Abstract
Mientras que durante el festivo del 1 de mayo un grupo de alrededor de 30 personas se aglomeraba en los campos de tenis de polvo de ladrillo y en las, recién inauguradas, canchas de tenis de playa del club diagonal a mi casa, cerca del 54% de la población de Franca estaba confinada en sus casas atendiendo a las recomendaciones para evitar el colapso del sistema de salud, ante el avance acelerado del coronavirus que en el último día había visto triplicados los casos confirmados en la ciudad. El club de tenis es uno de los servicios no esenciales prohibido de funcionar que aún no ha cerrado sus puertas, pese al anuncio de cuarentena del 21 de marzo del gobierno de Brasil. Ese aviso precedía una invitación realizada el 13 de marzo, por medios masivos de comunicación, a los viajeros internacionales para quedarse en casa durante los siete días siguientes a su llegada al país, con o sin síntomas de coronavirus, y a suspender todo acto público que implicara aglomeración de personas, como la cancelación de eventos públicos, y el posterior cierre de restaurantes, centros comerciales, gimnasios y playas. Dado que había regresado a Brasil, procedente de Colombia donde me reuní con mi familia, tres días antes del aviso para retomar mis clases, decidí aislarme; consciente del peligro que podía representar si, producto de mi paso por cuatro aeropuertos, hubiera contraído el virus y estuviera siendo una fuente activa de contagio sin saberlo.Se autoriza la reproducción total o parcial de la obra para fines educativos, siempre y cuando se cite la fuente.
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