Jünger
en la Gran Guerra. Reseña de la novela Tempestades de acero
Jünger in the Great War.
Review of the novel Storm of Steel
Jünger
en la Gran Guerra. Reseña de la novela Tempestades de acero
Leí Tempestades
de acero, obra escrita por Ernst Jünger (2013), la cual tiene muchos
méritos en la historia de la literatura. En primer lugar, es tanto un hito en
la novela autobiográfica como en la novela bélica, pues armoniza muy bien la
narración literaria, la descripción informativa propia del diario y la
biografía más rigorista. En segundo lugar, porque si no fue la primera, habrá
sido la segunda obra literaria alemana de envergadura que apareció sobre la
Gran Guerra (1914-1918)[2], con la adición de que fue este escrito el que
sobrevivió al tiempo, junto con un puñado selecto de textos en lengua germana
(como El caso del sargento Grischa (1927) de Zweig, Historia
y desventuras del desconocido soldado Schlump (1928) de Grimm y Sin
novedad en el frente (1929) de Remarque[3]),
logrando ser considerada como una de las mejores obras de dicho conflicto
hechas en el período de Entreguerras. En tercer lugar, porque la escribió, a
diferencia de otras obras similares, alguien que vivió en las trincheras los
cuatro años que duró esa contienda mundial. Recordemos que Jünger fue uno de
los oficiales alemanes más condecorados en la historia del siglo XX. Obtuvo
todas las condecoraciones militares alemanas posibles de la época, incluyendo
la más preciada de todas: “Pour le Mérite”, con tan solo 23 años; además, fue
herido 14 veces, heridas que le dejaron cerca de 20 cicatrices, según informa
el mismo autor en esta novela (Jünger, 2013, p. 306) como en su propio Diario (Jünger,
2014a, p. 631). Y todo eso siendo un oficial de baja graduación (alférez y, al
finalizar la Gran Guerra, teniente) del arma de infantería (la mayoría de los
condecorados con la medalla “Pour le Mérite” fueron oficiales de alta
graduación y pilotos —ases— de guerra[4]).
Es raro, muy
raro, encontrar un personaje de esta envergadura: un héroe de guerra, un
oficial aclamado por su tropa, un gran literato, un estupendo ensayista y un
reconocido científico natural (entomólogo[5]). Esta capacidad para brillar en varios
frentes le valió una gran reputación a la vez que explica cierta soberbia y
petulancia que le adjudicaban muchos de los que le conocían. Y fue esta fama la
que le permitió a Jünger enfrentarse al nacionalsocialismo, de un lado, y al
comunismo, del otro, sin tener que abandonar Alemania por sus convicciones
políticas. Sí que hay historias para contar sobre los múltiples desplantes de
Jünger al nazismo, en la década de los años treinta, así como de su vida
bohemia cuando sirvió en París durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo,
nos centraremos en su obra de la Gran Guerra… pero que no pierda de vista el
lector que estamos ante toda una leyenda viva (una especie
de héroe trágico) de su momento (Fontaine, 1995).
Volviendo al
texto que reseño, es importante señalar que este libro es la versión literaria
de buena parte del Diario de Guerra (Jünger, 2014a), Diario que
escribió durante las pausas de combate en sus cuatro años de servicio en el
frente occidental alemán (casi siempre combatiendo contra los ingleses). Quien
tenga la fortuna de leer su Diario verá que se repiten
historias; eso sí, mejor contadas en Tempestades de acero.
