Das
Kapital: el secreto de
la forma simple de valor
Das Kapital: the
secret of the simple form of value
Resumen
De
todo el corpus marxiano, el primer capítulo de Das Kapital, en el
cual se analiza la forma de valor, es, con mucho, el más
controvertido, mal interpretado, tergiversado, cuando no directamente obviado…
esto no sucede con ninguna otra obra de este autor. La causa de ello es que en
dicho capítulo se desvela lo que “se esconde” detrás de lo que damos por
supuesto (lo a priori) y, por tanto, cuestiona las bases que rigen
nuestra percepción de lo que llamamos “realidad”. El objetivo del presente
artículo es interpretar, para hacerlo más comprensible, el contenido de dicho
capítulo.
Palabras clave
Realidad, alienación, sociedad, dinero, valor.
Abstract
In what concerns the entire Marxian corpus, the first chapter of Das Kapital, in which the form of value is analyzed, is by far the most controversial, misinterpreted, distorted, if not directly overlooked... this does not occur with any other work of this author. The reason for this is that this chapter reveals what “lies” beyond what we take for granted (the a priori) and, therefore, questions the bases that govern our perception of what we call "reality". The goal of this article is to interpret the content of this chapter and to make it more understandable.
Keywords
Reality, alienation, society, money, value.
Das
Kapital: el secreto de
la forma simple de valor
1. Exordio
El objetivo del
presente trabajo es acceder a lo que podemos referirnos como al “centro
neurálgico” del pensamiento dialéctico de Marx en Das Kapital y
vincularlo al concepto de alienación del mismo autor. La obra de Marx ha sido
víctima de un tratamiento sui generis, que sería inaceptable para
cualquiera de los autores clásicos. Tal incongruencia intelectual respecto de
Marx afecta a todo el pensamiento occidental y, muy especialmente, al europeo,
que declaró el pensamiento de Marx como oficialmente muerto (i.e.
Bad Godesberg, 1959). Otra patología que afecta al estudio del pensamiento de
Marx es la no distinción entre lo que constituye propiamente el pensamiento de
este autor, y el indeterminado magma especulativo de que se compone el
“marxismo” (del cual, como es sabido, el mismo Marx dijo no formar parte).
Sin embargo,
aún peor sea, quizás, separar a Marx en distintos personajes en función de los
intereses del usuario: el Marx “joven” y el Marx “maduro”; el Marx
“feuerbachiano”, el Marx “hegeliano”, el Marx “economista”, el Marx
“sociólogo”, el Marx “filósofo”, el Marx “economista” o el Marx “metodólogo”.
Solo hay un Marx; un filósofo que no solo estudia la historia de la filosofía,
sino (como otrora hicieron las mentes preclaras de Platón o Aristóteles)
también estudia la entidad más compleja de la Naturaleza conocida: el ser
humano en su integridad, en el sentido más extenso del concepto.
El título del
presente trabajo no obedece a que se haya descubierto ningún secreto en el
texto de Marx, sino al hecho (que, lamentablemente, se suele eludir) de que él
expresa rotundamente que lo más importante y lo esencial de su
obra se halla contenido en este capítulo, cuya lectura y asimilación es
indispensable para la comprensión cabal de la obra. Es en este contexto donde
escribe que “el secreto de toda forma de valor se halla contenido en la
forma simple”.
2. A modo de introducción
El primer
capítulo de El Capital (original alemán: Das Kapital)
no es, contra lo que generalmente se cree, un texto intrínsecamente difícil. El
escrito está muy bien redactado y es de una claridad deslumbrante. La mayor
dificultad para su comprensión radica, principalmente, en la serie de
condicionamientos ideológicos que conlleva la alienación, o, dicho de otro
modo, el problema no está en la configuración del texto sino en la arquitectura
de nuestra mente. El texto exige del lector afrontar dos retos que requieren
modificar el comportamiento usual del cerebro común: la capacidad de
transcender las apariencias (o, como diría Hegel, transcender la “cosa para
nosotros” o lo que sería para Platón “salir de la caverna”) y la capacidad de
pensar de modo dialéctico (lo que nos aparece como la “realidad”, aunque para la
percepción sea algo estático —una “congelación” del tiempo; una abstracción del
mismo, necesaria para poder entender las cosas), lo que hay siempre es un
proceso que, además, en el momento en que entramos a formar parte de él ya esté
en marcha, y lo ha estado desde siempre— en el sentido ontológico
de dicho concepto.
Algunos
autores, tales como Louis Althusser (2010) recomiendan “saltarse” el primer
capítulo de Das Kapital por considerarlo “irrelevante” y
“hegeliano”. Nadie osaría recomendar la no lectura del primer capítulo de las
obras de los grandes filósofos. Athusser tampoco leyó la Introducción del
primer tomo, donde Marx insiste en que es indispensable la comprensión del
primer capítulo. Otro “truco” es recurrir a terceros (divulgaciones, vagas descripciones,
etc.); el efecto es el mismo que la propuesta de Althusser, es decir, el
soslayo.
El texto que
tratamos es lo más profundo que ha escrito Marx, y quizás en toda la historia
del pensamiento humano. La lectura y la comprensión de sus sabios parágrafos
tienen un exorcismo intelectual; nos liberan de todos los a priori (conceptos
ideológicos) que la alienación nos había imbuido, expulsan de nuestra mente
todos los estereotipos y prejuicios con los que funcionamos “por defecto”, y,
por ende, nuestra “alma” queda desnuda ante el “juego” al que “siempre ya
estábamos jugando”, un juego real cuyas reglas a priori rigen nuestra conducta
y nuestra vida, compeliéndonos a comportarnos como meros elementos de un
engranaje cuya existencia desconocemos. En otras palabras, la lectura y
comprensión del texto nos permite ver la escondida estructura del sistema (sus
elementos ocultos, tanto materiales como intelectuales, consuetudinarios o
idiosincráticos y las relaciones entre ellos). Por otro lado, la comprensión del
significado de los parágrafos de este texto “maldito” exige la renuncia de lo
que llamamos “yo”; por lo que nos hallamos ante una enorme dificultad
psicológica que, naturalmente, provoca rechazo, ya que el texto desafía lo más
íntimo que nos constituye como “identidades”.
Marx
consideraba ¡imprescindible! la asimilación del capítulo primero haciendo
hincapié en la parte que trata de la mercancía (esencialmente
el análisis de la forma simple del valor) como conditio
sine qua non para la comprensión cabal de la obra en su conjunto. Es
decir, para Marx, Das Kapital constituye un todo inseparable,
un edificio cuya puerta de entrada se halla en el primer capítulo. Esto se
manifiesta claramente en expresiones tales como “El misterio de toda forma de
valor está embutido en esta forma de valor simple. Por eso es su análisis el
que presenta la verdadera dificultad” (Marx, 1976, p.
56)[2],
en esta frase Marx nos advierte, tanto de la importancia del asunto que
tratamos, como de la dificultad (ideológica) para entenderlo, y frase que por
sí misma (y proviniendo del autor de la obra) es suficiente para invitar al
lector a dedicar todos los esfuerzos necesarios para comprender, con la
inestimable ayuda pedagógica de Marx, este misterio.
Un frívolo
observador de la sociedad puede cuestionar la importancia del análisis de la
mercancía cuando hay cosas que (desde su punto de vista) son más interesantes. A
dicho observador Marx le haría notar un hecho que describe en su obra: la
mercancía, en función análoga a la que cumple la célula en el
cuerpo humano, es la célula del sistema capitalista (y su
estructura[3] es muy compleja, como se verá en el desarrollo del presente escrito) y
porque únicamente conociendo el contenido de la forma
de mercancía del producto del trabajo (a través de la comprensión de
lo que Marx llama la dialéctica de la mercancía) podemos llegar a
conocer lo intrincado del ser del dinero[4] (qué hay detrás de unos papelitos que llevan un número) y, con ello,
cómo funciona (elementos y estructura) la forma de organización capitalista de
la sociedad o, brevemente: el sistema capitalista.
Paradójicamente,
el elemento más importante del sistema tiene características fantasmagóricas.
La mercancía, en realidad, materialmente, no existe: existen cosas para las
cuales existen posibles usuarios. Lo que hace que algo (y en la sociedad
capitalista prácticamente todo) aparezca bajo la forma de mercancía es nuestra
relación alienada con ese “algo”, y ese “algo” puede “residir” en cualquier
“cosa”.
