UN ESTUDIO ETIMOLÓGICO DE LAS RAÍCES DE LA ENERGÍA


Enric Pérez Canals*
Nemrod Carrasco**


*Actualmente es profesor del Departamento de Física Fundamental de la Universidad de Barcelona e imparte docencia en la Facultad de Física de esa Universidad. Su investigación versa principalmente sobre la Historia de la Ciencia, pero también ha realizado incursiones en el ámbito de la Física Estadística.
** Profesor asociado al departamento de Historia de la Filosofía, Estética y Filosofía de la Cultura de la Universidad de Barcelona. Miembro del grupo de investigación “Seminario de Filosofía Política” dirigido por Norbert Bilbeny. En la actualidad está preparando una serie de artículos sobre “Pequeña historia de la fotografía” de Walter Benjamin.



RESUMEN

Proponemos un marco general para estudiar la etimología del término ‘energía’ desde la Antigüedad Clásica hasta su entrada en la Física Moderna a mediados del siglo XIX. Nos centramos en el exitoso proceso de divulgación del principio de conservación de la energía, y mostramos que vino facilitado por la elección de un término ya perfectamente adaptado a las lenguas vernáculas desde finales del siglo anterior. Antes, en el Renacimiento, cuando se incorporó definitivamente a los idiomas modernos, ‘energía’ era empleada frecuentemente (pero no exclusivamente) en el campo de la poética y de la expresión oral en general.

Palabras clave:energía, física, divulgación, lenguaje científico, retórica.


AN ETYMOLOGICAL STUDY OF THE ROOTS OF ENERGY

ABSTRACT

We propose a general framework to study the etymology of the term ‘energy’ from Classical Antiquity until its introduction in Modern Physics, in the mid nineteenth century. We focus on the successful process of popularization of the principle of conservation of energy. We show that the popularization of the term was facilitated by the choice of a word which was already well adapted to the vernacular languages from the end of the previous century. Before, in the Renaissance, when the term was definitively incorporated in modern languages, ‘energy’ was often used (but not exclusively) in the field of poetry and oral expression in general.

Keywords: energy, physics, popularization, scientific language, rhetoric.


UN ESTUDIO ETIMOLÓGICO DE LAS RAÍCES DE LA ENERGÍA


1. INTRODUCCIÓN

‘Energía’ es probablemente una de las palabras más indistintamente usadas tanto en contextos técnicos como cotidianos. Además, ocupa un lugar privilegiado en el ámbito de las ciencias naturales, donde sirve de enganche o común denominador entre diversas disciplinas: en Física se habla de energía mecánica, eléctrica o térmica, pero también los biólogos consideran la energía química almacenada en las células y los geólogos la energía potencial de las placas tectónicas. Esta peculiaridad se traduce en que las energías de la mente y la energía desplegada sobre un escenario conviven armoniosamente con la crisis energética y la energía medida en las colisiones de los aceleradores de partículas1

Es una especie de lugar común decir que la Física, en un cierto momento, se vio −“una vez más” (AAVV, 1999, p. 100)− en el trance de cuantificar, rigorizar, un concepto previamente existente. Dicho planteamiento contrasta, al menos aparentemente, con otros en los que se sitúa el origen de ‘energía’ en la obra de Aristóteles, es decir, en un contexto culto.2 Las reconstrucciones etimológicas subyacentes en estos dos enfoques indican sentidos opuestos para el trayecto de la palabra: del común al especializado o del revés. Y es este precisamente el tema que queremos abordar en el presente artículo: tratar de esbozar, en una primera aproximación, las vicisitudes de esta palabra a lo largo de los siglos, para localizar sus orígenes y distinguir los usos (inicialmente) metafóricos de los literales. ¿Cuándo surgió la acepción moderna de ‘energía’, definida a través del principio de conservación? Las acepciones que actualmente la refieren a cualidades o disposiciones de la voluntad −“una oposición enérgica”, por ejemplo− ¿son extensiones figurativas de un significado originalmente inscrito en un fondo estrictamente científico o filosófico? ¿Representa ‘energía’ un caso de divulgación extraordinariamente exitoso? ¿O el proceso tuvo lugar en sentido contrario, apropiándose la Física de una palabra que ya era de uso habitual entre la gente corriente?

Estas y otras cuestiones son las que han movido –y siguen moviendo– nuestra investigación. Como se ve, se trata de un tema de una amplitud vastísima que desafía cualquier especialización, ya sea disciplinar o de época. Aun así, creemos que el resultado de este contacto inicial contiene suficientes elementos de interés como para presentarlo aquí.

En este artículo nos limitaremos a considerar la época del surgimiento del principio de conservación de la energía, a mediados del siglo XIX, y remontarnos hasta las primeras apariciones documentadas de la palabra en los idiomas modernos, durante el Renacimiento. Tal ha sido el orden de nuestras pesquisas. Así, empezaremos analizando cómo a mediados del siglo XIX un grupo de físicos británicos tomaron prestada una palabra ya en circulación para sus investigaciones y la dotaron del carácter físico y mensurable que aún hoy conserva (sección 1). A continuación (sección 2) retrocederemos hasta la Ilustración y veremos cómo tuvo, a finales del siglo XVIII, un auge inusitado; en esos años añadió el campo semántico relativo a la voluntad, al ánimo, a los que ya tenía. Finalmente (sección 3) asomaremos a los siglos XVII y XVI, de cuando datan las primeras apariciones documentadas de “energía”, “energy”, “energía” o “énergie”; constataremos ahí su doble raíz (sección 3.1): por un lado, la enargeia, originada en el ámbito de la Retórica; por el otro, la energeia aristotélica, proveniente de la Metafísica. Ambas aparecen muchas veces confundidas en tratados de preceptiva pictórica y literaria3.

Así pues, ¿de cuándo data el principio de conservación de la energía? ¿Fue ‘energía’ un neologismo?