Agregamos que estas dos obras están emparentadas con El Teniente Sturm (Jünger,
2014b) publicada inicialmente en 1923, ya que esta última narra, igualmente,
una porción de las anécdotas bélicas consignadas en el Diario y
en Tempestades. Podría decirse que, desde la perspectiva literaria,
es mucho mejor Tempestades, aunque la profundidad de las
reflexiones que se encuentran en El Teniente —reflexiones que
pueden servir como argumentos antibelicistas— es meritoria. Sintetizando, esta
novela de 1923 presenta las pericias del Teniente Sturm (quien sería el propio
Jünger), quien durante las pocas horas de descanso entre sus tareas militares
consolida un club de conversación con dos oficiales amigos, de un lado, y
escribe una novela (una novela dentro de la novela, de la que apenas se esbozan
las primeras páginas), del otro. En este texto, El Teniente Sturm,
se plantea la dualidad dramática de un militar que se debate entre la acción
pura (de la guerra) y la contemplación (filosófica y estética), a la vez que
destaca por sus reflexiones sobre el conflicto armado (que un lector puede
tomar, aunque sin ser el propósito explícito del autor, como antibélicas). Lo
anterior, porque Jünger pone el dedo en la llaga de los vacíos del discurso
nacionalista y de cómo el Estado se ha vuelto una macroorganización donde los
individuos solo son carne de cañón de un proceso de industrialización y
estatalización de la guerra, nunca antes visto. Por ejemplo:
Desde
la invención de la moral y de la pólvora, el principio de la selección natural
por la supremacía del más fuerte ha perdido cada vez más importancia para el
individuo. Se puede seguir con todo detalle cómo esa importancia ha ido pasando
más y más al organismo del Estado, que, cada vez con más desconsideración,
limita las funciones del individuo a las de una célula especializada. Hoy hace
tiempo que uno no goza de estima por lo que realmente vale sino sólo por lo que
vale en relación con el Estado. Mediante esa supresión sistemática de toda una
serie de valores, en sí muy considerables, se generan hombres que ya no tienen
capacidad de vivir por sí solos… En cambio, si se hiere de gravedad al Estado
moderno, queda amenazada la existencia de cada individuo, al menos de la parte
cuya subsistencia no proviene directamente del suelo, o sea, la mayor, con
mucho (Jünger, 2014b, pp. 16-17).
Ya aclarada la
genealogía de la novela, Tempestades fue publicada por primera
vez en 1920. Por su éxito, se editó muchas veces más en Entreguerras (hasta la
llegada del nazismo que receló de la obra) y luego de la Segunda Guerra
Mundial, y en cada nueva edición Jünger la revisaba haciéndole cambios
profundos, no tanto en las historias sino en la forma de narrarlas (los
expertos cuentan siete revisiones fuertes a esta obra, siendo la última la de
1978 para sus Obras selectas, que es la que se tomó para el libro
que ahora reseño). En términos generales, la novela tiene un acento
nacionalista (aunque no tanto como para catalogarlo como obra de propaganda) y
algo romántico, aspecto que se observa en las descripciones de la naturaleza o
el elogio a la purificación que hace la guerra, como se puede observar en la
siguientes citas: “La Guerra que tantas cosas nos quita, es generosa en este
aspecto; nos educa para una comunidad masculina y vuelve a situar en el lugar
que les corresponde unos valores que estaban semiolvidados” (Jünger, 2013, p.
333). “Tal vez no haya ningún otro lugar en que se perciba mejor que aquí en la
trinchera la manera en que el espíritu de una época se cae a pedazos” (Jünger,
2014b, p. 337). Lo anterior deja en claro el acento conservador del autor, pero
no tan conservador como para compartir ideario con el fascismo y el nazismo.
Tampoco su
conservadurismo nacionalista lo lleva a denigrar de sus oponentes ni a
menospreciar a los judíos, aunque en este último caso Jünger, en su Diario, les
lanza reprimendas —injustificadas— porque supuestamente, según cierta
propaganda malintencionada, los hebreos alemanes se negaban a combatir en las
trincheras (Jünger, 2014a, p. 644). Ni siquiera vitupera a las tropas
coloniales francesas e inglesas a las que se enfrentó en algunas oportunidades,
a pesar de que era común en su momento una visión peyorativa de estos soldados
ultramarinos. En Jünger podemos encontrar un respeto fuerte al soldado, amigo o
enemigo, que igualmente delata el posterior rechazo que él tiene de las tesis
xenófobas que pululaban en la Europa de Entreguerras. En este sentido, llama la
atención la dedicatoria del libro “A los caídos”, pero no solo a los alemanes,
sino a todos. Al respecto, dice Jünger:
En la
guerra he aspirado siempre a contemplar sin odio al adversario, a apreciarlo
como hombre de acuerdo con su valor. Me he esforzado en buscarlo en la lucha
para matarlo y no he esperado de él otra cosa. Pero nunca he pensado que fuera
un ser vil (2013, p. 61).
