LA FAMILIA EN DESORDEN
Roudinesco, Elisabeth (2006). La familia en desorden (2ª Edición). México: Fondo de Cultura Económica. 215 p.
Inés Valbuena Vanegas*
Las páginas de éste libro (…) aportan un merecido
Reconocimiento de género y el esclarecimiento
de las reclamadas y aún no logradas reivindicaciones
para el lugar de la mujer.
Estela B. de Carloto
Prólogo
*Trabajadora Social de la Universidad Industrial de Santander, Especialista en Teorías, Técnicas y Métodos de Investigación Social de la Universidad Industrial de Santander, UIS. Candidata en la Maestría en Trabajo Social con énfasis en Familia y Redes de la Universidad Nacional de Colombia. Profesora de cátedra de la Escuela de Trabajo Social de la UIS. Bucaramanga, Colombia. Correo electrónico: inevalvan@yahoo.com
1. ESTRUCTURA Y CONTENIDO DE LA OBRA
El objetivo del libro es analizar el pasado, el presente y el futuro de la familia, sus constantes cambios y transformaciones. Centra su tesis en que el lazo familiar no desaparece a pesar de las variaciones suscitadas al interior del núcleo familiar, las supera y permanece, es decir, se recompone permanentemente. Tal situación (desorden) hoy en día es más evidente que en épocas pretéritas, cuando esa situación se disimulaba forzosamente. La autora resalta el carácter histórico de la familia y la posibilidad de acercarse al fenómeno familiar desde diversos enfoques (sociológico, histórico, psicoanalítico y antropológico).
El libro contiene 8 capítulos, precedidos por unas palabras preliminares, en las que se referencia los trastornos de la familia. En el capítulo 1 (Dios padre) la autora narra que la familia ha evolucionado de una tradición cuya finalidad era asegurar la transmisión de un patrimonio (fines económicos), a una familia “moderna” constituida por una lógica afectiva fundada en el amor y sancionada a través del matrimonio, y finalmente a una “posmoderna”, que une por un período de extensión relativo a dos individuos en busca de trato sexual. La familia ha evolucionado de una estructura y conformación fundamentada en la autoridad patriarcal a una tendencia hacia la feminización. La familia asocia un hecho de cultura y un hecho biológico. En la época moderna la familia occidental dejó de conceptualizarse como paradigma estatal (célula de la sociedad) y pasó a desacralizarse paulatinamente. De una familia autoritaria (patriarcado, matriarcado), se pasó a una familia melancólica (moderna, fundada en el amor romántico, que valoriza la división del trabajo entre cónyuges y hace del hijo un sujeto cuya educación está a cargo de la nación), y de ésta a la mutilada de nuestros días (el padre que la dominaba da una imagen invertida de sí mismo, en la que se deja ver un yo descentrado).
En el capítulo 2 (La irrupción de lo femenino), refiere que en virtud de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), el padre será entonces un padre igualitario, sometido a la ley y respetuoso de los nuevos derechos adquiridos. El matrimonio cambia de naturaleza. Lejos de ser un pacto de familia indisoluble y garantizado por la presencia divina, se convierte en un contrato libremente consentido entre un hombre y una mujer. A la Revolución se le imputa la responsabilidad de un relajamiento de costumbres, una inversión de los roles sexuales y una feminización de la sociedad. El análisis de la autora se soporta en postulados de Freud, Hegel, Frederic Le Play, Johann Jakob Bachofen. En un análisis histórico, se expone que después de 1860 se genera un gran debate respecto al tema del patriarcado y el matriarcado, donde existe discrepancias para determinar cuál es el mejor sistema. Se resalta que para Engels el patriarcado representa la gran derrota del sexo femenino y la invención de la lucha de clases. En 1870 Frederick Le Play clasifica la familia en tres tipos: la patriarcal, la troncal y la restringida, concebidas como etapas de evolución hacia la disolución de la familia. Es de resaltar que el capítulo está orientado al recorrido histórico de la irrupción de lo femenino a partir de la Revolución Francesa. Freud comparte con Bachofen la convicción de que el logos es de esencia masculina y la humanidad hizo un progreso decisivo al pasar del matriarcado al patriarcado, es decir, de un mundo calificado de sensible a un mundo considerado inteligible. Los que nunca pensaron que la emancipación de las mujeres significaría el crepúsculo de la razón.
El capítulo 3 (¿Quién ha matado al padre?), hace alusión directamente a la caracterización de lo que puede denominarse como “ruptura del orden social familiar”, pues la autora realiza un discernimiento en torno al impacto que la concepción del complejo edípico ha provocado en el tramado de la vida familiar del siglo XX. Los análisis freudianos en torno a la familia edípica han alterado las consideraciones culturales sobre la estructuración de la familia, pues esta tiene una gran incidencia sobre la percepción de las relaciones entre familias contemporáneas. “En síntesis se atribuía al inconsciente el lugar de la soberanía perdida por Dios padre, para hacer reinar en él la ley de la diferencia: diferencia entre las generaciones, entre los sexos, entre los padres y los hijos” (p. 69).