1. UNA NUEVA FÍSICA: LA FÍSICA DE LA ENERGÍA

El trabajo historiográfico de Thomas S. Kuhn, “The conservation of energy as an example of simultaneous discovery”, de 1959, pronto se convirtió en un trabajo de referencia (Kuhn, 1983). En cierto modo, sirvió de punto de partida, tanto para desarrollar la tesis en él expuesta, como para críticas fundadas en nuevas hipótesis historiográficas (Elkana, 1974; Bevilacqua, 1993). No es nuestro objetivo aportar nada novedoso a ese debate. Sencillamente queremos tratar de aclarar cuál fue el proceso de acuñación del término técnico ‘energía’ entre los físicos y científicos en general.

En los años 40 del siglo XIX se publicaron diversos escritos en los que se venía a postular la mutua interconvertibilidad de fenómenos naturales como la electricidad, la fuerza mecánica, el calor, etc. Todos y cada uno de esos fenómenos tienen su historia particular (Whittaker, 1987; Harman, 1990; Dugas, 1988; Brush, 1976). Pero el principio de conservación, como dice su nombre, no solo prescribía su convertibilidad, sino también la conservación de una cierta cantidad que no haría más que cambiar de forma, de manifestación. Una especie de nueva versión del nada viene de la nada epicúreo, aunque no referida a los átomos, más bien a una potencia o fuerza natural inmaterial. Y ni mucho menos fue ‘energía’ la palabra empleada en esas formulaciones primitivas del principio. Una de las más usadas fue la alemana “Kraft”, o la inglesa “Force”, ambas tomadas del acervo común.

Grosso modo, hubo dos grandes centros de desarrollo de estas ideas.4 Por un lado, los países germanos, de donde hay que destacar las aportaciones de Robert Mayer primero y Hermann Helmholtz después. Ambos hablaron de “Kraft”. Este último es considerado por muchos uno de los primeros físicos en sentido moderno, con gran dominio de las matemáticas; le sucederían los Boltzmann, Planck, o Maxwell. Helmholtz pasa por ser quien hizo la primera formulación precisa (matemática) del principio, en 1847 (Helmholtz,1847).

Por otro lado tenemos los físicos británicos. Según Crosbie Smith, fue asimismo una nueva generación la que trató de modernizar la Física mediante un nuevo principio universal (Smith, 1989). En este caso, es forzoso citar los experimentos de James Joule y los trabajos de William Thomson y William Rankine. Todos ellos estuvieron ampliamente involucrados en el nacimiento de la termodinámica, teoría que a su vez debe su origen precisamente al principio de conservación y, en particular, a la doctrina que negaba la sustancialidad del calor (Truesdell, 1980). El primer principio de la termodinámica no es más que el postulado según el cual el calor es una forma de energía y no un fluido sutil.

La preocupación de los físicos británicos por los fenómenos térmicos estaba mayormente vinculada al desarrollo industrial. En el caso alemán, la motivación provenía del ámbito médico y fisiológico, en particular, del interés en desterrar las denominadas fuerzas vitales, un impulso peculiar de los seres vivos (Bevilacqua, 1993, pp. 297 y ss.); el principio de conservación venía a acabar con esa aureola mística de la vida: los animales ya no eran más que sofisticadísimas máquinas que obtenían su potencia de la energía almacenada en las sustancias químicas que ingerían. En cualquier caso, las intenciones renovadoras de los físicos involucrados se manifestaron en la promoción de nuevas sociedades científicas. Los británicos, para contraponerse a la anquilosada Royal Society, promovieron la British Association for the Advancement of Science, fundada en 1831. En los países de habla alemana, los bríos de la nueva ciencia hay que buscarlos en la Physikalishce Gesellschaft en Berlín, fundada en 1845 (Schreier, 1998).

A pesar de esto, fueron los físicos británicos quienes escogieron la palabra “energy” para aludir a aquello que se conservaba. Esa elección no consistió en recuperar un término aristotélico en desuso: como veremos, la palabra, ya anglicanizada, aparecía en los primeros diccionarios del siglo XVII. Así, echaron mano de un término aristotélico ya en circulación para dotarlo de un sentido científico preciso. Joule, los hermanos Thomson, Rankine, Tait y también Maxwell, se preocuparon de diseñar una nueva Física, un nuevo marco conceptual en el que la dinámica newtoniana de las partículas dejaba de ser la protagonista, pasando la energía a ocupar el primer plano (Smith, 1989; Smith & Wise, 1989). Para ello, proyectaron la redacción de obras de Física general, e incluso esbozaron la historia de la energía (Klein & Tait, 2003; Maxwell, 2002); y ahí tienen su origen muchos de los lugares comunes posteriormente repetidos.

Según Smith, el uso más antiguo de la palabra en su acepción moderna es este que aparece en un artículo de W. Thomson de 1849, titulado “An account of Carnot’s theory…”:

A partir de ese año, los físicos británicos la empezaron a utilizar con frecuencia y en 1853 encontramos un artículo de Rankine titulado “On the General Law of the Transformation of Energy”.5 Rankine insiste ahí en recuperar léxico aristotélico. Así en su “Outlines of the Science of Energetics”, de 1855, aparece la que hoy pasa por ser la definición más usual de ‘energía’:6

El propio Rankine cita a Aristóteles en otro artículo dedicado a refutar una objeción de John Herschell,7 donde encontramos un fragmento que convierte al también británico Thomas Young en el primero en usar la palabra en sentido preciso:

De manera que “energy”, a pesar de ser un vocablo en uso, no se empleaba en círculos científicos. Ello permitiría distinguir ‘energía’ de otros conceptos muy cercanos pero, al fin y al cabo, distintos como ‘fuerza’ o ‘potencia’. Thomson y Maxwell igualmente se refirieron a Young como el primero que había utilizado la palabra “energy” en un sentido moderno, sancionando así la versión de Rankine (Smith, 1989, p. 8; Maxwell, 2001, p. 91).

