Resumen
Los medicamentos constituyen la respuesta más común ante cualquier situación de salud. En teoría son útiles para prevenir, diagnosticar, curar o aliviar los problemas de salud de los individuos. Mucho se ha escrito sobre su papel simbólico y sobre su capacidad de movilizar las respuestas del organismo humano, lo que se conoce como el efecto placebo. Algunos medicamentos “salvan vidas”, pues su uso oportuno puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. Es entonces razonable que nuestra cultura no los considere bienes comunes. Se han denominado bienes meritorios, bienes esenciales e incluso, muy a pesar de los economistas académicos, “bienes públicos”.
Pero los medicamentos son al mismo tiempo bienes comerciales. Son productos industriales, que como cualquier otro, se fabrican por empresas que tienen por objeto vender, y que, de acuerdo con los imperativos de la economía capitalista, procuran crecer, es decir, vender más y más y más. En consecuencia, se mueven en un mercado, en el que existe una oferta y una demanda. Un mercado profundamente imperfecto, porque el que elige no paga, el que paga no elige, y el que lo usa no está calificado para evaluar su “satisfacción” con los resultados.
Referencias
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