia le habrían aconsejado más haberse quedado en Frankfurt. Su
familia tenía una buena posición económica y tradición de juristas entre sus
miembros y él a los veintiséis años era doctor en Derecho. Con la base de
sustento de la abogacía podría haberse permitido ser un escritor a tiempo
parcial (Krippendorff, 1988, p. 22). Sin embargo, tal vez la clave esté en que
no le bastaba con ser sólo un poeta. Weimar fue para él un banco de pruebas
para una buena gobernanza alternativa a la política de las potencias estatales
predominante en su tiempo. Política por la que sentía una aversión fundamentada
en los abusos a los que conducía. Eckermann recoge el 17 de marzo de 1830 un
momento de visceralidad de Goethe especialmente ilustrativo de esa aversión.
Lord Bristol le había mostrado al escritor su juicio negativo respecto Werther,
al que valoraba como un libro inmoral y condenable. A ello el poeta le espetó:
Halt
[…] Wenn Ihr so über den armen Werther redet, welchen Ton wollt Ihr gegen die Großen dieser Erde anstimmen,
die durch einen Federzug hunderttausend Menschen in
Feld schicken, wovon achtzigtausend sich töten und sich gegenseitig zu Mord,
Brand
un Plünderung anreizen. Ihr danket Gott nach solchen Greuel und singet ein Tedeum darauf (Cit.sg. Krippendorff,
1988, p. 89).
Y hay un aspecto más, que no queremos dejar pasar: la cuestión de
género. La literatura fue para Goethe una herramienta de análisis de lo humano,
que lo ayuda a liberarse de los estereotipos propios de la antropología
dominante (Pfotenhauer, 1987, pp. 1-28). Esa antropología inevitablemente
sexista. En muchos momentos de su obra, Goethe intenta contestar a la cuestión
de ¿en qué medida hombres y mujeres están en condiciones de entender mutuamente
sus formas de percibir? (Herwig, 1997, p. 29).
En los dos últimos versos de Fausto (II, 12110-12111) leemos
“Das Ewig-Weibliche zieht uns hinan” (Lo eterno femenino
nos hace avanzar). Esta es una visión ambigua de lo femenino. Parece que el
varón, aludido en esa primera persona del plural “uns” (nos), es sujeto, es la
instancia activa que avanza. Lo femenino, por el contrario, se presenta como lo
inacabado y lo potencial. Aunque lo que dinamiza siempre es más sugerente que
lo estimulado, la polaridad propuesta por Goethe no parece más que otra
variante de patriarcal paternalismo. Sin embargo, merece la pena considerar esa
función motora de lo femenino.
Tomando como punto de referencia Wilhelm Meisters Wanderjahre encontramos
muchos relatos intercalados que tienen por denominador temático común el amor y
cuyo sentido nunca es sencillo ni evidente a una primera lectura
(Schlechta,1985, p. 65). Y en esos relatos, vemos a mujeres asertivas y con
iniciativa propia.
De entre todas
estas narraciones destaca “Das nussbraune Mädchen”, la más firme adhesión de Goethe a la
emancipación femenina. El título encabeza un capítulo de la obra, lo que
resulta engañoso, ya que lo relatado desemboca en la novela. Desde sus primeras
líneas la narración liga la discriminación de género a la desigualdad y la
injusticia económicas. Con objeto de financiar un viaje por el extranjero
a Lenardo, su tío decide cobrarse deudas de sus aparceros. Hay uno de ellos, el
padre de Nacodina, la muchacha de piel de nuez, que no puede enfrentar el pago y es
expulsado de su explotación. La muchacha recurre a Lenardo para que
medie ante el tío en favor de su padre. A pesar de que lo promete, el noble no
lo hace, y pasado un tiempo incuba en su interior mala conciencia y
preocupación por la suerte de Nacodina. Cuando la encuentra ya no es la desvalida
joven que él abandonó a su suerte. Ahora, con el nombre de Susana, se ha
convertido en una solvente profesional de la industria textil. Por otra parte,
no se aviene al matrimonio que Lenardo le ofrece para compensarla por sus
sufrimientos. Para preservar su independencia, Nacodina-Susana acaba convirtiéndose en bibliotecaria y
asistente de otro personaje de la novela,
Macaria.
El tercer
motivo de ataque contra Goethe es su posición estética, más orientada al pasado
que a la innovación, o quizás más anclada en el clasicismo que abierta a las nuevas
tendencias. En literatura, rechazó a los románticos y a “Neues Deutschland”. En
pintura y artes plásticas, osciló entre el medievalismo germanófilo y el
clasicismo arqueológico, pero siempre denostó el falaz revival de la Edad Media
propugnado por los nazarenos. En música, admirando a Haydn y Mozart, no
comprendió a Schumann a Schubert ni a Beethoven. Mas, ¿es la posición estética
aquello que debemos juzgar para apreciar la calidad de un autor? Es cierto que
hay autores que han tenido una enorme penetración para comprender, no sólo las
corrientes estéticas contemporáneas, sino también para intuir por dónde éstas
seguirían desarrollándose. Y desde este punto de vista nos parece absolutamente
admirable, por ejemplo, Diderot o también a su modo Baudelaire. Sin embargo,
hay quienes han destacado por llevar a cabo tanto el aprovechamiento al máximo
de unas tendencias como por el avizorar lo nuevo en la propia creación. Goethe
lleva el “Sturm und Drang” al máximo de sus posibilidades con Werther.
