JUVENTUD Y REVOLUCIÓN. MAYO DEL 68 EN EL SISTEMA MUNDO*


Álvaro Acevedo Tarazona**


Este artículo se publica en el marco de cumplimientos del proyecto de investigación de la Universidad Industrial de Santander, UIS: Memoria del movimiento estudiantil universitario en Colombia (1964-1982).

** Doctor en Transiciones cambios y permanencias en la sociedad, Universidad de Huelva. Magíster en Historia e Historiador de la Universidad Industrial de Santander, UIS. Profesor Escuela de Historia de la UIS. Bucaramanga, Colombia. Correo electrónico: tarazoma20@gmail.com


RESUMEN

La juventud como categoría cultural es un fenómeno histórico que emergió a mediados del siglo XX. La juventud no siempre ha sido lo que conocemos. Emos, Ciberpunks, Geishas, Góticos, etc. son algunas denominaciones que los investigadores sociales, periodistas y los mismos jóvenes han creado para categorizar un diversificado grupo de expresiones estéticas y formas de vivir que se salen de las normas tradicionales.

Junto a estos nuevos y viejos grupos, algunos acontecimientos de la actualidad han permitido ver una especie de resurgimiento del accionar político de la juventud. Para un observador desprevenido, estos acontecimientos inaugurarían una nueva época. Sin embargo, es necesario intentar una mirada retrospectiva para señalar cómo la juventud emerge como sujeto histórico en el marco de una revolución cultural de escala planetaria, y con ella, el año de 1968 como el más emblemático. También se intentará mostrar que las ciencias sociales han pensado a la juventud desde diferentes formas. Finalmente, centraremos esta reflexión en el movimiento estudiantil de finales de la década del sesenta e inicios del setenta, momento en el que se concretó la transición de la juventud colombiana del campo a la ciudad y en el que se expresaron transformaciones globales en el marco de protestas universitarias.

Palabras clave:: juventud, movimiento estudiantil, cultura, participación política, sujeto histórico, educación, identidad, revolución.


ABSTRACT

Youth as a cultural category is a historical phenomenon that emerged in the mid-twentieth century. Youth has not always been what we know. Emos, cyberpunk, Gothic Geisha, etc, are some names that social researchers, journalists and young people themselves have in an attempt to categorize a diverse group of aesthetic expressions and lifestyles that fall outside traditional norms.

Along with these new and old groups, some current events have made it possible to see a revival of the political power of youth. To a casual observer, these events would inaugurate a new era. However, it is necessary to try to look back to identify how young people emerge as a historical subject in the context of a cultural revolution of global scale, and with it the year of 1968 as the flagship. It also aims to show that social sciences have thought of youth from different forms. Finally, this discussion will focus on the student movement of the late sixties and early seventies, at which time Colombian young people completed the transition of Colombian from countryside to the cities and the underlying global transformations that are expressed through university protests.

Keywords: youth, student movement, culture, political participation, historical subject, education, identity, revolution.


JUVENTUD Y REVOLUCIÓN. MAYO DEL 68 EN EL SISTEMA MUNDO


1. SOBRE LA NOCIÓN DE JUVENTUD

Si hay un cierto consenso entre los investigadores para definir una categoría de juventud de acuerdo a la edad, esta condición implica la definición de límites y con ello un orden social. Para Pierre Bourdieu los efectos de poder que están incluidos en la definición etaria de juventud establece marcas entre quién puede ser considerado o no joven. La reflexión de Bourdieu reconoce cómo las nociones de juventud o vejez son relacionales; esto es, que la división de la población entre jóvenes y viejos depende de los referentes que se tomen para definir cada categoría. Bourdieu lo que quiere señalar es que “la juventud y la vejez no están dadas, sino que se construyen socialmente en la lucha entre jóvenes y viejos” (2002, p. 164).