El capítulo 4 (El hijo culpable), inicia haciendo una descripción de Hamlet para compararlo con Edipo –Hamlet es un Edipo enmascarado o Edipo reprimido–. A mediados del siglo XVI y principios del siglo XX el sujeto occidental sufrió tres heridas narcisistas: la pérdida del control del universo (Copérnico), la pérdida del origen divino del hombre (Darwin) y la pérdida de la plenitud del yo (psicoanálisis). “Al asociar una tragedia del destino (Edipo) a una tragedia del carácter (Hamlet) Freud reunió los polos indispensables para la fundación misma del psicoanálisis: la doctrina y la clínica, la teoría y la práctica, la metapsicología y la psicología, el estudio de la civilización y el estudio de la cura” (p. 80). Posteriormente, se presenta que para Freud, el Tótem y Tabú es una teoría del poder centrada en tres imperativos: “necesidad de un acto fundador (crimen), necesidad de la ley (la sanción), necesidad de la renuncia al despotismo de la tiranía patriarcal encarnada por el padre de la horda salvaje” (p. 88). A estos tres imperativos corresponden, tres estadios de la historia de las sociedades y las religiones y también tres fases de la evolución psíquica del sujeto: periodo animista, fase religiosa y época científica o espiritual. Freud daba al mundo occidental una teoría antropológica de la familia y la sociedad fundada en dos grandes elementos: la culpa y la ley moral. El asesinato del padre solo es pensable como condición necesaria de la familia y la sociedad, si está acompañado de una reconciliación de los hijos entre sí y con la imagen del padre.
El capítulo 5 (El patriarca mutilado) ilustra las teorías de Freud, respecto a la autoridad de la figura paterna, y cómo ésta se va perdiendo a través de la historia y sobre todo en el siglo XIX. Freud habla a partir del psicoanálisis de seres humanos que poseen un inconsciente que, los hace dueños de su propia subjetividad y de sus propios deseos, se replantea así la figura del padre que hasta entonces era el único sujeto con deseos propios y que tenía el derecho de desear y decidir por toda su familia. Freud coloca al sujeto como un sujeto de deseos y por tanto necesitado de otros para satisfacerlos. Estas concepciones del sujeto, desarrollan un nuevo paradigma de la concepción de familia, donde el matrimonio ya no es una imposición sino la elección libre de dos sujetos, a partir de relaciones donde cada uno es poseedor de deseos y de sentimientos de amor y donde el deseo sexual toma importancia como la base para las filiaciones matrimoniales. La familia en esta concepción es entonces un núcleo donde existe cooperación y no imposición de uno sobre otros. La familia así concebida, como una estructura de vínculos afectivos, donde cada integrante tiene sentimientos, deseos, generará el reconocimiento de conflictos internos dentro de ella y la develación de sentimientos tales como el odio y el amor. Todas estas concepciones reconocen la sexualidad de la mujer, al pasar de ser concebida solo como esposa y madre, a sujeto de sentimientos y deseos; el niño nacido de la pareja, como producto del amor y por lo tanto reconocido como sujeto y no como cosa. El hombre ya no con un dominio total sobre su familia sino con una vida de decisiones compartidas.
El capítulo 6 (Las mujeres tienen sexo) aborda las múltiples formas de evidenciar las relaciones de dominación entre hombres y mujeres, la división entre lo biológico y lo social. Esta dicotomía llevada al estudio de la sexualidad plantea las diferencias anatómicas como el sexo y la posición social que se derivó de estas como el género. La idea de supremacía de lo biológico a lo social fue generando diversas representaciones en torno a lo masculino como poder aún divino y lo femenino como subordinado, cerrando la posibilidad de establecer otro tipo de diferencias. Se presentan, al igual que la antropología, dos categorías: el sexo social y el sexo biológico, que dan cuenta de unas sociedades con unas representaciones específicas. La primera tiene en cuenta la cultura y la naturaleza, y la segunda resta importancia a lo biológico en comparación con el rol social. Esto permitió una “clasificación de diferencias múltiples (heterosexuales, homosexuales y transexuales), que dio origen a la tesis de “queer theory” (1990), concepción de la sexualidad que rechaza el sexo biológico y el sexo social, ya que cada individuo adopta en todo momento la posición de uno u otro” (p. 128). Se da continuación a un recorrido histórico del siglo XVII al XX, para presentar los diversos discursos en los que la mezcla de género y sexo, permiten igualar las condiciones de mujer y hombre, y aquellos en los que se establece la necesidad de diferenciarlos para contribuir a mejorar las libertades individuales.