Goethe agota el
modelo clasicista con una enorme elegancia en Ifigenia en Tauris. Goethe
lleva la tragedia a un grado de maestría y acabamiento geniales en Las
afinidades electivas. Goethe hace de la novela un camino de
autoconocimiento y de reconocimiento de las circunstancias externas en Los
años de aprendizaje y Los años itinerantes de Wilhelm Meister. Goethe
crea una obra única, en un género literario complicadísimo, el poema dramático,
con el Fausto. Y todo eso nos lleva a preguntarnos: ¿qué es más
importante, ser innovador desde dentro y en la creación literaria o ser capaz
de detectar la auténtica innovación en las producciones ajenas? Incluso desde
una perspectiva como la mía, que, desde la estética y la teoría de las artes,
intenta poner de relieve lo importante que es la comprensión de lo creativo, no
puede negarse que siempre será más importante la creación misma, que la
comprensión de esa creación.
A Goethe, por
otra parte, se le considera científicamente disparatado. Newton había propuesto
una teoría del color, según la cual este es al resultado de la absorción de los
rayos de luz por los cuerpos. A ello Goethe repuso que el color era el
resultado de las diversas gradaciones obtenidas por la oposición entre la luz y
la oscuridad. Realmente la teoría goethiana, más bien esotérica y poética, que
propiamente científica tiene valor como rechazo de una visión escrutadora y
fría de la realidad nacida con la Revolución Científica originada con
Copérnico. Una ciencia no interesada en abrazar la realidad y penetrarla, sino
en medirla y controlarla. Bien sabido es que Copérnico no pretendió decir que
el centro del Universo conocido en su época fuera el sol, sino que si se
aceptaba la hipótesis de que así fuera, los movimientos de los planetas serían
más precisa y sencillamente descriptibles. Goethe rechaza ese proceder frío que
se aparta de la realidad para así comprenderla. En definitiva, rechaza las
tornas que tomó la ciencia cuando advino aquello que Heidegger llamó la “época
de la imagen del mundo”.
¿Por qué seguir
leyendo a Goethe? Porque su vida y su obra son un modelo de encarar y
comprender la existencia. Con su adaptabilidad al ajeno Weimar, Goethe nos
enseñó que un ser humano ha de ser capaz de aprovechar las oportunidades que da
la vida para realizarse, y ser fiel a esa realización de modo tesonero, tenaz e
inteligente. Y así ser poeta, hombre de Estado, restaurador artístico,
escenógrafo, director teatral, científico, y, ante todo, buen amigo. Por eso
sus obras autobiográficas Vida y poesía y su entrevista con
Eckermann en Conversaciones con Goethe son un auténtico
cuaderno de bitácora de un hombre tal vez más afortunado que la media, pero con
coraje y voluntad para ser generoso y presto con ese destino afortunado. El
amor frustrado por Charlotte von Stein le hizo ver que el único modo de acabar
con lo trágico es cortar el nudo gordiano con la espada, y no intentar
deshacerlo. El amor fallido por la Stein fue el punto de inflexión
para vencer, si no a lo trágico, sí al dominio de lo trágico sobre un espíritu
individual. Para él lo trágico, equivalente a lo fatal e inevitable, podía ser
eludido cambiando el círculo y el medio de desarrollo de la vida. La tragedia
no, pero sí sus efectos podían quedar anulados mediante el paso del yo al
nosotros. El Doctor Fausto corta el nudo gordiano, cuando después de salir de
su enmohecido gabinete y recorrer mundo sólo pensando en el propio placer y
experiencia, se da cuenta de que lo importante son proyectos colectivos y
solidarios para, enfrentándose a la naturaleza, hacer de la Tierra un lugar más
habitable para el ser humano. Se da cuenta de que sólo hay algo que puede hacer
sentir el deseo de que se pare el tiempo: que un pueblo sometido a la presión
se una para vencerla. Wilhelm Meister corta el nudo gordiano, cuando descubre
que su vocación artística y teatral no es auténtica, sino tan sólo un reflejo
de un egotismo introspectivo y estéril. Entonces, sabe que el sentido de su
vida es dedicarse a servir a los demás como médico y a apoyar a la Sociedad de
la Torre en la formación de colonias en esa nueva tierra, América, en la que la
agotada Europa encontrará alivio para su superpoblación, para su galopante
pobreza y para sus diferencias estamentales. Siendo éstas, paliadas por la
puesta del contador a cero que supone esta emigración. La propuesta de Fausto y
de Wilhelm Meister es la misma: acabar con la tragedia
desplazando la realidad hacia una esfera en la que lo compulsivo, lo fatal y lo
necesario no sean la murria introspectiva, la autocompasión y el lamento por lo
que no puede o no pudo ser. Un desplazamiento a una esfera en la que lo
compulsivo, lo fatal y lo necesario sea hacer y actuar, porque en ello va la
vida de todos, que es la que sostiene la vida de cada uno. Sólo una
esfera así es capaz de lograr un pueblo libre en una tierra libre. Como decía
Esquilo en Euménides, un pueblo capaz de “odiar con el mismo
corazón”. Al fin y al cabo: en el principio fue la acción.
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[1] Miguel Salmerón Infante
Universidad
Autónoma de Madrid
Correo electrónico: miguel.salmeron@uam.es