Esta tensión de poderes en el campo de la categoría de juventud no sólo constata que dicha acepción puede variar en el tiempo, sino que es producto de un conflicto de intereses entre las comunidades de investigación y los propios actores generacionales. Si bien la edad se refiere a una condición natural a la cual acuden los defensores de la idea de juventud como etapa preparatoria para la adultez, Bourdieu identifica que junto a esta concepción la edad es sobre todo un asunto social. Las relaciones entre la edad social y la biológica son muy complejas.

Además del evidente llamado de atención sobre la categoría de juventud de este pensador francés, es preciso decir que en los decenios del sesenta y setenta aquella franja de la población denominada como joven daba cuenta de un estado caracterizado por el desasosiego, la inconformidad y la actuación política. Siguiendo a Antonio Padilla y Alcira Soler en una reciente publicación sobre los mundos de las juventudes en América, la juventud de los años sesenta y setenta condensaba “[…] lo que el hombre y una sociedad han llegado a ser y lo que podría ser” (2010, p. 9). De allí que la juventud se representara mejor a partir de la imagen del movimiento, de la acción permanente.

La noción de juventud se sintetiza en la ya clásica obra del historiador británico Eric Hobsbawm sobre el corto siglo XX. Este autor considera que la juventud como categoría y realidad solamente emergió a partir de la década del sesenta como parte de un proceso mucho más amplio, que denomina como una “revolución cultural”. A las transformaciones en el tipo de familia predominante y de las relaciones entre los géneros, la juventud por primera vez se erigió como un grupo social independiente, demarcado por una distancia muy significativa con los padres tanto cultural y educativa como de producciones y consumos. En lugar de hablar de una juventud, Hobsbawm (1996, p. 327-328) prefiere hablar de la aparición de una cultura juvenil autónoma que se convirtió en la matriz de la revolución cultural, en el sentido más profundo del cambio de comportamientos y costumbres.

Los cambios que experimentó la juventud se dieron en tres dimensiones. En primer lugar, dejó de ser vista como una fase preparatoria para ser asumida y pensada como un momento culminante del pleno desarrollo humano. Aquella máxima que decía que no se podía confiar en nadie mayor de treinta años encierra esta nueva concepción de la juventud. Ámbitos como el deporte o el espectáculo sirvieron de escenario para que esta idea adquiriera fuerza. Hasta hoy el rendimiento y éxito físico se vinculan estrechamente a los jóvenes. Un jugador de fútbol, por señalar un caso, ya no tiene una vida competitiva –con ciertas excepciones– después de los treinta años. No obstante, otros campos de acción social como los negocios o la política se salen del marco de la juventud como etapa pletórica de utilidad o riqueza. Lo importante de esta emergencia de los jóvenes es apreciar cómo estos jóvenes rechazaban el control de una generación mayor, de allí el impacto de Fidel Castro al asumir el poder con apenas 32 años.

Desde entonces la cultura juvenil se convirtió en un sector dominante de las economías de mercado, más aún cuando su capacidad de poder adquisitivo se incrementó. El hecho de que la socialización de los jóvenes se hubiese dado en un contexto con mayores y más altos niveles de tecnología también alteró las relaciones con sus mayores. En otras palabras, la relación de aprendizaje se vio modificada. La educación ya no se proveería sólo de las generaciones predecesoras a las sucesoras, sino que estas últimas tenían mucho que decir o enseñar sus padres. Los ordenadores que ya empezaban a tener una gran incidencia en la producción de la vida social fueron elaborados por jóvenes, siendo estos mismos los alfabetizadores de sus padres en el manejo de las nuevas herramientas tecnológicas.

Por último, y quizá una de las características más importantes de la aparición de esta cultura juvenil, fue su asombrosa internacionalización, especialmente en los centros urbanos. Aunque la hegemonía cultural no era nueva, la década del sesenta vio surgir un predominio del american way of live protagonizado por los jóvenes de varios rincones del mundo a través del uso de los jeans y de la difusión de un género musical como el rock. El cine, la televisión, la radio pero también las redes universitarias y el turismo juvenil cumplieron un papel de primera línea en esta globalización de la cultura juvenil. La mundialización de los consumos juveniles se dio en el marco de los años gloriosos del capitalismo, que de paso vino a fortalecer nuevas formas de producción al constituir nuevos mercados segmentados: productos de uso personal para hombres y mujeres o desarrollo de la industria de la música, especialmente en el pop y el rock.

