ALBERTO CAEIRO: UNA POÉTICA DE LA MIRADA


Luisa Fernanda Castaño Londoño*


* Filósofa de la Universidad de Antioquia. E-mail: pentesilea505@gmail.com.


RESUMEN

Este trabajo se propone trazar una indagación sobre la poética de Alberto Caeiro, poeta heterónimo de Fernando Pessoa, teniendo como piedra de toque de esta investigación asuntos como la visión objetivista, que prescinde del conocimiento reflexivo, y por el contrario, admite el conocimiento sensorial. Estos poemas insistirán en la evidencia del ser que, lejos de ocultarse en interior alguno, se muestra en la apariencia que ni embauca ni engaña, sino que sintetiza lo que, al fin y al cabo, solo importa para el poeta, a saber, la existencia y realidad concreta de cada cosa.

Palabras clave: visión, olvido, recuerdo, desaprendizaje, apariencia.


ALBERTO CAEIRO: A POETIC ABOUT THE LOOK

ABSTRACT

This paper intends to lay out an inquiry into the poetry of Alberto Caeiro, Fernando Pessoa’s heteronym poet, taking as a touchstone of this research, issues like the objectivist vision that dispenses with the reflexive knowledge, and conversely, it admits the sensory awareness. These poems will insist on evidence of Being, that far from hiding into any inside, it is presented under the appearance that neither it is duping nor deceiving no way, but that it synthesizes what, at the end of the day, after all, is only important for the poet, namely, existence and concrete reality of everything.

Keywords: vision, forgetfulness, memory, unlearning, appearance.


ALBERTO CAEIRO: UNA POÉTICA DE LA MIRADA

La mirada es uno de los temas transversales en la poética de Alberto Caeiro. Ver las cosas solamente, rechazando en este acto la reflexión, la intervención de la conciencia y, por tanto, de un sujeto activo pensante. Estos son ejemplos de la clara exigencia que encontramos en los versos caeireanos. Cada uno de los poemas escogidos para develar los temas de esta búsqueda intensifican la propuesta de la poética del ver, que el escritor portugués sintetizará en la frase: “Yo no soy poeta: veo”. Elementos como la novedad cuando se mira, que implica el olvido, ver irreflexivamente y el saber sensible son aspectos que parten de una mirada serena que no pregunta, a causa de estar despojada de un ente racional que medite sobre lo que ve.

Caeiro verá en las cosas su realidad concreta e inmediata y no su significación, en donde proclama la existencia de cada cosa singular y diferente. De allí se desprende la importancia de la apariencia en esta poética, puesto que para el poeta lo que no se puede ver no es real, las cosas existen porque las vemos, ello será su evidencia. Por consiguiente, la apariencia apunta a la pura exterioridad de las cosas y no da cabida a lo oculto.

La disposición caeiriana de un saber mirar, “la ciencia del ver que no es ninguna”, nos lleva inevitablemente a la pregunta: ¿de qué manera Caeiro ve las cosas? Ver escuetamente y sin rodeos será un asunto que guiará este escrito. El corpus poético de Alberto Caeiro se divide en tres libros, los versos que se abordarán pertenecen al Guardador de rebaños y a los poemas Inconjuntos, por tanto, se prescindirá en este estudio del compendio de poemas titulado El Pastor amoroso.

1. LA MIRADA: SINGULARIDAD Y MULTIPLICIDAD

Ante todo, la mirada de Caeiro es diáfana, atenta y clara. Cabe preguntarse, ¿cómo ve Caeiro las cosas y cuáles son las condiciones de posibilidad de esta mirada? Veamos qué nos dice el poeta:

Mi mirada es nítida como un girasol
Tengo la costumbre de andar por los caminos
Mirando a la derecha y a la izquierda
Y de vez en cuando mirando para atrás...
Y lo que veo a cada instante
Es lo que nunca antes había visto.
Y me doy buena cuenta de ello.
Sé sentir el asombro esencial
Que tiene un niño al nacer,
Si de veras reparase en que nacía...
Me siento nacido a cada instante
A la eterna novedad del mundo...
(Caeiro, Pessoa, 1997, p.49).