Young, sin embargo, no habló de ningún principio general de conservación más allá de la vis viva leibniziana (la actual masa por velocidad al cuadrado: mv). Además, la relación de su uso con la capacidad de producir trabajo no es tan clara como la presentó Rankine. Lógico, dados los años en los que introdujo esa nueva acepción: poco después de 1800. Por entonces el concepto de trabajo no estaba todavía bien definido; pertenecía al mundo de los ingenieros y maquinistas y no había traspasado al mundo de los físicos (Cardwell, 1967); en algún fragmento Young habla incluso de “labour” en lugar de “work” (Young, 1845, pp. 60 y 103). Citemos el célebre fragmento en el que Young introduce el término:

De esta manera, y de acuerdo con lo dicho por Rankine, este uso de Young enlaza directamente con la antigua controversia sobre la vis viva, que tuvo lugar desde los tiempos de Descartes y Leibniz, y que parecía haber amainado a mediados del siglo XVIII (Iltis, 1971). Young propuso, sin más, denominar “energy” a la vis viva. Buen conocedor de las lenguas clásicas, seguramente era consciente de que vis había sido una de las traducciones latinas de energeia. Además, como justificaremos en el siguiente apartado, alrededor de 1800, “energy” ya era considerada una palabra inglesa, muy usada en ambientes médicos, y el polígrafo Young era, por estudios, médico (Robinson, 2006)8

Hay que notar que los físicos británicos contribuyeron en buena medida a acuñar otros términos. La propia palabra “termodinámica” fue ideada por Thomson en 1854. La propuesta de Rankine de “energía actual” no cuajó, pero sí la de “energía potencial”. Merece la pena contraponer la elección de “energy” a la de “Entropie”, neologismo (este sí) propuesto por Rudolf Clausius en 1865, uno de los cofundadores de la termodinámica desde Berlín (Clarke, 2001, pp. 25-26). Clausius afirmó la elección de esta palabra por su similitud con “Energie”, aunque al mismo tiempo por diferir de ella justamente en cuanto a uso. Según él, los vocablos científicos debían ser neologismos para facilitar su empleo en diferentes lenguas.

La entropía y el segundo principio de la termodinámica son cuestiones muy ligadas a los posteriores acontecimientos que acompañaron a la increíble popularización de la energía (Clarke, 2001; Carrasco & Pérez, 2012). En efecto, en la segunda mitad del siglo fue adoptada paulatinamente por los científicos, de manera que a partir de los años 70 ya puede darse por bien establecida. Por entonces, aún encontramos “force” (“Kraft” en los países de habla alemana) en algunos textos, pero siempre alternado con “energy” (Youmans, 1868). Yehuda Elkana sitúa precisamente en esta transformación la cristalización y establecimiento de este principio fundamental (Elkana, 1970). El proceso podría darse por finalizado alrededor de 1880.

De muy poco después data el auge de los energeticistas alemanes, capitaneados por Wilhelm Ostwald (Deltete, 2007); asimismo la apropiación de los principios energéticos por parte de materialistas como John Tyndall y otros científicos “de la metrópolis”, en contraposición a los escoceses (Smith, 1989, pp. 170 y ss.). Para disgusto de los físicos de la energía, estos laicizaron el concepto, liberándolo de los rasgos a partir de los cuales sus creadores querían hacer compatibles Ciencia y Cristianismo (Smith, 1989).9 También en esos años hallamos ya monografías como la de Max Planck (1887), dedicada exclusivamente al principio de conservación (Planck, 1921). Se usó −y mucho− la palabra en agrias discusiones sobre la autoría del principio, así como en la polémica que W. Thomson mantuvo con los geólogos (seguidores de Charles Lyell) sobre la edad de la Tierra (Brush (1978), pp. 29-44). En esos y otros debates la palabra ‘energía’ ya había adquirido su sentido moderno especializado.

De modo que, ya sea por el trasfondo religioso que le imprimieron los físicos británicos, por la relación con las fuerzas vitales que los fisiólogos alemanes trataban de exorcizar, por las discusiones que desató el segundo principio y sus implicaciones cosmológicas, por su uso por parte de los darwinistas del X-club londinense, por la metafísica de los energeticistas alemanes o, en general, por lo que se ha venido a denominar termodinámica social, la palabra enseguida floreció en los más variados campos filosóficos, místicos y políticos (Clarke, 2001; Pohl-Valero, 2011). Muchos vieron en la Física de la energía un antídoto al determinismo mecanicista, muchos otros una prueba de la existencia de Dios, aún otros la pura manifestación de un principio lógico incontestable. La vitola metafísica de la energía la acompañó desde el establecimiento del principio de conservación. También su compatibilidad y encaje con el capital.10

Pero aunque Thomson y Rankine acudieron directamente a Aristóteles, tomaron prestada una palabra ya en circulación. Rankine especifica que no se había usado en círculos científicos, dando a entender que sí lo había hecho en otros. ¿Cuál era el significado de “energy” en los tiempos de Young?


2. REVOLUCIÓN, STURM UND DRANG

Dado el lógico retraso con que los diccionarios recogen la aparición de nuevas palabras y acepciones, empezaremos por ver qué significados se le atribuían a “énergie” en el diccionario francés Le Littré, del último tercio del siglo XIX, justamente la época de establecimiento y difusión del principio de conservación.11 Como es lógico, la flamante aplicación a la nueva física matemática todavía no aparece. El primer sentido de “énergie” es fisiológico: “Puissance active de l’organisme. L’énergie musculaire. Les muscles se contractent dans les convulsions avec une énergie extrême.” A continuación, por sentido metafórico: “Vertu naturelle et efficace que possèdent les choses. L’énergie d’un remède, d’un acide. // Énergie d’un mot, d’une expression.” La segunda acepción se refiere al alma: “Force d’âme. Montrer, déployer de l’énergie. Parler, agir avec énergie. // L’énergie d’un sentiment, la force qu’il possède.” Y la tercera y última, a la teología: “Terme de théologie. Une puissance de la Divinité. Des hérétiques ont nié la Trinité en ne reconnaissant qu’une seule énergie dans le Père, le Verbe et le Saint-Esprit.”