Pero más allá de la ampliación del mercado de consumidores de un sistema de producción obsesionado por producir cada vez más mercancías, que estaba en una etapa boyante, en términos sociales la juventud encontró en aquel momento las “señas materiales o culturales de identidad”. El ser joven en la década del sesenta se definió no sólo a partir de los bienes que consumían sino también desde el abismo generacional que se creaba con sus mayores.

Además del aumento de la conflictividad intergeneracional, lo que más destaca Hobsbawm en su obra sobre el siglo XX, es la imposibilidad de los jóvenes de comprender las experiencias pasadas, de allí que estos jóvenes no tuvieran forma de sentir lo que sus mayores habían vivido. Desde las experiencias de la guerra (ocupaciones y resistencias) hasta las relacionadas con la economía y el mundo del trabajo (consumos, desocupación o inflación), la edad de oro del capitalismo ensanchó la brecha que separó a los jóvenes de sus padres. Tanto la concepción de la vida, como sus experiencias y expectativas se tornaron distantes e incluso a veces irreconciliables.

Como se dijo líneas arriba, la eclosión de la juventud como sujeto histórico se enmarcaba en una revolución cultural de escala mundial, a pesar de la división bipolar del mundo y las diversas fracturas geopolíticas vigentes. El ambiente que respiraban los hombres y mujeres de las ciudades empezó a estar determinado por el actuar de las juventudes y muy especialmente por las maneras como ellas disponían del tiempo de ocio que su condición de estudiantes y trabajadores les permitía. La juventud se convirtió en populista o iconoclasta, e instaló al individuo como la medida de todas las cosas, pese a las presiones que los grupos de pares y las modas imponían en su comportamiento.

Como una reacción contra la cultura de sus mayores, específicamente como expresión de rechazo a sus valores, en los años sesenta los jóvenes dieron un giro hacia las prácticas culturales de los sectores más bajos y excluidos de la sociedad. El uso de nuevos lenguajes, las formas de vestir, las formas más libres de la sexualidad e incluso la visibilización de prácticas homosexuales fueron parte de la experimentación de los jóvenes o una nueva respuesta de estar en el mundo y con ello la construcción de otros referentes normativos. La iconoclastia se expresó en los grafitis o pintas que poblaron muros y pancartas en todo el mundo, con un sentido que no era sólo el de una consigna política tradicional sino el de expresar los deseos y sentimientos privados.

La liberación personal a través del sexo y el consumo de sustancias prohibidas fue de la mano con la liberación social. Para algunos jóvenes la apuesta en aquel entonces no era la de instituir un nuevo orden social, sino simplemente ampliar los límites del comportamiento socialmente aceptado. Todo ello, en nombre de una ilimitada autonomía del deseo individual que condujo en cierta medida al predominio de un individualismo egocéntrico (Hobsbawm, 1996, pp. 322-345).

La juventud entonces puede ser entendida como un terreno de confrontación de intereses y poderes, no sólo por su definición como “etapa” de la vida sino también por el control y dirección con que los jóvenes asumieron su destino. Esta característica de la delimitación generacional tuvo en la década del sesenta un momento cumbre. Emergieron con fuerza nuevas prácticas, lenguajes y acciones de parte de un sujeto histórico hasta ese momento invisible, que no era ni niño ni adulto. Esta aparición, con todos sus rasgos y variedades, cubrió el planeta en su conjunto al hacer parte de una revolución cultural más amplia, que puso en tela de juicio y cuestionó la sociedad en su conjunto. Como resultado de estos procesos se generaron una serie de rupturas y movimientos, tanto en el plano social como en el académico. Los jóvenes comenzaron a ser estudiados y representados de diferentes formas, a propósito de la figuración que alcanzaron no sólo como consumidores sino como sujetos políticos visibles en las protestas universitarias.


