Editorial
Delimitando el debate con las pseudociencias en medicina
Delimiting
debate: pseudoscience in medicine
Julián Alfredo
Fernández-Niño.1
1 Co-editor,
Universidad Industrial de Santander.Salud, Colombia.
El cuestionamiento
científico a las denominadas “medicinas alternativas” no se circunscribe
solamente al espacio, y al reconocimiento social de estas prácticas, en
confrontación con los discursos o modelos “dominantes” de la biomedicina1.
Ciertamente, existen pugnas por el poder, el estatus social y la participación
en las decisiones políticas, entre aquellos discursos y gremios que la sociedad
moderna legítima como científicos, frente a aquellos que no. Asimismo, existe
una demanda creciente e inagotable de necesidades humanas de atención en salud,
que van más allá de la curación, y que constituyen grandes mercados, por los
que la medicina científica y las prácticas alternativas compiten2.
De tal modo, que el reconocimiento legal, la regulación de la práctica y los
intereses económicos implícitos, necesariamente hacen parte de este conflicto.
Sin embargo, la naturaleza del debate no es solamente económica ni política,
sino que es eminentemente un problema epistemológico, es decir, que se trata en
últimas de una disputa por lo que es “verdadero”, y principalmente sobre el
modo en que aceptamos que algo lo es3. La controversia de fondo con
las prácticas “terapéuticas alternativas” realmente está motivada más
ampliamente, como una critica a aquellas de estas que podrían ser catalogadas
como pseudocientíficas. Aunque el concepto de pseudociencia y su diferenciación
de ciencia, es compleja y no tiene consenso4, es claro al menos que
la naturaleza del conocimiento científico comparte unos principios tales como
la verificabilidad y la “falsabilidad” que las pseudociencias no tienen, y que
en muchos casos, ni siquiera pretenden alcanzar4. Es necesario
advertir además, que no todas las “medicinas alternativas” son pseudociencias,
y que algunas de estas prácticas, han hecho el esfuerzo honesto de involucrar
el método científico a su campo de conocimiento, particularmente la evaluación
empírica y rigurosa, con resultados favorables para sus postulados en algunos
casos2.
Para la ciencia moderna,
como ya se mencionó, aquello que damos cómo más cercano a lo “verdadero”,
corresponde a lo que es “falsable” y reproducible, lo que a su vez debe ser
derivado de observaciones empíricas lo más objetivas posibles, en las que las
fuentes de error aleatorio y sistemático (“sesgo” en epidemiología), han sido
controladas al máximo. Esto obedece en últimas a la puesta en práctica del
“ethos” científico, sintetizado por Robert Merton en cuatro principios: 1)
Universalismo 2) Cosmopolitanismo, 3) Desinterés y -el que quizás delimita más
la ciencia de otras formas de conocimiento-:
4) Escepticismo organizado5. Con frecuencia, las prácticas
alternativas, con diversos variantes más o menos complejas del discurso,
argumentan que no se les puede demandar este tipo de evidencias, pues sus
paradigmas son distintos, y sus modelos explicativos no se pueden evaluar desde
el modelo biomédico. Al respecto, en primer lugar, habría que explicar que lo
que se les demanda, no es ningún modelo biomédico específico, sino el método
científico, y ciertos principios generales que permitirían que sus teorías sean
adecuadamente evaluadas. De hecho, cómo
lo señala Popper, una “teoría” que no se puede evaluar o falsear, ya es débil
por eso mismo, y no puede ser considerada como científica6. Este
contraste con la realidad, permite que el conocimiento científico tenga una
naturaleza auto-revisionista, y que permanentemente se esté reconsiderando lo
que damos por cierto, sin dar espacio a doctrinas o cuerpos inamovibles de
postulados6, como si sucede en las pseudociencias.