Analicemos un poco estas tres acepciones. El propio autor del diccionario avisa que la referente al ánima es la más novedosa. Asegura que el sentido de “forcé d’âme” no se usó hasta el siglo XVIII y cita al respecto un comentario de Madame Du Deffant:

Lo que parece sugerir que, efectivamente, la palabra se encontraba en pleno proceso de vulgarización y desarrollo en los albores de la Revolución. Y es que son muchos los autores que han visto en el siglo XVIII un periodo crucial en la creación o modelación de muchos conceptos modernos y, en particular, en la conformación del sentido de la palabra que nos ocupa (Fabre, 1980; Delon, 1988; Abraham, 2010). En la Francia revolucionaria “énergie” estuvo cerca de representar el espíritu mismo que alentaba los cambios que se sucedían. Michel Delon ha llegado a escribir, refiriéndose a la Francia del siglo XVIII: “La Révolution elle-même est pensé comme énergie et «surabondance de forces»” (Delon (1988), 51). Y en palabras de Roland Krebs: “Dans la glorification de la liberté, de l’action, de la volonté et des forte passions, dans le culte des grandes personnalités, c’est encore l’énergie […] qui est centrale” (Abraham. 2010, p. 3).

ENERGETIQUES, … On a appellé corps ou particules énergétiques, les corps ou particules qui paroiffent avoir, pour ainsi dire, une force et une énergie innée, & qui produisent des effets différens, selón les différens mouvemens qu’elles ont; ainsi, diton, on peut appeller les particules du f u & de la poudre à canon, des corpuscles énergétiques. Au reste ce mot n’est plus en usage.

Jean d’Alembert es el autor de esta entrada que, advierte, se refiere a un “terme dont on s’est servi quelquefois dans la Physique” (D’Alembert fue precisamente uno de los protagonistas de los debates sobre la conservación de la vis viva a que aludíamos más arriba). De hecho, es muy parecida a la que encontramos en el Lexicon Technicum de John Harris, de 1704:

En lo que respecta al adjetivo “energetical” encontramos, en esa misma obra, un uso que de una forma genérica viene a ser sinónimo de fuerza, referido al movimiento de cuerpos inertes; asimismo “potencia activa”, en relación al movimiento vibratorio de los constituyentes últimos en que consistiría el calor de una sustancia (entradas: OBLIQUE y RESISTENCE). De los siglos XVI (finales) y XVII también constan apariciones de esta acepción (“power, actual working, operation, activity”) en inglés en el Oxford English Dictionary.

Según lo dicho más arriba, resulta extraño que D’Alembert afirme que la palabra “n’est plus en usage”. No nos queda otra que suponer que su apreciación se refiere exclusivamente a esa acepción, más relacionada con la Medicina y, posiblemente, con la Alquimia.12 Aún así, recordemos que Young la recuperó medio siglo después inspirado más que probablemente en sus múltiples usos médicos, y que, en otro orden de aplicación, la palabra estaba a punto de vivir su etapa de expansión más notoria.13 En cualquier caso, no cabe duda de que a principios del siglo XIX “énergie” seguiría apareciendo referida a los seres vivos y, en particular, a los órganos vitales.14

Volviendo a la Encyclopédie, encontramos a continuación otra entrada también redactada por D’Alembert:

Este sentido no aparece en el Lexicon de Harris, pero sí en la Cyklopaedia de Ephraim Chambers, de 1728:

Recordemos que en Le Littré se especificaba que este significado había surgido a partir de un uso metafórico. Resulta llamativo que, por el contrario, en las dos enciclopedias citadas, la supuesta extensión figurativa reciba el tratamiento de acepción con derecho propio.

Chambers refiere a continuación otro sentido completamente distinto y que del mismo modo vimos en el Littré:

Que también sale en la Encyclopédie, prácticamente calcada:

Nada menos que un sentido –redactado en este caso por el abad Mallet, especialista de la enciclopedia en temas teológicos– que nos remite a las disputas que tuvieron lugar del siglo XVI en adelante entre los cristianos. Sin duda ese uso proviene de la energeia de la Metafísica aristotélica.

En el Dictionary de Samuel Johnson, de 1755, encontramos que, también en inglés, la palabra ya había invadido el territorio de la voluntad. La cuarta acepción reza: “Strength of expression; force of signification; spirit, life…” y cita el fragmento “Swift and ready and familiar communication is made by speech; and, when animated by elocution, it acquires a greater life and energy, ravishing and captivating the hearers”.

Por otro lado, en el Sturm und Drang alemán, la “Kraft” (y a veces directamente la “Energie”), asimismo se convirtió en una habitual de los discursos de los primeros románticos (Abraham, 2010). La primera aparición documentada del término “Kraft” data de 1732, y tiene un sentido retórico.15 Así que hay que ver en la “Kraft” alemana el equivalente semántico de la “énergie” francesa: en 1771 “Kraft” había adquirido un sentido psicológico (“Energía [Energie] del alma”); y en 1787 uno científico-filosófico (“energías químicas, la energía de Dios o de la Naturaleza”).16 Nos interesa destacar que en ambos casos, cuando buscamos las apariciones más antiguas del término, la acepción que sobrevive siempre es la retórica.

De hecho, tanto en lo que se refiere a Gran Bretaña, como a los países de habla alemana sobre todo, es obligado mencionar aquí la corriente de pensamiento denominada naturphilosophie, que gozó de bastante predicamento a finales del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX (Gower, 1973). Kuhn vio en esta corriente, capitaneada por Friedrich Schelling, uno de los posibles desencadenantes de la formulación simultánea del principio de conservación (Kuhn, 1983). Si bien los natur-filósofos no fueron los únicos responsables de la recuperación y promoción de la “Kraft”, sí usaron el término con frecuencia y promulgaron una visión de la naturaleza concebida como un todo, en la que los agentes no eran cuerpos en movimiento sino fuerzas, tensiones y polaridades. Samuel Coleridge y otros románticos ingleses bien pudieron importar la ‘energía’ del continente; de Coleridge es la cita correspondiente a la primera aparición relativa a la disposición del ánimo en el OED, de 1809-1810; ahí se define como “Vigour or intensity of action, utterance, etc. Hence as a personal quality: the capacity or habit of streneous exertion”.