2. UNA BREVE DIGRESIÓN: LAS IMÁGENES DE LOS JÓVENES EN LOS ESTUDIOS SOCIALES

Los estudios sociales en el país también han realizado aportes sobre las representaciones de juventud. Debido en parte a la reciente formalización de las Ciencias Sociales, los jóvenes sólo fueron objeto de investigación y reflexión a finales de la década del setenta. De estos trabajos se destaca la compilación de artículos de Rodrigo Parra Sandoval, escritos para la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), y cuyo eje central era la integración de esa franja poblacional a la sociedad. El propósito era pensar las relaciones de los jóvenes con las estructuras familiares, los mundos del trabajo y la educación. También se intentó explicar algunos espacios de socialización de los jóvenes como la participación política, los grupos de pares vinculados al consumo de sustancias ilegales y la condición de salud de esta población. El punto de encuentro de estos trabajos era la valoración de la juventud como un grupo especial marginado de la sociedad, especialmente del ingreso al sistema educativo y potencialmente en riesgo, no sólo por situaciones como la drogadicción o la delincuencia sino por la posibilidad de una vida sexual desordenada (Parra, 1985, pp. 97-124).

La participación política de la juventud fue otro de los focos de interés de los estudiosos de la década del ochenta. Muestra de ello fue la realización del foro sobre juventud y política organizado por la Fundación Friedrich Ebert de Colombia en 1984, en el que se reunieron importantes investigadores de diferentes disciplinas para reflexionar sobre el papel de la juventud en el sistema político colombiano. Publicado en el año internacional de la juventud y en el año nacional de la educación en Colombia, este esfuerzo investigativo se inscribe en las preocupaciones de ciertos sectores de la academia por las expectativas que ofrecía el proceso de paz del presidente Belisario Betancourt. El propósito era también preguntarse por la crisis que vivía el sistema y el régimen político, la economía y la vida social del país. El contexto de estas preocupaciones permitió hacer una revisión de las acciones y actitudes de los jóvenes universitarios y en menor medida de los estudiantes de nivel básico (Cárdenas y Díaz, 1984, pp. 7-17).

En este seminario se hizo evidente una tradición de trabajos académicos que resolvieron ocuparse del sector juvenil no ya como un todo sino solamente de la población que estaba incluida en el sistema educativo universitario. Con el trabajo de Francisco Leal Buitrago, presentado en otras versiones a inicios de la década del ochenta, se pensó a la juventud de las universidades como un grupo perteneciente a las emergentes clases medias que luchaban por hacerse a un lugar en la excluyente sociedad colombiana del Frente Nacional (Leal, 1984)1. De esta manera asistimos a una tercera vertiente de los estudios sobre la juventud que ha enfatizado no sólo en el papel político de generaciones de estudiantes universitarios, sino en la importancia de estos como promotores de una modernización “desde abajo” tanto en materia discursiva como en las prácticas políticas.

Por otra parte, siguiendo el balance del grupo Educación y Cultura Política de la Universidad Pedagógica, resultado del auge de la violencia del narcotráfico a finales de los años ochenta y la primera mitad de la década del noventa, se empezó a percibir a la juventud como una amenaza para la seguridad de la sociedad. Así, un sector de los jóvenes inmersos en esta cultura fue representado como delincuente. Simultáneamente, el resurgir de cierta movilización política, esta vez desde las universidad privadas, por parte de los estudiantes que impulsaron la séptima papeleta, puso sobre la mesa la pertinencia de pensar a cierto sector de la juventud como el grupo social portador de la esperanza y la renovación política dentro de los márgenes del establecimiento.

