Editorial


Investigar en los tiempos de la cólera

El conflicto social armado en Colombia ajusta ya más de 40 años. Se ha reconocido, aunque es difícil de evaluarlo sistemáticamente, que su existencia además del obvio, y profundo impacto sobre las vidas y el bienestar de millones de personas, ha tenido también graves consecuencias sobre el desarrollo económico de la nación. De hecho, con frecuencia se resalta que el conflicto es una explicación al rezago económico de amplías zonas rurales, ya que imposibilita el crecimiento del comercio y la industria, al tiempo que reduce la inversión externa. Además, se sabe que la violencia afecta de modos diversos el capital social cognitivo y estructural, y con ello la eficacia colectiva, teniendo graves consecuencias para la relación del Estado con las comunidades, así como socialmente al interior de estas últimas.

Sin embargo, mucho menos se ha discutido el potencial impacto sobre el desarrollo científico y cultural que tendría el conflicto en Colombia. Podemos tal vez con diversas fuentes, obtener algunas pistas, aunque no se haya realizado aún una verdadera evaluación sistemática y no haya quizás un buen punto de comparación, por el hecho mismo de la larga duración del conflicto, como también porque prácticamente todo el territorio nacional, ha estado afectado por el conflicto.

Sabemos por ejemplo, que la violencia rural ha limitado la exploración de la fauna y flora, y así el descubrimiento de nuevas especies, y que en algunas zonas el conflicto ha restringido el desarrollo de tecnologías para la explotación de recursos naturales. Muchos más ejemplos podrían pensarse. Pero en términos generales, podríamos arriesgarnos a decir, que en las zonas más violentas, suelen hacer agendas políticas donde lo científico y lo cultural, está profundamente desplazado de las prioridades. Aunque por otro lado, habría que considerar que las zonas violentas, son por causa y consecuencia, también las zonas de mayor rezago socioeconómico, de manera que separar el efecto de la violencia, no es algo sencillo.

En el área de la investigación en salud, tampoco hay una sistematización de los efectos del conflicto, pero es reconocido por los investigadores, que es una limitación para la realización de trabajos de campo, la obtención de financiamiento, la articulación de redes de investigadores y en general la factibilidad de los proyectos de investigación. Generando todo lo anterior, un efecto perverso al excluir estas regiones, ya que coincide, como ya mencionamos, que las zonas más violentas, tendrían a su vez, las mayores necesidades de esa investigación operativa enfocada a las necesidades básicas insatisfechas que Colciencias se ha dado a la tarea de promover.

Habría que comenzar por separar tres categorías distintas: i) Investigación del conflicto, ii ) Investigación en el conflicto. iii) Investigación para el conflicto. Y sí somos optimistas, con el actual e intrincado proceso de paz, tendríamos que hablar de una cuarta: la investigación para el posconflicto.

De la primera hay una fuerte tradición en el país, la llamada "violentología" tuvo y tiene notables representantes de las ciencias sociales, también en salud pública, donde la violencia es considerada un problema muy relevante; el primero del país. Sólo diré que es probable que en el futuro, haga falta más "pazologos" especialistas en la transición a la reconciliación nacional. En todo caso, este tipo de investigación seguirá siendo relevante, y es sin duda, de los amargos, pero valiosos frutos académicos que nos dejará la guerra.

La tarea entonces estaría en las últimas tres. La segunda, la investigación en el conflicto, se preocuparía por los retos para los proyectos de investigación en el marco de conflictos armados, de manera que la experiencia en Colombia pudiera ser referente para otros países con conflictos de largo plazo, en donde existe la necesidad de no excluir a las zonas más violentas de la investigación. Para esto se deben realizar adaptaciones a los diseños de estudio y trabajos de campo, para cumplir los objetivos sin arriesgar a los investigadores ni a las comunidades de estudio.

La tercera, la investigación para el conflicto, surgiría de la necesidad de evaluar estrategias de intervención y tecnologías, en el marco de conflictos armados. La mayor parte de la evidencia de la efectividad de programas proviene de contextos sin conflictos, y es probable que las condiciones de violencia, sean factores que modifiquen el éxito de los programas, de manera, que hacer "experimentos naturales", estudios de efectividad y documentación de experiencias, de políticas y programas, en conflicto, podría servir también de modelo para experiencias internacionales en contextos similares, pero incluso para adaptar las intervenciones al país, en las zonas más afectadas por la violencia.

Por último, todos anhelamos el día, en que las anteriores sean necesarias, y que una investigación para (o en) el posconflicto, nos permita pensar en la investigación salud pública, en un contexto de reconciliación nacional, que no será fácil, donde los sistemas sociales vibrarán, y donde la salud pública tendrá que reubicarse. Sería otro país, y el discurso académico, las preocupaciones de la investigación, y los retos que tendríamos todos, ya no serían los mismos.

Pero ya veremos, cuantos décadas más durará la cólera que se desató en los años cincuenta.

Julian A. Fernández Niño
Centro de Información para Decisiones en Salud Pública,
Instituto Nacional de Salud Pública.
Cuernavaca, México