El dinero no es
un inocente “medio de cambio” (concepto cuyo significado habrá que acotar); tal
como quedará demostrado en esta lectura de Das Kapital, se trata de
un elemento fundamental de la arquitectura ideológica[5] del sistema (vid. supra). Nuestro objeto de
estudio es un fenómeno que ha adquirido fijeza idiosincrásica[6] y
que, consuetudinariamente[7], se ha investido de una cualidad análoga a la del tabú (si alguien
planteara la abolición del dinero sería considerado un necio). El dinero es
“algo” que, sin embargo, posee (o porta) propiedades que se consideran
intrínsecamente sociales, y, además, es el mecanismo fundamental de la base
ideológica de la alienación[8] humana en la forma de organización social cuyos modos de producción y
distribución son capitalistas.
La única
diferencia entre esclavo y proletario es que el proletario y el trabajador
asalariado (proletario “en activo”) son considerados libres (cuando la única
libertad que tienen es la de “recargarse” para volver al trabajo un día tras
otro, para generar más y más plusvalor). Ni las sociedades regidas por
dictaduras monárquicas u oligárquicas (el Egipto de los faraones o la América
de los campos de algodón), ni la sociedad regida por la oligarquía capitalista
(la sociedad moderna y contemporánea) pueden existir sin esclavos.
Al igual que en
el mercado de esclavos se establecía el precio de cada esclavo en función de
sus características, en el mercado de trabajo el precio del trabajador también
es regulado por sus características y, como cualquier otra mercancía, por las
relaciones de mercado; el cambio de fuerza de trabajo[9] por dinero es la compraventa de personas (la fuerza
de trabajo es la mercancía-persona). Aunque sea éticamente
cuestionable como en la antigua esclavitud. Desde el punto de vista estrictamente
mercantil, se trata de un intercambio común y corriente de equivalentes (por
eso el concepto de “explotación del hombre por el hombre” es completamente
ajeno a la economía liberal, que carece de presupuestos éticos).
Hemos visto que
el precio de la fuerza de trabajo se constituye, como el de cualquier otra
mercancía, en función de las vicisitudes del mercado, ni más ni menos, como
sucedía con los antiguos esclavos, que también eran vendidos en el mercado de
esclavos. En la antigua Grecia, sin embargo, el propietario de los esclavos los
debía mantener hasta su muerte, mientras que en el capitalismo la esclavitud es
cada vez más precaria. Lo que diferencia la compraventa de personas en ambos
períodos es que la mercancía fuerza de trabajo, cuando es consumida, produce un
monto de valor superior al de su precio de coste (es la única mercancía cuyo
consumo produce valor: para toda mercancía, es un hecho que su consumo mengua
su valor), y en esta creación de valor la persona consumida tiene arte, pero no
parte. El proletariado es la gallina de los huevos de oro del capital.
Un aviso para
navegantes: el análisis de Marx es genético evolutivo y, consecuentemente, hace
abstracción de todo lo que no sea imprescindible para su argumentación
científica. En otras palabras: para analizar la “célula” mercancía, hace
abstracción de todo lo que nos pudiera distraer del objeto de estudio, del
mismo modo que un físico, en la defensa de una hipótesis, abstrae, en su
argumentación, de todo lo que no atañe la cosa.
3. El secreto de la forma de
valor
Las mercancías,
en rigor, no existen (ya se ha dicho en la introducción;
además, su “existencia material” es uno de los a priori sistémicos).
Existen cosas y posibles usuarios de estas. Lo que confiere a las cosas
carácter de mercancía es nuestra relación alienada con ellas (más adelante
veremos en qué consiste esta relación). No es de extrañar, en consecuencia, que
Marx se refiriera al fetichismo de la mercancía y a la naturaleza suprasensible
de sus propiedades.
Marx utiliza el
concepto de forma en el sentido originario de la filosofía
griega, es decir, como algo eidético, pero al mismo tiempo, en relación al
valor, lo dota de un contenido psicológico y psicosociológico para denotar su
pertenencia al mundo de lo suprasensible, de lo fantasmagórico, de lo
patológico: el valor es algo que aparece, que toma forma ante
nuestros ojos sin que seamos conscientes de ello; esta forma puede ser corpórea
o no (la transmisión de conocimiento, por ejemplo), pero no deja de ser
una proyección de nosotros mismos y de nuestras relaciones en
un objeto, sea este material o espiritual. Necesitamos la psicología social
porque estamos tratando con un espejismo intersubjetivo sobre el que se
sostiene el funcionamiento de la sociedad. De este hecho se puede inferir
lógicamente una conclusión a la que también se ha llegado por otros caminos: la
sociedad está enferma.
Así, a la
mercancía no hay que imaginarla como un objeto físico (aunque tendamos
irremisiblemente a ello) sino, simplemente, como un elemento cualquiera
portador de valor, del mismo modo como el aire porta el sonido (con la salvedad
de que este es un hecho físico, mientras que el otro es de otra naturaleza,
cercana al objeto de estudio de los alienistas). Para que exista la mercancía
deben coincidir dos cosas: el valor y un elemento que lo transporte (más
adelante veremos que, en rigor, no es así, puesto que el valor puede existir
independientemente de las cosas portadoras de valor: en forma numérica[10]).
El primer
apartado del capítulo primero de El Capital se titula “Los
dos factores de la mercancía[11]:
valor de uso y valor (substancia de valor, magnitud de valor)”. Aquí nos presenta Marx la mercancía como
algo que tiene dos aspectos diferentes aunque necesariamente complementarios:
la mercancía posee, por un lado, propiedades (sean físicas o no) que la
distinguen de las otras mercancías (esto no es un hecho banal), y que
le confieren su utilidad o valor de uso (no importa de qué
tipo de uso se trate); pero también tiene otra cualidad que comparte con
las otras mercancías: la capacidad de representar valor,
análogamente a como un embajador representa un país (enseguida veremos en qué
consiste este valor “a secas”).
La mercancía no
es el objeto simple e inocente que “percibimos”, sino que presenta una
estructura[12] harto compleja. Como cosa útil y
concreta, que satisface necesidades o deseos (el substrato de la mercancía),
tiene propiedades que causan ciertos efectos en su usuario, que pueden ser
físicos (por ejemplo, los nutrientes de un bocadillo o los estímulos en el
nervio óptico causados por las emisiones de fotones que rebotan en la pantalla
sobre la cual se proyecta una película) o psíquicos (como el placer de comer el
mencionado bocadillo o de ver una buena película, o ambas cosas a la vez).
Sin embargo,
como depositaria de cierto valor abstracto[13] latente la mercancía tiene propiedades psicológicas (este valor es, en
última instancia, ficticio —ya se verá por qué— aunque “para nosotros” se
manifieste en el mundo real de modo más o menos contundente). Y, por último, la
mercancía, como cosa capaz de interactuar con otras cosas
análogas, actualizando en esa relación el mencionado abstracto valor latente,
tiene, además, propiedades psicosociales, esto se puede evidenciar
en la Figura 1, presente a continuación.
Figura 1. Estructura de la mercancía
Fuente: Ideograma diseñado por el autor para
visualizar el concepto desarrollado por Marx en Das Kapital
Este esquema
muestra la mercancía como un conjunto de círculos concéntricos. El núcleo (V.U.
o valor de uso) es la cosa en sí, sin añadidos, una cosa concreta que puede
satisfacer cualquier tipo de necesidades o deseos. El siguiente círculo (V. o
valor) pertenece al ámbito psicológico: la cosa, cuya utilidad es inexistente,
es, no obstante, el vehículo de un valor latente, por el mero hecho
de haber invertido tiempo (y, quizás, esfuerzo) en su producción. El círculo
siguiente (V.C. o valor de cambio) se refiere al espacio psicosocial donde
tiene lugar la relación entre mercancías, la cual “despierta” el valor latente
y lo inviste de valor de cambio reflejándolo en el valor de uso de
otra mercancía (el único tipo de valor tangible “para nosotros”).
En el segundo
apartado, intitulado “Dúplice carácter del trabajo representado en las
mercancías”, comprobamos que, los diferentes elementos
integrantes de la mercancía vistos anteriormente, tienen su correlato en dos
aspectos distintos del trabajo productor de la mercancía: del mismo trabajo se
obtiene, por una parte, utilidad (una cosa útil sea cual sea su
“utilidad”); por el otro lado, se obtiene valor (es decir,
algo, al menos aparentemente, inútil); por un lado, obtenemos
algo concreto, y por el otro, algo abstracto.
En
consecuencia, el trabajo productor de mercancías es un trabajo ambivalente:
es simultáneamente una actividad concreta y abstracta, constituyendo este (en
sentido clínico) morboso proceso uno de los “condimentos” de la alienación[14] (ver Figura 2). Sobre lo que nos ocupa, dice Marx: “Como este es el
punto crítico en torno al cual gira la comprensión de la economía política,
vale la pena iluminarlo aquí más detalladamente” (1976, p.