En años más recientes, las universidades públicas y privadas han propuesto reflexionar sobre la juventud no ya desde la exterioridad de esta condición, es decir, desde una superioridad tácita de parte de los adultos que dedican parte de su tiempo para tratar de entender cómo debieran comportarse las nuevas generaciones. A partir de enfoques culturales, universidades como la Pontificia Universidad Javeriana, la Universidad Pedagógica Nacional o la Universidad Distrital promueven que es necesario comprender la especificidad de la juventud en razón de las propias delimitaciones que los sujetos sociales establecen y de un complejo proceso de interacción entre patrones culturales impuestos, prácticas concretas y procesos de subjetivización.

El reto de estas nuevas propuestas analíticas es entender a los jóvenes no como sujetos susceptibles de ser amoldados completamente por la sociedad, o como seres a medio camino entre la infancia y la madurez. Esto implica concebirlos como productores y poseedores de saberes acerca de sí mismos, de los otros y del mundo en que viven y crean. Las preguntas ya no están orientadas hacia el deber ser de la juventud desde la perspectiva de las generaciones mayores, sino que intentan explorar las maneras como se configuran tales, las formas como crean comunidades de sentido e identidades. El estudio de las sensibilidades, las formas de expresión y las representaciones simbólicas elaboradas en procesos de conflicto y consenso con sus pares y con la sociedad cobran toda vigencia. En esta línea se pueden ubicar autores como Carlos Mario Perea, Jesús Martín Barbero, Marco Raúl Mejía y Alonso Salazar, entre otros (Díaz, Carlos; Herrera, Martha; Infante, Raúl y Pinilla, Alexis, 2005, pp. 223-246)2.

La novedad de estos enfoques debe llamar a la reflexión acerca de la posibilidad de enriquecer desde una mirada amplia de la cultura y la política, la historia del movimiento estudiantil como un escenario importante para hacer una historia renovada de la juventud en el país. Sin desconocer la pertinencia de los estudios estructurales sobre la posición que ha ocupado la juventud en la historia del país, se hace imperativo ampliar la mirada hacia aquellos procesos culturales de gran escala que incidieron en la protesta universitaria en el país. Es por ello que este texto busca compartir una hipótesis sobre los movimientos estudiantiles como parte de la revolución cultural planetaria, la cual tuvo en 1968 una fecha simbólica para la sociedad global, específicamente gracias a la emergencia de los jóvenes como sujetos históricos autónomos.


3. MOVIMIENTOS Y PROTESTAS UNIVERSITARIAS EN EL 68 HISTÓRICO: LOS JÓVENES COMO PROTAGONISTAS

El último apartado de este texto está dedicado a recordar cómo los jóvenes fueron la fuerza social prioritaria en las luchas universitarias que se dieron en el país y en el mundo en las décadas del sesenta y setenta del siglo pasado. Los ejemplos para ilustrar esta verdad de Perogrullo son muchos, sin embargo, nos detendremos en dos aspectos fundamentales para mostrar cómo la juventud de estos años asumió un protagonismo inusitado no sólo en Colombia sino en el mundo entero. Precisamente, a nivel global y debido a un contexto caracterizado por un capitalismo consumista, fue la juventud la que levantó su voz de protesta contra la opresión de la sociedad opulenta en las naciones del primer mundo. La emergencia de los hippies y los beatniks en Estados Unidos dan cuenta de ese grito desesperado de las nuevas generaciones por hallar salidas al modelo de vida del ejecutivo exitoso acomodado en las prácticas de la Democracia Liberal y del Estado de Bienestar.

Con la agresión norteamericana al pueblo de Vietnam y las luchas por la liberación nacional en los países colonizados, los jóvenes ocuparon las calles de los Estados Unidos y de toda Europa exigiendo el fin de la intervención americana. El accionar político de la juventud los llevó pensar en la posibilidad de crear una organización política cuya bandera más importante era la condición de ser joven. Nos referimos obviamente al Partido Yippie o Partido Internacional de la Juventud, que junto a los hippies y otros grupos afroamericanos pusieron en jaque los gobiernos estadounidenses. Fueron jóvenes también los protagonistas de las protestas de Berkeley en los años sesenta y quienes abarrotaron el evento contracultural más importante de la época: Woodstock. El espíritu rebelde y contestatario se tradujo también en la liberación sexual preconizada y practicada, el consumo de sustancias alucinógenas y en la experimentación vital en las comunas y campamentos.

