Editorial
The importance
of mental health care in a disaster situation Experience of the psychological emergency support brigades from universities after the earthquake
of September 19 of 2017 in Mexico
Bruma Palacios Hernández
María de la Cruz Bernarda
Téllez Alanis
Centro de Investigación Transdisciplinar en Psicología. Universidad Autónoma del
Estado de Morelos. Cuernavaca, Morelos. México. bruma.palacios@uaem.mx
Un terremoto de 7.1 grados
en la escala de Richter, con epicentro en Axochiapan,
Morelos ubicado en el centro de México, ocurrido el 19 de septiembre del 2017,
generó hasta el día 30 del mismo mes, 360 muertes y decenas de miles de
damnificados en la Ciudad de México, los estados de Morelos, Puebla, Estado de
México, Guerrero y Oaxaca. El desastre natural ocurrió exactamente 32 años
después del sismo de 1985 que devastó la Ciudad de México, sólo unas horas
después de que millones de mexicanos realizaron simulacros de evacuación
instaurados desde 1985 para recordarle a la población que vivimos en una zona
sísmica. Este hecho, quizás, fue uno de los factores esenciales para promover
una mayor capacidad de respuesta de la población y reducir la mortalidad. Como
sucedió en 1985, la reacción inmediata de la sociedad civil para brindar apoyo
solidario y espontáneo a los damnificados se manifestó. Las dimensiones del
desastre ocasionaron que la capacidad de respuesta de auxilio de las
autoridades gubernamentales quedará
sobrepasada. El apoyo organizado desde diferentes disciplinas no se hizo
esperar y se observó la oportunidad de brindar apoyo psicológico de emergencia.
El desastre natural
ocurrió en un momento social y político de alta tensión e inestabilidad entre
los mexicanos. Un país inmerso en una ola de violencia multidimensional, falta
de credibilidad en las instituciones, en particular en las gubernamentales,
grandes brechas sociales y un tejido social fragmentado por el alto nivel de
pobreza (43.6% de la población mexicana de acuerdo a los índices de 2016 del
Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social), violencia
y corrupción que se experimenta cotidianamente. Ante este escenario, se sabía
que los damnificados no se encontraban en las condiciones óptimas para
responder de forma sólida y saludable ante un desastre de semejantes
dimensiones y la realidad de una condición previa de fragilidad cognitiva y
emocional producto de la situación social.
Se sospechaba, como en muchas otras poblaciones vulnerables, que el
desastre natural iba a potenciar el desastre social ya percibido, incrementado
el riesgo de desajuste individual y colectivo. Sin embargo, la respuesta
ciudadana organizada construyó desde las primeras horas una gran oportunidad.
De forma inmediata la ciudadanía inició y potenció, con el uso de las
tecnologías de la información y comunicación, acciones de organización informal
con el objetivo de contener el daño y atender las necesidades más apremiantes
de los damnificados. Se percibió una certeza colectiva de que las instancias
gubernamentales no reaccionarían a tiempo, de forma suficiente y efectiva y
asimismo, que la respuesta sería poco fiable por la altamente devaluada
percepción que se tiene de ellas. ¿Por qué la ciudadanía se volcó a las calles
a ayudar en vez de resguardarse y esperar que las instancias capacitadas para
ello, se hicieran cargo? La respuesta es sencilla y compleja a su vez: la
ciudadanía sabía que los mexicanos damnificados sólo contarían con el apoyo
solidario de los otros ciudadanos para recuperarse.
En este panorama,
surgieron horas después del desastre, reacciones organizadas del sector civil.
Una de las respuestas más inmediatas, en el estado de Morelos, se observó por
parte de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, una comunidad
universitaria de 46 mil estudiantes, docentes y administrativos que provienen
en su mayoría, de los 33 municipios que integran el Estado de Morelos, uno de
los más afectados por ubicarse el epicentro en esta región sin precedentes de
un sismo de esta magnitud y sin planes específicos de atención a estas
contingencias.