49). En otras palabras, para Marx, es absolutamente necesaria la
comprensión dialéctica[15] del trabajo[16],
es decir, de la paradójica dúplice naturaleza concreta y abstracta que hemos
descrito anteriormente. De este asunto deberemos tratar, más adelante, con
mayor detalle.
Figura 2. Doble
carácter del trabajo
Fuente: Ideograma diseñado por el autor para
visualizar el concepto desarrollado por Marx en Das Kapital
En el sistema
capitalista la producción alienada se conoce como trabajo y se
despliega en dos espacios: a) el espacio de lo concreto y lo útil (en el
sentido de poder ser usado no importa para qué) y b) el espacio de lo abstracto
y del tiempo cosechado. La yuxtaposición de ambos espacios da como resultado la
mercancía.
Pero pasemos
ahora a afrontar ¡lo más crucial de El Capital!, que es el
contenido del tercer apartado del primer capítulo, cuyo título reza “La
forma de valor, o valor de cambio”. El tema que tratamos ahora es “A) La
forma de valor simple singular o casual”[17]. En este lugar es imprescindible atenerse a lo
que contundentemente sentencia Marx —algo sobre lo que anteriormente ya se ha
hecho asaz hincapié— en cuanto a dicha forma de valor: “El misterio de toda
forma de valor está contenido en esta forma de valor simple”; ¿qué quiere
decir Marx con las palabras “el misterio”? dicho término es el referente de lo
que ya se ha expuesto reiteradamente: que la forma mercancía
y, especialmente, la forma dinero, no son simples objetos
ni simples relaciones de cambio, sino que pertenecen a un
escabroso territorio psicosocialmente muy intrincado, en el cual las cosas,
como veremos, poseen propiedades sobrenaturales (es decir,
poseen las mismas propiedades que definen a algunas colectividades de seres
vivientes y, concretamente, a la especie humana: poseen características
sociales, aunque de modo alienado). Y, en consecuencia, debe tomarse en serio
la advertencia de Marx que sigue a la frase que se ha mencionado: “Por eso es
su análisis el que presenta la verdadera dificultad”. Hay que leer este párrafo
de Marx tantas veces como sea necesario para tomar conciencia de la importancia
del asunto.
En efecto, la
tarea más difícil que puede afrontar un cerebro humano es investigar en el
ámbito de lo que de antemano rige la realidad en la que
“existimos”, aquello que siempre está ya dado por supuesto; aquello que
constituye (no en el sentido kantiano, sino en el hegeliano) a priori la realidad…
en fin, lo que nunca se cuestiona porque es, a pesar de todo, el suelo
que nos sostiene (para aducir una analogía que plasme lo complejo del
ejercicio que Marx nos propone, sería algo así como ver, a través de nuestros
ojos, nuestros propios ojos).
Nosotros
“vemos” un objeto (físico o no) como mercancía, porque previamente hemos
interiorizado esta forma para poder proyectarla sobre el
objeto y percibirla como propia del mismo (de manera similar a como funciona el
proceso de la percepción en Kant). Si no conocemos las reglas del juego
que siempre estamos ya jugando es porque rige una norma subyacente, de
naturaleza consuetudinaria (si es que no la hemos incorporado ya en el ADN),
según la cual no se debe indagar acerca de las reglas ocultas. Esta
norma subyacente funciona automáticamente y no tenemos conciencia de su
existencia; actúa como una puerta que se cierra cuando se roza el umbral de
peligro. Es uno de los mecanismos de bloqueo que dificulta la lectura cabal del
capítulo “maldito” de El Capital.
Podemos
afirmar, en consecuencia, que ante la “realidad” que se nos impone a los seres
humanos que padecemos el proceso histórico regido por el mecanismo llamado
“sistema capitalista” realizamos un perpetuo acto de fe psicosocial,
análogo al que requieren a sus fieles las religiones; a saber: que lo que
llamamos la “realidad” es consistente (cuando ya tenemos pruebas de que dicha
afirmación es, por lo menos, cuestionable). Lo que diferencia el capitalismo de
todos los sistemas de organización social, que a lo largo de la historia se han
basado en la explotación del hombre por el hombre, es que el
sistema capitalista es el más sofisticado en la tecnología de la sugestión
masiva, porque esclaviza tanto los cuerpos como las mentes, ya que es la única
sociedad en la que los esclavos creen ser libres. En otras sociedades los
esclavos son conscientes de su situación, y pueden tratar de modificarla (por
ejemplo, la lucha de los esclavos liderados por Espartaco, que terminó,
lamentablemente, con la masacre de los mismos, o la lucha de los esclavos haitianos
de 1791 a 1804, los cuales derrotaron a las tropas de las mayores potencias
coloniales y llegaron a proclamar la independencia).
En la sociedad
capitalista, las personas portamos el anuncio de “se vende” sin que nos demos
cuenta de ello. Únicamente en los momentos más álgidos de la lucha de
clases, la clase proletaria ha tenido autoconsciencia. Por el contrario,
los miembros de las oligarquías (en el sentido lato del concepto) son
perfectamente conscientes de la clase a la que pertenecen; prueba de ello es
que un representante de dicha clase, Warren E. Buffett, dijo en una entrevista
a la agencia Reuters publicada por el New York Times (en un
artículo de Ben Stein) el 26 de septiembre de 2006: “There’s class warfare, all
right, but it’s my class, the rich class, that’s making war, and we’re
winning”. La oligarquía reconoce que hay lucha de clases, que es
ella quien lleva la iniciativa y, además, que va ganando. A partir de este
momento, deberemos tener siempre presentes dos preceptos:
I. Como ya se ha visto, Marx emplea el
concepto forma en un sentido rayano al del concepto
etimológico griego[18],
es decir, como connotativo de las determinaciones intersubjetivas[19] que, a través de un proceso consuetudinario,
solidifican idiosincrásicamente, constituyendo los elementos a priori de
la praxis: de antemano, confieren un sentido concreto a lo que captamos
encajándolo en un marco de referencia: la ideología[20].
II. Marx, para hacer más palpable la dialéctica
de la mercancía, le cede todo el protagonismo, al mismo tiempo que le otorga
una cierta “subjetividad” que facilita una cierta proximidad con aquella y, de
esta guisa, la asimilación dialéctica de su proceso.
Para
desarrollar su argumentación Marx aduce dos “productos” relacionados entre sí:
el lino[21] y la levita[22]. Observemos que el lino es uno de los medios de producción de la
levita, de modo que, hábilmente, Marx nos ofrece ejemplos de dos tipos de
mercancía que cumplen una función distinta en este complejo engranaje: el lino,
como ejemplar de mercancía del tipo “medio de producción” y la levita, como
ejemplar de mercancía del tipo “normal” que se puede ver en cualquier
escaparate. Como ya habrá notado el lector, la levita no es un tipo de
mercancía de uso muy común; entonces ¿por qué la usa Marx como ejemplo? La
razón es simple: Marx quiere evitar la contaminación del análisis que podría
causar la perniciosa familiaridad con un tipo de mercancía como podría ser, por
ejemplo, el pan. El objetivo de Marx es que haya una saludable distancia entre
el lector y la mercancía-ejemplo, para favorecer el proceso de abstracción. Si
Marx hubiera aducido ejemplos como la harina y el pan, se hubiera expuesto a
que las connotaciones excesivamente familiares de ambos objetos interfirieran
en este delicado proceso.
Dando por
asumida la nota pedagógica de Marx, procederemos a acompañarlo en su análisis,
poniéndonos en el pellejo de una familia campesina: supongamos que fabricamos
lino para vestir a nuestra familia y que hemos producido intencionadamente
cierta cantidad de lino excedente, con el objeto de cambiarla por una levita,
supuestamente debido a que su futuro usuario precisa del atuendo adecuado para
asistir a reuniones sociales en las que se requiere cierto decoro y especificidad
en la vestimenta. Si calculamos (luego veremos cómo se lleva a cabo el proceso)
el valor de la cantidad concreta de lino y el de una unidad de levita, podemos
concluir, del mismo modo que hará el sastre, que 20 codos[23] de lino valen 1 levita, estableciendo
la siguiente igualdad: 20 codos de lino = 1 levita.
Esto significa,
ni más ni menos, que el valor de cambio de veinte codos de
lino es una levita. Sin embargo, algo que parece natural no lo es en absoluto:
¿cuál es el origen de ese valor de cambio? no hace falta ser un erudito para
saber que no es lo mismo la tela de lino que la levita; por consiguiente, en la
igualdad 20 codos de lino = 1 levita se halla oculto algo que
debe ser común a ambas cosas pero que no guarda ninguna relación con su utilidad ni
con sus propiedades físicas. Dicho de otro modo, esta igualdad
iguala algo que no es observable por medios convencionales (por más
sofisticados que sean). La única propiedad común que tienen el lino y la
levita, después de haber hecho abstracción de todas las propiedades observables
o mensurables, no es una propiedad visible ni tangible, pero que, no obstante,
es la única propiedad común a todas las mercancías: esta propiedad común es la
de ser productos de la actividad humana.