La entrada en la escena pública de la juventud no se limitó a los Estados Unidos, baste recordar que los acontecimientos del Mayo francés fueron protagonizados por muchachos que no sobrepasaban la veintena de años. Símbolos como Dany El Rojo, o Rudi Dutschke o más aún, la figura del eterno joven Ernesto Guevara captada por Korda3 son referentes ineludibles para percatarse del papel protagónico de los jóvenes en este momento histórico. Más allá de su edad biológica estos personajes se erigieron como símbolos del nuevo sujeto histórico que luchó contra la opresión en todas sus formas. Cabe recordar que Dutschke en 1968 contaba con 28 años, Cohn Bendit tenía 23 y el Che al momento de la foto inmortal tenía treinta y un años. Precisamente la imagen que quedó en la memoria colectiva fue la de una juventud rebelde per se, portadora de una capacidad de sacrificio por los “condenados de la tierra”, como decía Fanon.

Este tipo de acciones llevaron a que el llamado “filósofo de la destrucción”, como catalogó el gobierno mexicano de Díaz Ordaz al pensador Herbert Marcuse, depositara toda la esperanza en la juventud para someter a crítica la sociedad industrial de los países desarrollados. La simbiosis entre este filósofo y los jóvenes no sólo fue el resultado del consumo de sus obras tempranamente traducidas al castellano en países como México y Venezuela, sino por el compromiso y acompañamiento que dio Marcuse a las luchas de París y de los Estados Unidos. La amplitud de su obra y pensamiento, que no sólo develó los resortes más escondidos de la opresión de la sociedad capitalista tardía, sino que además sintonizó los deseos de liberación sexual posicionando el asunto de una lucha erótica protagonizada por la juventud, facilitó que la imagen de los jóvenes en este pensador incurriera en cierta sobrevaloración (Biagini, 2006, pp. 301-323). Aunque la masificación de los sucesos de Nanterre, sobre todo cuando las protestas llegaron a las calles de París para que luego la clase obrera se lanzara a la huelga general, parecían darla la razón a Marcuse.

Sin embargo, para el caso colombiano el 68 histórico tuvo efecto tres años más tarde, momento en el que el sistema universitario nacional quedó paralizado durante más de seis meses y durante los cuales una juventud altamente politizada emergió para mostrar que el Frente Nacional estaba lejos de ser un pacto de paz y armonía social. Poseedores de trayectorias y problemáticas particulares, los estudiantes de las universidades colombianas de las décadas del sesenta y setenta increparon tanto el modelo educativo vigente de estirpe norteamericana como la sociedad excluyente e injusta en que vivían. La radicalidad que alcanzaron las protestas y las respuestas represivas de las autoridades, no sólo se dieron en el terreno de la violencia física sino que trascendieron al plano simbólico. Además de las autoimágenes del estudiantado de luchadores sociales que enarbolaban banderas justas4, algunos sectores de la prensa llegaron a catalogar al estudiantado como el grupo revolucionario por excelencia:

El estudiantado en este momento era visto como una fuerza histórica superior a la clase obrera sindicalizada, capaz de poner contra las cuerdas al régimen. El protagonismo alcanzado por el movimiento estudiantil y, en algunos casos, el acercamiento de ciertos líderes a la lucha guerrillera desde mediados de la década del sesenta generaron un conjunto de representaciones sobre los jóvenes de las universidades públicas como guerrilleros en potencia. En alguna medida, esto se debió al fortalecimiento que experimentaron grupos insurgentes como el ELN con la incorporación en sus filas de importantes cuadros universitarios5.