Incluso, de vez
en cuando, encontramos claros elogios al enemigo, casi siempre a soldados del
Imperio Británico (Jünger se enfrentó a soldados de dicho Imperio que venían de
todos los rincones del planeta), al considerarlos como personas viriles y
audaces (2013, p. 132).
Ahora bien, tal
como lo dijimos antes, la novela no puede clasificarse como antibélica, a pesar
de que en ella no dejamos de encontrar críticas al conflicto, como las
dirigidas hacia las malas decisiones del alto mando que conllevaron la muerte,
sin sentido, de millares de jóvenes. Para dar un caso, Jünger (2013, p. 323)
rechaza la orden de destruir las galerías subterráneas a las trincheras que
salvaguardaban la vida de los soldados durante los bombardeos. Un antibelicista
encontraría buenas citas en esta obra para su propio beneficio, pero no
olvidemos que Jünger le da un valor partero a la guerra, cosa que mencionaremos
más adelante.
Igualmente, en
esta novela no podía faltar la típica escena de encuentro entre el soldado
asesino y el enemigo recién asesinado, escena que se va a repetir hasta el
cansancio en cuanta novela y película bélica se haga: cuando se le esculcan las
pertenencias al enemigo recién muerto, para buscar mapas o armas, el soldado
asesino encuentra sus cosas personales y con ellas la fotografía de su esposa o
novia, y la de su familia, lo que produce un escozor fruto de la
correspondiente empatía que esto produce entre guerreros curtidos pero que no
por ello dejan de ser seres sintientes (Jünger, 2013, p. 247). Empatía que va
más allá de las órdenes de no fraternizar dadas por el alto mando: “El Estado,
que nos exime de la responsabilidad, no puede librarnos de la aflicción; éste
es un asunto que hemos de dirimir nosotros mismos. La aflicción penetra hasta
las profundidades de nuestros sueños” (Jünger, 2013, p. 256, idea que se repite
en la p. 263). Sin embargo, “debemos desterrar, por tanto, toda aflicción, pues
volverán a ser cultivados los campos, volverán a ser edificadas las aldeas y
volverán a ser engendrados más seres humanos de los necesarios -pero el Tiempo
y el Destino se acercan a nosotros de manera inapelable” (Jünger, 2013, p.
328).
Otro aspecto
por resaltar es la detallada descripción tanto de las batallas, como del
aburrimiento del soldado cuando el frente está largamente tranquilo (v. gr.
Jünger, 2013, pp. 45-53). Así, la lucha no era solo contra el enemigo, sino
también contra el tedio: “Lo que sobre todo no debe hacer el soldado es
aburrirse” (Jünger, 2013, p. 94). Descripciones precisas que se acompañan de
una excelente y amena narración. De allí que haya dicho antes que estamos ante
un hito de dos géneros literarios: la novela bélica y la biografía. No es fácil
encontrar un adecuado equilibrio entre el estilo ameno y el dato recio, asunto
que queda patente en frases como esta (que también hablan de la buena
traducción de la edición que reseño): “La soledad es absoluta; sólo la atanasia
y la aquilea mecen sus umbelas por encima del borde de la trinchera y el
llantén alza sobre los desiertos caminos sus diminutas mazas de armas” (Jünger,
2013, p. 342).
Por demás, es
tal la descripción de la rutina del soldado y la explicación de estrategia,
táctica y logística militar, que esta novela podría servir tanto de fuente
primaria al historiador, como manual de servicio para futuros militares (en
especial, si se piensa de nuevo, por más trágico que sea esto para la
humanidad, en una guerra de trincheras). Al respecto puede mencionarse, a
manera de ejemplo, la destreza y la precisión de la exposición de todos los
servicios militares necesarios para mantener a una compañía en el frente (v.gr.