En lo que respecta al español, sirva como muestra, aunque tardía, la edición del diccionario de la Real Academia de 1869, donde aparece un cambio sustancial en la entrada “energía”. Leemos: “Eficacia, vigor, fuerza de voluntad, tesón, actividad”. Todas las ediciones anteriores contienen solo acepciones relativas al discurso, no a la voluntad.

De modo que, con lo que hemos visto hasta ahora, parece claro que esta última acepción nació como un sentido figurado. ¿Es también el caso de sus numerosas aplicaciones en el campo semántico del discurso? En cuanto sigamos rastreando el origen de la palabra veremos que la etimología de la expresión “énergie d’un mot” que proporcionan Le Littré o la Cyklopaedia de Chambers no es la correcta. Mostraremos cómo la siempre turbia frontera entre acepción y sentido metafórico se vuelve, en el caso de ‘energía’, garantía de imprecisión, cuando no de error. Y es que una ojeada a los usos greco-latinos del término exigirá señalar como uno de los sentidos originarios de ‘energía’ todo aquello relacionado con el habla, el discurso y la persuasión, y que por tanto ‘energía de una palabra’ no se trata ni mucho menos de un mero uso metafórico construido a partir del original energeia.

En resumen, a finales del siglo XVIII se pueden asociar, a grandes rasgos, no tres sino cuatro usos a ‘energía’. A saber:

(i) El fisiológico o físico, proveniente de la Filosofía Natural.
(ii) El relativo a los discursos, o retórico.
(iii) El relativo a la voluntad. Nacido en el siglo XVIII como sentido figurado.
(iv) El teológico.

Podemos aventurar: el (i) y el (iv) provienen de la energeia aristotélica. El (iii) nació en el siglo XVIII como sentido figurado del primero. Y el (ii) proviene de la otra raíz, enargeia; su relevancia se hace más evidente al estudiar las primeras apariciones de la palabra en las lenguas vernáculas. Veámoslo.


3. EL RENACIMIENTO DE LA ENERGÍA

Las primeras apariciones referenciadas en el Oxford English Dictionary remiten a la preceptiva literaria del siglo XVI. Respecto a la acepción “Force or vigour of expression”, el comentario etimológico señala que “is originally derived from an imperfect understanding of Aristotle’s use of ένέργεια [se cita aquí un fragmento de la Retórica: III xi 2] for the species of metaphores which calls up a mental picture of “something” ‘acting’ or moving”.

En castellano, “energía” no aparece en el primer diccionario, el de Nebrija, de 1492. Tampoco en el que pasa por ser el primer tratado de Retórica en lengua española, obra de Miguel de Salinas (Salinas, 1999, p. 169). “Energía” sí aparece en el Covarrubias, de 1611:

Del mismo tenor son las apariciones que se recogen en diferentes diccionarios multilingües en el Nuevo Tesoro Lexicográfico de los siglos XVII y principios del XVIII. De forma que todo apunta a que fue durante el siglo XVI cuando la palabra se introdujo en el léxico castellano. Si seguimos su trayectoria a través de las sucesivas ediciones del Diccionario de la Real Academia comprobamos, para empezar, que la definición del Diccionario de Autoridades (1726-1739) calca la definición que acabamos de transcribir de Covarrubias. Se citan ahí, además, Paravicino y Lope como los primeros que la usaron. Y también encontramos por primera vez el adverbio “enérgicamente”: “Con grande energía y eficacia”. Un ligerísimo cambio aparece en el diccionario de 1791: “la fuerza, viveza y eficacia que hay en algunas expresiones”. Solo en 1822 se pierde la especificidad oratoria en “energía”: “Eficacia, actividad”.

En catalán, la primera referencia que hemos encontrado data de 1695, del Gazophylacium Catalano-Latinum de Joan Lacavalleria, algo así como el Covarrubias catalán, donde se usa la expresión “Son discurs és ple d’energia”.17 Y en el diccionario Labèrnia, en la edición de 1864, por “Energia” se escribe: “Forsa, vivesa, propietat de las paraulas” (en la edición de 1888 se propone la etimología “del grech, ένεργεία). Aunque tardía, notemos que esta entrada indica hasta qué punto a mediados del siglo XIX ‘energia’ todavía se asociaba, principalmente, al discurso.

En francés, aunque la referencia más antigua data de cerca de 1500, la palabra no aparece, por ejemplo, en el Dictionnaire de l’ancienne langue française, que abarca los siglos IX- XV.18 Un rápido vistazo a otras lenguas europeas, como el italiano o el alemán, sugiere que ocurrió algo parecido: su entrada cabe situarla durante el s. XVI.

Mucho tuvo que ver con esta incorporación el florecimiento de la Retórica en el Renacimiento (Hernández y García, 1994; Herrick, 1997). En general, este auge acercó la Retórica a la Poética (y a la literatura), distanciándola un poco, aunque nunca completamente, de la elocución. No es que no hubiera atraído el interés de los eruditos en el Medioevo, pero sí parece fuera de toda duda que para los renacentistas cobró una importancia primordial en la formación del humanista ideal, recuperando así el esplendor de los tiempos de Cicerón y quintiliano: apenas cincuenta años después de la aparición de la imprenta se había editado prácticamente toda la obra del político y filósofo romano, así como la Institutione Oratoria de Quintiliano. De esta se descubrió un ejemplar íntegro en 1416, y ya tenía más de 100 ediciones un siglo después del invento de Gutenberg. Otras obras, de autores como Dionisio de Halicarnaso, (pseudo)Longino o Demetrio, que eran conocidas solo fragmentariamente, fueron redescubiertas en esos años. También se editó, tradujo y comentó la Retórica de Aristóteles. Por ejemplo, en el Thesaurus Rethoricae, de 1599, Giovanni Battista Bernardo refiere una lista de obras clásicas consultadas entre las que se cuentan todas las que hemos mencionado y bastantes más (Bernardo, 1599). Por el año de las ediciones podemos comprobar cómo los tratados clásicos de Retórica rápidamente pasaron por la imprenta: Aristóteles (1572), Teón (1541), Demetrio (1562), Cicerón (1562), quintiliano (1555), o Averroes (1550).