La visión caeiriana es plena, inmóvil y estática, el poeta permanece mirando como un testigo que registra la existencia de las cosas. En consecuencia, ¿qué es lo que ve el maestro y cuál es el objeto de su mirada? No son imágenes interiores, con sus ojos abiertos contempla lo exterior: piedras, flores, árboles, sonidos. Ve cuanto desde su aldea puede ver: seres que existen y son distintos entre sí, ni siquiera los nombres que damos a las cosas que tratan de igualarlas pueden disolver esta diferencia. La mirada caeireana capta lo nuevo, las partes, lo múltiple, esta mirada distingue la singularidad de cada cosa.

1.1 Mirada y olvido

Es una posesión, porque el olvido
Es una de las formas de la memoria
Su vago sótano, la otra cara secreta de la moneda.
(Borges, 2007, p. 450)

Por otro lado, ¿cómo se articula el olvido en su mirada y en su poética? En la visualidad caeireana surge el asombro de novedad porque ve, olvida y no se involucra. El olvido en el poeta pastor de sensaciones crea un abismo que lo separa de la civilización, de la historia y la cultura; situándose así en el pleno instante, en el presente eterno.

Este olvido que subyace a la poesía de Caeiro permite mantener a las cosas en condición de ajenas. Así, el pasado acumulado que busca revivirse en el presente con el recuerdo es descartado. El lastre de lo histórico parece resolverse en este personaje literario ahistórico, que se sitúa en el instante sin pasado y sin futuro. La ahistoricidad del poeta bucólico conllevaría a poder VER sin que el peso del pasado enturbie su visión. Entonces tenemos, que el recuerdo se opone al ver, mientras que el olvido y lo ahistórico lo facilitan. De esta manera, “el maestro” estaría entre las cosas, entre olvido y recuerdo, entre su oscilación, en la tensión permanente de ambos lados, en su movimiento incesante. El olvido va en contravía de la repetición y esta última es puesta en cuestión al ser necesario resignificar. Recapitular implica retener. El recuerdo relaciona el pasado con el presente, el olvido corta esta relación, dejando las cosas en su diferencia. En otras palabras, prescindiendo de la memoria se interrumpe la continuidad del mundo. La poesía de Caeiro es transitoriedad, aceptación del instante. Es el simple acontecer de la vida, fugaz y sin finalidad:

Particularmente, la mirada de Caeiro es esto: ver y dejar de lado, no acumular en la memoria y sin apego alguno, notar lo singular y cada parte del entorno. Su mirada puede abordar a la vez lo múltiple y heterogéneo del mundo, que es real porque es visible. A propósito de lo anterior, en el poema VIII del Guardador de rebaños, Caeiro nos presenta su versión del niño Jesús: “Hoy vive conmigo en mi aldea. / Es un niño hermoso cuando ríe y natural. / Se limpia la nariz en el brazo derecho/ chapotea en los charcos, / coge las flores y le gustan y las olvida” (Caeiro, Pessoa, 1997, p. 71).

En suma, saber olvidar se opone a procesos que hemos aprendido de la civilización, como es el recordar. El olvido se propone sobrepasar convenciones de la cultura, se opone a la acumulación de saber-histórico, pero también de lo humano: enlazar, relacionar y razonar. Olvidarse de sí mismo para estar en el presente y solo mirar. Borrar la ligadura con la memoria para vivir simplemente.