Siguiendo con el caso de la UIS en 1971, el diario conservador El Deber en la edición del 12 de julio señaló a los estudiantes como “revoltosos o disociadores y extremistas” que cometieron “fechorías” contra el Consejo Académico, razón por la cual sólo merecían las más altas sanciones contempladas en los estatutos de la universidad (Milman, 1971, p. 224). Sin embargo, esta visión no fue exclusiva de este periódico, muestra de ello era la valoración de El Frente en su edición del 17 de junio, en el que llamaron a los estudiantes “grupo irresponsable de agitadores” que pretendían “convertir a la UIS en fortín del desorden, del caos. Están sirviendo de idiotas útiles a intereses foráneos. Y la universidad no puede ser una república independiente dentro de la República de Colombia” (Etor, 1971, p.194-195). La asociación tácita con las autodefensas campesinas de Marquetalia y El Pato que dieron origen a las FARC no hacía más que confirmar esa noción de la juventud como una condición peligrosa e infantil.

Esta adjetivación de los estudiantes universitarios no fue un asunto que iniciara en la década del setenta. Quienes han estudiado la participación política de la juventud antes de los “gloriosos” años sesenta, coinciden que para el caso colombiano la mutación se dio luego de la caída de Gustavo Rojas Pinilla. Como se sabe, en su condición de capa privilegiada, el estudiantado en la primera mitad del siglo XX gozaba de una gran reputación. Vinculados al mundo del conocimiento “superior” en una sociedad con bajos índices de escolaridad, los universitarios eran vistos como los “doctores” que podían ayudar a solucionar los problemas que aquejaban al país. Muestra de ello fue el buen recibo que tuvieron sus carnavales, los cuales al tiempo que ocupaban la atención de la prensa contaron con el beneplácito de la ciudadanía en las calles. La elección de las reinas universitarias y el jolgorio social que entrañaban se intercalaba con el reconocimiento de los partidos políticos a sus más importantes miembros (Quiroz, 2002, pp. 124-128 y 142-147).

Si bien los carnavales generaron ciertas rupturas en las ciudades adormecidas, los mismos hechos luctuosos como el asesinato de Gonzalo Bravo Pérez el 7 de junio de 1929 dieron lugar a que el estudiantado ganara más legitimidad en sus causas, apoyadas por políticos de todas las orillas ideológicas. Ya en tiempos de la dictadura de Rojas Pinilla la confrontación de imágenes se hizo evidente. El régimen reprimió la manifestación conmemorativa del estudiantado, arrojando como saldo un número importante de muertos (Díaz, 2010). Estos hechos, ocurridos entre el 8 y el 9 de junio de 1954 marcarían la representación del joven universitario como sujeto de rebeldía, inicialmente apoyado por los partidos políticos, tanto que su participación en la caída de Rojas Pinilla fue valorada por cierto tiempo. Para estos años, las protestas y manifestaciones protagonizadas por los estudiantes los llevaron a ser calificados por la gran prensa como los “héroes de la Democracia” (Ruíz, 2002, pp. 66-71).

La respetabilidad que inspiraban los estudiantes llegó hasta mediados de la década del sesenta, momento en el cual los universitarios empezaron a mirar nuevas opciones teóricas e ideológicas y no encontraron en los partidos políticos tradicionales las opciones políticas deseadas. Este tránsito se pudo apreciar en la marcha de los estudiantes de la UIS a Bogotá en 1964, máximo símbolo de la lucha estudiantil por aquella época. El reconocimiento y en alguna medida el apoyo que la población brindó al pequeño grupo de estudiantes en el trayecto hacia la capital del país, el debate de la situación universitaria en el Congreso de la República y el recibimiento en la casa presidencial son indicadores suficientes de la manera como la sociedad colombiana veía a los jóvenes estudiantes (Acevedo, 2009, pp. 155-173). Incluso al apreciar documentos fotográficos de aquel entonces, los estudiantes se vestían como personas mayores, situación que cambiaría en pocos años cuando el aspecto del joven universitario sería el de un muchacho melenudo y barbado6.