Podemos
permitirnos reflexionar por un momento en la cuestión de si otros sistemas
explicativos sobre la realidad natural pueden atreverse a proponer que sus
postulados no pueden, ni deben, ser evaluados por el paradigma
empírico-positivista. Aunque mi impresión personal es que esta es a menudo una
salvaguarda cómoda para que estos sistemas explicativos no sean expuestos a la
evaluación empírica, y al escrutinio reproducible de su correspondencia
modelo-realidad. La pregunta más concreta sería: ¿Es posible pensar que un
sistema explicativo pueda ser válido científicamente sin que sea evaluado
empíricamente o por lo menos sea
“falsable”?1. En mi opinión, la respuesta es que no, especialmente
si ese sistema intenta dar postulados generalizables sobre la realidad natural,
como es el caso de explicar porque ocurre una enfermedad (sus causas), o cómo
esta se cura (la terapéutica), como pretenden hacer muchos modelos
alternativos. Ciertamente, podría aceptar que habría que ajustar las
estrategias de determinación causal, para incorporar mejor la variabilidad
intraindividual, y para medir los desenlaces (subjetivos, psicológicos y
sociales) que podrían ser de mayor importancia para estas prácticas; pero
hechas estas consideraciones -que no son menores-, sin duda considero que es
posible, evaluar empíricamente a cualquier tipo de sistema explicativo del
proceso de salud-enfermedad-curación.
Las
voces contra el positivismo, podría argumentar la complejidad de la realidad, y
la imposibilidad de determinar las estructuras de todos los fenómenos. Sin entrar
en ese debate filosófico, sólo diré que como lo ha reconocido el
“indeterminismo parcial”, existen limitaciones de la ciencia, pero que estas
son eso solamente: evidencia de sus limitaciones, no son de ningún modo
evidencia alguna a favor de otros sistemas explicativos. Es decir que si hay
algo que la ciencia no pueda explicar (a menudo temporalmente), no quiere decir
que las pseudociencias lo puedan explicar mejor. También podría discutirse si
otros sistemas explicativos de la realidad, requieren siempre de evaluación
empírica, cuando la validez científica ya no es una preocupación. Si nos vamos
a un extremo, la poesía es un modo de conocer y construir una narrativa de la
realidad, y pocos se atreverían a demandarle a los poetas evidencia de sus “afirmaciones”.
El punto es que la poesía no es una pseudociencia, porque primero no pretende
ser una ciencia, y segundo, la realidad (realidad emocional) sobre la que
habla, aunque contenga mucho de “verdadero”, no genera postulados ni sistemas
explicativos unificados que pretendan abarcar el entendimiento de un fenómeno
de la realidad natural o social, y en ese sentido no necesitan ser
contrastados, o ser falsables. Estas otras fuentes de conocimiento no
científico hacen parte de la inmensidad del ingenio humano y son valiosas, pero
en contraste, el problema con las pseudociencias es que si pretenden ocupar el
lugar de las ciencias en la propuesta de explicaciones sobre la realidad
natural, y acá hay que decirlo, la enfermedad, incluida la enfermedad mental, aunque
es un proceso social también, sigue siendo un fenómeno biológico, inescindible
de la fisiología. En el caso de las medicinas alternativas estas sí se
encuentran en el mismo marco de trabajo de la medicina científica, compitiendo
como sistemas explicativos y como opciones terapéuticas, por lo cuál deberían
confrontar la misma falsabilidad.
Muchas prácticas
alternativas proponen sistemas explicativos que se refieren explícitamente a
objetos y procesos del mundo natural (como la enfermedad o la curación), las
cuáles si bien incorporan la variabilidad intraindividual, son modelos
explicativos bien delimitados que pretenden explicar estructuradamente un
fenómeno desde un conjunto de elementos, relaciones y procesos; y ya por esto
al ser competitivos epistemológicamente con la medicina científica, merecen un
escrutinio científico. Un buen ejemplo, son las diluciones múltiples de la
homeopatía, cuyos principios no sólo contradicen la química moderna, sino la
lógica misma, sin mencionar que la mayor parte de los estudios sugieren que no
hay evidencia clara de un efecto terapéutico real7. Ciertamente,
como ya mencioné, existen algunas prácticas no convencionales, que han mostrado
evidencia, un bonito ejemplo son los ensayos clínicos del yoga para tratar
síntomas depresivos8, los cuáles además si tienen cierta
plausibilidad biológica. En este caso, estas intervenciones que si demuestren
evidencia sólida deberían ser incorporados al cuerpo de la práctica médica, e
incluso habría que pensar si se le siguen llamando “alternativas”, o quizás el
término “complementario” sea más apropiado. Por último, la falta de evidencia
empírica hay que mencionarlo, no es un problema solamente de las prácticas
alternativas, es probable que debamos aceptar que muchas prácticas médicas históricamente
han sido, y algunas siguen siendo, pseudocientíficas, pero al menos en la
medicina, existe la decisión (no sin ciertas resistencias) de evaluar todas sus
intervenciones empíricamente, esfuerzo que se ha incrementado con la expansión
de la Medicina Basada en Evidencia.