CUANDO la hierba crezca encima de mi tumba,
Sea ésta la señal para que me olviden del todo.
La Naturaleza nunca se recuerda, y por eso es hermosa.
Y si tuvierais la necesidad enfermiza de “interpretar” la
[Hierba verde sobre mi tumba,
Decid que continúo verdeciendo y siendo natural.
(Caeiro, Pessoa, 1997, p. 253)

1.1.2 Mirada y recuerdo

Sólo una cosa no hay. Es el olvido
Dios que salva el metal salva escoria
y cifra en su profética memoria
Las lunas que serán y las que han sido.
…Y todo es una parte del diverso
Cristal de esa memoria, el universo;
No tienen fin sus arduos corredores.
(Borges, 2007, p. 353)

Si bien, hablamos aquí de una mirada que no tiene en cuenta hechos pasados, ¿tiene el recuerdo cabida en esta mirada? Al contrario, este acto implica ver y dejar pasar, ya que el recuerdo no opera en lo que ve el poeta, más que como “traición a la naturaleza”:

Antes el vuelo del ave, que pasa y no deja rastro,
Que el paso del animal, que deja un recuerdo en el suelo.
El ave pasa y olvida, y así debe ser.
El animal, donde ya no está y por eso de nada sirve;
Muestra que ya estuvo, lo que no sirve de nada.
El recuerdo es una traición a la naturaleza,
Porque la naturaleza de ayer no es naturaleza.
Lo que fue no es nada, y recordar es no ver.
¡Pasa, ave, pasa, y enséñame a pasar!
(Caeiro, Pessoa, 1997, p. 157)

El recuerdo es una traición a la naturaleza,
Porque la naturaleza de ayer no es naturaleza.
Lo que fue no es nada, y recordar es no ver.
¡Pasa, ave, pasa, y enséñame a pasar!
(Caeiro, Pessoa, 1997, p. 157)

Por tanto, ver las cosas tal y como son conlleva un despojamiento de todo aquello que turbe la mirada. El recuerdo de algo, por ejemplo de una imagen, implica a la memoria en este proceso, lo cual lleva a mediatizar la relación con las cosas y los seres. Este rodeo es precisamente a lo que el poeta se resiste. La necesidad de ejercer un olvido activo, que detenga la memoria que agarra las cosas y las apropia en el recuerdo, es lo que aparece como base de la propuesta poética caeiriana; sobre este olvido activo o selectivo y no olvido pasivo o inercial, el filósofo alemán F. Nietzsche nos dará luces:

Ahora bien, ¿qué recordamos? No es lo venidero (lo que se espera), ni el presente (lo que se percibe). Se recuerda es lo pasado. No se puede recordar lo que está sucediendo. Para el caso Caeiro, el objeto de su mirada y ella misma se ubican en el presente, en lo que acontece, en lo actual. No podría ser objeto del recuerdo aquello que está siendo mirado. Entonces, la memoria será para lo que ya no está presente, lo pretérito. Esta implica el paso del tiempo, el intervalo entre un suceso y otro que permita que algo pueda ser recordado porque ya pasó; en la mirada del poeta portugués las cosas están vigentes. Recordar lo que ya no está presente va en contravía de la contemplación que Caeiro hace de las cosas, no es repetición o aprendizaje que se almacena en el “tonel de la memoria” (Nietzsche, 2002, p. 139), siempre ve la piedra distinta y singular. Evocar implica traer a la presencia lo que no está, por tanto, conllevaría a la percepción del tiempo, a la conciencia, y eso es precisamente de lo que el poeta prescinde al ser esta la exigencia de su mirada. La morada de nuestro poeta no es el depósito del recuerdo, rememorar lo que vio u oyó traicionaría, como dice él mismo, el acto del VER que se ejecuta en el ahora. Lo que se recuerda no está presente y es esa presencia, el poder ver las cosas que acontecen, lo que reitera su existencia y realidad. El recuerdo refiere necesariamente a la costumbre, al hábito, lo cual contrasta con la poética caeireana que, como dijimos, es del instante –la extrañeza de las cosas que es como deben estar para poder ser contempladas a la manera de Caeiro– es la condición que permitirá que su mirada no se habitúe, es decir, mirar lo que acontece. Para aclarar un poco más este asunto del olvido, escuchemos nuevamente a Nietzsche, quien propone el ejercicio del olvido activo como posibilidad de crear y de vivir en el instante:

La presencia de una memoria que convierte lo visto en repetitivo y rutinario, una mirada acostumbrada que ya no puede ver cada cosa como nueva o como no vista antes, nos trae una vez más la necesidad de un olvido activo que rompa la continuidad que ejerce el recuerdo, para de esta manera ubicarnos exclusivamente en el presente como lo muestran los poemas de Caeiro.