Volviendo a
nuestra familia campesina: la tela de lino que hemos producido para cubrir las
necesidades de vestimenta de los miembros de nuestra familia tiene, para
nosotros, un valor de uso, una utilidad, que se satisface simplemente con su
uso (que no solo es práctico, sino que también puede ser estético); en cambio,
la tela de lino que hemos producido para cambiarla por cosas útiles para
nuestra familia, no tiene, para nosotros, valor de uso (carece de utilidad
alguna); a pesar de eso aunque este sea imperceptible, contiene otro
tipo de valor: un valor que establecemos en función del esfuerzo (por utilizar
una expresión descriptiva) que nos ha costado producir la cantidad de tela
excedente; este esfuerzo tiene carácter objetivo y subjetivo
(físico y psíquico) y necesitamos un modo de medirlo; como sea que el proceso
de producción (como todo proceso) tiene lugar en el tiempo[24], decidimos establecer la medida de su valor en las unidades de
tiempo de que ya disponemos desde que el mismo se mide[25].
Se define el
valor de una cosa, por tanto, mediante la cantidad de tiempo que se
suele emplear en producir tal cosa. Parece simple, pero el tiempo no es
algo que se pueda empaquetar; por más que lo intentemos, tempus
fugit. Lo único que podemos hacer es forjar la ilusión colectiva de
que el tiempo está “empaquetado” en nuestros productos. A este empaquetamiento
virtual (gelatina de trabajo, según Marx) le ponemos un número (que tan
solo expresa una cantidad de algo abstracto), y mediante este “ingenioso”
procedimiento ¡creemos que realmente hemos logrado capturar el
tiempo en forma de valor!, una cosa invisible, intangible para los mortales
comunes, y aun misteriosa para los físicos como es el tiempo ¡empaquetado en
una humilde y vulgar mercancía!
Como ya puso de
manifiesto Hegel en su Lógica (verba ex memoria), ni una operación
matemática como la suma puede ocultar el hecho de que se igualan cosas
diferentes. Por ejemplo, 1+1=2 nos aparece como algo simple y evidente; sin
embargo, podemos observar que en el lado izquierdo hay una cantidad mayor de
signos que en el lado derecho, y, por cierto, en dicho lado también se ha usado
más cantidad de tinta; visualmente (o gráficamente), el lado izquierdo no es
igual que el lado derecho, etc. Además ¿cuál es exactamente el rol que
desempeña el signo “=”? No parece que sea manifiestamente ostensible: ¿qué
significa “igual a”?, ¿qué es “lo” idéntico?, ¿qué es “lo” intercambiable? Ninguna
de estas preguntas tiene una respuesta “cómoda”. Las dos expresiones numéricas,
“1+1” y “2”, solo son igualables en función de una “cosa”: la cantidad
pura (algo que, como se sabe, no existe); ambos términos connotan, por
ende, la misma cantidad de nada en concreto. Pues bien, la
expresión 20 codos de lino = 1 levita iguala ambos términos en
función de ese otro “algo”: el valor (otra cosa que ¡tampoco
existe!); en ambas cantidades de cosa diferente que hay a ambos lados de la
igualdad hay el mismo contenido (imaginario) de valor. Por consiguiente,
“20 codos de lino = 1 levita” suponen que la cantidad de lino
producido ha empleado el mismo monto de tiempo (de ahí el valor —tiempo
“congelado” y “empaquetado”) que para confeccionar la levita. Tras ese fenómeno,
que a primera vista aparece como trivial y hasta inocente, se esconde lo que
podríamos llamar la “Caja de Pandora” de la Historia (sobre la cual ya dijo el
gran Aristóteles que mejor cerrarla cuando aún se estaba a tiempo —verba ex
memoria).
Prosiguiendo
con el análisis dialéctico de la mercancía, Marx nos lleva al punto de no
retorno[26]: “Los dos polos de la expresión de valor: forma relativa y forma
equivalente de valor”. La mercancía cuyo valor es “expresado”
lo hace representándolo (o, permítaseme la licencia: representándoselo) como
valor relativo. La mercancía con la cual se pone de manifiesto (o
se expresa) el valor de la otra lo hace representando el papel de equivalente.
En el sistema de categorías de Marx, la primera mercancía reviste la forma
relativa mientras que la segunda mercancía reviste la forma
equivalente.
Para comprender
cómo la mercancía llega a su pleno desarrollo cuando asume la forma dinero, hay
que entender de forma cabal en qué consisten las dos formas que asumen
previamente. Los economistas, en su inmensa mayoría, cuando no se toman en
serio este problema; obviamente porque no lo entienden y, si lo entendieran, no
lo aceptarían, porque se verían compelidos no solo a reconsiderar su actitud
“científica”, sino, también, a cuestionar su moral. Para la economía ortodoxa
(economía liberal, macroeconomía, etc.) Marx es un heterodoxo y un hereje, del
mismo modo que lo fue Copérnico para la ortodoxia geocéntrica.
4. El secreto de la forma relativa
La forma
relativa de valor reviste un carácter misterioso, para cuya
investigación debemos adentrarnos en el mundo de los “espíritus”, ya que, mutatis
mutandis es el lugar donde reside. Supongamos que el lino está poseído
por un espíritu, y que este espíritu solo se puede ver a través de
un espejo especial, parecido a los que se usan en las películas sobre
fantasmas, y que es capaz de devolver la imagen del espíritu que lo posee: es
decir, cuando el lino se pone frente a este espejo, lo que se ve no es la tela
de lino, sino la imagen de una levita. Esta analogía ilustra lo que sucede en
la realidad: en el proceso intersubjetivo en que tiene lugar la forma
relativa de valor, “vemos” el valor —o componente
“espiritual”— de una mercancía reflejado por el cuerpo —o substrato
físico— de otra mercancía (existen condiciones más enmarañadas de reflejo del
valor, pero es mejor ilustrar el análisis de modo razonablemente inteligible).
Ha llegado el
momento de ver cómo Marx nos desvela el contenido de la forma
relativa de valor. Para ello, Marx afirma algo paradójico: “Para averiguar cómo
está inserta en la relación de valor entre dos mercancías la expresión simple
de valor de una mercancía hay que considerar por de pronto esa relación con
completa independencia de su aspecto cuantitativo” (1976, p. 57). Nota
bene: lo que igualamos no son simples cantidades,
sino que son cosas distintas.
El factor
cuantitativo solo nos interesa por algo que es ajeno a la propia naturaleza de
lo que connotan los miembros de la igualdad. Por ende, lo que cabe destacar
aquí es el hecho en sí de que se igualen cosas de distinta
naturaleza. En cambio, no nos interesan las cantidades en que son igualables,
cuyo carácter es contingente ¿cómo ha sido si no abstrayendo de la cantidad que
nos hemos dado cuenta de ello? La arquitectura alienada de nuestra mente nos
impedía ver que tras la relación de valor que siempre habíamos asumido como una
comparación cuantitativa se escondía una relación de igualdad entre objetos
diferentes, los cuales únicamente pueden ser igualables si son reducidos a
aquello que es común a ambos: lo que tienen socialmente en
común.
Haciendo
abstracción, por ende, de lo cuantitativo, podemos reducir legalmente la
anterior igualdad a la siguiente: Lino = levita. La constatación,
que puede parecer hegeliana, de que tan distintos objetos solo son igualables
por sus propiedades metafísicamente sociales es lógicamente
necesaria. En palabras de Marx:
Cuando decimos que las mercancías no son, en cuanto
valores, más que gelatina de trabajo humano, nuestro análisis las reduce, pues,
a la abstracción valor; pero no por eso les da ninguna forma de valor distinta
de sus formas naturales. La situación cambia cuando se trata de la relación de
valor entre una mercancía y otra (1976, p. 58).
Por
consiguiente, la tela de lino que nos ha sobrado, en sí misma, es
decir, como tiempo de trabajo solidificado presume cierto
valor en potencia. El análisis dialéctico de la mercancía ha puesto
en evidencia que lleva una “doble vida”; es un objeto que existe en dos
“universos paralelos”: por un lado, la mercancía existe como un objeto útil,
concreto (no puede no serlo), investido de un conjunto de propiedades (físicas
o empíricas), y por otro lado existe como un ente metafísico y abstracto,
portador de propiedades “sociales” y “psicosociales”. En este segundo “modo de
existencia”, la mercancía se puede reducir a valor a secas,
debemos recordar aquí, siguiendo el método científico de Marx, que estamos
haciendo abstracción de toda determinación cuantitativa; de hecho, en la
constatación de que un objeto cualquiera tiene el carácter de mercancía va
implícito el reconocimiento de su valor. Al ver la tela de lino ya
“percibimos” su valor (cualitativamente). Sin embargo, no
basta con “percibir” o “tener la sensación” de que la tela de lino
contiene valor; para determinarlo, la tela de lino se
remite a la levita (como cualquier mercancía debe remitirse a otra); en ese
proceso el valor de la tela de lino reviste la forma de levita, de tal modo
que, en esa relación, se actualizan propiedades que fuera de ella tan solo
existían en potencia.