El capítulo 7 (El poder de las madres), revela que “desde siempre los hombres, incapaces de reproducir por sí mismos a sus semejantes habían debido aceptar ponerse en manos de las mujeres para producir a sus hijos y transmitir su nombre” (p. 161). Terminada la segunda guerra mundial, las técnicas médicas de regulación de los nacimientos comenzaron a sustituir el uso de preservativo masculino. Otras técnicas destinadas a impedir la fecundación en las mujeres, conquistaron derechos y poderes que les permitieron no solo reducir la dominación masculina sino invertir su curso. El matrimonio perdió fuerza simbólica por el aumento de divorcios, y así aparece la “familia recompuesta” que remite a un doble movimiento de desacralización del matrimonio y humanización de los lazos de parentesco. El incremento de divorcios y procreación fuera de matrimonios y la baja fecundidad convocaron a investigadores a la cabecera de la familia, que se creía en peligro. Acontecimientos como parentalidad que se generalizó a partir de 1970 para definir al padre-madre según su “calidad de tal o su facultad de acceder a una función calificada de parental” (p. 169), la historia de los progresos de la inseminación artificial en el ámbito de la procreación a un posible reemplazo de las relaciones sexuales y una intervención médica, la paternidad social inseparable de la paternidad biológica (mujer quien dona, quien presta su útero y quien cría o forma); donación de óvulos y fabricación de embriones (el orden procreativo se convirtió en potestad total de las madres poseedoras hoy del poder exorbitante de designar al padre o excluirlo). Los hombres tenían así un papel “maternante” en el momento mismo en que las mujeres ya no estaban obligadas a ser madres porque habían conquistado el control de la procreación. El modelo familiar originado en esa inversión llegó a estar entonces al alcance de quienes habían sido excluidos de él: los homosexuales.
El último capítulo (La familia venidera), se destina a explicar los momentos históricos fundamentales. Por ejemplo, cuando los “gays” y las lesbianas de la costa californiana (1965-1970) quisieron convertirse en padres, acto que fue recibido como la peor de las heridas infligidas al orden simbólico; los padres homosexuales (término para designar todas las formas de amor carnal entre parejas del mismo sexo), a causa de su misma existencia, incitaban a abrir el debate sobre la cuestión de los orígenes. Sin embargo, y aunque la familia estuviera modificándose, transgredían un orden procreativo que desde hacía dos mil años se basaba en el principio del logos separador y la diferencia sexual. En este aspecto la invención de la llamada familia “homoparental” corría el riesgo de avivar el gran terror a una posible borradura de la diferencia sexual. Además, se alude que Freud con frecuencia destacaba que los grandes creadores eran homosexuales y no incluía la homosexualidad entre las “taras” o “anomalías”, consideraba que todo sujeto es susceptible de hacer esa elección debido a la universalidad de la bisexualidad psíquica, jamás abandono la idea de una predisposición natural o biológica, por ello, consideró que perseguir la homosexualidad como un crimen es una gran injusticia, y también una crueldad” (1935). Roudinesco así mismo menciona que varios científicos atacaron las legislaciones represivas en torno a los homosexuales entre ellos: Magnus Hirschfeld “sexo intermedio”, Havelock Ellis “carácter innato”, Carl Heinrich Ulrichs que popularizó el término uranismo (personas del tercer sexo, alguien «con una psique femenina en un cuerpo de varón» que se siente sexualmente atraído por los hombres, y que más tarde se extendió para abarcar lo que actualmente se conoce como mujeres transgénero y otros tipos de sexualidad). Además, cuestiona la “normalidad” de las familias heterosexuales asumidas como funcionales, ideales e incluso perfectas al ejercer contraposición con la familia homoparental. El texto termina con un cuestionamiento en torno a la familia y una breve reflexión al respecto: ¿Cuál será en definitiva el devenir de la familia? Los desordenes y problemáticas sociales siempre han existido, lo que ha cambiado ha sido la forma en que son vistos.
Es de mencionar, que Roudinesco en el libro anota con agudeza los diferentes postulados teóricos de Freud, Lacan, Bachofen, Deleuze, Foucault, de Beauvoir, y otros, y extrae sus aportes y los valora en su pertinencia histórica; al mismo tiempo que manifiesta su postura frente a los contenidos dogmáticos de las teorías. La pensadora francesa recurre a los conceptos freudianos para analizar la revolución sentimental que se afirmó en Europa en todo el siglo XIX. Considera que ya no es posible pensar en una estructura de familia tradicional, ante la irrupción de nuevas formas de familia: madres solteras, hermanos que fungen como padres de hermanos menores, parejas homosexuales, hijos engendrados por medios artificiales, etc.
Durante mucho tiempo, en occidente la familia concibió la figura del padre como un dios soberano, con el advenimiento de la burguesía, el padre divino patriarca. Luego, con la revolución de la afectividad en la que la familia burguesa exaltó el matrimonio por amor y la maternidad, se dio a la mujer y a su sexualidad un lugar de privilegio, marcando el inicio de su proceso emancipatorio, situación que se pensó tendría como consecuencia la disolución de la familia. Cuestión que en este libro Roudinesco piensa que no ha sido así, pues las antiguas minorías sólo quieren integrarse a la norma y paradójicamente es eso lo que causa terror; la familia, enfatiza la autora, «aparece cada vez menos capaz de transmitir los valores que tradicionalmente venía encarnando”.
En resumen, el libro llega, después de un viaje por la historia y el análisis de la institución familiar, a la conclusión de que “la familia venidera debe reinventarse una vez más” (p. 214).