No es descabellado pues pensar que en Italia, cuna del Renacimiento, “energía” se empezara a utilizar de forma más generalizada antes que en otros lugares. Tomemos a Galileo como ejemplo.19 Encontramos “energia” en sus escritos con significados variados.20 En la célebre carta a la gran duquesa de Toscana, de 1615, leemos: “E come che della mirabil forza de energia del Sole io potessi produrne gli assensi di molti gravi scrittoti, vogli che mi basti un luogo solo del Beato Dionisio Areopagita nel libro De divinis nominibus...” Notemos que este sería un uso teológico/metafísico del término, y que se cita en la misma frase a Dionisio el Aeropagita, uno de los que contribuyeron a que ese empleo tomara forma allá por el siglo I.21 Pero también encontramos sentidos cercanos al retórico, por ejemplo en su istoria e dimostrazioni intorno alle macchie solari e loro accidenti, de 1615:

Asimismo, en una respuesta a las críticas de L. delle Colombei: “Or questo dicorso è molto titubante e senza nessuna energia...”. O aplicado a las pruebas en il saggiatorie: “Tra noi per gentilezza si contenda, e considerar quanta sia l’energia delle vostre prove”. Similar a este uso es el que descubrimos al principio del Diálogo sobre los dos Máximos Sistemas del Mundo:

Este uso, más propio de los discursos forenses, cercano al significado de ‘persuasivo’ o ‘convincente’, gozó de un gran predicamento en la Antigüedad y representa una de las extensiones más interesantes del término, empleada entre historiadores y oradores.22

Pero no son pocos los lugares en los Discorsi de Galileo en que “energia” tiene sin más el sentido de fuerza, de ímpetu, en referencia a los efectos que puede tener un impacto, ya sea de caída libre o ya sea de otro tipo.23 No hay que olvidar que Galileo empezó estudios de medicina y filosofía, disciplina donde es muy probable que la energeia aristotélica estuviera al orden del día. En ningún caso la usó para designar la vis viva, que Galileo designaba “impeto” o “momento”.

Recapitulemos. Los primeros usos documentados de la palabra ‘energía’ en los idiomas modernos datan del siglo XVI. La palabra entra en uso inscrita, sobre todo, en el ámbito del discurso. Sin embargo, hemos visto cómo Galileo también echa mano de un sentido más físico, cercano al de ‘fuerza’ o ‘potencia’. Dicho uso es de carácter técnico, propio de la Filosofía Natural y paralelo al de la Teología (de la que por otro lado formaba parte).

Este empleo se fue extinguiendo hasta languidecer en la Ilustración, quedando asociado a las ciencias antiguas, pero no en medicina, donde gozó de buena salud. Este desuso en los ámbitos físico-químicos vino acompañado de un apogeo en los ámbitos sociales y espirituales. Volvería a entrar en la física gracias a Young, que lo recicló, aplicándolo a una magnitud precisa y medible, sustituyéndola por una de las traducciones que los romanos habían hecho de energeia, vis.

3.1 Energeia vs. enargeia

Si uno hace caso de las etimologías propuestas por la mayoría de diccionarios, no tendrá noticia de que pueda haber otra raíz de ‘energía’ que la aristotélica energeia. Pero siguiendo la pista de los usos retóricos, enseguida vemos que el término griego recuperado no es energeia, sino enargeia. En líneas generales, su significado es algo así como claridad, viveza (la raíz griega es arg-). Ciertamente, en los tratados de Retórica renacentistas se acostumbraba a usar energeia, pero hay alguno en los que aparece enargeia (Galyon, 1981; von Rosen, 2000). Más raros aún son los autores que trataron de distinguir ambos significados. En el Thesaurus de Bernardo antes citado hallamos la entrada “energía” con el sentido retórico que adquirió en la Antigüedad Clásica el término enargeia, y que en latín se tradujo por evidentia (Bernardo, 1599). Miguel de Salinas opta precisamente por la palabra “evidencia” para referirse a la técnica de hacer que “el que oye no sólo le parezca que lo oye, pero aún que lo vee y el que lo dize no sólo dezirlo o escrevirlo, mas pintarlo” (Salinas, 1999, p. 169). Esa es una de las acepciones de la enargeia clásica.

De esta manera, encontramos la palabra enargeia junto a energeia en muchos tratados sobre pintura o poética escritos en los siglos XV y XVI en los que se habla de ‘poner ante los ojos’, de la viveza de una pintura, de la fuerza de una poesía, la convicción de un discurso. Entre los autores que no se limitaron a leer a los antiguos, sino que confeccionaron nuevos tratados, se cuentan Philipp Melanchton, Pierre de la Rameé, Erasmo de Rotterdam, Jorge de Trebisonda o Juan Lluís Vives. Veamos cómo introduce la energeia este último en su De ratione dicendi, en la traducción castellana (originalmente en latín)24

Detectamos pues todos los lugares comunes que se vinieron repitiendo desde los tiempos de los escoliastas. En este fragmento vemos que aparece “energía”, con ‘e’ en lugar de ‘a’. Pero al consultar otra traducción al castellano del mismo libro, encontramos enargeia (Vives, 2000, p. 130). Atendiendo al aparato crítico de la edición nos enteramos de que, efectivamente, en la primera edición de 1533 aparece enargeia, y en la de 1536 −de Basilea− aparece energeia. Así que en vida de Vives todavía había vacilación sobre esa vocal en el ámbito de la Retórica.