4. A MANERA DE CIERRE

Autores como Francisco Leal Buitrago o Ivon Le Bot (Leal Buitrago, 1984, pp. 155-203 y Le Bot, 1984, pp. 71-112) han afirmado que el movimiento estudiantil como tal sólo existió durante el Frente Nacional. Según esta tesis, el nivel organizativo alcanzado y el protagonismo que tuvieron en la escena pública hasta la primera mitad de la década del setenta confirmaría que luego de esta experiencia, la “anarquía” y la desmovilización fueron la nota distintiva en los jóvenes universitarios. Aunque estas realidades son inocultables, quizá en el fondo de estas interpretaciones permanezca una visión de la juventud como aquella etapa de la vida que debe regirse por los cánones adultos de hacer política. Considerar que sólo ha existido movimiento estudiantil en aquel periodo por el hecho de haber alcanzado una organización nacional, puede dejar de lado las nuevas formas de acción, expresión y representación que los jóvenes colombianos han venido construyendo en las últimas décadas. El hecho que no se planteen como prioridad la construcción de un aparato sino que prioricen los grupos de pares no significa que la juventud haya desaparecido de la escena política contemporánea.

El impacto y el significado de 1968 como año-símbolo no se puede agotar en la reconstrucción de los acontecimientos sin más. Los alcances de las rupturas que iniciaron en aquel entonces debe llevar a la consideración de este “macro-acontecimiento” como el fin de una época, luego su comprensión y estudio puede darnos las claves para comprender sucesos actuales como las movilizaciones por una mayor libertad de expresión en diferentes partes del mundo o por causas tan generales como las luchas por el medio ambiente o contra prácticas culturales como la tauromaquia. Volver la mirada a 1968 y su contenido revolucionario es poner la atención en el presente convulso en que estamos viviendo.


1Las obras sobre el movimiento estudiantil, aunque no han logrado consolidar una línea de investigación, han venido ganando cierto terreno, por lo menos no han desaparecido de las publicaciones especializadas, congresos y textos recientes sobre historia social. No obstante, la historiografía nacional está en deuda en la elaboración de una historia general del movimiento estudiantil.

2En esta nueva perspectiva que bebe de fuentes tan diversas como los estudios de la historia cultural, la comunicación y una visión más incluyente de la relación entre política y cultura, vemos emerger estudios sobre fenómenos como el barrismo, las expresiones comunicativas de los jóvenes como los grafitis, la música, el atuendo y todo aquello que hable de la estética juvenil, sin contar con las formas de sociabilidad de los jóvenes como los parches, las galladas, los combos. Es en este contexto donde el concepto de tribu urbana ha cobrado vigencia en los estudios sociales. Para esta noción ver: Costa, Pérez y Tropea, 1996.

3Alberto Korda fue el personaje que le tomó la conocida fotografía a Ernesto Guevara el 5 de marzo de 1960 durante los actos fúnebres producto de un atentado terrorista al barco La Coubre. Esta ha sido catalogada por especialistas como una de las diez fotos más emblemáticas de la historia. Por otro lado, Daniel Cohn-Bendit y Rudi Dutschke fueron dos líderes estudiantiles de Francia y Alemania respectivamente, que convergieron en el Mayo del 68.

4El reciente trabajo de Jorge Cote Rodríguez hace una interesante entrada al tema de la construcción de la identidad del estudiantado en el movimiento de 1971. Este autor considera que además de la imagen de luchadores por la democracia con una importante trayectoria histórica, los estudiantes de la época supeditaron su identidad social a la adscripción política que tenían en el abigarrado mundo de la izquierda colombiana. Ver: Cote, 2009.

5La bibliografía al respecto es abundante. Baste recordar los trabajos de Carlos Medina Gallego sobre la historia del ELN. Medina, Carlos. (s.f.). E.L.N. Ejército De Liberación Nacional: Notas para una historia de las ideas políticas (1958-2007). Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.

6En una nota periodística de Vanguardia Liberal el reportero se refiere a la apariencia de los líderes de las protestas como de “abundante cabellera y barba poblada” Ver: Franco, 1971.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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