Como ya hemos
observado, la cantidad de tela de lino que nos ha sobrado, para nosotros, no
tiene ninguna utilidad, sin embargo, ahora sabemos que su valor latente reside
en el hecho de que nos ha costado un esfuerzo producirla y que ese
esfuerzo, congelado y empaquetado en la forma
mercancía, puede transcender cuantitativamente en el proceso de cambio. Si esa
“transcendencia” no fuera posible, el lino sobrante iría directamente al
basurero o al contenedor de reciclaje, ya que para nosotros carecería de valor
alguno.
Al comparar la
tela de lino con la levita, lo que estamos haciendo es expresar el valor del
lino por medio (médium) de la levita, la cual, gustosamente, interpreta
el papel de equivalente de la tela de lino. Como todos saben a nuestro vecino
sastre también le ha requerido cierto esfuerzo (y determinada cantidad de
unidades de tiempo) la confección de la levita, entonces, ¿qué ha sucedido en
todo ese proceso? Sencillamente: hemos comparado (respecto a la producción de
tela de lino y a la confección de una levita) los “esfuerzos” respectivos; es
decir, nosotros, como tejedores, y el vecino, como sastre. Hemos considerado
nuestros respectivos trabajos concretos como trabajo en
general, o sea, trabajo abstracto[27], y en ese proceso de abstracción lo hemos
reducido a un solo factor: el tiempo. En palabras de Marx:
Así, pues, en la relación de valor en la que la levita
constituye el equivalente del lino la forma-levita funciona como forma-valor,
como forma de valor, por lo tanto, el valor de la mercancía lino se expresa en
el cuerpo de la mercancía levita: el valor de una mercancía en el valor de uso
de otra (1976, p. 59).
La última frase
del párrafo es reveladora: el valor de la tela de lino se
expresa ¿en qué?, en el valor de uso de la levita. Si seguimos
desarrollando la igualdad propuesta por Marx (lino=levita)
obtendremos: Valor=Valor de uso. ¿Cómo se resuelve esa
paradoja? La solución se halla en nuestra cabeza, en cuanto productores de tela
de lino. Cuando optamos por cambiar nuestro lino por la levita lo hacemos
teniendo en la mente que la levita, al menos para nosotros, tiene una utilidad;
en otras palabras, cuando estamos cambiando la tela de lino por la levita, la
levita está interpretando para nosotros el papel de valor de uso, si
no fuera así ¿por qué motivo iríamos a cambiar la levita por nuestra tela de
lino? Ponemos de manifiesto, por tanto, el valor de nuestra
tela de lino en algo que nos es útil. Como se ha dicho antes:
representamos el valor de una mercancía en el valor de
uso de otra mercancía. Prosigamos con el análisis de Marx:
Como se ve, el lino mismo nos dice, en cuanto que entra
en trato con la otra mercancía, con la levita, todo lo que antes nos había
dicho el análisis del valor de las mercancías. Solo que traiciona sus
pensamientos en el único lenguaje que le es corriente, en el lenguaje de las
mercancías. Para decir que el trabajo, en su propiedad abstracta de trabajo
humano, constituye su propio valor, el lino dice que la levita consta del mismo
trabajo que él mismo en la medida en que le es equivalente, o sea, en la medida
en que es valor. Para decir que su sublime objetividad de valor es cosa
diferente de su rígido cuerpo de lino, dice que el valor tiene el aspecto de
una levita, y que por eso él mismo, el lino, se parece, en cuanto cosa-valor, a
la levita como un huevo a otro (1976, p. 60).
El lino, que
habríamos podido tirar a la basura, porque el valor latente, testimonial y
abstracto no sirve para nada y, por añadidura, ocupa espacio, el lino (decía)
cobra importancia por el hecho de que la levita descubre que
él también vale. Este lino, pues, traiciona sus pensamientos y se
delata a sí mismo: el valor, que se le suponía propiedad intrínseca suya,
resulta que es un añadido externo, y eso se pone de manifiesto en su relación
con la levita. En palabras de Marx:
Así, pues, mediante la relación de valor la forma natural
de la mercancía B se convierte en la forma de valor de la mercancía A, o sea,
el cuerpo de la mercancía B se convierte en espejo del valor de la mercancía A[28].
La mercancía A, al referirse a la mercancía B como a cuerpo de valor, como a
materialización de trabajo humano, convierte el valor de uso B en material de
su propia expresión de valor. El valor de la mercancía A, así expreso en el
valor de uso de la mercancía B, tiene la forma del valor relativo (1976, p.
61).
Una vez
explorado el aspecto cualitativo de la forma relativa de valor (véase figura
3), que es el único modo de captar la esencia que se esconde detrás de la
apariencia, deberemos afrontar, también, la tarea de explorar su lado
cuantitativo, puesto que es su modo de manifestación natural. Esto nos conduce
al apartado: “b) Determinación cuantitativa de la forma de valor relativa”,
en el cual Marx desarrolla este argumento:
La igualdad «20 codos de lino = 1 levita, o bien
20 codos de lino valen 1 levita» presupone que haya en 1 levita exactamente
tanta substancia de valor como en 20 codos de lino, o sea, que ambas
cantidades de mercancía cuesten la misma cantidad de trabajo, el mismo tiempo
de trabajo. Pero el tiempo de trabajo necesario para la producción de 20 codos
de lino o de 1 levita cambia cada vez que cambia la fuerza productiva del tejer
o de la sastrería (1976, pp. 61-62).
Observemos, de
paso, que el valor de una mercancía dependerá (entre otros factores) del
procedimiento empleado para su producción:
[…]
resulta que un mismo cambio de magnitud del valor relativo puede nacer de
causas totalmente contrapuestas. Así, partiendo de 20 codos de
lino = 1 levita se tiene, 1º, la igualdad 20 codos de lino =
dos levitas ya porque se duplique el valor del lino, ya porque el valor de las
levitas disminuya hasta la mitad, y 2º, la igualdad 20 codos de
lino = 1 /2 levita ya porque el valor del lino disminuya en una mitad, ya porque
el valor de la levita aumente hasta el doble (1976, p. 62).
Figura 3. Forma relativa de valor
Fuente: Ideograma diseñado por el autor para visualizar el concepto
desarrollado por Marx en Das Kapital
Todo se debe a
las variaciones coyunturales que afecten a la producción de una u otra
mercancía. En palabras de Marx:
[…]
los cambios reales de la magnitud de valor no se reflejan ni inequívoca ni
completamente en su expresión relativa, en la magnitud del valor relativo. El
valor relativo de una mercancía puede cambiar, aunque permanezca constante su
valor. Su valor relativo puede permanecer constante, aunque su valor cambie, y,
por último, no es forzoso que coincidan los cambios simultáneos de su magnitud
de valor con los de la expresión relativa de esa magnitud (1976, p. 63).
Observemos que
ejemplos palpables de esas variaciones del valor los padecemos en fenómenos
como la inflación, la devaluación, etc. Los especuladores financieros obtienen
pingües beneficios con las fluctuaciones bruscas de valor, que siempre son a su
favor (porque si la cosa sale mal, las pérdidas son “socializadas”), y en
perjuicio de terceros (que suelen ser los pequeños accionistas y el resto de la
sociedad).
Aunque nos
resulte paradójico, para determinar el valor hay que reducir
la activad humana concreta, determinada cualitativamente, a algo indeterminado,
puramente cuantitativo, cuando la evidencia nos dice que si por algo la
actividad humana es humana es por su especificidad
cualitativa, y es, además, siendo cualitativamente específica como crea
riqueza. Pero, si como intermediarios que somos entre las mercancías, debemos
hacer del tiempo objeto de compraventa no hay otro modo de “empaquetarlo” que
el que se ha analizado.
5. El secreto de la forma equivalente
La tela de lino,
como Alicia, ya ha visto lo que hay en el espejo. Ahora, ha llegado el momento
de pasar a través de él. Ha llegado el momento de ver en qué consiste “La
forma de equivalente” (véase la Figura 4) y, para introducirnos en
este ignoto territorio, nadie mejor que su descubridor, Marx, como pathfinder:
Como
se ha visto, cuando una mercancía A (el lino) expresa su valor en el valor de
uso de una mercancía de otra especie, B (la levita), imprime a esta última una
peculiar forma de valor, la forma de equivalente. La mercancía lino, pone de
manifiesto su valer a través del hecho de que la levita, sin tener que suponer
una forma de valor diferente de su forma corpórea, vale lo mismo que ella. Así,
pues, el lino expresa de hecho su propio valer por la circunstancia y en la
circunstancia de que la levita es inmediatamente intercambiable con él.