También debemos
preguntarnos honestamente a que se debe el éxito social de las prácticas
alternativas. Ciertamente, existen unas tendencias favorecidas por el mercado,
que han sobrevalorado lo “alternativo” (también lo “tradicional”) como una
fuente de respuesta no sólo a la enfermedad, sino a las búsquedas personales de
significado y trascendencia, donde se generan con un marcado sincretismo,
bienes de consumo, y servicios, de alta demanda y rentabilidad. Pero por otro
lado, las personas enfermas, tienen unas necesidades psicológicas y sociales, a
las que al parecer la medicina occidental, no ha sabido responder del todo. El
énfasis en el tratamiento de la enfermedad, y no del enfermo, la preocupación
por curar la “enfermedad”; y no por acompañar el “padecimiento”, pueden
explicar en parte las búsquedas de las personas de otras alternativas distintas
a la medicina científica, que respondan mejor a esas necesidades
individuales.
Esta es una reflexión que
deberíamos hacer nosotros desde la ciencia, porque finalmente la ciencia médica
no sintetiza a la medicina como práctica social, ya que su verdadera
naturaleza, es -o debería ser- el acompañamiento en el dolor y la muerte. Tener
una perspectiva científica, no debería alejarnos de una dimensión humanista; y
deberíamos ser más críticos con nuestra propia práctica, que lo que podemos ser
con los sistemas competitivos.
REFERENCIAS
1. Wade DT, Halligan PW.
Do biomedical models of illness make for good healthcare systems? BMJ. 2004; 329(7479):
1398-1401.
2. Debas HT, Laxminarayan
R, Straus SE. Complementary and Alternative Medicine. In: Jamison DT, Breman
JG, Measham AR, et al., editors. Disease Control Priorities in Developing
Countries. 2nd edition. Washington (DC): The International Bank for
Reconstruction and Development / The World Bank; 2006. Chapter 69. Co-published
by Oxford University Press, New York.
3. Kovic M. Evidence-based
medicine vs. complementary and alternative medicine: It’s about epistemology
(not about evidence). Swiss Skeptics Discuss Paper Series. 2016; 1(2): 1-27.
4. Pigliucci M, Boudry M.
Philosophy Of Pseudoscience : Reconsidering the Demarcation Problem. Chicago:
The University of Chicago Press, 2013.
5. Merton RK. Science and
technology in a democratic order. J Legal Pol Soc. 1942; 1: 115-126.
6. Popper K. La Lógica de
la Investigación Científica. Tecnos; 1980.
7. Ernst E. A systematic review
of systematic reviews of homeopathy. Br J Clin Pharmacol. 2002; 54(6): 577-582.
8.
Prathikanti S, Rivera R, Cochran A, Tungol JG, Fayazmanesh N, Weinmann E.
Treating major depression with yoga: A prospective, randomized, controlled
pilot trial. PLoS One. 2017; 12(3): e0173869. DOI: 10.1371/
journal.pone.0173869.
Popper
ha señalado también que algunas teorías científicas no son verificables(como
las del teorías del origen del universo, que estrictamente no se pueden
verificar, pero si falsear, y confrontar
con la evidencia disponible que hace algunas más o menos coherentes,
lógicas y plausibles, comparadas con otras). Por esta razón, le da más peso al
principio de “falsabilidad”, en contraste con los positivistas clásicos de
Viena.