Entre los universitarios,
hubo miles de damnificados también. Una salida para rebasar el miedo y el
estado de shock, fue transformarlos en acción organizada, guiada por una clara
orientación comunitaria de los universitarios. Se tuvo claridad de que no se
sometería a una segunda victimización a los damnificados al mostrarles
indiferencia y, el apoyo al otro, se convirtió en una estrategia de reparación
emocional propia en cada uno de los voluntarios. Se llevaron a cabo convocatorias
de cada uno de los sectores profesionales universitarios, entre los cuales
brindaron servicios como la revisión arquitectónica para evaluación de riesgos
en la infraestuctura de las comunidades, producción
de mapas de necesidades en las zonas afectadas para orientar la repartición de
víveres y material de auxilios médicos y de construcción, infografías
especializadas del estado de las comunidades, además de grupos de emergencias
con rescatistas, médicos, enfermeras, expertos en salud ambiental y psicólogos,
entre otros. Una de ellas ha sido, la
experiencia que se relata, de una comunidad de Psicólogos coordinados desde el
Centro de Investigación Transdisciplinar en
Psicología. Se convocó a docentes, estudiantes, egresados y a la sociedad civil,
interesados en brindar apoyo psicológico
de emergencia (APE). La respuesta rebasó todas
las expectativas. En siete días, se capacitaron a 400 voluntarios
(profesionales y estudiantes de psicología, profesionales y estudiantes de
otras disciplinas y miembros de la sociedad civil); se integraron 16 brigadas
de apoyo que han asistido a las comunidades más afectadas y han generado
acciones de mapeo de necesidades, así como capacitación in situ a personal de salud de las propias localidades afectadas.
Se partió del hecho de que el APE es una intervención
que puede ser brindada por cualquier tipo de persona, no exclusivo a
profesionales de la salud mental de acuerdo a los estipulado como primera ayuda psicológica por la
Organización Mundial de la Salud (OMS, et al. 2012) y que cualquier ciudadano
era capaz de llevar a cabo una intervención en crisis. Una estrategia crucial
para alcanzar una inmersión inmediata en las comunidades y localización de la
población más afectada, fue organizar las brigadas con voluntarios provenientes
de las zonas afectadas y/o que tuvieran un contacto con un habitante de la
zona. Esto fue facilitado por las características de la convocatoria, al
responder universitarios y sociedad civil originarios de las zonas afectadas,
que mostraban un particular interés por apoyar a sus comunidades y que
permitieron priorizar las zonas que requerían apoyo inmediato.
El objetivo de la
intervención psicológica de emergencia se centró en tres aspectos: atender el
malestar emocional resultado por la experiencia traumática, restablecer los
recursos individuales cognitivos y emocionales ante la crisis (reconocimiento
de la situación, del riesgo presente, toma de decisiones de autocuidado y
seguridad personal y familiar) y la prevención del desarrollo de conductas
psicopatológicas que debilitaran la salud de los individuos y afectaran su
capacidad de respuesta posterior.
Según Esfera (2011) e IASC (2007) (Citados por OMS, et al. 2012), los primeros
auxilios psicológicos son parte de una respuesta humanitaria y de apoyo a otro
ser humano inmerso en sufrimiento. Se acordó generar un plan de acción durante
72 horas posterior al sismo. Para ello, las acciones de las brigadas, se
centraron en:
A) Brindar ayuda práctica y voluntaria (traslado y entrega de
víveres, medicamentos y ropa).
B) Organización de grupos de damnificados diseminados (niños y
adultos mayores).
C) Escuchar a las personas sin presionarlas, proveer una
sensación de calma y seguridad sin negar la realidad.
D) Proveerles información sobre albergues y centros de atención
y conectarlos con otros grupos formales e informales de apoyo a sus necesidades
básicas.
E) Apoyar la evaluación de la situación de riesgo y tomar
decisiones que garantizaran su seguridad, en particular de aquellas familias
que no deseaban abandonar sus casas que se encontraban en alto riesgo de
desplomarse o de desprotección por las condiciones ambientales.
Durante las primeras 72
horas, los escenarios de intervención psicológica fueron primordialmente las
calles, plazas públicas, casas de los damnificados y albergues. La actividad de
las brigadas fue de tiempo completo posibilitada a su vez por la suspensión de
actividades universitarias, dado el severo daño causado en las instalaciones de
la universidad (134 de los 139 edificios universitarios ubicados en 18
municipios de Morelos, resultaron dañados). El caos y la falta de información
oficial, el retraso en la instauración de albergues seguros y la reticencia de
los damnificados por abandonar sus casas y pertenencias, debido a la presencia
de casos de rapiña frecuentemente reportados, y la presencia de lluvias,
riesgos de desbordamientos de ríos y presencia de ceniza volcánica por la
actividad intensificada de uno de los volcanes más activos de la zona central,
el Popocatépetl, requirió que el apoyo se brindara en condiciones aún más
adversas.