Consiguientemente, la forma de equivalente de una mercancía es la forma de su
intercambiabilidad inmediata con otra mercancía (1976, p. 64).
En otras
palabras, lo que hay al otro lado del espejo es la relación de la tela de lino
con la levita que consiste en la intercambiabilidad “de suyo”. Es decir, lo que
hay al otro lado del espejo es la forma equivalente vestida de levita. Sin
embargo, la mercancía que hace de equivalente en esa relación no puede expresar
su valor, sino únicamente sirve para expresar el valor de que se refiere a ella
como a equivalente; si frente al “espejo-levita” ponemos una levita ninguna
imagen de valor se verá reflejada, ya que una mercancía no puede tener la
relación de equivalente consigo misma.
Por lo tanto,
esta forma puede mostrar el valor de cualquier mercancía, menos de sí misma.
Sin embargo, la forma equivalente es aún más intrincada que lo que hemos visto
hasta el momento, y Marx desarrolla la argumentación de su análisis en los
siguientes párrafos:
Pero
en cuanto que la especie de mercancía levita toma en la expresión de valor el
lugar del equivalente, su magnitud de valor no tiene ninguna expresión como tal
magnitud de valor. Esta especie de mercancía no figura en la ecuación de valor
más que como cantidad determinada de una cosa[29].
Por
ejemplo: 40 codos de lino «valen» ¿qué? 2 levitas. Como la especie mercantil
levita desempeña aquí el papel de equivalente, como el valor de uso levita
funciona como cuerpo de valor respecto del lino, basta una determinada cantidad
de levitas para expresar una determinada cantidad de valor de lino. Por eso
dos levitas pueden expresar la magnitud de valor de 40 codos de lino, pero no
pueden nunca expresar su propia magnitud de valor, la magnitud de valor de
levitas (Marx, 1976, p. 64).
Figura 4. Forma Equivalente
Fuente: Ideograma diseñado por el autor para visualizar el concepto
desarrollado por Marx en Das Kapital
Forma
equivalente: como se ve, los elementos
del ámbito de lo abstracto (esferas satélite) deben remitirse al ámbito de lo
concreto (esfera central) para “expresarse”. Vemos, pues, que la forma
equivalente no entraña determinación cuantitativa de valor alguno,
sino que consiste únicamente en una cantidad concreta de algo que
sirve para poner a este de manifiesto; que no puede expresar su propio valor,
sino que únicamente puede poner de manifiesto el valor de lo que entra en esa
relación con ella. Sobre este asunto, Marx desarrolla una argumentación que
demuestra su capacidad de pensar dialécticamente:
La
primera peculiaridad que llama la atención al considerar la forma de
equivalente es esta: un valor de uso se convierte en forma de manifestación de
su opuesto, el valor. La forma natural de la mercancía se convierte en forma de
valor. Pero -nota bene- ese quidproquo no se produce para una
mercancía B (levita, o trigo, o hierro, etc.) más que dentro de la relación de
valor en que entra con ella otra mercancía cualquiera, A (lino, etc.), solo dentro
de esa relación. Como ninguna mercancía se refiere a sí misma como equivalente,
o sea, ninguna puede hacer de su propio pellejo natural expresión de su propio
valor, tiene que referirse como a equivalente a otra mercancía, tiene que
convertir el natural pellejo de otra mercancía en forma de valor suya propia
(Marx, 1976, p. 65).
Ya hemos visto
antes que la levita nos interesa no porque tenga valor (valor ya tiene el lino;
si fuera valor lo que quisiéramos, no tendríamos ninguna necesidad de ir a cambiarlo)
sino porque tiene la cualidad de ser útil como atuendo que nos permite asistir
a determinadas reuniones sociales, en otras palabras, tiene valor de uso. Para
poder conocer qué cantidad de valor “contiene” nuestro lino, debemos compararlo
no con otra cantidad de valor, sino con la cantidad de una cosa que nos sirva
para algo y que necesitemos o deseemos (vale decir, cambiamos valor abstracto
por cosa útil). En este punto, Marx ofrece al lector de El Capital una
analogía muy útil para ilustrar mejor el aludido quidproquo:
Nos
ilustrará eso el ejemplo de una medida que conviene a los cuerpos de mercancías
en cuanto cuerpos de mercancías, esto es, en cuanto valores de uso. Un pilón de
azúcar, como es un cuerpo, gravita y, consiguientemente, tiene peso; pero no es
posible percibir con la vista o con el tacto el peso de un pilón de azúcar.
Tomamos, entonces, diversos trozos de hierro cuyo peso está determinado
previamente. La forma corpórea del hierro tomada en sí misma no es en absoluto
forma de manifestación de la gravedad, exactamente igual que ocurre con la del
pilón de azúcar. A pesar de ello, para expresar el pilón de azúcar en cuanto
grave le ponemos en una relación de peso con el hierro. En esta relación el
hierro funciona como cuerpo que no representa absolutamente nada más que
gravedad. Por lo tanto, las cantidades de hierro sirven de medida del peso del
azúcar y no representan, respecto del cuerpo del azúcar, más que mera forma de
la gravedad, forma de manifestación de la gravedad. El hierro no desempeña ese
papel más que dentro de esta relación en la cual entra con él el azúcar o
cualquier otro cuerpo cuyo peso se trate de averiguar. Si las dos cosas no
fueran graves, no podrían entrar en esa relación ni, por lo tanto, podría la
una servir de expresión de la gravedad de la otra. Cuando las ponemos ambas en
la balanza, vemos efectivamente que son lo mismo en cuanto gravedad y, por lo
tanto, que, en determinadas proporciones, son del mismo peso. Del mismo modo
que el cuerpo férreo en cuanto medida de peso no representa respecto del pilón
de azúcar más que gravedad, así también en nuestra expresión de valor el cuerpo
de la levita no representa frente al lino más que valor. Pero con esto se acaba
la analogía. En la expresión de peso del pilón de azúcar el hierro representa
una propiedad natural común a ambos cuerpos, su gravedad; mientras que en la
expresión de valor del lino la levita representa una propiedad sobrenatural de
ambos: representa su valor, una cosa puramente social (1976, pp. 65-66).
Con este
argumento Marx pone en evidencia el hecho de que no somos conscientes de que el
valor es una propiedad social de sus portadores (las
mercancías) y lo percibimos como una propiedad intrínseca de estas. La
arquitectura alienada de nuestra mente proyecta sobre las cosas y las
relaciones, entre estas, los a priori que convienen al caso.
Nuestra relación alienada (a la que nos referíamos antes), con aquello que
producimos, acarrea que las cosas que producimos se convierten en entes
portadores de las cualidades y relaciones humanas mientras que los humanos
somos relegados a meros intermediarios de las relaciones entre las cosas en las
cuales nos hemos alienado.
Ya por el hecho de que la forma relativa de una mercancía
—por ejemplo, del lino— expresa su valer como algo del todo distinto de su
cuerpo y de sus propiedades —por ejemplo, como cosa igual a levitas—, esta
expresión misma indica que está escondiendo una relación social. Y a la
inversa por lo que hace a la forma de equivalente. Pues esta expresa precisamente
que un cuerpo de mercancía, una levita, por ejemplo, la cosa tal cual es,
expresa valor, es decir, posee por naturaleza forma de valor. Es verdad que
esto solo vale dentro de la relación de valor en la cual la mercancía lino se
refiere a la mercancía levita como a equivalente[30].
Pero como las propiedades de una cosa no nacen de su relación con otras, sino
que en esta relación no hacen más que actuarse, la levita parece poseer por
naturaleza su forma de equivalente, su propiedad de intercambiabilidad inmediata,
exactamente igual que su propiedad de ser pesada o de dar calor. Aquí tiene su
origen el carácter enigmático de la forma de equivalente, carácter que no salta
a la embotada vista burguesa de los cultivadores de la economía política más
que en el momento en que esa forma se les enfrenta, ya terminada, en el
dinero. Entonces el economista intenta quitarse de encima el carácter místico
del oro y de la plata mediante una explicación que consiste en deslizar bajo
ellos mercancías menos esplendorosas y canturrear, con satisfacción
constantemente renovada, el catálogo de todas las mercancías de a pie que en
otros tiempos desempeñaron el papel de equivalente de mercancías. No se da
cuenta siquiera de que ya la más sencilla expresión de valor, como 20 codos de
lino = 1 levita, plantea el enigma de la forma de equivalente[31] (1976, p. 66).