Jünger 2013, pp. 124 y ss., y p. 420). También, las buenas lecciones que da
sobre cómo tratar con soldados insubordinados (Jünger, 2013, pp. 393-394),
lecciones que podrían sacar del lector palabras como estas: ¡qué astucia maquiavélica
la de este joven alférez![6].
Otro caso de
estas explicaciones de ciencia militar, se evidencia en la exposición que
Jünger hace de las diferentes fases que tuvo dicho conflicto, afirmación que
tiene igualmente un alto valor histórico:
Era
la batalla del Somme, que proyectaba ya sus sombras. Con ella terminaría el
primer período de la guerra, el más sencillo; entrábamos ahora, por así
decirlo, en una nueva guerra. Aunque ciertamente nosotros no lo sospechábamos,
lo que hasta aquel momento habíamos vivido había sido el intento de ganar la
guerra por medio de batallas campales al viejo estilo, así como el fracaso de
ese intento, que quedó varado en la guerra de posiciones. Ahora se alzaba ante
nosotros la guerra de material, con su gigantesco despliegue de medios. Y a
finales del año 1917 la guerra de material sería sustituida por la batalla
mecánica, cuya imagen no llegó, sin embargo, a desarrollarse por completo
(Jünger, 2013, p. 73, aspecto que luego desarrolla mejor en p. 277 y p. 349).
Pero ni siquiera
una “guerra de máquinas” puede reemplazar el valor del guerrero, pues “El
combate no es ganado por la máquina, sino con la ayuda de la máquina —y ésta es una gran diferencia” (Jünger, 2014b, p. 349).
No obstante, a
pesar del tono serio que impera en la obra, hay espacio para el humor, que se
vislumbra en las escenas graciosas que describe, pues en la guerra hay momento
y espacios para todo, en especial en ciertas descripciones, algo lacónicas pero
que el lector puede leer entrelíneas, de las juergas y las borracheras de los
soldados: “gastamos en vino hasta la última moneda que nos quedaba, pues ¿para
qué necesitábamos ya el dinero? Al día siguiente estaríamos, o más allá de las
líneas enemigas, o en un Más Allá todavía mejor” (Jünger, 2013, p. 235). En
fin, “son pocas nuestras alegrías. En realidad sólo tenemos una: beber y
divertirnos en compañía de los camaradas… La embriaguez es para nosotros una
pregunta que hacemos a la Vida” (Jünger, 2013, p. 389).
Un ejemplo de
ese humor negro está en la siguiente descripción de cierto tipo de parapeto
para proteger las tropas: “Lo único que me tenía preocupado era su cubierta; lo
más que de ella podía decirse era que su resistencia a las bombas era relativa,
esto es, que resistiría con tal que encima de ella no cayese ningún proyectil”
(Jünger, 2013, p. 275). O al momento de preguntar por qué un ataque con tantas
municiones, bombas y morteros por parte del enemigo, cuando no le aparecía
claro el objetivo de dicho ataque: “Sólo por divertirse no habrán lanzado a los
aires la mitad de un empréstito de guerra” (Jünger, 2013, p. 415)[7]. En últimas, “existe una relación profunda
entre el humor y el espanto” (Jünger, 2013, p. 413).