1.2 Mirada, existencia e inutilidad

Ser verdadero es existir; esto, y nada más. No es ser lógico, no es ser moral; no es ser compatible con esto o aquello. Verdad es igual a existencia. (Mora, Pessoa, 2006, p. 58)

Del mismo modo, en esta poética mirada y existencia se cruzan. La condición necesaria para que algo exista en Caeiro es verla, dejando de lado el pensamiento, porque pensarlo sería no verlo. La imagen que presenta Caeiro en algunos de sus versos, con respecto a lo que causa el pensamiento en el hombre, es la de ser fuente de enfermedad, incomodidad y molestia.

En vez de un “yo” pensante que ordena y categoriza el mundo, Caeiro se opone siendo un ojo impersonal, que opta por la contemplación de lo real, al margen de cualquier utilidad. Lo útil se refiere a lo que puede ser aprovechable en algún sentido, es decir, un medio. Se plantea de esta manera que la finalidad de la cosa sea algo más que su propia existencia, lo cual es muy contrario a lo manifestado en los poemas caeireanos. En ellos se da por anulada la relación sujeto-objeto, desarticulando cualquier relación que se derive de un sujeto cognoscente y un objeto cognoscible, como posibilitadores del conocimiento. En todo caso, al tratarse de un mundo poético carente de sujetos y de objetos, surge el mundo del que mira y lo que se mira; dejando sin valor el peso de quien conoce sobre lo que conoce. Caeiro no tiene una actitud de utilidad con las cosas, pero tampoco de complementarse o de mezclarse con ellas. Más bien, es el encuentro de ambas exterioridades, porque mirada y cosa se resumen en su superficie.

Siempre que pienso una cosa, la traiciono.
Sólo teniéndola ante mí debo pensar en ella.
No pensando, sino viendo.
No con el pensamiento, sino con los ojos,
Una cosa que es visible existe para verse,
Y lo que existe para los ojos no tiene que existir para el
[Pensamiento;

Sólo existe verdaderamente para el pensamiento y no
[Para los ojos.

Miro, y las cosas existen.
Pienso y existo sólo yo.
(Caeiro, Pessoa, 1997, p. 273)

En un mundo de cosas —no de objetos— y de miradas —no de sujetos—, ellas son tan inútiles y pasajeras como las pompas de jabón. Pero, ¿qué condición, qué estatus le da a las cosas el de pasajeras e inútiles? Y, ¿a qué apunta con esto Caeiro? Además de lo anterior, ¿cuál mundo es el que nos queda? Será el mundo de lo no útil, donde nadie posee, ni domina. De esta manera, desenlaza una cosa de otra, las desfija, de alguna manera la suelta de lo que sería su atadura: finalidades, sentido, y servidumbre. A la vez disuelve cualquier tipo de lazo que nos vincule, antes al contrario, nos separa y nos deja en su extrañeza. La inutilidad, condición de las cosas para Caeiro, se desprende luego de quitarlas y moverlas de un sitio fijo, el que sería tener algún propósito o fundamento; con ello lo que hace es lanzarlas y lanzarnos, ¿a qué? A ser solo concretamente lo que son, transitorias y momentáneas.