Corominas, junto con la primera referencia documentada en castellano, de Lope, añade otra de Fray Hortensio Félix Paravicino, poeta y retórico del Siglo de Oro, siguiendo seguramente lo propuesto por el Diccionario de Autoridades. Nosotros no hemos podido consultar las referencias que da de Paravicino, pero sí hemos hallado otras del mismo autor: se trata de usos retóricos.25

La otra aparición ha sido objeto de disputa, justamente a causa de la vocal en que difieren “energía” y “enargía”. Don Bela, personaje de La Dorotea de Lope, pronuncia términos retóricos y tilda “energía” de neologismo (Lope, 1968, p. 133). Pero en la edición de Edwin S. Morby se advierte que según la edición original el personaje de la inculta Gerarda dice, al tratar de repetir la palabra, “enargía” en lugar de “energía”. Lo que ha sido objeto de polémica es si se trata de una errata o de una repetición defectuosa pero intencionada introducida por el autor. El mismo Morby se refiere a la confusión que había entre ambos vocablos en el ámbito de la Retórica por aquel entonces. Lope había hecho uso de “energía” en alguna de sus cartas, con acepciones claramente retóricas.26

De este modo, podemos especular que en esa época se estaba empezando a cristalizar la bífida ‘energía’. Estamos ante un proceso por el cual dos palabras que diferían solo en un fonema y tenían campos semánticos con varios puntos de contacto, superpuestos incluso, estuvieron condenadas a decidir cuál de las dos desaparecía y cuál sobrevivía. Y dicho proceso no fue exclusivo del español. Ginzburg se hace eco de una disputa acerca de los significados de ambos términos, así como de la propuesta de italianización de la energeia por parte del jesuita Agostino Mascardi, en tiempos de Galileo (Ginzburg, 2010, p. 50, nota 70). También hubo errores en este sentido en copias manuscritas de la obra de Polibio, e incluso en la misma Retórica de Aristóteles (Ginzburg, 2010, p. 22). Pero como hemos comentado más arriba, ya en la Antigüedad los eruditos no se ponían de acuerdo en la lectura y codificación de algunos textos, y disputaban si tenían energeia o enargeia (Galyon, 1981, p. 30). Por su parte, Albert Blaise, autor del diccionario latín-francés de autores cristianos pone, como segunda acepción de “energia”, “enargia”. De manera que no nos queda otra que reconocer que el proceso de fusión fue tan exitoso como largo y penoso. Y el resultado no equitativo: con el paso de los años y, especialmente, tras el auge de la ‘energía’ en el XVIII, la enargeia se apagó y apenas quedaron restos de su antigua presencia27


4. COMENTARIOS FINALES

Según hemos visto, la significación de ‘energía’ dentro de la Física moderna fue obra de W. Thomson y Rankine, y de ninguna manera de Young, cuya intervención en esta historia fue magnificada por los auténticos responsables del préstamo lingüístico. El uso de Young remite más bien al antiguo sentido de “energy” en el marco de la Filosofía Natural y que, precisamente, enlaza con una de las traducciones latinas de la energeia aristotélica: vis. quedan todavía unas décadas para que empiece a cristalizar tanto el principio de conservación como la ‘energía’ en su concepto clave y magnitud medible en los intercambios mutuos entre las fuerzas de la naturaleza.

Pero cuando los científicos británicos diseminaron la palabra “energy” a través de sus libros y artículos de Física y la convirtieron en una magnitud fundamental, esta no solo era una palabra ya en uso, sino que recientemente había incorporado un componente espiritual a sus sentidos más antiguos. Así, al considerar el éxito divulgativo del término, es imprescindible tener en cuenta que este ya estaba en circulación. A finales del siglo XVIII, en la fase final de la Ilustración, ‘energía’ había cobrado una importancia creciente, especialmente en francés, y la “inflación” semántica que sufrió (Abraham, 2010) rápidamente se transmitió a las lenguas vecinas. El campo de aplicación de ‘energía’ se ensanchó y fue entonces cuando adquirió la polisemia y polivalencia de que hablábamos a la entrada de este artículo, lo anterior le permitió, en la segunda mitad del siglo XIX, ser reivindicada tanto por ateos materialistas, por científicos cristianos, como por teósofos de todo pelaje, pues el éxito y la vulgarización de la ciencia y el principio de conservación vino acompañado por la elección de una palabra ya popular, y con otras connotaciones que las estrictamente físicas, pero en absoluto incompatibles. De este modo, queda claro que hablar, hoy en día, de una actitud enérgica, de una persona enérgica, etc. no es el resultado de un trasvase de terminología científica a, digamos, un ámbito personal más o menos cotidiano. El orden parece haber sido el inverso. Se habló antes de ‘discursos enérgicos’ que de la ‘energía de un combustible’.

Al asomarnos a la parte final del Renacimiento, hemos comprobado que mucho antes de eso ‘energía’ ya se usaba para aludir a ciertas características del habla y los discursos. Esa es la herencia de una raíz frecuentemente olvidada: enargeia. La práctica totalidad de las enciclopedias y diccionarios consultados yerran al remitir el origen de la palabra exclusivamente al neologismo aristotélico energeia, descuidando completamente su raíz retórica. La cercanía semántica y fonética de ambas condujo a aglutinar sus significados y fundirse en una sola palabra. Fue a lo largo del siglo XVIII cuando la balanza de las acepciones se decantó hacia el origen metafísico, reduciendo las reminiscencias retóricas a aparentes usos figurativos en la fuerza de expresión.


1Podemos comprobarlo prácticamente a diario en la prensa. Solo por poner un ejemplo, véase El País, 3 de enero de 2012. Ahí vemos cómo tres apariciones aluden a la ‘energía’ de la Física moderna: discrepancias en torno a residuos nucleares y pruebas de armamento en Oriente Próximo; pero también hallamos la palabra en un reportaje sobre un político americano al que una victoria le dio “la fe y la energía” para impedir que ganara su contrincante; otro periodista escribe sobre los cuadros de una exposición, en la que “no sólo hay retratos”, sino “paisajes, bodegones, escenas deportivas llenas de energía”; la artista entrevistada confiesa haber concebido su obra siempre de una forma “emotiva y energética”.