Otro aspecto
que quiero resaltar es la amplia cultura general y gran dominio de la literatura
universal y de la filosofía de aquel jovenzuelo quien, entre combates, leía lo
que le cayera en las manos mientras escribía su Diario con una
prosa inigualable. Sus obras literarias están llenas de citas y menciones a
obras literarias de todo tipo, así como a analogías y metáforas que dan cuenta
de una persona con una cultura excepcional, no sólo por la edad del autor sino
en especial por la profundidad de todas ellas (las citas, las analogías y las
metáforas). Resalto una de la obra que ahora reseño: “Hasta entonces el bosque
no nos había dejado ver los árboles” (Jünger, 2013, p. 178); o esta otra para
explicar el movimiento de protección que hace el soldado cuando explota un
proyectil cerca de él: “Yo estaba arriba, en el borde, y, cada vez que explotaba
una granada, veía cómo abajo los cascos de acero, iluminados por la luz de la
luna, hacían una reverencia unánime y profunda” (Jünger, 2013, p. 211). O la
forma en la que alude a los olores nauseabundos del campo de batalla, en
especial por la mortecina: “perfume de ofensiva” (Jünger, 2013, p. 273). O esta
otra, con cierto tinte crítico-político: “Tal vez mañana el comunicado oficial
del ejército –el periódico más grande y lacónico del mundo– […]” (Jünger, 2013,
pp. 315-316). O la descripción de la “esponja”, como se denomina irónicamente a
la guerra de documentos, propio de un ejército que no olvida a sus tramitadores
y burócratas: “El número de los soldados combatientes disminuye día a día,
mientras aumenta cada vez más el número de esa gente” (Jünger, 2013, p. 386). Y
es que todo tiene un formato y un procedimiento administrativo que describe
nuestro autor con profunda gracia: “El trato que damos a esos papeles se rige,
pues, por la regla que dice que no existe ningún asunto urgente que no se
vuelva más urgente todavía cuando se lo deja reposar” (Jünger, 2013, p. 385).
En suma, una guerra que también se libra en “despachar una enorme cantidad de
pequeñeces” (Jünger, 2013, pp. 417-418).
Entre las
menciones que hace Jünger de la literatura universal, es menester enfatizar una
obra que va a cumplir un importante rol en la creencia de la purificación que
la guerra hace del soldado y del Hombre: el poema épico de Orlando
furioso (1516) de Ariosto, texto que leyó de una sentada cuando estaba
con su destacamento descansando del frente en mayo de 1917 (Jünger, 2013, p.
150), poema del que tomó una frase que repetía constantemente en momentos
críticos: “A un corazón grande no le horroriza la muerte, llegue cuando llegue,
con tal de que sea gloriosa” (Jünger, 2013, p. 181), de manera tal que de la
guerra, creía Jünger, surgiría un hombre nuevo, pero no uno que niega el miedo,
sino el que lo enfrenta con valor: “el hombre sin miedo no existe… si el miedo
no existiera, carecería de sentido el valor” (Jünger, 2013, p. 310). “Este
período tardío, y acaso último de la guerra se ha encarnado en la figura de un
combatiente purificado por el fuego; esa figura será sin duda la que quedará
fundida con la imagen de la Gran Guerra” (Jünger, 2013, p. 431). Renacimiento
humanista, en el crisol de la guerra, que se deberá, entre otros factores, a la
disciplina prusiana que funge de partera socrática: “Y si bien es cierto que al
principio choqué violentamente con ella, con todas y cada una de sus normas, le
debo más que a todos los maestros de escuela y a todos los libros del mundo”
(Jünger, 2013, p. 448).
Otro aspecto es
el homenaje que él hace a sus buenos superiores, por ejemplo, a su comandante
de regimiento, Coronel von Oppen (Jünger, 2013, p. 234), así como a varios de
sus compañeros y subalternos, a los que halaga con su nombre propio. Cobran
importancia las páginas especiales que dedica a elogiar a sus ordenanzas (o
asistentes, por llamarlos así), como Vinke, Schüddekopf e incluso al indolente
pero valiente Otto, logrando conseguir para ellos el afecto del lector. En esta
línea, rara vez el autor censura a un compañero de armas, pero al hacerlo, se
cuida mucho de no dar mayores datos de él, ni dar sus nombres propios. A fin de
cuentas, son camaradas de guerra.
Ya para
finalizar, no puedo dejar de señalar mi impresión, como lector de las historias
bélicas que protagonizó el alférez (y teniente) Jünger, que es el hombre más
afortunado que haya pisado las trincheras en aquella guerra. Estamos ante el
hombre al que mejor se le barajaron las “cartas del Destino” (Jünger, 2013, p.