Subrayemos la
acusación de Marx a los economistas al final de la cita: no se dan cuenta
siquiera de que ya la más sencilla expresión de valor, como 20 codos de
lino = 1 levita ¡plantea el enigma de la forma de equivalente! Es
decir: todo lo que se ha venido argumentando hasta aquí, de lo que se esconde
tras esa relación. Ahora se entiende perfectamente que tal acusación de Marx
sea aplicable, también, a todos aquellos que sugieren saltarse el primer
capítulo de Das Kapital, como el señor Althusser entre otros. Lo
equivalente a este despropósito sería recomendar leer a Einstein saltándose la
Teoría de la Relatividad o escuchar a Mozart omitiendo el Requiem en Re menor.
A través del
hábito, de la cotidianeidad, la relación de cambio de la tela de lino por
levitas convierte a estas en equivalentes naturales de
aquella, de modo que la equivalencia deviene, “para nosotros”,
una propiedad natural de la levita y como tal la percibimos. La naturaleza
alienada del asunto se pone de manifiesto en la paradoja de que la cualidad
sirva para reflejar la cantidad; que aquello que en esa relación desempeña el
papel de equivalente, es decir, el representante “oficial” del carácter útil y
concreto de la plasmación del trabajo humano en su creación intervenga en esa
relación como encarnación del trabajo abstracto, vacío de contenido. Como las
paradojas a las que era sometida Alicia, la levita solamente puede estar al
otro lado del espejo siendo y no siendo al mismo tiempo una levita: para que el
valor de nuestra tela de lino se pueda ver reflejado en la levita como
equivalente, el trabajo de sastrería de nuestro vecino debe despojarse de
cualquier atributo que no sea su propiedad abstracta de ser trabajo humano en
general. Así, pues, para expresar
[…] que
el tejer constituye el valor del lino
no en su concreta forma de trabajo textil, sino en su propiedad general de trabajo humano, se le enfrenta el
trabajo de sastrería, el trabajo concreto que produce el
equivalente del lino, como forma tangible de realización de trabajo abstractamente humano. Hay, pues, una segunda peculiaridad de la forma
de equivalente: que en ella
trabajo concreto se convierte en forma de manifestación de su opuesto, de trabajo abstractamente humano
(Marx, 1976, p. 67).
Ahora, no
obstante, observa Marx que:
En cuanto ese concreto trabajo de sastrería funciona
como mera expresión de trabajo humano indiferente, posee la forma de igualdad con
otro trabajo, el trabajo presente en el lino, aunque trabajo privado como todo otro trabajo
productor de mercancías, es tanto, también
trabajo en forma inmediatamente social. Precisamente por eso se representa en un producto inmediatamente
intercambiable con otra mercancía.
Es, pues, una tercera peculiaridad de la forma de equivalente el que
trabajo privado se convierte en la forma de su opuesto, en trabajo en forma inmediatamente social (1976,
p. 67).
En otras
palabras: el hecho de que las levitas, producto de trabajo privado, sirven para
expresar el valor de otras cosas —en el caso que nos ocupa muestran el de
nuestro lino— las inviste de referentes del trabajo social inmediato.
Aristóteles
era, para Marx, uno de los grandes pensadores de la historia; se refiere a él
como al “gran investigador que analizó por vez primera la forma de valor”
(1976, p. 67). De hecho, Aristóteles, en su Política (verba
ex memoria) descubrió que la forma dinero no es más que un
desarrollo de la forma simple de valor, y reparó en el hecho de que, para
igualar entidades diferentes en la relación de intercambio, hay que referirlas
a un tercer elemento. Sin embargo, Aristóteles no llegó a descubrir qué es lo
que confiere el “don” de ser igualables a entidades distintas; la causa de esa
limitación —sostiene Marx (loc cit)— radica en que en la sociedad griega
no existía el trabajo tal como lo conocemos hoy en día: a saber, como actividad
humana abstracta, sino que las diferentes actividades productivas de los
griegos eran tareas concretas e irreducibles, por su propia naturaleza, a una
generalización abstracta. La forma equivalente tiene, pues, tres
particularidades que la caracterizan:
I. El valor abstracto, en general, vacío de todo
contenido, se expresa a través de su contrario, el valor de uso;
II. El trabajo abstractamente humano, des-cualificado, que
produce valor en general, tiene el modo de expresión en su contrario, el
trabajo concreto, cualificado, que produce cosas concretas y útiles;
III.
El trabajo indiferentemente social[32] y alienado, integrado en la suma indiferenciada de los trabajos
productores de valor “a secas”, se manifiesta a través del trabajo individual,
privado, cuyo producto es la mercancía concreta.
La
religión, para poder adorar de modo “realista” a sus objetos de culto, necesita
“encarnarlos” en íconos, pinturas y esculturas, haciéndolos, de paso,
“tangibles” para los fieles; análogamente, los entes que residen en el mundo
abstracto del valor necesitan manifestarse en objetos del mundo real para
demostrar su existencia.
6. A modo de conclusión
Uno de los
objetivos principales del presente trabajo ha consistido en interpretar y
desarrollar la parte de Das Kapital que versa sobre el
análisis de la mercancía, para poner de manifiesto: la naturaleza densa,
consistente y profunda de los contenidos; la importancia y la transcendencia
filosóficas del concepto desarrollado por Marx de forma de valor,
tanto en su planteamiento como en su análisis que desvela su dúplice carácter
como forma relativa y forma equivalente.
Interpretando y
extendiendo el análisis de Marx, se ha desvelado la naturaleza psicosocialmente
esotérica de la mercancía. Del desarrollo de dicho análisis se ha inferido un
hecho substancial que podríamos denominar: “el funcionamiento de la sociedad” o
“el funcionamiento del sistema” está estrechamente vinculado a la estructura
compleja e intrincada de la mercancía (concretamente, en la actualidad, en su
forma completada: la forma dinero). Por “méritos propios” la
mercancía se ha incardinado en el sistema de relaciones “materiales” y
“espirituales” de la sociedad, siendo uno de los elementos fundamentales de la
arquitectura de la alienación.
Se ha
mencionado también el carácter contingente del soporte de la mercancía, para
poner una analogía llamativa: el carácter de mercancía es como una patología
cuyo virus transmisor puede contagiar a cualquier tipo de ente, sea material,
espiritual o intangible. Y eso es así porque al capital, cuyo
modo de organización es el que por desgracia rige las vidas de los habitantes
del planeta Tierra, lo único que le importa es que la mercancía sea capaz de
aumentar la cifra que da “sentido” a su existencia.
También hemos
visto la naturaleza “subconsciente” de la mercancía. Su estructura funciona de
modo oculto a nuestra percepción, porque pertenece al ámbito de lo
constitutivo; de aquello a lo que nos referíamos con la expresión “el juego que
siempre ya estamos jugando” y que, por tanto, está regido por las normas a
priori y se halla subsumido en el contexto de lo que de
antemano rige y regula nuestro comportamiento cotidiano y forma parte
de la totalidad de lo consuetudinario, idiosincrásico e ideológico, es decir:
de la alienación como sistema.
A través de la
descripción del análisis de la mercancía, hemos puesto de manifiesto que
esta célula del sistema capitalista —como la define Marx— no
es un objeto cualquiera. Podríamos conceder que en cierto modo está “vivo”, ya
que posee propiedades sociales mediante las cuales mantiene complejas
relaciones con el mundo del valor, que es el ámbito de lo social
abstraído y cosificado. A través del análisis de la forma relativa, hemos
desvelado la existencia de un valor “en potencia” y hemos observado que este
valor, latente y contingente, solo se actualiza al reflejarse en algo necesario
y tangible[33]: el cuerpo de una mercancía, la cual, por otro
lado, no puede ser la misma (ya que el valor solo puede ponerse de manifiesto,
como ha quedado demostrado, a través de una mercancía distinta).
En el análisis
de la forma equivalente se ha expuesto cómo aquel ámbito de lo abstracto,
descalificado e indiferentemente social y alienado, únicamente puede evidenciar
su existencia real cuando tiene frente a sí algo útil,
concreto e individual —relativo a alguien— a través de lo cual
manifiesta que existe (hágase hincapié en el prefijo del latín ex).
El desarrollo
del análisis y la argumentación del mismo nos ha llevado al momentum;
a la singularidad lógica (por su carácter lógicamente necesario) e histórica
(porque marca un punto de inflexión; de no retorno en la historia)
en que la forma equivalente se encarna en una mercancía
cuyo valor de uso consiste en ser el representante
oficial del valor; es en ese momento cuando al valor se le deja de exigir
que se justifique como tal, bastándonos con una representación numérica del
mismo. Este es pistoletazo de salida de la guerra sin cuartel del capital y
para desencadenamiento de las pasiones más mezquinas que anidan en el pecho
humano. La última forma en que se encarna el valor es la fantasmagórica forma
dinero, verdadera tirana de nuestras conciencias. Aristóteles podría
solemnemente echarnos en cara: “os previne”.