2Véase, más abajo, la sección 4.

3En un futuro trabajo nos ocuparemos de los que serían los dos hitos restantes de la historia de la palabra: la Antigüedad Greco-latina, de donde datan las primeras apariciones tanto de la energeia como de la enargeia; y la Patrística y Edad Media, que arranca en los usos teológicos que algunos filósofos hicieron de la energeia aristotélica, y continúa con la adopción de ambos términos por los padres de la Iglesia.

4Esta obligada simplificación deja fuera algunas contribuciones venidas de Francia; por ejemplo, la memoria de 1824 de Sadi Carnot sobre las máquinas de fuego, o también los escritos de Marc Seguin o Gustave-Adolphe Hirn. Véase (Kuhn, 1983).

5Leído en la Philosophical Society de Glasgow el 5 de enero de 1853. Publicado en los Proceedings de esa Sociedad en el vol. III, núm. V. En (Rankine, 1881, p. 203).

6Leído en la Philosophical Society de Glasgow el 2 de mayo de 1855. Publicado en los Proceedings de esa Sociedad en el vol. III, núm. VI. En (Rankine, 1881, p. 217). Los énfasis son siempre del original.

7“On the phrase «Potential Energy», and on the definitions of physical quantities”. Leído en la Philosophical Society de Glasgow el 23 de enero de 1867. Publicado en los Proceedings en el vol. VI, núm. III. (Rankine, 1881, p. 229).

8Para una visión general de la medicina del XVIII, véase (Laín, 1990). En “El discurs de l’energia. L’herència e Thomas Young”, hemos tratado esta episodio con más detalle. En: Actes d’Història de la Ciència i de la Tècnica. Por publicar.

9Smith vincula la nueva física con el trasfondo religioso de muchos de sus protagonistas, así como con su relación con la llamada Teología Natural.

10De los años 1870’s data la que es seguramente la primera crisis energética, en la que se discutió un cambio de combustible: de carbón a electricidad; y de 1865 la primera predicción de una crisis energética. Véase (Cardwell, 1989).

11 Los datos bibliográficos de los diccionarios y enciclopedias citados pueden encontrarse al final del artículo, en el apartado de Referencias.

12 En este sentido parece que lo interpreta Delon, quien atribuye a la crisis del pensamiento escolástico del s. XVII el hecho de que ‘energía’ quedara convertida en arcaísmo. Véase (Delon, 1988, pp. 44 y ss.).

13Según Fabre, el comentario de D’Alembert es sin más equivocado, dado el uso frecuente que de este término hacía, por ejemplo, su contemporáneo Diderot. Véase (Fabre, 1980, pp. XVI y ss.).

14Véase, por ejemplo, Trésor de la langue Françoise.

15Seguramente se trata del uso que hizo Nikolaus Zinsendorf de esta “palabra extranjera”. Véase (Schirra, 1991). El Etymologisches Wörterbuch confirma esta primera aparición.

16Ese uso se atribuye a Herder; véase también el Etymologisches Wörterbuch.

17Citado en el Diccionari Català-Valencià-Balear.

18La referencia más antigua está citada en el Trésor de la langue Françoise. Literalmente reza: “puissance d’action, efficacité, pouvoir” (Jard. De santé, I., 446). No hemos logrado constatarla.

19La tesis que proponemos es que este proceso −que ejemplificaremos a continuación con obras de Galileo y las primeras apariciones en castellano− es extensible, en líneas generales, a los idiomas de Europa Occidental. Además de lo dicho al respecto, al principio de esta sección y en la anterior, puede comprobarse cómo desde el principio ‘energía’ tiene atribuciones en el campo de la expresión oral y de la Retórica, por ejemplo, en el OED para “energy”, o también en el Le Grand Robert para “énergie” (por cierto, que en el Trésor se atribuye un uso retórico del siglo XVII a un sentido figurado). Para el caso del inglés, véase (Galyon, 1981).

20Hemos consultado la edición digital de las Opere Complete de Galileo, en el Museo Galileo del Istituto e Museo di Storia della Scienza: http://pinakes.imss.fi.it:8080/pinakestext/home.jsf.

21En realidad se trata de un autor desconocido que inicialmente se había identificado con Dionisio el Aeropagita, y que actualmente se conoce como pseudo-Dionisio. Este autor publicó en Atenas, alrededor del año 500, unos escritos en los que recuperaba las tesis de los padres de la iglesia de Oriente. Pueden consultarse las apariciones de la palabra en el Corpus Dionysiacum en (Pseudo-Dyonisius, 1991).

22Véase a este respecto el artículo de Carlo Ginzburg “Descripción y cita”, en (Ginzburg, 2010, pp. 19-54).

23Por ejemplo, en la Jornada tercera (Del Movimiento Acelerado), y la Jornada cuarta (Problema I, proposición IV; proposición XIV).

24De ratione dicendi, III, 2. En (Vives, 1998, p. 223).

25A Nuestro Reverendísimo Padre, el maestro Fray Luis de Aliaga y A la Reina Nuestra Señora Doña Isabel de Borbón. Hemos consultado la Biblioteca Virtual Cervantes, edición digital de las Oraciones evangélicas y panegíricos funerales a partir de la edición de Madrid, por María Quiñones, 1641.

26Carta al Duque de Sessa, ¿julio de 1610? y carta al Duque de Sessa, ¿28-30? de agosto de 1617. (Lope, 1989, pp. 24 y 336).

27Para ver más de cerca la fuente de este embrollo habrá que ir a buscar el origen de esos términos en la Antigüedad. Ello nos descubrirá el origen doble de ‘energía’, que como hemos visto muestra todavía en el italiano de Galileo su aplicabilidad tanto a los argumentos y demostraciones matemáticas como a la naturaleza misma. Véase (Chen, 1956; Meijering, 1987; Webb, 1997).


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