El trabajo de las brigadas
se mantuvo posterior a las 72 horas por necesidades claras de las comunidades y
el compromiso de los brigadistas. Entre los retos más destacados para la
intervención de las brigadas en las comunidades durante los primeros 10 días de
trabajo se encuentran: la escasa credibilidad del gobierno estatal y sus
dependencias, incrementada por la aparición de casos de desvío y retención de
donaciones de víveres y acopios del exterior a cargo de las autoridades para
usos con fines políticos, con presencia de los cuerpos policiacos; el alto
nivel de inseguridad en las comunidades por la presencia de grupos de
delincuencia organizada activos desde antes del desastre (robo de los acopios
traslados por las brigadas, presencia de grupos armados en las carreteras,
etc.); la falta de recursos para la labor de los brigadistas (transporte,
materiales de trabajo y de seguridad para los voluntarios, como ropa adecuada,
tapabocas, guantes y repelentes de mosquitos en zonas húmedas con presencia
frecuente de brotes de enfermedades transmitidas por vectores, etc.); zonas de
desastre con altos riesgos de salud ambiental (destrucción del drenaje, escasez
de sanitarios para los damnificados, manejo poco adecuado de residuos derivados
del sismo, condiciones poco higiénicas para la preparación de alimentos para
damnificados en albergues), y una elevada tensión en la relación entre la
universidad y el gobierno estatal derivada de un conflicto político de más de
cuatro años de duración, que dificulta la colaboración entre sectores.
Conforme avanzan los días,
las necesidades de apoyo psicológico se han diversificado y transformado; en
algunas comunidades no hay una clara identificación de la necesidad de apoyo
psicológico y en otras, la demanda es clara y organizada. El trabajo de las
brigadas ha demandado mucha flexibilidad y adaptabilidad a las condiciones
poblacionales, naturales, sociales y políticas de la zona. Al cumplir un mes
del sismo, se han generado acciones más específicas como lo son:
1. La atención psicológica diferenciada a grupos específicamente
vulnerables (niños, adolescentes, mujeres embarazadas y adultos mayores) que
han requerido la adecuación de estrategias y planes de acción más focalizados.
2. La contención emocional y apoyo en la toma de decisiones de
personal del sector educativo y otras instituciones que no se encuentran en
situación de damnificación total, para reincorporarse a sus actividades.
Prevalece el miedo a reincorporarse a labores en centros educativos, de salud e
industria por las condiciones de la infraestructura y la sensación de no estar
suficientemente preparados para apoyar a los estudiantes y a los trabajadores
que se mantienen en situación de estrés y miedo a re-experimentar otro
desastre, dado que el sismo ocurrió en un horario laboral y escolar.
3. Acciones de capacitación de personal de salud y escolar en
las comunidades para implementar primeros auxilios psicológicos y reactivación
de recursos psicosociales en sus propias poblaciones de forma autónoma y
ampliar el radio de apoyo comunitario.
4. Identificación de necesidades y derivación del apoyo psicológico
de la población a las instancias gubernamentales del sector salud para
tratamiento y seguimiento de salud mental en casos que ya presentan
sintomatología psicopatológica (principalmente estrés agudo, depresión,
ansiedad, ideación suicida, síntomas somáticos agudos, descompensación de
estados psicopatológicos previos al sismo, etc.).
5. Organizar grupos de apoyo psicológico dirigido a la
contención emocional y a la elaboración de la experiencia entre los brigadistas
que se encuentran proveyendo del apoyo psicológico de emergencia. Esto para
evitar el desarrollo del síndrome de fatiga por compasión, entendida ésta como
un tipo de estrés resultado de la relación de ayuda terapéutica, empatía y
compromiso emocional con las personas afectadas
que sufren(2). Esta acción resulta fundamental debido a que
los brigadistas son también población damnificada.