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J. P. (1993). El hombre griego. Madrid. Alianza Editorial.
…………………………………………………………….
Fecha de recepción: 15 de febrero de 2019
Fecha de aceptación: 13 de marzo de 2019
Forma de citar (APA): Soler-Alomà, J. (2019). Das Kapital: el secreto de la forma
simple de valor. Revista Filosofía UIS, 18(2),
doi: 10.18273/revfil.v18n2-2019006
Forma de citar (Harvard): Soler-Alomà, J.
(2019). Das Kapital: el secreto de la forma simple de valor. Revista
Filosofía UIS, 18(2), 97-124.
[1] Español. Doctor en Filosofía, Universitat de
Barcelona. Profesor en la Escuela Superior Politécnica del TecnoCampus, España.
Correo electrónico:
jordisoleraloma@gmail.com
ORCID: 0000-0001-6693-4859
[2] La paginación hace referencia a la edición OME, aunque por lo
acotado del texto se puede seguir con otras ediciones, como la del FCE
(Wenceslao Roces) o la de Siglo XXI (Pedro Scaron).
[3] Entendemos por estructura el conjunto de relaciones entre los elementos de un sistema y entre ellos y su entorno. Para buenas definiciones de “estructura” y “sistema” véanse los diccionarios de Filosofía de Ferrater Mora o de Mario Bunge (o, para una visión ampliada, léase la obra de Von Bertalanffy La Teoría General de Sistemas).
[4] Quien crea que esto es una trivialidad (una actitud bastante frecuente) deberá hacer un gran esfuerzo para liberarse de sus prejuicios. El dinero es mucho más de lo que aparenta y, por cierto, no es eso que llevamos en el bolsillo o en la cartera (eso es un simple símbolo del dinero).
[5] La ideología es el “cemento intersubjetivo” que nos obliga a
padecer una misma visión, cargada de a prioris, de la realidad; la
ideología contiene lo idiosincrásico y lo consuetudinario (ver nota siguiente),
que se adapta al modo de funcionamiento de la sociedad, mezclados con los
dogmas de fe y los presupuestos funcionales y fundacionales del sistema.
[6] Idiosincrasia: conjunto de rasgos que configuran un modo común de ver la realidad de un colectivo.
[7] Consuetudinario: dícese de lo que es de costumbre.
[8] Alienación: escisión de la sociedad en (dicho en términos comprensibles) explotadores y explotados unida a la asunción idiosincrásica y consuetudinaria de ese hecho como lo normal.
[9] Concepto
fundamental que diferencia el acto (trabajo) de la potencia (fuerza de trabajo)
y que ya había sido anticipado por Marx en los Grundrisse der Kritik
der politischen Ökonomie en el incipiente concepto de “capacidad de
trabajo”.
[10] Uno de los efectos de esta escisión son las crisis financieras modernas.
[11] La mercancía es simplemente un soporte del valor; una mercancía es, pues, una cosa portadora de valor (puede ser tangible, como un lápiz o una piedra de color, o intangible, como la fuerza de trabajo o una voluntad; puede ser material o “espiritual”).
[12] Ver
pie de pàgina 3.
[13] Es abstracto porque es independiente del objeto que lo porta y tan solo podemos estudiarlo haciendo abstracción del mismo; y es latente porque solo se manifiesta, como veremos más adelante, en una situación específica.
[14] Para una mejor comprensión de mi enfoque de este concepto léase mi tesis doctoral: El concepte d'alienació al pensament de Karl Marx (Soler i Alomà, Jordi; Universitat de Barcelona, 2002) o léase mi ponencia en el Congreso Internacional de Filosofía (Habana, 2004) Sociedad y Alienación: Vigencia de los Planteamientos de Marx en el Análisis Del Mundo Actual.
[15] O sea, la asimilación de un concepto que se resiste al análisis convencional por la vía de la argumentación y de la síntesis de lo diacrónico y lo sincrónico.
[16] Hay
que evitar la confusión entre trabajo y fuerza de
trabajo, que son dos conceptos diferentes bien definidos y delimitados por
Marx en Das Kapital. El trabajo es la actividad productiva alienada
en el marco de la sociedad capitalista mientras que la fuerza de
trabajo es la mercancía humana objeto de compraventa.
[17] Marx llama simple a esta forma de valor en un sentido literal: es la menos compleja, y la llama casual porque solo se realiza en intercambios ocasionales, o sea, que es simple y casual.
[18] Marx emplea el concepto de forma en múltiples ocasiones; por ejemplo, lo usa para referirse a la forma de valor, a la forma de mercancía del producto del trabajo, a la forma dinero de la mercancía ¿qué quiere decir? Está usando forma en el sentido filosófico. En este contexto, el concepto de forma se remonta a los orígenes de la filosofía ática (eidos); tenía un significado próximo al de nuestra “idea”, pero en el sentido no de algo construido a partir de lo percibido, sino de algo que regula la percepción. Nosotros proyectamos formas sobre la realidad, que configuramos en función de dichas formas. Son formas que no son inherentes a las cosas, sino que somos nosotros los que las proyectamos sobre ellas, proyecciones que proceden de nuestras relaciones interpersonales alienadas en los objetos; es a eso a lo que Marx se refiere cuando habla de las propiedades sociales de las cosas.
[19] Intersubjetivo: relativamente objetivo.
[20] Ideología: conjunto de criterios con los que
una sociedad interpreta y juzga la realidad y se relaciona con ella; en todos
los sistemas sociales históricos rige la ideología de la clase dominante.
[21] El lino es una planta herbácea, anual, de la familia de las lináceas, con raíz fibrosa, tallo recto y hueco, como de un metro de alto y ramoso en su extremidad, hojas lanceoladas, flores de cinco pétalos azules, y fruto en caja de diez celdillas, con una semilla aplanada y brillante en cada una. De su tallo se extraen fibras que se utilizan para producir la hilaza, con la que se elabora la tela de lino.
[22] Vestidura
masculina de etiqueta, más larga y amplia que el frac, y cuyos faldones llegan
a cruzarse por delante.
[23] Medida lineal, que se tomó de la distancia que media desde el codo a la extremidad de la mano.
[24] Sería más correcto decir que tiene lugar en el espacio-tiempo; pero, del mismo modo que hace la economía, haremos aquí también abstracción del espacio (que a fin de cuentas se puede separar del tiempo).
[25] Dejaremos
a un lado la discusión sobre el carácter arbitrario de este “fraccionamiento”
de algo que es continuo, aunque todo encaja en el país de las maravillas del
capital.
[26] Si hemos llegado hasta aquí, ya no tiene sentido volver atrás.
[27] Abstraer: Separar por medio de una operación intelectual las cualidades de un objeto para considerarlas aisladamente o para considerar el mismo objeto en su pura esencia o noción. En este caso, hemos hecho abstracción de todas las propiedades menos de una: la duración.
[28] En cierto modo pasa con el hombre como con la mercancía. Puesto que
no llega al mundo con ningún espejo, ni tampoco en condición de filósofo
fichteano, con su «Yo soy yo», el hombre empieza por reflejarse en otro ser
humano. El hombre Peter no se relaciona consigo mismo en cuanto ser humano sino
a través de la relación con el hombre Paul. Mas con eso mismo resulta que Paul
es para él, con todos sus detalles, con toda su paulina corporeidad, la forma
de manifestación del género humano (Nota de Marx).
[29] Es
decir: no como cantidad de valor, sino como cantidad de cosa concreta y útil
[la nota es mía].
[30] Semejantes determinaciones de la reflexión* tienen siempre su peculiaridad. Tal hombre, por ejemplo, es rey por la única razón de que otros seres humanos se comportan respecto de él como súbditos. Ellos, a la inversa, creen que son súbditos porque el otro es rey. [*"Determinaciones de la reflexión" quiere decir conceptos fijos aplicados a las cosas para comprenderlas en una primera aproximación, prescindiendo de su movimiento, de su cambiar, de su relatividad, de su historia. La noción procede de la filosofía de Hegel—Nota de Marx—].
[31] Una de las acepciones de “equivalente” es la expresión cuyas palabras son distintas de las de otra frase cualquiera, pero que tiene el mismo sentido.
[32] Para
el capital, lo social tan solo importa como ámbito de la organización de la
producción y del consumo en aras de la reproducción de valor; el individuo, por
tanto, únicamente interesa como factor de producción y consumo.
[33] Necesario y tangible “para nosotros”.