142), cartas que, como escribe el propio oficial, suelen favorecer a dos tipos
de soldados: el más precavido y el más indiferente, castigando a los que
quedaban en medio de dichos extremos (Jünger, 2013, p. 143). Claro está que
tantas heridas de combate resaltan que su fortuna no fue completa, pero muy
pocos pudieron contar que estuvieron en las batallas más sangrientas y que
salieron vivos (heridos, pero vivos). A lo que se suma que no fue una víctima
de la “gripe española”, que en 1918 fue más carnicera que las balas del enemigo
(Jünger, 2013, p. 279)[8].
Es que, como lo
deja entrever el propio Jünger, las probabilidades de salir ileso de una de
esas batallas en las que participó eran casi que cero (efectivamente en casi
todas ellas, Jünger fue herido), pero salir vivo con heridas curables, eso sí
que era una suerte tremenda. Y si algo queda claro de un relato también famoso
de la época, Historia y desventuras del desconocido soldado Schlump (Grimm,
2014), las probabilidades de morir o de ser herido gravemente eran muchísimo
más altas que las de salir con una herida curable (y ni hablar de salir
indemne) de una batalla (Grimm, 2014, pp. 144-154). El soldado enajenado por la
propaganda esperaba una oportunidad para destacar con una hazaña, pero esta
casi nunca llegaba porque en la “guerra de material”, muy pocas veces se tenía
la oportunidad de combatir realmente contra el enemigo… lo que se hacía era
estar aferrado a la tierra esperando que una esquirla de granada, una bala
perdida o un explosivo sin rumbo, no enviase al soldado al cementerio (si es
que había oportunidad de tal cosa) o al hospital (para morir probablemente
entre moribundos adoloridos).
En este sentido
es que decimos que Jünger fue un hombre con suerte, con muchísima suerte. Una
que si no fuese por la confirmación oficial (que dio lugar a las
condecoraciones recibidas) y la propia narración del protagonista en su Diario
de guerra, parecería sacada de la ciencia ficción, de la literatura
fantástica o de la mente pervertida de un mitómano. Son casi una docena de
veces que al propio Jünger le cayeron encima morteros y granadas que no
estallaron, balas que chocaban con un botón de su uniforme o con la hebilla de
su correa, esquirlas que rozaron su casco de acero, etc. Tal vez, podría
pensarse ligeramente, que tantas condecoraciones y fama de heroicidad no fueron
tanto por las hazañas realizadas, que no fueron pocas, sino por la suerte de
este hombre, una que despertaba coraje entre sus subalternos, alegría entre sus
colegas, admiración e incredulidad entre sus superiores y orgullo en quien la
gozó y la supo exponer en este libro que ahora presento.
Referencias
Fontaine, A. (1995). ¿Por qué Jünger? Estudios Públicos,
(58), 423-436.
Grimm, H.
(2014). Historia y desventuras del desconocido soldado Schlump. (B.
Santana, trad.). Salamanca: Impedimenta.
Jünger, E.
(2013). Tempestades de acero. (A. Sánchez Pascual, trad.). Buenos
Aires: Tusquets.
Jünger, E.
(2014a). Diario de guerra (1914-1918). Edición a cargo de Helmuth
Kiesel. (C. Gauger, trad.). Buenos Aires: Tusquets.
Jünger, E.
(2014b). El teniente Sturm. (C. Gauger, trad.). Buenos
Aires: Tusquets.
López, J.
(2008). (Ed.). Cuentos de la Gran Guerra. (J. López, trad.). Barcelona: Alpha
Decay.
…………………………………………………………….
Fecha de recepción: 26 de marzo de 2019
Fecha de aceptación: 24 de abril de 2019
Forma de citar (APA): Botero-Bernal, A. (2019). Jünger en la Gran Guerra. Reseña de la
novela Tempestades de acero. Revista Filosofía UIS, 18(2),
doi: 10.18273/revfil.v18n2-2019013
Forma de citar (Harvard): Botero-Bernal, A.