Luego de dejar sin firmeza o sin piso a las cosas, arrancar sus raíces, extirpar cualquier tipo de atadura o de sujeción, las arroja a su pura visibilidad. Lo visible, eso que está dispuesto para mirarlo, impone al que mira una distancia que distinga y no iguale, que aísle y no una. La transparencia de las cosas estaría condicionada a la disposición del que mira, del testigo que vendría a ser desarraigado y despojado, entre otras cosas, de todo lo añadido por vía interpretativa. Con todo, la cosa solo es ella misma y su posibilidad de ser vista:

La comprobación objetiva de la existencia de las cosas, despojadas estas de su función de utilidad, sin finalidad y solo dispuestas a existir, eliminando con ello toda ambigüedad, plantea un mundo plural, claro, singular y unificado en esa mirada.

¿Una flor acaso tiene belleza?
¿Tiene belleza un fruto?
No: tienen color y forma
Y existencia tan sólo.
La belleza es el nombre de algo que no existe
Y que doy a las cosas a cambio del agrado que me dan.
No significa nada.
Entonces, ¿Por qué digo las cosas son bellas?

Sí, incluso hasta mí, que vivo solamente de vivir,
Vienen invisibles a encontrarme las mentiras de los hombres
Ante las cosas,
Ante las cosas que simplemente existen.

¡Qué difícil ser uno mismo y no ver sino lo visible!
(Caeiro, Pessoa, 1997, p. 119)


Ahora bien, el maestro constata la pura existencia de las cosas a través de la mirada con la que registra y confirma. Realza la presencia de cada cosa, esto viene sujeto a un lenguaje que señala o indica meramente, desproveyéndolo de su facultad de connotar, significar y atribuir. Porque lo que Caeiro busca en las palabras es que hagan las veces de espejo, un instrumento de la mirada que logra traspasar conceptos ilusorios, vestigios de un lenguaje creado por convención y, por ende, arbitrario. Así pues, las palabras se presentan en sus poemas a manera de pantalla, donde las cosas se reflejen existiendo:

Por cierto, el mundo caeiriano se ofrece como una suerte de contrapunto al mundo moderno, ¿por qué? Un mundo sin contenido y sin profundidad, cuya vacuidad y existencia será lo único que se espera, no es el mundo que alberga una ética de los fines o teleología. Al contrario, es un mundo sin propósito y sin objetivos por alcanzar. Simplemente lo acepta como algo natural:

(Alabado sea Dios, que no soy bueno,
Y tengo el egoísmo natural de las flores
Y de los ríos que siguen su camino
Preocupados sin saberlo,
Sólo por florecer e ir corriendo.
Es ésta la única misión del mundo,
ésta: existir claramente,
Y saber hacerlo sin pensar en ello.)
(Caeiro, Pessoa, 1997, p. 135)

Como mínimo, para ver a la manera de Caeiro, se nos exige ser cercano y lejano, distante y próximo, todo al mismo tiempo. Las cosas se presentan desnudas, la visibilidad absoluta de las cosas y su transparencia es lo que capta la mirada neutra de quien despoja con cada poema suyo los ropajes del mundo moderno. A esto dirá Robert Bréchon:

En este sentido, el quietismo laico que encontramos en Caeiro posibilita la pura contemplación de la realidad por parte del poeta portugués, que nos permite mirar el mundo y aceptarlo. Para ello suspende el juicio de atribución, y por tanto, no asigna cualidades a las cosas. Por el contrario, simplemente contempla lo evidente sin cambiarlo. La existencia no es un atributo, sino la condición para que una cosa sea lo que es, a propósito de este asunto, el filósofo portugués José Gil, estudioso de la obra pessoana dirá:

Así, la epojé que encontramos en Caeiro no interfiere con la única afirmación que hace de las cosas en su poesía:“sólo tienen existencia”. El poeta de la naturaleza está de acuerdo con el mundo, no lo indaga y lo admite, así lo mostrará este verso:

De manera que, el quietismo que encontramos en Caeiro conlleva a la anulación de las operaciones del saber, lo que queda para este poeta es ser entre las cosas, tan exterior como ellas, diverso, simple y despojado de un yo que piensa. Así, serán las sensaciones, quienes posibilitarán ver solo lo que hay, sin traicionarlas pensando en ellas:

De ahí que, en los versos caeireanos nos encontramos con una preponderancia de los sentidos para relacionarse con el mundo, designificando y no pensando, al menos no con un pensamiento basado en conceptos y teorías, sino un pensamiento desde las sensaciones. Pensamiento sensorial, que no se vale del concepto que lo que hace es connotar. El poeta advierte la dificultad que presenta el lenguaje para mostrar, a la manera de espejo, la realidad y la existencia de las cosas. Por tanto, la sensación que no tiene la facultad de designar sin engaños permite relacionarse directamente desde los sentidos con lo real, como en este verso: “Yo no tengo filosofía, tengo sentidos” (Caeiro, Pessoa, 1997, p. 49); de manera que la exigencia será aprender a pensar con el cuerpo y a partir de lo sensorial:

SOY un guardador de rebaños.
El rebaño es mis pensamientos
Y mis pensamientos son todas sensaciones.
Pienso con los ojos y con los oídos
Y con las manos y con los pies
Y con la nariz y con la boca.
Pensar una flor es verla y olerla
Y comer su fruto es saber su sentido.
(Caeiro, Pessoa, 1997, p. 83)

Pero, ¿cómo ve Caeiro el mundo y de qué lo desprovee? De artificio, atributos, ficción y pensamiento. Su visión va de acuerdo a ello. Ver como si fuera lo que le queda, a quien tiene como único empeño existir. En el poema VII del Guardador de rebaños, Caeiro afirma que nuestra única riqueza es ver. Por lo demás, ¿ello qué implica? Pues bien, veamos algunos aspectos de la poética del ver. Como ya se ha insistido, la mirada afirma lo que hay, puesto que veo las cosas que existen. Ellas son su apariencia, no hay más en ellas de lo que vemos sin pensar. Esto quiere decir que estas no tienen un sentido oculto o velado. Además, lo anterior se articula a un nombrar particular. Para nombrar lo real que no tiene un trasfondo, Caeiro indica de forma sencilla y concreta empleando tautologías, por lo cual no atribuye ni adorna y más bien es preciso con las palabras.

Pues bien, el poeta amigo de las cosas las observa pero no se congrega; su presencia no tiene efecto sobre ellas y se les acerca a partir de su mirada:

En cierto modo, el bucolismo y el paganismo caeiriano plantean un anacronismo con respecto a la vida del hombre moderno, la cultura y la civilización; a esto A. Mora nos dice:

Su distancia frente a la civilización y a la historia es clara, parte de que enceguecen al hombre. De igual manera, la crítica a la cultura, esta última a la que el poeta decididamente opone la naturaleza, aparece claramente en el poema VII del Guardador de rebaños:

En las ciudades, la vida es más pequeña
Que aquí en mi casa en lo alto de este otero.
En la ciudad, las casas grandes encierran la vista con llave
Esconden el horizonte, empujan nuestra mirada lejos de todo el cielo
Nos vuelven pequeños porque nos quitan todo y tampoco
Podemos mirar
Y nos vuelven pobres porque nuestra única riqueza es ver.
(Caeiro, Pessoa, 1997, p. 67)

Con todo, Caeiro nos dice cómo mirar las cosas y qué actitud hay que tener para contemplarlas, la disposición con la que podemos ver:

A mí me lo ha enseñado todo.
Me ha enseñado a mirar las cosas.
Me señala todas las cosas que hay en las flores.
Me muestra lo alegres que son las piedras
Cuando las tenemos en la mano
Y las miramos despacio.
Pero los seres no cantan nada.
Si cantasen serían cantores
Los seres solo existen y nada más,
Y por eso se llaman seres.
(Caeiro, Pessoa, 1997, pp. 73-75)

Por consiguiente, mirar despacio implica detenerse en ellas. Mirada atenta que otea a los seres que tan solo existen, no hay la premura de definir lo que tenemos en frente, basta con verlas.