El plan de acción de las
brigadas de apoyo psicológico se ha ajustado de acuerdo a las evaluaciones de
los líderes de las brigadas y la coordinación del programa. Para ello, se
reportan las experiencias de los brigadistas, las condiciones de trabajo, las
demandas específicas de las comunidades visitadas, los riesgos de la actividad
y los recursos con los que se cuenta. La articulación y vinculación con otras
instancias de la propia universidad, de sectores de la sociedad civil
organizados, y de algunas instancias gubernamentales, ha permitido una mejor
implementación de las acciones. Acciones de sistematización de la experiencia y
de las necesidades observadas, han evidenciado la necesidad de la adaptación de
manuales de trabajo diseñados en otros contextos y actualmente se diseña un
manual de acción propio que permita la implementación inmediata de estas
acciones en otras comunidades y los sectores institucionales en donde las
brigadas no han sido capaces de atender con mayor profundidad.
Mientras redactamos esta
editorial, la contingencia y el estado de desastre permanecen. Las necesidades
y demandas se mantienen en transformación diaria lo cual requiere del ajuste
inmediato de las acciones y la evaluación de las posibilidades de apoyo a
futuro. Se tiene conciencia de que la intervención rebasará el terreno de lo
inmediato y que las condiciones de la población afectada, requerirán un apoyo a
mediano y largo plazo que aún es imposible de predecir. La magnitud de la
afectación en nuestras comunidades y en el país es aún incierto. Sin embargo
algo nos queda claro. En nuestro contexto mexicano, el apoyo psicológico se
mantenía como un servicio de lujo, una necesidad de poco nivel de prioridad,
dada la alta prevalencia de necesidades más básicas. El terremoto vino a
transformar esa percepción y a descubrir la escasez de psicólogos con plazas
formales de trabajo en las instituciones públicas de salud cuya tarea es atender
la contingencia. Esta experiencia ha evidenciado que el apoyo psicológico es
una necesidad de apoyo básico de emergencia, fundamental para intervenir no
sólo en el ámbito individual de salud, sino también en contextos sociales,
educativos e incluso políticos. Este es quizás un momento ideal para potenciar
el trabajo en el ámbito de la salud mental y el rol de los profesionales de la
psicología en situaciones de desastre en México, no sólo desde una perspectiva intradisciplinaria sino multi y transdisciplinaria.
Esta contingencia se ha
convertido también en una oportunidad inmensa para destacar la capacidad de
respuesta que las universidades públicas y autónomas a organismos
gubernamentales, han mostrado al colaborar en conjunto con la sociedad civil
organizada para atender estos desastres que han transitado rápidamente de lo
natural, a lo social. Actualmente se han planeado fases subsecuentes para
implementar apoyo psicológico, ahora en comunidades específicas, como centros
de trabajo y escuelas en todos los niveles educativos y diseñar intervenciones
grupales psicológicas que permitan atender con un mayor radio de acción, las
necesidades emocionales y cognitivas de la población afectada. El reto que se
vislumbra, además de la atención de las necesidades inmediatas de la población
damnificada, es la reconstrucción del tejido social, ese vulnerado por las
condiciones socioeconómicas y políticas de países como el nuestro. Sin embargo,
hemos reconocido un tejido social que se ha mostrado resiliente
y con recursos psicosociales extraordinarios para reconstruirse bajo otras
formas de organización que deriven en la construcción de un mayor estado de
bienestar poblacional que el presentado previo al terremoto. Y en ello, la
experiencia, nos muestra, que es innegable que la promoción y atención a la
salud mental será un factor estratégico para lograrlo.
Deseamos agradecer a los
cientos de voluntarios, universitarios y sociedad civil, a las autoridades
universitarias de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos y otras
universidades del país, así como a personal de instancias gubernamentales, que
han brindado el apoyo solidario indispensable para llevar a cabo estas
acciones.
1. Consejo
Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL).
Medición de la pobreza en México y en las entidades federativas 2016. Reporte
Técnico. 2017.
2. Joinson, C. Coping
with compassion fatigue. Nursing. 1992; 22(4), 116-122.
3. Organización Mundial de la Salud, War
Trauma Foundation y Visión Mundial Internacional.
Primera ayuda psicológica: Guía para trabajadores de campo. OMS: Ginebra. 2012.