(2019). Jünger en la Gran Guerra. Reseña de la novela Tempestades de
acero. Revista Filosofía UIS, 18(2), 261-271.
[1]
Colombiano. Profesor titular de la Escuela de Filosofía de la Universidad
Industrial de Santander.
Correo electrónico:
botero39@gmail.com
ORCID: 0000-0002-2609-0265
Scopus ID: 55604950500
[2] Hay
que aclarar que, en cada uno de los países en contienda, incluyendo Alemania,
aparecieron diarios de guerra (algunos más o menos novelados), cuentos y
poemas, entre otros, escritos desde las trincheras, textos publicados incluso
antes de que la Gran Guerra terminase. El caso más emblemático fue el diario de
guerra del artillero francés Paul Lintier (muerto durante el conflicto),
denominado Ma pièce, publicado en 1916 y que mereció todo tipo de
elogios por parte de la Académie française y que fue traducido
a otras lenguas, como el inglés y el español (ambas versiones en 1917). Dicho
diario de Lintier, al que se le suma otra obra suya no menos importante, Le
tube 1233, fue todo un éxito editorial y político en dichos años. Habría
que añadir que fue relativamente común que circulasen cuentos, ensayos y
poemas, con fines claramente propagandísticos, escritos por los literatos de la
época, quienes creían que así cumplían con un deber patriótico. Al respecto, y
a manera de ejemplo, véase la compilación de cuentos en lengua inglesa escritos
durante la guerra y en los años inmediatamente siguientes a su terminación
(López, 2008). Entonces, si bien abundó literatura al respecto, no la analizo
aquí por varios motivos: primero, porque la mayor parte de dichos escritos (con
notables excepciones, claro está) tuvieron más valor político que literario;
segundo, porque muchos de dichos textos no lograron sobrevivir al tiempo; y
tercero, porque de hacerlo desviaría la atención del lector.
[3] Valga
señalar que Remarque, también veterano de guerra, fue un atento y agradecido
lector de Jünger, influyendo en su notable novela antibélica de 1929 (Kiesel en
Jünger, 2014a, p. 614).
[4] “La
Orden Pour le Mérite había sido instituida por el rey Federico II y era la más
alta condecoración militar prusiana. En la primera guerra mundial fue concedida
685 veces. Unas 480 cruces fueron a parar a generales, unas 70 a pilotos de
caza, cuyos derribos de aviones enemigos eran bien visibles y se contabilizaban
con exactitud, y sólo once a jefes de compañía de la infantería, cuyos méritos
pasaban inadvertidos con demasiada facilidad, dado lo complejo y poco visible
del campo de batalla (…) Jünger fue uno de los últimos soldados de la primera
guerra mundial que la recibieron. En la segunda guerra mundial no se renovó esa
condecoración; entre los caballeros influyentes de la orden, especialmente
también en Jünger, era demasiado grande la aversión por la manera
nacionalsocialista de hacer la guerra. Desde 1984 hasta su muerte fue Jünger el
último titular vivo de la condecoración militar Pour le Mérite” (dice Kiesel en
Jünger, 2014a, p. 649).
[5] Existe,
por ejemplo, el Premio Ernst Jünger de entomología, instituido desde 1985 por
el Land (Estado federado alemán) Baden-Württemberg, sumado a que hay varios coleópteros
a los que se les dio el nombre de Jünger en homenaje al autor que ahora reseño
(Kiesel en Jünger, 2013, p. 457).
[6] Se
trata de una carta que remite a su hermano, sobre cómo debería contrarrestar,
por medio de la astucia, una revuelta de soldados camino al frente.
[7] Buena parte de los esfuerzos de guerra de todos los bandos del conflicto se hizo por medio de empréstitos forzosos que debían suscribir los ciudadanos.
[8] Se
trató de una pandemia devastadora (hay quienes dicen que ha sido la peor pandemia
de la humanidad de la que se tiene noticia registrada). En un solo año, 1918,
mató entre 40 y 100 millones de personas, especialmente entre las tropas de
todos los bandos, por las malas condiciones de salubridad en las que se
encontraban.