En cierta medida, se advierte la presencia del nihilismo en una poética donde la única afirmación es existir, no hay otro principio que rija el mundo. En ausencia de finalidad y sentido, esta poesía se caracteriza por designificar el mundo y desproveerlo de cualidades, atributos, interior y fines. En cambio, solo admite en ellas existencia; presentándonos un mundo despojado de profundidad y fundamentos que obstaculicen una mirada que pretende nitidez y claridad.

De este modo, Caeiro es una mirada pura detenida en la particularidad de cada cosa, indiferente y desafectada. Más aún, la mínima mirada de quien solo ve las cosas es la forma en que el maestro se relaciona con el mundo, que es exclusivamente desde el acto del ver. De ahí que sea suficiente para saber que existe y VER que lo demás también.

Y el niño tan humano que es divino
Es mi cotidiana vida de poeta,
Y porque él siempre va conmigo es por lo que yo soy
Poeta siempre.
Y por lo que mi mínima mirada
Me llena de sensación.
Y el más pequeño sonido, sea de lo que fuere,
Parece hablar conmigo.
(Caeiro, Pessoa, 1997, p. 75)

Así mismo, el misterio y lo velado no es admisible, dado que el mundo que nos presentan estos versos es transparente, exento de la opacidad derivada de una metafísica que obstaculiza el trato entre el hombre y las cosas, oscurece el mundo, lo mediatiza y lo reviste con un envoltorio, que se compone de interrogantes y preocupaciones por descifrar el mundo que ante el maestro aparece tan sencillo:

Y así vamos los tres por los caminos
Saltando, cantando y riendo
Y gozando nuestro común secreto,
Que es el saber en cualquier parte
Que no hay misterio en el mundo
Y que todo vale la pena.

Cuando anoche jugamos en los cantillos
En el escalón de la puerta de la casa,
Serios como conviene a un dios y a un poeta
Y como si cada piedra
Fuera todo un universo
Y fuera un gran peligro para ella
Dejarla caer al suelo.
(Caeiro, Pessoa, 1997, p. 77)

A propósito del poema anterior, en su diálogo con el niño Jesús, Caeiro habla de lo que lo diferencia de los hombres, de eso de lo cual él se despoja para ser poeta en lo real, luego de contarle “historias de las cosas solo propias de los hombres”, pero ¿cuáles son esas cosas propias de los hombres que el poeta increpa y las que hacen sonreír al niño Jesús por increíbles? Establecer un mundo alrededor de ficciones, siendo la mayor de ellas el lenguaje, en las que perdemos de vista en sus movimientos ondulantes y artificiosos a lo real, y en consecuencia, distorsionando y complicando la relación con las cosas.

De acuerdo con esto, ¿quién es Caeiro? Tabucchi lo enuncia de manera certera: “Pero para mí usted ha sido un ojo y una voz, un ojo que describe, una voz que enseña a los discípulos, como Milarepa o Sócrates” (1996, p. 22). En suma, dice Tabucchi, Caeiro es “un ojo que mira” (1996, p. 22). Hombre sencillo y de vida sencilla que vivía en el campo, en una aldea en lo alto de un otero en el Ribatejo, recibió poca instrucción, porque poco fue a la escuela, “es un ojo que nos mira desde su aldea y que habla sólo del tiempo que pasa, de las estaciones, de los rebaños” (1996, p. 22). Mirada despojada de todo artificio, sentimiento y pensamiento, que se dirige a la designificación de las cosas y del mundo, para solo ver lo que es.



REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Nietzsche, F. (2002). Así hablaba Zaratustra. Bogotá: Panamericana.

Pessoa, F. (1987). Sobre literatura y arte, Madrid: Alianza

Pessoa, F. (1997). Poesías completas de Alberto Caeiro. España: Pre-textos.

Pessoa, F. (2002). Libro del desasosiego. Barcelona: Acantilado.

Pessoa, F. (2006). El regreso de los dioses. Barcelona: Acantilado.

Tabucchi, A. (1996). Los últimos tres días de Fernando Pessoa: Un deliro. España: Anagrama.